Abuso y violencia

Jorge Saurí

 

En estos finales de milenio, cuando se desmorona un modo de concebir la realidad y se avizoran otros fenómenos, el abuso y la violencia han cobrado especial dominancia. De hecho son comportamientos que nacieron con el mundo, pero aparecen con llamativa frecuencia. Los problemas surgidos de las adicciones y de los suicidios -recordemos el holocausto de Guayana- y de las matanzas que se vienen sucediendo en diversas regiones del mundo plantean acuciantes preguntas.

La persona se va haciendo "en" diferentes situaciones, y "con" las cosas, objetos o personas: pero lo hace de diversas maneras. En otras palabras existo "en" y "con" la realidad que habito y esto me remite a los límites de mi condición humana: soy mortal, y no puedo prescindir de lo diferente a mí mismo pues no me basto. Aceptarlo y vivir con esto las pruebas planteadas por el hecho de existir remitiendo doblemente a mi poder y a mi querer. No soy, tal como lo deseo ni omnipotente, ni invulnerable, ni inmortal, y esta limitación condiciona la posibilidad de obtener satisfacción absoluta. Ante la comprobación de la finitud radical aparece la tentación del exceso y de la desmesura que anida en mí incluso sin tomar conciencia de ella. Abuso y violencia son dos de sus concreciones favorecidas en su aparición por la crisis actual. Señalemos algunas de sus notas.

Abuso

Existe una innegable conexión entre el abuso y los comportamientos que inspira y al uso y consumo que hacemos de las cosas y de nuestras propias fuerzas y posibilidades. Puedo, en efecto, abusar de la comida, pero también puedo abusar del Otro, y de su confianza, de mis capacidades y lo hago cuando uso de ellas, de la comida, del Otro, de mis capacidades sobrepasando sus límites. ¿Cómo sucede esto?

Consumo

Abordar el problema del abuso como solía hacerse refiriéndolo a la sustancia o a la energía, estudia sin duda, la calidad o la utilidad de los objetos, pero esto no basta porque deja pasar por alto un aspecto fundamental del consumo: la información que proporciona la circulación de los objetos y la velocidad a la que lo hacen.

"Desde siempre, señala Baudrillard, se ha comprado, poseído, disfrutado, gastado, y sin embargo no se "consumía". Las fiestas "primitivas", la prodigalidad del señor feudal, el lujo del burgués del siglo XIX no son consumo. Y si justificamos el uso de este término para la sociedad contemporánea no es porque comemos mejor y más, porque absorbemos más imágenes y mensajes, porque disponemos más aparatos y gadgets. Ni el volumen de bienes, ni la satisfacción de las necesidades bastan para definir el concepto de consumo: pues no son sino una condición previa.

"El consumo no es una práctica material, ni una fenomenología de la "abundancia", no se define ni por el alimento que se digiere, ni por la ropa que se viste, ni por el automóvil del que uno se vale, ni por la sustancia significante; oral y visual de imágenes y mensajes sino por la organización de todo esto en sustancia significante: ella es la totalidad virtual de todos los objetos y mensajes constituidos, desde ahora, en un discurso más o menos coherente. En tanto tiene un sentido, el consumo es una actividad manipulante sistemática de signos, pues para hacerse objeto de consumo es necesario que el objeto se haga signo, es decir exterior de algún modo a una relación que solo significa y es, por lo tanto, arbitraria y no coherente con esta relación concreta pero que toma su coherencia en una relación abstracta y sistemática con todos los demás objetos-signos"(1). Y esto implica establecer una específica relación con los objetos centrada en su utilización. Consumimos lo útil o lo que, consideramos tal convencidos o condicionados por diversos motivos, entre ellos las técnicas publicitarias cuyo desarrollo e influencia es, en este fin de siglo, de radical importancia. En efecto, machacando que para "vivir bien" es necesario visitar lugares "exclusivos", asistir a sofisticadas reuniones, beber tal o cual whisky, fumar tal cigarrillo, estos procedimientos tratan de persuadir para experimentar el consumo apoyándose en una red ideológica acrítica donde el "se" toma el lugar de lo personal.

Esta exhortación favoreciendo el desarrollo de comportamientos personalmente poco diferenciados, propone pues el ejercicio de una mentalidad regida doblemente por la ilusión que alimenta y por el discurso que difunde. En estas circunstancias donde se desdibuja la dialéctica entre limitación e ilimitación, el consumo se alimenta de una retórica persuasiva promotora de una seducción orientada a lograr que se acepten, adopten y utilicen objetos, modas, actividades laborales, o fórmulas de ocio propuestas por las organizaciones especializadas. En este aspecto la retórica propagandística es un modo de manipulación desarrollada para proporcionar la ilusión que al aceptar "eso" pero "no eso otro" la persona combina libremente los elementos suministrados. Detrás de esta inducción yace la propuesta tácita de ir más allá de los límites para lograr "lo absoluto"; el "must" solía decir una difundida publicidad de relojes, alimentando una fantasía hedonista. Por este motivo el consumismo se apoya en un metadiscurso utilitario que, con diversos disfraces, propone y alimenta fantasías rechazadoras de los límites.

El consumo es un proceso que funciona por la seducción, que el consumismo lleva al extremo y "la era del consumismo se inscribe, en el vasto dispositivo moderno de la emancipación del individuo por una parte, y de la regulación total y microscópica de lo social por la otra. La lógica acelerada de los objetos y mensajes lleva a su punto culminante la autodeterminación de los hombres en su vida privada mientras que, simultáneamente, la sociedad pierde su entidad específica anterior, cada vez más objeto de una programación burocrática generalizada: a medida que lo cotidiano es elaborado minuciosamente por los conceptualizadores e ingenieros, el abanico de elecciones de los individuos aumenta, ese es el efecto paradójico de la edad del consumo"(2).

La manipulación de las personas, íntimamente vinculada a la ideología consumista, actúa prohijando comportamientos estereotipados y arbitrarios, dirigidos a generar un sometimiento similar al que, hemos de ver, provoca la violencia.

Etimología

Derivados del verbo sumir, en su origen latino tomar y tragar, los vocablos insumo, resumidero, asumir, resumen, y trasunto, designan modos de tomar algo apropiándoselo con acciones orientadas a incorporar "lo consumible" para obtener un beneficio o satisfacción, utilidad o placer. Relacionado con estos términos, consumo está emparentado con las esferas del gasto y del costo pero tal actividad no es gratuita. Mantener esta conexión requiere de la persona y las instituciones el desarrollo de operaciones productivas, eficientes y, rentables capaces de dejar ganancias.

En una red ideológica utilitarista, el consumo sustenta la producción y ésta al consumo pero, no confundamos, este circuito rige para las operaciones y resultados, no para los valores. El planteo operativo, el crédito -medio necesario para el desarrollo, no solo de capacidad económica- participa de otro circuito económico-financiero, que cuando el anillo productivo recorta al círculo económico, incide fomentando el exceso consumista en la significación otorgada a la vida. La posibilidad de ilusionar e ilusionarse, puede en estas circunstancias tomar el lugar de una idealización, lo cual, subrayemos, no es un ideal. Reducir el hacer a producir conflictúa, pues promueve a considerar al Otro como un instrumento de uso que nutre una postura narcisista que usa los objetos con excluyentes propósitos utilitarios. En la base del abuso está la ratificación del Otro, esto es su reducción a costa de la cual disponemos arbitrariamente.

Conviene aquí introducir una distinción: el uso indica que "lo usado" tiene un modo de "ser-para", -un guante o un paraguas se fabrican para proteger las manos o hacerlo de la lluvia- nota que compartida con el instrumento remite a un modo de obrar. En esta acepción el uso de algo puede ser inicio de una costumbre que el derecho consuetudinario ubica en un contexto temporal así como lo hace la lengua donde la locución "andar al uso" designa acomodar el comportamiento al tiempo histórico. En efecto, no "anda al uso" quien se viste como se hacía antaño porque la moda, hecho histórico, implica concordar con el tiempo en función de lo usado. La medida del uso es, por lo tanto, la adecuación -sustancial, energética e informativa- para obrar con algo o alguien de modo adecuado y provechoso. Mas si bien el uso es una habitual relación con los objetos que la ideología consumista alienta a exceder, el abuso implica otra estructura. ¿A qué me refiero?

Caracteres del abuso

El verbo usar tiene carácter transitivo, pero abusar lo tiene intransitivo. O sea que si en el primero la acción pasa directamente al predicado -uso pantalones, por ejemplo- en el segundo no sucede así pues la acción no pasa directamente sino que es mediatizada. En el primer caso la operatividad es función de su finalidad, esto es de su "para" como cuando se emplea un destornillador para introducir un tornillo, o la cocaína como anestésico; pero cuando usamos el objeto sin respetar sus límites naturales, "ab-usamos" de él. El "para" del destornillador no lo capacita para actuar como palanca o como puñal, y si violamos el estatuto que delimita su identidad abusamos de él. Usar un vaso como proyectil para arrojárselo a alguien abusamos de él y desvirtúa su razón de ser y finalidad.

La relación abusiva, quebrando las normas demarcadoras del equilibrio utiliza al objeto fuera de su área natural. En estas circunstancias, éste no desempeña su papel natural -la morfina no se usa como calmante, ni el barbitúrico para conciliar el sueño, etc.- sino que, recortado de su totalidad al privilegiar una de sus propiedades se lo manipula para lograr fines impropios. El objeto podrá ser morfológicamente igual pero es en realidad un "objeto recortado"; pero tal recorte solo es parcial porque el abuso no es destrucción. De hecho este trato con los objetos no queda restringido a las drogas pues podemos abusar del trabajo, de un deporte, etc. y al hacerlo acordamos prevalencia a la fantasía y burlamos las normas que regula, las relaciones sociales.

El abuso unce la praxis de personalización al imperio de un imaginario encerrado en sí mismo donde "objeto recortado" y burla de la ley social centran sus posibles significaciones en un sincretismo semántico que valora el fortuito mensaje del deseo por encima de todos los datos empíricos y concretos.

Los disfraces psicosociales

Dado que abusar es un trato que amenaza la personalización este fenómeno sufre desplazamientos que lo disimulen. De sus rostros numerosos la seducción hace nacer y desarrollar ilusiones de bienestar y satisfacción proponiendo un hedonismo absoluto. Sin embargo así como la persona es limitada -su condición es menesterosa y mortal- también son los usos posibles de los objetos. Toda ilusión, fenómeno necesario para su desarrollo armónico, está destinada a la desilusión, y en el trayecto que va de una a otra posibilidad, nace el aprendizaje. Enfrentar la realidad me hace experimentar mis límites que se desdibujan en la ilusión; la desilusión los restablece, situación que el trato abusivo niega recortando el objeto y burlando la ley. El recurso al abuso reemplaza la realidad por la ilusión apoyándose en las relaciones de seducción que instalan el juego de las apariencias como sucede con el consumismo de las sociedades de abundancia, o de la pertenencia a determinados estamentos sociales.

El abuso, desplazado en el orden psicológico, se disfraza en lo social como un lobo con piel de oveja. La enorme posibilidad de elecciones que ofrece prohijar la obsolescencia y acortar el tiempo de uso de algo es un disfraz del abuso. En otras palabras la persona disfraza de abuso, para intentar pasar por sobre la menesterosidad manejando objetos que parcializa y burlando leyes que no infringe frontalmente. Y si bien para establecer una relación la dificultad es "ser-en" una situación que no se puede dominar; para el abuso es intolerable ser "con". Enmascarar los mensajes donde la evocación de "lo ya sido" y la anticipación de lo que "aún-no-es" evita vivir el presente. Es una solución circunstancial como sucede con la utilización de drogas para anular la confrontación amplia y total con la realidad, -como sucede con el actual abuso de sedantes, de anabólicos o de procedimientos "mágicos"- para adelgazar sin dieta.

Una patología del abuso: la adicción

Con las adicciones se han invertido los papeles, pues el sujeto queda sometido por el "objeto recortado" y la "burla" de la ley, procesos de los cuales no logra independizarse cuando se derrumban las ilusiones. Este modo mórbido de consumir, sancionado por la sociedad y retroalimentado por la violencia, desborda el campo biológico y el psicológico y comprometen al sociocultural y espiritual; pero más que intensificación del abuso, suponen otra modalidad estructural dependiente. En efecto, en estos casos la cantidad consumida no tiene tanta importancia como la relación "otra" establecida, vecina a la alienada que supone un conjunto de señales cuya polisemia la sociedad trata de fijar y detener.

Nada hay, en efecto, más peligroso para un orden social que la multiplicidad de significaciones de algo, pues es germen de casos por lo cual los grupos se precaven "anclando" significaciones del aura que circunda toda señal. Esta amenaza, ínsita a los signos inciertos y más marcada en las redes ideológicas consumistas que favorecen la autosuficiencia -"yo sé cuando detenerme" dice el adicto- suele ser contrarrestada con medidas estrictas, rigurosas y exigentes de escaso éxito. Contener no es solucionar. En las culturas tradicionales las drogas donde eran usadas con fines rituales -como el mezcal entre los toltecas-; o políticos, como lo hacían con el haschisch los ismaelitas de la secta de los "asesinos" en el siglo XII- la polisemia es más tolerada lo cual no sucede en las sociedades consumistas donde lo ofrecido debe estar bien significado.

Pero la adicción, estructura patológica del trato con un objeto, puede hacerse un estado, un estilo de existir que alimenta la ilusión de ser capaz más allá de los límites de la condición humana. Ciertas afirmaciones culturales críticas le prestan un discutible sostén. La adicción se ubica a horcajadas entre lo personal y la existencia entre lo patológico y lo delictivo, vinculada a la falta de sentido de la vida de una sociedad -la familia, recordemos, es un fenómeno social- entonado en un escepticismo difuso y nihilizante. Ella no es, pues, una entidad nosológica como lo puede ser una neumonía, ni tampoco es, determinada estructura de la persona como lo es la fóbica, la obsesiva, la paranoica, etc.… y surge injertada en cualquiera de ellas. Su "para qué" es la no aceptación de las limitaciones humanas sostenidas en fantasías de omnipotencia, invulnerabilidad e inmortalidad, en la retención de la multiplicidad de significaciones y aplicaciones de los objetos aislándola, algunas propiedades del conjunto otorgándole primacía para reconstruir un "paraíso perdido". Sus modalidades son múltiples y existen adicciones a drogas al trabajo, a terapéuticas mágicas, a prácticas adivinatorias y, en términos generales a todo aquello que permite escapar a los problemas planteados por el hecho de vivir.

Violencia

Abuso y violencia son modos del exceso, dije anteriormente, y esto supone en términos generales, que si el primero remite a relaciones de consumo y modos de vincularse, la segunda lo hace a modos de actuar remitiendo a una estructura, esto es a un conjunto de relaciones solidariamente unidas entre sí, y también a la calificación de un comportamiento. Esta diferencia es básica: los seres humanos no somos violentos porque así sea nuestro natural, sino porque podemos excedernos en el ejercicio de nuestro poder. El exceso en el Querer puede llevar al abuso y el exceso en el ejercicio del Poder conduce a la violencia.

De hecho ambos fenómenos actúan al unísono: queremos obtener -algo, comida, sexo, prestigio, etc…- pero no basta necesitarlo, desearlo o pedirlo pues para conseguirlo hemos de poner en juego nuestro poder, y según las circunstancias predomina uno sobre el otro. El apasionamiento es un deseo vehemente, entusiasta, gozoso, arrebatador, la violencia, una actividad impetuosa, turbadora, inmoderada. La nota común a ambos es el exceso.

¿Qué nos dice la etimología?

Averiguar el origen de un vocablo para ahondar en su significación es cavar en la historia de la cual están henchidas las palabras. Proceder así con el vocablo violencia, remite al latín uis, término usado para mentar la fuerza, orientada y selectiva, ejercida contra algo o contra alguien. Un término emparentado, uisca, era el nombre de la visca, materia pegajosa cuyo poder atrapante la hacía útil para cazar pájaros mientras que, uiscera mentaba los órganos internos del cuerpo -las vísceras- "pegados" unos a otros.

En la misma línea significativa los vocablos castellanos viscoso y viscosidad remiten a la pegajosidad o fuerza adhesiva de la materia. Agreguemos que el verbo uilare, esto es violar, designó actos desmedidos de "despegue" antinatural como violentar, forzar, maltratar, obligar a, y llevar por delante sobrepasando fronteras y límites. Pero además y esto es llamativo, los vocablos, uis, uisca, uiscera y uiolare remitían a uita es decir a la vida en tanto energía y poder, propiedades que, por ser atribuidas al varón, dieron origen al concepto de uirilitas. La idea de vida centra pues el área semántica remitente al ejercicio de una actividad que puede hacerse excesiva.

También en el área lingüística griega existió este centramiento y el vocablo bios, es decir la vida fue el eje de un campo en el cual bias nombró a la violencia si bien otros vocablos matizan más el asunto especificando diversas modalidades.

Violencia designa, por consiguiente, la fuerza excesiva ejercida contra algo o alguien cuando no ceden a nuestros deseos, o no se doblegan a nuestras intenciones; pero más allá de esta "contrariedad" su finalidad es imponerse sobrepasando los límites. Violencia y abuso coinciden pero sus recorridos no son iguales y mientras el abuso recurre a la seducción, la violencia lo hace a la fuerza "contra". Y en este contexto supone acciones súbitas, bruscas y sin transición cuyo operar, más o menos brutal, nunca deja de ser tajante, como cuando se viola algo ya sea un tratado o un encuentro sexual. Agreguemos que, el ímpetu animador de la violencia física dificulta frenarla y que una vez desencadenada tiende a expandirse en "escalada" como suele suceder cuando un pueblo lucha físicamente por su liberación. Y esto introduce otro aspecto del problema.

El becerro de oro

Narra un pasaje del libro de Exodo que habiendo recibido de Yahvéh las tablas de la Ley donde estaban inscritas las normas de la Alianza, Moisés descendía de la montaña del Horeb, acompañado por Josué. "Las losas estaban escritas por ambos lados, por delante y por detrás: eran hechura de Dios y la escritura era escritura de Dios grabadas en las losas" (Ex. 32,15). Durante la ausencia de su hermano Aarón, apremiado y presionado por el pueblo, había fabricado un ídolo -un becerro de oro- festivamente venerado por la multitud. Y al oír el griterío del pueblo Josué dijo a Moisés: "se oyen gritos de guerra en el campamento". El contestó:

"no es grito de violencia
no es grito de derrota,
son cantos los que oigo". (Ex. 32, 15)

Cuando se acercó al campamento y comprobó lo que sucedía, Moisés, indignado, rompió las tablas al pie del monte y quemó la estatua, triturando sus restos "hasta hacerla polvo que echó en el agua haciéndolo beber a los israelitas" (Ex. 32, 16 ss). No contento con esto, ordenó a los levitas pasar a cuchillo a tres mil prevaricadores(4).

Este episodio, cuya historicidad no viene al caso discutir, narra una secuencia de violencia que excedió lo físico. El pueblo había roto la Alianza que lo unía a Yahvéh y violentó a Aarón obligándolo a ir contra lo prescripto, el festejo marcaba con intensidad el quiebre del marco normativo. El testimonio de las tablas entregadas por Yahvéh carecía entonces de sentido y Moisés las destruyó. La adoración del becerro de oro siguió al estallido del marco social de comportamiento y del desenfreno ético que acompañaba la celebración de la adoración del ídolo. Quedémonos aquí.

El Exodo narra un episodio: donde la ruptura con las prescripciones de la Alianza abrió las puertas al exceso. El resultado fue que al romperse los vínculos constitutivos del grupo, la comunidad quedó quebrada pues la violencia además de trastocar e incluso romper los vínculos sociales, los subvierte.

Nada de esto supone que sea aniquilante: el pueblo infringió una Ley religiosa, y se entregó a la orgía. Moisés rompió el becerro de oro y también subvirtió las relaciones de parentesco al ordenar la matanza de un número de prevaricadores, pero ninguno de los protagonistas redujo el pacto social a la nada. El pueblo quebró la Alianza y Moisés los lazos de sangre que, tradicionalmente, unen a los grupos nómadas, y vencidos y vencedores se alternaron en el ejercicio de la violencia. El ejercicio de la violencia apunta a la estructura más que a los "elementos", más a la forma que al contenido.

Violar es romper, no necesariamente destruir, y cuando embarullo la distribución de las sillas para uso de los asistentes a una conferencia subvierto la estructura del salón, quebrando su distribución sintáctica. Subversión es dislocación no caos. Disipar esta frecuente confusión es importante, así como lo es mezclarla con la idea de crueldad pues si bien puede acarrear dolor, no es esta su finalidad. La crueldad apunta a infligir un mal, a hacer sufrir y esto es placentero para quien actúa, pero esto no sucede con la violencia, y si bien ambos fenómenos remiten a una valoración ética, lo hacen de modos diferentes. La primera carece de piedad, de misericordia y de humanidad, es dureza, fiereza, atrocidad y brutalidad; la violencia remite a la intensidad; a la excitación, a la pasión, al arrebato, a la impetuosidad, es decir a modalidades excesivas y, por ende, subversivas de la aplicación grupal de la fuerza. Ello implica desbordarse en el ejercicio del Poder y quebrar las relaciones sintácticas de los pactos sociales.

Por otra parte aunque están operativamente vinculadas a la agresividad, las relaciones violentas apuntan al sometimiento no a la subordinación, lo cual las hace objeto de represión e inhibición.

El paso del Rubicón

Señalar la importancia de lo subversivo y sometedor de la violencia conduce a la consideración de su efecto en el ordenamiento.

En el año 49 a.C. finalizó el mandato de Cayo Julio César en la Galia Cisplatina, y Pompeyo, dueño de Italia, so pretexto de reforzar las tropas de Oriente, le retiró dos legiones que usó para robustecer su propia posición. Léntulo, miembro del partido pompeyano "usando su autoridad de cónsul, llenando de improperios a Antonio y Casio, los expulsó ignominiosamente del Senado, proporcionando a César el más plausible pretexto que pudiera desear y del que se valió principalmente para afirmar a los soldados poniéndoles a la vista que varones tan principales y adornados de mandos habían tenido que huir en carros alquilados bajo el disfraz de esclavos; porque realmente así era como por miedo habían salido de Roma… Por lo que hace a sí mismo (César) pasó el día a la vista del público asistiendo al espectáculo de unos gladiadores que se ejercitaban; pero a la caída de la tarde se bañó, se ungió, se restituyó a la cámara, pasó un breve rato con los convidados que tenía a cenar y levantándose de la mesa apenas era de noche, habló con afabilidad a todos los demás y les dijo que le aguardaran aparentando que había de volver… Montó en un carruaje de los de alquiler tomando en principio por otro camino pero volviendo a Ariminium (hoy en día Rimini, ciudad que ya César, residente en Ravena había hecho ocupar con discreción) cuando llegó al río que separa la Gala Cisplatina del resto de Italia, cesó de correr y aún detuvo enteramente su marcha… Por fin con algo de cólera como si dejándose de discursos se abandonara a lo futuro, y pronunciando aquella expresión como propia a quienes corren suerte dudosa y aventurada, tirado está el dado, se arrojó a pasar."(8)

El trozo citado relata el comportamiento de César quebró el ordenamiento vigente para implantar uno nuevo. Al cruzar el Rubicón, violando la ley que prohibía a un general atravesarlo con sus legiones en armas, rompió una norma casi sagrada. Plutarco nos lo muestra, antes de cruzar el río preso de vacilaciones, desasosegado, perplejo, consultando a sus amigos, dialogando con Asinio Policio, conciente de lo que desencadenaría, y preso de gran ansiedad pues la violencia surge en el desasosiego y la intranquilidad acarreados por la ruptura de los límites para afirmar el Poder. Un acto súbito de furor o descontrol mal puede calificarse de violento, la erupción de un volcán solo puede denominarse así por extensión: ambos fenómenos son intensos, impetuosos, descomedidos, arrebatados pero no van más allá de romper la ley natural o social. La violencia choca con los límites, quiebra el ordenamiento instituido y lo desborda pero no niega la importancia de las normas. Topa con los límites, externos o internos, y deja de respetarlos, se ejerce "contra" un ordenamiento e intenta cambiarlo por otro. Violencia, recordemos lo ya dicho, no es caos y su choque con la ley es solo situacional. La "violencia de Estado" la institucionaliza y autoriza para lograr los propósitos del grupo dominante pero no la justifica, porque al ejercer su poder más allá de sus regulaciones, atropella los límites de la condición humana. En estas circunstancias el dilema se plantea entre perversión -no perversidad- o creación, entre quedar sometido por la afirmación coercitiva del Poder o arriesgarse a andar nuevo camino.

Los disfraces de la violencia

Manifiesta o encubierta, el ejercicio de la violencia somete, subvierte, burla y desordena pero también posibilita un cambio, pero su posible desborde y descontrol amenaza y basta a veces con insinuarla para intimidar y conminar a acatarla. Y esto la hace insaciable y frustrante: porque nunca puede obtener el absoluto que persigue, y debe conservar de alguna manera lo quebrado, para no agotarse. Brazo operativo del exceso, ella se realimenta en un circuito narcisista, nutriéndose de sí misma pero cuando se presenta "en público" recurre a la autojustificación. La violencia, aliándose al abuso prefiere el discurso sofista a la ejecutividad del verdugo. La retórica de la persuasión es uno de sus disfraces preferidos; y desplazada al discurso -no olvidemos que el campo natural de ella es la acción- recurre a la falacia y al sofisma.

Las excusas y pretextos que usa son variados pero siempre remite a lo mismo: la persona la inhibe, el grupo la contiene recurriendo, a veces, a la sustitución del objeto al cual apunta por otro más "a-la-mano". Este hecho, estudiado por Girard, aparece en el mundo de las religiones en los cimientos del sacrificio; si bien en este orden no basta el corrimiento espacial o morfológico sino que el objeto sustitutivo debe tener notas semejantes al original remplazado. En esta operación participa un proceso de mimesis. Y si esto es factible es porque la violencia tiene una posibilidad adaptativa que le permite adoptar diferentes figuras. La "construcción" del chivo emisario es una de las tantas modificaciones posibles.

Tales disfraces no se edifican al azar y en las diversas situaciones vividas sus componentes están distribuidos y jerarquizados de modo ordenado. César violó el "orden institucional" y cambió su ordenamiento por otro. La violencia puede, en ciertos momentos, ser un paso útil para instituir lo nuevo, y en este caso ser fundadora.

Cuenta el anecdotario que cuando Miguel Angel terminó el Moisés, le arrojó su maza, e increpándolo le preguntó ¿perché non parla?, y los guías turísticos muestran las huellas del supuesto acto en el daño de una de las rodillas de la escultura. No interesa aquí la realidad o no del hecho. El escultor se comportó con violencia, pero también lo hizo cuando quebrando la disposición natural del mármol talló la Pietá Vaticana e introdujo en la piedra un ordenamiento nuevo. En ambos casos ejerció acciones violentas, pero mientras una fue motivada por la frustración de comprobar los límites -las esculturas son mudas-, en el otro fue fundadora. El golpe propinado al Moisés quebró algunas de las relaciones sintácticas en la disposición del material, pero no pasó de ser huella de la irascibilidad del artista; los propinados al mármol para crear la Pietá rompieron el ordenamiento natural del material, pero crearon otro en un nivel diferente.

La violencia subvierte la sintaxis y al hacerlo puede cambiar el nivel estructural de la lectura de "lo violentado". Arrojar el martillo a la escultura fue un acto "contra" la prescripción de cuidar una obra de arte; al tallar la Pietá el poder quebrador de la violencia permitió dar un paso más cambiando la distribución del material, para hacer nacer una forma plástica y propinándole fuertes golpes, Miguel Angel quitó lo superfluo de la piedra y sustituyó su ordenamiento habitual por uno nuevo. Al ir más allá de las leyes propias del mármol trasgredió las normas, así como lo hizo Moisés respecto a las leyes de sangre, o César en relación a la sacralidad del territorio de Roma. O sea que si la violencia es meramente infractora su destino es coercitivo y queda en afirmación narcisista; pero cuando se atreve a trasgredir instaura algo nuevo. Y más allá de sus notas naturales cuando se hace un conflicto dominante, el suicidio y la depresión son concreciones patológicas donde la violencia se toma por objeto a sí mismo. Pero no nos equivoquemos. También estamos aquí ante disfraces que ocultan la dificultad para renunciar a los vínculos especulares. Y ante la imposibilidad de ser absoluto, deseo encubierto de todo acto narcisista, es preferible agredirse a sí mismo. La violencia surge cuando no hay respuesta a la invitación al diálogo; y también surge con la humillación.

Referencias

1. Baudrillard. Le système des objets, p. 276. Gallimard, París.

2. Lipovetsky G. La era del vacío, p. 107. Anagrama, Barcelona.

3. Para un estudio más detallado del tema remito a Saurí J.J. Lecturas de la psicopatología, pp. 65 ss. Editorial de Belgrano, Buenos Aires, 1972.

4. Reelaboro aquí un tema ya tratado en Saurí J.J. y et alter Desesperación y suicidio. Kargieman, Buenos Aires.


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