Teoría de la resolución de conflictos

A.J.R. Groom

La teoría no es solo un mero requisito de la respetabilidad académica, puesto que nada hay tan práctico como una buena teoría. No basta con saber que la resolución de problemas pueden dar buenos resultados, ya que pueden ser fruto del azar; es necesario buscar una explicación tanto para sus éxitos como para sus fracasos, de modo que pueda utilizarse inteligentemente.

La resolución de problemas forma parte de una filosofía coherente cuyo valor estriba en su verificación empírica. No se trata de lo que debiera ser, sino de lo que es posible o de lo que ha sucedido.

Evidentemente, la resolución de problemas no es ninguna panacea. Pero puede funcionar bien, como atestiguan, por fortuna, múltiples pruebas en contextos muy distintos, entre ellos el internacional y el intercomunitario.

Solo una conceptualización teórica y una explicación suficientes pueden contribuir a que la resolución de problemas dé mejores resultados y, tal vez, a reducir las posibilidades de fracaso.

El contexto teórico puede contribuir también a que se entienda mejor la resolución de problemas como una especie de asesoramiento radicalmente distinto del que Maquiavelo brindaba al Príncipe. Trata de emular el realismo y el sentido práctico de Maquiavelo pero, además, de hallar un nuevo fundamento empírico. El enfoque de resolución de problemas reconoce la dura realidad del conflicto, al igual que Maquiavelo y Hobbes, si bien se basa en premisas distintas.

La resolución de problemas dista mucho de ser un nuevo alegato en favor de la buena voluntad, de la paz a cualquier precio y de la paz con tal de que todo el mundo sea razonable, racional o bien intencionado; no es una cuestión de idealistas ilusos que esperan que brille la luz en el camino de Damasco. La resolución de problemas es una técnica, ensayada por profesionales experimentados y muy sagaces que representaban a partes en conflictos encarnizados en todos los niveles, desde el individual hasta el interestatal, y que no han descubierto una fórmula mágica, pero sí una vía mejor para cada cual desde su propio punto de vista en todas las facetas del conflicto.

Como las razones prácticas y los medios que la justifican se han comentado en otros ensayos(1), abordaremos aquí su marco teórico.

Diversos enfoques para abordar los conflictos

A grandes rasgos, existen tres enfoques para abordar los conflictos: el enfoque jurídico-moral o normativo, la negociación o el regateo coercitivos y el enfoque de resolución de problemas.

En pocas palabras, el enfoque jurídico o moral trata de abordar el conflicto aplicando una serie de normas jurídicas o morales. Es una manera válida de abordar los conflictos cuando existe un consenso básico entre las partes sobre esas normas, ya que entonces todos aceptan las reglas del juego y lo que se discute es simplemente su aplicabilidad en un caso concreto. Este método suele utilizarse cuando el propio conflicto actúa para todas las partes como sucede, por ejemplo, con el sistema electoral británico (con la excepción de Irlanda del Norte), en el que solo un partido suele formar gobierno, de modo que existe un auténtico conflicto entre las partes, pero las reglas para solventarlo son aceptables tanto para los ganadores como para los perdedores.

Cuando la disensión predomina sobre el consenso en cuanto a las reglas del juego, el enfoque normativo sirve de poco. O bien una de las partes o todas ellas rechazan las normas por inadecuadas, o hay que imponerlas. En el pacto de la Liga de las Naciones se indicaba un método preciso para solventar los litigios del que se daba por sentado que era evidentemente razonable para toda persona racional. Se estimaba que quienes pensaran de otro modo incumplían deliberadamente las reglas del juego y, por consiguiente, por seguridad colectiva se les podía imponer dictatorialmente con toda justicia el respeto de las mismas. Por desgracia, lo que en Versalles era razonable y racional para los vencedores, no lo era tanto para los vencidos o los revolucionarios. Así, a medida que avanzaba el período de entreguerras, el método normativo de abordar los conflictos fue sustituido por la negociación y el regateo coercitivos. Reinaba la disensión, y los más dotados para manipular toda una diversidad de medios de coerción se esforzaban por imponer su voluntad, a pesar, o a expensas de los deseos de los más débiles. Si los años veinte fueron la época del idealismo, los treinta fueron la del realismo, al menos según la terminología que emplea E.H. Carr en su famosa obra The Twenty Year Crisis.(2)

El enfoque realista tiene su fundamento filosófico en la tradición, de la que Hobbes y Maquiavelo son los máximos exponentes, según la cual la tendencia a dominar es propia del individuo o, al menos, del individuo que vive en sociedad. En posición de algún modo intermedia se encuentra la escasez, considerada como la motivación del afán de dominio. Habida cuenta de que los bienes materiales deseables existen en cantidades limitadas, un agente dominante puede orientar su producción, distribución, intercambio y consumo en beneficio propio. Todos los individuos o grupos tratan de encontrarse en situación dominante y, si los dominados tienen la ocasión, tratarán de derrocar a los que ostentan el poder para ocupar ellos su puesto. La lucha entre los que tienen y los que no tienen es eterna, y tanto el Leviatán de Hobbes como el Príncipe de Maquiavelo, conocedores de la situación, imponían sistemas coercitivos para refrenar o neutralizar esas pretensiones de poder.

Esta es, según se afirma, la ley de la naturaleza, y el Príncipe o Leviatán, prudentes, hacen cumplir la ley y respetar el orden en su reino gracias a su extremada y manifiesta capacidad de imponer su voluntad. La diplomacia coercitiva entre príncipes, que a veces las guerras ponen a prueba, es el único medio de entenderse. En el mejor de los casos, como sucedió a lo largo de la evolución del conjunto de los Estados europeos en los siglos XVIII y XIX, los Estados se muestran dispuestos a cooperar para mantener el equilibrio de poder: si entran en conflicto es porque cada uno desea establecer su propio orden mundial, pero cooperan para impedir que alguno de ellos lo consiga.

Según esta concepción realista, la paz nunca podrá existir (solo una tregua), ya que los vencidos o los débiles tienen un impulso instintivo, o motivado por la escasez, a procurar dominar, que les llevará a autoafirmarse y a aspirar al poder cada vez que surja una ocasión. La paz no puede ser sino una tregua basada en el predominio avasallador del poder actual y que se mantenga depende de una vigilancia constante para preservar esa preponderancia. Este es el mensaje de Hobbes y de Maquiavelo y la regla de oro implícita de la mayoría de los profesionales y periodistas. Pero, como temen lo peor, propician que suceda, ya que los preparativos para atajar lo que temen puede ser interpretados por otros como una amenaza y suscitar así otros preparativos por su parte, que a su vez justifican los primeros.

Según este enfoque realista, el regateo y la negociación coercitivos son el cauce habitual por el que discurre la dinámica de las relaciones sociales. El conflicto se considera omnipresente, puesto que se debe a una tendencia a dominar, inherente al individuo o al individuo en sociedad, o imputable al menos a la escasez material. Como no todos pueden dominar, las relaciones sociales son una pugna forzosa entre dominantes y dominados. Por consiguiente, el conflicto únicamente puede zanjarse o arreglarse, pero no resolverse.

Por arreglo del conflicto se entiende una situación en la que el vencedor o una tercera parte logra imponer un arreglo al vencido o a las partes litigantes, ya sea recurriendo a la coerción o a la amenaza de coerción. En la práctica puede que la victoria no sea tajante, surgiendo un compromiso basado en el equilibrio de las fuerzas coercitivas. En caso de que dejen de actuar o pierdan credibilidad o eficacia las presiones ejercidas por el vencedor o la tercera parte, el conflicto se reanudará, porque sus causas no han sido ni pueden ser abordadas, ya que, en último término, independientemente de la forma concreta que localmente adopten, se relacionan con la cuestión permanente de quien dominará y quien será dominado. Los períodos de civilización y calma que existen en la práctica se consideran como política del poder disfrazante: la estructura social establecida por el poder dominante es tan fuerte que no puede ser desafiada, pero su auténtica estabilidad depende de lo arraigada que esté en los dominados la convicción de que el orden, si se lo desafía, puede ser y será eficazmente defendido.

La ley y el orden, la civilización, dependen de la voluntad y la capacidad de aquellos que los definen con éxito suficiente para imponerlos y defenderlos. No se trata de valores permanentes ni autónomos. El impulso de subvertirlos no ceja nunca y no puede ignorarse si se quiere estar tranquilo. A los hombres de Estado corresponde tener presente esta ley de la naturaleza e implantar sistemas sociales en los que los fuertes establezcan mecanismos suficientemente disuasivos para que la ley, el orden y la civilización prosperen. La única alternativa es la violencia civil constante: la civilización reposa sobre una tregua frágil. No puede haber una paz auténtica.

El enfoque de resolución de los problemas ofrece una definición de paz muy distinta. Utilizaremos la expresión "resolución de conflictos" para distinguirla de lo que dentro de la concepción realista hemos denominado "arreglo de los conflictos". Por resolución de conflictos se entiende una situación en la que todos los interesados (independientemente de que sean respetables o descarriados, criminales o bondadosos, fuertes o débiles estén muy interesados o no tanto) establecen unas relaciones, sin tener en cuenta lo estrechas o distantes que sean, que, sin temor ni favor y con pleno conocimiento de la situación y de sus características estructurales, resultan esencialmente aceptables para todos según sus preferencias individuales. Además, estas relaciones deben reflejar un "perfecto conocimiento" que elimine el riesgo de que la violencia estructural convierta a esos agentes en "esclavos felices". Gracias a ellas, la coerción manifiesta o estructural resulta innecesaria; cuando un conflicto queda resuelto, la situación se mantiene por sí gracias a la satisfacción de las partes afectadas.

Dos conclusiones se imponen: este enfoque es muy distinto del de la negociación coercitiva, y suena a puro idealismo, ya que cada cual consigue lo que quiere y todo va de maravilla en el mejor de los mundos posibles (y, además, tanto para los santos como para los pecadores). El resto de este artículo estará dedicado a demostrar que el concepto de resolución de los problemas implica un mundo conceptual muy distinto del de regato coercitivo y cómo lejos de ser mero idealismo, permite resolver conflictos de modo que se respeten todos los valores esenciales, ya que, como se argumentará, esos valores no escasean.

­Qué duda cabe de que serán necesarios algunos cambios!, pero únicamente en el plano de la táctica y de los medios y no en el de los objetivos y los valores, lo que implica la necesidad de un debate convincente sobre ciertas cuestiones fundamentales y arduas, para el que nos servirá como punto de partida un análisis sucinto de la naturaleza del conflicto.

La naturaleza del conflicto

Rechazamos, por carecer de fundamento empírico, la pretensión del enfoque realista de que existe un impulso universal hacia la dominación. Es indiscutible que la tendencia a dominar y la conducta agresiva, independientemente del modo en que se definan, se dan con frecuencia, pero no como impulso innato sino como reacción, adecuada o no, a situaciones que proceden del medio. Un impulso ha de ser vivido desde dentro y, en la medida en que enfrenta a un individuo o a un grupo contra otro en una situación mutuamente excluyente (dominación o sumisión), la paz, en el sentido de acuerdo, es imposible.

Ahora bien, si los intentos de dominación o la conducta agresiva son reacciones al medio, y como tales, no son inmutables, la paz es posible en la medida en que tanto el agente como el medio pueden cambiar de manera que sea posible resolver (o agravar) una situación conflictiva.

La paz consiste en una serie de funciones y en un sistema de interacciones que resultan satisfactorios para todos los participantes en función de sus distintos criterios en un estado de "perfecto conocimiento" individual y general: se trata de una relación legitimada (pero no forzosamente "legal"). Así, pues, todas las funciones y transacciones pueden situarse en un espectro que va desde la política máximamente coercitiva (la guerra sin cuartel) a la paz absoluta (que, en términos bíblicos, "sobrepasa todo entendimiento"). Además, la situación que ocupan las transacciones en este espectro puede variar con el paso del tiempo, ejemplo de lo cual puede ser el cambio radical de orientación de las relaciones franco-alemanas después de la Segunda Guerra Mundial.

Ninguna persona ni ningún grupo social son totalmente independientes, pero la dependencia no implica necesariamente la relación coercitiva ni la dicotomía dominación-sumisión. La dependencia mutua (o diferenciación de funciones) puede legitimarse sin el menor rastro de política de poder disfrazada, prueba de lo cual es la función que cumple Suiza en el concierto de las naciones o la de los países escandinavos y Canadá en el mantenimiento de la paz en las Naciones Unidas. La diferencia no supone forzosamente dominación aunque, incluso en una relación legitimada, los conflictos no escasean.

Desde el punto de vista de los especialistas en resolución de problemas, el conflicto es endémico, es decir, se trata de un fenómeno natural que surge en cualquier situación en la que haya centros distintos de adopción de decisiones y falte una información completa. Así, pues, aunque no fuera más que por casualidad, decisores distintos pero mal informados escogerán políticas que sean mutuamente incompatibles y, por consiguiente, conflictivas. En la mayoría de los casos, la socialización rutinaria se hace cargo de esos conflictos de un modo tan eficaz que no se perciben. Las personas no chocan entre sí en un vestíbulo abarrotado donde cada cual va a lo suyo, ya que automáticamente y de modo literal cada cual sigue su rumbo.

Existen procedimientos institucionalizados aceptables para todos que permiten descartar incompatibilidades indeseables e imprevistas en todos los planos de la sociedad. La OCDE es un ejemplo. Unicamente cuando fallan esos procedimientos institucionalizados y de socialización, resultan insuficientes o se consideran inaceptables, surge ese conflicto en el sentido habitual del término, esto es, una serie de incompatibilidades mutuas sometidas al regateo o la negociación coercitivos. Incluso en tal caso, para el especialista en el tema esa incompatibilidades no se deben a impulsos innatos ni a escasez de valores apreciados, ni siquiera forzosamente a escasez de bienes materiales, sino a elecciones subjetivas y, por consiguiente, modificables, tanto en lo que respecta a los medios como a los fines.

Así, pues, salta a la vista una diferencia fundamental entre el enfoque del regateo coercitivo y el de resolución de los problemas: el primero mantiene que el conflicto es una "suma cero", y el segundo que las partes litigantes tienen la capacidad de definirlo así, por lo que será así en sus consecuencias, pero también que esa elección es tan innecesaria como autodestructiva y que el objetivo de la resolución de problemas consiste en sustraerse a esa trampa tan perduradora y de tan catastróficos efectos. El regateo coercitivo únicamente puede zanjar una disputa por algún tiempo, en tanto que con la resolución de problemas existe la posibilidad de suprimir el conflicto. La resolución de problemas no admite compromisos.

Abordando ahora el quid de la cuestión, un conflicto de "suma cero" es aquel en el que lo que uno gana lo pierde forzosamente el otro. Evidentemente, las partes en conflicto suelen ver su relación en estos términos, considerando la situación como "o ellos o nosotros", de modo que si "ellos" obtienen todo o parte, "nosotros" tendremos que contentarnos con los restos. Más aún, este diagnóstico de la situación origina inmediatamente un comportamiento basado en estas premisas. Así, pues, si un conflicto se entiende como de tipo "suma cero", surgen normas de comportamiento basadas en tal premisa que hacen que el conflicto se convierta por sus efectos en "suma cero". Pero, ¨concluye aquí la cuestión?

Incluso los partidarios del enfoque realista admiten que el comportamiento no está totalmente predeterminado, pues si bien el impulso puede tener un objetivo general o la escasez puede agregar atractivo a ciertos valores o bienes, no impone los medios concretos para alcanzar ese objetivo ni sus características detalladas concretas. Para el especialista en resolución e problemas, que no reconoce que el impulso sea innato, el espacio para maniobrar es aún mayor. No solo pueden modificarse los medios conducentes a ciertos fines, sino que también se pueden cambiar los propios fines o, al menos, pueden ser redifinidos de modo que su búsqueda resulte funcional y no perturbadora. No obstante, un caso especial se da cuando un agente tiene un solo objetivo, puesto que entonces su relación con su medio es, desde luego, una "suma cero".

Alcanza el objetivo o no lo alcanza, o bien obtiene tan solo una parte. Sin embargo, no deja de ser igualmente cierto que no existen agentes sociales o individuos que se encuentren en tal situación, ya que hasta un maníaco sexual tiene que parar de vez en cuando para comerse un bocadillo.

El especialista en la resolución de problemas sostiene que la naturaleza de las relaciones sociales es tal que, en teoría, o siempre de forma inmediatamente evidente en la práctica, existe una gama infinita de objetivos y medios posibles entre los que el agente puede elegir. Evidentemente en la práctica, las escalas de tiempo, la falta de conocimiento, los factores acumulativos o sistémicos, el desarrollo de un medio, etc., limitan el conocimiento y la percepción de esta elección infinita. Además, forma parte integrante de la condición humana la imposibilidad de tener todo a la vez. En este sentido siempre hay escasez, puesto que hacer una cosa supone no poder hacer otra. Es menester elegir, pero toda elección implica un costo de oportunidad; cuando se ha decidido alcanzar un determinado valor, es muy posible que no se disponga de la capacidad, del tiempo y de los recursos necesarios para tratar de obtener otros valores. La opción concreta que se haga refleja unos valores básicos y la información disponible, y en ella influyen todos los factores, tanto objetivos como subjetivos, que intervienen en el proceso de adopción de la decisión, entre ellos, por lo que respecta a los factores materiales, su abundancia o escasez relativas, el objetivo general y la deseabilidad subjetiva. La mayoría de los agentes sociales procuran aprovechar al máximo (o satisfacer al menos) una amplia gama de valores. También tratan de reducir al mínimo el costo de oportunidad que implica la búsqueda de una serie de valores, objetivos o bienes materiales en relación con otras series de valores. Es evidente, pues, la importancia que tienen las variables referentes a la información, las funciones y la estructura.

Puesto que teóricamente hay una elección posible infinita de medios y fines, parece verosímil que exista una opción viable que no sea conflictiva. Dicho de otro modo, cada agente o grupo de un sistema social podría en teoría, disponiendo de tiempo y de un conocimiento perfecto, hacer una determinada selección que no implique ninguna incompatibilidad con la elección de los fines y medios de otros grupos dentro de ese mismo sistema. Ahora, ¨por qué un determinado agente, que ha invertido ya múltiples recursos para tratar de conseguir determinadas metas, debe renunciar a ellas para conseguir esta situación de compatibilidad? ¨Por qué tendría que poner la otra mejilla? ¨Por qué habría de acomodarse cuando los demás agentes no lo hacen, tan solo para evitar las incompatibilidades imputables tanto a la elección de los demás como a la suya propia?

La primera respuesta a este dilema es que si no existe un proceso de acomodamiento mutuo, al menos cierto acomodo unilateral evitará la necesidad de pagar el costo de oportunidad de la búsqueda de valores incompatibles que es la que origina el conflicto. En otras palabras, no se trata de ser "el niño bueno" ni de noblesse oblige, sino que es más bien una cuestión práctica de incompatibilidad de los objetivos que busca un agente lo que genera el conflicto con otro. En tal caso, los objetivos que persigue pueden resultarle mucho más costosos de lo que serían si pudiera volver a definirlos o si se encontrara un medio de eliminar algunas de las incompatibilidades de las estrategias aplicadas. Un ejemplo contemporáneo de esta situación es el comprensible deseo de los israelíes a alcanzar el objetivo de la seguridad. Su forma actual de hacerlo les obliga a pagar unos elevadísimos costos de oportunidad en relación con otros valores, y cambiar de rumbo es una propuesta realista, porque la mayoría de los objetivos básicos que buscan los gobiernos o las partes de un conflicto no escasean, como desarrollo, identidad, participación.
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