trazos y trazas
Pistas de presencias y de ausencias
Angel Kalenberg
El rostro concentra la presencia de cada persona. Tanto que en las sociedades occidentales, el carozo de la identidad (todavía) se ubica más que nada en el rostro. Y el rostro es también el que hace patente la ligazón social, y la del individuo con su mundo.
Según el filósofo francés Emmanuel Lévinas, la propia palabra rostro hace referencia a la presencia. Pero, advierte, no debemos confundir presencia con representación. En la representación del humano por el rostro se ha querido ver una suerte de texto jeroglífico cuya decodificación permitiría alcanzar la verdad que debía anidar detrás de la expresión y alcanzar también lo que la individualiza. Sobre ese texto, desde Leonardo ("los rastros del rostro muestran en parte los rasgos de la naturaleza de los hombres, sus vicios, su complexión") a las efigies cortesanas de Le Brun, los artistas habrían tratado de decodificarlo aplicando una fisiognomía de las pasiones y otros.
Un ejemplo de esta postura lo brinda el pastor suizo Johann Kaspar Lavater, quien sostuvo en sus Fragmentos fisiognómicos (escritos entre 1775 y 1778, ellos se beneficiaron de la contribución de su amigo Goethe y del grabador Chodowiecki), que "el lenguaje original de la naturaleza, escrito en el rostro del Hombre" podía ser descifrado por la fisiognomía, la que se convertiría en una segura aproximación a los secretos del alma, pues "consiste en deducir las costumbres del carácter de la forma del rostro, de la línea del cuerpo y del aspecto general" (Aulo Gelio, Noches áticas). Claro que en la actualidad, y a partir de las alteraciones faciales y corporales resultantes de la cirugía estética, tales correspondencias dejaron de ser certeras, si es que hay motivos para pensar que alguna vez lo fueron.
Un pintor que no es un fisiognomista es un pobre pintor, llegaría a afirmar Diderot. Dos siglos más tarde, se dirá que el rostro es una "gramática del inconciente", es decir, que refiere a lo otro del rostro, lo soterrado, que subvierte la visibilidad de la cara, su identificación visible. (Michel Butor habría de escribir: "Si por azar... un espejo me devuelve mi rostro, necesito cierto tiempo para admitir que es el mío".) Más acá, para el desconstructivista Jacques Derrida "la exterioridad es constitutiva de la interioridad". Entonces habría que decir más bien que el rostro sería, a un tiempo, el lugar de la verdad y de la simulación, porque también es la superficie donde se inscriben rasgos, marcas, manchas y colores que, arregladas con intención en un cierto orden, componen una ficción del ser, aquello que el sujeto no es y cree ser, o quiere que otros crean que es; es entonces que ser y parecer pueden estar divorciados.
Además, el hombre que se interroga por su identidad, se aleja más y más de toda certeza porque el rostro que contempla en el espejo es el ejemplo de la fragilidad, dada esa metamorfosis que es la vida que corre pareja con el tiempo.
A pesar de todo, el rostro humano, sostendría Antonin Artaud hacia 1947, todavía no ha encontrado su cara (...), lo que quiere decir que la cara humana, tal como ella es, se sigue buscando aún en unos ojos, una nariz, una boca y dos cavidades oculares, y también, en el pelo, que es o que ya fue.
El rostro: Línea, plano, color
En los dibujos de Sábat primero fue el rostro, y sólo tiempo después aparecerán presencias de cuerpo entero. Pero el rostro concentrado en las caricaturas, esa variante del retrato que generalmente se centró en el rostro, y que Sábat, generalmente también, exagera, desarrollando lo grotesco hasta los límites de lo fantástico.
La caricatura es la vía que intenta abrir la naturaleza esencial, dice qué (y cómo) debe verse en lo visible de otro, intenta revelar al verdadero hombre detrás de la máscara y mostrar lo "esencial", que para la caricatura suele ser del orden de lo oscuro del ser. Según Ernst Kris, el caricaturista busca y redondea la perfecta deformidad y así delata, cree él, cómo el alma del hombre estaría expresada en su cuerpo, lo que sería cierto solamente si la materia fuera plegable a las intenciones del artista.
Bien se podría sostener que los trabajos caricaturescos de Sábat ponen en marcha lo que Gombrich ha denominado la falacia patética, y que ella le induce a buscar, a enfrentarse a todo cuanto lo rodea, escudriñando, desnudando e interrogándose constantemente con la única pregunta vital: ¿eres algo favorable u hostil, una "cosa buena" o "una mala"? Y lo que encuentra lo pone a la vista del espectador.
Las caricaturas de Sábat acentúan algunos rasgos de sus personajes, deforman, pero lo necesario para traducir una intención sin violentarlos, manteniendo siempre el contorno de la forma de los rostros.
A diferencia de otros caricaturistas, a Sábat caricaturista no le preocupa estudiar las posibilidades de metamorfosis del cuerpo humano (pese al sobresaliente retrato que le dedicó a Kafka, autor de La metamorfosis), ni confundir lo vivo con lo inanimado, ni convertir el cuerpo humano en planta o animal, ni someterlo a los reflejos mecánicos de un espejo deformante, los cuales conforman el repertorio convencional de los rasgos que integran la caricatura.
Además de seguir dibujando, lenguaje que no abandonará nunca, en la década de los sesenta Sábat comenzó a pintar. Sus pinturas de entonces estuvieron dedicadas a personajes notables y notorios, de las artes visuales, de la literatura, de la música, de la política: su amigo, el caricaturista Al Hirschfeld, el pope de la crítica de arte de la Argentina Jorge Romero Brest fumando un habano infinito (El Profesor Ego), Borges, Paco Espínola, Lezama Lima, Louis Armstrong, George Gershwin y Carlos Gardel el Troesma, Domingo Arena y Marilyn Monroe y hasta el Dr. Sigmund Freud, entre otros, a los cuales primero había cultivado en sus caricaturas.
El tema del parecido, la cualidad metafísica del parecido, constituye la motivación central de la experiencia de Sábat como pintor. Según sostiene E.H. Gombrich en Meditaciones sobre un caballo de juguete, el artista aporta un esquema que ha internalizado para aprehender la realidad. El caricaturista manipula un vasto repertorio de tales esquemas, vueltos conocimiento que aplica y corrige. Los retratos de este Olimpo personal de Sábat alcanzan un grado de humanización trémula que puede contrastarse con el grado de humanización monstruosa que presentan los monumentales retratos del mexicano José Luis Cuevas.
Pinta retratos, y su focalidad puede ponerse lado a lado con la de Carlos Federico Sáez, el retratista por antonomasia del arte uruguayo, y el único, antes de Sábat, en adoptar este punto de vista que concentra todo en el rostro del personaje, cuyo radio de acción es decreciente y tiene menor peso perceptual a medida que se aleja del rostro. Pero mientras la superficie de los retratos de Sáez se resuelve mediante una factura de materia densa y pinceladas largas, cuya textura hace a la expresividad de la obra, los recursos de Sábat, suelen rehuir a la materialidad de los pigmentos, a pesar de que en el Retrato de Al Hirschfeld, por ejemplo, la use, apelando al dripping, el chorreado característico de Jackson Pollock.
Entre nosotros, Joaquín Torres García también afrontó el género retratístico, en una serie dedicada mayoritariamente a notabilidades de la ciencia y la cultura universal, a aquellos a los cuales admiraba, poniendo el acento en el rostro de los personajes.
Luego, a comienzos de la década de los ochenta, Sábat deja de lado a los personajes extraordinarios y famosos que hasta entonces había instalado en sus lienzos, para ocuparse de seres inidentificables, en la serie de pinturas dedicada a los desaparecidos bajo las dictaduras latinoamericanas, ingresando a través de ellos en un proceso de progresiva abstracción. Antes, la materia, el empaste, le servía para individualizar rasgos de sus modelos; ahora, despersonaliza pictóricamente. Antes le interesaba el rostro como expresión de cada ser humano. Ahora le interesa el rostro como terreno del lenguaje plástico. Trata los rostros de sus retratados de un modo que no desdeñaría un Willem de Kooning para encarar el desnudo: lo desintegra, lo deshace, y luego lo recompone plásticamente. Si bien se libera respecto a los significados implícitos en cada uno de los notables retratados otrora, el instinto del caricaturista, está presente y ya el mero hecho de poner el foco en los rostros es toda una definición.
¿Pintor, dibujante, caricaturista? En el caso de Sábat es claro que es imposible optar. Sábat participa de los dominios de la pintura, del dibujo, de la caricatura, de la fotografía, de las artes gráficas (y de la música, y de la escritura). Y también del dominio de la opinión, territorio en el que confirma a un ácido y lúcido mirador de su entorno.
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