Serie: El fin, al fin (I)
Un mundo que cambia
Marcelo N. Viñar
José Pedro Barrán nos enseñaba que un texto (o un documento) se ofrece, o informa por lo que dice, pero también por lo que calla y omite. Y que el texto no sólo dice del tema y del autor, sino también de la comunidad cultural - profesional y política- dentro de la cual el tratamiento del tema (sus preguntas y sus respuestas) se insertan.
No me ocuparé de diferencias entre autores, teorías o escuelas psicoanalíticas, sino de algunos cambios que se están produciendo en esta sociedad mediática y tecnologizada y del lugar que ocupan hoy la palabra y la narración, en apariencia destituidas de su lugar privilegiado de subjetivación. Acertado o no, este abordaje es una elección que asumo.
Se trata de confrontar la especificidad de la interrogación freudiana (que no puede ser sino simultáneamente teórica y práctica) en su palpitante actualidad (esto es, el sujeto en la opacidad respecto de sí mismo), con el torbellino de los tiempos actuales que llamamos de mutación civilizatoria (o tránsito a la postmodernidad) y su impacto en la subjetividad.
Cambios, ¿en qué dirección?
Que los cambios nos gusten o no, no es allí que radica el problema. Como señala Touraine, de estos cambios no podemos escapar, no vale la nostalgia ni es posible la autarquía. El único desafío es si al viaje ingresamos como viajeros o como galeotes. Y la disyuntiva no es fácil de encontrar. ¿O acaso estos grandes cambios en la estructura productiva y societaria no conciernen a la subjetividad y tiñen la psicopatología? La respuesta me parece afirmativa.
Yo soy malo en estadísticas e inexperto en epidemiología. Aún así, como clínico, puedo saber que nos llegan más y más anorexias y bulimias, drogadicciones y conductas adictivas, y trastornos graves de la personalidad con tendencia a conductas antisociales o una cierta forma de agenesia moral.
Dice Julia Kristeva "... los habitantes del planeta mediático, sometidos al stress, las imágenes y los antidepresivos, padecen lo que he llamado las nuevas enfermedades del alma: el mismo espacio psíquico se encuentra amenazado, estamos a punto de perder el fuero interior en el que el hombre occidental amparaba en otro tiempo, con la plegaria y la introspección, su capacidad de representar y juzgar el cosmos y los otros; y esa pérdida desemboca directamente en la autopista de las enfermedades psicosomáticas, la corrupción y el vandalismo."1
Y esta afirmación me parece más elocuente que la corroboración estadística.
La irrupción de la informática, la globalización de la economía y la masificación de los medios de comunicación plantea nuevos y difíciles problemas identitarios a pensar desde una perspectiva ciudadana y democrática, también en nuestro espacio profesional. Es patente, aún a una mirada ingenua (si la hubiera) que el espacio interior no es hoy el de la cogitación de Descartes o Spinoza, ni la trémula mirada de Kafka o Proust, sino el vértigo del video-clip, en la música o en la guerra, donde no sabemos si vemos todo o nada, donde el acontecimiento ocurre a una velocidad que mal puede ser metabolizada. Llamamos acontecimiento -con Alain Badiou- al modo en que un sujeto percibe y se apropia de los sucesos del mundo.
Si, sabemos que la expansión tecnológica y sus efectos en la eficiencia productiva y la multiplicación exponencial de la información no ha resuelto -y quizás haya empeorado- ni la desnutrición ni la guerra, ni los equilibrios en la convivencia, ni con los otros ni con nosotros mismos. La ecuación freudiana de que a mayor civilización menor satisfacción, sigue siendo trágicamente vigente en diversos planos.
En lo que atañe al modesto recinto de nuestro oficio, resulta obvio que si queremos inspirarnos en Freud, el asunto no es sólo recitarlo, con más o menos erudición y rigor, sino explorar, tomando su ejemplo, las relaciones tan estrechas como complejas e ignoradas (a veces enigmáticas) entre cultura y psicopatología. Suponiendo que el cuerpo erógeno y la tormenta pulsional son (invariantes), o variantes menos sensibles al tumulto de la historia del presente, lo que importa es explorar la vertiente relacional.
Gilberta García Reynoso tomaba la idea de Maurice Blanchot de que el pensar, en su devenir, tiene un momento afirmativo, o transitivo, que coexiste con el acontecimiento, y un segundo tiempo, reflexivo que asimila y hace propio el acontecer. La memoria, señala Paul Auster, es el lugar donde algo ocurre por segunda vez. La subjetivación ocurre en el intervalo diferencial entre esos dos tiempos: el de captura y el de subjetivación. Sólo en el segundo tiempo hay un efecto sujeto, que se hace allí testigo y partícipe del acontecer. Sólo allí el sujeto piensa y habla en primera persona, y no queda diluido en la hipnosis en la masa. La fórmula de Blanchot es alambicada pero elocuente: "Yo no sé, pero sé que voy a haber sabido". ¿Es a la carencia o supresión de este intervalo que llamamos cultura de la instantaneidad? Úselo y déjelo, esto vale tanto para el objeto perimible como para el suceso del día, que no se constituye en acontecimiento. En todo caso, entre el remanso del sujeto de la narración y el vértigo del sujeto de la imagen, se crea un intervalo a problematizar.
Sujeto actual y experiencia freudiana
En el largo trabajo histórico y personal de construcción del sujeto humano, se es hijo de ... Hijo de los padres, de la historia, de la cultura y de los códigos del grupo. Y no sólo de las determinaciones inconcientes del Complejo de Edipo. No soy revisionista del descubrimiento freudiano, sólo digo que su poder y hegemonía es hoy día de tal pregnancia, que vale la pena contrastarlo con otras secuencias causales inteligibles, so pena de quedar capturados en explicaciones reductivas y prefabricadas.
Don Quijote era hidalgo. Etimológicamente hijo de algo. Para Marcel Mauss no es sólo el parto de la persona singular, sino tener un lugar y un papel en el grupo. Tener destino y misión. Nombre propio y pertenencia al clan y una relación al pasado: un vínculo "explicativo" entre la peripecia o la pregunta actual y un tiempo previo, mítico, constituido como tiempo fundador. La pertenencia es una necesidad humana básica, tan constitutiva de la persona humana como su propio cuerpo. Atahualpa Yupanqui -que se llamaba originariamente Roberto Chavero- adoptó el nombre de un jefe indígena y el apellido que en lengua indígena significa indistintamente tú narrarás, o tú cantarás (simbiosis entre palabra y melodía que las lenguas actuales han perdido).
¿Será por la bruma en la noción de realización, que hoy hablamos de pérdida y dispersión del sujeto?
Me interesa proseguir la interrogación acerca de la interfase o frontera entre el sujeto que emerge o descubrimos en la experiencia freudiana (cuando esta puede o logra ser instituida en la situación analítica) con la crisis del actual sujeto histórico y político, tal como la piensan y describen algunos pensadores de la actualidad.
El sujeto actual no está mecánicamente determinado por el juego de las fuerzas sociales, ni tampoco es él sólo la clave de su propio drama: se trata de una figura mixta e inconclusa al mismo tiempo, dependiente y abierta. Pasaron 30 años y vemos como dialectizables, abordajes que otrora se nos impusieron como excluyentes. Hoy día afirmar la vigencia de la causalidad inconciente y la importancia de las relaciones tempranas es llover sobre mojado. Más bien la tarea urgente de la actualidad es combatir una hegemonía reductiva de la metapsicología freudiana y confrontarla con la inteligibilidad de otros operadores en juego. De no buscar en esta dirección, nos seguiremos quejando de la disminución de la disposición a analizarse y de la alta tendencia a la deserción de tratamientos.
El tránsito a la posmodernidad
Personalmente, pienso que aún entendemos poco y mal el tránsito del hombre de la modernidad al de la post modernidad. Quizás estemos en la urgencia de vivir una transformación y nos falta la perspectiva para pensarla, y es desde el asombro y la perplejidad, que trazamos algunas inquietudes.
La ola de progreso y de confianza en la razón del siglo de la luces, nos trajo la ilusión de una espiral ilimitada en el conocimiento del universo y la naturaleza humana. Para el hombre de la modernidad, el progreso de la ciencia y de la técnica fueron la promesa de bienestar y de justicia social. Para el de hoy, el mismo empuje en la expansión del conocimiento -multiplicado exponencialmente- es amenaza y zozobra. De desempleo y marginación como efecto de la robotización administrativa e industrial, del estallido demográfico y del desequilibrio ecológico (penuria en los recursos naturales, sobre todo el agua y la atmósfera), de la resurgencia de los fanatismos nacionalistas y étnico religiosos, y del temor a las manipulaciones genéticas.
Dice Edouard Glissent: "El caos-mundo no es un mundo en desorden, sino impredecible. No podemos tener la pretensión de saber lo que va a suceder. La realidad nos sorprende cada día y hay que habituarse a la idea de construir sin la pretensión de orientar al mundo. Esto es difícil de concebir y aceptar, porque siempre hemos querido prever y predecir. Además, el mestizaje de culturas nos obliga a reformular la noción de identidad individual y colectiva. Ya no habrá identidad de raíz única que excluya a otras y no conciba nada fuera de ella, sino participación en común y búsqueda de una identidad rizomática"1.
El hombre de la modernidad se asomaba al mundo para comprenderlo y transformarlo, como sentenciaba la famosa máxima de Marx: lo ya constituido en la naturaleza, en el orden social y las instituciones, estaban allí como puntos de resistencia y desafío al emprendimiento y la transformación. De allí que se pudiera hablar de ideales y discursos de utopía.
El de la postmodernidad toma a la realidad -señalan Cabanne y Petrucci- no sólo como lo efectivamente existente sino como lo inmodificable y lo único posible. Si los cambios vienen, será por obra del poder y/o de la ciencia y la tecnología. Vendrán ya prontos y lo sabremos por los medios masivos de comunicación, tan rápidos y eficaces. Lo que significa -ni más ni menos- que de actores y protagonistas, hemos pasado a ser espectadores y pasivos. Espectadores de un universo vertiginoso cuyos datos nos abruman y desbordan y parecen demostrar una lógica fatal de los acontecimientos: donde antes queríamos comprender algunas secuencias lógicas de lo real, hoy nos conformamos con registrar lo indispensable. O lo que nos imponen. ¿Por qué tengo que saber de Clinton y Mónica Levinsky, y que Lady Di se fue con un árabe y no un británico, o, al menos, un buen muchacho judío?
Y agregan los mismos autores "El ser mass-mediático normal, para quien su destino será siempre decidido en otro lugar, por la manipulación de la ciencia y la informática de este mundo globalizado. De ser agentes transformadores del mundo al paraíso individual de la droga y del consumismo a la moda".
Y frente a la exhuberancia de la información, ¿somos sujetos que eligen o títeres manipulados? Seguramente ambas cosas, que en la simultaneidad de una contradicción, tendremos que explorar.
Estos hechos no son ajenos ni están distantes del recinto intimista del consultorio. No es ya la censura y represión de los apetitos sexuales el temor que hace escándalo e impacto y atraviesa nuestro mundo interior, sino el vértigo informativo acelerado por los mass-media que además desordenan la frontera -antaño bien pautada- de espacio público y privado.
Tecnología, realidad e ilusión
También ha perimido el tabú de la virginidad y los parámetros de la iniciación y de la conducta sexual están bastante revueltos, ¿cuándo y cómo la desfloración? ¿Qué criterios para el apareamiento? Con la eficacia de los métodos anticonceptivos y el terror al Sida, los planteos cambian. Allí donde hubo censura moral o rebelión libertaria, hoy reina una febril negociación donde la exuberancia (en lo que podemos captar desde el atalaya de nuestra edad, nuestra profesión y nuestros prejuicios) -dice argumentos múltiples y contradictorios que carecen de un patrón medida nítido- en sus criterios y fundamentos. Patrón al que oponerse o someterse.
La eficacia tecnológica, entre la realidad y la ilusión, desplaza el orden de lo posible. Frente a lo sagrado de la maternidad y la conservación de la especie, la interrupción voluntaria del embarazo y la planificación familiar se han hecho un "derecho" legítimo y una exigencia demográfica al que sólo se opone la iglesia retardataria. Pero, ¿qué efectos psíquicos tiene la separación o escanción de placer y procreación?
La cirujía y la endocrinología llevan a cabo el deseo explícito de los transexuales; en todo caso no es lo mismo soñar lo irrealizable que llevarlo a cabo en acto. ¿Se trata de un problema técnico de racionalidad instrumental o la tramitación a ese nivel oculta las dificultades para tramitarlo como conductas de valor y criterios de legitimación?
Es distinto estar en sumisión o rebeldía a una pauta establecida por el consenso y la tradición, que ser fundador, en la autarquía, de criterios que hay que asumir como válidos y legítimos. La tradición era un mito a enfrentar, para acatarlo o combatirlo, hoy la barrera es embestir puertas abiertas. La exaltación del presente sin tener que combatir o superar las pautas del pasado y la tradición parece ser, para bien y para mal, uno de los caracteres originales del tiempo actual.
"La destrución del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de las generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX. ...los jóvenes de este final de siglo crecen en una suerte de presente permanente, sin relación orgánica alguna con el pasado del tiempo en que viven"1 .
La referencia parental no parece sustentar el mismo poder y vigencia que antaño. En todo caso si el Otro de la Ley (Padre castrador o muerto por la horda) es en nuestros esquemas fundamento civilizatorio, cabe pensar qué efectos tiene en la organización subjetiva, la modificación imaginaria y/o simbólica de esta figura clave de la estructuración.
Podemos decir, simplificando, en la generación de los abuelos el consenso fue la condena del sexo y la lujuria por su carácter pecaminoso, en la nuestra el doble discurso de la legitimación en la relación privada y de ocultamiento y recato en la pública, los jóvenes de hoy proclaman y practican una libertad sexual, que, a veces, no siempre, disfrutan. La prohibición de la lujuria ha seguido un camino paralelo al del traje de baño, cada vez tiene menos tela y cubre menos superficie. Pero bien sabemos de la clínica, que ni la conducta reprimida y censurada, ni la actuada y libertina, resuelven el cogollo de nuestros conflictos con la sexualidad.
Yo tuve (y quizás tengo) un sentimiento de celebración por el éxito de estas posturas libertarias y el derrumbe de monstruos obsoletos y cavernarios de la tradición. Quizás el psicoanálisis contribuyó en esta transformación, pero no le demos un protagonismo exclusivo. El puritanicidio me parece un crimen saludable siempre y cuando se gesten en paralelo límites de recambio. No hay reforma sin propuesta, no es cierto que de la crisis brota axiomáticamente algo mejor. Es posible pero hay que construirlo. Ninguna generación se ahorra el trabajo de construir su historia.
Junto a la caída del tabú del sexo, vino el crecimiento exponencial de los divorcios, la aparición frecuente de familias monoparentales y cruzadas y de los discursos de legitimación de la homosexualidad, otrora objeto de aprobio y de condena, moral y jurídica.
El problema no es conservar o restaurar los valores de la familia tradicional, sino cómo romper con el puritarismo preservando claramente categorías oposicionales de discriminación. La moral victoriana era tonta pero clara, (y su tontería sigue operando, aún en retirada). ¿Cómo preservar la discriminación y la lucidez sin caer en el maniqueísmo de oposiciones binarias? Porque en el movimiento del deseo, aquello que hace límite y contiene, aquello que prohíbe es condición del deseo mismo. Para el sediento es mejor el líquido en un vaso que lo contenga, que la mancha derramada en una superficie sin bordes claros... Es menester pues, poner un límite entre lo lícito e ilícito, lo permitido y lo prohibido, lo posible y lo imposible, aún para la supervivencia del desear, porque si todo está permitido, cesa el anhelo.
Buscando los fundamentos
Es un hecho de constatación ordinaria que los individuos y las comunidades buscan una relación al pasado, al tiempo de los orígenes o de las fundaciones ("de qué polvos vendrán estos lodos" dice el poeta) y la búsqueda comporta un empeño de relación causalista o explicativa de esos dos tiempos sucesivos. Para los psicoanalistas por ejemplo: la infancia (más precisamente) la sexualidad infantil es un tiempo fundador, donde enraízan los orígenes del sufrimiento (del síntoma) y de la arquitectura fantasmática.
La "causalidad" comprensiva o explicativa que se establece entre los tiempos del comienzo (tiempos fundadores) y la realidad actual, cuya comprensión se quiere profundizar, es materia de equívocos.
Se puede pedirle al pasado una potencialidad explicativa, análoga a la del árbol o del pichón de mamífero que en el tiempo desarrolla y despliega sus potencialidades sin cambiar nada esencial. El presente no innova, sólo despliega y explicita lo que estaba contenido en aquel tiempo originario. Esta hipostasis del pasado como causa o explicación del presente cosifica una dinámica cuya inmutabilidad nos sujeta y sojuzga. La invención y el albedrío, la irrupción de lo nuevo son en este esquema una desviación a corregir. En lo opuesto, una fenomenología del presente que no reconoce génesis ni desarrollo, que no reconoce nexos con la tradición y los perfiles identitarios pretéritos y se concibe como un presente rupturista y revoltoso, autoengendrado, sin marcas previas. Como punto de síntesis entre estos extremos, Ignacio Leucowicz sitúa la operación historiadora en los nexos de sentido, en la discontinuidad entre el momento pensado y el presente, buscando la constancia y la alteración. El progreso en la inteligibilidad considera ver qué es lo que permanece y qué es lo que cambia y cuáles son los operadores de la transformación y la constancia.
La crisis de confianza en la religión y luego en la razón, nos obliga a construir nuevas referencias para localizar la región del Mal. Es difícil en este punto eludir la tentación de predicador y sucumbir a la tentación de anunciar la llegada del Apocalipsis, por el descaecimiento de los valores de la tradición, pero son estridentes los signos de "una gansterización del cuerpo social" (Sichere), en la amoralidad de una sociedad que se funda más en la apariencia de su funcionalidad y eficacia que en los mitos y leyendas que le dan un perfil distintivo y en la exaltación de sus valores. El lucro, que produce violentas desigualdades sociales, es tomado como criterio de legitimación. El delito y la marginalidad aparecen como objetos en sí, aislables y anónimos, desprendibles de las historias de vida de los sujetos protagonistas. El eslabón que nos falta es comprender cómo la historia singular de los infames se articula con las pautas dominantes del lazo social vigente. Las figuras de Astiz o Tróccoli contrastando con los Narcos o el Pelado, podrían ser emblemáticas para un análisis diferencial. Lo cierto es que esa irrelevancia del mal y de la iniquidad a gran escala, en nombre de la eficacia, infiltran, como la humedad el material en la sesión (Ver Pelento: "Etica e impunidad"). Aquí también, en nombre de la eficiencia, de la racionalidad instrumental y de argumentos de real politik (política realista) se quiere dejar al margen toda consideración ética y axiológica de la conducta adoptada.
La voluntad amarilla de dejar sin castigo los crímenes de lesa humanidad durante la dictadura, los comentarios del Capitán Tróccoli (ejemplo de soberbia y pseudo dignidad de los Willing Perpetrators), de criterios de eficiencia o eficacia en la tortura, por sobre las consideraciones morales de llevar a un ser humano a la abyección; se consumen y digieren como pan caliente y nos hacen vivir en el simulacro de las "cosas saldadas" del pasado, cuando, más allá de voluntades personales estas historias se inscribirán en la trasmisión entre las generaciones.
Dicotomía Individuo-Sociedad. La porosidad de lo macro y lo micro
En la tradición filosófica y sociológica occidental, la reflexión que opone individuo y sociedad fueron dominantes. La autarquía de un sujeto conciente de sí y libre en sus determinaciones (assujettisments), como burbuja aislada del espacio público o la antecedencia y primacía de la sociedad y la cultura sobre la existencia individual, abrían vías de comprensión divergentes y poco dialectizables.
Marx y Freud partiendo del malestar (la disfunción) nos aportaron herramientas y marcos conceptuales para romper esta compartimentación. La búsqueda de cómo los acontecimientos colectivos marcan los destinos individuales y como el conjunto de los individuos construye la historia colectiva, constituye ahora un eje de investigación a desarrollar.
La contribución de Hanna Arendt con "Eichmann en Jerusalem o la banalidad del mal"1, argumentando que el mal extremo es cometido por hombres ordinarios y refutando la hipótesis demoníaca de la personalidad perversa, configura un cambio axiológico decisivo en la acción política y en la investigación en ciencias humanas. En Kant con el mal radical (das radikal Bose) o Shakespeare (Ricardo III) la búsqueda se orientó hacia las profundidades del ser, en su dimensión diabólica o demoníaca interrogando las determinaciones en el espesor de la "motivación". En esa perspectiva personológica y moralizante, se embarcaron la psicología y la psiquiatría modernas buscando en los laberintos del alma humana el perfil de la personalidad perversa cuya maldad esencial lo hacía agente del acto monstruoso.
Frente a esto Hanna Arendt afirma: "La verdad, tan simple como aterrorizante, es que las personas que, en condiciones normales, hubieran podido quizás soñar crímenes sin jamás nutrir la intención de cometerlos, adoptaron en condiciones de tolerancia completa de la ley y la sociedad, un comportamiento escandalosamente criminal"1.
Banalidad del mal no significa, entonces, minimizar lo más terrible del siglo que vivimos sino re-situarlo como el comportamiento colectivo de seres humanos comunes y ordinarios en la construcción del espacio de convivencia política. El mal es radical porque es banal y ordinario y ocurre en el impasse de una impotencia colectiva, cuando la capacidad de acción conjunta está destruida.
La pretensión de causalidad explicativa -dominante en ciencias humanas- es relegada. Ya no se trata de buscar la raíz de intenciones malignas, sino en hurgar la semiótica del espacio político, de cuya textura somos participantes y corresponsables. La falta de espesor y profundidad en la figura ejemplar de Eichmann (como paradigma del funcionario moderno), cuya eficiencia y funcionalidad reemplazan las referencias éticas del acto, más colectiva que individualmente emprendido1 es el modelo a explorar. El cambio axiológico entre la tesis demoníaca y la tesis arendtiana de la banalidad del mal como producto del hombre ordinario, arrasa la barrera oposicional entre sanos y perversos y busca la comprensión en el espacio relacional -construido colectivamente-, como el núcleo de lo político.
La renuncia a la explicación en la motivación maligna de los individuos y su centramiento en la responsabilidad de la co-pertenencia, implica que no hay desimplicación posible ni alteridad radical con el mal de cada tiempo y lugar. Habrá que trabajar largo tiempo las consecuencias de esta reformulación.
Los aportes de Arendt contribuyen a superar la aporía entre el sujeto de la intimidad y el sujeto político. La investigación, otrora divergente, busca ahora las articulaciones y convergencias argumentando nuevas figuras del sujeto en la actualidad. Arendt muestra cómo el totalitarismo y otras formas de exclusión de la especie humana destruyen no sólo la esfera pública (jurídico política) sino también el psiquismo (capacidad de pensamiento y simbolización).
Construyéndose en la mediación de los primeros vínculos al Otro, el sujeto humano no sólo socializa su erotismo y su moralidad (como fue el énfasis de los hallazgos freudianos) sino que se construye además por la trasmisión interiorizada de la historia y la cultura. Desde este hallazgo, la dicotomía entre lo social, concebido como exterior y lo sexual, paradigma de lo íntimo, se piensan hoy como una polaridad que tensa y ordena la existencia humana. El sujeto se modela en su relación a sí mismo (neurosis) y a los otros (lazo social, espacio político) en una simultaneidad que guía y determina la construcción, aprehensión e inteligibilidad del mundo propio.
Frente a las mutaciones
Es a lo que precede (y a mucho más que no supimos o pudimos abordar) que llamamos mutación civilizatoria. Sacudimientos de certezas en las representaciones, normas, valores y creencias. Tiemblan las columnas del templo de las viejas verdades y aún sabemos poco de las nuevas. Pérdida de un patrón medida al que uno podría someterse o rebelarse.
Podríamos ver en la mutación un momento saludable y creativo para pensar y celebrar lo nuevo. Pero una vez más en la historia, el consenso en la incertidumbre es de temor y zozobra, no de celebración. Es de desazón y amargura o de restauradores nostálgicos. Salvo quienes por necesidad profesional son heraldos del éxito: "Yo quiero vivir en el país de Menem, grita el desempleado, el jubilado y los nuevos parias y excluidos de la nueva organización productiva".
Del imaginario instituyente de un sujeto sujetado a su unidad y coherencia, se da paso a la pregnancia de un sujeto disperso y en diáspora, sometido a la tensión e interacción de contrarios, como figura básica y dominante del imaginario colectivo. Pero esto no tiene sólo que ver con la división estructural entre conciente e inconciente, sino con el estallido y la pulverización de los referentes que organizaban la noción de Ley (del mal y del orden).
Tal vez algo novedoso y saludable de estos tiempos nuevos sea que buscamos menos pautar algo categorial, universal y absoluto y nos resignamos a verdades más fragmentarias y efímeras, donde lo dogmático de la norma ha cedido el lugar a un transitar en lo parcial y provisorio, al devenir de una dialéctica abierta a contrarios que se crean y se niegan en la metáfora cambiante de la vida.
Aunque parezca fuera de tema, creo que estoy en un cogollo de la práctica psicoanalítica actual, aunque no veamos claro todas las articulaciones y mediaciones entre estos problemas de escala macrosocial, entiendo que están modelando nuestra mentalidad y sensibilidad e incidiendo en la psicopatología que hoy prevalece. Explorar esta frontera me parece una arista relevante para estudiar nuestra práctica de hoy.
En mi voracidad de cinéfilo he aprendido mucho de las películas de Danny Boyle ("Transpotting" y "Tumba al ras del suelo"). "La ceremonia" de Chabrol y "La carnada" de Tavernier. Me parecen elocuentes para empaparse de la sensibilidad que habita y empuja a los jóvenes de hoy día, de una cierta anomia o agenesia moral que orienta sus lógicas, sus patterns de pertenencias y lealtades, distantes a los que dominaban en nuestra generación.
También sorprende como nuestra sensibilidad frente al cine, la música y la literatura sean tan abismalmente contrastantes entre una generación y la siguiente. Dejemos en suspenso si este intervalo (o abismo) es defecto o virtud (quizás aloje ambas valoraciones); lo que no podemos ahorrarnos es explorar y comprender cómo se opera una transmisión, mucho más en la ruptura y en el cambio, que en las generaciones precedentes.
Es una época donde la incidencia de la historia colectiva en el destino individual, y las estrategias personales en el marco de lo social parecen anudarse de un modo más estrecho que en tiempos precedentes. ¿Cómo superar la aporía individuo-sociedad y en nuestro oficio entender mejor la interiorización de las pautas colectivas?
Es relevante el hecho de que el concepto de identificación sea pivot en el marco de un libro donde Freud piensa la articulación entre la psicología de las masas y el análisis del yo. La búsqueda de una Identidad unitaria (o una unidad identitaria) a la que apunta el yo en su función sintética es contradictoria o conflictual con la teoría del aparato psíquico donde el yo no es el pasajero solitario de este aparato. En la primera tópica; el inconsciente, en la segunda: las servidumbres del yo que lo hacen el clown de exigencias contradictorias. La articulación conflictual de las instancias o sistemas hacen del punto de síntesis una utopía jamás armoniosa, sino siempre conflictual.
Volver a la tarea
Volvamos ahora al recinto de nuestro quehacer, donde trabajamos con personas singulares.
¿Será necesario recordar que persona e individuo no son conceptos coincidentes? Que sólo el último es un objeto de la naturaleza, organismo viviente, con las características de la especie , mientras que persona es una construcción, un átomo de la cultura, un hecho discursivo. De consiguiente la persona no es un caso particular de un universal, sino una singularidad que subsume al conjunto, en el cual se incluye y del cual se distingue. Con esto lo que subrayo es que las relaciones son de inclusión, y no de inferencia. Este criterio diferencia la ciencias de la naturaleza de las del sujeto; una postura empírica de otra trascendental. La transposición de uno a otro criterio es fuente de confusión.
El psiquismo, como fenómeno de superficie - nos dice Freud - acoge o expulsa la información. Es una membrana de paraexitaciones que selecciona y conserva, o se efracciona. ¿Qué se escoge y retiene en un volumen de datos tan excesivo y desmedido como el que el mundo actual nos brinda cada día? La selección de lo que se registra, parece ser más importante que la calificación del contenido.
La función tradicional del narrador aparece reemplazada por una estética del shock. El relato de la tradición (leyenda colectiva), que se impone más allá de la autoridad intrínseca del narrador (Benjamín) está en crisis. Como reemplazo existe hoy día una plétora de información que se trasmite como facticidad sin sujeto, en una niebla de su finalidad. Se pierde la consistencia interna de la narración, se adelgaza al narrador. Su texto y la información así trasmitida produce un sujeto maquinal, sin opinión ni espesor interior. Basta sintonizar diariamente el informativo televisivo para entender de qué hablo. Allí estamos como partícula browniana de un mundo globalizado, sin capacidad de generar experiencia, si así llamamos a la realización racional de un sujeto. ¿Qué destino puede tener el acontecimiento trasmitido como no pensable y sin inscripción...? ¿Hay otra posibilidad que no sea la recurrencia de lo no pensable, una fatalidad sin causas que nos precipite en un universo de sin-sentidos....?
REFERENCIAS 1 - Hobsbawm, Eric. En:"Historia del siglo XX". De. Crítica. Grijalbo, Barcelona, 1995. (pág. 11-12) 2- Kristeva, Julia en el Prólogo de "Historias del Mal", de Bernard Sichère. Ed. Gedisa S.A. Barcelona, España, 1996. 3- Acevedo de Mendilaharsu, Sélika: "Subjetividad y tiempo en el espacio analítico": Pags. 61-70: Lo arcaico, temporalidad e historización. APU, 1995. 4- Glissent, Edouard. En: El País Cultural, Nro. 428. Enero, 18 de 1998. 5- Hobsbawm, Eric. "Historia del Siglo XX". De. Crítica: Grijalbo, Barcelona. Pág. 13 6- Arendt, Hanna: "Eichmann à Jérusalem". Ed. Gallimard, 1966. Col. Folio/Histoire,1991. 7- Revault dAllonnes, Myriam: Trabajo presentado en el coloquio de Ginebra. Mayo, 1997. Pág. 7. 8- El modelo así configurado desde el totalitarismo nazi, converge con las tesis de Michel Foucault, sobre la institución correctiva y disciplinaria, donde el manicomio, el reformatorio y la cárcel, son productos históricos de la mentalidad y discursos del saber de cierta época y por esa mentalidad claudican de su vocación de rehabilitación para producir el horror carcelario del asilo. |
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