La casa
Un homenaje a mi madre

Mario A. Silva García

La casa no es una carpa, un hueco, una caverna, aunque al comienzo pudo haberlo sido. Se la puede utilizar transitoriamente como un refugio. Hay que recordar que a partir de determinado momento entramos en el mundo y algún día lo dejaremos, mientras tanto busco y establezco mi morada y soy moroso. Una deuda insalvable me ronda y tendré que pagarla. Mi lugar quedará vacío.

 

La expresión "casa" parece provenir del latín como alteración de capsa (caja), o del hebreo, caza (que significaba cubrir con ramas) y dudosamente del griego kasas (cobertura). No avanzamos nada al limitarnos a señalar un lugar, una porción de espacio, hacia la cual se vuelca una cierta afectividad. De allí se parte y allí se vuelve. Es donde se vive, la vivienda.

Habitar es permanecer, morar, de aquí vienen maison, manoir. Ahí estaban los dioses tutelares, protectores, los manes. Al inicio hubo una construcción que delimitaba un poder y un derecho que eran, y siguen siendo, considerados como sagrados, por eso también la forma jurídica: el hogar es un sagrado inviolable.

Una parte, aquella donde está el fuego cuyas funciones eran múltiples, da nombre al todo, así identificamos nuestra casa como nuestro hogar. Pero el fuego pierde muy frecuentemente su sentido literal y de la metonimia pasa a la metáfora. Es lo que llamamos calor de hogar, que ya no depende de factores materiales y que puede ser independiente de ellos. Abandona lo edilicio y pasa a ser una tonalidad afectiva presente o ausente.

El alemán antiguo aproximaba el morar (wunian), con el estar en paz y este término se aproxima a la libertad. Una cierta metamorfosis se produce cuando atravesamos la entrada. Antes de hacerlo, nos puebla un cúmulo de fantasías que la costumbre desgasta, de protección y seguridad.

Es el hombre el que constituye ese ámbito. Las cosas están fuera o dentro, pero ellas carecen de movimiento propio, ni entran ni salen. Esto nos permite comprender el drama del exiliado, del refugiado, del apátrida, distantes inexorablemente de su hogar propio. Recuerdo la expresión de Saint-Exupéry: "He descubierto una gran verdad: la de saber que los hombres habitan y que el sentido de las casas varía para ellos, según el sentido de ellas."

Al habitar corresponde el enraizamiento. No se trata de algo colocado en una zona del espacio, sino que siento que pertenezco a ello allí y que ese es mi lugar. Con fundamento o no, me siento protegido, y los pueblos también lo sienten cuando luchan por sus fronteras. Todos sienten como si hubiera para todos una tierra prometida que les pertenece. Y eso explica lo que, a primera vista, parece un conflicto trivial, por un no man’s land.

Sé que no puedo aislarme. Por lejos que vaya sigo en el mundo. Mis pensamientos, mis sentimientos, me siguen por doquier, pero si consigo acceder al recogimiento, cerca o lejos de otro, entonces… alcanzaré mi morada. Lo importante no es alcanzar el interior de mi construcción material, sino mi propio interior.

Sin duda es extraña la obsesión por la casa natal. Es el espacio alejado del campo de visión. La voz de la madre le llega, pero no logra su visión. Es el famoso: "¡Habla, para que yo te vea!" Casa recordada o imaginada, en la cual se cree haber sido feliz, dándole razón a Manrique por aquello de "cómo a nuestro parecer todo tiempo pasado fue mejor". Fantasía que incita y luego desmorona nuestra búsqueda del tiempo perdido… Fantasía de una vida que se enrosca, que busca enlazar el alpha y el omega en un círculo perfecto. Y es bien sabido cómo el pasaje de los años nos lleva hacia comienzos llenos de misterios y que ingenuamente pensamos dichosos, cuando las expectaciones van muriendo.

Mi casa natal, de la cual nunca quise saber nada, fue sustituida por lo que consideré mi primera casa. Ya no existe. En ella, mis emociones fueron de todo tipo. Las vivo aún y no solo en sueños. Las casas, como es bien sabido, se derrumban, como se derrumban los seres humanos, pero la memoria, con esta maravillosa y mágica fidelidad a la vida, conserva todo ese recuerdo. Es también la resurrección del cuerpo de la madre perdida. Fantasías que crean y embellecen. Allí estaba la fuente, ahora seca y callada, de alegría, que fue o pudiera haber sido.

No hay criterios objetivos (arquitectónicos), para el habitar. Un bloque de viviendas puede ser satisfactorio si nos sentimos en casa. Lo familiar no tiene nada que ver con lo geométrico. Y tiene razón Heidegger al decir: "No habitamos porque hemos construido viviendas, sino que construimos y hemos construido en tanto que habitamos; es decir: que somos (seres) habitantes." Aquí aparece un conflicto inevitable. Puede depender de nuestra iniciativa, decisiones, proyectos, el modo como nos adaptamos a la categoría y vivienda personales y tener que adaptarse es algo muy penoso. Nada más horrible en ese sentido, que la distancia de los ghettos.

Para el niño los rincones tienen un especial atractivo; no sé si podrían asemejarse a cunas perdidas y el adulto siente, como lo narra Milosz, que "una encantadora y cruel nostalgia me esperaba el umbral de mi casa, la fúnebre flor del recuerdo en la mano" y habrá de terminar diciendo:

"¡Y, digo, Madre mía! Y es en ti en quien pienso
Oh casa solariega de los bellos estíos sombríos de mi infancia,
Que nunca regañaste mi melancolía, mi melancolía a ti, a ti,
Que sabías esconderme tan bien de las miradas crueles.
Oh Casa, mi Casa solariega¡ ¿Por qué me has dejado partir?
¿Por qué no has querido guardarme, por qué Madre?
Mi corazón está solo en el frío albergue y el insomnio…"


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