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Epicas

 

La Unidad 731 del Ejército Japonés, durante la Segunda Guerra Mundial, se constituyó en una suerte de centro encubierto de investigaciones científico-militares. Al mando de Shiro Ishii y de Ryoichi Naito (su mano derecha), esta Unidad fue responsable de terribles experimentos en prisioneros chinos, rusos y coreanos, a los que se sometía a asépticas muertes de laboratorio por efecto de exposiciones al frío, presiones aplastantes e inoculación de enfermedades mortales, entre otras joyitas por el estilo.

El objetivo de todo esto -al igual que en el conocido caso del colega teutón de Ishii, el Dr. Mengele- era poner a prueba los límites de la resistencia humana, así como contribuir al desarrollo de la guerra química y biológica. Cuando, en el '47, las fuerzas de ocupación norteamericanas se encontraron con este asunto optaron, a diferencia del caso Mengele, por hacer un trato: no encausarían a los miembros de la 731 (y encubrirían su existencia) a cambio de compartir los datos recabados en este laboratorio de cobayos humanos.

Los Estados Unidos aún tienen en su poder cerca de 600 páginas de los resultados de estas investigaciones, así como muestras de tejidos humanos tomadas durante la experiencia. El acuerdo se mantuvo en secreto hasta el inicio del presente año, la Oficina de Investigaciones Especiales del Departamento de Justicia norteamericano decidió hacerlo público. Cinco décadas después de la finalización de la Gran Guerra, y al igual que en el asunto de los nazis encubiertos que trabajaban para el gobierno federal luego de la debacle del Tercer Reich, siguen apareciendo los trapos sucios de un papo-aparato que, Nüremberg mediante, pretendió abanderarse con la defensa de los Derechos Humanos. Quien quiera oír que oiga: los crímenes de guerra siempre son responsabilidad de los vencidos, y sólo se constituyen en tales cuando éstos no son funcionales a las necesidades de los vencedores.

 

Viejas y nuevas versiones

Martin Leen y Bruce Shlain, autores de "Acid Dreams" (1), denuncian la aplicación de métodos similares, en los EEUU de fines de los '60, a los del Imperio Británico en la Guerra del Opio, conflicto por el cual China perdió Hong Kong al final del siglo pasado. Por ese entonces el LSD25 había alcanzado su apogeo en la subcultura juvenil norteamericana. Fue allí que la CIA inició una serie de operaciones encubiertas destinadas a desarticular la Nueva Izquierda. Todo indica que la Agencia dio pasos para promover el comercio ilícito del ácido. Richard Helms, como su director, fue el principal ideólogo de la Operación MK-ULTRA, la cual utilizó inocentes ciudadanos como conejillos de indias para probar los efectos tanto del LSD como de otras sustancias psico-activas. Todas las drogas que aparecieron en el mercado en esa década fueron probadas, analizadas -y en algunos casos refinadas- por los científicos de la CIA y el ejército.

Esto coincide cronológicamente con la campaña ilegal iniciada por Helms para desacreditar al movimiento pacifista y a otros elementos disidentes con la política oficial. Cuando, en el '73, Helms se retiró de la Agencia, ordenó destruir todos los archivos oficiales correspondientes a la operación "por causas burocrática" (sic). El papo-aparato de la seguridad del Estado no duda en someter a dudosas experiencias a quienes dice proteger con el fin de sostener la vigencia del status quo: así, el Estado Nacional se erige como una mítica abstracta con independencia de aquellos que teóricamente lo constituyen. Insisto, los crímenes cometidos por los vencidos pasan a eufemizarse como "errores" cuando éstos son responsabilidad de los vencedores.

Los ejemplos son múltiples, interminables. Una "Historia Criminal" sobre el asunto sería tan extensa como todas las historias posibles. Pero no sería patrimonio exclusivo de la que -al menos hasta el momento- parece haber sido la potencia hegemónica de este siglo. Todos los papo-aparatos que todos los Estados han conjugado han ocultado mucha más ropa sucia de la que aparece bajo el sol. Sea cual sea su color, localización y/o épica legitimadora, los papo-aparatos son inherentes al Estado y tal vez -sólo tal vez- al animal humano.

El Estado Romano encontraba su fetiche épico en el Imperio y la civilización (al igual que los imperialismos más recientes), las monarquías construyen su legitimidad en torno a la papo-aparato de la voluntad divina y el mito de la integración nacional, las burguesías nacionales producen una religión secular en torno al nacionalismo (ver, como ejemplo de ello, el culto al "símbolo patrio"), la burocracia stalinista se ha sostenido a partir de fetichización del proletariado y la teologización del "comunismo científico". La épica, en maritaje con la tradición, se constituye en una extraordinaria formación discursiva destinada -fundamentalmente- a existir como tal.

Los Estados Unidos han elegido la cruel e ingenua prosa del Destino Manifiesto: de este modo, una novelita rosa originada en función de los impuestos con que la corona británica gravó al té que consumían sus colonias americanas se ha transformado en una serie negra protagonizada por el Vigía de Occidente. "América para los (norte)americanos" ha dejado de ser un eslogan expansionista para devenir en una cruzada civilizadora en defensa de los valores de la "democracia": la Libertad (de empresa), la Igualdad (de inversión), y la Fraternidad (entre los capturados por el consenso). Expropian el eslogan de la Revolución Francesa para construir una épica destinada (manifiestamente) a imponer un modelo paradigmático a escala planetaria: todos iguales ante la ley (de mercado). El mismo modelo que, como corolario ineludible, ha conducido a la fragmentación neo-feudal que predijo Vacca.

El germen de la fragmentación se ha constituido a partir de la propia química sináptica de aquellos organismos condenados a la destrucción.

 

Gabriel Eira


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