Serie: Alteridades (XIX)

El "boom" de los homoestudios

Carlos Basilio Muñoz

La construcción de la homosexualidad tal como la conocemos fue un proceso histórico desencadenado por la ciencia moderna. La medicina permitió hablar de los homosexuales fuera del enfoque demonizante, pero los transformó en enfermos. En los años setenta, el interaccionismo simbólico y el post-estructuralismo cuestionaron esta tesis.

Para el interaccionismo, llegar a ser visto y verse a sí mismo como homosexual es el resultado de una interpretación. Desde el post-estructuralismo, la tesis de Foucault sobre el proceso de creación del homosexual moderno denunció a la ciencia moderna como el nuevo empresario moral que sustituyó la Iglesia en la rotulación de los desviados. Aquel proceso que los interaccionistas analizaron en contextos microsociológicos (la rotulación) adquirió una significación histórica y política en su sentido más general. Ya en los noventas, los homoestudios siguieron el mismo curso que habían seguido los estudios sobre la mujer y sobre etnicidad, constituyéndose en un nuevo campo académico. Este artículo revisa sus principales formulaciones y problemas.

La creación de la homosexualidad

La ciencia occidental ha descrito y clasificado el universo que conocemos, pero además ha contribuido activamente a transformarlo. Generó tecnologías que modificaron los sistemas de producción y alteró nuestra expectativa y calidad de vida. En este proceso, la ciencia ha creado -más que "descubierto"- sus propios objetos de discurso y los ha "naturalizado", constituyendo gradualmente un nuevo "sentido común". La ciencia no inventó las prácticas que hoy llamamos homosexuales, pero sí las seleccionó, las clasificó, les dio un nombre y un sentido. Lo que hoy conocemos como "homosexualidad" es, más que otra cosa, una criatura científica.

Cuando hablamos de "homosexualidad", a menudo descontamos que estamos hablando de una (y una misma) "cosa". Consideramos que "homosexuales siempre hubo". Pero las conductas sexuales no son a-históricas. Por ejemplo, la tan mentada homosexualidad griega impactaría a un observador actual más como "abuso de menores" que como mera "homosexualidad". La construcción de la homosexualidad tal como la conocemos fue un proceso histórico en el cual la ciencia moderna desencadenó una travesía que todavía continúa.

El enfoque naturalista

La primera superficie institucional para el discurso científico sobre la homosexualidad fue la medicina. De hecho, la palabra "homosexualidad" surge como un producto de la moda de las clasificaciones científicas, generalizándose más tarde. Greemberg (1988: 402) menciona que ya en los siglos XVII y XVIII, los médicos eran llamados por los jueces europeos en casos involucrando homosexualidad, principalmente para determinar si había habido sexo anal. Gradualmente, la medicina fue ampliando el espectro de sus objetos de discurso: por ejemplo en 1852 Huss acuño el término "alcoholismo" para lo que hasta entonces había sido simplemente "borrachera", reclasificándola como una condición que el médico debía tratar. Hacia el siglo XIX, el poder médico comienza a moldear activamente el aparato de control de la sociedad. Las migraciones hacia las grandes ciudades hacían cada vez menos común el obtener guía moral de los vecinos, y el médico se tranformó en un "clero secular". Según Greemberg, entre 1870 y 1900, un tercio de los diputados franceses eran médicos. Esta actitud fue parte del proceso histórico "civilizatorio", que Barrán llamó "disciplinamiento" y en el cual incluyó al disciplinamiento médico: "Los médicos fomentaron la obediencia ciega, sobre todo si se trataba de pacientes pertenecientes a los sectores populares, pues, si por ser "ignorantes" eran proclives a la rebeldía, por ser pobres carecían de poder social. " (1992: 218)

Para poder crear a la homosexualidad como objeto de discurso médico, debía transformarse en una entidad "objetiva" y a la cual pudiera atribuirse causas fisiológicas: hasta 1974, fecha en que la Organización Mundial de la Salud retiró a la homosexualidad de su lista de enfermedades, la medicina constituyó un discurso "naturalista" sobre el tema. Greemberg señala tres principales teorías naturalistas:

1) La homosexualidad como innata: en 1824, en un informe sobre las prisiones estatales francesas, Villermé distinguió la homosexualidad "circunstancial" de los prisioneros que tenían el rol "masculino" en la relación, de la homosexualidad de sus compañeros "femeninos". Esto hace pensar a Greenberg que se presuponía alguna concepción innata de la homosexualidad. La frenología, escuela que floreció a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, tomó como premisas que las funciones cerebrales correspondían a los tamaños de las diferentes regiones del cerebro y que la forma del cráneo reflejaba los contornos del cerebro. El iniciador de la escuela Franz Joseph Gall, sugirió que una función cerebral era la "adhesividad", responsable por el instinto de amistad. La escuela reportó casos de "exceso de adhesividad" en personas del mismo sexo, pero permaneció silente sobre el tema de las relaciones sexuales.

Publicando sus trabajos bajo seudónimo, Karl Heinrich Ulrichs (asesor del reino de Hannover) introdujo la frase "tercer sexo", para referirse también a una concepción innatista de la homosexualidad. Siguiendo el descubrimiento de que el embrión humano sólo se diferencia sexualmente en su desarrollo, conjetura que lo mismo es cierto con respecto a las preferencias sexuales. La homosexualidad (que llamó "uranismo") resulta de un accidente en la diferenciacion del feto asociado a una preferencia por compañeros hombres en un cuerpo masculino, o viceversa. Más adelante se impuso la palabra homosexual, acuñada por la vienesa Karoly Maria Benkert, quien compartió estas ideas del hermafroditismo psíquico.

2) Teoría de la degeneración: Morel (1857-60), director de un asilo mental francés, entendió la homosexualidad como el deterioro de un estado humano perfecto debido a un entorno insalubre, pobreza, bebida, dieta. El debilitamiento era hereditario. La escuela se expandió rápidamente, adecuándose a la pretensión médica de extender su jurisdicción sobre el crimen, alcoholismo y pobreza. En la versión americana, los escritos de Krafft-Ebing (1886: psychopathia Sexualis) son más conocidos.

3) Teoría darwiniana: a partir del darwinismo surge una concepción de la homosexualidad muy relacionada a la teoría de la degeneración. En 1876, Lombroso propone que los criminales eran atavismos biológicos, retrocesos a etapas anteriores en la evolución que no pueden funcionar adecuadamente en el mundo moderno. Los médicos norteamericanos James Kiernan y Fank Lydston extendieron esta explicación a la homosexualidad, anotando que los organismos primitivos eran hermafroditas o bisexuales.

En su momento, las teorías naturalistas (ya sean innatistas o de la degeneración "ambiental") no fueron discursos reaccionarios, sino que fueron un buen argumento para la despenalización de la homosexualidad. Por otra parte, algunos médicos (Daniel 1893, Ellis 1896) pensaron que debían ser castrados o vasectomizados (incluso muchos estados de los Estados Unidos de Norteamérica adoptaron la vasectomía para ofensores sexuales, rótulo en el que a menudo se incluyó la homosexualidad). En reglas generales, la medicina permitió hablar de los homosexuales fuera del enfoque demonizante, pero para esto debió transformarlos en enfermos. Lamentablemente, el proceso de disciplinamiento imprimió tan fuertemente esta imagen, que gran parte del mundo occidental sigue considerando a los homosexuales como enfermos, cuando de hecho, la Organización Mundial de la Salud (que podemos considerar la máxima autoridad internacional en materia de salud) suprimió a la homosexualidad de su lista de enfermedades, como ya se dijo antes.

El enfoque societal

Hacia los años setenta, corrientes como el interaccionismo simbólico norteamericano, logran una simpatía sin precedentes. En 1963 Becker publica Outsiders, donde afirma que los grupos sociales crean la desviación al "rotular" a ciertos individuos como outsiders (los "desubicados" o "fuera de lugar"). El "desviado" es aquel a quien el rótulo ha sido aplicado con éxito y efectivamente llega a verse y a ser visto como desviado. El proceso de rotulación está relacionado a la distribución del poder en una sociedad. La rotulación de desviados es un proceso político en el que se juega la imagen que las personas "diferentes" tendrán ante los demás y —en gran medida— ante sí mismas. Becker distingue entre un "estatus maestro" y "características auxiliares" de cualquier rol. En el caso del "rol homosexual", el estatus maestro (tener relaciones sexuales con personas de su mismo sexo) hace esperable que el individuo tenga otras características auxiliares esperables (afeminado, promiscuo, infeliz, etc.). Y la definición de estas características corresponde a la sociedad y sus "agentes morales" (especialistas, gobierno, prensa, etc.)

En 1983 Thomas Weinberg publica Gay men, Gay selves: la construcción social de la identidad homosexual. Su libro puede ayudarnos a conceptualizar este proceso que conduce al coming-out o reconocimiento del homosexual. La idea principal es que la generación de una identidad homosexual es más un proceso cultural que un "hecho" real. Las personas construyen su propia identidad —y por lo tanto, su propia sexualidad— en forma individual, sí, pero sobre la base de las informaciones y de los modelos identitarios que su entorno social les provee. Esta tesis deriva de una perspectiva "interaccionista-simbólica", esto es, atendiendo a la relación entre el individuo y su entorno cultural: la premisa es que el individuo homosexual sólo logra establecer el nexo entre "hacer" (conductas homosexuales) y "ser" (homosexual), a través de la aplicación de alguna definición aprendida de "homosexualidad" que le dé una significación a sus fantasías y conductas.

"Definición" es la palabra clave; debemos ver la información que los gays tienen sobre la homosexualidad cuando comienzan a tener relaciones homosexuales. Weinberg señala que muchos gays crecen con ideas negativas y estereotipadas acerca de cómo son los homosexuales. Por eso "no pueden iniciar una auto-sospecha, aun si están teniendo relaciones sexuales con otros hombres, si no disponen de una definición de homosexualidad que incluya tal conducta… Aún cuando saben que tal conducta es 'homosexual', podrán percibir que ellos no llenan otros aspectos de la definición o que otros patrones alternativos también incluyen relaciones entre personas del mismo sexo y de esta manera escapan a la auto-definición como homosexuales… Las experiencias sexuales reales con otros hombres no son causa necesaria ni suficiente para rotularse a sí mismo como homosexual, y las relaciones sexuales con mujeres no llevan necesariamente a una autodefinición "bisexual" o 'heterosexual'. 'Hacer' no necesariamente deriva en 'ser'". (Weinberg, 1983: 300)

Entonces, el punto principal en la tesis simbólico-interaccionista es que verse a sí mismo como gay es el resultado de una interpretación. Es importante remarcar que en el proceso total de desarrollar una autoidentidad, el individuo no es un recipiente pasivo. La autosospecha raramente resulta únicamente de haber sido identificado como homosexual por otra gente. Por supuesto que las rotulaciones externas afectarán a la propia, pero filtradas a través de la percepción que el propio homosexual tiene de las percepciones de las rotulaciones por otros.

Como vemos en las historias de coming-out, existen mecanismos desencadenantes de la autosospecha. El homosexual se puede aplicar a sí mismo los estereotipos que aprendió para ver si las características coinciden. Antes de ser "descubierto", el individuo usa informaciones sobre sí mismo que sólo le son propias. También puede cotejar el rótulo que piensa que otros le aplican. Muchos gays señalan que su autosospecha vino a partir de evaluaciones negativas de otros, resultando en una 'profesía de autorrealización'.

Según Weinberg, el desarrollo de la identidad puede surgir como una proceso pasivo iniciado por las rotulaciones de otros o por la aplicación de un proceso activo. Cuando el individuo sospecha que él puede ser homosexual, hay varias emociones posibles: curiosidad, miedo, etc. Pueden crearse disonancias cognitivas (dificultades de asumir la nueva identidad en conflicto con sus roles habituales). En principio, la aceptación de la nueva identidad requiere un trabajo de reducción de disonancia. Según las referencias que obtuvo, él es homosexual, pero eso es malo. El individuo inicia maniobras para reducir la disonancia, emprendiendo la construcción de un yo con el que pueda vivir. Se compara con otros, y si esto no ayuda devalúa sus juicios anteriores y busca nuevos grupos de referencia. Una manera de reducción es rechazar la autosospecha, tomando ciertos índices convencionales de la heterosexualidad (aumentar su actividad heterosexual, si es virgen buscar una experiencia heterosexual, etc.). En principio busca probarse que no encaja en la descripción de la homosexualidad.

Otra posibilidad es buscar grupos nuevos con otros criterios sexuales, o con falta de la categoría "homosexualidad". En el caso estadounidense, la subcultura beat fue un ejemplo. Reiss estudió la subcultura de las pandillas norteamericanas, donde -prostitución de por medio- los integrantes puede tener relaciones homosexuales, pero entendiendo que la meta no es la gratificación sino el dinero. De hecho, la propia actividad homosexual puede verse como un indicador de otros paradigmas: "síntoma" de sofisticación intelectual, de hombría extrema, etcétera. Gradualmente, el individuo se vuelve consciente de otras alternativas léxicas (por ejemplo, "gay" en vez de "puto"). En Uruguay, muchos hombres que tienen relaciones homosexuales no se consideran homosexuales, siempre y cuando no practiquen el sexo anal y tengan el llamado rol "activo" en la relación sexual.

La redefinición del yo puede ser gradual o más dramática. Para describir el proceso de adquisición de una identidad y un estilo homosexual, Weinberg toma cinco etapas descritas por el psicoterapeuta Eli Coleman. Aclaremos que estas etapas pueden cumplirse o no, porque sabemos que las personas que han tenido experiencias homosexuales, han sido rotuladas por otros o se han formulado una autosospecha, no necesariamente desarrollan una auto-identidad homosexual. Las etapas referidas son: 1) pre-coming-out, 2) coming-out, 3) exploración, 4) primeras relaciones y; 5) integración (a la cultura homosexual) .

El proceso empírico más común es el tener alguna experiencia antes de la identificación. En su libro El mundo gay, Hoffman cita a un joven (David) autorrotulado antes de tener una experiencia. Descubrió su interés a los doce años, pero no consideró el tener relaciones hasta los dieciocho, luego se vinculó a un grupo teatral en su pueblo y le presentaron otros homosexuales. De ellos aprende la terminología de la comunidad gay y le prestan novelas. Describe una amistad que podría llamarse "homosexual nodriza", que lo instruye en la nueva cultura. Luego de un año empieza a pensar de sí mismo como homosexual.

Finalmente, la autorrotulación pública y privada aparecen como dos niveles diferentes: una vez autorrotulado, el individuo debe decidir si confiar o no sus sospechas (o certezas) a alguien. La naturaleza de la audiencia es decisiva y la homosexualidad puede ser asumida en algunos ámbitos y no en otros (la familia suele ser de los últimos). La aceptación pública hace irreversible la formación de la identidad homosexual, aunque también puede generar tentativas de otros para convencerlo de que no es homosexual y así retrasar o impedir la autorrotulación. Para el manejo diferencial de las audiencias, el individuo llega a lo que Goffman llama "control de información", desarrollando técnicas para evitar las sospechas de los otros.

El post-estructuralismo

Otro aporte decisivo a las posiciones societalistas, pero desde el post-estructuralismo francés, fue la tesis de Foucault sobre el proceso de creación del homosexual moderno. Al denunciar a la ciencia moderna como el nuevo empresario moral que sustituyó la Iglesia en la rotulación de los desviados, aquel proceso que los interaccionistas analizaron en contextos microsociológicos (la rotulación) adquirió una significación histórica y política en su sentido más general. Durante la década del setenta Michel Foucault sentó las bases para la actual sociología de la homosexualidad, señalando nada menos que "el homosexual, tal como lo conocemos es un invento relativamente moderno". Esta es sin duda una afirmación fuerte y, por supuesto, Foucault no estaba sosteniendo que antes no existieran prácticas homosexuales, sino que estas prácticas no definían a quien las realizara como un tipo de persona con características definidas: lo que llamamos el "monstruo homosexual" (Muñoz, 1998).

Dicho "monstruo" ("ser que difiere de su propia especie") es una construcción histórica. Según Foucault, hasta fines del siglo XVIII, tres códigos principales regularon la sexualidad humana: el derecho canónico, la pastoral cristiana y, crecientemente, la ley civil. Pese a que hoy percibimos a los siglos XIX y XX como una explosión discursiva sobre el sexo, el hecho es que más que nada cambiaron los contextos en los cuales se produce dicho discurso. La confesión católica, por ejemplo, había constituido una superficie discursiva hiperdetallada acerca de los deseos y actividades sexuales. En esta época, la vigilancia sobre el sexo se centraba en el propio matrimonio, regulando estrictamente la finalidad del sexo y aún las posiciones autorizadas o no. En este discurso tan centrado en la sexualidad legítima, no había una diferenciación neta entre las desviaciones: ser homosexual era tan pecaminoso como ser adúltero o libertino, porque ambas desviaciones significaban la perdición eterna.

Pero el discurso sobre el sexo en los siglos XIX y XX tendrá características diferentes. Aunque en apariencia cada vez hablamos más de sexo, Foucault se preguntó si esta explosión discursiva no será, en lugar de una mera "liberación", un cambio en la forma de ejercer el control sobre los individuos. Lo que otrora era territorio de la Iglesia pasa a ser el terreno de la medicina y la psiquiatría. Las sociedades modernas se caracterizaron por un corrimiento de nuestra percepción de lo "perverso". Mientras la Iglesia había regulado estrictamente el sexo de la pareja (recetando, por ejemplo, la posición de misionero), la ciencia moderna focaliza su atención en los "perversos", originando nuevos tipos de personas: "Niños demasiado avispados, niñitas precoces, colegiales ambiguos, sirvientes y educadores dudosos, maridos crueles o maniáticos, coleccionistas solitarios, pacientes con impulsos extraños pueblan los consejos de disciplina, los reformatorios, las colonias penitenciarias, los tribunales y los asilos" (Foucault, 1976: 53).

Este proceso de dispersión del discurso sobre la sexualidad es nombrado por Foucault como una "implantación perversa", que implica la instauración de una dimensión específica del "contranatura" a efectos de multiplicar los controles: controles pedagógicos, condenas judiciales por "perversiones", anexos a la enfermedad mental, etc. En este sentido, la homogeneización moderna funcionó mediante una iniciación de heterogeneidades discursivas. Ahora se interroga la sexualidad de los locos, los niños, los homosexuales. Este pasaje de los "libertinos" a los "perversos" generó lo que hoy conocemos como el homosexual: "La sodomía -la de los antiguos Derechos -Civil y Canónico- era un tipo de actos prohibidos… El homosexual del siglo XIX ha llegado a ser un personaje: un pasado, una historia y una infancia, un carácter, una forma de vida; asismismo una morfología, con una anatomía insdiscreta y quizás misteriosa fisiología… El sodomita era un relapso, el homosexual es ahora una especie". (Foucault, 1976:56-57)

En el Tercer Mundo, el proyecto moderno se implantó tardíamente, y refiriéndose a este proceso "civilizatorio" en el Uruguay, Barrán (1994) describe cómo entre 1860 y 1920 se fortalecía una nueva sensibilidad "civilizada". La coalición modernizadora incluyó al Estado, el hospital, la escuela y la iglesia. El cambio exigía el control y la educación de los diferentes "bárbaros". Como señalaba Foucault en el surgimiento del homosexual moderno, o bien aparecen nuevas figuras ("roles") a combatir, o bien se enfatizan figuras desviantes ya clásicas: algunos de los bárbaros mencionados en el análisis de Barrán son el "calavera", el niño sucio, la mujer adúltera, el joven onanista, el habitante de "pueblos de ratas", el bandido rural, el criminal urbano, la prostituta, el burgués seductor… y el "maricón".

Aquellos "excesos" referentes a la sexualidad fueron especialmente vigilados, siendo pecados para la iglesia, indisciplinas para la escuela, enfermedades para el médico y delitos para la Policía. En Uruguay, el Código Penal de 1889 castigaba el delito de "sodomía" con penitenciaría de cuatro a seis años, e incluyó otras figuras "sexuales" como "ultraje al pudor" o "incesto". Aparentemente, el disciplinamiento uruguayo incluyó también un cambio en la visión de la homosexualidad. La resistencia contra la homosexualidad había ido creciendo hacia el comienzo de nuestro siglo. Señala Barrán que hacia el novecientos, la nueva sensibilidad ya genera repulsión total hacia el homosexual: "…el insulto mayor al hombre no es el de la tración a sus amigos o a su causa, como en la época bárbara…[sino que] el insulto mayor es la duda sobre la virilidad, la acusación de 'afeminamiento', un también pasarse al otro bando, pero al bando del nuevo enemigo diabolizado, la mujer, una traición al poder masculino". (Barrán, 1994: 205)

Ya vemos aquí claramente constituída la oposición entre "el homosexual" y el "hombre", en la interpretación del homosexual como un carácter objetivo, un intersexo entre hombres y mujeres. Precisamente, Barrán cita (205) el libro de lectura editado por Vázquez Acevedo en 1889, donde un niño le dice a una niña: "A mí no me interesan las muñecas…me gusta un buen látigo, una pelota de goma o un trompo de punta aguda para jugar con mis amigos, yo no soy un maricón".

El proceso ilustrado por Foucault y Barrán no es otro que la construcción del homosexual moderno, el "rol homosexual" a través del cual se simbolizó a "lo homosexual" y a través del cual los propios homosexuales aprenden a reconocerse. El papel de la ciencia no ha sido siempre el más humanitario: el "monstruo homosexual" es, en este sentido, el montruo de Frankenstein, porque la ciencia fue su creador.

La producción societalista coincidió con el interés teórico por las minorías, pero también con la emergencia de reclamos políticos por parte de las minorías, muchas veces denominadas los "nuevos movimientos sociales". En el caso norteamericano, coincidió con una aproximación de los intelectuales a la nueva izquierda y una cada vez mayor oposición al gobierno. La represión del gobierno sobre las universidades evidenció que las propias universidades estaban siendo vistas por el gobierno como desviantes. En el caso de Foucault, aunque permaneció bastante al margen del mayo del 68 francés (estuvo en Túnez hasta 1969), es conocido su compromiso político con las organizaciones de defensa de los derechos de los encarcelados. Desde entonces, los enfoques interaccionista y post-estructuralista demostraron su utilidad al orientar investigaciones concretas y contribuyeron de esta manera al actual boom editorial de los homoestudios.

Los noventa: el boom de los homoestudios

La ciencia también depende de circunstancias sociales. El desarrollo de los homoestudios o "gay and lesbian studies" como una transdisciplina (1) debió esperar a que algunos cambios profundos se produjeran no sólo en la ciencia sino en las sociedades occidentales en general. Recién hacia los años sesentas, fueron desarrollándose las ideas de que la homosexualidad podría ser tratada como una opción -minoritaria- de vida; y de que el derecho a una sexualidad plena debería integrar la agenda de los derechos humanos. Los homosexuales empiezan a ser reconocidos como una minoría discriminada. Simultáneamente, el cada vez mayor intercambio internacional de bienes culturales y de personas va centrando la atención tanto social como académica en el tema de las minorías culturales.

Los homoestudios siguieron el mismo curso que habían seguido los estudios sobre la mujer y sobre etnicidad. Durante la década de los setenta, las universidades holandesas habían iniciado programas específicos de investigación y enseñanza: hacia 1978 surgieron iniciativas exitosas en las Universidades de Amsterdam y Utrecht. Más adelante, desarrollos similares tienen lugar en los Estados Unidos. Hoy casi todas las universidades norteamericanas poseen departamentos de estudios sobre la mujer. Siguiendo la misma trayectoria, en 1986, un primer centro de homoestudios es creado en la Universidad de Yale. En 1988, el City College de San Francisco crea su departamento de homoestudios. En 1990 surge en la Universidad de Nueva York, el CLAGS (City University of New York Center for Lesbian and Gay Studies), como centro de investigación y de donde emergen programas académicos. En la actualidad, muchas universidades y colegios de Canadá y Estados Unidos están en proceso de desarrollo y expansión de cursos y programas en homoestudios.

Escoffier (1990) señala algunos paradigmas, que se correspondieron a diferentes períodos en la producción de los homoestudios: a) Búsqueda de autenticidad (1969-76). Este fue básicamente un período de "propaganda gay" y culto al comming-out. Crecida del ambiente radical de los 60', la produción se vinculaba muy directamente a la política pro-gay. Un ejemplo clásico de esta etapa es el libro Opresión y liberación de los homosexuales, de Denis Altman. b) La construcción social de la identidad (de 1976 a hoy). Aquí Escoffier incluye la producción de Foucault y la del interaccionismo simbólico, iniciada en 1968 con El rol homosexual, de Mary Mc Intosh. c) Lo que llama enfoque de la "identidad esencial" (1975 hasta hoy) busca elementos "esenciales" de la homosexualidad, como en el trabajo de John Boswel sobre la historia de los gays en la Edad Media. Es también una de las direcciones del lesbofeminismo que sostiene que el género existe esencialmente, pero que la heterosexualidad es socialmente construida (Adrienne Rich: Compulsory Heterosexuality and Lesbian Existence) (2). d) El paradigma de la raza y la diferencia (desde 1979) enfatiza la heterogeneidad existente dentro de las propias comunidades homosexuales (Carla Trujillo: Chicanas lesbianas). Este enfoque es crecientemente popular y se ha visto reflejado en películas como Banquete de bodas y El final viviente (una especie de versión homosexual y HIV positiva de Thelma y Luise). Y, e) finalmente, el paradigma de los estudios culturales (desde 1985) trabajó a partir del postestructuralismo en la problematización del mito del género. Incluyo aquí al posmodernismo gay de Ki Namaste (1992).

Algunos problemas centrales de los homoestudios:

Entre los numerosos problemas que los homoestudios afrontaron para constituirse como transdisciplina académica, menciono por lo menos tres áreas: problemas de definiciones teóricas; problemas de resistencias institucionales y el problema de la superposición entre la militancia y la actividad científica.

Problemas de definiciones teóricas: el primer problema que aflora al referirnos a una cosa como la homosexualidad es precisamente que la homosexualidad no es una "cosa". Intentando salvar esta dificultad epistemológica (común a todo el espectro de las ciencias sociales) aparecen definiciones que encuentran la "cosa" a estudiar no en el individuo sino en la conducta. McIntosh (1968:182) entiende que hay homosexualidad cuando nos enfrentamos a "conductas abiertamente homosexuales". Pero si bien la definición es directamente operacionalizable, plantea el problema de que requiere conductas observables (o inferibles, no es aquí el problema principal).

Pero entonces, ¿una persona célibe no tiene orientación sexual? Otra línea de definiciones se orientan hacia la autopercepción del actor: es homosexual alguien que "prefiere la compañía sexual de personas de su propio sexo" (Fry, 1985:142). El problema empírico de tal posición es que remite a un criterio de preferencia psicológica que sólo el propio actor puede verificar y el problema teórico es que no incluye la homosexualidad latente o al "homosexual reprimido". Si seguimos apartándonos de la definición conductual, encontramos afirmaciones como la siguiente: "Siempre me molestó la definición de la homosexualidad como conducta. Rascarse es una conducta. Homosexualidad es una manera de ser, una que puede influir completamente en la vida de una persona, en su sentido y dirección." (Riess, 1980:300-301) Pero la investigación empírica muestra que las poblaciones llamadas "homosexuales" son diversas tanto sexual como culturalmente. El gran problema de este extremo es el riesgo de estigmatizar a una comunidad diversa, que por otra parte, es precisamente lo que ha hecho hasta ahora el sentido común.

Aquí se presenta el segundo problema definicional: precisamente, el uso no consensuado de expresiones como "homosexual", "gay", "transexual", etc. ha dificultado la investigación comparativa y el diseño de muestreos representativos. Tal vez sea más beneficioso proponer, como lo hace Pattison (1974:341) que "no existe tal 'cosa' como un homosexual". Personalmente, prefiero hablar de "minorías sexuales" y distinguir entre ellas las que remiten a la "orientación sexual" o implican temas de género. Por ejemplo, es clásica la asociación entre homosexualidad y "afeminamiento" en los hombres y "masculinización" en las mujeres: "De hecho, los conceptos de "homosexualidad" e "identidad transgénero" (3) son analíticamente diferentes. Lo uno refiere a la orientación sexual, y lo otro a…si nos vemos como hombres o mujeres, masculinos o femeninos… la inmensa mayoría de los homosexuales hombres se ven a sí mismos como hombres y no como mujeres, aunque puedan ser menos estrictos que el heterosexual promedio en la ritualización de poder mítico masculino.

En el caso de lo que comúnmente llamamos travesti (4), existe siempre algún grado de identificación transgénero: desde meramente usar ropas femeninas hasta considerarse como una mujer. Y algunos travestis que tienen una identidad transgénero completa, se someten finalmente al cambio de sexo. Es decir que, desde el punto de vista del género, la comunidad travesti tampoco es homogénea: existen los travestis que se ven como mujeres y se refieren a sí mismas en femenino, están quienes exigen ser tratadas en femenino pero a veces hablan de sí mismas-os en masculino, están quienes se transvisten sólo en algunas ocasiones (5), y hasta conocí un raro caso uruguayo de alguien que se considera gay pero se trasviste sólo para ejercer la prostitución. Por último, están quienes cambian de registro linguístico según la circunstancia. " (Muñoz, 1996b:74)

Los homosexuales uruguayos no travestis suelen emplear la palabra "gay" para diferenciarse de los travestis. En inglés, la palabra "gay" sustituyó en la escritura cotidiana y en gran parte de la académica a la palabra "homosexual", que es resistida por su historia estigmatizante. Muy recientemente, en los años noventa, ha ganado uso la expresión "queer" ("rarón"), vinculada en el pasado a connotaciones morales negativas, pero resignificado por la militancia radical homosexual en una actitud de "yo sé que me dicen así".

El problema de las resistencias institucionales

No es necesario aclarar que los homoestudios no están institucionalizados en nuestro país. Lindy McKnight, docente de un departamento norteamericano de homoestudios se pregunta: "¿Porqué estamos forzados a defender la 'legitimidad' de un programa que estimula las mentes, cuestiona el pensamiento cerrado y eleva la autoestima de los estudiantes…La dificultad para establecer un currículo en Homoestudios en los colegios y universidades en este país es un microcosmos de la sociedad en general. No es coincidencia que San Francisco haya gestado el primer departamento de gay and lesbian studies. Los gays y lesbianas son aquí numerosos, influyentes económicamente, y políticamente poderosos. Pero aún así la homofobia amenaza detrás de la máscara liberal que ha menudo cubre a las comunidades académicas…presupuestos limitados y maniobras políticas intentan poner los estudios sobre la mujer contra los estudios lésbicos contra los estudios étnicos…" ( en Collins, 1990:122)

¿Militantes o científicos?

El problema de la superposición entre la militancia gay y la actividad científica: Como ya ha pasado con los estudios sobre género y la militancia feminista, los homoestudios son a menudo confundidos con la militancia en pro de los derechos homosexuales. Ya señalamos que, tradicionalmente, la actitud de la ciencia frente a los homosexuales no ha sido la más humanitaria: los ha estereotipado y ha justificado su tratamiento discriminatorio. La producción de los setenta hizo posible otra perspectiva y a menudo los propios homosexuales participaron de esta nueva escritura desde dentro y fuera de la academia.

En la producción que Escoffier (1990) describe como la "búsqueda de autenticidad" es ciertamente difícil separar la producción científica de la "propaganda gay". Esta conjunción parece responder a una etapa temprana y la tendencia parece ser a la separación de ambos campos y no sólo en el caso norteamericano: Hekma y van der Meer (1990: 125-134) comentan el gap producido entre los "nuevos historicistas post-stonewall" y las comunidades que estudian. Aunque la producción posterior tienda a separar ambas funciones y aún tomando partido a favor de la responsabilidad por los efectos sociales de la investigación científica, esta conjunción entre política y ciencia no deja de ser problemática. El postmodernista Ki Namaste (1990: 53) se pregunta cómo podemos abogar por imágenes positivas y al mismo tiempo elaborar programas para cursos sobre el tema sin "esencializar" lo que son los homosexuales.

A su vez (:51), los autores homosexuales (dada su posición de privilegio en términos de género, raza, clase, visibilidad, habilidades, lenguaje, región, etc.) son a menudo tomados por representantes de una comunidad que, en los hechos, es diversa, generándose entonces un problema de representatividad. Como aporte a la controversia, transcribo los comentarios de mi propio libro (Muñoz, 1996:100): "Es fácil advertir que se mezclan aquí por lo menos un aspecto científico y un aspecto político: la información sobre la homosexualidad y la valoración positiva o negativa acerca de los homosexuales. Y en el medio, la preocupación de ser políticamente correcto, el miedo de revelar datos que pudieran ofender al uruguayo medio y fomentar la discriminación. Aunque la imagen popular de la ciencia es la del conocimiento libre de prejuicios y que suspende las valoraciones, a menudo los investigadores nos encontramos en una situación bien diferente. La separación total entre ciencia y valores puede llegar a ser tan peligrosa como su confusión. Por ejemplo: uno de mis entrevistados se quejaba de que una publicación sobre la cultura homosexual podría "quemar" los lugares que él mismo frecuentaba. Opté por no individualizar aquellos lugares que menciono como "una playa" o "cierto parque", donde la privacidad es condición para la interacción local. En otros casos, como las discotecas abiertas a todo público, la mención no me pareció perjudicial.

Otro ejemplo más drástico: uno de los prejuicios existentes sobre los homosexuales es que son "promiscuos". Bien; constaté la existencia real de prácticas de sexo impersonal. ¿Qué debería hacer? ¿Debería omitir mencionar estas prácticas a efectos de no reforzar el estigma? ¿o debería exponer mis datos sin más, en aras de la "objetividad" científica? Me decidí por un tercer camino: exponer la realidad, pero poniendo de relieve las circunstancias sociales que la rodean. En el caso del ejemplo, aclarando" a) que quienes recurren a este tipo de prácticas (cuyo opción considero respetable) son una minoría entre los ciento veinte a ciento cincuenta mil homosexuales montevideanos; b) que también hay heterosexuales "promiscuos"; que c) la mayor parte de los hombres heterosexuales -por no decir todos-, en el caso de encontrar mujeres desconocidas atractivas y que accedieran a tener sexo casual con él, accederían gustosos sin que nadie dijera que los heterosexuales son promiscuos; y d) que, aún en el caso de aquellos homosexuales que sí realizan este tipo de prácticas, hay una sociedad discriminatoria que hace que para un homosexual sea más conveniente tener relaciones sexuales impersonales antes que incluir en su vida una pareja homosexual.

Por eso, antes que una objetividad descontextuada, prefiero asumir la responsabilidad moral de mis afirmaciones. Afirmaciones que -lo acepto- no fueron siempre simpáticas, pero que espero puedan contribuir, aunque sea en una proporción mínima a un valor decididamente extracientífico: la felicidad humana ."

 

Referencias

1 Una "transdisciplina" es un campo de conocimiento producido desde diferentes saberes -medicina, sociología, sexología, estudios literarios, etcétera-, pero que genera un marco referencial común para analizar -en este caso- la homosexualidad.
2 Ya se habrá notado que mi propia posición es la opuesta.
3 Preferí no usar el término más común entre los psicólogos y psiquiatras "trastorno de género", concepto del cual convendría excluir a aquellas personas que viven su identidad transgénero de manera que no atente contra su felicidad y adaptación social.
4 Flores Colombino llama travesti propiamente dicho al parafílico, es decir, el hombre heterosexual que obtiene un placer específicamente sexual vistiéndose de mujer. Una parafilia es un trastorno psicosexual en el que ciertos actos son necesarios para la excitación sexual: caso del "travesti" parafílico, del exhibicionista, el fetichista, etcétera. En este caso, vestirse de mujer es el acto sexual en sí mismo. Esto funciona diferente en lo que comúnmente entendemos como travesti: "Puede haber homosexuales que se transvistan para prostituirse. Pero en general, te hacés travesti por lo que sentís, por realizarte como persona." (Michel Banussi) Los travestis de quienes hablo en este capítulo serían más bien personas con "conductas travestistas", pero desde el punto de vista de su actividad sexual son homosexuales. Siendo cuestión de palabras, preferí mantener la nomenclatura del sentido común.
5 No existe en español una expresión específica para esta práctica del travestismo: permanece en el campo semántico de lo que Foucault llamó "lo innombrable". Los americanos designan a quienes practican este travestismo de medio tiempo como "drag queens".

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Alteridades
Artículos publicados en esta serie:
(I) Las otras del "otro sexo" (Rita Gutiérrez-Ros, Nº 118)
(II) Homosexualidad y discurso sobre Sida (Carlos B. Muñoz, Nº 120)
(III) Sexo Seguro: ¿una nueva cultura gay? (Carlos B. Muñoz, Nº123).
(IV) El Río de la Plata. Sociedades de racismo sutil. (Teresa Porzecanski, Nº126)
(V) Invirtiendo el telescopio (Kaija Kaitavuori, Nº 131)
(VI) El caso de Paraguay, Tiempo y cultura (R. L. Céspedes- J. N. Caballero Nº 143)
(VII) Africa en la cultura de América (Gerardo Mosquera, Nº 144)
(VIII) El monstruo homosexual (Carlos Basilio Muñoz, Nº 146)
(IX) Los litos grabados del Solís Grande (Daniel Vidart, Nº 148)
(X) La santa inquisición, In nomine domine (Pablo Ney Ferreira, Nº 149)
(XI) Entre la ficción y la inquietud. ¿Cuál es nuestro pasado? (Mario Consens, Nº 159)
(XII) Ser mujer, ser judía (Merle Bachman, Nº 160)
(XIII) Palabra de mujer (Mariluz Restrepo, Nº 166)
(XIV) ¿Quién es mi semejante? (Alain Finkielkraut, Nº 168)
(XV) Estampa de varón, (Uruguay Cortazo, Nº 173)
(XVI) Sociología del género (Julia Varela y Fernando Alvarez-Uría, Nº 179)
(XVII) Uruguay: nativos y alienígenos. Dialéctica histórica de la alteridad (Daniel Vidart, Nº 181)
(XVIII) Las diferencias (Sylviane Agacinski, Nº 182)

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