El otro y su muerte
Saúl Paciuk
¿Qué significa que otro vive o muere? Hoy por hoy y en la evolución visible de la vida social, la muerte de otro parece significar bien poco. Por ello no extraña que se la nombre con alusiones (pérdida, fallecimiento, separación). Sin embargo a quien murió no se le puede aplicar sin más el verbo en pasado, porque como dice Faulkner, si se pudiera decir de otro que murió que "fue", no habría aflicción ni pena ni nada. Si las hay, es que quien muere "es", aun cuando esté "siendo" de otra manera; no es puro recuerdo; está tan vivo en sus deudos que tanto ellos como la relación con él pueden cambiar y mucho luego de su muerte. Ni su vida ni su muerte han quedado ni archivadas ni derogadas por su muerte. Y, sin embargo, ¿significa algo que otro vive o muere?
Nacimiento y muerte no solo son dos mojones entre los cuales se despliega la vida humana, son también el horizonte del cual la vida deriva su sentido. Sin embargo quien considere el lugar de la instancia de la muerte se encontrará con sorpresas varias, como que hoy hablar del duelo (o practicarlo) va a contracorriente.
A pesar de ello las religiones colocan a la muerte como un aspecto fundamental de su doctrina y como un elemento que integra su prédica. En la filosofía, en momentos determinados de su historia, la muerte se ha convertido en un tema central, como ocurre en el presente siglo en el ámbito de la obra de Heidegger. En cuanto a la psicología, las reflexiones acerca de la muerte, centradas en la introducción por parte de Freud de la discutida pulsión de muerte, significaron un vuelco notable en la elaboración de la teoría psicoanalítica, la que entonces ganó en profundidad.
Pero a pesar de ser mucho lo que se habla y se reflexiona en torno de la muerte, la muerte de la que se trata tanto en la filosofía como en la psicología y, en general, en la cultura, es de la muerte en abstracto o bien de una hipotética muerte propia. Y el duelo por la muerte ajena es dejado de lado en la vida de los deudos mientras su lugar entre las ceremonias de la vida se desvanece. Sorprende que se pase tan por alto el hecho de la muerte de otro, y también las repercusiones en quienes le sobreviven.
Cuando se la toma en cuenta,(como es el caso de la reflexión freudiana en "Consideraciones sobre la guerra y la muerte", Obras. Completas, Biblioteca Nueva, pág. 2.110), se entiende la muerte de otro como un proceso "natural" al que el sujeto responde intentando adaptarse también "naturalmente": aceptará que el objeto murió y se dispondrá a reemeplazarlo. El duelo tiene algún interés solo si se desvía de este patrón, Y punto. Pero un punto decisivo del acontecimiento de la muerte, el proceso de duelo, queda afuera de esta consideración.
Esta limitación de la significación de la muerte a lo que puede ser un hecho natural no deja de ser curiosa, por cuanto precisamente se considera distintivo de la existencia de una cultura (por lo tanto de una negación de la naturaleza) el que un grupo humano tenga algún tipo de normas que regulan la disposición del cadáver de integrantes del grupo, lo que a su vez supone algunas prácticas o rituales relacionados con esa disposición. Es decir, para su propio grupo, la muerte de uno de los suyos no tiene el mismo valor que la muerte de cualquier otro sujeto, por lo que para esos grupos no es la mera naturaleza lo que está en juego. Obsérvese además el contraste con la conducta de los animales en una situación análoga: el que alguno muera no parece despertar mayor eco en sus congéneres, salvo ciertos signos de depresión en algunos mamíferos.
Esta diferente significación de la muerte de otro para el hombre puede derivarse de varias fuentes. Una de ellas: que la muerte de otro presentifica al sujeto la posibilidad de la muerte propia, con lo que ello tiene de inquietante; pero además y de modo irreductible, la muerte de otro hace presente la condición de alteridad inherente a todo otro sujeto. "Su" muerte habla de la vida del otro como gobernada por una ley interior a él, es la evidencia innegable de una interioridad que escapa y hasta desafía la voluntad del deudo. Nunca otro se anuncia tanto como otro, nunca es más otro que cuando muere, cuando suelta las amarras de los lazos que formaban el tejido de relacionamientos en que convivían quien muere, el deudo y los otros y parece recoger su vida sobre sí mismo.
Y parece que es cada vez menos tolerado el mirar de frente a la alteridad. El duelo fue el tema de un estudio que realizaban profesionales. Pues bien, luego de las primeras intervenciones que apuntaron a la muerte de otro y a la situación del deudo, la reflexión derivó rápidamente hacia "mi muerte" o la abstracta condición de mortal de cada uno. Como si la muerte del otro fuera insostenible no, y fuera preciso borrar al otro de su condición de muerto, como si una dificultad correlativa impidiera a los integrantes del grupo situarse imaginativamente en la condición de deudos.
La recuperación de la muerte como humana y como problema, debería dar lugar a lo que se llama duelo, pero las actuales costumbres van en dirección contraria a esta posibilidad: la vida elude la muerte y en consecuencia, la muerte, cuando sobreviene, nos encuentra mal parados. Nos toma de sorpresa, se nos representa como una especie de ataque que sufrimos, genera culpas por haber vivido con el otro como si no hubiera muerte o como si ella fuera infinitamente postergable. Es que pensar en la fragilidad y mortalidad de otro hubiera significado tener hacia él una actitud de cuidado que no tuvimos. Y esto genera a su vez, sentimientos penosos. Habrá que decir entonces que la muerte se hace problema a partir de que la vida del otro fue problema y esto puede hacerse plenamente visible en la instancia de su muerte.
Esta experiencia de alteridad radical ante la muerte, no tiene representación en el inconciente, decía Freud. ¿Acaso quiso decir que ella no tenía significación alguna? Aunque se refería más a la muerte propia y a que no se tiene experiencia de esta muerte (desde que cada cual parece suponer que él no puede ser alcanzado por la muerte), podemos entender la afirmación de Freud como diciendo que la muerte es un hecho absoluto que no se explica ni se aclara por otro hecho. Freud apunta a que ella no es un acontecimiento dentro de una cadena de acontecimientos y también dice que no remite a otra cosa, que no tiene metáfora, que no puede ser entendida al modelo de otra cosa.
El hecho de la significación fue subrayado por un relato de unos padres acerca de un episodio de la crianza de su hija. Teniendo la niña 4 o 5 años, el temor a lo que llamaba la muerte era usado por los padres para su educación, haciéndole ver que si no tomaba cierta precauciones podía morir. En ese momento, morir significaba no poder hacer más lo que hacía o no poder disfrutar de lo que le gustaba: no poder tomar más helado, no poder jugar más, etc. Unos años después la situación cambió en forma radical para la niña. Los padres lo descubrieron cuando pensaron que seguía siendo efectiva la apelación a la posibilidad de la muerte, pero la respuesta de su hija fuer otra que la esperada: "No me digan más eso de la muerte. La muerte no significa nada para mí"
El duelo tampoco significa nada ni afecta, aunque debería. Porque la forma urbana de vida hace que los sujetos aumenten la implicación de unos en otros, la cercanía hace fuertes y variados los afectos y afianza la interdependencia. Entonces la muerte de uno fácilmente podría involucrar a los próximos. Además porque la enfermedad y la muerte, de acuerdo a la cultura vigente, son males contra los cuales se lucha y la muerte representa alguna forma de fracaso. Entonces sería de esperar que la muerte motive los sentimientos de dolor y de pena y de culpa que integran el duelo. Pero el dolor se atenúa con pastillas y en cuanto a la culpa, ella es echada prestamente sobre las espaldas del médico o de otro.
Es que si se deja vivir al duelo, éste plantearía la incómoda pregunta acerca de "qué hice yo frente a la muerte del otro" y esto arrastra la pregunta "qué hice yo frente a su vida". Y es gran incomodidad toparse con el sentimiento de que la vida de otro significó poco y que la vida de otro significa cada vez menos para cada uno.
"La muerte ya no significa nada para mí" ¿Para quién sí?
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