Serie: Alteridades (XIII)

Palabra de mujer

Mariluz Restrepo

Al principio no había sido el verbo,
decía su abuela,
porque antes del verbo
había sido la acción
y antes de la acción el deseo.
En su origen cualquier deseo
era y sería siempre puro,
anterior a la palabra

(Marvel Moreno, "En diciembre llegan las brisas")

 

Haciendo el juego a lo "masculino"

Pensar en la relación mujer-comunicación en el contexto de la formación universitaria en América Latina, podría llevarnos al recuento estadístico para mostrar que desde siempre las Escuelas y Facultades de Comunicación han tenido una población de estudiantes eminentemente femenina (en 1992 el promedio era de 75,7%) y que, si bien es cierto, la participación masculina ha aumentado, no así los porcentajes respectivos debido a que la matrícula global también ha crecido; que, sin embargo, son más profesores que profesoras (solo un 35,9% mujeres en 1992) aunque en la última década el número de docentes femeninas ha venido aumentando (desde 22,3%) en 1984); que también en la actividad profesional, aunque cada vez son más las mujeres, priva la contratación masculina (aquí los datos son escasos) y, claro, los cargos directivos en los medios de comunicación, en las empresas de publicidad, en la actividad organizacional privada y pública son principalmente responsabilidad de los hombres. (Datos tomados de estadísticas de 1984, 1987, 1990, 1993, de las Facultades pertenecientes a FELAFACS: Federación Latinoamericana de Asociaciones de Facultades y Escuelas de Comunicación).

O, por el contrario, podríamos más bien resaltar el ascenso paulatino de las mujeres-comunicadoras en la actividad profesional: cada día son más las mujeres decanas, son más las periodistas que dirigen telenoticieros y programas radiales, son más las mujeres que laboran como comunicadoras en las empresas, son más las oportunidades de la mujer en cargos públicos.

En este mismo sentido, podríamos centrarnos en destacar casos, como por ejemplo el de Colombia, país que cuenta con el porcentaje más alto de participación femenina en la fuerza de trabajo de América Latina (48%, el país que sigue es Argentina con 19%-UNESCO); allí estos hechos son más visibles: mujeres ministras, mujeres concejales, mujeres directoras de institutos públicos, mujeres que mueven la opinión pública a través de la dirección de revistas y telenoticieros, o de sus columnas de análisis y opinión, mujeres libretistas y directoras cinematográficas que inauguran nuevos estilos, mujeres que dirigen sus propias oficinas de publicidad o de relaciones públicas. A esto también se le pueden sumar las múltiples actividades que las mujeres han empezado a ejercer en el campo de la salud, de la educación, de la promoción y creación artística, del desarrollo regional… para terminar en la crítica de siempre: que aquellos son casos, solo eso…

O, en otra perspectiva, podrían revisarse los temas referidos a la mujer en los planes de estudio de las Escuelas y Facultades de Comunicación solo para constatar que, descontando unos cursos electivos en estudios de posgrado en algunos países (como México, Brasil, Colombia, por ejemplo), esta temática de manera específica nunca hace parte de los programas institucionales. Así también se constata que las bibliografías, los enfoques, las apuestas continúan siendo pensadas y desarrolladas por hombres. Al revisar la bibliografía latinoamericana sobre comunicación no son muchas las publicaciones, ni las referencias a esta temática, salvo contadas excepciones casi siempre dirigidas a estudios de campo sobre procesos de "comunicación popular".

Y así podríamos continuar con la reiteración de lo que seguramente todas ya sentimos y sabemos para insistir en las ausencias, en las desventajas, y en ocasiones en logros esporádicos, reclamando cada vez más presencia, pero solo para seguir "adaptándonos" a una forma de pensar masculina y caer en su trampa haciéndole el juego a lo mismo que se pone en interrogación. Porque precisamente creo que, como afirma Marguerite Yourcenar, la "igualdad (de oportunidades, de trabajos, de posibilidades de pensar, de sentir y de imaginar) no quiere decir similitud". (Marguerite Yourcenar, "¿Y el feminismo?" en "Gaceta", Colcultura, Bogotá, 10, 1991, p. 54.)

¿A qué apunta la femineidad?, ¿Cómo es que las prácticas femeninas (así sean realizadas por hombres) inciden en el sentido y en los procesos comunicacionales que, de suyo, van configurando nuestra cultura?

No creo que se pueda seguir confundiendo el feminismo que define las conquistas de la mujer como consecuencia de su entrada masiva en el mercado de trabajo con ese movimiento cultural femenino que, siguiendo a Alain Touraine, prefiero llamar "movimiento de las mujeres", esas múltiples manifestaciones que hacen presente otra "modernidad" en la que se lucha por la subjetivización contra la racionalización. La acción de las mujeres que ha obligado a reconocer oficialmente la separación de la reproducción, del placer sexual, ha desempeñado un papel decisivo en este descubrimiento del sujeto a condición de añadir que éste solo se constituye reuniendo el deseo y la relación intersubjetiva.

El movimiento cultural de las mujeres

Un movimiento social es simultáneamente un conflicto social y un proyecto cultural.(1) Se convierte en un actor colectivo cuya orientación principal es la defensa del sujeto, en este caso la lucha por los derechos y la dignidad de la mujer frente a un mundo racionalizado que se ha asemejado a lo masculino.

El movimiento de las mujeres es débil y fragmentado porque ciertamente es difícil asociar liberación sexual e identidad cultural de la mujer porque mientras la primera combate los roles a los que la sociedad ha confinado a las mujeres, la segunda define a la mujer -igual que al hombre y al niño- por sus relaciones, como ya lo aprendimos de Freud. Este es un doble desafío lanzado a una sociedad de innovaciones técnico-económicas. El movimiento de las mujeres en nombre de una modernidad no reducida al racionalismo, tecnicismo y productividad ha reivindicado el reconocimiento del deseo y también de su identidad biocultural.

Cuando la racionalidad se reduce a la técnica, a la instrumentalidad, los elementos fragmentados de la modernidad ya no están relacionados unos con otros sino por la eficiencia y el rendimiento. Se identifica la modernidad con la racionalización, o más poéticamente con el desencanto del mundo… Es el tiempo de la fragmentación y el de un indefinido pluralismo posterior al de aquellas culturas sólidamente unitarias; es el tiempo del "pensamiento débil"(2), tiempo en el que la razón, como mera racionalidad no llega a captar y a demostrar teóricamente el fundamento último de la realidad, tiempo en que los valores fuertes que se pretendían omnipotentes se disipan, tiempo del surgimiento de otros valores, todavía fluctuantes que son más percepciones vagas y meras sensaciones que convicciones bien elaboradas y profundamente arraigadas; es, podríamos decir con el filósofo italiano Carlo Carozzo, "el tiempo del paradigma femenino que lo va atravesando todo socialmente y que concede más importancia a la dimensión psicológica, intuitiva e imaginativa que a la racionalística y material".(3)

Habitar, cocinar, hablar, relatar

Es justamente en las prácticas de la vida cotidiana donde la mujer tiene su mayor fuerza haciendo razonable lo racional; es aquí donde la femineidad se cuela y convierte los diversos ámbitos de la vida. Es aquí –y no necesariamente porque tomas roles masculinos– donde lo femenino se entrecruza con las prácticas de comunicación.

Quiero detenerme en estas prácticas cotidianas que Michel de Certeau caracteriza porque "producen" sin capitalizar, desplazan la relación producción-consumo por la de escritura-lectura. Y es precisamente en este modelo de "lectura", de re-creación donde la perspectiva de mujer se sitúa. "La actividad lectora presenta todos los rasgos de una producción silenciosa… es siempre una reapropiación en el texto del otro: caza furtiva, se transporta, se hace plural, como los ruidos del cuerpo: astucia, metáfora, combinatoria".(4)

Si la "estrategia" (cálculo de las relaciones de fuerza que llegan a ser posibles en el momento en que un sujeto de querer o poder es aislable de un medio ambiente) es el modelo sobre el que se ha construido la racionalidad política, económica o científica, la lectura es más una "táctica": ese cálculo que no se puede hacer sobre un propio, ni sobre una frontera que distingue al otro como una totalidad visible. La táctica tiene por lugar el lugar del otro. La táctica parte del hecho de su no-lugar, depende del tiempo, vigilante para coger al vuelo las posibilidades, por eso es necesario jugar constantemente con los acontecimientos para hacer las "ocasiones".

El análisis de las prácticas femeninas es aún muy incipiente. Michel de Certau, junto con un grupo de investigadoras, tematizó dos que a mi juicio nos podrían dar mucho que pensar: habitar y cocinar(5) y de mi parte quisiera agregar otras dos: hablar y relatar.

Son las mujeres las que hacen habitable la ciudad construida por los hombres. Es bien diciente que, al menos en nuestro idioma, las palabras referidas a la casa son en su mayorías femeninas: la ventana, la puerta, la cocina, la alcoba, la sala, la decoración… Al habitar se opera una mutación, se amueblan los espacios, se repletan de gestos y recuerdos; se hacen vivibles, se marcan territorios; también se hacen circulables, transitables, se insinúan trayectos, se generan recorridos, siempre abiertos, siempre nuevos donde se construyen relaciones posibles…

Las actividades culinarias, con su alto grado de ritualización y su poderosa investición afectiva, son para las mujeres de todas las edades un lugar de placer, de felicidad, de invención. "Cocinar es una manera de unir materia y memoria, vida y ternura, instante presente y pasado lejano, invención y necesidad, imaginación y tradición, gustos, olores, sabores, formas, consistencias, actos, gestos, movimientos, cosas y gentes, calores y sabores, especias y condimentos. Las buenas cocineras nunca están tristes ni desocupadas, ellas trabajan para crear el mundo, para hacer la alegría de lo efímero, no hacen más que celebrar las fiestas de los grandes o de los pequeños, de los sabios y los locos, los maravillosos reencuentros entre hombres y mujeres que comparten el vivir (en el mundo) y el cubierto (en la mesa), gestos de mujeres, voces de mujeres."(6)

Hablar, la palabra cruza por la mujer. No en vano se dice "lengua materna" la que todos hablamos, la que nos donó la madre. Es ella quien enseña los primeros sonidos: son música que se hace murmullo, que se hace palabra, palabras que designan mundo. Y en la palabra está la referencia, y también el misterio y la resistencia. En poblaciones primitivas en que los hombres hablan un lenguaje diferente al de las mujeres para marginarlas de su mundo, la iniciación de este lenguaje en los muchachos pasa por la mujer, quien nunca "utiliza" ese idioma, pero sí lo conoce.

Pero también está el uso de la palabra. De una parte, el parloteo, la charla, el arte de conversar del cual las mujeres somos maestras. Y con-versar es poner versiones en conjunción, es ahí donde la mujer tiene la posibilidad de imaginar y construir mundos diversos y múltiples. De otra, está el relato, ese cuento que toda madre, arrullando, cuenta a sus hijos. Y sabemos que no hay pueblo sin relatos y éstos se mantienen vivos porque se siguen contando. Y en cada nuevo relato, la invención y la imaginación se ponen en juego. Relatar es actualizar de nuevo la tradición. Es volver sobre lo mismo siempre de manera diferente. Es donde deseo y memoria, imaginación y voz entran en juego.

Es en estas prácticas donde la mujer se pone en femineidad y puede impregnar las múltiples formas de comunicación. Pensamos que por estas prácticas ha pasado el desplazamiento del modelo informacional de la comunicación –diríamos de corte masculino–; esto es, el modelo técnico, lineal, casi mecánico, que privilegia la funcionalidad, el mandato, el orden, donde el éxito comunicativo está en hacer que el otro diga (repita) lo que yo he dicho, por una comunicación comprendida más por el modelo de red, de laberinto, necesario de recorrerlo, de habitarlo para, conjuntamente con el otro, construir mensajes.

Creemos que es a través de estas prácticas cotidianas de la mujer como la femineidad se ha ido configurando en proyecto cultural.

Femineidad: figura de nuestra modernidad

Si algo reivindica el "desencanto" propio de este final de siglo es precisamente esta perspectiva femenina (no feminista) siempre existente pero no necesariamente siempre presente que se realiza desde la mujer pero que también atraviesa el ser hombre, esa femineidad propia de todo sujeto humano.

Son muchos los ámbitos en que se pone en juego esta femineidad que pone en jaque a la "racionalidad" de corte masculino.

La reflexión de la Iglesia Católica está pasando por ahí. El recién fallecido jesuita hindú, Sebastián Kappen, en un artículo póstumo rescata los movimientos de las poblaciones marginales, muy especialmente los de las mujeres como opciones de vida naciente y muestra cómo "solo una espiritualidad capaz de sintetizar eros y agapé podrá responder a los retos propios de la femineidad y de las preocupaciones ecológicas de nuestros días" que ponen la Totalidad, no al absolutismo, no a las monoculturas como horizonte de sentido".(7)

Las ciencias, aun las más "duras" como la geometría y la física, van descubriendo nuevas formas a mi juicio más cercanas a la esencia femenina: la geometría fractal que pone en crisis la tradición euclidiana; la teoría del caos, de las catástrofes, de las formas informes que re-conocen el desorden, el movimiento, las estructuras disipativas frente a la rigidez de un orden estable e inmóvil. En las artes esto se hace aún más evidente: música que trabaja con los ruidos y el silencio, arquitecturas basadas en los principios del decontructivismo, obras de arte que ya no son pintura, ni escultura, son instalaciones, acontecimientos, "performances"; la literatura que no solo pone en juego la levedad, la multiplicidad, visibilidad –en términos de Calvino– sino que muy especialmente en nuestro continente se realza el sentido de lo femenino, como son Aura o Constancia, de Fuentes; Ursula o Angela Vicario de García Márquez; Rosario, de Carpentier; Susana San Juan, de Rulfo, por solo mencionar algunas.

Es la mujer que encarna el deseo, la mujer-utopía, la mujer-mito, la mujer valiente, la mujer que anuda, la mujer-voluntad, como bien nos lo dice la escritora barranquillera, Marvel Moreno: "Lina no podía comprender la dialéctica que había conducido a Tía Eloísa a elaborar aquella escala de valores desde la cual se colocaba por encima de las contingencias de la mujer corriente, rechazando al mismo tiempo las mistificaciones de los hombres. Tal vez porque reposaba en una paradoja cuya clave nunca le quiso dar, dejándole apenas entrever, a guisa de explicación, que detrás de la aparente ligereza de sus razonamientos, y el alegre desenfado de sus conclusiones se ocultaba una voluntad de acero con la que había afrontado todos los problemas inherentes a la condición masculina hasta conquistar, curiosamente, el privilegio de asumirse como mujer."(8)

Y cuando el paradigma dicotómico (cuerpo/espíritu; sujeto/objeto; naturaleza/cultura, etc.) que separa y opone el hombre a la mujer parece ir cediendo a una lógica relacional triádica inspirada en los trabajos de Charles Sanders Peirce(9) que reemplaza la disyunción por la conjunción, es imposible seguir asumiendo "hombre mujer" en oposición. La relación es justamente la que marca la posibilidad de la diferencia y distinción, pero que solo se posibilita y realiza en cooperación.

Es este el mismo proceso que están viviendo nuestros pueblos frente a la potencia mundial que al querer afirmar su identidad luchan por el respeto y el reconocimiento de las diferencias. Quiero aquí retomar una petición de Carlos Fuentes como iberoamericano a los Estados Unidos que considero es la misma que en palabra de mujer se hace a los hombres: "Sin embargo para seguir siendo gran potencia en el siglo venidero, los EE.UU. (digo yo, "los hombres") tienen que reconocer los tiempos ajenos, es decir las culturas, y respetarlos. Nadie les pide ni intervención ni abstención. Todos les pedimos cooperación, respetuosa, solidaria, despojada de una arrogancia que siempre fue intolerable pero que hoy resulta ridícula pues no tiene más sustento que el autoengaño.(10)

Referencias

1. Alain Touraine. Crítica de la modernidad. México, F.C.E., 1994, p. 237.
2. Cfr. Gianni Vattimo, (ed.). El pensamiento débil. Madrid, Cátedra, 1988.
3. Carlo Carozzo. Mística y crisis de las instituciones religiosas en Concilium, 254, agosto de 1994, pág. 618.
4. Michel de Certau. (trad. Jaime Rubio A.) Usos y tácticas de la cultura ordinaria en Signo y Pensamiento, 9, 1986, p. 70.
5. Cfr. M. de Certau. L’invention du quotidien, con L. Giard y P. Mayol, Habiter, cuisinier. Paris, Union General d’Editions, 1980.
6. Ibid, p. 230.
7. Sebastián Kappen. Espiritualidad en una nueva era de reconolización en Concilium, 254, agosto de 1994, p. 639.
8. Marvel Moreno. En diciembre llegaban las brisas, Barcelona: Plaza y Janés, 1987, p. 110.
9. Cfr. Charles S. Peirce. Collected Papers. Harvard University Press, 1931-35. Existe un trabajo mío al respecto: Ser-signo-interpretante. Bogotá, Significantes de Papel Ed., 1993.
10. Carlos Fuentes. Valiente mundo nuevo. México, F.C.E., 1990, p. 102.

Alteridades

Artículos publicados en esta serie:

(I) Las otras del "otro sexo" (Rita Gutiérrez-Ros, Nº 118)
(II) Homosexualidad y discurso sobre Sida (Carlos B. Muñoz, Nº 120)
(III) Sexo Seguro: ¿una nueva cultura gay? (Carlos B. Muñoz, Nº123).
(IV) El Río de la Plata. Sociedades de racismo sutil. (Teresa Porzecanski, Nº126)
(V) Invirtiendo el telescopio (Kaija Kaitavuori, Nº 131)
(VI) El caso de Paraguay, Tiempo y cultura (R. L. Céspedes- J. N. Caballero Nº 143)
(VII) Africa en la cultura de América (Gerardo Mosquera, Nº 144)
(VIII) El monstruo homosexual (Carlos Basilio Muñoz, Nº 146)
(IX) Los litos grabados del Solís Grande (Daniel Vidart, Nº 148)
(X) La santa inquisición, In nomine domine (Pablo Ney Ferreira, Nº 149)
(XI) Entre la ficción y la inquietud. ¿Cuál es nuestro pasado? (Mario Consens, Nº 159)
(XII) Ser mujer, ser judía (Merle Bachman, Nº 160)

 

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