Serie: Política y Cultura (I)
Identidad cultural en la globalización
Claudio Rama
¿Qué cambios y transformaciones sufrirán las estructuras de producción cultural en el contexto de la globalización?
El análisis de los procesos culturales puede admitir dos orientaciones generales. Una basada en el estudio de los contenidos artísticos del producto cultural y la otra, más reciente, orientada al estudio de la "forma" bajo la cual se produce el propio producto cultural. Si bien ambas se retroalimentan y condicionan mutuamente, a efectos del análisis es posible y necesario diferenciar de los contenidos estéticos de la producción cultural el análisis de las formas tecnológicas, de los marcos legales, del derecho autoral, de las dinámicas económicas o de los procesos de producción en los cuales se procesa y concreta la producción cultural.
FACETAS DE LA GLOBALIZACION
Esta separación o enajenación del creador respecto a su propia obra es el resultado del desarrollo de las industrias culturales, y tiene elementos similares a los acontecidos con el pasaje -a comienzos del sistema capitalista en el Siglo XV- desde la manufactura y los talleres artesanales hacia la gran industria.
Con el nacimiento de las industrias culturales se produjo el primer momento de separación entre el producto y su productor. El segundo momento, en curso actualmente, lo constituye la separación del producto físico del contenido inmaterial que caracteriza la producción cultural, proceso éste que está vinculado a la digitalización y que genera y permite la mundialización cultural.
La globalización es, desde uno de sus posibles enfoques, el nombre que asume la dinámica del sistema capitalista mundial basado hoy en la internacionalización de las industrias culturales y de la información.
El fenómeno de la internacionalización primero y posteriormente el de la llamada transnacionalización, se refirieron a los procesos acontecidos en las industrias de bienes tradicionales. A diferencia, la globalización está asociada a la internacionalización de las producciones de las industrias culturales inmateriales o simbólicas.
La globalización de la economía mundial, las nuevas tecnologías digitales de comunicación e información, la apertura de los países al mundo con el consiguiente fuerte incremento de los comercios, la propia necesidad de información y consumo cultural de los hombres, y la conformación de mercados de masas para una serie de bienes y servicios culturales ha ido conformando un proceso de mundialización de la cultura, y en tal sentido cambiando las estructuras de las culturas nacionales y sentando las bases de una cultura mundial antes inexistente. Este proceso que actúa sobre las "formas", necesariamente repercute sobre los "contenidos culturales", que crecientemente se orientan a temáticas y estéticas globales.
Es en el contexto tanto de la globalización de la economía que imponen las nuevas tecnologías como de la concreción de una nueva región económica que asume el nombre de Mercosur, que se produce la necesaria reflexión sobre la problemática cultural de la integración. Ello por cuanto la globalización de las culturas está en concordancia con la fuerte transformación que están sufriendo las culturas nacionales, en tanto culturas encerradas en las fronteras nacionales, tanto en su forma como en su contenido. Las culturas locales, y aún las nacionales que están enfrentadas a las culturas mundiales o a las regionales, solo podrán perdurar en el marco de reconocer los fuertes procesos de transculturación a que están siendo sometidas, y sobre todo entender las lógicas mercantiles de ese proceso.
LA TERCERA FUNDACION
América Latina y especialmente los países de la cuenca del Plata, atraviesan hoy su tercer momento fundacional.
El primero se inició hace quinientos años con la conquista, la colonización y la división de América Latina por el Tratado de Tordesillas y las bulas papales. El segundo se comienza a gestar con los procesos independentistas y la creación de los Estados nacionales, y en nuestro caso cuando abandonados los sueños de las Provincias Unidas de Artigas, de la Provincia Cisplatina de los Portugueses y los intentos anexionistas de Rosas, la Cuenca del Plata -frontera de dos imperios- se estructuró bajo el atento ojo de los ingleses, en países diferenciados que iniciaron un desarrollo económico autónomo.
Si bien la independencia como países en términos políticos se produjo en las primeras décadas del siglo pasado, no fue sino hasta pasada la mitad de la centuria cuando las nuevas naciones efectivamente conformaron sus modelos de desarrollo económicos, cuyos razgos primigenios en distinta intensidad y magnitud aún marcan la impronta de nuestros países del Cono Sur.
A partir de las independencias políticas del S. XIX, los países iniciaron la construcción de sus respectivas sociedades, cuyos modelos económicos se orientaron hacia la producción de bienes de origen agropecuarios con destino a los mercados externos de Europa. La producción agropecuaria basada en ventajas comparativas como carne en Argentina y Uruguay y café en Brasil, signaron la localización espacial, la estructuración de las clases sociales, el trazado de las carreteras y de las vías férreas, y la conformación de las grandes ciudades-puertos de Buenos Aires, Montevideo y San Pablo-Santos.
Tal modelo estuvo acompañado desde mediados del Siglo XIX por la protección y promoción de incipientes procesos fabriles en las ciudades-puertos, en las cuales se asentaron los poderes políticos y militares de las naciones cuyas delimitaciones fronterizas estaban solamente fijadas en los papeles, pero que constituían fronteras móviles por las bandeiras y los contrabandos, y que se expresaron de este lado en el portuñol.
La construcción como naciones independientes entre sí, y sobre todo frente a sus antiguas metrópolis, y la necesidad de conformar modelos de desarrollo económicos internos, sentaron las bases de la construcción de sus respectivas nacionalidades, de valorización de sus especificidades culturales nacionales, las cuales cumplieron el papel de cemento aglutinador de estas naciones desintegradas económica y políticamente, y carentes de raíces nacionales en tanto "sociedades trasplantadas" descendientes de los barcos.
La construcción de las épicas nacionales de la independencia, de la iconografía nacional, de la música nacional, etc, fue entonces el "leitmotiv" de las políticas culturales de estas naciones que estaban perfectamente ajustadas a los requerimientos que planteaba la necesaria consolidación de estos países, no sólo como economías, sino como sociedades.
Argentina y Brasil inician así, en el marco de la construcción de sus sociedades, un fuerte proteccionismo cultural que impone barreras a los productos culturales externos y que al mismo tiempo incentiva la producción local. Esta promoción-protección en el sector cultural se verificará con mayor intensidad, con la sustitución de importaciones que caracterizará su desarrollo económico desde la década del veinte de este siglo.
A diferencia, durante el S. XX Uruguay y Paraguay avanzaron por caminos distintos. Uruguay desarrolló una protección industrial y un crecimiento del aparato estatal, acompañado al mismo tiempo de una relativa apertura en materia cultural expresada en la Ley Rodó. En tanto país de alta inmigración se abrió fuertemente al mundo para construir su propia cultura, con lo cual su propia industria cultural nacional fue de muy escasa dimensión.
Paraguay por su parte, resultado de la pérdida de autonomía nacional por la Guerra de la Triple Alianza y la venta posterior de sus tierras fiscales a empresarios argentinos y brasileros, careció de fuerza política y económica para establecer una protección industrial, y de hecho el país se caracterizó por una política de apertura económica general, y tampoco promovió una protección en lo cultural. El propio desarrollo de su aparato estatal en el área de la educación fue reducido, y la protección cultural se redujo -y ello no fue poco- a través de la defensa de la lengua guaraní.
A diferencia, Brasil, Argentina y Uruguay llevaron adelante industrializaciones vía sustitución de importaciones mediante la imposición de barreras para una amplia gama de productos industriales, constituyendo éste el esquema económico sobre el cual se articularon las industrias culturales al calor de una compleja mezcla de intereses económicos, culturales y políticos. Sin embargo, aún cuando las características generales de las políticas pudieran tener orientaciones similares, sin duda la implementación de ellas, así como la dimensión de los respectivos mercados, generó fuertes diferencias en sus resultados.
Las industrias culturales tuvieron un nivel de protección, durante el período proteccionista, específico en cada uno de los países, y distinto del resto del sector industrial, en tanto el impulso a su expansión por muy variadas causas no se realizó mediante la simple protección de todo el horizonte industrial.
El modelo de protección llegó a su límite y luego de varios años sin un nuevo modelo de inserción en la economía mundial nuestros países encararon una verdadera revolución: construir un mercado común mediante un fuerte proceso de convergencia de las variables económicas, sociales y también, imprescindiblemente, de las culturales.
Es este el tercer momento en la historia de América Latina que se caracteriza por la apertura económica, social y cultural, por la desaparición de las fronteras nacionales, por el encuentro de las diversidades culturales en el contexto de mercados comunes: en nuestro caso el Mercosur. Esta integración al mundo y a la región están significando la homogeneización de muchas de las diferencias existentes en los ámbitos económicos, sociales, legales, institucionales, etc, en el marco de la creación de un mercado común en el cual la competencia sólo se puede realizar con iguales condiciones de producción en toda la región. Ello implicará la desaparición de muchas de las especificidades sobre las cuales también se construyeron y desarrollaron nuestras propias identidades, en el marco de un proceso que será complejo, largo y extremadamente dificultoso.
NI AUTARQUIA NI COLONIZACION
La reflexión necesaria se orienta entonces hacia preguntarse sobre los cambios y transformaciones que se producirán en las estructuras de producción cultural en el contexto de la globalización. Reflexionar si en el marco de culturas totalmente mundializadas, la producción tenderá a localizarse donde existen ventajas comparativas de costos. Si las culturas de base nacional se insertaran en una división internacional o regional del trabajo cultural. Si las culturas locales sufrirán un proceso de encarecimiento de precios por estar acotadas a las fronteras nacionales y por ende transformándose en culturas de elites. Si las culturas de masas serán culturas mundializadas de bajos precios. Si la integración sub-regional logrará construir una identidad común (y por ende una cultura propia), o si funcionará como una sub-sede de una división internacional del trabajo cultural.
El objetivo del Mercosur deberá ser la creación de una ciudadanía común con una pluralidad cultural. La integración cultural no puede significar fusión, ni unificación, ni siquiera asimilación de las partes en un todo sino de unidad en la diversidad, ello con el objetivo de crear una unidad en la diversidad creativa. Un Mercosur multicultural puede tener grandes beneficios, aunque también corre el riesgo de poder tener conflictos culturales regionales.
Los encuentros de cultura siempre producen fenómenos de transculturización. La opción en el actual contexto de globalización no puede ser de ninguna manera la autarquía: pero tampoco podrá significar la existencia de procesos de colonización económicos o culturales. Deberá ser la construcción de los equilibrios culturales en la diversidad, de establecer los mecanismos para la convivencia democrática intercultural.
Aquí radica la pregunta central. ¿Como unificar países y culturas distintas, en el marco de un equilibrio que mantenga la diversidad? La integración de los pueblos implica la primacia de la "política de la cultura". El centro deberá radicar en los elementos comunes y sobre ellos construir una cultura regional común, que se agregue y conviva con las culturas locales. El Mercado Común implica la necesaria compenetración cultural que implica la libre circulación de personas y de bienes, en cuyo proceso se irán sentando las bases de una cultura común, cuyas raíces tal vez existen, sólo que durmieron desde la independencia de nuestros países, o más aún tal vez, de cuando se separaron España y Portugal.
El camino es la política cultural internacional, el diálogo intercultural como unidad en la diversidad, respetar las diferencias y promoverlas en la unidad, reafirmar la identidad común iberoamericana y promover culturas locales, contribuir a la libre competencia de bienes culturales y educar en el bilingüismo, pero reconociendo todos los días que el Mercosur tiene más de dos lenguas, que el guaraní y el viejo modo de producción de los tupí, es también nuestra cultura común.
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