Serie: Freudiana (XL)

El objeto psíquico y sus destinos

Carlos Sopena

A pesar de que nada es más incierto que la distinción entre sujeto y objeto –en un principio el objeto de amor y el de identificación es el mismo– siguiendo a André Green podemos hacer una diferenciación entre un objeto fundamentalmente ligado al narcisismo o incluso a la investidura narcisista de objeto, y cuya pérdida sería generadora de un riesgo depresivo importante, y un objeto menos soldado al yo, más independiente, más exterior a él y que sería más reemplazable, más sustituible en todo o en parte.

Green añade que lo que significa un obstáculo para esas sustituciones es, por supuesto, la fijación, que tiene el efecto de acercar el objeto sobre el que recae a lo que se observa en la relación propia del objeto narcisista.

Por mi parte considero objeto psíquico o intrasubjetivo: 1) al objeto que pasa a formar parte del yo por el proceso de introyección; y 2) al objeto que el yo se apropia por el mecanismo fantasmático de la incorporación.

Tipos de objetos

Si deseamos destacar la diferencia entre objetos fundamentalmente narcisistas y objetos más externos y autónomos con relación al yo, podemos describir, en principio, tres tipos de objetos:

a) El objeto que ha pasado a formar parte del yo o del superyó. En este caso, el vínculo libidinal con los progenitores ha sido sustituido por identificaciones, lo cual es un proceso normal que está en la línea de la sublimación y de la superación del Edipo. No obstante, hay que tener en cuenta que puede haber identificaciones más consolidadas e integradas en el psiquismo y otras menos integradas debido a introyecciones fallidas, en cuyo caso no se habría resignado completamente el vínculo libidinal o éste podría ser reactivado por regresión.

b) El objeto que aún formando parte del espacio intrapsíquico conserva cierta diferencia con el yo; es un objeto del yo pero que no es el yo. Es un objeto que el yo se ha apropiado fantasmáticamente con miras a conjurar la pérdida o la falta del objeto. El objeto, a su vez, se apropia de parte de la libido del sujeto. En lugar del proceso de introyección simbólica del objeto, éste es incorporado y prosigue su existencia incluido en formaciones intrasubjetivas imaginarias. Al no realizarse el duelo del objeto infantil, el objeto sigue atrayendo hacia sí gran cantidad de catexia afectiva del sujeto, que es sustraída a la vida real.

c) El objeto irreductible a cualquier apropiación por el yo y que exige el reconocimiento de la diferencia y de la alteridad (A. Green, 1995). Esta relación con un otro verdadero está más allá del espacio narcisista imaginario. El objeto existe fuera de la zona de los fenómenos subjetivos, fuera del control omnipotente del sujeto y es algo más que un conjunto de proyecciones.

Puede decirse que en la neurosis una de las resistencias más difíciles de vencer es la que trata de evitar el pasaje de b) a c), es decir, de renunciar a los objetos infantiles a los que el sujeto se siente indisociablemente ligado en la fantasía, en un interminable juego narcisista e incestuoso, para pasar a un tipo de vínculo más arriesgado y comprometido, en que el objeto podría ser reemplazable y perecedero.

La imago

El concepto de imago fue el primero utilizado para designar la supervivencia del objeto en el inconciente. El término fue adoptado por Jung, que lo tomó de una novela de ese título del escritor suizo Carl Spitteler. Imago es la representación inconciente constituida de imágenes infantiles, cuya incidencia en el desarrollo del sujeto determina tanto su personalidad como sus relaciones con sus semejantes. La imago está relacionada con la función estructurante de los complejos, particularmente el Edipo y los procesos identificatorios. Jung prefirió el término técnico imago al de complejo, utilizándolo por primera vez en "Transformaciones y símbolos de la libido", de 1911. Pero más tarde sustituyó la imago por el arquetipo, poniendo énfasis en los motivos impersonales, colectivos.

La imago es una representación inconciente cargado de valor afectivo, que se refiere a una persona o a parte de una persona, a los primeros objetos. Por ejemplo, la imago materna o la imago del seno materno. No se trata del doble imaginativo de una cosa real, externa. No es imagen, es imago, perteneciendo por definición al reino del inconciente.

La representación inconciente de objeto es lo que del objeto queda inscrito en los sistemas mnémicos. Es la huella mnémica. Es algo distinto a representarse subjetivamente un objeto, que es el uso que hace del término representación la filosofía clásica. Lo que queda registrado es una marca, una impresión del objeto, que es lo que se busca reencontrar, en espera de un objeto externo que venga a colmar la huella de la falta. Hay siempre discordancia del objeto encontrado con el objeto buscado, lo que hace que el objeto se presente siempre como perdido.

En "La dinámica de la transferencia" Freud dice que la imago determina las expectativas libidinosas de la persona. La imago da como resultado un clisé o varios, clisé que se repite y que es reimpreso de manera regular en la trayectoria de la vida. En la transferencia el analista es el delegado de la imago, y su investidura se anudará a uno de los clisés preexistentes en el inconciente del paciente.

El término imago tuvo auge durante las primeras décadas y dio su nombre a la primera revista psicoanalítica. A partir de los años treinta da la impresión de haber ido siendo sustituido por el término "objeto interno", acuñado por M. Klein, aunque no fuera ésa la intención de esta autora. De cualquier manera, la imago continúa siendo mencionada en los escritos psicoanalíticos hasta la actualidad.

J. Lacan hizo de la imago un concepto fundamental en sus primeras obras, cuando se ocupaba principalmente del estudio de lo imaginario. En su artículo sobre los complejos familiares (Lacan, 1938) designa a la imago como el objeto psíquico. Afirma allí que la sublimación de la imago materna, que está anclada en las profundidades del psiquismo, se revela particularmente difícil, como es manifiesto en la atadura del niño a las faldas de la madre y en la duración a veces anacrónica de ese vínculo. En la medida en que su sublimación fracasa, la imago, saludable en el origen, deviene factor de muerte.

En "Propos sur la causalité psychique" (Lacan, 1947) la imago es definida como el objeto mismo de la causalidad psíquica. La imago permite a Lacan explicar la génesis puramente psíquica, no biológica, del desarrollo subjetivo, relacionándola con los fenómenos de captación identificatoria constitutivos de la imagen del cuerpo propio. En este artículo afirma: "Podemos designar en la imago el objeto propio de la psicología, exactamente en la misma medida en que la noción de Galileo de punto material inerte ha fundado la física".

En su trabajo sobre la fase del espejo (Lacan, 1949), parte de la imago de la identificación original en el espejo o con el semejante. El sujeto se identifica en su sentimiento de sí mismo con la imagen del otro y esa imagen viene a cautivar en él ese sentimiento que tiene de su cuerpo. Esa imagen es adelanto o promesa de unidad, dominio, libertad motriz. No es meramente algo del orden de lo cognitivo, pues la imagen es investida libidinalmente.

Lacan señala que la imago produce un efecto de alienación del sujeto, pues es en el otro que él se identifica y se experimenta al comienzo. El sujeto no se capta en una relación consigo mismo sino en otro sitio que lo dobla. Narcisismo y agresividad son correlativos en esa fase de formación del yo por la imagen del otro. Se produce una tensión, pues esa imagen a la vez que atrae produce rechazo: ese otro que es yo mismo es otro que yo mismo. El odio trata de hacer pedazos la imago para volver al estado anterior al espejo. Es en este sentido que según Lacan puede entenderse el masoquismo primario y el impulso suicida. El odio hacia la imago es el signo del fracaso de la fase del espejo como identificación imaginaria necesaria y fundamento del narcisismo.

La relación con la imagen del otro es una identificación, por eso Lacan usa el término imago. Tiene un efecto estructurante de fase, que inaugura la dialéctica de las identificaciones del sujeto. La imago es una gestalt que es más constituyente que constituida; es una matriz simbólica que tiene más de continente que de contenido y que da la base en la que va a cristalizarse el yo. Para Lacan la identificación con el objeto crea al sujeto; el objeto con el cual el yo se identifica es la causa del yo. Hay prioridad del otro en la constitución del ser humano.

La imago funciona también como matriz pulsional, pues lo pulsional está ligado a la imagen del cuerpo y de sus orificios.

La fase del espejo puede ser relacionada con la posición depresiva de M. Klein. Para esta autora hay una primera fase de no integración del objeto, luego una integración a nivel perceptivo y cognitivo de las partes del objeto y finalmente rechazo de tomar en consideración en el plano afectivo de ese hecho cognitivo, con formación de una fantasía de dualidad del objeto. El rechazo se produciría, según Klein, por las angustias depresivas que genera la integración; según Lacan, por el efecto alienante.

El objeto "interno"

M. Klein ha preferido el término objeto interno a la definición más clásica de un objeto instalado en el yo, por considerar que es más específico y que expresa exactamente lo que el inconciente del niño o el adulto siente en niveles profundos con respecto a determinados objetos. Este objeto interno no es sentido como siendo una parte de la mente sino como un ser físico o una cantidad de seres que con sus actividades amistosas u hostiles habitan dentro del cuerpo del sujeto. Es así como éste tiene la convicción de una presencia real de los objetos en su cuerpo, la impresión de no poder desembarazarse de ellos expulsándolos, la obligación de obrar en el lugar de los objetos, de darles en cierta manera vida por procuración, el sentimiento de que esos objetos son una parte de la persona propia.

En sus descripciones, M. Klein presenta al objeto interno como un ser viviente, animado de intenciones hacia el sujeto, aliado o enemigo de los otros objetos, pensando, maquinando, queriendo y odiando. Si el mundo interno está poblado de objetos entre los que predomina la paz recíproca y la paz con el yo, se alcanza la armonía interior, la seguridad y la integración.

W. Baranguer (1971) sostiene que el concepto kleiniano de objeto interno oscila entre dos polos: por un lado está el objeto como estructura psíquica, que sirve de base para al constitución del yo y del superyó y, por otro lado, el concepto de un objeto dotado de las características de una cuasi-persona. En este último caso, el objeto tiene el carácter de algo muy concreto, que actúa frente al sujeto como otro sujeto o como una especie de otro yo.

Esta dualidad del objeto a que se refiere Baranguer puede ser precisada si hacemos la distinción entre un objeto simbolizado o metaforizado y un objeto imaginario, objetivado o, en otros términos, entre un objeto introyectado que tiene un papel estructurante, y un objeto incorporado, que es como un cuerpo extraño-familiar.

M. Klein utiliza a veces una serie de términos de una forma poco precisa, que se sustituyen unos a otros como si fueran sinónimos: identificación, interiorización, introyección, incorporación, establecimiento del objeto en el yo. Sin embargo, ella ha valorado positivamente el proceso de introyección, en el sentido de que la introyección exitosa, como la identificación empática, van en el sentido de la reconciliación con el objeto, del reconocimiento de la realidad psíquica y del abandono de las defensas maníacas. El resultado de la introyección es el establecimiento del objeto en el yo, la asimilación del bueno objeto, con enriquecimiento del yo.

Por contraste, parece claro que cuando habla de un objeto conservado en el interior del cuerpo está haciendo referencia al mecanismo de la incorporación, que es fundamentalmente fantasmático. La extrema concretud que Klein atribuye al objeto interno solo podría corresponder al objeto incorporado, pero de ninguna manera al objeto introyectado, que resulta de un proceso esencialmente simbólico, de metaforización y desobjetivación, como muy bien han señalado N. Abraham y M. Torok (1972).

El destino del objeto

Como he dicho antes, Lacan consideraba en 1936 que la sublimación de la imago materna garantizaba una evolución saludable. Debemos preguntarnos qué puede significar la sublimación de una imago.

Freud siempre se refirió a la sublimación de la pulsión, contraponiéndola a la idealización del objeto. Sin embargo, la sublimación no solo modifica a la pulsión sino también al objeto, que es uno de los componentes del aparato pulsional. Hay que tener en cuenta que la sublimación concierne especialmente a la meta y al objeto de la pulsión, que serán cambiados o modificados al ser desexualizados. El objeto habrá de ser modificado para adecuarse al carácter desexualizado de la nueva meta y posibilitar el cumplimiento del proceso sublimatorio (S. Mellor-Picaut, 1979; C. Sopena, 1989).

Para Lacan la sublimación de la imago parecería consistir en la resignación del vínculo erótico y en la transferencia de los progenitores al ideal del yo y al superyó. Pero la sola desexualización no es garantía suficiente de sublimación.

De todos modos, podemos preguntarnos si el abandono del vínculo libidinal y su sustitución por una identificación es un proceso que comportaría una sublimación, en el sentido de producir un desgaste de la imago y su paulatina disolución en la estructura yoica. En el caso de la identificación, el objeto se volatiliza al ser asimilado por el yo, que se enriquece con las cualidades del objeto. Podríamos hablar aquí de sublimación pero en el sentido químico del término, que consiste en el pasaje de un cuerpo del estado sólido al gaseoso. Pero esta transmutación y desmaterialización del objeto, aunque pueda formar parte del complejo proceso sublimatorio, no podría explicarlo por sí misma.

El psicoanálisis apunta a liberar al paciente de los objetos reaseguradores que se ha apropiado y que lo aprisionan. Una vez alcanzada esa meta, ¿cuál es el destino del objeto? Freud consideraba que las imagos de los progenitores y su significatividad personal para el superyó debía ir disminuyendo para ir siendo sustituida por el influjo de maestros, autoridades y otros modelos. En es este sentido que el superyó, sustituto del Edipo, puede convertirse en el representante del mundo exterior real, siendo el portador de la tradición y de los valores que se perpetúan de generación en generación (S. Freud, 1924).

La evolución del superyó consiste, pues, en la desinvestidura de los objetos familiares y su reemplazo por otros objetos más relacionados con valores sociales y universales. En definitiva, el objeto terminaría perdiendo su individualidad objetal al ser asimilado en el material psíquico del sujeto. Pero acaso el objeto no se disuelva nunca del todo y conserve un resto de indestructibilidad, a pesar de que se haya renunciado a él. ¿La sublimación es creación a partir de la nada, de la falta, o persigue indefinidamente la huella del objeto "perdido", buscando una recreación reconocida como imposible?

Referencias

Abraham, N. y Torok, M. (1972). Introjecter-Incorporer. Deuil ou mélancolie. Nouvelle Revue de Psychanalyse, Nº 6, Gallimard, París.
Baranger, W. (1956). Fantasía, objetos y estructura psíquica. Revista Uruguaya de Psicoanálisis, T.1 Nº 3.
Baranger, W. (1971). Posición y objeto en la obra de Melanie Klein. Ed. Kargieman, Bs. As.
Baranger, W. et al (1980). Aportaciones al concepto de objeto en psicoanálisis. Amorrortu, Bs. As.
Freud, S. (1912). La dinámica de la transferencia. O.C. T.XII, Amorrortu, ed.
Freud, S. (1921). Psicología de las masas y análisis del yo. O.C. T.XVIII.
Freud, S. (1923). El yo y el ello. O.C. T.XIX.
Freud, S. (1924). El problema económico del masoquismo. O.C. T.XIX.
Green, A. (1995). La metapsicología revisitada. Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1996.
Israel, L. (1989). Boiter n’est pas pécher. Denoel, París.
Klein, M. (1940). El duelo y su relación con los estados maníaco-depresivos, en Contribuciones al psicoanálisis. Ed. Hormé, Bs. As. 1964.
Lacan, J. (1938). La familia. Homo sapiens, Bs. As., 1977.
Lacan, J. (1947). Propos sur la causalité psychique. Ecrits, ed. du Seil, París, 1966.
Lacan, J. (1949). Le stade du moiroir comme formateur du Je. Ecrits, ed. du Seil, 1966.
Mellor-Picaut, S. (1979) "La sublimation, ruse de la civilisation? Psychanalyse à l’université, T. 4 Nº 15.
Moreno, E. (1993). Identificación y desidentificación en el proceso psicoanalítico. Ponencia al II Simposio de la APM. Revista de psicoanálisis de la APM, Nº 19, mayo 1994.
Olmos de Paz, T. (1993). Identificación y desidentificación en el proceso psicoanalítico. Ponencia al II Simposio de la APM. Revista de psicoanálisis de la APM, Nº 19, mayo 1994.
Orozco, E. (1992). Las identificaciones y sus destinos en la cura analítica. Revista de psicoanálisis de Madrid, Nº 15, mayo de 1992.
Petot, J.M. (1982). Mélanie Klein. Le moit et le bon objet, 1932-1960. Dunod, París.
Sopena, C. (1989). La cuestión de la sublimación. Anuario Ibérico de Psicoanálisis, Nº 1.

 

Freudiana

Artículos publicados en esta serie:

(I) La transferencia sublimada (Carlos Sopena, Nº 131).
(II) ¿Cuánto de judío? (Alan A. Miller, Nº 131).
(III) La mirada psicoanalítica. Literatura y autores. (Mónica Buscarons, Nº131).
(IV) Génesis del "Moisés" (Josef H. Yerushalmi, Nº 132)
(V) Sobre "Las márgenes de la alegría" de Guimaraes Rosa (J. C. Capo,M. Labraga, B. De León, Nº 132)
(VI) Un vacío en el diván (Héctor Balsas, Nº132)
(VII) Génensis del "Moisés" (Nº 132). Arte y ciencia en el "Moisés" (Josef H. Yerushalmi, Nº l33)
(VIII) Freud después de Charcot y Breuer (Saúl Paciuk, Nº 133)
(IX) El inconciente filosófico del psicoanálisis (Kostas Axelos, Nº 133)
(X) Nosotros y la muerte (Bernardo Nitschke, Nº 134)
(XI) Freud: su identidad judía (Alan Miller, Nº 134)
(XII) El campo de los "Estudios sobre la histeria" (Carlos Sopena, Nº135)
(XIII) Los Freud y la Biblia ( Mortimer Ostov, Nº 135)
(XIV) Volver a los "Estudios" (Saul Paciuk, Nº 136)
(XV) Psicoanálisis hoy: problemáticas (Jorge I. Rosa, Nº 136)
(XVI) Freud y la evolución (Eduardo Gudynas, Nº 137)
(XVII) Los aportes de Breuer (T. Bedó, I. Maggi, Nº 138)
(XVIII) Breuer y Anna O.(Tomás Bedó-Irene Maggi Nº 139)
(XIX) "Soy solo un iniciador" (Georde Sylvester Viereck, Nº 140/41)
(XX) El concepto de placer (Ezra Heymann, Nº 143)
(XXI) Edipo: mito, drama, complejo (Andrés Caro Berta, Nº 145)
(XXII) Identificaciones de Freud (Moisés Kijak, Nº 147)
(XXIII) Transferencia y maldición babélica (Juan Carlos Capo, Nº 148)
(XXIV) Babel, un mito lozano (Juan Carlos Capo, Nº 150)
(XXV) La pulsión de muerte (Carlos Sopena, Nº 151)
(XXVI) Un rostro del "acting out" (Daniel Zimmerman, Nº 152/53)
(XXVII) ¿Cuál es la casuística de Freud? (Roberto Harari, Nº 154)
(XXVIII) El interminable trabajo del psicoanálisis (Ada Rosmaryn, Nº 156)
(XXIX) El psicoanálisis y los conjuntos intersubjetivos (Marcos Bernard, Nº 156)
(XXX) Freud en Muggia. Los fantasmas de la migración forzada (Moisés Kijak, Nº 157)
(XXXI) Freud y los sueños (Harold Bloom, Nº 158)
(XXXII) La sexualidad interrogada (Alberto Weigle, Nº 159)
(XXXIII) Una historia de histeria y misterio (Juan Carlos Capo, Nº 160)
(XXXIV) Freud y el cine (Daniel Zimmerman, Nº 162)
(XXXV) Investigación en psicoanálisis (Eduardo Lavede Rubio, Nº 163)
(XXXVI) De la teoría a la ideología: problemas (Saúl Paciuk, Nº 164/65)
(XXXVII) Conciencia y Castración (Carlos Sopena, Nº 166)
(XXXVIII) La contratransferencia y los paradigmas del siglo XX (Ada Rosmaryn, Nº 167)
(XXXIX) Sobre la noción de pulsión (Eduardo Colombo, Nº 168)

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