Artistas , judios, alemanes. Memorias de persecución

Clara Aldrighi

Toda obra dedicada a rememorar las vicisitudes de los judíos europeos en la década del treinta podría llevar como subtítulo el enunciado "el dilema de la asimilación". No es una excepción tampoco este documental que reúne el testimonio de algunos integrantes de la Liga Cultural Judía, institución surgida en 1933 en la Alemania nazi con el fin de incomunicar y excluir a la cultura hebrea del conjunto de la sociedad alemana.

SER JUDIO EN LOS AÑOS TREINTA

A partir de las historias individuales, imágenes y recuerdos van hilvanando una suerte de narración colectiva, ágil y extraordinariamente rica en matices problemáticos. Con todo, el cuestionario propuesto por los directores del film evita ahondar en algunos aspectos por demás interesantes, apenas delineados y aludidos. El espectador no logra escuchar de estas personas una reflexión sobre el significado y la razón de su fuerte identidad alemana, fruto de estratificaciones sucesivas; sobre las dolorosas ambigüedades y rupturas soportadas a consecuencia de la persecución.

¿Cuáles serían los contenidos de su patriotismo, el sentido de su pertenencia nacional?. ¿Cuáles las fracturas y reelaboraciones de su identidad en el pasado, en el presente?. Sabemos que mucho podrían decirnos, como judíos, de esa condición tan típica de la existencia contemporánea, el vivir en equilibrio, en simbiosis entre más culturas. Quedan apenas esbozados los conflictos, las ambivalencias, las dificultades psicológicas frente a decisiones emotivamente arduas como la de emigrar y que significaban en definitiva una elección de sobrevivencia.

En la cultura judía contemporánea se ha producido una "crisis de la memoria", abierta en la conciencia de los sobrevivientes de la Shoah. Crisis de identidad, de certezas adquiridas. La relación con el pasado no constituye para ningún grupo nacional, religioso o cultural algo inmóvil y permanente: se asemeja más bien a un precario territorio cuyos límites se redefinen periódicamente. La historia va produciendo laceraciones, cambios y muchas de las representaciones, conceptos y sentimientos a los que se confiaba la propia imagen se presentan de pronto desgastados, confusos o negativos. Se vuelve necesario entonces seleccionar del pasado otra tradición que se acerque más a lo que se es en la actualidad.

Desde una perspectiva que tienda a la desvalorización de los procesos de asimilación judía en la Europa de entreguerras podría insistirse en los temas de la ingenuidad o ceguera frente a la muerte anunciada. Recluirse en instituciones como la Liga Cultural Judía, estimar -como lo hicieron sus integrantes- tolerable y hasta grata la actividad artística cumplida en condiciones de penosa confinación, puede resultar incomprensible a nuestra sensibilidad contemporánea.

De hecho, los judíos alemanes no tenían más alternativa, excepto la de emigrar en masa. Adoptaron actitudes similares a las manifestadas hasta 1939 por estadistas, intelectuales, hombres comunes no judíos frente a la política de Hitler. ¿Por qué razón no confiar en el carácter transitorio de la Liga Cultural Judía, de la persecución y del propio régimen nazi, si tal ilusión era compartida por las élites políticas liberales?. La verdadera naturaleza del nazismo no aparecía en toda su dimensión a la mayoría de sus contemporáneos. Baste recordar el entusiasmo de masas que acogió a Chamberlain y Daladier, "salvadores de la paz", a su retorno de la conferencia de Munich, último acto diplomático de sumisión a los principios del más obtuso nacionalismo. Pocos comprendían en el mismo setiembre de 1938 que en Europa estaba en juego algo mucho más importante que los Sudetes checoslovacos.

La política racial del nazismo fue percibida como parte de una estrategia que en el plano interno perseguía igualmente y con dureza a las oposiciones políticas, y en el internacional se prodigaba en agravios y violaciones de la legalidad con el objetivo de desmantelar el ordenamiento europeo establecido por los vencedores de la primera guerra mundial. También los gobiernos liberales opusieron débiles o ineficaces instrumentos diplomáticos -con el propósito de evitar una nueva conflagración y por temor al avance comunista- a la arrogancia nazifascista: desde el quebrantamiento unilateral del tratado de Versalles con el rearme y la militarización de Renania, hasta la invasión de Manchuria, las guerras de Etiopía y España, el desmembramiento de Checoslovaquia.

Por otra parte, el racismo y el antisemitismo no se presentaban a los contemporáneos como el fruto circunstancial de un régimen político totalitario. Desde el último tercio del siglo XIX los judíos europeos convivían con un radical y violento repudio que los estados liberales habían podido contener o circunscribir, si no en el plano social, al menos en el político. Esta nueva versión del antisemitismo reflejaba los procesos de nacionalización y secularización de la sociedad, que modificaban también los antiguos estereotipos y prejuicios transmitidos tradicionalmente por el pensamiento cristiano. El judío, ahora emancipado, fue considerado un cuerpo extraño, nocivo e inasimilable -espiritual o biológicamente- presente en las naciones como un morbo en un organismo fundamentalmente sano.

Pero este antisemitismo no era odio puro y simple contra el judío. Representaba ante todo el elemento de punta de una ideología -a cuyo núcleo conceptual nada nuevo aportará la derecha de entreguerras- que rechazaba globalmente la herencia de la Revolución de 1789, es decir la modernidad en el sentido más propio del término: los derechos naturales, la preeminencia del individuo, la sociedad abierta, la democracia -en su versión liberal o jacobina- y el pluralismo, la nación concebida como un simple agregado de individuos. Su difusión de masas en los cincuenta años precedentes a 1933 nos da la medida de la crisis del liberalismo europeo, único marco en el que la asimilación podía adquirir un sentido. A partir de 1917 desde otras vertientes ideológicas no antisemitas se contribuirá igualmente a incrementar la ofensiva antiliberal. Pero racional o intuitivamente muchos judíos europeos advertían que el eclipse del liberalismo no podía ser definitivo, y esa esperanza también condicionó sus decisiones.

La actitud de los judíos frente a los acontecimientos de los años treinta es, con todo, interpretable desde otra perspectiva más amplia, que las fuentes literarias y epistolares documentan en modo inequívoco. El antisemitismo cultural o racista en todas sus gradaciones, la emigración y el exilio colocan a los judíos en una situación ya soportada por sus correligionarios en muchos momentos históricos adversos: y una vez más la respuesta es la aceptación y la transfiguración del dolor.

LOS CAMINOS HACIA LA LIBERTAD

"El dilema de la asimilación", se decía: ya en 1908 Arthur Schnitzler proponía en su novela Hacia la libertad algunas imágenes del relacionamiento de los judíos con el mundo, de la complejidad de la condición judía. Han pasado pocas décadas desde la emancipación, y las experiencias de integración y asimilación se han demostrado amargas, contrastadas por un ambiente hostil y un renaciente antisemitismo que presagia el fracaso de los ideales del nacionalismo liberal y democrático. El destino individual de los personajes se vuelve el destino emblemático de toda una generación que vive la crisis de la cultura europea, y en particular la del declinante imperio habsbúrgico.

Schnitzler describe a través de uno de sus personajes, el artista Heinrich Bermann, la condición -que define "tragicómica"- de los judíos asimilados: su padre, abogado de provincia, asciende con el liberalismo al parlamento; como integrante de la capa culta judía de lengua alemana en Bohemia participa en la creación del partido nacionalista alemán; el antisemitismo provoca su exclusión, defrauda sus perspectivas, le priva de su posición y finalmente de sus facultades mentales.

La patria de estos personajes es Viena, es Austria; el antisemitismo intenta recluirlos artificialmente en una condición de extranjeros, de ciudadanos de segunda categoría o de no-ciudadanos. Como contrapunto un personaje joven propone con vehemencia la solución sionista, el alejamiento de la patria austríaca siguiendo el camino de la autoemancipación. Pero ocurre que en muchos casos el nuevo desarraigo tampoco solucionaría las dificultades, no aliviaría el disgusto, o la desesperación, o la ira: a su retorno de Palestina el viejo Ehrenberg siente que no sabría cómo vivir en aquel desierto. Es que los caminos hacia la libertad, reflexiona Schnitzler, "no están trazados sobre el terreno, sino dentro de nosotros mismos".

En 1936 un judío pragués de cultura alemana, Franz Werfel, espiritualmente vinculado tanto al hebraísmo considerado un "destino" como a la mística católica, intenta recomponer con la memoria (en el ensayo Significado de la Austria Imperial que prologa la recopilación de cuentos El crepúsculo de un mundo), los fragmentos de una Europa civil y tolerante, refinada y vital, animada por las grandes ilusiones del liberalismo y el esprit bourgeois. Pero su prosa refleja la condición de extrema soledad en que llegan a encontrarse los judíos asimilados de lengua alemana: sentimientos y realidad se demuestran incapaces de lograr un mínimo acuerdo.

La laceración se recompone buscando un refugio en el pasado, en la idealización de la unidad político-cultural del imperio multinacional austrohúngaro, donde "trece pueblos y veinticuatro países" encontraban "un hogar maravilloso, un hogar de la humanidad sin distingos de sangre y confesión, ni del origen o destino de sus hijos". Expresión majestuosa del "cruce de humanidades y pueblos y la lenta cualidad de construcción productiva del Imperio" era la música austríaca, "el lenguaje universal, la lengua de las lenguas en medio de la babilonia de confusión de idiomas".

En la visión de Werfel la crisis y desaparición de este mundo simbolizaban la entera crisis de Occidente en el momento más dramático y decisivo de su historia. Werfel no se pregunta si el orden perdido y añorado no fuera sólo la máscara del caos. Sentía el desamparo de haberse vuelto un extraño "en mi propia ciudad, mi propia calle, mi propia casa [...] Me he quedado sin hogar, en el sentido más extenso de la palabra". Su evocación se realiza dos años antes del Anschluss, que unirá Austria a Alemania con un acto de fuerza para cumplir el principio de delimitación de las fronteras estatales mediante líneas divisorias diseñadas por las etnias.

Poco después el mismo sentimiento de exclusión, desorientación e impotencia se extenderá a otros países de tradición tolerante. Una historia plurimilenaria vinculaba a los judíos con la sociedad italiana. Las leyes raciales de 1938 representaron la ruptura del proceso de integración y asimilación iniciado en el Ochocientos, con la reintroducción de la desigualdad mediante la progresiva pérdida de los derechos civiles, hasta el epílogo de la deportación. Los judíos habían adquirido una fuerte conciencia patriótica y nacionalista, alentada por el carácter netamente liberal de la cultura y el orden jurídico de la Italia unida: la asimilación y el cosmopolitismo eran los rasgos típicos de la vida hebrea italiana, en especial en las grandes ciudades septentrionales.

El advenimiento del fascismo pareció no modificar esta situación. Los judíos tomaron partido frente al régimen a consecuencia de convicciones políticas, de tradiciones familiares, de intereses de clase, al igual que los demás italianos. Las cartas dirigidas al rey o al duce en protesta por las leyes raciales testimonian un sentimiento de inexplicable traición a su patriotismo y a su "doble identidad", más intensamente doloroso en el caso de los judíos fascistas o monárquicos.

"¿Es posible que Tú Reina nuestra amada, Madre y Abuela bendita y santa, de todos los niños de Italia, que Tú permitas que a nuestros hijos, nacidos y crecidos en Trieste, se les imponga tanto dolor?" preguntan "Muchas muchas madres triestinas judías" en una carta dirigida en 1939 a la reina Elena. "Esta persecución -le escribe otro italiano judío- es una afrenta que no debe manchar nuestro reino, el Reino de los Savoia que fueron siempre Justos. Reina nuestra adorada, sé tú quien obtengas Justicia para estos inocentes que invocan a Dios contigo. Es de noche, he escuchado el discurso de Chamberlain, pienso en el 1º de octubre. Creo enloquecer. Dios ayúdanos".

La cultura judía del Novecientos elaboró algunas imágenes destinadas a sustentar la ideología del mestizaje o de la coexistencia armoniosa en los estados multiétnicos. La metáfora del Melting-Pot o crisol, central en la cultura norteamericana contemporánea en su discurso sobre la inmigración y la etnicidad, debe su propagación al éxito de una pieza teatral del escritor inglés Israel Zangwill: The Melting-Pot, estrenada en Nueva York en 1908. Narrando las peripecias de una familia judía rusa emigrada a Estados Unidos, Zangwill atribuye a la sociedad americana la potencialidad de crear un mundo de fraternidad universal mediante la disolución de las diferencias.

Una alternativa a esta apología de la fusión cultural y étnica fue propuesta por otro intelectual judío, Horace Kallen, filósofo, discípulo de William James y George Santayana, quien consideraba única garantía de democracia el mantenimiento de la diversidad o del "pluralismo cultural" en las sociedades multiétnicas. Empleado por primera vez en un ensayo de 1924, este concepto recorrerá un largo camino en el debate sociológico de nuestro siglo.

En un texto de 1915, Democracy versus the Melting-Pot, Kallen elaboraba la sugestiva imagen de la orquesta para diseñar la compenetración y recíproca dependencia de las diversas culturas: "Como en una orquesta cada tipo de instrumento tiene su timbre y su tonalidad específicas [...]así en la sociedad cada grupo étnico puede constituir el instrumento natural, su índole y su cultura pueden ser el tema y la melodía, y la armonía y las disonancias y discordancias de todos ellos pueden crear la sinfonía de la civilización".

Todas estas visiones se encuentran entrelazadas por una aspiración universalista que demuestra la apertura de la cultura judía a los valores nunca abandonados del diálogo y la tolerancia; y a su vez revelan las dificultades que la realidad impone, corrigiendo el confiado optimismo del emancipacionismo liberal, así como las novedades y contrastes introducidos por el sionismo político.

ESE RASGO DECISIVO DE NUESTRO TIEMPO

Insistimos desde ángulos siempre diferentes, como el propuesto por este documental, en el recuerdo de la persecución y el exterminio judío porque se trata, como ha sido dicho, de un "pasado que no pasa", tanto por su tragicidad como por su actualidad. La herencia de las ideologías que llevaron al intento de suprimir al pueblo judío entero es todavía viva y actuante. El Holocausto, primero teorizado y luego cumplido en la civil Europa, es también la representación extrema de todo lo que el hombre común puede ser capaz de hacer, en ciertas condiciones, en cualquier momento. Retrocedemos con la memoria sólo para lograr un presente y un futuro más humanos.

El carácter cada vez más acentuadamente multiétnico y multicultural de la sociedades contemporáneas, los nuevos grandes movimientos migratorios demuestran cuán indispensable se ha vuelto modificar las estructuras jurídicas vinculadas a una idea de estado-nación que ya no se corresponden con las actuales exigencias de ciudadanía. Observa precisamente Jacques Derrida en un reciente escrito (Cosmopolites de tous les pays, encore un effort!) que es necesario reelaborar una ética de la hospitalidad y lograr su traducción en instituciones y leyes.

Para ello podría quizás servir de inspiración la voz de Isaac Bashevis Singer, quien en su ensayo Yiddish, the Language of Exile reflexiona justamente sobre el significado universal de la condición de extranjero: "Cuando todas las naciones se darán cuenta de que están en exilio, el exilio cesará de existir; cuando las mayorías descubrirán que son también minorías, la minoría será la regla y no la excepción.[...] El hombre debe ser al mismo tiempo él mismo y una parte integrada del todo, fiel a su casa y a su origen y profundamente respetuoso de los orígenes de los demás. Debe poseer ya sea la sabiduría de la duda como el fuego de la fe. En un mundo en el que somos fundamentalmente unos extraños, el mandamiento "Amarás al extranjero", no es simplemente un deseo altruísta, sino el corazón mismo de nuestra existencia".

 


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