¿Drogas?

 

Ignacio Fojgel

Pero realmente, ¿cuáles y cuántas son las "drogas"? ¿Es una verdadera epidemia? ¿O solo se trata de un efecto adverso menor de la "medicina" que nos recetaron: RP/Comprar felicidad, comprar salud, comprar energía, comprar imagen, comprar trascendencia, … comprar.

 

Los textos dedicados al tema de las drogas suelen comenzar con las definiciones de "droga", "adicción", "dependencia", etc. No parece haber alcanzado algo de consenso en cuanto a qué significan, a qué sustancia se aplica el nombre, y ninguna definición parece satisfacer a todos.

Un ejemplo vivido: Lo intentó desde varios ángulos y opiniones, y al fin, frente a la pregunta: "Pero entonces, ¿qué es una droga?", el distinguido profesor espetó: "Droga es todo aquello que figura en las listas de sustancias prohibidas". Nos pareció una expresión de fastidio ante tanta estolidez estudiantil, más que la respuesta científica. O quizá fue un último intento de limitar el problema. En esto nos pareció brillante: como funcionario y consejero internacional, dio preeminencia a lo estatuido y dejó fuera de la discusión a todas las sustancias técnicamente legales, pero con historia de abuso, abusadas y por abusar.

También incluyó tácitamente en su definición de droga un buen número de sustancias cuyo masivo uso abusivo fue promovido por la prohibición y las condiciones económicas y legales que ésta genera. Dos ejemplos flagrantes dentro de éste: ayer, el LSD25 y hoy, el MDMA. En realidad, sin explicitarlo, dio la definición jurídica de la droga, narcótico o estupefaciente -que allí son lo mismo-, cuando esperábamos la definición científica, más quimérica.

Ante la reducción unilateral

Con la globalización y la aparición de un orden mundial único, inevitablemente muchas de aquellas sustancias que ancestralmente fueron usadas para modificar estados físicos o anímicos en sociedades tradicionales, caen en la redada y son prohibidas, o imbuidas de tal valor económico que provocan distorsiones gravísimas, allí donde son producidas. Tal el caso de la coca y el opio. Otras, como el khat, la kava-kava, la marihuana y el hashish, de uso tradicional en países y regiones diversas, están siendo reprimidas, para terminar siendo remplazados -por culpa de la contabilidad- por alcohol, u otras drogas industrializadas (cocaína, heroína, éxtasis, etc.) para las que aún no tienen una respuesta cultural adecuada, y por lo tanto provocan inusitadas disrupciones psico-sociales, y hasta metabólicas.

No es novedad que ciertas etnias o razas presentan condiciones metabólicas no compartidas por el grueso de los caucásicos. Es clásico citar la alta incidencia de la diabetes entre los indios norteamericanos actuales, y su aparente intolerancia al alcohol, la intolerancia a la leche de vaca de africanos, afroamericanos, indígenas americanos, y orientales en general, etc. Estas variantes metabólicas condicionan así el impacto de las diferentes drogas en las sociedades donde son consumidas, no menos que la alimentación, los usos y costumbres locales, así como las prácticas curativas y las creencias de los involucrados.

Tantos factores conforman esta constelación dinámica, que se impone una aproximación transdisciplinaria a los problemas del uso indebido de sustancias. Pero este enfoque compartido es, en la práctica, solo una expresión de deseos. Los organismos jerárquicos lo frenan, es sancionado por algunas leyes del ejercicio profesional, y rechazado por la autosuficiencia del propio saber. Cuando se logra sortear las dificultades conceptuales, aún es obstaculizada por la arquitectura, y arrinconada por los horarios, turnos, y demás barreras temporales. En un ulterior nivel de complejidad, se impone un verdadero trabajo en red de las diferentes instituciones involucradas, preservando identidades, jerarquías y funciones, pero sin descuidar al sujeto en cuestión.

Quizá debamos por fin, agrandar nuestra mesa de discusión para los hasta ahora grandes ausentes: la nueva fisiopatología, la nutrición, la semiótica, la publicidad, la etnomedicina, las medicinas no convencionales, y por supuesto, la religión y los aspectos espirituales. Temas como la libertad y la ética estarán en el centro de nuestra discusión, mientras que la economía y la política solo deberían ser telones de fondo para un drama que afecta a seres humanos reales.

Las reducciones unilaterales, al uso actual, están produciendo no solo monstruosidades metodológicas en las terapias, y fracasos estrepitosos en la prevención, sino también cifras crecientes de consumo.

Además de los eventuales cuadros médicos, toxicológicos, y psicológicos generados por el consumo de las diferentes drogas ilegales -fuera de toda proporción comparadas con el abuso de las legales-, es necesario considerar las distorsiones sociales que provoca el actual status jurídico de la cuestión, entre las cuales están: La superpoblación carcelaria por delitos de drogas; la encarcelación de personas, que de otra forma no son violentas, o peligrosas, y que se "especializan" al estar en ese medio; la afluencia monetaria desusada de los grupos dedicados a su producción y sobre todo, a su comercialización ilegal; la capacidad corruptora de estos grupos para con las fuerzas dedicadas a su represión, y en la sociedad en general; la exposición del consumidor o del adicto a los contactos o a las actividades criminales, al intentar proveerse.

La cuestión de la prevención está limitada, en general, a charlas a estudiantes y alumnos, a discusiones públicas vacuas, a opiniones para la galería, de la boca de expertos interesados, y a campañas propagandísticas variopintas, que solo parecen lograr el interés de los futuros consumidores, y de quienes las propician.

Quien consume, ya "sabe"

Solo se lo disuade desde la raíz de su problema y con argumentos sólidos para él, no con slogans propagandísticos vacíos, ni con fantasmas en los que no cree, por inconsistentes, o a los que no respeta, por cínicos.

Una de estas raíces, y la más devaluada, es el vacío espiritual. Es que el espíritu y sus problemas no son fácilmente definibles, ni científica ni económicamente, y no existen estadísticas. Y en una sociedad pluralista, coexisten muchas y encontradas versiones, personales y grupales, acerca de este tema. Para unos se sintetiza Amor, en tanto reconocimiento de sí, del prójimo, y de su valor trascendente. Para otros, en la aceptación de la Ley, en cuanto campo definitorio de lo posible. No solo la jurídica y social sino la biológica y química, el mapa dinámico de los propios límites y capacidades. Y aun para otros, en la Libertad del espíritu, condición de una vida digna de ser vivida.

Quizás la respuesta laica deba ser una acción preventiva inespecífica capaz de abarcarlas. Tendrá que ver con promoción social, educación, participación democrática directa, y organización del tiempo libre de los grandes grupos de riesgo. En suma, un enfoque de difícil implementación en estas épocas de ausentismo gubernamental.

Otra vez será necesario detenerse en las definiciones, ya que la palabra prevenir tiene muchas acepciones -"avisar", como en español; o "impedir", como en inglés- y según se la interprete, generará lo que se busca o, como ahora, precisamente lo contrario.

Los pies en la Tierra

Claro está que cualquier "negocio" que mueva 500.000 millones de dólares a escala global, tiene un sinnúmero de anticuerpos con qué defenderse, si se lo ataca. Pero ¿no sería mejor una desobediencia civil? Todo se reduce a recuperar el espíritu.

Los narcotraficantes no temen: en el actual estado de cosas, siempre tendrán clientes. Es que un porcentaje de la población, correrá no importa qué riesgos para conseguir lo que le gusta o cree que necesita, especialmente, si está prohibido. Y otro grupo, también romperá no importa qué límites, para proveerles, e incorporarse así a la afluencia y al consumo.

Cuantitativamente, los muertos, inválidos, y enfermos por drogas ilícitas son abismalmente menos que los afectados por el alcohol, la nicotina y otras drogas legales, y menos que los afectados por el abuso de psicofármacos y otros medicamentos, que en algunos países solo sucede por iatrogenia o robo, y que en otros, también por descuidos en la cadena de comercialización y control. Cualitativamente, no son peores unos que otros.

Consumidores, enfermos, adictos, delincuentes: una progresión que no es siempre obligatoria y a veces ni es progresión, solamente definiciones desde campos artificialmente cerrados. Enfermo -dice el médico-, delincuente -dice el legislador-, adicto -dice el psicólogo-, consumidor -dice el mercado.

Si lo que está en juego es la salud pública, es ineficiente ocuparse de consumidores, con tan bajo índice de morbi-mortalidad. ¿Es el efecto disolvente del narcodinero lo que preocupa? No es en las fuentes donde fluye más caudaloso ese río. Pero si es el control lo más preciado, entonces caen en su lugar las afirmaciones tremendistas, las intervenciones desmedidas, y la forzada involucración militar en apoyo a insuficientes tareas policiales.

Todos necesitamos ayuda. Penalizado el consumo y forzando la terapéutica, alejamos la comunicación y la ayuda. Señalando a unos pocos, nos condenamos todos. Las cifras de encarcelados por delitos de drogas, trepa sin cesar, así como los gastos que ocasiona, sin contar el lucro cesante de no contar con una parte de una generación.

De todas formas, otros ocuparán su lugar, el precio subirá, la calidad seguramente no, y el negocio continuará. Hoy con el éxtasis y la cocaína, mañana con la heroína, pasado mañana con algunas otras de síntesis o de diseño. ¿Y la marihuana? No es un olvido, solo que en el Norte ya se abastecen y cambió de lugar en las listas: ahora es de uso médico en varios estados. En cualquier momento es legal. Obligatoria no creo, no se preocupen.

¿O será de esperar una intervención militar colombiana en las plantaciones norteamericanas de Georgia, Kentucky y California? Ninguna generación parece satisfacer a todos.


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