Desnudos en la Antártida
Mario Kamenetzky
Demencias racionales nos impiden gozar la jovialidad de la locura. En lugar de vivir la cultura con sana alegría, la sufrimos con angustia.
De tanto usar demencia y locura como sinónimos, hemos olvidado que la locura también connota extravagancia, imprudencia, inocuas desviaciones de patrones de conducta y creencias consideradas normales por la sociedad. Es la locura de "los locos que inventaron el amor", según ese poeta del tango que es Horacio Ferrer. Es la locura que elogia Erasmo. Es la locura de la "folie", nombre que los franceses de hace un tiempo daban a los pabellones de placer que sus aristócratas hacían para sus encuentros galantes, aparte y apartados de sus residencias familiares.
Demencia es en cambio el extravío de la mente. Al perder la parte conciente de su conciencia, el demente no recibe más los comandos que la sociedad ha registrado en el disco duro de su conciencia (el subconciente). El demente ha perdido la capacidad de mediar entre naturaleza y sociedad. Solo le queda su cuerpo conducido en piloto automático por la memoria natural de su inconciente, del cual surgen también mensajes con recuerdos de vidas pasadas, de paisajes y experiencias que no pueden ser compartidos con otros en forma articulada.
En este festivo ensayo voy a proponer un uso irreverente de ambas palabras: demencia y locura. Propongo calificar como demente todo acto o creencia que muestra una sordera a la voz espiritual interior, una negación de nuestro arcano natural origen como criaturas del espíritu. Respetando reglas y costumbres sociales, estos actos y creencias constituyen atentados insanos contra nuestra integridad y desarrollos físicos, emocionales, espirituales e intelectuales. En cambio propongo calificar, como locos, actos y creencias que aún desafiando esas reglas y costumbres sociales, pero sin ejercer violencia sobre otros seres, expresan necesidades generadas en ese siempre-presente origen, necesidades cuya satisfacción es a menudo negada, o reprimida por la sociedad.
Visitando la corte de la diosa Locura
En su "Elogio de la Locura", Erasmo se pregunta si puede llamarse vida a una vida de la que se elimina el placer. Citando a los estoicos, Erasmo argumenta que la sabiduría consiste en ser guiados por la razón, mientras que la locura es animada por los sentimientos, y agradece a Júpiter por poner en la naturaleza humana más capacidad emocional que racional. de otra manera, dice Erasmo, la vida sería aburrida, triste, lóbrega.
Nuestras estructuras racionales de conciencia son el producto de millones de años de evolución desde nuestro siempre presente origen como criaturas de la naturaleza. Esas estructuras son enculturadas mucho más frecuentemente para ser usadas como instrumentos del amor propio que persigue poder y riqueza que como instrumentos del amor de sí mismo que busca el placer de vivir y amar. Una razón así estructurada reprime la jovialidad, la travesura, el retozo, identificándolos con la locura.
La corte de la diosa locura que Erasmo elogia incluye fuerzas que ayudan a vivir mejor y que son más estimuladas a expresarse libremente por la sana locura emocional que por la enfermiza sobriedad intelectual. La corte incluye a Philautia (amor de sí mismo). Hedone (placer), Tryphe (fascinación), Comus (regocijo), Lethe (olvido), y Negretos Hypnos (sueño profundo). Con ello implica que los locos, los que se atreven a desviarse de las reglas muchas veces dementes impuestas por la sociedad, son más sanos porque aman sus cuerpos y sus mentes más que el dinero y el poder, porque gozan con fruición las delicias de la vida y saben olvidar sus inevitables momentos negativos, y porque duermen con tranquilidad de conciencia.
No es entonces demencia que racionalmente hagamos lo contrario, destruyéndonos en la búsqueda de dinero y poder, prohibiéndonos el deleite, tomando tranquilizantes para poder dormir, y antidepresores para olvidar los dolores del pasado y el miedo del futuro. Nuestras sociedades no nos enculturan para aceptar plenamente el presente como lo que es, un regalo del espíritu creador, reconociendo el pasado como historia y el futuro como misterio. Al contrario, las sociedades nos enseñan a manipular el pasado y nos preparan para programar detalladamente el futuro, como si nuestras vidas dependieran totalmente de nuestras decisiones. Así nos frustran el presente, que es cuando y donde realmente vivimos.
La historia de nuestra racionalidad es relativamente reciente. Ella empezó a desarrollarse en la magia de las primeras tribus después de haber vivido por millones de años en el arcaico paraíso de nuestros antecesores prehistóricos. Su desarrollo se robustece cuando algunos grupos humanos deciden dejar de vagar por la tierra recogiendo sus frutos, y empiezan a pelear con la naturaleza para conseguir crear su sustento en un solo lugar. A medida que se van separando de la naturaleza para conocerla mejor, van también autolimitando sus vidas. Antes veneraban seres mitológicos, ahora empiezan a usar mitos para racionalizar miedos y manipular intereses.
Así, diciendo que hemos perdido el paraíso de nuestro arcaico origen por culpa de la curiosidad de una mujer, la razón de los hombres racionaliza sus miedos de la mayor capacidad sensual y sexual de la mujer, y decide que las mujeres deben someterse a la voluntad de los hombres. Para justificar riqueza y poder acumulados con el sacrificio de otros cuerpos y la anulación de otras mentes, la razón decide que los cuerpos deben ser tratados con dureza para doblegar las fuerzas diabólicas que encuentran su asiento en ellos. Para ganarnos la vida tenemos que trabajar duro y en competencia con otros porque la razón cree que el ocio es la fuente de vicios. Por lo tanto hay que negar el ocio creando el neg-ocio. Ello lleva a que todos perdamos la vida: los pobres para poder ganar un peso, y los ricos para poder acumular muchos pesos.
Siguiendo a Arthur Waskow, podríamos decir que esas reglas constatan situaciones en el proceso evolutivo de nuestras estructuras de conciencia. Por lo tanto deberíamos tomarlas como condiciones que nos permitieron avanzar en el pasado, pero no como guías en nuestro camino hacia el futuro, y menos aún como trabas para la vida presente. En las circunstancias históricas en que fueron diseñadas esas y otras reglas pueden haber sido productos de decisiones racionales que usaron el mito para mantener el tejido social a costa del sufrimiento individual. El querer mantenerlas ahora es lo que las convierte en demencias. Son demencias no por pérdida de razón, sino por desconexión de la razón tanto de los sentimientos y sensaciones que embellecen y pacifican la vida, como de las posibilidades tecnológicas para una vida mejor que la razón misma creó.
Viajando a la Antártida
La educación no es sino el proceso por el cual una sociedad desarrolla en cada nuevo ser las estructuras de conciencia que prevalecen en su seno. Esas construcciones se apoyan sobre los cimientos ofrecidos por el siempre presente arcaico origen con el que cada nuevo ser viene al mundo.
En su libro sobre el Malestar en la Cultura, Freud comenta con mucho humor que nuestra educación se comporta de manera extraña. En preparación de un viaje al Polo, la educación les da a las nuevas generaciones vestidos de verano y mapas de los lagos de Italia. En esa metáfora Freud sintetizaba sus comentarios críticos previos de que la educación ocultaba a los jóvenes el rol que la sexualidad y la agresividad competitiva iban a jugar en sus vidas maduras.
Es probabilidad muy grande que esos jóvenes naufraguen con las primeras olas que encuentran ni bien dejan puerto seguro, mucho antes de llegar a aguas polares. En lugar de reflexionar sobre la mala preparación con que los embarcamos en la aventura de la vida, racionalizamos que se desviaron del seguro camino indicado por la sociedad por debilidades intrínsecas a la naturaleza humana. En un demente trastocamiento de valores aceptamos que somos el producto de un diabólico pecado original, en lugar de sentirnos frutos de una siempre presente bendición original divina. La educación nos veda la sana locura de los místicos que pueden sentir y conversar con esa presencia interna de la divinidad.
Aparece así un nuevo aspecto de lo que llamo la demencia racional por oposición a la demencia psicobiológica. En esta última se cortan los canales de comunicación entre el subconciente y el conciente. En la demencia racional el conciente solo obedece al subconciente y corta los canales de comunicación con la voz espiritual inconciente. La persona habla de la divinidad, le ruega, pero se vuelve incapaz de sentirla y conversar con ella en silencio. La persona lee que la divinidad dijo alguna vez que todos los goces sensuales son diabólicamente destructivos y deben ser rigurosamente evitados, cuando en realidad escucha a esa divinidad decirle desde adentro: ¡vamos! ¡anda! ¡come todas las manzanas! las hice maduras y jugosas para ti! Deja que mis vientos, mis aguas y mis soles acaricien tu cuerpo. Yo te ayudé a salir del paraíso arcaico para que aprendieras a vivir mejor y para que me ayudaras a apaciguar la naturaleza. ÀPor qué tú vives como si hubieras perdido el paraíso en su totalidad cuando aún he dejado mucho de él para tu goce?
El sueño de la razón produce monstruos
A fines del siglo XVIII, Goya pintó un intelectual dormido sobre su escritorio, junto a sus escritos. A su espalda el cuadro refleja el universo de sus sueños poblado de monstruos. En un rincón del cuadro, sobre la madera que soporta el escritorio, Goya escribió la frase del acápite.
El cuadro tiene una fuerza tremenda. Cada vez que lo miro me manda un mensaje potente que difiere del que escribió el pintor. Los sueños de la razón no engendran monstruos. Los sueños de la razón son sueños locos, apasionados, de libertad, de progreso, de vida plena, de unidad entre los hombres y con la naturaleza. Es cuando los programas subconcientes desconectan la razón de los sentimientos y las sensaciones que su capacidad creadora y racionalizadora se vuelve demencial y empieza a engendrar monstruos.
Lo que pasa es que lanzados como estamos a navegar desnudos hacia el Polo, muertos de frío y agarrotados de miedos, no podemos ni defendernos de las demencias racionales destructivas, ni entusiasmarnos con las locuras existenciales creadoras. Menos aún aprendemos durante nuestra enculturación a distinguir a tiempo unas de otras.
Locas comparaciones de demencias con locuras
Comparemos la demencia racional de hacer crecer la economía aumentando los servicios de litigación, de especulación con dinero, de persecución y castigo de crímenes con simultánea venta de armas, de mantenimiento de vegetales humanos en invernaderos geriátricos, con la sana locura de crear riqueza arriesgándose a inventar nuevas tecnologías para hacer más fácil y agradable la vida, y para ayudar a la naturaleza a pacificar sus propias fuerzas.
Comparemos la demencia de los casamientos arreglados, preconizados incluso en la racional utopía de Tomás Moro, con la sana locura del romance, la aventura, y la experimentación que pueden llevar a la felicidad, o la decepción.
Comparemos la demencia posesiva de arrojar a las piras funerarias las esposas sobrevivientes de hombres muertos con la locura generosa de compañeros que abren su relación para enriquecerla, como parece haberlo hecho William Shakespeare con Emilia Bassano y Enrique, el conde de Southampton, su mecenas.
Comparemos la demencia de condenar a los viejos a morir a fuego lento, en escabrosa promiscuidad institucionalizada, con la locura de entrar al mundo de los espíritus por decisión propia, festejando la vida hasta el último momento con los seres queridos, en lugar de condenar las nuevas generaciones a mantener con su energía y su dinero ese fuego lento en el que los viejos van dejando de a pedazos y con mucho sufrimiento su caparazón material.
Comparemos la demencia estruendosa de la guerra con sus bombas que destruyen gente por millones y propiedades por billones con la locura ruidosa de la flatulencia producida por comer y beber en exceso.
Comparemos la demencia de prohibir el amor (por ejemplo suspendiendo de la escuela a un varoncito por dar un beso tierno a una compañera) con la locura de amor que lleva a una anorexia nerviosa o una depresión suicida por un frustrado romance.
Comparemos la demencia, religiosa y medicinalmente racionalizada, de mutilar los genitales con la locura naturista de desnudarlos sin sentimiento de culpa o vergenza en playas y museos.
Comparemos la demencia económicamente racional de boxeadores destrozando la divinidad de sus cuerpos con la locura gratuita de volar sin motor y sin fuselaje con el cuerpo atado a alas artificiales, y con la divinidad, que no es infalible, como única compañera.
Comparemos la demencia racional y legal de "achicharrar" a criminales en la silla eléctrica con la locura científica de mantenerlos en lugares seguros y sanos para que investigadores puedan hacer avanzar el conocimiento de los errores biológicos y sociales que llevan al crimen.
Volviendo de la Antártida para ver "la luna rodando por Callao"
¿Podremos desterrar la demencia armonizando e integrando los sueños del espíritu con la racionalidad técnica y financiera exigidas por una sociedad y una economía sanas?
¿Podrá el espíritu, como el acróbata demente de la balada de Ferrer, saltar sobre el abismo de todos los escotes hasta enloquecer todos los corazones de libertad?
¿Podremos abrirnos a todos los amores que podríamos intentar en la mágica locura de revivir nuestra racionalidad, integrándola con sentimientos y sensaciones?
¿Podremos fabricar maniquíes que guiñan porque saben que los vestidos que exhiben son productos de creación honesta y no de explotación despiadada?
¿Podremos fabricar semáforos que den tres luces celestes porque ya no hay más violencia organizada?
¿Podremos producir suficientes naranjas para que los chicos puedan chuparlas en todas las esquinas dando al mismo tiempo dinero a los fruteros para adornar sus casas con azahares?
No más preguntas ni disquisiciones sobre la demencia y la locura, porque me estoy preguntando si me estoy volviendo demente de ver tanta racionalidad cruel e infeliz, o si me estoy volviendo loco de alegría al percibir que, aún cuando se nos la sigue oficialmente negando, la luz espiritual, que es pícara y estresante, está empezando a rodar cada vez más segura de sí misma por muchas calles del mundo, y no solo por Callao.
Referencias
Desiderius Erasmus, The Praise of Folly
and Other Writings, Robert M. Adams, editor & translator
(New York: Norton, 1989).
Sigmund Freud, Civilization and its
Discontents, James Strachey, trans. (New York: Norton, 1961).
Arthur I. Waskow, God-Wrestling (New
York: Schocken Books, 1978).
Thomas More, Utopia (London: Penguin
Books, 1988).
Balada para un Loco, letra de Horacio Ferrer, música de
Astor Piazzolla.
Sthephanie Cowell, The Player: A Novel of the
Young Shakespeare (New York: Norton, 1997).
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