Serie: Freudiana (XXXVII)

Conciencia y Castración

Carlos Sopena

 

¿El Edipo sucumbe a su propio fracaso por su imposibilidad interna o ante la amenaza de castración? Quizás no sea necesario dar una respuesta decisiva al respecto si se admite que la imposibilidad del incesto solo puede ser reconocida al ser mediatizada por la interdicción paterna y la amenaza de castración, amenaza que según Freud es una creencia que se instaura a lo largo de un proceso.

El campo de las creencias es muy diverso, no solo en cuanto a su contenido sino también al grado de adhesión a las mismas; si bien las hay fundamentalmente patológicas, que pueden llegar al delirio y la desorganización psíquica, otras, por el contrario, cumplen un papel en la regulación de la estructuración subjetiva y favorecen el ingreso del individuo en el orden social, que está basado en una serie de normas y de creencias que configuran la identidad colectiva.

La incredulidad, por su parte, puede expresar una perturbación de la creencia, tal como ha afirmado J.B. Pontalis (1978), poniendo como ejemplos la duda insistente del obsesivo, la desconfianza sistemática del paranoico, o la falta de creencia del histérico en sus propias representaciones, que él mismo considera que son puro teatro.

¿De dónde proviene esta perturbación de la creencia de la que se observan manifestaciones tan variadas en la clínica? Trataré de proponer una respuesta a esta pregunta al considerar las relaciones de la creencia con el Edipo y la castración.

La creencia en la amenaza de castración

Hay una primitiva creencia infantil según la cual todos los seres son fálicos, aún los objetos inanimados. Cuando cae la creencia en el falo de la madre, la madre castrada y deseante puede convertirse en un vacío devorador y hay que protegerse de esa enorme fuerza de atracción para no ser absorbido.

La protección más efectiva la proporciona la prohibición del incesto, que amenaza con la castración. La situación peligrosa queda entonces definida y organizada en torno al fantasma de castración, que es un miedo con nombre, que al contener y atenuar la angustia le impide desarrollarse más allá de ciertos límites.

Todo depende de que sea reconocida por verdadera la interdicción del incesto y sea respetada. Pero si la interdicción protectora no está firmemente establecida, habrá que recurrir a procedimientos mucho más complicados y de probada eficacia patógena. Como es sabido, la defensa perversa consiste en la creación de un fetiche que permite desmentir la castración materna al precio de un clivaje patológico del yo. Las neurosis, sin llegar a esos extremos, producen inhibiciones, síntomas y angustias que pueden funcionar como barreras o límites entre el sujeto y el cuerpo de la madre.

En "El sepultamiento del complejo de Edipo" Freud comienza diciendo que el Edipo sucumbe a su propio fracaso, por su imposibilidad interna: la ausencia de satisfacción aparta al niño de su inclinación sin esperanzas. Pero más adelante afirma que el complejo sucumbe a la amenaza de castración, es decir, debido a influencias externas. Son dos cosas distintas, pues si bien la imposibilidad es cierta, la amenaza de castración es algo probable, y lo probable solo tiene un valor para quien crea que lo tiene. Freud agrega que esta creencia se instaura a lo largo de un proceso, pues al principio el niño no presta creencia ni obediencia a la amenaza, hasta que finalmente su incredulidad se quiebra al percibir los genitales femeninos.

Tenemos entonces que la imposibilidad del incesto solo es reconocida a través de una interpretación imaginarizada de la misma, al ser mediatizada por la interdicción paterna y la creencia en la amenaza de castración. Lo imposible se transforma en algo prohibido. El niño no podría renunciar al objeto originario por su propia iniciativa, como resultado de experiencias frustrantes que lo dejarían sin esperanzas, por lo que el límite o el impedimento debe provenir de una intimidación externa. Pero, a su vez, para que la intimidación tenga resonancia interna debe existir una disposición favorable en el sujeto a percibirla como un peligro real.

El Edipo promueve al padre como rival y como agente de la castración y a la madre como objeto prohibido en el lugar del objeto faltante, por lo que la imposibilidad se transforma en un conflicto entre el deseo y la interdicción. La interdicción por un lado frustra pero por otro protege, pues permite mantener las distancias tanto con la madre como con el padre, lo que da cierta seguridad básica. Por lo demás, como la interdicción es el soporte del deseo, mantiene intacta la esperanza, pues permite soñar con realizar las aspiraciones sentidas como prohibidas.

La amenaza de castración es una cosa muy distinta al horror a la castración real que podría infligir el padre todopoderoso. Según el mito freudiano, es precisamente cuando ese padre terrible está muerto, es decir, cuando ya no puede hacer nada, que su palabra adquiere verdadera autoridad y va a quedar inscrita en el propio yo del sujeto bajo la forma de la instancia superyoica (M. Borch-Jacobsen, 1989).

La autoridad del padre trasciende a su persona pues emana de lo social y la renuncia al incesto debe ser admitida como un tributo a pagar para advenir como sujeto e integrarse en los vínculos sociales, formando parte de un mundo humano. Es al padre muerto y culpabilizador al que el hijo obedece, no tanto por sometimiento a un ser poderoso y temido como por el sentimiento de haber cometido una falta y por respeto ético. Se trata de una obediencia retrospectiva, como dice Freud, inspirada en un sentimiento de culpabilidad derivado del vínculo ambivalente con el padre admirado, odiado y temido.

Lo que ocurre con los neuróticos es que no terminan de dar crédito a la interdicción y de interiorizarla, aunque no la ignoren, y en esto desempeña también un papel la manera en que sus progenitores hayan resuelto su propia conflictiva edípica. El neurótico cree, de alguna manera, que la realización del incesto sería posible, creencia que es expresión de un anhelo regresivo y letal. Esta creencia lo pierde, pues debido a ella no solo queda fijado al objeto originario sino que se echa encima un superyó severo y deberá crearse fobias u obsesiones, o mantener su deseo permanentemente insatisfecho, para evitar que lo que supone posible se cumpla. La neurosis es una manera de protegerse del incesto sin renunciar a él admitiéndolo como imposible.

La contradicción inherente a toda creencia

Desde el punto de vista psicoanalítico, la creencia se basa en el deseo y es una defensa contra la angustia. La creencia da organización y sentido y permite protegerse de la irrupción del sinsentido y el caos al brindar una posibilidad de simbolizar la angustia que esta irrupción produce.

En "Más allá del principio de placer" Freud dice que los pueblos primitivos desconocen la idea de la muerte como algo natural por lo que atribuyen toda muerte que se produzca entre ellos a la influencia de un enemigo o de un espíritu maligno. Creer que la muerte solo acaecería por obra de una voluntad ajena es una manera de negarla como hecho natural, fortuito, que cuestiona nuestro narcisismo y nuestras fantasías omnipotentes.

El ser humano tiene la tendencia a negar la muerte y el infortunio común, ordinario, en el que todas las singularidades quedan abolidas, ya que esas condiciones son las mismas para todos, aún cuando tomen para cada uno incidencias completamente particulares. Es muy difícil admitir la contingencia de la adversidad, es decir, una adversidad anónima, despersonalizada, sin intenciones. En la paranoia siempre hay un perseguidor personalizado, con intenciones. Y en la neurosis el infortunio común es convertido en una "miseria neurótica", es decir, en una forma particular, no compartida, de ser desdichado, de la que siempre habrá un responsable, o bien un otro o bien el propio objeto.

Decía antes que la creencia está animada por un deseo, y hay que agregar que ese deseo en último término es inevitablemente contradictorio, debido a la discordancia en el interior de las pulsiones. A causa de ello, toda creencia es intrínsecamente tan contradictoria como el deseo en el que se origina. Es por eso que se afirma que la creencia se da sobre un fondo de incredulidad, por lo que no creemos del todo en aquello mismo que creemos.

Esta contradicción hace que entre creencia e incredulidad exista una región imprecisa en la que arraiga la duda. Las creencias más evolucionadas son las que mejor toleran el cuestionamiento y la duda, mientras que las más regresivas e inconsistentes son las defendidas con mayor fanatismo, como si se tratara de verdades supremas que no deben ser contrastadas con otras ideas ni con la realidad.

El problema que plantean las creencias no reside tanto en su contenido como en que mantengan o no un espacio potencial para la duda y pueda ser trabajada su contradicción interna. Es de lo que carecen las creencias totalitarias, en las que no hay lugar para la incertidumbre y que en casos extremos son expresión de una convicción delirante que se impone al sujeto, que en realidad se convierte en objeto de una creencia.

En tanto que protección contra el vacío y el sinsentido, la creencia se desliza frecuentemente hacia una fetichización. El fetiche, a pesar del conocimiento de la castración, permite preservar la creencia en el falo materno, mediante un proceso de escisión entre dicha creencia y la relación con la realidad, lo que da lugar a la presencia simultánea y clivada de una afirmación negativa y otra positiva. La coexistencia de dos afirmaciones contradictorias está fuera de toda lógica y deberán mantenerse disociadas para que la renegación se sostenga, razón por la cual este tipo de creencias no puede tomar contacto con su contradicción interna.

La investidura narcisista de una creencia determina que sea identificada con la imagen del yo, de manera que la propia identidad se define por aquello en lo que uno cree. El creyente defenderá entonces a ultranza su creencia para preservar su frágil sentimiento de identidad, que se ve amenazado por las creencias sostenidas por otros. Se incurre entonces en un reduccionismo maniqueo que da lugar a disputas entre creencias contrarias, de manera que la carga de tensión conflictiva que alberga la propia creencia, su secreta contradicción interna, es arrojada hacia afuera y transformada en un conflicto entre creencias absolutas y opuestas.

La creencia, la ciencia y la vida

Las creencias pueden ser relacionadas con las distintas etapas de la evolución filogenética, que Freud equiparó con las del desarrollo personal. En la etapa animista, que corresponde con el narcisismo, la creencia está asociada con la magia. En la era religiosa, vinculada con la infantilismo y el mantenimiento de la omnipotencia parental, la creencia se confunde con la verdad revelada o la fe. Y en la era científica, la creencia se relaciona con el saber.

Un ejemplo claro de creencia en el saber lo encontramos en "Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica", que Freud escribió en 1910. El entusiasmo despertado por los logros de la novel ciencia lo lleva a figurarse que el progreso del conocimiento psicoanalítico tendrá repercusiones no solo en el individuo sino también en la masa, y que al hacerse notorio para todo el mundo el sentido general de los síntomas, la condición de enfermo se volverá inviable. Imaginaba por ese entonces que al ser elucidados los secretos de los procesos anímicos ya no sería posible ocultar algo y que todo síntoma encontraría inmediatamente su interpretación. Habrá un largo recorrido hasta llegar a "Análisis terminable e interminable", en que el exagerado optimismo de la primera época habrá desaparecido.

La ciencia, que busca la precisión, la certidumbre, basadas en la razón y en hechos objetivos, no puede abarcar todo el campo de lo real, y aquello que escapa a su control puede encontrar una simbolización a través de la creencias.

En "Más allá del principio de placer" Freud expresa que, por desdicha, rara vez se es imparcial cuando se trata de las cosas últimas, de los grandes problemas de la ciencia y de la vida. Añade que cada uno está dominado por preferencias hondamente arraigadas en su interioridad, que, sin que se lo advierta, son las que se ponen por obra cuando se especula.

Freud lamenta aquí la existencia de prejuicios o creencias que se infiltran en la investigación intelectual y obstaculizan su progreso. El empeño en edificar una ciencia no contaminada por creencias puede ser perfectamente legítimo, aunque tal vez sea un producto de los entusiasmos de la razón. No es sencillo separar el dominio del saber del de la creencia, pues entre ambos hay una zona imprecisa en la que no hay ciencia pura ni pura creencia.

Los problemas de la ciencia tampoco coinciden con los de la vida, pues no encajan bien los unos en los otros. Una cosa es la ciencia como sistema riguroso de nociones y otra cosa es la práctica científica, así como tampoco son homogéneas la creencia instituida y la creencia vivida. En esta dualidad tanto de la ciencia como de la creencia reside el carácter problemático de cada una de ellas, su recíproca insuficiencia, a partir de la cual pueden llegar a articularse entre sí. Nuestras convicciones científicas serían el resultado de un constante intercambio que se produce en esa zona de encuentro entre la ciencia, la creencia y la vida.

Referencias

 

Freudiana
Artículos publicados en esta serie:

(I) La transferencia sublimada (Carlos Sopena, No. 131).
(II) ¿Cuánto de judío? (Alan A. Miller, No. 131).
(III) La mirada psicoanalítica. Literatura y autores. (Mónica Buscarons, No.131).
(IV) Génesis del "Moisés" (Josef H. Yerushalmi, No. 132)
(V) Sobre "Las márgenes de la alegría" de Guimaraes Rosa (J. C. Capo,M. Labraga, B. De León, No. 132)
(VI) Un vacío en el diván (Héctor Balsas, No.132)
(VII) Génensis del "Moisés" (No. 132). Arte y ciencia en el "Moisés" (Josef H. Yerushalmi, No. l33)
(VIII) Freud después de Charcot y Breuer (Saúl Paciuk, No. 133)
(IX) El inconciente filosófico del psicoanálisis (Kostas Axelos, No. 133)
(X) Nosotros y la muerte (Bernardo Nitschke, No. 134)
(XI) Freud: su identidad judía (Alan Miller, No. 134)
(XII) El campo de los "Estudios sobre la histeria" (Carlos Sopena, No.135)
(XIII) Los Freud y la Biblia ( Mortimer Ostov, No. 135)
(XIV) Volver a los "Estudios" (Saul Paciuk, No. 136)
(XV) Psicoanálisis hoy: problemáticas (Jorge I. Rosa, No. 136)
(XVI) Freud y la evolución (Eduardo Gudynas, No. 137)
(XVII) Los aportes de Breuer (T. Bedó, I. Maggi, No. 138)
(XVIII) Breuer y Anna O.(Tomás Bedó-Irene Maggi No. 139)
(XIX) "Soy solo un iniciador" (Georde Sylvester Viereck, No. 140/41)
(XX) El concepto de placer (Ezra Heymann, No. 143)
(XXI) Edipo: mito, drama, complejo (Andrés Caro Berta, No. 145)
(XXII) Identificaciones de Freud (Moisés Kijak, No. 147)
(XXIII) Transferencia y maldición babélica (Juan Carlos Capo, No. 148)
(XXIV) Babel, un mito lozano (Juan Carlos Capo, No. 150)
(XXV) La pulsión de muerte (Carlos Sopena, No. 151)
(XXVI) Un rostro del "acting out" (Daniel Zimmerman, No. 152/53)
(XXVII) ¿Cuál es la casuística de Freud? (Roberto Harari, No. 154)
(XXVIII) El interminable trabajo del psicoanálisis (Ada Rosmaryn, No. 156)
(XXIX) El psicoanálisis y los conjuntos intersubjetivos (Marcos Bernard, No. 156)
(XXX) Freud en Muggia. Los fantasmas de la migración forzada (Moisés Kijak, No. 157)
(XXXI) Freud y los sueños (Harold Bloom, No. 158)
(XXXII) La sexualidad interrogada (Alberto Weigle, No. 159)
(XXXIII) Una historia de histeria y misterio (Juan Carlos Capo, No. 160)
(XXXIV) Freud y el cine (Daniel Zimmerman, No. 162)
(XXXV)
Investigación en psicoanálisis (Eduardo Lavede Rubio, No. 163)
(XXXVI) De la teoría a la ideología: problemas. La actuación ideológica (Saúl Paciuk, Nº 164/65)

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