Serie: Pensamiento (XIII)

Un viejo debate en las ciencias humanas

¿Comprender o explicar?

Alberto Chá Larrieu

HACIA FINALES DEL SIGLO PASADO EL HISTORICISMO ALEMÁN, CON DILTHEY A LA CABEZA, POSTULÓ UN SEPARATISMO METODOLÓGICO RADICAL ENTRE LAS CIENCIAS NATURALES Y LAS CIENCIAS DEL ESPÍRITU. LA CONTRAPOSICIÓN FORJADA ENTRE EXPLICAR Y COMPRENDER (ERKL€REN Y VERSTEHEN), COMO OPERACIONES PROPIAS y EXCLUSIVAS DE UNO Y OTRO TIPO DE CIENCIAS, PASÓ A SER UN LUGAR COMÚN QUE TODAVÍA PERVIVE ENTRE QUIENES RECLAMAN UNA METODOLOGÍA CIENTÍFICA ALTERNATIVA PARA LAS CIENCIAS HUMANAS, BASADA EN LA COMPRENSIÓN Y EN EL EJERCICIO HERMENÉUTICOS.

 

Pensamos que es una propuesta doblemente infortunada. No sólo porque entorpece injustificadamente el desarrollo de la investigación científica standard en el campo de las disciplinas que tienen que ver específicamente con el hombre y las relaciones interhumanas sino porque, además, limita el horizonte de las humanidades clásicas al marginarlas, provinciana y anacrónicamente, de las nuevas temáticas y realidades que el desarrollo científico plantea.

 

OBSERVACIÓN Y CONTROL EMPÍRICO

Las teorías científicas no son un libre cuerpo de ideas apoyado en metáforas, analogías y ejemplos oportunamente seleccionados. Pese al componente altamente especulativo que poseen, las mismas conforman un cuerpo articulado de enunciados que se somete a la prueba de los "hechos". Para ello se les controla intersubjetiva y sistemáticamente, sobre la base de inferir, con la ayuda de información circunstancial adecuada, predicciones observacionales razonablemente claras y precisas, dependiendo del éxito o del fracaso de las mismas la confirmación o el cuestionamiento de las teorías en examen. En la sujeción a esta exigencia metodológica, cabe destacarlo, descansan las impresionantes capacidades predictivas y transformadoras de la ciencia moderna, particularmente manifiestas en su dimensión tecnológica la que, dicho sea de paso, en virtud de esa misma atadura metódica, realimenta con sus resultados el control del aparato teórico.

La reflexión hermenéutica, por su parte, descansa en la erudición, experiencia e intuición del intérprete y en su destreza para el manejo de las ideas pero, a diferencia de la metodología científica, no ejerce el control empírico y sistemático de sus afirmaciones. Por ello, precisamente, carece de la potencialidad predictiva que caracteriza al conocimiento científico. Sus productos son, por lo general, elaboraciones ex post facto que, como el búho de Minerva, levantan su vuelo al anochecer.

Cuando se discuten estos temas con referencia a los estudios de la realidad social y humana, y en buena medida en razón de la exigencia de control observacional que acabamos de indicar, quienes adhieren al separatismo metódico frecuentemente sostienen: a) que en esos dominios no puede ser aplicado el patrón de investigación "naturalista" y b) que, en su lugar, es preciso apelar a una metodología de investigación "distinta", apoyada en operaciones de tipo intuitivo y comprensivo.

Muchos de los argumentos manejados al respecto, en realidad, ponen en tela de juicio la validez de la investigación científica in totum. Por ejemplo, los que señalan el empobrecimiento y la distorsión que la abstracción y el análisis científico acarrean sobre la imagen del objeto estudiado. De esta clase de enfoques, que engloban a la ciencia toda, no podemos ocuparnos ahora. Aquí sólo nos limitaremos señalar la inconsistencia de algunos argumentos que buscan, a priori, sustraer al tratamiento científico corriente las investigaciones que tienen que ver específicamente con el hombre y la sociedad.

Un grupo de tales argumentos hace caudal de ciertas peculiaridades que presenta la realidad estudiada, tales como la inobservabilidad de razones y sentimientos, la unicidad e irrepetibilidad de los seres humanos o los condicionamientos históricos que los afectan. En este caso las razones esgrimidas demuestran demasiado pues con similares problemas de método tropiezan, también, las ciencias naturales, frente a las cuales, justamente, se pretende establecer la diferencia. Al respecto es bueno repasar los clásicos análisis de Nagel, en los capítulos XIII, XIV y XV de su Estructura de la Ciencia, los de Hempel, incluidos en La explicación científica y los de Popper en La Miseria del Historicismo, en donde prolija y detenidamente se muestra que disciplinas como la astronomía, la física o la biología encuentran, en sus respectivos campos de estudio, dificultades equivalentes sin que, por ello, se reclame una lógica especial o una metodología alternativa para superarlos.

Otras objeciones de los separatistas metódicos han surgido como reacción, frente a las estrecheces de la primitiva epistemología positivista y neopositivista, más que como respuestas a problemas inherentes al propio método de investigación. Pero esa epistemología ha sido sustancialmente revisada en las últimas décadas por autores como los que acabamos de citar y por otros como Lakatos, Kuhn y, en general, los epistemólogos-historiadores surgidos en los años «60, lo que hace que muchos argumentos separatistas, acuñados a contrapunto del paleo y del neo positivismo, ya no den en el blanco. Por ejemplo, los que ponen el acento en el componente interpretativo presente en la observación y en la construcción de los datos, como característica distintiva y problemática de los estudios del hombre pues, en realidad, a esta altura del debate, ha quedado en claro que toda la ciencia debe lidiar con similares problemas. Sobre la versión reformulada de estos temas y, en particular, con referencia a la estratificación de la base empírica operada en función de la carga teórica presupuesta en la misma, es recomendable consultar los trabajos del argentino Gregorio Klimovsky, que contienen especiales menciones al campo de la psicología y las ciencias sociales.

 

COMPRENSIÓN Y HERMENÉUTICA

De todas formas los separatistas insistirán poniendo énfasis en características, esas sí singulares, del objeto estudiado, tales como la autoconciencia, subjetividad e intencionalidad, y en el especial involucramiento que establece el investigador con su tema, para mantener su oposición al uso del método científico ordinario en estos ámbitos y, a la vez, fundamentar su defensa de los procedimientos hermenéuticos como vía alternativa de abordaje.

El énfasis de la hermenéutica recae en la aprehensión del sentido y, en general, en la "comprensión" como método y como objetivo, persiguiendo el significado de un gesto, un texto, una pieza artística o, en general, de cualquier obra o acción humana. Es habitual que esa búsqueda del sentido se ligue con la exigencia por alcanzar un tipo de captación e identificación empático-intuitiva que apunte a la reproducción de vivencias, imágenes y sentimientos, cumpliendo una función que la aproxima al arte y la literatura, operando en un modo claramente más filosófico que científico.

Sin entrar a discutir ahora el rendimiento y los méritos del abordaje hermenéutico en sí mismo, es bueno dejar en claro que el camino de la ciencia va por otro lado, y que de la eventual aceptación del primero en modo alguno se infiere la descalificación de la segunda.

La ciencia describe y explica sus asuntos manejando fórmulas proposicionales, propias de un discurso simbólico que cumple funciones informativas, todo lo cual poco tiene que ver con la reproducción literal o la "experiencia directa" del tema considerado, tanto en el estudio de los fenómenos físicos como de los humanos. Einstein señaló alguna vez que la función de la ciencia no era la de "dar el sabor de la sopa", para subrayar de esa manera la obvia, pero a veces olvidada, diferencia entre el discurso descriptivo y el objeto a que el mismo refiere. Como apunta Richard Rudner: no hay ninguna razón para que una descripción de la sopa tenga, ella misma, sabor a sopa.

En tanto el trabajo de investigación mantenga un distanciamiento epistémico mínimo que permita "objetivar" la información sobre el material a estudio mediante el control empírico e intersubjetivo, independientemente que se trate de átomos, genes, roles o pulsiones, no existen impedimentos a priori para realizar la tarea científica y la negativa a ello debe interpretarse más como un ademán oscurantista que como un refinamiento espistémico.

Por último, pero no por ello menos importante, también en el tratamiento axiológico se diferencian ciencia y hermenéutica. Será bueno tener presente que la hermenéutica no es un arte interpretativo en sentido puramente cognitivo sino que, también, es un arte de persuadir y convencer fuertemente orientado a influir en la conducta. Por las exigencias que le plantea la propia búsqueda del sentido en que se empeña, la reflexión hermenéutica asume y expresa definiciones y compromisos teleológicos y valorativos que, progresiva y deliberadamente, han sido excluidos del discurso científico desde Galileo en adelante.

 

UNA FALSA OPOSICIÓN

Hasta aquí hemos repasado y criticado ciertos tópicos que aparecen en la discusión del estatuto epistemológico de las ciencias sociales y humanas para establecer: 1o.) que ciencia y hermenéutica son maneras y perspectivas diferentes de trabajo intelectual, con procedimientos y objetivos también diferentes y 2o.) que no existen obstáculos lógicos o metodológicos que lleven a excluir de antemano el trabajo científico standard en el área de los estudios sociales y humanos.

A partir de allí sostenemos que incurren en un paralogismo de falsa oposición quienes afirman, por el sólo hecho que un trozo de la realidad sea pasible de tratamiento científico, que automáticamente debe sustraérsele a la reflexión hermenéutica, o viceversa. No se han dado razones lógicas ni metodológicas que justifiquen dividir el "globus intellectualis" de forma que una de las partes conserve en exclusividad la realidad "natural" y la otra reserve, para sí, la realidad "humana", como vulgarmente se plantea.

Bueno es recordar, sobre el punto, que autores de primera línea, afines al pensamiento hermenéutico y nada sospechosos, por cierto, de simpatías cientificistas, como Apel, Ricoeur o Habermas, si bien coinciden en señalar diversas insuficiencias del tratamiento científico ejercido al modo "natural", son cuidadosos en evitar dicho paralogismo e inclusive, como sucede con los dos primeros, plantean explícitamente alguna forma de "complementariedad" entre ambos enfoques.

 

DE LA BIOLOGÍA A LA PSICOLOGÍA

Hace cincuenta años todavía se argumentaba, por parte de los defensores del "vitalismo", que los fenómenos biológicos requerían una metodología sui generis ya que las entidades y procesos vitales, por la complejidad y especialísimas características que obviamente presentan, resultaban, a su juicio, refractarios a la lógica y a la estrategia general de investigación adoptadas por ciencias naturales típicas, como la física y la química. Tales posturas fueron progresivamente perdiendo pie ante los resultados cosechados por la aplicación consecuente del método científico y la discusión terminó dirimiéndose por la vía de los hechos, al punto que ya nadie, razonablemente, discute el lugar de la biología entre las disciplinas científicas "naturales" ni reclama una metodología o una lógica especial para su trabajo.

Empero el separatismo metódico sobrevive en el campo de los estudios sociales y humanos aunque allí, también, los hechos se han encargado de ir clarificando las cosas. Por ejemplo, en esta llamada "década del cerebro", los espectaculares resultados de la neurobiología y de la ingeniería molecular y genética, sumados al camino abierto pocas décadas atrás por los nuevos fármacos, y la incidencia que estas transformaciones tienen en zonas y temáticas tradicionalmente reservadas a las "ciencias del espíritu", han dejado sin sustento serio a viejos tabúes e interdicciones, a la vez que interrogantes éticas y filosóficas tradicionales exigen ser replanteadas a la luz de las nuevas realidades y posibilidades -alarmantes unas, fascinantes otras- que el desarrollo de la ciencia suscita.

Y es que estas disputas metodológico-estratégicas no se zanjan dogmáticamente, mediantes meros ejercicios conceptuales o decretos filosóficos, sino que exigen ser evaluadas a partir del rendimiento que demuestran los diversos enfoques concurrentes. Como ocurre a nivel intracientífico, cuando está en juego, en el seno de una disciplina cualquiera, la adopción de un determinado "programa de investigación". En el caso, a diferencia de lo que sucede con las hipótesis científicas propiamente dichas, por lo general no cabe discutir si un programa es verdadero o falso, pues como tal, normalmente es empíricamente irrefutable. Los programas de investigación funcionan, más bien, como un conjunto de recomendaciones y apuestas sobre la estrategia a desarrollar y no como un conjunto de aserciones a verificar. Lo que sí es posible, y saludable, es juzgarlos por su mayor o menor fecundidad, a partir de los frutos que su aplicación depara. Como puede hacerse, por ejemplo, con el programa de los químicos reduccionistas en el siglo XIX, el que pese a la opinión adversa de la ciencia de su época, fue mantenido por sus defensores y terminó logrando un sonado triunfo con la síntesis de la urea, en 1928, a partir del cual se abrió un camino de avances bioquímicos y farmacológicos que llega hasta nuestros días y que, si bien no "demuestran" la tesis reduccionista, sí muestran las virtualidades que, al menos en ciertos estadios de investigación, ese programa tenía.

 

PRE, PARA Y POST HERMENÉUTICA

No quisiéramos terminar este artículo sin aludir al menos a las distintas y especiales relaciones que guarda el discurso científico con el ejercicio hermenéutico, desde las iniciales, que se dan en el lenguaje cotidiano, hasta las más distantes de la reflexión metacientífica, que se ofrecen cuando acaba el "juego de la ciencia". Pese a la ilusión de los neopositivistas de la primera hora, que pretendían construir un lenguaje científico basado en datos puros y duros los que, unívoca y especularmente, vendrían a reflejar punto a punto, la realidad estudiada, está claro que el discurso científico nace y se desarrolla a partir del lenguaje común y carga, por tanto, con los supuestos, la ambigüedad y los códigos de desciframiento (hermenéutica tácita) que el uso del mismo conlleva.

La intersubjetividad necesaria para ejercer el control de las aseveraciones de la ciencia comienza por requerir la previa y paralela comprensión intersubjetiva a nivel del discurso cotidiano. Por otra parte, en épocas de crisis de paradigmas, ese mismo discurso se constituye, al menos parcialmente, en punto de apoyo común desde el cual se discuten, por ejemplo, las diferencias interpretativas originadas en los disímiles marcos teóricos y conceptuales, presupuestos por los investigadores. Sin olvidar que, además, el discurso ordinario se alimenta y corrige incorporando silenciosamente a sus esquemas tácitos, el saber científico decantado.

Reconocemos así, en el proceso de investigación, momentos hermenéuticos "pre científicos" y "para-científicos", comunes a todas las ciencias, sean naturales o humanas. También podemos reconocer momentos "post científicos", de ejercicio hermenéutico manifiesto, comunes asimismo a todas las disciplinas, en el cual encuentran su ámbito legítimo las reflexiones metacientíficas sobre el papel de la ciencia y sus disponibilidades técnicas, tanto en el plano propiamente cognitivo, como en el plano de las cuestiones estimativas y valorativas. Es en esta instancia particularmente donde, a nuestro juicio, la reflexión hermenéutica y metahermenéutica encuentra sus mejores posibilidades, en asuntos tales como el develamiento y la elaboración del sentido, la articulación de las preferencias y la discusión de los intereses técnicos, prácticos y emancipatorios que subyacen y guían el conocimiento, para citar un tema habermasiano típico.

En ese momento, vale la pena reparar en ello, la ciencia pasa a ser la "esclava de las pasiones". Su papel consiste, en el mejor de los casos, en oficiar de humilde proveedora de elementos de juicio fácticos para la discusión racional de compromisos y decisiones que, decididamente, están más allá de sus competencias.

 

REFERENCIAS

APEL, K. O.: La transformación de la filosofía. Madrid, 1985.
DILTHEY, W.: Introducción a las ciencias del espíritu. Madrid, 1980.
GRABNER-HAIDER, A.: Semiótica y teología. Estella, Pamplona, 1975.
HEYMANN, E.: "¿Crisis de la racionalidad científica?" en revista Relaciones, Montevideo, diciembre de 1996.
KLIMOVSKY, G.: Las desventuras del conocimiento científico. Buenos Aires, 1994.
OLIVE, L. y A. PÉREZ (comp.): Filosofía de la ciencia: teoría y observación. México, 1989.
PIAGET, J.: "La situación de las ciencias del hombre dentro del sistema de las ciencias" en Piaget y otros: Tendencias de la Investigación en las ciencias sociales. Madrid, 1973.
RICOEUR, P.: "Expliquer et Comprende" en Revue Philosophique de Louvain. Lovaina, 1977.
RUDNER, R.
: Filosofía de la ciencia social. Madrid, 1973.
TIZÓN, J.: Introducción a la Epistemología de la Psicopatología y la Psiquiatría. Barcelona, 1978.

 

 

Pensamiento
Artículos publicados en esta serie:

(I) Supratemporalidad de las Humanidades (María Noel Lapoujade, No. 148)
(II) La idea de problema (Mario Silva García, No. 149)
(III) Filosofía, camino y experiencia (Mario A. Silva García, No. 150)
(IV) ¿Crisis de la racionalidad científica? (Ezra Heymann, No. 151)
(V) Lo natural y lo artificial (Roald Hoffmann, No. 154)
(VI) Herder y el origen de la lengua (Mario A. SIlva García, No. 156)
(VII) Vico y Joyce (Jóse Guilherme Merquior, No. 157)
(VIII) Un modelo dialógico del pensar. Reflexiones a partir de un espacio de diálogo intercultural. Mauricio Langón, No. 158)
(IX) A propósito del dualismo cartesiano. ¿Quién tiene el cuerpo? (Massimo Desiato, No. 159)
(X) Verdad y mentira en el lenguaje (Mario A. Silva García, No. 160)
(XI) Habermas y la hermenéutica (Gianni Vattimo, No. 162)
(XII) Avatares de la imaginación (Maria A. Silva García, No. 163)

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