Violencia urbana

Marcia Caballero

Malvín, una hermosa zona para vivir. Calles amplias y arboladas articulan manzanas en las que toman su lugar coloridas casas y chalets más bien unifamiliares, todas con su jardín casi siempre poblado de flores y perfumes. Una fuerte cohesión parece marcar la vida de su gente, que se conoce y se trata con una cordialidad evidentemente mayor a la que suele darse entre meros vecinos, formando lo que sería una gran familia que comparte el barrio, el club, algún boliche, la escuela, la playa y hasta un cine al aire libre.

Ese cine se volvió ruina, pero no solo el cine. De aquel Malvín del recuerdo que era un ejemplo de plácida vida, solo quedan rastros. El tiempo ha hecho brotar por aquí, por allá y también más allá, feroces ejércitos de lanzas apuntando al cielo. Ellas han fragmentado la franja de jardines y han creado un muro de hierro entre las casas y la siempre sombreada -pero por lo visto ya no tan amable- calle. Como en tantos otros barrios, la gente vive tiempos de penuria y se encierra, pensando contar así con una barrera contra los violentos. capaz de frenar una delincuencia agazapada que espera para pegar el zarpazo.

¿Es necesario decir que la gente de Malvín se ilusiona? No, porque ellos ya lo aprendieron.

Como contrapartida, estos son tiempos de delicia no solo para quienes delinquen, sino también para los herreros, quienes disfrutan de una bonanza que les ha permitido capear cómodamente la recesión y el desempleo tan generalizados. Porque no son solo las casas, sino que los apartamentos de edificios de toda altura exhiben rejas que cuadriculan cada ventana, ya que quienes las habitan se han encerrado y han convertido sus habitáculos en celdas.

Este es el mundo del revés. Las víctimas -voluntariamente- se ponen presas mientras andan libres los que delinquen.

Tanto como se multiplican las rejas, se suprime esa apreciable comodidad que son los "porteros eléctricos", lo que obliga a cada vecino de un edificio de apartamentos a bajar hasta la puerta de calle para abrirla y cerrarla, mediante su respectiva llave (también, "de seguridad"), cada vez que llega o se retira una visita. Y a propósito de seguridad, crece como leche hervida la contratación de vigilancia privada en las cuadras de los barrios y más aun todavía en las empresas. Antes, otros y en otras partes, vendían "protección" (contra ellos mismos), ahora y aquí se volvió imprescindible la "seguridad".

Eso en las casas. Pero, ¿y en las calles? Da pavor. De día, con ensañamiento, se golpea y se arrebata a quien sea que camine cargando una cartera o con aspecto de llevar encima algo más que el importe del boleto del ómnibus. Con furia se rompe lo que sea de un automóvil estacionado para robar el vehículo o lo que se encuentre en su interior, con la más que probable complicidad de los guardacoches, que ahora se parecen demasiado a ìcampanasî de los ladrones. Con cobardía y abuso, desde una moto en marcha se arrebata a quien camina o espera el ómnibus, o se rompe el vidrio de un auto detenido esperando el cambio de luces para arrancar lo que sea que esté en el asiento o en el brazo de su conductor.

En fin, que todos los días aparece una nueva modalidad de "trabajo" y los delitos crecen en número y más aún en demostración de pericia y voluntad transgresora. Los atentados ya no se limitan a los bienes, cada vez más atrapan a las personas, que son tomadas de rehenes, inmovilizadas, heridas o asesinadas. Para cualquier vecino, terminar siendo robado mueve más bien a dar gracias (a Dios) porque la cosa no haya sido peor todavía.

A la delincuencia se suma un clima en el que rige la violencia más o menos gratuita, individual -golpear a otro "porque sí", matarlo porque le miró su mujer- o la más cobarde, la colectiva, de patotas y barras bravas para las cuales el anonimato es el amparo aprovechado para arrasar con todo límite. Límites que ya no respetan una edad mínima, tanto que un adolescente (14 años) acaba de liquidar a su familia.

La escalada de la violencia no se detiene ante nada y no tiene otro límite que la muerte, límite que es cada vez más fácil de alcanzar y hasta es apto también para resolver "pequeñas diferencias". En tanto del otro lado, del lado de la gente, no hay sino estupor e indefensión y rabia y ganas de empezar "a los tiros" o de pedir a gritos que venga "quien sea" y arregle las cosas.

¡Pobre Montevideo! Si hasta parece que nunca hubiera existido el tiempo aquél en que el lechero dejaba la botella en la puerta, pero del lado de afuera, la que seguramente quedaría allí hasta ser recogida cuando la doña abriera sigilosamente la puerta de calle, cuidando que los vecinos no la vieran en camisón.

Muchos le han reclamado a Uruguay por haber vivido de espaldas a Latinoamérica, y le exigían latinoamericanizarse. Parece que lo está haciendo, pero copiando lo peor, la violencia urbana. Un hecho que en el corto plazo parece tener solo una posibilidad: extenderse.

PRIMERO A LAS CAUSAS

En Montevideo la violencia es el tema y cada vez más frecuentemente las informaciones sobre ella trepan a la apertura de los noticieros centrales de la televisión o bien ocupan sus primeros tramos. Se habla mucho y pueden apreciarse dos clara zonas de consenso. Una es la del reclamo de que la violencia debe ser detenida sin demora. La otra dice que nadie hace nada o que nada de lo que se hace es efectivo.

Ambos consensos son acompañados por un claro disenso, es el que aparece a la hora de identificar causas: entonces surgen marcadas y subrayadas, feroces divergencias. Unos hablan de las carencias del sistema policial y otros enfatizan la decadencia económica y la degradación social. No faltan los que recuerdan los años de la dictadura. Hablando de causas, parece que cada uno trata de llevar agua para su propio molino, tanto que se menciona la necesidad de mejores sueldos y medios materiales para la policía, y eso lo dice… la propia policía. O se atribuye a la desocupación y la pobreza el auge de delincuencia, y de éstas, es claro, son culpables los políticos de los otros partidos.

En la teorización se percibe que cada uno encuentra una ocasión que aprovecha para sacar ventaja. El bla bla bla se dirige a defender intereses propios, lo cual siembra el descrédito y aumenta la certeza de no encontrar amparo por ningún lado.

QUE PASEN LOS CULPABLES

Son varios, son muchos, pero cada juez tiene sus preferencias. De modo que resulta más práctico que vayan pasando de a uno y que cada uno se esfuerze por identificar "su" culpable.

Culpables son los ricos, Pero, ¿quienes son los ricos? Aparentemente, en el inicio, son las víctimas, ya que ricos son aquellos a quienes se les roba y ricos son aquellos que tienen algo robable y tientan, por lo cual otro quiere apropiarse de eso que tienta. Concepto que vale aun cuando el valor económico del objetivo del robo haya ido bajando, y hoy resulta que se roba -aun hiriendo o matando- unos pocos pesos o una campera colorida made in China.

Se dice ahora, quizá se ha dicho siempre, que mucha gente se enriquece fácilmente. El portero ve que el dueño de la casa se enriquece y oye que se murmura que lo hace ilícitamente. Y que por ser rico, permanece impune. Elemental, deducirá que el crimen paga. De allí a pensar que ser rico es ser ladrón, que toda riqueza es malhabida, hay un solo paso. Y el que roba a un ladrón…

Además la impunidad de los crímenes de cuello blanco y de los ricos (hay quien dice que nunca vio un rico en la cárcel…) es señalada por muchos que sostienen que el crimen mayor incentiva al menor, dan un mal ejemplo.

Sí señor, los ricos son culpables. ¿En quién no resuenan los ecos religiosos de esta sentencia? Ella hace ver que el robo sería un acto de justicia, lo cual quizá explique la descarada ambivalencia que, en el imaginario, rige en enfrentamiento de la sociedad con el robo. Por un lado una especie de convicción íntima de que la víctima merecía lo que le pasó, que el ser robado es su castigo; por otro lado, la convicción igualmente íntima, de que el delincuente no es castigado, que si es apresado, entra por una puerta y sale por la otra.

Culpables son los pobres. Es sabido que en estos años (¿cuándo no?) las políticas de los gobiernos hicieron que los ricos se hayan vuelto más ricos y los pobres más pobres. Por otro lado se sostiene que la violencia es fruto de la decadencia económica y de la degradación social. Existen miles de familias cuyos miembros, en apreciable proporción, han caído en el desempleo y se sostiene también que progresan sin pausa hacia la marginalidad. La población desempleada es puesta en el mismo canasto que los niños abandonados, el otro ingrediente de la marginalidad. Lo que resultó de todo eso fue el aumento del número de delincuentes y de la violencia. De allí entonces la mayor inseguridad de la población.

Ladrones natos. La asociación íntima entre pobreza y delincuencia convence tanto a la derecha como a la izquierda y ambas concuerdan en la fortaleza de esa relación privilegiada. Para unos, el delito que comete el pobre es expresión de un malestar social del cual es culpable el sistema vigente, la delincuencia es un mal congénito del sistema que ellos proponen cambiar por uno libre de esta tara. En tanto para los otros, se trata de una relación congénita también, pero entre ser delincuente y ser pobre. En ambos casos el delincuente o el violento es un títere manejado desde la sombra, sea por la sociedad, sea por los genes. O lo que es casi lo mismo, dirigido por los hilos del destino

En los hechos, cualquiera que sea la inclinación política de alguien que sufre la violencia, cuando la sufre es más que probable que se se olvide de sus ideas y se descubra enfrentado al sentimiento de ser víctima de alguna forma de delincuente nato; y que argumente con variantes de la tesis que sostiene que la "facha" lo dice todo. En ese momento no cabe la explicación socio-política, el afectado piensa inevitablemente en perversidad, en que es biológico, lo que funda la solución que su emoción le propone: que lo maten o que al menos lo hagan sufrir.

De hecho, parece que se está desempolvando la doctrina tantas veces enterrada según la cual la criminalidad tendría un componente innato. Es decir, la tesis de Lombroso, el psiquiatra italiano que sostenía que determinada constitución biológica está en la base de un determinado desvío en el comportamiento. Esa tesis "explica" al que roba y agrede sin piedad y aún al policía que tortura a la tarde, y que a la noche va para su casa y se transforma en amante padre.

Los argumentos dan por sentado que Lombroso tenía razón. Lombroso habló de la inferioridad biológica como asociada a la tendencia hacia la delincuencia y hacia la violencia sin motivaciones. Inferioridd biológica que tanto invoca la herencia como una infancia mal alimentada, con inferioridad en las oportunidades. Quien comete el delito es alguien así. Lombroso reivindicado. ¡Buena la estamos haciendo!

Espanta que una tesis de ésas gane cuerpo en la sociedad. Si tuviera más crédito, nos encontraríamos con que alguien tiene un problema, viene un médico y diagnostica la figura de Lombroso, afirma que puede cometer un acto de gran peligrosidad y ahí, ¿qué es lo que pasa? ¿Se lo segrega? ¿Y los derechos humanos? Un plato bien servido para el reaccionarismo, cualquiera sea el partido de su defensor.

Los muchos que apuntan a la miseria como una de las causas de la violencia, olvidan ejemplos en la historia y de otros países que, por lo menos, llevarían a dudar de la tesis de que la pobreza por sí está asociada a la violencia. Ellos más bien arriesgan pasar al banquillo de los acusados por sostener que el pobre debe ser visto como un elemento peligroso y el ocio como preludio del crimen.

No se puede probar que la pobreza en sí sea la causa de la violencia, pero sí que los desposeídos están siendo vistos como chivos expiatorios. Siempre existió pobreza. La historia de la India, por ejemplo, no indica que la pobreza traiga consigo un aumento de la delincuencia. En Occidente hubo, esto sí, una redefinición de su significado; en un tiempo los pobres fueron el pueblo elegido de Dios; después de la Reforma pasaron a ser una maldición. El pobre es el elemento maldito y el ocio precede al delito. Hasta los menores carentes son presentados como monstruos, merecedores de castigos terribles.

Se puede concordar con el medio mundo que dice que las causas de la violencia son materiales, que pesa el desempleo y la miseria. Eso puede ser básico, pero es poco. En la violencia existen causas aún no identificadas, como la que, por ejemplo, llevó a los operarios ingleses de Liverpool, altamente bien pagos, a matar 36 personas en un estadio de Bélgica, hace casi 10 años. Por eso, ante la violencia, es preciso claridad y decisión, pero también humildad.

La culpa es de la policía. Nuestras preocupaciones por las causas sociales, la miseria, el desempleo, no pueden apartar nuestra atención de los medios conque cuenta la sociedad para enfrentar el delito y la violencia. Es así que la cuestión policial, junto a la necesidad de mayor rapidez en la conclusión de los procesos judiciales, es considerada por muchos como prioritaria.

Se supone que en las bases mismas del Estado existe un compromiso de éste con la población para evitar y reprimir el delito y la violencia contra la gente, sin complicidades, a través de su organismo especializado, la policía. Y tal parece que ese compromiso no es respetado o que no es cumplido en la medida en que la gente espera.

Una ciudad grande exige eficiencia -y una manera de obtenerla en estos tiempos es la tecnificación- en el combate al crimen solitario u organizado, pero visiblemente el trabajo del aparato policial está perdiendo la partida. A la vez el policía trabaja con miedo, está desequipado en todos los sentidos, en conocimientos y pericia, en medios, en interés. Se argumenta en su descargo que la policía no está especializada, ni tiene recursos materiales para cumplir sus obligaciones. Pero cabría preguntarse por qué no los tiene, por qué no crea condiciones para reclutar mejores hombres y por qué no recurre a mejores medios.

Pero, hablando claro, la propia policía no está muy prestigiada luego que algunos de sus miembros fueron descubiertos como asociados a delincuentes o delinquiendo sin intermediarios. Entonces ya no se sabe si la ineficacia se debe a falta de elementos o a una deliberada actitud que debe considerarse corrupta, que brinda amparo a algún sector de la delincuencia.

La culpa es de los jueces. Algunos son tan drásticos en sus valoraciones que llegan a afirmar que "la impunidad y la ineficiencia del aparato policial y de la Justicia propician el surgimiento de la onda de violencia en los centros urbanos". Ellos serían las dos ramas del margen de impunidad de que parece gozar el delincuente.

Tal impunidad se funda, es claro, en la omisión de las autoridades judiciales y policiales en la captura y condena, ya que se ´puede hablar de impunidad tanto si nadie va preso, como si el que va preso vuelve a las andadas a los pocos días de haber sido detenido.

Una arraigada convicción sostiene que el Derecho Penal riguroso sólo se aplica contra los pobres, y pobres son aquellos que no gozan de los favores de la rosca de "defensores" de delincuentes, la que parece que puede más que la Justicia. La disponibilidad de ciertas personas para la delincuencia sólo se transforma en acción cuando los costos de ese comportamiento parecen bajos. Siquiera por aquello de que si nada pasa, no hay por qué asustarse. "Si Fulano robó y no ocurrió nada, yo también soy hijo de Dios"

Claro, el que se tienta puede olvidar que hay diferencias, que otro puede tener una posición en una organización delictiva mientras el sólo tiene un zapato agujereado. Porque hay injusticia social y también injusticia judicial…

QUEREMOS SOLUCIONES Y AQUI ESTAN

Buscar las causas de la violencia puede llevar muy fácilmente a quedar empantanados es una vacía discusión académica. Y en principio resulta claro que proponerse considerar soluciones solo es posible sobre la base del adecuado conocimiento de la realidad, conocimiento, por ejemplo, de estadísticas. Pero las existentes son bien pocas e inexpresivas.

Los datos objetivos que mayormente no existen. Se mencionan valores absolutos, números de denuncias, a veces las tasas de criminalidad. Pero no interesa saber si el número absoluto de delitos creció, si no se sabe si varió el número de delitos por habitante, o las fajas etarias en que se distribuye la población delincuente Sin las estadísticas, no hay conocimiento real ni base para establecer acciones tendientes a cambiar las cosas.

En los casos en que se individualiza a los delincuentes y ellos son penados, ¿cómo se distribuyen las penas? ¿Cuántos son reincidentes y a cuánto tiempo de estar en libertad reinciden? Estos datos podrían aclarar la diferencia entre lo que puede ser un delito cometido por alguien en un mal momento, y lo que es un modus vivendi, y fundar entonces una política penal específica para cada uno de los casos.

El clamor público, la entidad y divulgación de los casos por los medios de comunicación como fuente de información, no sirven de mucho ni son un buen indicador para la acción. Más que al conocimiento, lo que "sale" en la prensa lleva a acciones reactivas, tanto de la gente como de los políticos, principalmente cerca de la época de las elecciones. Porque de hecho la seguridad es absolutamente secundaria, no da dividendos políticos, los dineros son aplicadas a problemas mas visibles.

La situación es por demás compleja. Si verificamos la edad de los actores de los delitos corrientes, vamos a encontrar muchos jóvenes en torno a los 20 años. ¿Quienes fueron sus padres? Exactamente aquellos que creyeron en el "milagro" de los años 60 y 70 y creyeron que iban a llegar a participar de los cambios que se decía (y aún dice) que eran un objetivo alcanzable… Pero sus hijos fueron criados dentro de un proceso de descenso social que bloquea perspectivas y genera sentimientos de rabia, envidia y agresividad contra los "otros", principalmente aquellos que exhiben su riqueza como una provocación.

La violencia es un síntoma que sobreviene de innumerables condiciones sociales. No adelanta nada querer engañar. Cualquier iniciativa demanda tiempo, esfuerzo, recursos, competencia y claras intenciones. Pero a pesar de todas las dificultades, no hay quien no tenga preparada en su manga alguna solución y quien esté convencido de que si se aplicara, otro gallo cantaría. Todos saben qué es lo que debe hacerse, y todos apuntan a que el problema no es simple y requiere la aplicación de varias soluciones a la vez, por lo que las respuestas tocan varios puntos lo que hace imposible clasificarlas. Una rápida encuesta entre gente de diversa extracción nos permitió armar la siguiente lista de propuestas, que optamos por trasmitir tal cual, bueno, un poco resumidas, claro.

"Son necesarias colonias penales agrícolas para los criminales y albergues nocturnos para los que vagan por las calles a la noche".

"Evitar el éxodo rural con la reforma agraria".

"La impunidad de los ricos incentiva el delito. Hay que penar los asaltos en la calle, pero también las falencias fraudulentas."

"Las soluciones para la violencia comienzan con un trabajo intensivo, principalmente con el menor. La gente observa, en las calles, niños de hasta cinco años, que ya se profesionalizaron en la delincuencia"

"La policía que debería ser organizada y dignificada para el ejercicio de su función".

"La solución fundamental es crear empleos, crear cooperativas de trabajadores jóvenes, y estimular las pequeñas empresas".

"Si la reforma agraria hubiese sido hecha, el campo no se despoblaría y las ciudades no habrían sido invadidas. Debemos hacer algo sin tardanza para evitar el síndrome de Calcuta, impedir que la gente siendo parida y muriendo en las calles mientras los ricos se atrincheran en campos de concentración cercados por alambres de púas".

"Para combatir la violencia yo apuntaría las siguientes posibilidades: ampliación de fuentes de trabajo en áreas carentes. Volver a preparar a la policía, procediendo a la creación de un centro de información integrado, ligando a todas las reparticiones. Cursos de reciclaje de los policías, aumentando la habilidad intelectual y técnica en detrimento de la necesidad de recurrir a los métodos violentos".

"Un programa de iluminación en las zonas mal iluminadas y un programa de teléfonos públicos en los lugares aislados. Ampliación de las posibilidades de trabajo, desarrollo intelectual y espiritual en los presidios. Y, finalmente un programa de integración del niño abandonado".

"Combatir el machismo, al comenzar, en las escuelas. Sería uno de los caminos".

"Si el propósito es ir al fondo del problema, se va a tener que reconsiderar a la educación, porque en este país, con tan pocos analfabetos, es de suponer que la inmensa mayoría de los delincuentes pasó por la Escuela. Pasó, y ¿qué hizo la Escuela por ellos y por sus víctimas? Habrá que revisar también la política del menor abandonado".

"Si la intención es atacar el problema en el corto y mediano plazo, todo el mundo conoce la solución: perfeccionar el trabajo policial y acabar con esa retórica, excesivamente liberal y académica, de que no es a través de la policía que se resuelven las tasas de delincuencia. Resuelve si la policía resuelve. Esa es la forma, a corto y mediano plazo, de hacer bajar las tasas de violencia. Es preciso un aparato policial que aumente la probabilidad de que el delincuente sea realmente apresado".

"Hoy se entra en un apartamento, se roba y hasta se mata, con una baja probabilidad de ir preso. Eso se está volviendo un buen negocio, se gana en un asalto lo que no se gana en años de trabajo. Es necesaria una policía técnica equipada, con mas gente en la calle".

"Tendría que haber un control riguroso en la venta de armas de fuego. Si relacionara los delitos contra personas y se chequeara con una curva de licencias de porte de armas, se verá una relación clara."

"Hay algunas medidas a mediano y corto plazo, para comenzar a tomar ahora, así como el problema del sistema penitenciario -que es un descalabro. Yo pasé un año preso, conocí todo lo que podía ser conocido. Es algo que precisa ser atacado de inmediato. En esa época, por lo menos el 50% de la población carcelaria eran primarios, autores de delitos graves o bien otros sin mayor seriedad, pero estaban todos mezclados. Las bandas que actúan aquí afuera comienzan allá adentro".

"La justicia es lenta. Si no se desburocratiza ella anula la acción policial. La policía tiene razón cuando dice que los aprehenden y la justicia los suelta. El formalismo jurídico es increíble. El proceso jurídico está lleno de trampas. Por un ridículo formalismo de la justicia (el abogado ëexpertoí se agarra de esas trampas y se sirve de ellas). Los detalles ponen mucha gente en la cárcel y los detalles liberan a otros que cometieron actos delictivos y a veces muy graves".

"Los jueces deberían usar un poco más la capacidad de discernimiento, interpretar más la ley. Es verdad que las trampas jurídicas -en algunas circunstancias- son también garantía de los derechos individuales. Pero pueden tener efecto contrario. La justicia no es justa, pues no es distribuida con igualdad".

"El clima de impunidad es total. Es de arriba para abajo. Esa mentalidad de que el delito compensa está en lo cierto. El que roba es tan delincuente como quien pasó un cheque sin fondos. Sólo que uno va a la policía, el otro no. Es tonto creer que el asaltante no sabe eso. Ese sentimiento de impunidad general y de injusticia entra en la conciencia de las personas".

"La solución a la violencia es de naturaleza institucional. Es necesario elevar drásticamente los costos de la acción violenta y de la acción criminal, se trate de asalto a mano armada, de atropellamiento con muerte o de falencia fraudulenta".

"Las soluciones no pasan por una intimidación mayor del delincuente pobre. Ni por la pena de muerte. Este espectáculo público es una daga de doble filo, en caso de que el condenado sea inocente, la población se puede identificar con él y liberarlo, como ya ocurrió en Francia. Más allá de eso, los procesos son basados en preconceptos. Los policías crean pruebas inexistentes, obligan a dar testimonios a los acusados… Lo que falta no es el castigo más severo, sino el ejemplo de las autoridades. A corto plazo, se debe exigir más de las policías civiles, incluso la condena de los policías que actúan fuera de la ley. También debe haber una Justicia bien organizada -de modo que el policía no se vea como un representante de las autoridades, sino como un defensor de la ley".

"Cuanto antes sea hecho el trabajo de prevención, mejor. Es preciso crear escuelas profesionalizantes, pero no se cómo sería, porque el mercado de trabajo no facilita el empleo. También este negocio de mucho asistencialismo se acomoda y funciona mal; nunca hay garantía de que los pobres de verdad reciban sus beneficios… Y la policía precisa de una recomposición: el policía debe ser concientizado de que es policía y no delincuente. Actualmente, la acción policial provoca críticas".

"La primera cosa que hay que hacer es el desarme, las únicas personas que pueden usar armas son aquellas a quienes incumbe el control social. Las penas para el porte ilegal de armas son blandas. Deberían se más rigurosas, con sanción. Ese es un medio de combatir la violencia. Otro sería la concientización, por los medios de comunicación social, de las responsabilidades de la persona."

Como se ve, hay para todos los gustos y algunas de las propuestas hasta contradicen en todo a otras. Sin embargo es apreciable un aire de familia que parece unificarlas. Es que más que soluciones, ellas formulan lo que sería para cada proponente, su versión del "mundo feliz" al que aspiraría y es claro que en ese mundo no habría lugar para la violencia y la delincuencia. Claro que si se tratara de llevar a la práctica, de entrada surgiría el problema de cuál de esas propuestas elegir, planteando una disputa que, es de esperar, no tenga que resolverse a los golpes.

Pero en los hechos, mucha gente no espera a que le den soluciones y se propone buscarlas. La cordura indica que es necesario protegerse y hacerlo como se pueda, pero esta expresión encierra presagios de tiempos sombríos si es que algunas de las "soluciones" llegan a ser puestas en práctica tal cual son anunciadas. Entre los frutos del espontaneísmo que se promete, se cuentan:

- armarse, la autodefensa, cosa no tan difícil porque las armas se consiguen, y muchas veces los propios policías venden ilegalmente las que quitan a los delincuentes;

- crear grupos de autodefensa;

- recurrir a vigilancias privadas;

- pedir la intervención de los militares, argumentando que se vive un estado de conmoción interna y que en la época del gobierno de facto la delincuencia estaba en receso

FINAL

¿Será cierto -o hasta qué punto lo será- que hay alguna novedad en la violencia entre nosotros? Siempre hubo miseria y la violencia existe desde siempre, en particular en nuestra sociedad, según lo ha demostrado el historiador José Pedro Barrán. No es bien claro cuánto pudo haber cambiado, pero es claro que cambió la percepción de la violencia. Aunque quizá haya mas perversidad ahora, puesto que los psicólogos dicen que ciertos vejámenes que los delincuentes imponen a sus víctimas, buscan probar que ellos son mejores, como si estuviera en juego un conflicto entre opciones de vida -y en efecto, al dolor por un robo se suma la rabia por haber sido "superado" en viveza por el ladrón. Pero no mezclemos a Freud en esto, que sin él ya tenemos suficiente.

Marcia Caballero




Mejor: renovar la convivencia

Una sociedad industrial tiene marcas violentas; es que vivimos una ruptura de valores y un proceso de erosión de las relaciones humanas, provocados por el propio desarrollo de esta sociedad, desarrollo que, entre otras cosas, lleva a que las ciudades segreguen a las personas.

Cuando uno comulga con el otro, cuando se sienta en la misma mesa, puede entender al otro en su humanidad. En cambio en las ciudades actuales se está acabando la capacidad de comunión. Las ciudades están aislando a las personas, quitándoles los espacios y las oportunidades de llevar a cabo esa comunión y confinándolas en determinados espacios, en el aislamiento.

En el marco de una visión funcional se dice, no sin orgullo, que la ciudad está racionalizada.. Porque las compras se hacen en un espacio especial, en el shopping, porque se trabaja en las zonas de trabajo, porque se vive en los lugares correspondientes, claro que cada uno dentro de su clase, es decir, los muy ricos tiene las propuestas del paraíso; los muy pobres, las propuestas del infierno. La idea que presidió la creación de Brasilia es quizá el ejemplo más claro de racionalidad y de sus límites y de algún modo está presente como meta en el desarrollo de las demás ciudades en nuestro tiempo.

Pero en cuanto progresa esa racionalización creando un orden falso, que parece lógico pero que es arbitrario respecto de la vida real, se mata a la ciudad.

La ciudad funciona como tal en la medida en que se parece a un gran mercado y eso se está acabando. La ciudad sin mezclas comienza a ser peligrosa; las calles más seguras son las que tienen un ama de casa mirando por la ventana, paseantes, un comerciante atento a la calle, las calles de mucho movimiento.

Pero los urbanistas se empeñan en separar y aislar y llevan a las personas a pensar que es distinguido aislarse. Ahí mueren, el aislamiento y la segregación son el caldo de cultivo del mal, y la consecuencia (¿inevitable?) de la desagregación es la violencia..

Mezclar la gente es humanizar la ciudad. Pero ocurre que no tenemos siquiera plazas dignas de ese nombre, lugares para que la gente se reúna y distienda, donde se junte solo para conversar, ni lugares de esparcimiento especialmente en los barrios pobres. Por su lado, el transporte público es estresante y cada vez insume más tiempo llegar a algún lugar y ni pensar en llegar caminando, dando oportunidad a renovar contactos.

¿Cómo cambiar esto? Seguramente sabemos poco acerca de cómo conseguir cambios, pero sabemos más acerca de cómo no pueden ser conseguidos. Lo sabemos porque lo estamos viviendo cada día.

En este mismo sentido integrador, deberían dejarse algunas zonas del manejo de la seguridad personal en manos de los vecinos directamente involucrados. Podrían crearse consejos comunitarios de seguridad, donde quincenalmente la policía y la asociación de vecinos se reunieran para discutir el problema de la seguridad en el área. Nadie mejor que los vecinos conoce qué pasa en su barrio y cómo funciona. Es apenas una idea. Y sobre este punto como sobre todos, los problemas solo pueden ser resueltos en el mediano y largo plazo. De un día para otro nadie cambia la realidad.

Saul Paciuk


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