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Un idiota, tres idiotas, otros idiotas

Mario Kamenetzky

 

Son gratos los libros provocativos que iluminan la zonas oscuras de nuestra conciencia con sonrisas, y hacen estremecer los demonios ocultos en nuestras mentes con carcajadas. El Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano, que escribieron Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner, y Alvaro Vargas Llosa, es uno de esos libros. Me hizo recordar el Elogio de la Locura de Erasmo.

En 1510, con sonrisas y carcajadas, el loco de Erasmo trató de poner al descubierto las locuras que llevaron Europa a la demencia de las cruzadas, y que la iban a llevar luego a las demencias de guerras religiosas y revoluciones sangrientas.(1) En 1997, con sonrisas y carcajadas, Mendoza, Montaner y Vargas Llosa,(2) quienes se reconocen a sí mismos como idiotas, tratan de poner al descubierto las idioteces que están impidiendo tanto el desarrollo del potencial físico de los países latinoamericanos, como la expansión intelectual y libidinal de sus gentes.

Son las idioteces que llevaron y siguen llevando América Latina a la demencia de dictaduras sangrientas y de guerras insensatas.(3) Son las idioteces que se oponen a la armonización de los intereses de los países de América Latina entre sí y con el Norte predominantemente inglés y parcialmente francés. Son las idioteces que se oponen a la integración de sus economías y sociedades en un mundo que cambia aceleradamente.

La destrucción de la Bastilla y la represión del Amor

Mis tres amigos idiotas (me permitiré llamarlos así en este escrito aunque no conozco a ninguno de ellos personalmente) tienen mucha razón cuando critican el culto de la violencia como partera de la historia, y es muy feliz su expresión de que las revoluciones terminan en roboluciones.

Las revoluciones no cambian una sociedad. Los cambios sociales ocurren cuando un número suficientemente grande de individuos en una sociedad dada evolucionan hacia estructuras de conciencia más avanzadas que las predominantes hasta ese momento. En lo que las revoluciones sí tienen éxito, algunas veces, es en crear tanto caos y miseria que las gentes se asustan, intuyen que no van a resolver los problemas desde las mismas estructuras de conciencia que los crearon, y entonces las cambian más rápido.

Por ejemplo, las transformaciones que produjo la Revolución Francesa se venían conformando en la mente de los aristócratas, financieros, y filósofos mucho antes de la toma de la Bastilla. Si Luis XVI hubiese seguido los consejos del filósofo Voltaire, del banquero Necker, y del aristócrata marqués de Lafayette, entre otros, quizás tendríamos hoy todavía una familia real en Versalles, lo que permitiría a los diarios sensacionalistas franceses incrementar sus ganancias, y aumentaría las oportunidades de empleo para los "paparazzi".

Como bien dicen mis tres amigos, las revoluciones quieren encerrar la vida en un puñado de fórmulas simples. Con ellas crean nuevas magias y mitos, cubriendo "las más feroces decisiones o políticas con el más normal y hasta neutral de los lenguajes."

Lo dice aún mejor Jacques Brel en los versos reproducidos en recuadro: siempre hemos tenido más habilidad para destruir que para amar. Nos fue siempre difícil de aceptar que en la revolución de las estructuras de nuestra conciencia el amor fue el primer nacido de los seres, y que solo mucho después creamos el pensamiento. El amor es parte de las estructuras arcaicas de nuestro siempre presente natural origen. El pensamiento comenzó con las primeras sociedades tribales mágicas millones de años después. Y por alguna razón, para mi todavía no muy clara, cientos de miles de años después todavía nos cuesta integrar pensamiento y amor. Esta es la tarea que nos aguarda en nuestro próximo paso evolutivo: el paso que nos lleve de la conciencia armonizante que Jean Gebser y otros vislumbraron.(4)

Los tres idiotas dicen que "lo malo no es haber sido idiota, sino continuar siéndolo". Pues estoy convencido que lo continuaremos siendo mientras no cambiemos las estructuras de nuestras conciencias. Cambiaremos de células y grupúsculos políticos, pero siempre perteneceremos a alguno mientras no borremos del disco duro de nuestra conciencia los programas de enculturación que, al negar la unidad de los seres humanos entre sí y con la naturaleza, nos llevan a crear células y grupúsculos. Cambiaremos las letras de las canciones, pero estas seguirán gritando viva esto y muera aquello mientras mantengamos en nuestro subconciente programas que dicen que mi ideología, o mi religión, es mejor que la tuya. Seguiremos arrojando piedras a la policía sin atrevernos a enfrentar las guardias policiales que nuestra cultura ha creado dentro mismo de nuestra conciencia. El objetivo de estas últimas es asegurar que nuestros operadores concientes no se conecten con nuestro siempre presente origen espiritual. Esas guardias lo que quieren es que obedezcamos fielmente los códigos de conducta y creencias escritos por la sociedad en los discos duros de nuestros subconcientes.

Idiotez y estructuras de conciencia

En su presentación del libro, Mario Vargas Llosa, padre de uno de mis amigos, parece aceptar la idea de que el subdesarrollo es una enfermedad mental. Yo lo veo más bien como una enfermedad social. Los portadores del virus son los idiotizadores que crearon y siguen creando esos códigos de conducta y creencias, y nos siguen enculturando para obedecerlos. Una conciencia así estructurada es proclive a aceptar toda clase de racionalizaciones idiotas.

Mario Vargas Llosa dice también que América Latina es propicia "a la belleza convulsiva del ensueño y la intuición y la desconfianza hacia lo racional." ¡Ojalá fuese así! Porque entonces América Latina podría haber avanzado más rápido hacia una integración de razón, sentimientos, e intuiciones, y no hubiera aceptado tan fácilmente las racionalizaciones de pícaros y tiranos idiotizadores. Yo creo que América Latina sufre de lo contrario. Los pueblos latinoamericanos están siendo enculturados cada vez más fuertemente en la desconfianza de la intuición y la represión de las emociones, el romance y el ensueño.

Los exitosos esfuerzos culturales de los Sarmientos y los Figueres de América Latina lograron hacer avanzar a sus pueblos más allá de la magia y el mito predominantes en su tiempo. Los Sarmientos y Figueres pusieron a sus pueblos en el camino que los llevó hacia la racionalidad moderna. La magia y el mito los hacían fácil presa de los idiotizadores que sabían manejar la magia y el mito en su provecho. Pero una racionalidad divorciada de lo espiritual, lo emocional, y lo intuitivo también es fácil presa de los nuevos idiotizadores que aprendieron a ser racionalizadores.

Un error de esos esfuerzos culturales fue el considerar irreconciliables la magia y el mito con la razón. Pero, usando el leitmotiv de mis amigos, lo malo no es que los Sarmientos y los Figueres no supieran hacerlo, sino que nosotros lo sigamos haciendo. La magia y el mito no se pueden erradicar porque, al igual que nuestro arcaico espiritual origen, forman siempre parte de las estructuras de conciencia más avanzadas que vamos desarrollando. Lo que estamos necesitando son nuevos esfuerzos culturales que ayuden a las gentes a reconocer magias y mitos como tales, como instrumentos que no eximen de pensar, de cuestionar el entorno, y de cuestionarse a sí mismo. Son instrumentos que colorean el pensamiento, el entorno, y la vida interior con colores diferentes, pero complementarios de aquellos que emergen de la razón. La falla de casi todos los sistemas educativos del mundo es que no se proponen ayudar a las nuevas generaciones a integrar esa vasta paleta de colores en su vida cotidiana, en hogares y mercados. Al contrario, usan magias y mitos para adormecer la razón, y usan una razón somnolienta para justificar y apoyar crímenes que se cometen en nombre de magias y mitos. Es la racionalización que los idiotizadores están haciendo de magias y mitos lo que dificulta nuestra evolución hacia el consenso, las concesiones recíprocas, la tolerancia, y la responsabilidad individual. Por eso es que sigue siendo fácil para unos pocos pícaros idiotizadores idiotizar tanto a quienes ellos mismos niegan acceso a culturas y mercados, como a intelectuales que perdidos en sus sueños racionalistas se vuelven incapaces de integrar sentimientos, intuiciones, instinto, y razón en su visión de la realidad.

Las venas abiertas y las arterias cerradas

Los tres idiotas son particularmente crueles, aunque a menudo acertados, en la crítica de un libro producido por uno de esos intelectuales soñadores. Se traga de "Las venas abiertas de América Latina" de Eduardo Galeano. De tanto pensar que otros nos abren las venas, hemos terminado cerrando las arterias que irrigas nuestros corazones y nuestros cerebros. Y sin apropiada irrigación nos volvemos idiotas insensibles que en lugar de pregonar la convivencia y la cooperación, propagamos la división y el enfrentamiento violento que termina en la muerte de muchos y el empobrecimiento de todos.

Leí el libro de Galeano ya hace bastante tiempo. Al repasarlo críticamente con mis tres amigos idiotas recordé una experiencia vivida en Sri Lanka en 1979. El país estaba entonces, y sigue estando, dividido por una guerra cruel entre dos etnias: los budistas Sinhaleses y los hindúes Tamiles. Sin embargo, en ese mismo país, el Movimiento Sarvodaya bajo la dirección de A.T. Ariyaratne había organizado un experimento de convivencia que, al tiempo de mi visita, incluía millones de personas en miles de aldeas.

Intensificando la conciencia de los aldeanos, el movimiento había conseguido que superaran las deficiencias de patrones de enculturación clásicos que racionalizaban la división y el enfrentamiento. Dentro de las aldeas Sarvodaya, Tamiles y Sinhaleses trabajaban juntos, en paz y con alegría. Unas pocas millas fuera de esas aldeas, Sinhaleses y Tamiles se masacraban mutuamente. Dentro de las aldeas Sarvodaya, Sinhaleses y Tamiles percibían la unidad de la especie humana y su común origen espiritual. Con esa percepción trataban de obtener lo mejor del espacio que compartían. Fuera de esas aldeas, Sinhaleses y Tamiles, programados como estaban para ver un grupo en pugna con el otro, consideraban que esa rivalidad solo podía terminar con la separación de espacios, o la dominación de un grupo sobre el otro.

No hay duda de que el libro de Galeano contribuye a esta última visión del mundo y de la vida. Es una visión en que cada uno ve al otro con miedo y con envidia. No porque el otro realmente sea más fuerte, sino porque uno lo ve más fuerte, y ni percibe sus propias fortalezas, ni quiere aprender a desarrollarlas. No porque el otro sea realmente más rico, sino porque uno lo ve más rico, y ni percibe sus propias riquezas, ni quiere aprender a cultivarlas. Cada uno se siente víctima y busca la oportunidad de convertirse a su vez en victimario. No hay términos medios. Víctimas y victimarios lo único que pueden hacer es arrojarse mutuamente insultos, piedras, y bombas, sin intentar entenderse y trabajar juntos para optimizar el espacio y el tiempo que comparten. No hay posibilidades de integración y armonización. Todo se define en función de unos pocos parámetros. Por ejemplo, el ser rico o pobre depende exclusivamente de la cantidad de dinero que cada uno tiene, independientemente de la calidad de su vida, de la profundidad de sus sentimientos, y de la intensidad de su intelecto. Los que se especializan en perder, raramente investigan los obstáculos interiores que les impiden ganar.

Zorros y gallinas

Mis tres amigos incluyen en su libro muchas citas magistralmente idiotas, tanto de ellos mismos como de otros idiotas. Una es de Raúl Alfonsín. Según el libro, el ex presidente argentino, dijo: "Yo creo en la libertad política, pero la libertad de mercado en economía es el zorro libre con las gallinas libres." Esta cita no me parece tan idiota.

Adam Smith, el teórico más notable y lúcido del sistema capitalista, apuntaba en la misma dirección con más elegancia y elocuencia. Lo que él dice, traducido al lenguaje zoológico de Alfonsín, es que hay que dejar libres a zorros y gallinas, pero el Estado debe intervenir para asegurar que los zorros no se coman a las gallinas y para evitar que los zorros grandes impidan la entrada a los gallineros de los zorros más pequeños. Para conseguir que los zorros fuesen vegetarianos y no carnívoros, y para que las gallinas aprendiesen a defenderse, Adam Smith sostenía que la racionalidad de ambos debería ser estructurada para el desarrollo del amor de sí mismo, y no del amor propio.(5)

Adam Smith veía claro ya en los comienzos del capitalismo (1776) que son los zorros astutos los que crean riqueza, pero que son las socialmente débiles gallinas las que con su trabajo extraen los recursos y forman los productos que sustentan esa riqueza.

Mientras la educación siga programando a la gente para cultivar el amor propio que las lleva a competir por poder y dinero, los mercados libres originarán muchos zorros que se comerán muchas gallinas, y las economías dirigidas no harán sino crear zorros todavía más crueles que esclavizan a las gallinas para comérselas cuando quieren y como quieren. Solamente una enculturación para la maestría de la vida y el amor puede hacer que zorros y gallinas se sientan realmente libres y se respeten mutuamente.

No por eso hay que creer que el mercado libre será un paraíso en una cultura libre y preparada para amar y vivir. El paraíso lo perdimos para siempre cuando en el gran experimento espiritual de crear una conciencia humana en el planeta Tierra, salimos de nuestro arcaico origen natural para crear sociedades que lentamente evolucionaron de la magia tribal al mito pastoril y luego a la racionalidad urbana. En ese proceso ganamos mucho, y perdimos algo muy importante: el preocuparnos por las cosas que realmente tienen importancia para la vida. Creamos los negocios y negamos el ocio cuando los dos son importantes para la vida.

Estamos ahora aprendiendo lentamente a integrar preocupaciones por los factores humanos y los ecosistemas en la racionalidad técnica y financiera que el buen manejo de los negocios requiere para hacer posible el ocio. Esta evolución está llevando a una armonía entre las funciones del merado y del Estado. Hay que dejar al mercado fijar los precios que los zorros pagan por el trabajo de las gallinas, pero el Estado debe asegurar que nadie reciba menos de lo que necesita para su sustento, su progreso intelectual, y su goce del ocio. El Estado debe guiar la educación para hacer entender a zorros y zorritos que si bien se comen a las gallinas se quedan sin demanda para los productos de sus zorrerías. La educación debe hacer entender también, a zorros y gallinas por igual, que si dañan los gallineros pueden quedarse sin las materias primas ni la energía que los intercambios productivos y la satisfacción de las necesidades vitales requieren.

Zorros y tigres

Para Adam Smith la cultura liberal y progresista era compañera inseparable de un mercado liberal y progresista, y ambas necesitaban de Estados sensitivos a lo humano. Para el gran maestro de la economía de mercado libre, la liberad cultural era indivisible de la libertad de los mercados, y el Estado debía asegurar el acceso de todos los ciudadanos a los beneficios de ambas. Por eso me asusta encontrar en el libro de mis amigos cierta admiración por los "tigres" de Asia que ignoran esta condición básica del sistema capitalista. Estos tigres han atado las culturas a rigideces ideológicas que los llevan a actuar aún más cruelmente que los zorros carnívoros en los gallineros libres. ¿Creen mis amigos que es posible un mercado libre en un estado autoritario? ¿Es realmente un capitalismo de riesgo lo que allí se practica? ¿O es un capitalismo de patronazgo político, muy parecido al de muchos países latinoamericanos, aunque posiblemente manejado con más eficiencia?

Estoy seguro de que ninguno de mis tres amigos se sentiría a gusto en la jaula de ninguno de esos tigres. Posiblemente terminarían enjaulados ellos mismos si quisiesen ejercer las libertades que todos los liberales apreciamos. Se olvidan mis tres queridos idiotas que para un buen liberal la libertad del bolsillo no es independiente de la libertad del cerebro, ni la de los órganos genitales. Al elogiar a los tigres no están haciendo lo mismo que Bertrand Russell, aquel otro idiota famoso y querido (al menos yo lo sigo queriendo mucho), que no vio lo que pasaba en la China de Mao y la Rusia de Stalin, o, lo que es más plausible, lo vio, lo sintió, y quizás hasta lo lloró en silencio, pero, más prisionero de su amor propio que de los dictadores comunistas, no lo quiso comentar.

¿Podrá terminar alguna vez la idiotez adquirida por enculturación?

El libro de mis amigos se refiere a la idiotez adquirida por enculturación, no a la idiotez congénita. Mis amigos idiotas hacen una distinción clara entre "huevones" e idiotas.(6) Para ellos, la idiotez congénita de los "huevones" no provoca enojo ni crítica, sino más bien simpatía, afecto, y hasta cierta envidia porque "en los idiotas de nacimiento hay algo que se parece a la inocencia y al pureza."

No sé si la idiotez adquirida terminará alguna vez en la historia de una humanidad en constante evolución, pero estoy convencido de que puede disminuir. La creación y evolución de nuestra conciencia es un proyecto espiritualmente animado y de proporciones enormes. Conocemos a medias su comienzo, e ignoramos totalmente su futuro. Sabemos que no perdimos el paraíso ni aparecimos en la tierra caídos del cielo por haber pecado. Al contrario, tuvimos que dejar la vida paradisíaca que llevamos por millones de años en este planeta porque el espíritu creador nos impulsó a avanzar en el desarrollo de nuestro potencial humano.

En ese desarrollo estamos ahora pasando a la pura racionalidad racionalizadora a la integración armonizante. A medida que progresamos en este camino, la idiotez adquirida podrá disminuir. La idiotez podrá disminuir porque aprenderemos a controlar los sentimientos con la razón, a inspeccionar la razón con los sentimientos, a usar sentimientos y razón para armonizar el caos de los instintos vitales con el orden necesario para vivir en sociedad.

Mis amigos no parecen haber avanzado mucho en ese sendero evolutivo. Quizás desconozcan los trabajos de Jean Gebser que comenté en artículos anteriores y no perciban los signos evolutivos que Gebser percibió. Cuando tratan de hacernos creer que en la democracia liberal todas son rosas sin espinas, mientras que en el capitalismo estatal todas son espinas y las rosas se mueren en capullo, siento que están reemplazando una idiotez con otra.

Coincido con el libro en que el capitalismo democrático y liberal ofrece las máximas posibilidades conocidas para disminuir la idiotez, siempre y cuando haga un esfuerzo, también liberal y democrático, para educar a las futura generaciones en el amor de sí mismos, evitando tanto como sea posible cultivar el amor propio. La enculturación para el ejercicio de un capitalismo democrático y liberal debería perseguir dos objetivos fundamentales. Por un lado debería educar para el amor y el disfrute de la vida en cooperación con otros y con la naturaleza. Por el otro lado, debería enseñar a ganarse la vida compitiendo con otros y estudiando a fondo los mecanismos que hacen de la naturaleza la fuente de todos los insumos y el sumidero de todos los desechos biológicos y económicos. Para nuestra racionalidad estos dos objetivos parecen contradecirse. Para una conciencia integradora y armonizante son en cambio polaridades complementarias.

Necesitamos conocer a fondo la naturaleza para poder trabajar con ella sin destruirla ni abandonarla a sus caóticos sueños salvajes. Necesitamos de la competencia para energizar la creación de riqueza. Necesitamos de la cooperación para reducir tensiones y optimizar el uso de recursos. Y para que la competencia sea sana y la cooperación eficiente, necesitamos que el amor de sí mismo minimice la avaricia y la ambición que son impulsadas por el amor propio. Cuando el capitalismo democrático y liberal adopte procesos de enculturación con estos objetivos habrá menos dificultades para integrar y armonizar el libre juego del mercado que crea riqueza, la intervención estatal que protege de abusos tanto a los seres humanos como a la naturaleza, y la libertad de los individuos que asegura que sus ideas, creencias, y acciones privadas quedan exentas de la acción de los magistrados y reservadas solo al diálogo interno con el espíritu creador.

Los hay en todas partes

Idiotizados e idiotizadores no son especies autóctonas de América Latina ni han creado aquí un nicho ecológico. Al lado de sus idiotas e idiotizadores eminentes, América Latina tuvo y tiene políticos honestos, y pensadores con los pies bien plantados en la tierra. Estos analizan la realidad procurando no reflejar en ella sus propias sombras, aunque de vez en cuando a todos ellos se les haya deslizado alguna idiotez. Por el otro lado, en Europa y la América Inglesa también se codean pensadores lúcidos y políticos virtuosos con gobernantes dementes y pensadores estratosféricos en entredicho perpetuo con la objetividad histórica y el pragmatismo. Como aquellos que hoy niegan el holocausto nazi o los crímenes de Stalin, o aquellos que racionalizan la represión de las minorías en sus propios países.

Los amigos Mendoza, Montaner, y Vargas Llosa, deben haber encontrado idiotas en todas partes. Me permito invitarlos a pensar y escribir el manual del idiota universal. O, mejor aún, el manual del demente universal, porque cuando la idiotez ciega a intelectuales y políticos, los lleva a la demencia, y a propagar su demencia por los procesos de enculturación que manejan. Son estos dementes idiotizadores quienes están amenazando nuestra felicidad individual, e impidiendo el florecimiento global de culturas y economías.

Referencias

1. Desiderio Erasmus. The Praise of Folly and Other Writtings. Ed. & trans. Robert M. Adams (W. W. Norton: New York, 1989). Véase también en Relaciones Nº 164/165 de enero/febrero, en el artículo Desnudos en la Antártida, la distinción que hago entre loco y demente.
2. Manuel del perfecto idiota latinoamericano. Barcelona: Plaza y Janés, 1997.
3. Todavía tengo que descubrir si es que hubo alguna guerra sensata. Poner un adjetivo al sustantivo guerra no es otra idiotez más.
4. Este trabajo puede exigir de algunos lectores el remontarse a artículos previos que escribí para la serie Conciencia de esta revista. En ellos introduzco los trabajos de Gebser, y discuto conceptos sobre la formación y evolución de las estructuras de nuestra conciencia.
5. Para una discusión más detallada de las diferencias entre amor propio y amor de sí mismo véase Nuestra conciencia: templo y atalaya en Relaciones Nº 147 de agosto de 1996. En otro artículo, El capitalismo de Adam Smith (Relaciones Nº 142 de marzo de 1996) muestro cómo la teoría económica del mercado libre se basa sobre el amor de sí mismo, mientras que el capitalismo en la práctica prefirió enculturar a sus operadores en el amor propio.
6. Nunca entendí bien la asociación entre tamaño de testículos y capacidad cerebral. En las huevonas, ¿al tamaño de qué huevos se refiere la expresión? ¿A los que tienen anidando en los ovarios? El identificar las gónadas (o su exceso) con idiotez ¿no es acaso otra de las trampas en que suelen caer nuestras estructuras racionales de conciencia? Como siempre tiene que ser una cosa o la otra, pero nunca las dos al mismo tiempo, la racionalidad excluye la posibilidad de una simultánea exuberancia de sexualidad y creatividad.

 

La Bastilla

Poema y canción de Jacques Brel
Traducción libre del francés de M.K.

Amigo: tú que piensas
que todo debe cambiar,
¿te crees con derecho
de salir a matar burgueses?

Si todavía supones que debemos descender
a las calles vacías de espíritu
para subir al poder,
si crees todavía en quimeras
y que a nuestros enemigos hay que colgarlos,
más vale que comiences a repetirte
en tu fuero interno,
que ni el sueño más sincero
justifica una guerra.

Se destruyó la Bastilla,
pero nada ha cambiado.

Se destruyó la Bastilla
cuando tendríamos que haber aprendido
a amarnos.

Amigo: tú que consideras
que no hay que cambiar nada,
¿te crees con derecho
de vivir y pensar como burgués?

Si piensas todavía
que tenemos que preservar
una prosperidad adquirida
sacrificando el bienestar ajeno,
si crees todavía
que es porque te temen
que las gentes te saludan
en lugar de ahorcarte,
más vale que comiences a repetirte
en tu fuero interno,
que ni el sueño más sincero
justifica una guerra.

Se destruyó la Bastilla,
pero nada ha cambiado.

Se destruyó la Bastilla
cuando tendríamos que haber aprendido
a amarnos.

Amigo yo creo
que todo se puede arreglar
sin gritos, sin terror,
y sin insultar al burgués.


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