Serie: Del Encuentro (XII)

¿Qué hace un filósofo?

María Luisa Pfeiffer

Parecería que filosofar, pensar, ya no tiene destino, no tiene futuro, es más, si caemos en la cuenta, los últimos filósofos, los posmodernos, plantean que ya no queda nada por pensar. Y en realidad es así, ¿quién quiere pensar hoy día con todo lo que hay que hacer? Y además, como dice el tango, "corrés el riesgo que te bauticen gil".

No solo por pensar, si escuchamos a Foucault tampoco tendría demasiado sentido hablar, en cuanto que todo discurso donde solíamos ver desplegarse las alas del genio y la libertad, no sería más que el juego de un oscuro conjunto de reglas anónimas. "...el discurso no es más que esa ligera excrecencia que añade una franja casi impalpable a las cosas y al espíritu: un excedente que va de suyo..."(1)

Tal vez, los que nos empeñamos en seguir cultivando y promoviendo esa anticuada costumbre, tengamos que asumir el papel de bichos raros que nos ha dejado libre la sociedad. Tal vez, para poder pensar y aspirar a ser filósofos, tendremos que dejar de lado nuestra situación como simples hombres en vez de hundirnos en ella. Nuestro discurso perderá el carácter de huella destinada a inscribirse en la conciencia de los hombres; mi pensamiento, mi discurso, no me aseguran perdurar, ya no conjuro con ellos la muerte, ya no tendré la ilusión de poder cambiar el mundo, la vida, el sentido de ambos.

Foucault, remedando a Nietzsche, espeta a los filósofos "el discurso no es la vida; su tiempo no es el vuestro; en él no se reconciliarán con la muerte; es posible que hayan matado a Dios bajo el peso de todo lo que han dicho, pero no piensen que harán, con todo lo que dicen, un hombre que vivirá más que él".(2)

Algunos, como Heidegger y Ortega, pretenden separar los tantos, pensar bien, no es filosofar y aceptan que posiblemente el ciclo de la filosofía está cumplido. Otros, como Marx o Nietzsche, intentan recuperar el acento socrático en que filosofar era actuar, en que la búsqueda de la sofía era un hacer.

¿Qué es lo que hace un filósofo?

Se dice que el filósofo piensa, reflexiona, medita, ¿no será que habla toda su vida por no haber podido decir eso infinitamente simple que encuentra desde siempre en él mismo? En realidad, eso que quiere decir, no es nada antes de haber sido dicho. El secreto y el centro de una filosofía, decía Geroult, no está en una inspiración prenatal que se desplaza a medida que la obra progresa, sino que es un sentido en devenir que construye en acuerdo consigo mismo y en reacción contra sí mismo. Toda filosofía es una historia; la formulación del sentido, la descripción de "la cosa misma"(3) sólo es el lugar virtual de sus formulaciones convergentes. El no sentido que algunos, como los posmodernos, ven en la filosofía o en la historia, solo aparecen bajo la mirada de un espíritu abstracto que reduciría los problemas de la historia a problemas de ideas.

La Verdad (con mayúscula), solo tiene un lugar propio en el kosmos noetos, para bajarla y hacerla realidad que nos ataña hay que salir a buscarla principalmente entre los otros y esto es incómodo... pero la incomodidad es esencial a la filosofía. Ser filósofo es incómodo, a veces incluso peligroso porque puede dejar al descubierto algo que no nos guste. El filósofo incomoda, es, decía Sócrates, "una especie de tábano... (que) despierta, persuade y reprocha a cada uno en particular, sin cesar el día entero, siguiéndonos por todas partes".(4)

"El filósofo, decía Merleau-Ponty, no es un hacedor de libros sino de realidades", no es respondedor de preguntas sino un formulador de ellas. En su Elogio de la filosofía, se opone a los que colocan a la filosofía fuera del tiempo y la convierten en una coartada, "el absoluto filosófico no reside en ninguna parte, no está nunca en ningún tiempo, donde podemos encontrarlo es en la defensa de cada acontecimiento".(5)

Hoy el pensamiento está en crisis y con él el hombre. No la humanidad, ni la idea de hombre platónica o cartesiana, sino cada uno de nosotros, que como decía un graffiti en una pared de Buenos Aires: "tenemos todas las respuestas pero ninguna pregunta". Son las respuestas las que nos inoportunan, no las preguntas, a éstas no las tomamos en cuenta.

Al mismo tiempo, si escuchamos a Foucault, parecería que las preguntas ya no puede formularlas la filosofía porque se ha quedado sin lenguaje.

Lenguaje, logos, razón, hay como un precipitado del pensamiento en ese sentido, un precipitado que nos arroja a Grecia. Hacer filosofía es hablar de la verdad, es "pastorear el ser", ser "sus vecinos"(6) ¿Es que no podemos deshacernos de Grecia? No, si pretendemos hacer filosofía.

El filósofo puede perderse

¿Qué es la metafísica? me preguntó un lego total hace unos días. Para responderle me enredé en un lenguaje de abstracciones, conceptos, ideas, y sentí que nadaba no en un mar de dudas, como diría Ortega, sino en un mar de palabras. Estaba perdida en lo que Heidegger podría llamar "el mundo de la representación". Era un discurso coherente, lógico, era un discurso que Foucault consideraría constituido según reglas de formación, dependencias, condiciones y transformaciones que hablaban por mí. Mi profesor de metafísica hubiera aprobado complacido mis explicaciones. Pero ¿estaba haciendo filosofía?

Scheler consideraba que el proceso de ideación es esencial al hombre. El príncipe Gotama, más tarde Buda, ve en un parque a un pobre y en él la pobreza del mundo y en un muerto ve la transitoriedad de todo lo terreno. Pero esta capacidad, que ejercemos de continuo, es permanentemente abolida en un proceso de conocimiento que a la vez relativiza y diferencia. ¿Qué pasa cuando el filósofo se "pierde" en ese mundo de la representación? ¿Qué pasa cuando filosofar, conocer, es, como pretende Descartes, arreglárnoslas con las ideas? ¿Qué pasa cuando basta la lógica o no importa quién habla, cuando trascendencia no es idéntico a diferencia?

Nos pasa lo que le pasa al loco: quedamos encerrados en un mundo puramente "racional". Las del loco no son ideas falsas sino ideas simplemente, ideas que se han emancipado del suelo nutricio que podemos llamar mundo, realidad. El loco ya no "está-en-el-mundo" con otros, sino que está en su mundo privado, carece de lo que Blankenburg llama "certeza natural", y que Merleau-Ponty llama "fe perceptiva". Ambas, la certeza y la fe que no son sino un único sentimiento de seguridad de que ese mundo en que estoy existe, provienen de la intencionalidad primera o corporal. El loco no la tiene, por alguna razón se ha quedado sin ella y debe fabricársela a partir de un segundo momento intencional: el reflexivo, que "ignora", "desconoce", "niega", "ha perdido" el primer momento intencional, el corporal.

El loco no ha perdido la razón sino el cuerpo. Lo que pone esto en evidencia es que ha perdido el tiempo y el espacio. Se halla "perdido" en el tiempo y el espacio que todos compartimos. Al respecto dice Merleau-Ponty: "La única garantía del hombre contra el delirio o la alucinación no es su crítica sino la estructura de su espacio".(7)

Pero ¿de dónde proviene la estructura del espacio? ¿Desde dónde lo estructuramos? Desde el cuerpo que somos. Somos y vivimos espacialmente, ello no significa que nos insertamos en algún momento en una estructura dada de la que antes o después comenzamos a ser más o menos concientes. Ser y vivir espacialmente significa ser y vivir en un orden de cercanías y lejanías que me permiten a-lejar y a-cercar, es decir moverme en relación a otro. Y esta es una capacidad corporal, un "poder" del cuerpo. Un alma no está en ningún lado, no está aquí ni allá porque no puede acercar o alejar, no puede acercar-se ni alejar-se, no tiene un límite del que algo puede estar más lejos o más cerca. Porque soy cuerpo soy espacio, y "el espacio" puede aparecer, mostrarse como tal. Porque soy cuerpo puedo estructurarme espacialmente, vale decir, estructurar mi espacio y el espacio al mismo tiempo.

El loco prescinde del cuerpo, por ello al no contar con un cuerpo no cuenta con un espacio ni con un tiempo. El espacio y el tiempo en que se mueve están construidos con dimensiones, son producto del entrecruzado de coordenadas, no de significados. Por ello "a la psique delirante nada le aparece imposible, insólito ni insensato y por tanto ni la autocrítica, ni la crítica ajena encontrarían donde sustentarse para vislumbrar como absurdo o como cuerdo lo que experimentan(8). Las dimensiones constitutivas de la realidad: el espacio, el tiempo y la intersubjetividad que son tales desde la condición corporal, desaparecen, y con ellas desaparece el horizonte posibilidad-imposibilidad que exige un tiempo, un espacio y un otro como "medida".

El mundo deja de serlo para el loco y pasa a ser su mundo, para este espíritu puro no hay dónde, ni cuándo, ni con quién, su ideal es ser inmóvil, eterno, único. Su ideal es ser Dios. "Haciéndose espíritu puro que reina como dueño absoluto sobre un mundo solpsista y transparente, como de vidrio, el sujeto psicótico sale de su existencia corporal, y en el mismo momento, transforma en fuego y cenizas lo que Merleau-Ponty llama muy acertadamente la 'carne del mundo'."(9) Pero, ¿no fue acaso un filósofo, uno de los más grandes sino el mayor de todos, quien marcó la ascesis hacia la sabiduría como un despojarse del cuerpo? La locura es una razón sin límite, es una razón sin cuerpo.

La locura es una razón con palabras que no comunican, no entretejen con el otro un mundo común, es una razón sin palabras o con palabras que, como cuando quise explicar lo que era la metafísica, se enredan entre ellas haciendo de la trama común un nudo, es una razón que se maneja con ideas, no entre realidades, ya que la idea es particular y la realidad es común.

La condición mundana

Es la corporalidad, la condición corporal del hombre, lo que queremos recuperar los que intentamos seguir haciendo filosofía. Por eso pensamos a ésta como una red de significaciones establecidas a partir de la corporalidad y conformadoras de un "intermundo". La filosofía no puede seguir siendo, como dice Foucault, una relación entre razón y pensamiento. El paradigma ya no es la verdad absoluta, sospechamos que no podemos seguir hablando de la verdad y lo verdadero sin titubear. La pregunta de Pilato escandalizaría a Sócrates, la pregunta posmoderna escandaliza a esa filosofía que necesita que la verdad ocupe el lugar del absoluto.

Estamos en todo sentido lejos de los absolutos: en filosofía, en política, en economía incluso en ciencia, pero el mismo tiempo estamos lejos también del hombre comprometido con su tiempo, convencido de estar cambiando la historia, capaz de jugarse la vida por un ideal. Ese hombre no existe hoy, lo hemos perdido en alguna esquina histórica. Hoy llamamos a los ideales utopías y los descalificamos, hoy la sobrevivencia se ha convertido en el valor máximo y el resto es teoría.

Como pensadores no estamos a la altura de los desafíos de nuestro tiempo, el escepticismo posmoderno respecto del valor y peso del pensamiento es la realidad cotidiana en que nos movemos, pelearnos por una idea, por una creencia, por una ideología, nos parece hoy desmesurado. No encontramos a nuestro alrededor ni en nosotros mismos la convicción de que la filosofía se manifiesta fuera de nuestros libros.

Como el hombre de hoy, los pensadores nos vemos sobrepasados por un mundo que nos resulta cada vez más extraño, un mundo "hecho por otros", un "mundo de locos". Y esta última expresión es profundamente antropológica, ya que nada hay más cercano a la locura que vivir en un mundo ajeno. Usando la expresión heideggeriana, decimos que el hombre "es-en-el-mundo". En ella podemos acentuar el en el mundo para señalar que el hombre "se encuentra" siendo un mundo, lo que significa que su modo de ser implica una realidad previa a él en la que se encuentra. No tiene nada que ver con la conciencia orteguiana de la circunstancia, sino con todo aquello con que cuento para poder ser.

También podemos acentuar el ser en cuanto a que ese modo de encontrarse en el mundo no es un mero estar sino una actividad reconocedora y transformadora de eso que soy. Soy mundo y devengo mundo. Cuando el mundo no lo soy, cuando el mundo es en sí mismo y yo estoy separado de él, esta separación no se traduce en espacio sino en abismo, me hallo imposibilitado de actuar sobre él y con él, quedo reducido a la inmovilidad y por consiguiente a la atemporalidad. Cuando el mundo se torna ajeno no es ni siquiera un mundo de los otros, sino otro en sí mismo y en tanto tal irreconocible. La extraneidad del mundo "otro", obliga al loco a crearse un mundo propio. La filosofía adquiere a veces el aspecto de ser "cosa de locos", esto es cuando no podemos reconocer en ella rasgos de un mundo común.

La filosofía necesita un nuevo lenguaje; no una nueva analítica del lenguaje, ni una hermenéutica lingüística, sino un nuevo lenguaje en que los que intentamos "hacer filosofía" nos encontremos "haciendo mundo".

Alain decía que "La verdad es momentánea, para nosotros hombres que tenemos la vista corta. Ella es de una situación, un instante, es preciso verla, decirla, hacerla a cada momento, no antes ni después en ridículas máximas, no para muchas veces porque nada es muchas veces"(10). Como filósofos hemos de pensar la verdad en el acontecer, no fuera de él, no se trata de vivir sin verdad, pero tampoco de establecerla por principio. Lo que va encontrando el filósofo es la presencia renovada del mundo y a él mismo como parte constituyente y constitutiva de ese mundo. Su vida será tal en la medida en que se encuentre siendo otra a cada momento, en que descubra que su mundo propio deviene mundo común.

Como dice Merleau-Ponty, "para ser hombre es preciso ser un poco más y un poco menos que hombre".(11)

Referencias

1. Foucault, Michel, El discurso del poder, Folios Ediciones, México, 1983, p.76.
2. Ibid, p.87.
3. Husserl realizó una profunda crítica a la filosofía bajo el lema: "a las cosas mismas".
4. Platón, Apología de Sócrates, EUDEBA, Buenos Aires, 1988, p.151.
5. Merleau-Ponty, Maurice, Eloge de la Philosophie, Gallimard, París, 1953, p.84.
6. cf. Heidegger, Martín, Brief über den Humanismus, en Platons Lehre von der Wahrheit, Francke Verlag, Bern, 1954, p.90.
7. Merleau-Ponty, Structure du comportement, PUF, París, 1949, citado por P. Sivadon quien a raíz de esta observación marca los principales factores que contribuyen a cargar de significado el espacio en "Un espace pour l'homme" en Pélicier, Yves, Espace et psychopathologie, Económica, París, 1983, pp.19-30.
8. Roa, Armando, "El delirio de los perturbados de conciencia", Rev. de Psiquiatría Chilena, vol. VII-VIII, 1969, p.12.
9. Bernet, Rudolf, "Delirio y realidad en la psicosis", en Rovaletti, ML. (ed), Psicología y psiquiatría fenomenológica, Buenos Aires, Facultad de Psicología, 1994, p.259.
10. Citado por Merleau-Ponty, Maurice, Eloge de la philosophie, p.84.
11. Merleau-Ponty, Maurice, Eloge de la philosophie, p.86.


Del Encuentro

Artículos publicados en esta serie:
(I) Del "caso" al encuentro (Bruno Callieri, N° 123)
(II) La mirada diagnóstica (Jorge J. Saurí, Nº124)
(III) El campo de la escucha diagnóstica (Jorge J. Saurí, Nº126).
(IV) La condición corporal (Ma. Luisa Pfeiffer, N&176;127)
(V) El encuentro con lo psicótico (Bruno Callieri, N&176; 128/129)
(VI) Estar-en el-mundo del sueño (María Luisa Pfeiffer, N&176;130)
(VII) Desafío y enigma La corporalidad (María Luisa Pfeiffer, N&176; 135)
(VIII) Para una historia del cuerpo ( María Lucrecia Rovaletti, N&176; 136)
(IX) Para una historia del cuerpo (2) La metáfora mecanicista y el saber biomédico (María Lucrecia Rovaletti N&176; 137)
(X) Para una historia del cuerpo (3) El cuerpo que somos (María Lucrecia Rovaletti, N&176; 138)
(XI) Baudelaire, lo que fue (Federico Rivero Scarani, N&176; 144)
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