Encuestamos

Precisiones teóricas, metodológicas y de sentido común

Encuestas y elecciones

Gustavo De Armas

En el escenario de la comparecencia electoral al que asistimos, las encuestas de opinión pública, y más específicamente los sondeos y pronósticos electorales, ocupan un sitio privilegiado en el proceso de comunicación política.

 

Más privilegiado todavía en la génesis de la agenda en torno a la que debaten candidatos, periodistas y demóscopos. Las encuestas de opinión pública se erigen de ese modo en una suerte de termómetro de la campaña y en el espejo en el que se juzgan -a veces impiadosa e imprudentemente- los políticos.

El papel de las encuestas en la construcción del espacio público

Luego del pasaje de estos escarceos electorales, ¿cuáles podrían ser las enseñanzas -si es que es factible hallar algunas- que surgirían de esta danza de encuestas, de esta suerte de entropía babélica entre los vaticinios que las empresas de opinión pública lanzan al ruedo?

En esta senda precisamente, nos parece necesario, a la hora de sopesar el peso o la trascendencia de las encuestas, considerar algunos de los posibles impactos de los sondeos en las democracias contemporáneas, fundamentalmente, en los sistemas políticos poliárquicos relativamente institucionalizados o consolidados como el uruguayo.

Una de las reacciones que más comúnmente han despertado las encuestas entre los teóricos de la política y de la comunicación, ha sido esa mezcla de desconcierto y airada condenación que a menudo expresan (por momentos en forma cuasi patética) los teóricos apocalípticos. Para muchos de éstos (tan diferentes entre sí como Baudrillard, Sartori o Touraine), el dominio omnímodo de las encuestas sobre la opinión de los políticos y sobre el juicio de los medios -específicamente los periodistas- representa, a la vez, un indicador elocuente de la crisis de la política –o al menos de las visiones tradicionales o modernas en las que se asentó, por lo menos, desde Maquiavelo en adelante- y una de sus principales causas.

En otras palabras, las encuestas constituirían algo así como una cosificación perversa de la noción de opinión pública heredera de la Ilustración, buscando sustituir el "resultado" político del intercambio y el debate entre los ciudadanos, los políticos profesionales y los actores corporativos, por una suerte de fetiche expresado en gráficas y cuadros.

En esta línea comenta Jean Baudrillard: "El único referente que funciona todavía, es el de la mayoría silenciosa. Todos los sistemas actuales funcionan sobre esa entidad nebulosa, sobre esa sustancia flotante cuya existencia ya no es social, sino estadística, y cuyo único modo de aparición es el sondeo."

Desde un postmoderno nihilista y apocalíptico como es Baudrillard, hasta un liberal elitista, descendiente de Maquiavelo y Weber, como es Sartori, la mirada crítica en relación a los posibles efectos de los sondeos sobre la política campea entre los intelectuales. En esta línea, el autor de Partidos y Sistemas de Partidos plantea en su última obra que la nefasta alianza consagrada entre los medios (con su efecto de massmediatización de la política) y las encuestas amenaza con erosionar los principios políticos en los que se asienta la democracia contemporánea.

Ahora bien, más allá de estas visiones críticas sobre los posibles efectos a largo plazo de la presencia de las encuestas en la democracia, el estudio preciso de sus impactos específicos sobre la competencia electoral exige una aproximación más familiar a la ciencia política e incluso a ese nuevo terreno disciplinario o subdisciplinario que constituye el marketing político.

Medios, políticos y sondeos: la estructura triádica

La opinión pública en las sociedades de masas no suele expresarse directamente, sino a través de los sondeos. La opinión pública aparece así cosificada, transformada en una suerte de fetiche, máxime en tiempos electorales. De este modo, los sondeos interactúan en el espacio que genera la comunicación política, por un lado, con los políticos, que demandan de ellos -en forma incesante, podría decirse- información sobre el estado de la opinión pública, y, por el otro, con los periodistas, que requieren la presencia de los demóscopos en sus espacios para mantener sus teleaudiencias.

En este sentido, Dominque Wolton propone un modelo triádico para entender la construcción de la comunicación política en las sociedades contemporáneas:"Definimos la comunicación política como el espacio en el que se intercambian los discursos contradictorios de los tres actores que tienen legitimidad para expresarse públicamente sobre política, y que son los políticos, los periodistas y la opinión pública a través de los sondeos."

Dentro de este espacio de comunicación política, analizado por Wolton, en el que cohabitan las encuestas (y los analistas políticos que las elaboran, analizan y mediatizan ante el gran público), los periodistas y los políticos, se generan vínculos que por momentos asumen modalidades, por así decirlo, casi incestuosas. Por un lado, los políticos necesitan el apoyo de las encuestas (no sólo como insumos en el proceso de toma de decisiones estratégicas en el marco de una campaña electoral, sino fundamentalmente por el valor simbólico que éstas pueden reportarles cuando les resultan favorables) y la visibilidad que les aseguran los medios, el ágora electrónica. Por otro lado, los medios también requieren la información que les brindan las encuestas, sin las cuales su nivel de teleaudiencia se vería severamente amenazado. Asimismo, las empresas encuestadoras requieren para su supervivencia económica la fluidez de la demanda conformada por los usuarios políticos y massmediáticos.

En suma, las interacciones que se producen entre estos tres actores, generan a menudo zonas de opacidad, en las que conviven intereses y lógicas corrientemente conflictivas, y en las que se desenvuelven los posibles efectos de las encuestas.

Alcances y límites

Las encuestas de opinión pública tienen, como hemos visto, dos usuarios directos, dos actores que determinan su demanda: los políticos y los medios. Sin embargo, las dos zonas de interacción que surgen de la relación de las encuestas con los políticos, por un lado, y con los medios –más específicamente- los periodistas, por el otro, no han sido las más abordadas por la ciencia política y por la bibliografía dedicada a estos asuntos. En cambio, el análisis de la relación entre las encuestas y los electores, básicamente, la posible incidencia de las encuestas en la decisión de voto, ha despertado tradicionalmente el interés de politólogos y sociólogos. En esta dirección, el estudio de los posibles efectos o impactos de la difusión de los resultados de los sondeos sobre la decisión electoral de los votantes ha estado inserto en el asunto aun mayor del impacto de los medios (más concretamente, la publicidad política, otrora propaganda) sobre los resultados electorales.

En esta línea, la bibliografía más o menos convencional en el campo del marketing político ha señalado que las encuestas operan dos tipos de efectos sobre la competencia electoral: por un lado, los efectos directos, es decir, aquellos impactos que podrían llegar a generar sobre la decisión de los electores, ya sea reforzando una primaria elección, modificándola o incluso generándola; por otro lado, los efectos indirectos, esto es, la incidencia que tendrían en la conformación de la agenda de debate o las ventajas que podrían reportarle a un candidato como recurso de publicidad política.

Dentro de la primera línea de indagación (los efectos directos de las encuestas sobre la decisión de los electores), una de las primeras preguntas que debemos formularnos es a qué público llegan, efectivamente, las encuestas, o dicho de otro modo, qué segmento –cuantificable- del electorado está expuesto a las encuestas y, en segundo término -una vez respondida la primera pregunta-, en qué medida éste toma en cuenta los resultados difundidos por las empresas encuestadoras a la hora de decidir su voto.

En esta senda, parece razonable sostener que las encuestas, al ser difundidas básicamente a través de la prensa escrita –aunque también mediante la televisión abierta y la radio- donde aparecen acompañadas de sus respectivas fichas técnicas y de comentarios analíticos y metodológicos, no alcanzan a la mayor parte del electorado. Los sondeos, así como los otros mensajes e informaciones políticas que se canalizan a través de los diferentes soportes mediáticos, alcanzan al grueso del electorado filtrados por la mediación de distintos actores, en una densa trama de relaciones inter-pares que se construye y reproduce en pequeños grupos primarios y secundarios.

De algún modo, este tema nos remite a la vieja teoría de Paul Lazarsfeld acerca de los dos niveles o pisos de la comunicación política y la propaganda electoral. En esta dirección, comenta Gabriel Colomé:"(la) influencia de los medios de comunicación de manera directa o indirecta, según Katz y Lazarsfled (1955), se ejerce según un modelo llamado ´Two-step flow of communication´. Según este modelo existen algunas personas que están más "expuestas" a las influencias de los medios de comunicación, las cuales, una vez filtradas y seleccionadas las noticias, las transmiten cara a cara al grupo. Estas personas son los llamados "líderes de opinión". Representan el enlace obligatorio entre los medios de comunicación y el conjunto de sus audiencias"

Si aceptamos la tesis clásica de Lazarsfeld acerca de la influencia de los medios de comunicación y, por ende, de las encuestas que forman parte de ese cúmulo de mensajes e informaciones, entonces, la incidencia de los sondeos, directa o indirecta, sobre la decisión de voto de los electores, al menos en términos cuantitativos, podría ser menor de lo que la sabiduría convencional indicaría.

Asimismo, como hemos señalado, la difusión periódica y documentada de las encuestas se realiza fundamentalmente, salvo en el período electoral, mediante la prensa escrita, la cual -de acuerdo a investigaciones recientes en la materia- ocupa un lugar relativamente menor frente a otros canales de información y comunicación política.

En este sentido, la campaña electoral de 1994 ofrece algunos datos relevantes. Según el sociólogo Pablo Mieres (actual candidato vicepresidencial del Nuevo Espacio), en la pasada campaña electoral, sobre la base de un estudio realizado a partir de encuestas de opinión pública entre los votantes, los ciudadanos que siguieron el desarrollo de la misma por TV, al menos una vez por semana, llegaron al 91,9%, los que lo hicieron, exclusiva o conjuntamente, por radio alcanzaron al 63,8%, mientras que los que se informaron mediante la prensa escrita sólo se ubicaron en el 35,9%.

Estos datos presentados por Mieres coinciden, por otra parte, con otros estudios similares realizados en diferentes contextos. En tanto la prensa escrita es el medio menos frecuentado por el grueso del electorado, y en la medida que representa el principal vehículo de difusión de las encuestas de opinión, entonces el efecto directo de éstas sobre la decisión de los electores sería limitado, al menos si lo considerásemos en términos cuantitativos, como resultado de su acotado nivel de cobertura sobre el conjunto del público.

Por otro lado, como se desprende del mismo estudio, el peso de los grupos de pares (laborales, vecinales, de estudio, de amigos, etcétera), donde precisamente operan los "líderes de opinión" a los que se refería Lazarsfeld hace más de cincuenta años, aquellos que pueden filtrar la información política (en este caso, por ejemplo, interpretar los resultados de los sondeos para los menos avezados en el oficio de lidiar con cuadros y gráficas), es determinante en la formación de la decisión de voto final de los electores.

Probablemente, cabría pensar, el alcance de las encuestas sea menor de lo que indica la febril inflación demoscópica que aqueja a los políticos, politólogos, analistas y periodistas. En este sentido, valdría la pena también intentar sopesar quiénes son los actores más afectados por las encuestas de opinión pública: los distantes y crecientemente apáticos electores (como aparecen descriptos por las propias encuestas) o los obsesionados políticos.

En suma, si la incidencia de las encuestas fuese efectivamente mayor entre los políticos que entre los electores, entonces, los denominados efectos indirectos de los sondeos sobre las campañas electorales (por ejemplo, el impacto que puedan llegar a tener en la redefinición de la estrategia de una campaña, o su empleo como recurso de publicidad política positiva) tal vez serían de mayor dimensión que sus teóricos efectos directos.

Los distintos tipos de efectos de las encuesta

A) Los efectos directos sobre los votantes.-Más allá de las reflexiones que hemos intentado hilar en las páginas anteriores, sigue pendiente la pregunta inicial: ¿qué efectos precisos podrían tener las encuestas sobre los votantes?; ¿son tan importantes, como parece indicar el juicio de políticos, periodistas y analistas, en el resultado de una elección?. En este terreno, la ciencia política y el marketing político han ensayado algunas posibles respuestas, apoyadas, por un lado, en la reflexión teórica y en la acumulación de investigaciones en la materia, y, por el otro, en el sentido común que emana de haber observado tantas y tantas justas electorales desde que la publicidad política y los sondeos ocupan un lugar en ellas.

Retomando, por un momento, la distinción entre efectos directos e indirectos de los sondeos, podría decirse respecto a los primeros que existen, al menos, tres tipos particulares: el efecto exitista ("todos quieren salir en la foto"); el efecto de fuga, inducido por la lógica del voto útil ("nadie quiere cargar con el difunto"), y, finalmente, el efecto movilizador.

En relación al primero, podría pensarse que la difusión de los resultados de los sondeos beneficiarían, al menos en alguna medida, a aquellos candidatos que van primero, generando una suerte de corrida de votos hacia ellos; en otras palabras, se podría producir en efecto exitista, en tanto los electores no querrían perderse la oportunidad de formar parte de la mayoría ganadora. En esta línea, señala Maarek: "... la publicación de los resultados de las encuestas puede inclinar a los electores vulnerables en favor del candidato que esté en cabeza en la intención de voto: dichos electores votan por éste para formar parte también de la mayoría."

Si bien este tipo de efecto puede producirse, su peso real no ha sido demasiado estudiado, en forma rigurosa sobre la base de encuestas, al menos en Uruguay. Sin embargo, podría plantearse que los políticos son más proclives a modificar sus opciones en función de los resultados de las encuestas que los electores, entre otras razones porque, como hemos señalado, están más expuestos a la difusión de éstas. Los políticos (máxime los líderes intermedios y menores) actúan en buena medida, midiendo cuál es el nivel de popularidad de los líderes mayores. En este sentido, la campaña electoral de cara a las elecciones primarias del 25 de abril pasado en nuestro país presenta ejemplos elocuentes, uno de ellos: dentro de la interna nacionalista la sucesión de encuestas que mostraban el ascenso incontrolable de Lacalle generó una corrida de líderes medios y menores desde diferentes fracciones del partido hacia el Herrerismo.

El segundo efecto (el de fuga) constituye, podría decirse, la contracara del anterior, es decir, al mismo tiempo que la difusión de las encuestas puede generar una corrida de votos, en el caso de los electores, y de apoyos, en el de los políticos, hacia el candidato que lidera las intenciones de voto, también produce, como contraparte del primer fenómeno, la huida de electores y líderes medios y menores, que dejan atrás las fórmulas u ofertas electorales que han caído en desgracia. En este sentido, la agonía política vivida por el candidato del sector nacionalista Manos a la Obra, Dr. Alberto Volonté, las semanas previas a la elección interna, cuando paulatinamente -y finalmente en forma abrupta- uno a uno de sus antiguos aliados lo fueron abandonando, conforme los posibles votantes hacían lo propio encuesta a encuesta, representa un claro ejemplo de este tipo de proceso.

Finalmente, el tercer efecto, tal vez el menos probable aunque por cierto también posible, es el que algunos denominan como impacto movilizador de las encuestas sobre los electores. La difusión de los resultados de los sondeos podría llegar a movilizar al electorado adormecido de un partido o candidato, al mostrar a éste con una baja intención de voto respecto a sus posibilidades reales o performances pasadas. Según Maarek: "Algunas veces puede suceder que los electores poco movilizados de un candidato en apuros, al conocer las malas previsiones de las encuestas, se sientan movidos a acudir en su apoyo, dándole sus votos."

En este caso, los electores serían movilizados en auxilio de su partido al constatar que las chances de ganar de éste están seriamente comprometidas; en suma, podría decirse que las encuestas operarían como una suerte de mito de acción que convoca y pone en marcha a los votantes.

Respecto a este último tipo de efecto, cabe pensar que su peso es cada vez menor, en la medida que depende de la fortaleza de los lazos (organizativos, de militancia o simplemente de adhesión) entre el partido y sus votantes, los cuales parecen ser cada vez más débiles en todos los contextos políticos, al menos en los sistemas políticos occidentales relativamente avanzados. En otros términos, para que una encuestas pueda, por así decirlo, "despertar" a los desmovilizados votantes, éstos deberían tener en alguna medida un vínculo, más o menos fuerte con los partidos o los candidatos, pero si éstos, en cambio, fuesen electores indecisos o volátiles, difícilmente sentirían esa especia de "llamado" en auxilio del candidato que presenta bajos niveles de intención de voto.

En síntesis, si bien estos efectos pueden producirse sobre los votantes, es razonable pensar que sus alcances sean limitados. En cambio, este tipo de efectos podría tener una fuerte presencia sobre los políticos profesionales - particularmente los líderes políticos pequeños y medianos -, fundamentalmente en los períodos electorales.

B)Los efectos sobre la agenda y los candidatos.-La segunda línea de efectos que las encuestas pueden llegar a provocar en los contextos de competencia electoral son aquellos que, como hemos señalado, la bibliografía suele denominar indirectos.

En este campo, pueden ser identificados básicamente tres tipos de efectos indirectos. En primer término, el desplazamiento del centro del debate político (los programas, las propuestas, las ideologías, etc.) por parte de las encuestas, es decir, la discusión en torno a los resultados que arrojan las encuestas se ha convertido, paulatinamente, en el centro de las campañas electorales, desplazando los temas otrora centrales, o al menos colocándolos en modestos lugares subsidiarios.

En esta dirección, comenta Maarek: "Las encuestas de opinión, que también son medios de comunicación, acaban desviando a veces el proceso de comunicación política, hasta el extremo de convertirse en el punto central del propio debate político: muy frecuentemente, los debates y los comentarios no se centran en la acción política, sino en una especie de metacomunicación sobre el instrumento de comunicación que constituyen."

En segundo lugar, las encuestas pueden operar como un instrumento de legitimación para los temas de campaña, para los asuntos que conforman el centro de la propuesta única de venta del candidato o partido. A modo de ejemplo de este fenómeno, los candidatos o los programas partidarios podrían decir: "tenemos que plantearnos como temas principales a abordar en los próximos años los problemas de empleo, desempleo y subempleo, ya que la opinión pública expresa claramente en las encuestas que éstos son los asuntos más preocupantes."

Las encuestas operan de este modo como el instrumento o mecanismo simbólico y político que permite legitimar un tema, incluso construir la oferta del partido o del candidato en torno a dos o tres asuntos respaldados por el inapelable aval de la opinión pública. Según Maarek: "En vez de tener un claro y bien fundamentado programa político, resulta más fácil exponer unas pocas ideas de tipo general acerca de los temas de campaña, y limitarse a seguir la corriente que van marcando las encuestas sobre los temores de los electores, para incorporar luego esas respuestas, como si se tratara de un rompecabezas, aleatorio pero eficaz."

Finalmente, las encuestas pueden generar un tercer tipo de efectos, esto es, el empleo de las mismas como recurso de publicidad política, ya sea para afirmar la imagen del candidato propio en alza en los sondeos, o para atacar al competidor en baja. Precisamente, la actual campaña electoral ofrece algunos buenos ejemplos en esta materia en los tres partidos con mayor caudal electoral.

Cómo interpretar las encuestas, o el difícil arte de la prudencia

A partir del examen de estas tres formas o modalidades de impacto de las encuestas sobre la competencia electoral, es posible plantear algunas reflexiones sobre los alcances reales de los pronósticos o vaticinios electorales. Sin embargo, todas las conclusiones que pudiesen hilvanarse con relación a los alcances y límites de tales impactos deberían ser matizadas, en tanto no parece factible, al menos en términos teóricos, plantearse efectos unívocos, uniformes y universales de las encuestas sobre las conductas de los electores y los políticos (partidos y candidatos).

Parece prudente pensar, que si ni siquiera los sistemas o regímenes electorales alcanzan efectos universales sobre los sistemas partidarios y la competencia electoral, independientes, por ejemplo, de las pautas de cultura política y de las tradiciones correspondientes a cada contexto político, entonces, la comunicación política, en tanto las encuestas constituyen tan solo una de sus dimensiones, difícilmente tendría un efecto homogéneo y universal. Repetimos, si las reglas de juego electoral, que afectan mucho más directamente que las encuestas las estrategias y las decisiones de los políticos y de los propios electores, no producen efectos universales sobre la competencia electoral, entonces, la difusión de los resultados de los sondeos no debería pesar tanto en el resultado electoral.

Por otro lado, si desde Lazarslfeld en adelante, la ciencia política, la sociología electoral, la comunicología política y el marketing político se han obstinado en afirmar que la publicidad o la propaganda a lo sumo logra reforzar la decisión de voto de los electores, entonces, por qué razón habrían las encuestas de "crear" estas decisiones u opciones electorales: ¿qué secreto mecanismo o dispositivo albergarían las encuestas para determinar el comportamiento de los electores?.

Asimismo, y más allá de la especificidad de las encuestas, no deberíamos olvidar que éstas representan sólo una parte de los mensajes e informaciones que recorren los canales de comunicación política durante una campaña electoral, por lo que sus alcances y restricciones deberían ser similares, cuando no menores, a los de los otros signos que forman parte de este universo de intercambios simbólicos.

Como penúltimo comentario, vale repetir nuevamente que la teoría, las evidencias empíricas y el sentido común parecerían indicarnos que los más expuestos y, por ende, más proclives a ser afectados por las encuestas en sus decisiones y estrategias (ya sea promoviendo actitudes exitistas o fugas de un grupo político a otro) son los propios políticos, lo cual desde luego no minimiza el peso de los efectos de las encuestas sobre la competencia electoral, pero sí lo plantea en otros términos, no desde la demanda electoral sino desde la oferta.

Finalmente, y a la luz de estas reflexiones, si debiésemos responder a la pregunta de cómo leer o interpretar las encuestas (las distintas encuestas, máxime cuando son discordantes), permítasenos barruntar algunas precarias recomendaciones: primero, las series de encuestas deben leerse tendencialmente, esto es, intentando descifrar o escudriñar las tendencias, es decir, identificar qué candidato viene en alza, cuál en baja y cuál estancado en las preferencias; segundo, y ahora no diacrónica sino sincrónicamente, las diferentes encuestas deben analizarse intentando –no necesariamente en términos aritméticos- promediar sus resultados; finalmente, y tal vez en primer lugar, examinando cuidadosamente las fichas técnicas, fundamentalmente, respecto a los márgenes de error, cuyo valor puede ser determinante para las conclusiones que pretendemos extraer si es que las diferencias entre los partidos o candidatos no son holgadas.

Ahora sí por último, y casi como posdata, no les exijamos a las encuestas más de lo que nos pueden ofrecer. Si pretendemos pronosticar resultados teniendo electorados indecisos de nuevo perfil, quizás la estrategia metodológica más recomendable deba discurrir a través de técnicas de corte cualitativo, como los grupos motivacionales, de tal forma que podamos reconstruir los diferentes perfiles actitudinales de estos votantes, y, en función de ello, intentar elaborar algún tipo de prognosis sobre su conducta futura, que de cualquier modo no debería olvidarse de aquel viejo dicho: "nada más difícil que predecir, sobre todo si se trata del futuro".

 

REFERENCIAS

1 -J. Baudrillard, Cultura y Simulacro, Ed.Kairós, Barcelona, 1998 (4ta. reedición, original de 1978), p.127. Las cursivas nos corresponden.

2.-"La comunicación política: construcción de un modelo", en El nuevo espacio público, Ferry, J.M. y Wolton, D. (comp.), Ed.Guedisa, Barcelona, 1992, p.31. Las cursivas nos corresponden.

3.-Política y medios de comunicación: una aproximación teórica, Working Papers Nro.91, ICPS, Barcelona, 1994, p.14.

4.-"Intermediación política y cambio electoral", Cuadernos del CLAEH, Nros.78-79 (40ta. Aniversario), Montevideo, 1997, p.265.

5.-Sobre este punto se puede consultar: Cayrol, R., La presse écrite et audiovisuel, PUF, Paris, 1973.

6.-Marketing político y comunicación. Claves para una buena información política, Ed.Paidós Comunicación, Barcelona, 1997, pp.98-99.

7.-Maarek, O.cit., p.100.

8.- Ibídem.

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