Serie: Memoranda (XVI)

A 30 años
El mayo francés

Alfredo Alpini

 

Durante el decenio de los sesenta, en el seno mismo de las sociedades desarrolladas, las que experimentaban el mayor auge económico del siglo, se produjeron las últimas movilizaciones colectivas en pos de un objetivo común, siendo 1968 el momento en el cual las insurrecciones llegaron a su punto más álgido. Protagonizadas por las generaciones más jóvenes, estas rebeliones eran inexplicables para los dirigentes políticos y las generaciones anteriores.

Amén de que la "sociedad opulenta" se enorgullecía de sí misma, por los años 60, los ideales de la modernidad burguesa no se cumplían en todos sus términos: los jóvenes de la contracultura estadounidense se marginaban, la comunidad negra reivindicaba los derechos civiles y los estudiantes de todo el mundo se oponían a una sociedad tecnocrática, que según ellos, enajenaba a los hombres.

UN MOVIMIENTO MODERNO

Según lo entendemos nosotros, el denominado "mayo francés," fue la insurrección que representó más acabadamente las demandas de las movilizaciones de los años sesenta. Fue una insurrección que reclamaba cambiar la vida, derribar la organización jerárquica y burocrática de la sociedad capitalista, pero al mismo tiempo fue una revolución hedonista que apuntó a las subjetividades de los protagonistas.

La movilización obrero-estudiantil de Francia constituyó un movimiento moderno que, si bien reprobaba la modernidad burguesa, confiaba en la creación de una nueva sociedad basada en el optimismo y la solidaridad. En este sentido, fue un movimiento que creyó en el progreso y en el futuro, como lo creía la tradición marxista.

Sin embargo, el "mayo francés", al repudiar la sociedad tecnológica y autoritaria, se lanzó contra las jerarquías y las instituciones arbitrarias, postulando la libertad individual y la autorrealización personal. Estas reivindicaciones originaron nuevas aspiraciones que iban a contrasentido de las utopías colectivas, pues eran demandas individualistas.

REBELION EN LA "SOCIEDAD OPULENTA"

Eric Hobsbawm definió al periodo 1947-1973 como la edad de oro. En este periodo el capitalismo inició una transformación económica, social y cultural sin precedentes: "la mayor, la más rápida y la más decisiva desde que existe

el registro histórico".(1)

En los países desarrollados a lo largo de la década de los cincuenta, mucha gente comenzó a notar que su calidad de vida había mejorado de forma extraordinaria comparado con los años anteriores a la guerra. Sin embargo, fue cuando ya se había acabado el gran "boom", en los años setenta, cuando los economistas se percataron de que el mundo capitalista desarrollado había atravesado un periodo histórico excepcional. Fue la edad de oro de un cuarto de siglo de los angloamericanos o los "treinta años gloriosos" de los franceses. Y fue en los años sesenta de la llamada "sociedad opulenta" cuando se produjeron las mayores rebeliones para cambiar la sociedad.

El gran logro de Europa occidental lo constituyó un ritmo de crecimiento económico iniciado a principios de los cincuenta y que rápidamente superó los niveles anteriores a la guerra. Este crecimiento condujo a un largo periodo de prosperidad que alcanzó su esplendor en el siguiente decenio.

En 1960, con el 3% de la superficie terrestre y el 9% de la población, Europa occidental aportó una cuarta parte de la producción industrial y 40% del comercio mundial. En contraste con anteriores periodos de desarrollo económico europeo, esta vez los beneficios materiales fueron compartidos de modo mucho más equitativo. El pleno empleo, el arma secreta de la sociedad opulenta popular, no se generalizó hasta los años sesenta, cuando el índice medio de paro en Europa occidental se situó en el 1,5%.

Todos los países de la Europa occidental se beneficiaron de este largo periodo de prosperidad y, a mediados de los años sesenta, se habló del "final de la ideología". Los extremismos políticos, tanto de izquierda como de derecha, se habían terminado. Los votos por los partidos comunistas francés e italiano fueron estériles y, en comparación con las décadas de los veinte y treinta, los años cincuenta y sesenta (con la excepción de Francia antes que ascendiera De Gaulle al poder) constituyeron un periodo de estabilidad política.

La revolución tecnológica alcanzada en estos treinta años produjo enormes transformaciones en las pautas culturales de las personas. Paulatinamente, la antigua ética del trabajo fue siendo sustituida por la moral del consumo. Todos los engranajes del mercado se movilizaron en la dirección de consumir. Determinados bienes, que en épocas anteriores se reputaban como suntuarios o al menos privativos de una minoría, se abarataron a lo largo de los años sesenta y se generalizó su consumo. Fue el caso del automóvil, del teléfono, de los electrodomésticos. Los años sesenta fueron los años de la explosión de todos estos símbolos de la comodidad del hogar y del estatus personal.

El consumo masivo también alcanzó a los productos culturales. Apareció la noción de cultura de masas. Correlativo a este concepto, la sociología de la década de los cincuenta y sesenta se ocupó en gran medida de la "sociedad de masas" y redescubrió la idea de "alienación". La teoría de la sociedad de masas percibió en el mundo moderno la destrucción de los vínculos grupales primarios como la familia y la comunidad local, y observó cómo esos órdenes tradicionales fueron reemplazados por la "masa", en la que cada persona vivía de manera atomista y anómica(2).

LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y CULTURALES DE LOS SESENTA

La década de los sesenta constituyó la exasperación de la idea de progreso y de los ideales trascendentales. Pero a su vez fue la última década religiosa, en el sentido de creer posible lograr una nueva sociedad.

Los movimientos sociales y culturales que se produjeron en el mundo capitalista desarrollado fueron heterogéneos aunque muchos investigadores los suelen agrupar en un mismo plano. La contracultura hippie, el movimiento estudiantil, el movimiento por los derechos civiles de los negros, etc. fueron movimientos disímiles tanto por sus reivindicaciones como por sus adherentes. Quizás una característica les fue común a todos ellos: la percepción de que la sociedad podía cambiar. El cambio que postulaban se dirigía contra una forma de modernidad que había logrado afianzarse.

La modernidad triunfante fue el modelo liberal-burgués el cual impuso determinada cosmovisión del mundo -racionalista, empírica y pragmática-. Este modelo dominó no sólo la estructura tecnoeconómica sino también la cultura. La ética burguesa y el temperamento puritano, eran códigos que exaltaban el trabajo, la sobriedad, el freno sexual y una actitud ascética frente a la vida.

A esa ética burguesa se opuso, a mediados de los cincuenta en los Estados Unidos, la contracultura de la bohemia intelectual: la Generación Beat. Del mismo modo, el movimiento hippie de los sesenta ha sido interpretado como un desafío a la ética protestante y un ataque virulento a los valores burgueses. Pero el movimiento hippie, a diferencia del movimiento estudiantil o del de los negros, no fue en absoluto político. Los hippies no pretendían cambiar el orden político, simplemente se marginaban. La contracultura estadounidense se politizó cuando en octubre de 1967 algunos ex hippies crearon el Youth International Party, una agrupación marxista con marcada tendencia hacia la acción directa, encabezada por Jerry Rubin y Abbie Hoffman.

En los países capitalistas industriales de la década de los sesenta nadie esperaba ya una movilización de masas como la que protagonizaron los estudiantes. Las esperanzas revolucionarias se centraban solamente en el Tercer Mundo. Sin embargo, en el auge de la prosperidad occidental los políticos tuvieron que enfrentarse a acciones de masas que pusieron en jaque al gobierno y que cuestionaban la viabilidad de la civilización occidental.

En 1968-69 todo el mundo capitalista, y algunas partes del comunista, se vieron sometidas a oleadas de rebeliones protagonizadas por una nueva fuerza social: los estudiantes, cuyo número había ascendido desproporcionadamente con respecto a épocas anteriores. En el decenio de los sesenta, la enseñanza creció más que nunca en el conjunto mundial como resultado del extraordinario auge económico y de la explosión demográfica experimentada en la posguerra. En 1970 eran 482 millones los alumnos de todos los niveles en el mundo y cerca de 20 millones los profesores (sin incluir los datos de China, Corea del Norte y Vietnam). En el decenio de los sesenta, los alumnos se incrementaron en un 49% y los profesores en un 58% (3).

Este creciente número en la matriculación benefició a los estudiantes al aumentar su eficacia política. Eran fácilmente movilizables y disponían de mayor tiempo libre que los obreros de las fábricas. Se concentraban en las capitales a la vista de los políticos y al alcance de los medios masivos de comunicación.

Las movilizaciones de 1968 marcaron un hito en la edad de oro. Esas rebeliones estaban pautando que la sociedad occidental, organizada de esa forma, no era viable. Ese estallido simultáneo abarcó los Estados Unidos y México en América del Norte y casi todos los países de Sudamérica. En la Europa capitalista, las principales rebeliones se registraron en Francia, Italia, Alemania e Inglaterra; y en la Europa comunista se levantaron los estudiantes de Polonia, Checoslovaquia y Yugoslavia.

Aunque todas las movilizaciones estudiantiles del mundo desarrollado se caracterizaron por la movilización en masa del nuevo colectivo social que constituían los estudiantes, no todas revestían las mismas motivaciones, y tampoco buscaban los mismos objetivos. En Estados Unidos, la protesta hippie y la de los estudiantes se dirigía contra el reclutamiento para ir a pelear a Vietnam. También los estudiantes aspiraban a solidarizarse con la comunidad negra, cuyos intereses eran muy distintos a los estudiantes universitarios de clase media-alta. En Estados Unidos no hubo, como sí aconteció en Europa, principalmente en Francia, una alianza con los obreros.

No debemos descartar un factor común que afectó a todo el mundo, y que fue en muchas partes el detonador de las movilizaciones: la guerra de Vietnam. Este conflicto centró la atención mundial, lo que permitió acciones de masas, no exclusivamente estudiantiles. También las madres de los soldados estadounidenses se oponían a la guerra.

La movilización obrero-estudiantil europea, más radical e ideologizada que su par estadounidense, pretendía un cambio radical del modo de vida: pretendía cambiar la sociedad. Allí se encarnaron las últimas esperanzas del marxismo: la utopía salvadora del hombre. Y fue en Francia donde se produjo la máxima expresión de esta idea trascendente con la unión entre obreros y estudiantes en pos de la creación del Hombre nuevo.

EL 68 EN FRANCIA: el sistema educativo

El denominado mayo francés constituyó la mayor acción de masas que registró la historia francesa luego de la Segunda Guerra Mundial. Ciertamente, en un país rico en su capacidad productiva -ocupaba el cuarto lugar en el comercio mundial por el volumen de sus exportaciones-, en las comodidades accesibles a la población y en su cultura, nadie sospechaba tal movilización. Durante las rebeliones todos estos progresos de la civilización occidental fueron desdeñados y, el Estado, que perecía uno de los más sólidos, quedó paralizado.

Para comprender el mayo francés debemos explicar, previamente, la causa inmediata de la movilización. El detonador inicial fue la situación de la educación y las reformas que el gobierno gaullista pretendía realizar.

Las universidades francesas se habían retrasado con respecto al profundo cambio técnico y social que tuvo lugar después de la Segunda Guerra Mundial. En las sciences humaines, las cuales eran predominantes, los estudiantes eran educados dentro del pensamiento crítico, pero apenas tenían perspectivas de realización profesional.

Además, el sistema de enseñanza se enfrentaba con una explosión en el número de matriculados tanto en secundaria como en las universidades. El número de estudiantes franceses, al terminar la Segunda Guerra Mundial, era de menos de cien mil. Para 1960 estaba por encima de los 200.000, y en el transcurso de los diez años siguientes se triplicó hasta llegar a los 651.000. La consecuencia más inmediata de la expansión estudiantil fue una tensión creciente entre la masa de estudiantes y unas instituciones que no estaban preparadas para soportar tal afluencia. Un estudiante entrevistado por el escritor Carlo Fuentes decía al respecto: "Dicen que vivimos en la sociedad de la abundancia, pero en la universidad sólo hay abundancia de alumnos y carencia de todo lo demás. (...) No cabemos en las aulas y debemos escuchar las clases desde los corredores, a través de un sistema de magnavoces. Más de treinta mil estudiantes desean utilizar la biblioteca, pero sólo hay un cupo para quinientos lectores".(4)

En la medida en que grandes sectores de la población tuvieron oportunidad de estudiar, ingresar a la Universidad ya no era un privilegio de una minoría. Sólo la creación de centros pedagógicos que ofrecieran diplomas intermedios podía reconducir a la masa estudiantil fuera de la Universidad. Ante la inflación de la matrícula universitaria, se trasladó al secundario una barrera para desviar el flujo de jóvenes. Se pretendía orientarlos hacia instituciones de menor estatus y puestas al servicio de la producción. De este modo se esperaba que, para 1968, un cuarto de los bachilleres fuesen a los IUT (Institutos de tecnología).

Otra medida adoptada por el gobierno fue crear un mecanismo por el cual se transformaban los exámenes en concursos: la asignación de cuotas de estudiantes aprobables, manipulando cada umbral de paso. Su aplicación fue uno de los detonadores de la rebelión en los lyceés.

Todas estas medidas se conocieron bajo el nombre de "Plan Fouchet" y tenía como objetivo fundamental frenar el acceso masivo de jóvenes a las universidades humanísticas y conducir a una gran parte de los estudiantes hacia carreras técnicas al servicio del mercado y de la producción industrial.

EL INICIO: Nanterre y París

La Facultad de Letras y Ciencias Humanas de Nanterre, una de las Facultades de la Universidad de París, se creó con el objetivo de descongestionar La Sorbona y de establecer un complejo residencial universitario fuera de la capital. Para el año 1964 entraron los primeros dos mil estudiantes. En los años 1967-68 su número se elevó a casi 12.000.

Los incidentes estudiantiles en Nanterre se remontaban a noviembre de 1967 cuando una huelga con ocupación de aulas se inició para evitar el desarrollo de los cursos. Estas acciones fueron dirigidas por los estudiantes de Sociología y sus reivindicaciones eran puramente universitarias: protesta contra el sistema de equivalencias entre asignaturas implantado ese año que hacía perder el curso a varios estudiantes. Se protestaba también contra las condiciones en que deberían realizarse las clases prácticas y se pedía la aplicación de una ordenanza de 1945 que preveía la participación de los estudiantes en los consejos de la Facultad. La huelga se prolongó durante dos semanas produciéndose las bases de un enfrentamiento generacional y jerárquico entre profesores y estudiantes. Hasta este momento los conflictos eran de tipo universitario y no salían hacia fuera de la institución.

Sin embargo, el cuestionamiento de la sociedad entera se debió a la existencia en la universidad de un importante grupo de estudiantes politizados y principalmente de una organización estudiantil, la UNEF (Unión Nacional de Estudiantes de Francia).

En el primer trimestre de 1968 se hallaban activos en Nanterre seis grupos políticos y dos institucionales. Estos últimos eran la Asociación de Estudiantes en Letras de Nanterre (adherida a la UNEF) y la ARCUN (Asociación de residentes del Complejo Universitario de Nanterre), movimiento en pro de la libertad de circulación de ambos sexos en los pabellones de mujeres y varones. Los restantes grupos políticos eran:

-El CLER (Comité de Relación de Estudiantes Revolucionarios), fundado en 1961 y que en abril se transformó en FER (Federación de Estudiantes Revolucionarios).

-Las J.C.R. (Juventudes comunistas revolucionarias) fundadas a principios de 1966 por un grupo de estudiantes en Letras de la Sorbona que habían sido expulsados de la UEC (Unión de Estudiantes Comunistas, rama estudiantil del Partido Comunista).

-La UJCML (Unión de Juventudes Comunistas Marxistas-Leninistas, conocida por los ML), fundada en noviembre de 1966.

-Los "Comités Vietnam" estaban formados por todos los estudiantes de izquierda.

-El "Movimiento 22 de marzo" comprendía a los estudiantes anarquistas. Esta agrupación estaba liderada por Daniel Cohn- Bendit.

-La Internacional Situacionista, quienes fueron los primeros en sublevarse en Nanterre.

Antes de la explosión del mayo francés, la gran masa de estudiantes permanecía ajena a estos grupos y a sus métodos. Fue sólo a raíz de la intervención y represión policial en las universidades, cuando estos grupos tomaron la iniciativa de las movilizaciones masivas.

Antes de la crisis de mayo, los estudiantes cuestionaban principalmente la institución académica y la calidad de la enseñanza, no cuestionaban, todavía, las raíces y los principios del sistema capitalista. Sin embargo, será muy sencillo para los estudiantes pasar de cuestionar a la Universidad dentro de la sociedad capitalista, a cuestionar por entero ese sistema, del cual la Universidad formaba parte.

El decano de Nanterre ordenó el cierre de ese centro de estudios el 2 de mayo. Los estudiantes se vieron obligados a trasladarse al Barrio Latino, donde reforzaron las tensiones ya existentes. El 3 de mayo, alrededor de 500 jóvenes se reunieron en el patio central de La Sorbona para protestar contra el cierre de la Facultad de Nanterre. Las autoridades universitarias, alarmadas por la manifestación, acudieron a la policía, la cual desalojó a los estudiantes de la Universidad. Los jóvenes se enfrentaron a la policía y se formaron las primeras barricadas. Por la noche había un balance de 600 personas detenidas en las comisarías, de las cuales 27 quedaron detenidas y 4 condenadas a prisión. Había más de 100 heridos y 20 hospitalizados.

El primer ministro Pompidou trató de restablecer la legitimidad del gobierno ante una opinión pública resentida. Pompidou adoptó una postura reconciliadora. Abrió la Sorbona retirando a todas las fuerzas policiales del Barrio Latino. También dejó entrever una posible amnistía para los estudiantes detenidos en las manifestaciones. El 13 de mayo, el diario "El Día" informaba a los uruguayos que: "Los estudiantes de París obtuvieron en algunos días de lucha lo que los partidos de oposición no habían conseguido obtener en diez años: hacer ceder al régimen gaullista. (...) Las concesiones que hizo anoche por radio y televisión el primer ministro Georges Pompidou al movimiento estudiantil se consideran generalmente como un reconocimiento de los errores de evolución cometidos en los últimos días por las autoridades gubernamentales y como un gran éxito para los estudiantes que desde el principio, contaron con la solidaridad de los docentes y después con la de todos los sindicatos"(5).

El estado de crisis era ya general. Los obreros imitando a los estudiantes, ocuparon las fábricas y se lanzaron a la huelga general. Los intelectuales, por su parte, aspiraban a una alianza formal con la clase trabajadora. En esta fase de las movilizaciones, la crisis no afectaba solamente a la Universidad, sino que se cuestionaba la sociedad capitalista por entero. Los acontecimientos sobrepasaron lo límites universitarios y se convirtieron en una aspiración, más por parte de los estudiantes que de los obreros, por cambiar la sociedad.

ESTUDIANTES Y OBREROS: LA HUELGA GENERAL

El 11 de mayo, por primera vez desde la instalación de la V República, todos los sindicatos lanzaron una orden unánime de huelga de 24 horas que se realizó el lunes 13 en toda Francia. Desde 1958 solamente se habían realizado huelgas de no más de cinco minutos a una hora, en protesta por la guerra de Argelia.

La huelga tuvo un éxito formidable: 800.000 personas desfilaron por París. Mientras tanto toda Francia esperaba para el 18 de mayo el regreso de De Gaulle quien había partido de Bucarest hacia su país, ante la grave situación imperante.

Para el sábado 19 de mayo más de cien grandes empresas, muchas de ellas estatales, seguían ocupadas por los obreros. La CGT (Central General de Trabajadores) logró imponer sus directrices a la huelga que tendía a desbordarse por las acciones extremistas de los estudiantes quienes según entendía el diario montevideano "La Mañana", "pretendían no sólo la revolución universitaria sino la revolución a secas"(6).

A cientos de fábricas y talleres ocupados desde hacía días, se sumaron posteriormente sectores de la industria, como el metalúrgico, y también el transporte marítimo, aéreo y ferroviario. Al teatro Odeón, ocupado por los estudiantes, se sumó el Teatro Nacional Popular, la Opera y la Opera Cómica, ocupada por actores y cantantes.

Mientras los obreros ocupaban las fábricas, la CGT tenía decidido dirigir la lucha hacia reivindicaciones económicas concretas.

Según los dirigentes del "Movimiento 22 de Marzo", existió un momento en que el país estuvo paralizado por las huelgas. Entonces se abrieron dos alternativas para la insurrección:

1) la toma revolucionaria del poder; o, 2) el camino de las simples reivindicaciones económicas: salarios, horarios, etc. La CGT y el PCF (Partido Comunista Francés) guiaron a la acción de masas hacia estas reivindicaciones tradicionales. En este sentido, los jóvenes, cuyas aspiraciones iban más allá de las reformas por vías parlamentarias, reprochaban al PCF de haber desaprovechado las condiciones revolucionarias.

En este momento de la movilización, dos actores sociales estaban en pugna: los obreros y los estudiantes. Por un lado, los primeros conformaban, según el Partido Comunista, una clase social con intereses objetivos. Sus reivindicaciones eran concretas y se dirigían al gobierno por mejoras salariales. En cambio, los estudiantes no eran una clase. Según J. P. Sartre, "se definen por una edad y una relación con el saber. El estudiante es alguien que, por definición, debe dejar de serlo un día (...)"(7) Cohn-Bendit enfatizaba en que los únicos que podían llevar "una revolución global"(8) en todos los órdenes -económico, político y cultural-, eran los estudiantes. Porque éstos, al no constituir una clase social, "¿quiénes son sus `opresores' sino el sistema entero?"(9).

El gobierno respondió a la huelga proponiendo reformas sustanciales en cuanto a sueldos y condiciones de trabajo, todo lo cual sería negociado en sesiones de urgencia. Las negociaciones comenzaron en Grenelle el 25 de mayo, en un clima exacerbado por el discurso que De Gaulle había pronunicado el día anterior y en el cual informó a la población la celebración de un referendum para ratificar su autoridad puesta en cuestión por el movimiento insurreccional. En Grenelle se consiguieron las mayores ventajas sindicales desde los tiempos de la Liberación.

El 27 de mayo, los líderes estudiantiles organizaron una reunión de masas en el estadio Charlety de París. Los trabajadores concurrieron en millares, lo que entusiasmó a los estudiantes acerca de una salida revolucionaria. Sin embargo, la decepción llegó cuando los líderes de la izquierda francesa no transformaban el ímpetu revolucionario en cambios verdaderos. El 28 de mayo, el jefe socialista François Mitterand anunció que presentaría su candidatura a la presidencia después que -según entendía él- De Gaulle fuera rechazado por el pueblo en el plebiscito programado para junio.

De Gaulle, luego del discurso televisivo del 24 de mayo, viajó a Baden-Baden el 29, sin informar de ello al gobierno, para hablar con el comandante en jefe del ejército francés en Alemania acerca de la posible "reconquista" de París ante los sucesos de los últimos días.

A pesar de las manifestaciones callejeras y de la fuerte alianza entre obreros y estudiantes, el 30 de junio De Gaulle ratificó su autoridad en el plebiscito.

LA REVOLUCION CULTURAL

Los obreros centraron sus reivindicaciones en cuestiones económicas. La Carta de la Sorbona, publicada por los estudiantes a raíz de los sucesos de mayo, parecería confirmar la incapacidad de los obreros para producir un ataque total contra el orden vigente: "El aburguesamiento de la clase obrera, disimulado por falsas reivindicaciones, ha sido un objetivo del capitalismo moderno"(10) Sylvanet Nihilno, integrante del Movimiento 22 de marzo, decía a los estudiantes de Carrara (Italia), el 20 de junio de 1968, que a diferencia de los obreros, "(...) en las calles [los estudiantes] expresaron que querían cambiar todas las estructuras de la sociedad actual".(11)

Según los jóvenes, los obreros no podían contribuir decisivamente al cambio social pues estaban integrados al sistema de dominación. Los estudiantes percibían que los obreros adultos exigían exclusivamente aumentos salariales. Pero eran sólo los obreros quienes podían paralizar la economía, y no los estudiantes. En este sentido, entendemos que la revolución que intentaron llevar a cabo los jóvenes estudiantes transcurrió en la esfera de la cultura, y no tanto en el orden económico y político. No obstante, su rebelión tuvo importantes repercusiones en estos dos ámbitos ya que los aumentos salariales y la renuncia de De Gaulle, en 1969, fueron producto de la movilización estudiantil.

La movilización estudiantil colocaba en una situación de insatisfacción al Partido Comunista pues la acción de masas se estaba realizando a espaldas de sus directrices, lo que ponía en cuestión su tradicional y autoproclamado puesto de vanguardia. La revuelta de los estudiantes no desembocó en la creación de un aparato político organizado y coherente, ya que no tenían ni un programa, ni el movimiento poseía una estructura. En una entrevista de la época, Sartre le decía a Cohn-Bendit que las autoridades del gobierno y del PCF "les reprochan que buscan `romper todo' sin saber (...) lo que ustedes quieren colocar en lugar de lo que demuelen". Y Cohn-Bendit contestaba: "¡Evidentemente! Todos se tranquilizarían, Pompidou el primero, si fundáramos un partido anunciando: `Todos éstos están ahora con nosotros. He aquí nuestros objetivos y he aquí cómo confiamos en alcanzarlos...' Se sabría con quién hay que vérselas y se encontraría la forma de enfrentarlo. No se estaría ante la `anarquía', el `desorden', la `efervescencia incontrolable'. La fuerza de nuestro movimiento radica justamente en que se apoya sobre una espontaneidad `incontrolable', que da el impulso sin buscar canalizarlo, y utiliza en su provecho la acción que ha desatado (...) La única ventaja del movimiento es justamente este desorden que permite a las personas hablar libremente, y que puede desembocar en cierta forma de autoorganización (...)"(12).

No sólo la insurrección se estaba llevando a cabo a espaldas del PC, sino que los estudiantes se negaban a crear una organización estructurada al estilo marxista ya que ésta engendraría jerarquías y por ende autoritarismo. Los estudiantes atacaban la racionalidad global del sistema que comprendía al capitalismo y la sociedad de consumo, pero también las asociaciones autoritarias y burocráticas como el PC y las centrales sindicales.

Quizás fue esta postura antijerárquica y antiautoritaria lo que llevó al fracaso de la movilización estudiantil, pues no se puede hacer una revolución al estilo moderno sin determinada disciplina organizativa. Esa libertad de expresión que proclamaban los estudiantes originará otro tipo de movimientos que no pretenderán cambiar la sociedad sino la vida cotidiana de las personas.

"CONTESTATION"

Más arriba dijimos que la cultura triunfante fue la de la modernidad burguesa, y ésta se constituyó como cultura dominante. Esta se basa en una racionalidad tecnológica-científica la cual produce la despersonalización de los sujetos. Frente a la cultura de la modernidad se levantó la protesta de los estudiantes. Así podemos caracterizar a la insurrección estudiantil como una contracultura, pero distinta -aunque con puntos en común- con la contracultura hippie. La contracultura estudiantil del mayo francés si bien rechazaba las premisas de la modernidad burguesa, fue una contestación moderna ya que proponía la construcción de una nueva sociedad y de un Hombre nuevo.

Este movimiento crítico de la modernidad asumió una forma de oposición antiinstitucional, no hacia un gobierno determinado, sino contra la organización de la vida impuesta por la sociedad industrial contemporánea.

Las proclamas contra la sociedad de consumo eran infinitas; desde graffitis en las paredes hasta panfletos distribuidos mano a mano. Un cartel de la Sorbona decía: "La revolución que se inicia pondrá en duda no sólo la sociedad capitalista sino la sociedad industrial. La sociedad de consumo debe morir una muerte violenta. La sociedad enajenada debe desaparecer de la historia. Estamos inventando un mundo nuevo y original. La imaginación ha tomado el poder"(13) .

Los estudiantes rechazaron también la racionalidad pragmática que imponía la ciencia y la tecnología a la vida de las personas. La Carta de La Sorbona decía "No queremos estar dirigidos por las leyes de la ciencia, ni por las de la economía, o los imperativos de los progresos técnicos".(14) La movilización estudiantil, a pesar de constituir un movimiento moderno, negaba las premisas sobre las que se basaba la modernidad: la ciencia y la tecnología. Al pragmatismo utilitario, los jóvenes oponían la imaginación creativa: "La imaginación toma el poder", "Todo es Dadá", "Creatividad, espontaneidad, vida", "Ser realista, pedir lo imposible".(15)

Podemos sugerir que estos graffitis, no obstante rechazar la racionalidad pragmática de la tecnología, lo que exaltaban no era más que el discurso del Hombre contra el de la despersonalización de la sociedad contemporánea.

Los graffitis además de ser una forma de expresión que circulaban por fuera del circuito comercial y masivo, también eran una forma de ocupar simbólicamente la ciudad, o sea, marcaban una presencia generacional. Además constituían un enfrentamiento a las pautas culturales de la burguesía. Muchos de ellos fueron una desacralización del patrimonio histórico de la modernidad. Durante las movilizaciones, los jóvenes mantuvieron apagadas las luces del "Arco del Triunfo" y ocuparon el teatro Odeón. "El Odeón constituye el símbolo de la cultura burguesa -decía Cohn-Bendit. Nuestra ocupación no va contra Barrault [director del teatro] sino contra lo que el Odeón representa para la burguesía"(16). Un graffiti en especial, quizás, resuma la concepción de estos jóvenes acerca de la ética burguesa: "La burguesía no tiene otro placer que el degradarnos a todos"(17).

El objetivo de los estudiantes del 68, como el de casi todos los movimientos de los años sesenta, era la emancipación del hombre: "La emancipación será total o no será"(18), decía otro graffiti en París. En este sentido, La Carta de La Sorbona postulaba el cambio del siguiente modo: "La revolución burguesa fue jurídica, la revolución proletaria fue económica. La nuestra será social y cultural, para que el hombre pueda devenir él mismo, y no se contente más con la ideología humanizante y paternalista"(19) [El destacado es nuestro].

DEMANDAS PERSONALES DEL MAYO FRANCES

La insurrección estudiantil de mayo del 68 no constituyó una revolución al estilo tradicional. Los jóvenes no podían derribar el sistema capitalista si los obreros sólo reivindicaban aumentos salariales. Es así que su accionar se dirigió principalmente a la esfera cultural y ética de la sociedad.

Los graffitis del mayo francés atacaban particularmente el autoritarismo y las jerarquías. Las inscripciones murales tenían propósitos macropolíticos en el sentido de querer cambiar radicalmente la sociedad: "No es preciso pensar revolucionariamente sino que son necesarios actos revolucionarios"(20). Así los jóvenes, antes que los obreros, contestan a las jerarquías. Los estudiantes rompen el hielo cuestionando la autoridad pedagógica de los profesores. Una inscripción mural decía: "Profesores vosotros sois tan viejos como vuestra cultura, vuestro modernismo es la modernización de la policía"(21).

Es en este momento donde percibimos que el antiautoritarismo, el cuestionamiento de las jerarquías y la reivindicación de la imaginación frente a la racionalidad abre el camino hacia otro tipo de demandas que serán las que darán origen a los movimientos posmodernos.

Muchos graffitis no hacen referencia a fines macropolíticos sino que se insertan directamente en el ámbito de la subjetividad de las personas: "El poder sobre tu vida lo tienes en ti mismo", "El sueño es realidad", "El arte está muerto, liberemos nuestra vida cotidiana", "Tengo algo que decir pero no sé que", "Construir una revolución es romper también todas las cadenas interiores", "Haced el amor y recomenzad".(22) Contrariamente a lo que se suele pensar de las consignas del mayo francés, éstas últimas no eran consignas políticas en el sentido tradicional, ni siquiera abogaban por terminar con las leyes represivas. No era la política ni las soluciones colectivas su objetivo, sino que esas leyendas pretendían hacer público sentimientos y deseos privados. O mejor, lograr una emancipación individual. Quizá la más expresiva de todas sea: "Tomo mis deseos por realidades, porque creo en la realidad de mis deseos".(23) No obstante estas consignas estar insertas en las movilizaciones colectivas y en declaraciones de grupos políticos, no eran en esencia rebeliones de las masas, sino expresión de la subjetividad.

"Lo personal es político", conocida consigna de las feministas, fue uno de los resultados del mayo francés. "Luchemos contra la fijación afectiva que paraliza todas nuestras potencialidades"(24), firmaba en una pared el Comité de Mujeres en vías de Liberación en 1968. La movilización estudiantil había abierto las puertas a nuevas demandas que serán las protagonistas de la posmodernidad. En este sentido decía el militante estudiantil Serge July: "Ahí radica la importancia de Mayo del 68, en la rebelión de una parte de la sociedad, la reivindicación de nuevas relaciones sociales, la exigencia de cambios radicales (...) en las reivindicaciones de las mujeres y las demandas de los inmigrados para formar comunidades culturales específicas"(25).

El mayo francés portaba en su seno demandas que, entrados los años setenta, iban a reivindicar grupos específicos: las feministas, los homosexuales, los ecologistas, las minorías culturales, etc. Las demandas personales e intimistas de los grupos posmodernos no desean cambiar la sociedad como lo pretendían los estudiantes del 68, sino modificar las relaciones de la vida cotidiana. Estos movimientos reivindican intereses sectoriales y, por lo tanto, con escasa incidencia global. El mayo francés portaba utopías trascendentes junto a reivindicaciones personales y cotidianas.

En las asambleas de La Sorbona todos hablaban en primera persona, se incitaba a decir lo que pensaban, y no sólo lo que sabían. Se le concedía la palabra a todo aquel que la pidiera, se tuteaba a los profesores, y se desmoronaban los papeles sociales tradicionales. La misma actitud antijerárquica se expandía por las fábricas en huelga. Los estudiantes y jóvenes obreros cuestionaban la autoridad sindical y la del PC. En las huelgas no sólo se pedía aumento de salarios sino más responsabilidad para los trabajadores para transformar las relaciones jerárquicas. Decía un militante del Movimiento 22 de marzo: "Para nosotros el establecimiento de una sociedad sin clases pasa primero por la autogestión. Cuando los obreros retoman el trabajo se plantearán la pregunta: ¿Cómo y para quién vamos a retomarlo? ¿Podríamos hacer funcionar la empresa sin los patronos? Es preciso que la autogestión se instaure para destruir al capitalismo. (...) hay que evitar que al capitalismo lo sustituya un socialismo rígido. Al tomar los trabajadores en sus manos las responsabilidades no necesitan centralismo, organización, partido".(26)

En el mayo francés no sólo se aspiraba a terminar con la propiedad privada de los medios de producción, sino que se priorizaba también la libertad, en un sentido libertario del término. De este modo, la aspiración libertaria pesaba más que las ideas políticas o económicas. Se deseaba redefinir tanto la vida pública como la vida laboral según normas derivadas de la subjetividad y de la vida privada, donde las relaciones eran más flexibles y se entablaban cara a cara.

LAS REVOLUCIONES TRIUNFANTES

Aunque todos los movimientos políticos y sociales de los años sesenta no poseían la misma naturaleza, tenían rasgos en común: la sociedad que había engendrado el capitalismo no satisfacía a una gran parte de la población mundial. Los ideales de la modernidad burguesa -racionalidad, ciencia, tecnología y libertad- eran rechazados en todo el mundo. Estos movimientos percibían que los indiviudos estaban siendo manipulados o reprimidos por una sociedad tecnocrática que desconocía la esencia humana.

Según lo entendemos, el mayo francés, fue el que representó más acabadamente ese rechazo a la sociedad tecnológica industrial. Su crítica partió de una concepción moderna de la historia: la esperanza en la creación de una nueva sociedad sólo se podía lograr mediante acciones colectivas con otros sectores sociales. Existía un ideal que movilizaba a distintos sectores de la sociedad en vistas de un fin común. El mayo francés fue un movimiento utópico, pues creía en la superación de la naturaleza humana: se podía crear el Hombre nuevo. Para lograr cambiar al hombre y otorgarle significado a su vida, los estudiantes intentaron una revolución cultural. Estos jóvenes sintieron la necesidad de poner las organizaciones burocráticas y autoritarias al servicio del hombre y no al servicio de los requisitos del poder. Su intención revolucionaria fue cultural y no política. Los jóvenes ni siquiera tenían un partido político porque sabían que éste engendraría burocratización y autoritarismo, como todas las organizaciones que veían en la sociedad industrial: fábricas, el Partido Comunista, la Central General del Trabajo, etc.

Así comenzaron a luchar por la autogestión en las fábricas, a postular la antijerarquía y el antiautoritarismo como modos de vida. Con sus graffitis y eslóganes comenzaron a reivindicar la libertad personal, la satisfacción de los deseos y las realizaciones privadas. Y en este punto la movilización se apartaba de los objetivos comunes y de la utopía trascendental. La utopía y la creación de la nueva sociedad se realiza en el ámbito de lo público donde son necesarias la disciplina y las organizaciones para llevar adelante cualquier proyecto político. Al universo de lo público no se podía trasladar los deseos personales y el desarrollo de la personalidad individual. Fue en esta vertiente del mayo francés, que reivindicaba el desarrollo personal e individual, donde se instalaron nuevas demandas de grupos específicos: las feministas, los homosexuales, los ecologistas, etc. Estas demandas dieron paso a los movimientos de la posmodernidad, donde ya no existe una ideología capaz de movilizar colectivamente a las masas.

El mayo francés se nos presenta paralelamente con una doble vertiente; fue un movimiento moderno en cuanto a los ideales de la revolución clásica: huelga general, acciones colectivas, creación de una nueva sociedad. Sin embargo, portaba en su seno reivindicaciones intimistas. Este segundo aspecto derribó la ambición moderna de los ideales colectivos.

Podemos sugerir que el mayo francés se constituyó como un síntoma o un termómetro de lo acontecido en la esfera político-cultural de los últimos años del siglo. Para concluir podemos referirnos a las palabras de Cohn-Bendit, pronunciadas luego de 20 años de los sucesos de mayo: "Hoy en día, la idea misma de revolución ha desertado de la imaginación de nuestros contemporáneos. Hemos tenido que someternos al formalismo democrático. ¿Pero de qué democracia hablamos? Para mí, se trata de la que tiene la ambición de mejorar las relaciones cotidianas entre los hombres, entre las mujeres, entre los hombres y las mujeres, entre los hombres y los niños, que quiere iluminar nuestra vida cotidiana. Sin duda, precisamente por esa idea milito en el partido ecologista alemán..."(27)

Los ideales colectivos que aglomeraban a varios sectores sociales ya no existen. Hoy vivimos más en función de la vida privada y cotidiana que de la pública. Si la desaparición de las utopías comporta una tragedia no lo sabemos. Habría que preguntarse si las utopías, al indicarnos cuál debe ser el sentido de la vida histórica, no esconden un trasfondo totalitario. Y esto es válido tanto para la utopía liberal como para la marxista.

REFERENCIAS

1. Hobsbawm, Eric; "Historia del siglo XX", Barcelona, Crítica, 1996, p. 18.
2. Bell, Daniel; "Las contradicciones culturales del capitalismo", México, Alianza, 1994.
3. De Miguel, Amando; "Sociedad y cultura en los años sesenta". En: "Siglo XX. La década prodigiosa", nº 31, Madrid, Historia 16, p. 18.
4. Cuadernos de Marcha. "Los Estudiantes", nº15, julio 1968, p. 14.
5. El Día, 13 de mayo, 1968.
6. La Mañana, 19 de mayo, 1968.
7. Cuadernos de Marcha. "Los Estudiantes", op. cit., p. 29.
8. Entrevista realizada a Cohn-Bendit por el semanario Le Nouvel Observateur. En: Marcha, "La encrucijada de Francia", 24 de mayo, 1968.
9. Cuadernos de Marcha. "Los Estudiantes", op. cit., p. 29.
10. Ibid., p.94.
11. Sylvanet, Nihilno; "La Revolución de Mayo". En: "La insurgencia estudiantil en el mundo", Montevideo, Acción Directa, 1968, p. 68.
12. Cuadernos de Marcha. "Los Estudiantes", op. cit., pp. 27-28.
13. Ibid., p.11.
14. Ibid., p.95.
15. Las citas de los graffitis fueron tomadas por la revista "Los Huevos del Plata", (Mdeo., marzo 1969, nº13) del libro de J. Besancon "Les murs ont la parole", París, 1968.
16. Entrevista realizada a Cohn-Bendit por Piero Novelli para "Giornale di Sicilia", (8/6/68). En: "La insurgencia estudiantil...", op. cit., p. 111.
17. Graffitis recopilados por "Los Huevos del Plata", op. cit.
18. Ibid.
19. Cuadernos de Marcha. "Los Estudiantes", op. cit., p. 96
20. Graffitis recopilados por "Los Huevos del Plata", op. cit.
21. Ibid.
22. Ibid.
23. Citado por Hobsbawm, E.; "Historia del siglo XX", op. cit., p. 334.
24. Graffitis recopilados por "Los Huevos del Plata", op. cit.
25. Entrevista realizada a Serge July en 1985. En: Cohn-Bendit, D.; "La revolución y nosotros, que la quisimos tanto", Barcelona, Anagrama, 1987, p.116.
26. Cuadernos de Marcha. "Los Estudiantes", op. cit., p. 68.
27. Cohn-Bendit, D.; "La revolución y nosotros...", op. cit., p. 211.

 

 

En Uruguay, en el 68, la senda estaba trazada

En Uruguay, el camino lo había marcado el "Che". Y la palabra de Dios no se discutía. El representaba el ideal del "Hombre Nuevo". Pero ese hombre sería sólo UNO, no había más modelos para elegir. La receta de cómo pensar y vivir estaba ya confeccionada. Quien se atreviera a hacer una hermenéutica diferente de la verdad revelada, sería expulsado de la "sociedad de los utópicos".

Para los varones sesentistas, hacer un simulacro "guevarista" no resultaba demasiado difícil. El problema era para las mujeres: el "Che" era hombre, y encima barbado. Menudo problema para las féminas uruguayas. No importaba. La voluntad incluso podía contra la naturaleza. Si eran valientes y heroicas, la imagen pasaba desapercibida. Lo importante, en los sesenta, eran las ideas comprometidas, no la imagen. La imagen será asunto de jóvenes posmodernos.

La fe religiosa en los cambios colectivos de aquella muchachada pondría en ridículo a cualquier católico confeso. Incluso los calvinistas, tipos de los más duros en sus creencias, quedarían rebajados a unos indisciplinados. A la ética y cultura de la "burguesía" -término muy de moda por aquellos tiempos- le oponían una racionalidad mucho más global, firme y rígida. La fe los hacía disciplinados trabajadores por la causa revolucionaria. El "donjuanismo" era un pecado que conducía directamente al infierno. El casamiento estaba prohibido o, en el mejor de los casos, mal visto. Sin embargo, las uniones "libres" eran más duraderas que los matrimonios de los "burgueses", éstos por lo menos habían inventado el divorcio.

En síntesis, los sesentistas creían que la historia, la res gestae, esa masa de acontecimientos informe e incontrolable, era manipulable según un puñado de premisas marxistas. Algunos pocos veían la salida y el resto era el rebaño engañado que esperaba por la liberación. Pero lo tragicómico era que la gran mayoría no se quería liberar de nada.

Una vez que descubrimos las falacias de todas las posibilidades de salvación que Dios nos otorgó, se plantea la disyuntiva de qué hacer con las utopías trasnochadas.

 

Memoranda

Artículos publicados en esta serie:

(I) El centro y la periferia (Daniel Vidart, Nº122)
(II) Tres variaciones sobre el tema (Daniel Vidart, Nº 123)
(III) Recuerdo para la cordura (Laura Bermúdez, Nº126)
(IV) Oralidad y mentalidades en el Montevideo colonial (J. G. Milán, M. Coll, Nº 127)
(V) La pedagogía lingüística en la Banda Oriental del siglo XVIII (Claudia Brovetto, Nº130)
(VI) La revolución patas arriba (Simon Schama, Nº 134)
(VII) 1600: La revolución intelectual (Thomas Munck, Nº 135)
(VIII) Sexualidad en la Banda Oriental (Alfredo Alpini, Nº 140/41)
(IX) 1794: el fin del drama Robespierre ¿culpable de qué? (François Furet, Nº 146)
(X) Los "hachepientos" del 68 (Alfredo Alpini, Nº 147)
(XI) Una generación sin dioses, los jóvenes under (Alfredo Alpini, Nº 150)
(XII) Historia: un nuevo territorio (Ramón Destal, Nº 155)
(XIII) Prácticas matrimoniales de una subcultura (Alfredo Alpini, Nº 156)
(XIV) El mesianismo de Colón (Alain Melhou, Nº 161)
(XV) Los "huevos del Plata" y el 68 (Alfredo Alpini, Nº 167)

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