Psicoanálisis, de un fin de siglo a otro
Luis Correa
Estos años de fin de siglo nos convocan, por razones diversas que van desde las fantasías milenaristas hasta la necesidad de verificar la vigencia de nuestros aparatos culturales, a un vasto balance de escala planetaria. Baudrillard ha dicho que la humanidad sospecha que el mismo ha de ser tan terrorífico que le teme en secreto. ¡Qué distinto al optimismo con que se esperaba en tiempos del Freud de "La interpretación de los sueños" el futuro triunfo de la ciencia en todos los campos, puesto que ya estaba tomando el reducto hasta entonces inexpugnable del alma humana!
Claro que
el transcurrir de los primeros años del siglo alcanzó para que
el propio Freud sometiera al prisma psicoanalítico sucesos tan
aterradores como una guerra mundial y el surgimiento del nazismo.
A partir de entonces una vasta imaginería del desastre fraguó,
entre la fantasía y la realidad, un clima secular de miedo y
perplejidad, emblematizado por la guerra fría y sus
consecuencias. Así llegamos a otro fin de siglo en el que se va
haciendo cada vez más difícil establecer cualquier tipo de
certezas, cuando el sustrato temporal desde el que hemos venido
conceptualizando el acontecer humano aparece cuestionado. Se
trata del "fin de la Historia" en el que, de un modo u
otro, parecen acordar la mayoría de los teóricos
contemporáneos, ya sea que se lo entienda como el fin de los
grandes relatos ( Lyotard ) o como el acto final de su
dramática, señalado no por la bajada de un telón, sino por la
caída de un muro ( Fukuyama ).
El psicoanálisis podría servir como paradigma entre las
disciplinas que han marcado al siglo y cuya vigencia es centro de
debate. En él se discute no sólo el destino profesional de los
que pertenecemos a su campo sino, lo que es mucho más
importante, los límites de su influencia en la percepción que
el hombre tiene de sí mismo y en consecuencia de todos los
procesos que lo involucran.
Las raíces
Para situarnos en este dilema comencemos por
analizar algunos aspectos del complejo proceso por medio del cual
el psicoanálisis tomó cuerpo, como una nueva área de
conocimiento, a partir de ciertas transformaciones diferentes y
complementarias en el escenario cultural de fines del S XIX.
Estos parámetros, con otros contenidos, acotarían otros
desarrollos científicos y pueden esquematizarse como sigue:
1) El conocimiento vulgar : contaminado de creencias que nada
tienen que ver con lo científico pero que testimonian la
preocupación de la sociedad por un cierto orden de sucesos que
la afectan. Esta forma del conocimiento a veces logra, en su
misma falta de adecuación al saber académico, romper con ese
otro orden de prejuicios que no falta en la cátedra de ninguno
de los tiempos previos a los grandes descubrimientos
científicos.
2) El clima cultural : en el cual naturalmente cobra relieve lo
recogido en el punto anterior, pero al que debe sumarse el aporte
de artistas y filósofos, a quienes en nuestra opinión,
corresponde un papel articulador entre lo individual y lo
colectivo, lo vulgar y lo académico, lo viejo y lo nuevo, lo
objetivo y lo subjetivo. Son ellos, en dos campos diferentes,
aunque a menudo solapados, los que dan voz a las angustias y las
esperanzas de los hombres de cada tiempo.
En cuanto a Freud, es notoria su inclinación por las artes
literarias y su rica lectura de autores clásicos y
contemporáneos. Menos estudiada es su relación personal con la
filosofía sistemática, aunque él mismo, no sin pudores y
reservas, admite que Nietszche y Schopenhauer lo influyen
directamente.
3) Las otras disciplinas científicas : cuyo desarrollo va
extendiéndose a los límites de su propio campo, apuntando así
a la necesidad de fundar una nueva disciplina. En el período que
nos ocupa, si bien podría discutirse el estatus epistemológico
de la Medicina, es evidente que, desde Charcot a Breuer, hay un
interés por áreas del sufrimiento que aunque tienen expresión
corporal, trascienden su determinación fisiológica por lo cual
van, poco a poco, marcando los límites de un nuevo campo
epistémico a colonizar. La presencia del corpus teórico y aun
experimental de otras disciplinas, tiene asimismo una expresión
en los modelos de pensamiento que informan el delineamiento de
las nuevas teorías, como por ejemplo en el campo freudiano se
verifica en el uso de la Física, que constituía el modelo
científico más influyente de la época.
Un aspecto significativo del contexto intelectual del primer
Freud impone la discriminación de dos líneas aparentemente
contradictorias entre las fuentes del pensamiento
psicoanalítico: la influencia del positivismo por un lado, de la
que deriva toda la voluntad de cientificidad según el modelo
físico - natural, que es tan propia del Psicoanálisis de Freud
y, por otro lado, la reaparición de los temas románticos
relacionados con los aspectos irracionales del ser humano, que
constituyen el eje temático más característico del
Psicoanálisis. Como si los contenidos viniesen de una fuente y
los métodos de la otra, y el pensamiento freudiano intentase
articularlos en una disciplina común.
En cuanto a las influencias filosóficas, más allá de las
coincidencias entre Nietszche y Freud - que según este último
no son producto de una lectura a la que se resiste justamente
'para evitar su influjo' - es indudable que el filósofo es el
portavoz de una, por así decir, reacción neorromántica de
vasta repercusión en el pensamiento moderno. Cuando ya parecía
ganada la batalla para el neopositivismo mecanicista y
materialista, Nietszche recupera, desde una perspectiva nueva, un
espiritualismo no religioso, que reconoce en los aspectos
irracionales del ser humano un territorio a conquistar, no ya por
la poesía y el arte como lo reivindicó la estética romántica,
sino justamente para la razón, en una síntesis que alumbraría
al mentado e incomprendido Superhombre. Postulamos aquí que en
una primera etapa al menos, el hombre analizado es, para la
antropología de Freud, una realización paralela a la formulada
por aquel ideal nitzscheano. Seguimos en esta idea a Ellenberger,
quien basándose en la interpretación de Lou Andreas-Salomé ha
dicho: "El superhombre, que ha superado el conflicto entre
su moralidad convencional y sus impulsos instintivos se ha
liberado en lo más recóndito de sí mismo, ha erigido su propia
escala de valores y su propia moralidad autónoma." ...
" Se ha superado a sí mismo de forma parecida a como lo
hace un neurótico después de un psicoanálisis con
éxito." Esta zona de coincidencias lindantes con la
utopía, emana de una visión común ( Freud - Nietszche ) de la
condición del hombre moderno. Por supuesto que Freud va a ir
luego matizando estas ideas, hasta llegar a las formulaciones de
"Análisis terminable e interminable" (1937). Sin
embargo, aún en el optimismo inicial del primer Freud ya se
advierte " un dramático desafío a las ideologías modernas
de la racionalidad y la objetividad" ( Elliot ).
Flora Singer dice al respecto : " El psicoanálisis no
permanece ajeno a los grandes movimientos teóricos y a los
cambios en la lógica del pensamiento. El pensamiento de Freud
fue tributario de un tiempo en donde racionalismo, determinismo,
mecanicismo conformaban pautas científicas de lectura y
validación de los fenómenos. En numerosos pasajes Freud puso de
manifiesto su aspiración a que el psicoanálisis se atuviera a
dichos parámetros. Al mismo tiempo hay en su teoría resquicios
por donde ella misma escapa al paradigma de su tiempo, y deja
entrever otra lógica, aún innominada."
Ahora bien, ¿ qué lugar le cabe al psicoanálisis en la era del
vacío y la ingeniería genética; representa todavía un
anudamiento posible entre las áreas cognitivas antes mencionadas
? ¿ La subjetividad emergente de sus concepciones, corresponde
aún a la del hombre del siglo XXI ? Un intento de respuesta a
estas preguntas requiere un análisis de los nuevos escenarios
culturales.
El nuevo escenario
El término posmodernidad ha tenido una historia
bastante exitosa como referente y emblema de nuestro tiempo. No
obstante, la posmodernidad es una entidad difícil de aprehender,
hasta el punto de que no falta quien la denuncie como una
impostura de la modernidad, que se niega a aceptar el fracaso de
un proyecto aún inconcluso ( Aguinis ). Otros, como Jameson , la
consideran la cima y el fin de la lógica cultural del
capitalismo tardío: " La posmodernidad es lo que se tiene
cuando el proceso de modernización está completo y la
naturaleza se ha utilizado como un bien - como una mercancía
-". Esta opinión es largamente fundamentada, pero desde el
planteo mismo se presta a la seducción que facilita alinear en
un orden de causa - efecto la coexistencia temporal de sucesos:
el capitalismo es percibido como el vencedor y esto se verifica
simultáneamente con la inculturación de la naturaleza a través
de la cual se rompe la lógica binaria occidental naturaleza -
cultura ( de la que parte a su vez la oposición entre el cuerpo
y el alma ). Esta ruptura sería la responsable del hedonismo
espectacular ( en el sentido de espectáculo ) que caracteriza a
la posmodernidad: todo está permitido, todo es posible; luego,
todo es visible. En esa perspectiva, el psicoanálisis, que en
sus orígenes se comunica con la lógica binaria mencionada a
través del romanticismo, podría ser sustituido con ventajas por
terapias expresivas antidialécticas, envueltas en una
fraseología vagamente orientalista. La lógica del conflicto,
que está en la base de la subjetividad psicoanalítica, es
sustituida por una perspectiva unipolar, como si al fin de la
historia en el plano general, le correspondiese en el plano
personal un fin de la neurosis, la cual por cierto también se
asentaba en una historización.
A. Elliot ha mostrado cómo los grandes pensadores del
psicoanálisis post - freudiano, desde M. Klein y Lacan hasta J.
Kristeva y C. Bollas, han intentado remover el sello represivo
que ha tenido la epistemología modernista dentro del
psicoanálisis ( en particular en lo referente a la polarización
entre procesos secundarios y primarios, fantasía y realidad,
naturaleza y cultura, femineidad y masculinidad ), y con ello
empujan al psicoanálisis hacia "una comprensión más
compleja, post - ilustrada de la vida psíquica " El
autocontrol, como motivación profunda del "hacer consciente
lo inconsciente", es de un modo u otro, desplazado hacia
diversas formas de entendérselas con la incompletud y la
fragmentación, creando en el campo intersubjetivo de la
transferencia una asignación de sentido que intenta
reestructurar los desgarramientos de la personalidad.
Ahora bien, estas diversas formas del psicoanálisis que Elliot
llama post - tradicional o post - ilustrado no son de igual modo
aceptables a la luz de una crítica dialéctico - materialista
como la que realiza V. Raggio . Para este autor la posmodernidad
es una puesta en escena del idealismo filosófico como
manifestación superestructural de la dominación capitalista.
Así, los desarrollos de Lacan por ejemplo, serían funcionales
al proyecto posmoderno y resultan reaccionarios en tanto
presentan a un "hombre vacío, acosado por la falta de ser,
mero significante en el circuito del lenguaje, actuando sin poder
discriminar nada de lo que ocurre." Para esta línea de
pensamiento, la prioridad concedida al lenguaje y la tendencia a
los efectos esteticistas en la exposición teórica que lo
ilustra, vacían al psicoanálisis de su poder transformador y
alcanzan el mismo efecto desarticulador que la lisa y llana
negación del mismo.
En otra línea crítica hacia la posmodernidad se sitúan
pensadores como Alain Finkielkraut quien en "La derrota del
pensamiento" encara un verdadero manifiesto contra la
cultura "zombie". Entre otros autores, arremete contra
Lipovesky , en cuyas persuasivas y brillantes ironías sobre el
vacío, advierte una melancólica conformidad con un estado de
regresión suave, siempre preferible a la represión dura, como
si en esa conformidad estuviera toda la esperanza de la
democracia ante el totalitarismo.. Su alegato apasionado no
plantea alternativas, pero en la propia radicalidad de su
formulación se advierte la referencia a un posible opuesto.
Sólo en esa posibilidad tendría sentido el psicoanálisis.
" Actualmente lo que rige la vida espiritual es el principio
del placer, forma posmoderna del interés privado. Ya no se trata
de convertir a los hombres en sujetos autónomos, sino de
satisfacer sus deseos inmediatos, de divertirles al menor costo
posible. El individuo posmoderno, conglomerado desenvuelto de
necesidades pasajeras y aleatorias, ha olvidado que la libertad
era otra cosa que la potestad de cambiar de cadenas , y la propia
cultura algo más que pulsión satisfecha."
Otros autores sin embargo, sin negar que la llamada posmodernidad
responda para algunos de sus teóricos a una voluntad de
anulación de los conflictos históricos, ven asimismo en algunas
de sus manifestaciones un potencial esperanzador; ven, en la
radicalidad del vacío, la posibilidad de reaccionar en una
dirección de mayor libertad y autonomía humanas.
En opinión de A. Elliot, Zygmunt Bauman es quizá quien con
mayor convicción plantea esta posición. Para él la
posmodernidad no es un más allá de la modernidad. Se
desentiende de la periodización, advirtiendo la misma paradoja
que plantea Jameson en relación a Lyotard, ya que para anunciar
el fin de los grandes metarrelatos es inevitable la instauración
de un relato. Bauman plantea que la posmodernidad no es en
esencia más que la modernidad sin ilusiones, es decir que ambos
órdenes se solapan en el discurso contemporáneo ya que no
pueden existir el uno sin el otro. Es en relación a una
búsqueda de sentido que puede hablarse de su ausencia. " La
mente posmoderna es consciente de que existen problemas en la
vida humana y social que no encuentran soluciones, trayectorias
que no pueden enderazarse, ambivalencias que son más que errores
lingüísticos aptos para ser corregidos....La mente posmoderna
ya no espera encontrar la fórmula omniabarcativa, total y
última de la vida sin ambigüedad, riesgo, peligro, ni error, y
sospecha profundamente de cualquier voz que le prometa otra
cosa....Se reconcilia con la idea de que el desorden de la humana
condición está aquí para quedarse. Esto es en líneas
generales lo que podemos llamar sabiduría posmoderna."
Al fin esta postura deriva en una cuestión fundamental del
psicoanálisis: celébreselo o no, estamos ante una nueva noción
del ser sujeto. Esta "sabiduría posmoderna" debe
bastante al influjo descentrador del psicoanálisis, pero
cuestiona la subjetividad en un grado que era imprevisible hace
cien años. Como dice Elliot: "Anticipada por la escuela de
Francfort, la disolución del yo burgués es hoy una realidad en
nuestras sociedades posmodernas."
¿ Una nueva subjetividad ?
Se mire por donde se mire el aporte esencial del
psicoanálisis, y el núcleo común a todos los desarrollos
subsecuentes del mismo, está dado por la definición de su
propio campo y objeto: el inconciente. Este aporte aparece tan
consolidado y radical que nada parece cuestionarlo como elemento
central de la hominización. Sin embargo la relación del hombre
consigo mismo, estructurada en torno a su dimensión
inconsciente, no permanece constante.
Entre los autores de la Escuela de Francfort mencionada por
Elliot, tal vez el que abordó con más lucidez esta cuestión
del cambio de subjetividad haya sido H. Marcuse . Para él hay
una nueva forma de represión en las sociedades de satisfacción:
tal es la desublimación. A través de la glorificación del
consumo se tiende a abolir la culpa y la elección individual. El
principio del placer absorbe al principio de realidad y se obliga
a la libido a una búsqueda incesante de nuevas formas del goce.
Pero el placer, al ser ahora adaptado al modelo, genera
sumisión. La rebeldía se transforma en violencia sin propósito
trascendente, surgida cuando no se puede acceder a la
satisfacción libidinal. La energía humana no se aplica al
dominio de sí como lo proclamaba la religión, ni a la
transformación del mundo como lo procuraba el humanismo
materialista de izquierda. El hombre unidimensional ha sido
privado del uso real de la facultad racional.
El sujeto cartesiano de la Ilustración que asentaba su
autopercepción en el pensar, ya sospechaba que Dios iba a morir
antes de que Nietszche, en nombre de toda la humanidad,
concluyera el crimen. Y se refugiaba en el ideal de Progreso, en
los frutos presentes y futuros de las ciencias y la técnica,
así como en las seguridades del contrato social a modo de
parapeto que le sostuviera ante la muerte divina, o por lo menos
ante el irremediable silencio de las alturas, sin caer en la
desesperación de la ambigüedad y la contingencia. Y es que esas
ambigüedad y contingencia, que a nuestro parecer son la cima del
proyecto moderno a la vez que su propia superación, resultan
claves para entender la oximorónica mezcla de tolerancia y
violencia que informa la convivencia de las sociedades
contemporáneas.
El surgimiento mismo del psicoanálisis responde a este proceso
de crisis de la subjetividad que se inicia verdaderamente con el
romanticismo. Al respecto Elliot dice: " Una de las mayores
contribuciones del psicoanálisis para reformular el concepto de
individuo autónomo, que es una idea central de la cultura
occidental moderna, reside en esta visión del sujeto como
descentrado. Tal como lo dice Freud: 'el yo no es amo en su
propia casa.' (...) Muestra que el impulso moderno de
instrumentalidad es el producto imaginado de una angustia
insoportable.(...) Es preciso recordar, sin embargo, que la
comprensión que podía tener Freud de las fuerzas subterráneas
de lo inconciente estaba también coloreada por su visión
científica y en particular por aquellos elementos de su
pensamiento que privilegiaban la racionalidad y la objetividad
ilustradas como portadoras de un conocimiento seguro."
Esta bifrontalidad de la experiencia moderna en el seno del
psicoanálisis freudiano ha sido muy convincentemente descripta
por Laplanche tomando el lenguaje del mismo Freud, como el
"giro copernicano" que presenta el descentramiento
esencial de la condición humana, coexistiendo con estructuras
"ptolomeicas" que vuelven a jerarquizar el dominio del
yo.
¿ Será acaso la posmodernidad la palanca definitiva para hacer
saltar el falso centro ptolomeico y asumir en toda su radicalidad
el desamparo existencial humano? Si esta es, como nos parece, la
dirección más correcta y fecunda, entonces la deriva posmoderna
ofrece la posibilidad de concluir el proceso de apertura
epistemológica que en el campo del sujeto se abrió con el
psicoanálisis.
Para una renovación del psicoanálisis
Esta perspectiva que postulamos, de conclusión
de la ruptura epistemológica iniciada por Freud (al fin de
cuentas cien años en la historia de una ciencia no son muchos),
para ser aceptable exige responder a, por lo menos, dos
cuestiones previas: Por un lado, es necesario redefinir la
relación del psicoanálisis con las otras disciplinas
científicas y situar con mayor claridad su estatus
epistemológico. Por otro lado, es necesario interrogar los
límites epistemológicos propios y para eso resulta fructífero
explorar qué hay más allá de la resistencia al psicoanálisis
e internarnos en lo que Derrida llama resistencia del
psicoanálisis.
En relación al primer aspecto ensayaremos una breve reseña. El
psicoanálisis, tal como lo concibió Freud debía ser una
disciplina científica que, originada en la proximidad de otros
campos epistémicos, para el caso el de las ciencias físico -
naturales, tomaría de ellos sus metodología. Pero ese
propósito sufre el impacto de otro orden de problemas - las
limitaciones de la investigación neurológica de su tiempo, por
ejemplo - que le empujan fuera de su órbita original. Ese choque
se produce tempranamente, más precisamente al abandonar Freud el
"Proyecto de psicología para neurólogos"(1895) (
"El propósito de este proyecto es brindar una psicología
de ciencia natural" ). A partir del abandono del Proyecto
agobiado por las dificultades de su formulación, Freud produce
un giro hacia la hermenéutica. En este sentido el lenguaje
fisicalista posterior de Freud no pasa de ser un conjunto de
metáforas y es la prioridad concedida a la clínica la que
brinda a esos constructos teóricos grados razonables de
verificabilidad. Claro que los desarrollos post - freudianos
diversifican las líneas interpretativas, y al hacer más
complejas las formulaciones metapsicológicas, hacen igualmente
más complejos los criterios de constatación en la clínica. Por
otra parte, la implosión discursiva de la posmodernidad tal como
la caracteriza Baudrillard, amenaza transformar al psicoanálisis
junto a otras teorías acerca del hombre y la cultura en un
conjunto de fragmentos "que no están ya en condiciones de
reflejar algo". Este autor dice, ironizando: "( La
teoría ) sólo puede desgajar los conceptos de su zona crítica
de referencia , hacerlos traspasar un punto de no retorno con lo
que pierde toda validez 'objetiva', pero sale considerablemente
beneficiada en cuanto a afinidad con el sistema actual."
Ricardo Bernardi , que ha abordado estos problemas con particular
dedicación, muestra a través de un material clínico clásico (
el del Hombre de los lobos ), las conclusiones irreductiblemente
diversas a las que han llegado los enfoques de Freud, Klein y
Lacan - Leclaire. Tal irreductibilidad lleva a que no sin
exagerar los alcances del pluralismo teórico, se puedan
considerar los diferentes enfoques como pertenecientes al mismo
campo epistémico. Dice Bernardi : " Es evidente que en su
estado actual nuestras teorías no disponen de procedimientos que
permitan dirimir en forma rigurosa casi ninguno de los puntos
controversiales esenciales." Y propone una tarea de
revisión crítica de las teorías en tres niveles diferentes: 1-
"... someter nuestras teorías al examen filosófico o a la
reflexión hermenéutica poniendo a prueba su coherencia
interna." 2- "...someterlas al análisis o al
autoanálisis para conocer las raíces conscientes y
preconscientes de nuestra relación con ellas." Y 3-
"...pueden también ser objeto de investigación empírica,
la que nos ofrece procedimientos rigurosos y creadores de
consenso en puntos específicos." A través de los puntos 1
y 2 el analista en sesión alcanza lo que Bernardi llama con un
neologismo convincente: " la teorización flotante";
pero el acceso al nivel de generalización teórica necesita una
verificación rigurosa después de la sesión, tal como se indica
en el tercer punto. Esta propuesta tiende a resolver la
contradicción entre el psicoanálisis como hermenéutica o como
ciencia empírica y, al estimular la apertura del campo
investigativo, permite vislumbrar un nuevo relacionamiento del
psicoanálisis con las demás ciencias de la salud, como dice
Bernardi "precisamente en momentos en que en la medicina
cobra auge el modelo bio - psico - social." Y nosotros
agregamos que tal vez por ese camino también podamos volver al
espíritu del "Proyecto..." con herramientas de la
moderna investigación neurológica, abriendo campos
insospechados para el futuro del psicoanálisis.
La segunda cuestión a plantear no permite una perspectiva tan
optimista. Estamos acostumbrados a tratar desde Freud hasta el
presente con la resistencia al psicoanálisis. Los tiempos
posmodernos constituyen un verdadero revival de la misma. Derrida
plantea el tema con lucidez : "Todo ocurre como si, una vez
asimilado o domesticado, fuera posible olvidar al psicoanálisis.
Se convertiría en una especie de medicamento perimido en el
fondo de una farmacia: siempre puede servir en caso de urgencia o
de falta, ¡ pero ya se han encontrado cosas mejores! " La
cultura cool que preconiza el desapego emocional, cuestiona la
noción de conflicto psíquico, fuente del sufrimiento neurótico
y matriz del psicoanálisis. En la era del vacío, Narciso toma
el lugar de Edipo como se ha dicho, y si al autoritarismo
puritano del capitalismo emergente le molestaba el psicoanálisis
por su develamiento de las servidumbres que impone la pulsión,
al capitalismo tardío le perturba la irreductibilidad del otro a
la categoría de bien de uso.
Pero el psicoanálisis entraña para Derrida otra categoría
resistencial inmanente, constitutiva, por así decir, cuyo
doloroso develamiento es a su vez resistido por el énfasis
puesto en el aspecto externo de la resistencia. La consecuencia
de este paradójico anudamiento es el reforzamiento mutuo de
ambas categorías y el embotamiento de la capacidad de los
analistas y de las instituciones psicoanalíticas para fundar su
práctica con límites más precisos entre lo que el
psicoanálisis puede y no puede lograr.
Derrida argumenta que existiría una resistencia del
psicoanálisis, intrínseca al mismo, y lo hace con una
enumeración de momentos de su exposición teórica en los que
aparece un nec plus ultra en la indagación. Tomando al ombligo
del sueño como paradigma de lo que no es accesible a la
penetración analítica, y la compulsión a la repetición como
la resistencia por antonomasia, el autor se remonta a la
etimología de la palabra análisis. En ella la raíz ana remite
a lo originario y elemental y el sufijo lysis a lo que se
descompone y se disuelve. Habría pues en todo análisis una
dimensión arqueológica y una escatológica, la primera
orientada al nacimiento, al origen; la segunda portadora de
muerte. Por lo tanto si el ombligo del sueño, por ejemplo, fuera
descompuesto en todos sus motivos constitutivos y el deseo
despojado de sus máscaras, el sujeto, empujado "a los
parajes más allá del principio de placer" ya no resiste;
ya no existe.
Por lo tanto el psicoanálisis como análisis en el sentido
lógico (filosófico) del término no es posible hasta sus
últimas consecuencias. Sin embargo la resistencia, incoercible a
los argumentos racionales, cede ante el poder de la
transferencia. Sólo que ahora no es necesario remitirse
rigurosamente a un análisis lógico, sino a una trama vincular
generadora de nuevos sentidos, en cierta forma de nuevas
"resistencias" que pretendemos poner al servicio de la
pulsión de vida. Como dijo Freud : "Soportar la vida es la
primera obligación del ser vivo." Pero ya no se nos puede
escapar el género de responsabilidad que implica ocupar el lugar
de analista y la precaria seguridad que nos da la teoría cuando
se cierra la puerta del consultorio.
Conclusión
¿Qué será del psicoanálisis en el tercer
milenio? Tal vez la herencia más perdurable de Freud está dada
por una actitud intelectual que tiene hoy la misma vigencia que
hace un siglo.
En "El porvenir de una ilusión" aborda este tema de la
vigencia del psicoanálisis. Dramatizando su argumentación
discute con un imaginario contradictor, seguramente mezcla de sus
propias dudas y de las que la sociedad encarnaba. " Usted se
ve obligado a defender con todas sus fuerzas la ilusión
religiosa; si ella pierde valor - y está de verdad bastante
amenazada -, el mundo de usted se arruina, no le resta más que
desesperar de todo, de la cultura y del futuro de la humanidad.
Libre estoy, libres estamos nosotros de esa fragilidad. Como
estamos dispuestos a renunciar a buena parte de nuestros deseos
infantiles, podemos soportar que algunas de nuestras expectativas
demuestren ser ilusiones."
Referencias Baudrillard,
Jean, La ilusión del fin. Anagrama, Barcelona, 1993 |
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