Hacia la Sociedad global
Miguel Serna
Desde inicios de la década de 1980, a veces en forma explícita, otras de manera subterránea, se conformaron una serie de pseudo-debates intelectuales que impactaron en forma desigual en los ámbitos académicos y sociales.
Para los más vanguardistas, el objetivo último consistía en un intento de ruptura con el legado de la modernidad y sustituir la dupla antagónica modernización/dependencia que había centrado el debate latinoamericano a fines de la década del 70, por un nuevo eje teórico definido por la dicotomía modernidad-posmodernidad.
Los pseudo o cuasi polémicas intelectuales que se generaron han dado lugar a sinnúmeros de interpretaciones. El objetivo de este artículo es plantear algunas claves sociológicos para contextualizar la forma en que se procesó localmente y los alcances teóricos en que debe ser planteado.
Las fuentes de la crítica
Dos aspectos deben ser tenidos en cuenta antes de tomar cualquier posición: el contexto intelectual internacional de pluralización de paradigmas, y la pérdida de hegemonías de paradigmas en América Latina. Ambos procesos conducen a un sentimiento común de incertidumbre, de rupturas -no siempre explícitas- y síntomas de crisis intelectual.
Los períodos de crisis intelectual lejos de lo que vulgarmente se cree constituyen épocas extremadamente ricas y provechosas para el descubrimiento científico. Al decir de Thomas Kuhn, preanuncian un período de revolución científica, pero tal como él observó no se producen cambios paradigmáticos exclusivamente por limitaciones o anomalías en la explicación de fenómenos sociales hasta que no aparece un nuevo paradigma.
Creo que desde esta perspectiva puede interpretarse el debate modernidad-posmodernidad como un doble movimiento intelectual: de crítica de los paradigmas hegemónicos en las décadas del 60 y 70, y de retorno a los principios más generales de los paradigmas fundantes para intentar expandir los alcances explicativos originales sin llegar empero a construir nuevos paradigmas.
No se trata aquí de reconstruir sintética y simplistamente este complejo y multifacético debate. (Para quien quiera profundizar sobre el origen del concepto e ideología de la modernidad y el desarrollo intelectual a lo largo de dos siglos de pensamiento político y social puede encontrar en el libro de A. Touraine "Crítica de la modernidad", Ed. FCE, Bs. As., 1994; una revisión actualizada del debate y la variedad de corrientes teóricas que están involucradas.) Lo que nos interesa es contextualizar el uso, los impactos y el alcance que adquiere el debate hoy. De acuerdo a nuestro argumento, el primer uso es crítico de un concepto derivado, el de modernización, que se ha vaciado de contenido y ha catalizado fuerzas sociales contradictorias.
¿Cuáles serían las fuentes de crítica? El eje de la ideología moderna estuvo en su potencialidad emancipadora de la naturaleza igualitaria racional del hombre y la idea de una historia con una dirección de progreso social evolucionista. Este proyecto iluminista puso a la ciencia en el centro de la organización social confrontando el sentido común de las tradiciones heredadas, sustituyéndolo por ideales universalistas y constituyéndose en agente portavoz de principios educativos para una nueva moral laica (Emilio Durkheim).
Dentro de esta filosofía de la Ilustración se concebía la modernización como el proceso histórico de puesta en práctica social, del potencial emancipador del hombre de fuerzas sociales opresoras, tradición y dominación. La expansión de las fuerzas productivas daba bases materiales para el desarrollo capitalista, correlato histórico social de este proyecto "ideológico". Los ideales postulados eran la libertad de mercado y la ciudadanía radicada en el pueblo nacional, de acuerdo al liberalismo económico y político clásico, la igualdad social desde Rousseau a Marx.
Esta ideología occidental era una concepción unitaria en el sentido de Mannheim, una forma de pensamiento que integraba en la fe en la organización racional de la sociedad -por medio de la ciencia y la ley- en todas sus dimensiones, el desarrollo económico, político y cultural. La visión de un proceso modernizador integrado e integrador apelaba a la constitución de sujetos portadores de esos valores: la nación, el pueblo, el Estado, la clase proletaria, la noción de individuo autónomo, la organización empresarial. Esta utopía que anida en el corazón de la cultura y el pensamiento occidental generó fuerzas sociales contradictorias, desarticuladoras y fragmentarias dentro de sí mismo, y en su exportación como modelo hegemónico al resto del mundo.
Un potencial desgastado
La idea de progreso integrador, sustento último de la concepción del desarrollo no aseguró sus promesas de unidad social, ni dentro ni fuera de Occidente. Democracia y autoritarismo han convivido con desarrollo económico, el desarrollo capitalista se ha reproducido con y sin Estados nacionales, democracia y capitalismo no han sido sinónimos de mayor igualdad social, el proceso de racionalización y secularización social no ha sido garantía suficiente para la convivencia social pacífica y la tolerancia pluralista.
Empero durante todo el siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX la utopía modernizadora era sinónimo de arma intelectual para el cambio social revolucionario: luchas de la burguesía contra las aristocracias terratenientes y la tradición heredada; la constitución de Estados nacionales rompiendo las barreras comerciales, asociándose al capital para expandir mercados; las guerras anticolonialistas y antiimperialistas de emancipación nacional; en las luchas sociales de las clases sumergidas para ampliar la ciudadanía y los derechos sociales; la extensión optimista del modelo de desarrollo occidental a nivel mundial, etc.
Hacia finales del siglo XX el potencial de transformación social se ha desgastado. Para algunos el agotamiento ideológico modernista es irreversible y no tiene sentido preguntarse por esos valores universalistas sino el reflexionar sobre lo posmoderno. Según otros es un proyecto inacabado que obliga a un retorno a la utopía modernista para la crítica social y la búsqueda de nuevos impulsos modernizadores. En todos los casos se manifiesta un desacoplamiento entre el modelo cultural y los procesos histórico-sociales (contradicciones estructurales entre los diferentes subsistemas sociales desde Daniel Bell hasta Jürgen Habermas) o de los sujetos colectivos portadores.
La contemporaneidad modernizadora se presenta desencantada, reducida a un crecimiento económico lineal -que evite los ciclos de crisis estructural- y una idealización del mercado y el consumidor. En síntesis vira en un sentido conservador adaptativo al orden social antes que crítico y constructivo.
Este movimiento intelectual es solo un primer momento de mayor abstracción teórica -elevación en la escala de abstracción- para recoger en los principios paradigmáticos que fundaron las teorías sociales -de raíz occidental- la capacidad crítica. Supone un nivel de abstracción más alto que las teorías del desarrollo de la modernización y la dependencia de las décadas del 60 y 70, pero en el fondo su sustrato teórico es el mismo, se trata de buscar la explicación a los nuevos fenómenos por la extensión de los paradigmas existentes.
El debate y la práctica
Es difícil pensar en separar el legado occidental en una época de globalización e interdependencia económica, política, cultural e intelectual. Sin embargo, si se quiere repensar las raíces de la crisis paradigmática contemporánea, se debe tener una reflexión crítica sobre nuestras herramientas intelectuales para interpretar la realidad. Reflexión crítica, supone -en el sentido que queremos darle en este trabajo- descubrir las múltiples determinaciones sociales del conocimiento científico.
Dicho en términos más simples, no se debe descontextualizar el debate intelectual y es necesaria una apropiación crítica de éste para quitarle su sesgo etnocentrista. Las sociedades del cono sur latinoamericano no alcanzaron nunca las formas de modernidad y de modernización europea, aunque la tuvieron como modelo ideológico e intelectual de referencia; lo mismo se puede decir del desarrollo científico. La única forma viable de no empantanarnos en discusiones estériles, o aún peor, situadas en niveles de abstracción diferentes, es no separar los debates ideológicos e intelectuales de la práctica social y científica en la que están inmersos, al tiempo que nos empeñamos en una revisión crítica de nuestras herramientas intelectuales para favorecer la renovación paradigmática (intra e intergeneracional).
En esta dirección, la primer idea que creemos debe ser puesta entre paréntesis es la asociación tradicional de cambio social y desarrollo. La reformulación de esta asociación pasa por una crítica de la noción implícita de progreso -derivada de las filosofías de la historia y de los paradigmas evolucionistas- por medio de un uso crítico de la historia social y de una perspectiva comparada.
La concepción desarrollista buscaba ante todo descubrir las regularidades generales del cambio social que se encuadran en una teoría de estadios sucesivos de la organización social. Este paradigma de corte positivista e imbuido de modelos normativos occidentales y etnocéntricos, debe ser puesto en cuestión en su capacidad explicativa y en su orientación de la investigación empírica.
La explicación de la dinámica social se concentraba en los problemas del establecimiento de un orden social que debía combinar los procesos de diferenciación con los procesos de integración.
La diferenciación era equivalente a los efectos de diversificación y heterogeneidad estructural de las sociedades provenientes del desarrollo capitalista -la división del trabajo, la urbanización, la industrialización, la expansión de mercados de capital, de trabajo y de consumo, el crecimiento demográfico, etc.
Por otra parte, mantener la integración o solidaridad social significaba la reproducción de un consenso social basado en creencias colectivas comunes. Este consenso básico de conformidad social se podía mantener por medio de un marco situacional de expectativas de conductas individuales y grupales orientadas hacia un conjunto de instituciones y normas sociales compartidas, y por el reconocimiento de los canales de gratificación existentes y de centros de autoridad eficaces para mantener el control social.
El análisis del cambio desde esta perspectiva veía en el avance de la diferenciación sin su correlativo en la esfera de la integración, una amenaza al orden social. El cambio social que no adaptaba la organización institucional de individuos y grupos a las transformaciones estructurales provenientes -directa o indirectamente- de los cambios económicos, era interpretado como síntoma de desorden, desintegración, anormalidad, desviación, decadencia o violencia. El problema central que debían resolver las sociedades era lograr por medio de un proceso de cambio legítimo, ordenado, integrado, hacer una transición institucional (dentro del sistema, diría Parsons) entre la sociedad tradicional precapitalista y la modernización capitalista.
Desde la formulación originaria realizada por E. Durkheim del concepto de anomia hasta su introducción en A. Latina por Gino Germani con la famosa definición de asincronía, encontramos esta forma de pensamiento social. Si bien tal forma de pensar se asoció al paradigma estructural-funcionalista, su legado sociológico ha tenido un impacto muy fuerte hasta el presente, impregnando la noción de modernización con progreso y desarrollo.
Charles Tilly formalizó la crítica a esta herencia intelectual en ocho afirmaciones erróneas del pensamiento social del siglo XX que surgieron -en su perspectiva- de una interpretación incorrecta de los cambios sociales ocurridos en el siglo XIX. (Tilly, "Grandes estructuras, procesos amplios, comparaciones enormes". Ed. Alianza, Madrid, 1991, págs. 26-27.)
Tilly: Los ocho errores "1. La sociedad es algo aparte; el mundo como una totalidad se divide en sociedades (nacionales -agregado nuestro) diferentes, cada una de las cuales posee una cultura, un gobierno, una economía y una solidaridad más o menos autónomos. 2. El comportamiento social es producto de procesos mentales individuales, condicionados por la vida en sociedad. Las explicaciones que se dan del comportamiento social conciernen, por tanto, al impacto que tiene la sociedad en las mentes individuales. 3. El cambio social es un fenómeno general y coherente explicable en bloc. 4. Los principales procesos del cambio social a gran escala llevan a las distintas sociedades a atravesar una sucesión de estados clásicos en la que cada estadio es más avanzado que el anterior. 5. La diferenciación crea la lógica dominante e inevitable del cambio a gran escala; la diferenciación conduce al progreso. 6. El estado de orden social depende del balance entre procesos de diferenciación y de integración o control; la diferenciación demasiado rápida o excesiva genera desorden. 7. Una amplia variedad de comportamientos reprobables -incluyendo la locura, el asesinato, la bebida, el crimen, el suicidio y la rebelión- resulta de la tensión producida por un cambio social excesivamente rápido. 8. Formas ilegítimas y legítimas de conflicto, coerción y expropiación se generan a partir de procesos esencialmente diferentes: procesos de cambio y desorden por un lado, y procesos de integración y control por otro lado". |
El programa de investigación pasa por reconciliar sociología e historia por un lado, y del análisis de los procesos sociales desde una perspectiva comparada no evolucionista.
Reconciliar sociología e historia significa recuperar la dimensión histórica de los procesos sociales para la investigación empírica. Significa incursionar en la historia para recuperar la multiplicidad y discontinuidad social sin pretensiones evolucionistas o lineales. Pero es también un retorno a la sociología porque no se parte del supuesto que las variables históricas son las principales determinaciones para explicar el presente, por el contrario, concebimos a una sociedad concreta como una construcción histórico-social dinámica, compleja y multifacética.
Asumir una perspectiva comparada es ante todo tratar de trascender la explicación acotada a un contexto de una sociedad nacional determinada. Significa sobre todo, buscar explicaciones teóricas generales, relativizando los saberes "locales", aunque sin las pretensiones positivistas-legalistas mediante la recuperación de las singularidades.
Esta perspectiva nos permite también la comprensión de lo que Octavio Ianni ha denominado sociedad global. La globalización según el autor implica el objeto tradicional que tenía como eje de referencia la sociedad nacional para enfocar fenómenos que ocurren por encima de determinados territorios y que intensifican la influencia de las relaciones internacionales en los procesos internos particulares.
La globalización se produce rompiendo fronteras delimitadas en un juego dinámico de desterritorialización-reterritorialización en el cual la expansión de la comunicación favorece la mundialización progresiva.
El impulso a incorporar una sociología comparativa permite recuperar las ambiciones globalizantes -sin los perjuicios desarrollistas- para fomentar la producción de conocimientos sociales generales -no necesariamente uniformes e universalistas- de validez trans-temporal, trans-territorial y trans-cultural -pero mostrando su relatividad sociohistórica.
El fin, al fin Artículos publicados en esta serie: (I) Un mundo que cambia (Marcelo N. Viñar, Nº 176/77) |
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