Serie: Freudiana (XXIII)

Transferencia y maldición babélica

Juan Carlos Capo

Desde el malentendido de los comienzos, la ambigüedad del lenguaje aloja "opiniones encontradas", esto es, desencuentros reales y apasionados en torno a la materia Transferencia. Esos desencuentros han hecho posible que a este propósito nacieran ríos de tinta y corrieran kilómetros de escritura, en el orbe analítico. Acudir a los puntos de partida y, desde ellos, reemprender una vez más la marcha puede ser útil.

El Génesis recupera, y de manera muy explícita, el tema lingüístico en 11, 1 y ss. Después del Diluvio, 'toda la tierra tenía un solo lenguaje y unas mismas palabras', pero la soberbia llevó a los hombres a querer competir con el Señor construyendo una torre que llegara hasta el cielo. El Señor, para castigar su orgullo e impedir la construcción de la torre, decide: '¡Ea!, pues, bajemos y una vez allí confundamos su habla, de modo que unos no comprendan el lenguaje de los otros… Por esto se la llamó con el nombre de Babel, porque allí confundió Yahvé el habla de toda la tierra, y de allí los dispersó Yahvé sobre la superficie de toda la tierra'. (...)

Si las lenguas ya se habían diferenciado después de Noé, ¿por qué no habrían podido diferenciarse incluso antes? Nos encontramos aquí ante una incoherencia en el mito babélico. Si las lenguas no se diferenciaron por castigo sino por tendencia natural, ¿por qué hay que interpretar la confusión como una desgracia?"

Umberto Eco (La búsqueda de la lengua perfecta)(3)

1) Introducción

A) La recurrencia al mito bíblico quizás demuestre su utilidad en este momento, ya que cuando trasponga el pórtico del descubrimiento freudiano como lo haré enseguida, se tendrá acceso a una pluralidad de ideas asimilable a una feraz vegetación, a un real árbol de letras, a una borgiana Biblioteca.(2)

La palabra Transferencia, traslación de su original en alemán, Übertragung, tiene una significación multívoca y no solo autoriza esa traducción sino también otras, a saber: transmisión, trasposición, contagio, infección, transcripción, versión, cesión, endoso, delegación, traslado y transporte.

Al poner en este relatorio la transferencia al lado de la maldición del mito de Babel, no quise sino vaciar el planteo de cualquier enunciado unilineal y concreto, como un lugar común de efecto paralizante y evidente de por sí.

B) En el principio del análisis fue el mesmerismo y luego la hipnosis, en ancas de una visión "cientifista", histriónica incluso, científica al fin, gracias a Jean Martin Charcot quien ubicó a la histeria en los dominios de la neurología, con hechos más clínicos que anatómicos y más demostrativos que terapéuticos.

Freud tuvo acceso al hecho nuevo in statu nascendi en la Salpêtrière, cuando viajó a París en 1885. Su espíritu ya estaba "en transferencia", contaminado por el relato que le hiciera Josef Breuer, colega vienés y médico general, acera de Berta Pappenheim más conocida como Ana O(4)

Ella fue, al decir de la historiadora en psicoanálisis Elisabeth Roudinesco, "la mujer que inventó literalmente el psicoanálisis, invención hecha en inglés, en una época en que la joven había olvidado el alemán, su lengua materna, y hablaba en varias lenguas extranjeras".(14)

Freud viajó también a Nancy, habló con Berheim sobre el hipnotismo, quien le reveló que en el corazón de la hipnosis yacía la sugestión. Más humilde que su colega y rival el gran patron Charcot, Berheim confesó a Freud, entre avergonzado y contrito, su impotencia con un tipo de pacientes a los que se limitaba a impetrar, decepcionado, cuando no alcanzaba la sugestión anhelada:

- ¡Ne contrasuggestionez pas!

(Resta agregar que también le dijo a Freud que tenía mejores resultados con los pacientes de hospital que con los de su clientela privada).

De allí buscando desentrañar la esencia de la sugestión se planteó Freud el problema en estos términos:

- Si Cristóbal llevaba a Cristo y Cristo llevaba al mundo entero, ¿en dónde apoyaba el pie Cristóbal?(8) Se topaba así Freud con los obstáculos epistémicos que agruparía en más de una oportunidad como ejemplos de Non liquel: las cosas en psicoanálisis serían oscuras o no serían.

C) La semilla fértil que se alojó en la cabeza de Freud provenía pues, de las enfermas histéricas (aquellas que Charcot llamó clownescas, contorsionistas y aletargadas, aunque tenían un insomnio vigilante y parecían saber lo que se esperaba de ellas), y paradigmáticamente de la catarsis aristotélica sui generis que Anna O alcanzó a Breuer con su teatro privado y su llamado a limpiar la chimenea.

(Si bien Breuer respondió en principio a ese llamado, no pudo luego sino dejar caer "la llave de las madres", según Freud relatara en su presentación autobiográfica.

No se debiera olvidar pues en este informe a los primeros pacientes rebeldes de Berheim, ni tampoco a aquellas pacientes de Freud, que éste no podía hipnotizar y procuraba una y otra vez, persuadir con pases y órdenes. Una de ellas, Emmy von N. le pidió que la dejara hablar, que no la interrumpiera y la escuchara. Freud depuso un amago de autoridad, accedió y… escuchó.

El hipnotismo caería de ese modo como una cáscara inútil y se revelaría, en cambio, muy pronto, una inédita episteme, que asomaba la cabeza entre hipnotismo y sugestión: la llamada asociación libre hacia su presentación.

Como llevamos visto, en el discernimiento del análisis psíquico, mucho tuvieron que ver las pacientes histéricas: Emmy von N., Lucy R., Katharina, Cëcilie M., Mathilde H., Rosalía H. y Elisabeth von R. y muchas más.(4)

Mediante el método catártico primero, el análisis psíquico después y el psicoanálisis finalmente, se erigían nociones cardinales que tenían por fundamento la indefensión del infante, el auxilio ajeno y una sexualidad conflictiva que arrastraba al extremo de la pulsión la prohibición, la defensa y un lenguaje que diera fe de lo que aconteciera. El destino inevitable sería una pionera y singular agrupación clínica: las neuropsicosis de defensa que Freud sistematizó tempranamente (1894), más un rebrotar poiético de… transferencias, y de la Transferencia.

El psicoanálisis no haría sino evidenciarlas y se golpearía contra esos nuevos hechos del acaecer psíquico, una y otra vez.

D) Si bien temo incurrir en una enumeración babélica sospechosa de "tolerancia niveladora frente a cualquier saber", (definición de sincretismo que da Umberto Eco)(3), el propósito que me embarga aspira a testificar con un esbozo biográfico-teórico, mi relación respecto al psicoanálisis.

Esto no excluye, sino que, por el contrario, no puede prescindir del contexto histórico-cultural de una sociedad y de un grupo analítico.

No puedo denegar tampoco el hecho de que, en una transmisión múltiple en psicoanálisis, el sincretismo no puede no estar presente, para bien o para mal. De ahí el riesgo de incurrir en ese mal inevitable instalado ya en la sala, gracias a esa pluralidad, a esa confussio linguarum, en que los analistas se vieron inmersos casi enseguida.

(Uno de los prejuicios de esa diversidad de lenguas, es que se pudiera privilegiarlas como summa, y se corriera el riesgo de no captar, también, sus desventajas. Nietzsche cuando producía, decía que no quería leer nada, para que las voces de los otros no fueran a interferir su propia voz).

E) El relato de un trayecto biográfico en relación al psicoanálisis, estará hecho del testimonio, entre otras experiencias, de mis análisis, más la puesta en tensión de ese oficio recomenzante, en que se pone en funciones el inconciente de sí con el inconciente de otro, que a mí acude, como otrora yo también lo hice.

La referencia, ineludible a la teoría -tópico vilipendiado en aras de una clínica que entona con gran frecuencia un himno a los cuerpos, riesgo sobre el que prevenía Laurent Assoun en Introducción a la metapsicología freudiana(1)- es, a esos fines parada obligatoria.

Y enumero sin más a los autores con quienes más he tenido que ver. Ellos son Sigmund Freud, Melanie Klein, Jacques Lacan, Donald W. Winnicott, Wilfred R. Bion, Christopher Bollas.

Freud encabezaba la lista, pero por un pelo no fue Melanie Klein, habida cuenta de la impronta lustral que tuvo su enseñanza en los fundadores del grupo al que pertenezco. También es cierto que al oír la palabra "Sigmund Freud" resuena un eco de Padre primitivo de horda primitiva, de Urvater legendario.

Esto determina, inevitablemente, una ubicación ante un ideal superior, un ideal encarnado en casa analista y que se renueva en cada análisis, con cada analista. Y también la exigencia perentoria de ser querido en por ese Amo sin poder.(14)

No he sido tabula rasa en esas elecciones. Los motivos, como suele ocurrir, no están claros en esas tendencias intransferiblemente personales. Pero todos esos autores tuvieron que ver con un bagaje que traía en mi mochila hace ya tiempo. Abierto el mismo se encuentra: mociones pulsionales; deseos e ideales; trazos familiares y puntos ciegos de mi ser, junto a ingredientes aportados por la filosofía, la poesía, la música, y el cine, más la huella indespegable de mi lengua materna.

F) Quiero agregar que cualquiera de los autores que he nombrado puede merecer objeciones por el manejo que hacen de la Transferencia, concerniendo esto a un punto irresuelto del análisis, que lo empalma con el psicoanálisis didáctico, el verdadero análisis, al decir de Sandor Ferenczi, y también cae de su peso, que enseguida quedará planteado el debate en torno al fin del análisis, zonas de reflexión que, aunque implicadas, exceden los alcances de este informe.

Octave Mannoni caracterizó la relación de Freud como Análisis original. (22) Esa relación no fue solo epistolar en el período 1887-1904. A sus encuentros Freud los llamaba Congresos y le manifestaba a Fliess que él era su único público.

Ernst Jones, Peter Gay, en sendas biografías, y Didier Anzieu en su libro homónimo, en cambio, dieron precisamente a esa relación este otro nombre: Autoanálisis (Selbstanalyse).

Aquel aforismo freudiano autobiográfico: "siempre necesité un amigo a quien amar, un enemigo a quien odiar", que probablemente haya empezado con su sobrino John, se plasmó, luego, en forma recurrente, con Wilhelm Fliess, Carl G. Jung, (menos con Karl Abraham), y años más tarde, con Sandor Ferenczi, en una amistad que se prolongó por más de veinte años, en términos tan agradables como tormentosos(4, 11).

Los lazos transferenciales de Freud con Jung, Ferenczi, Abraham, continuaron replanteando este nudo de genealogía y transferencia, pero también de fidelidad a una Causa, que Freud zanjó con su sentencia dirigida a Ferenczi, hablándole de la relación con Fliess:

- "Triunfé allí donde el paranoico fracasa", frase que no solo parecía resumir el problema de la paranoia, sino que atañía también, probablemente, al fin del análisis de Ferenczi con Freud. Pero esta antinomia: paranoia versus homosexualidad, ¿resumía bien la cuestión de la que trataba? Primero: ¿se trataba de paranoia? Segundo: ¿la paranoia se dejaría reducir a una no sublimación de la homosexualidad?

Y asimismo el fin de un análisis, ¿queda comprendido en la cuestión irremontable de una homosexualidad, de un enfrentamiento insuperable en la cuesta irremontable de una homosexualidad, de un enfrentamiento insuperable con un Padre que quería ser amigo?

Lo cual nos da pie para enfocar la marcha que deben recorrer analista-analizando, y los accidentes que pueden acechar a la misma.

2) Las complejas relaciones de Freud con Ferenczi

¿Qué era lo que reclamaba Ferenczi de Freud? Un mejor análisis. Esto es lo que cada analizando pide, demanda, exige, de su analista. Es lo que se espera que resulte de cada análisis, podrá confesar, con cierta precaución, el analista. Quizá cortando un poco grueso, se pudiera decir que Ferenczi hubiera querido un mayor análisis de la transferencia negativa y una mayor reciprocidad que ya se había evidenciado en los tempranos encuentros con Freud en el sur de Italia. Esto implicaba un borramiento de la asimetría, que la Terapia activa iba a poner de manifiesto: Ferenczi confesaba a sus pacientes lo que sentía, oía lo que el paciente podía decirle; después él a su vez se aprestaba a oír la confesión del paciente. Esto haría el análisis menos acartonado, menos sujeto a las asociaciones del paciente y privilegiaría más la condición de encuentro humano que debía tener. Y la anhelada reciprocidad en el trato con su maestro, algo así como no ser más el hijo permanente de Freud, superaría el candente rastro de hijo eterno y preferido con que Freud le había marcado. Freud a su vez no había podido, y no lo superaría nunca, superar ese lugar paterno, aquellos ideales de Padre, que reconocía que nunca podría abandonar. Ferenczi, cuando aquel terminó de escribir "Totem y tabú" le hizo este comentario a Freud:

- La religión es el sentimiento de los hijos. Pero los alcances de esta crítica probablemente iban más allá de una reflexión sobre el libro.

Como analizando de Freud, Ferenczi explotaba el privilegio de hablarle y escribirle sin reservas; Freud, por su parte, parecía actuar como un padre que se sintiera incómodo, y en algunos momentos exasperado. (Peter Gay)(11) Ferenczi no podía admitir que Freud no fuera ningún superhombre del psicoanálisis, y que no quisiera ser un guía sino un amigo. (Ferenczi a Freud, carta del 14 de octubre de 1915).(4)

La correspondencia entre Freud-Ferenczi experimentó accidentes borrascosos: pausas, silencios, laconismos varios. (una carta de Freud merece figurar en la guía Ginness: ¡un signo de interrogación es todo su contenido) y también comunicaciones más extensas y ásperas: "Nuestra correspondencia, alguna vez tan animada, se ha ido a dormir en el curso de los últimos años. Usted escribe solo raramente, y yo respondo aún más raramente" (Freud a Ferenczi, 21 de julio de 1922). Pero Freud alcanzaba a ver, por detrás de esta co-rrespondencia no co-rrespondiente, una remoción que se estaba operando en su ex analizando que no dejaba de inquietarlo.

En setiembre de 1931, Ferenczi le escribió a Freud: "Bien puede imaginar lo difícil que es empezar de nuevo después de una pausa tan prolongada. Pero en el curso de su vida, usted ha encontrado tantas cosas humanas que también comprenderá y perdonará un estado como éste repliegue en uno mismo". En este interregno, Ferenczi estaba "sumergido en un difícil trabajo científico de purificación interna y externa" (Carta de Ferenczi a Freud de 15 de setiembre de 1931). Freud contestó inmediatamente: "¡Por fin de nuevo un signo suyo de vida y amor! (…) No tengo ninguna duda de que, con estas interrupciones del contacto, usted está separándose de mí cada vez más. Espero que no se esté volviendo cada ve más extraño. (…) Según su propio testimonio, yo siembre he respetado su independencia". (Carta de Freud a Ferenczi de 18 de setiembre de 1931).

Pero a fines de 1931, la creciente incomodidad de Freud respecto de las innovaciones técnicas que estaba realizando Ferenczi se confirmarían. Las concepciones de Ferenczi sobre terapia activa buscaban superar la opresión del lenguaje de la pasión, que el adulto infligía al lenguaje del niño. Ese abonar la transferencia con la reciprocidad y la simetría entre paciente y analista incluía el amor. La referencia a Elma, su paciente e hija de Gisela, su antigua amante, con la que Ferenczi se trabó en una relación amorosa, no pueden no tenerse en cuenta aquí. La respuesta de Freud no se hizo esperar. "Como siempre, he disfrutado de su carta, de su contenido menos", le dijo en una carta extensa dedicada a un único tema: la técnica psicoanalítica. La ternura maternal de Ferenczi se apartaba de la regla. "La necesidad de una autoafirmación desafiante, me parece, es más fuerte en usted de lo que reconoce". (Carta de Freud a Ferenczi del 13 de diciembre de 1931).(11)

En el Klinisches Tagebuch (Diario científico), una colección breve, íntima, gráfica, de viñetas psicoanalíticas y meditaciones teóricas y técnicas, Ferenczi abogó por el análisis mutuo, y por el humilde reconocimiento ante el paciente de la propia debilidad, de las propias experiencias traumáticas, de las decepciones sufridas por el analista… (…) "sin duda brindamos al paciente el placer de poder ayudarnos, de convertirse, por así decirlo, en nuestro analista por un momento, lo que mejora directamente su autoestima". (Peter Gay, ob. cit.)

La sagacidad analítica de Ferenczi y los problemas que dejó reseñados in extenso con sus "búsquedas herejes" es de una riqueza tal que los interrogantes por él levantados, siguen manteniendo su virtualidad acicateante, como problemas irresueltos que incurrió.

3) Un poco más de historia

A) Otro modo de acercamiento al tema era desde el atalaya tentador de la taxonomía, un método de recorrido diacrónico atrayente pero en que corría el riesgo de caer en una meticulosidad de entomólogo, más tributaria de las ciencias de la naturaleza que del análisis.

Así podría empezar con la mención a la transferencia neuronal que Freud cita en el Proyecto, o la transferencia simétrica de una mitad a otra del cuerpo en el trabajo sobre las parálisis motrices orgánicas e histéricas. En Die Traumdeutung, Freud cita las vivencias infantiles más antiguas de una soñante, de esas que ya no tenemos más como tales, y dice que son reemplazadas en el análisis por transferencias y sueños(5).

En Estudios sobre la histeria encontramos asentadas estas palabras reveladoras: La relación personal del paciente con el médico se adelanta hasta el primer plano de manera abusiva, (el subrayado no está en el texto de Freud) y aún parece que esa injerencia fuera la condición única para abordar el problema(4). Freud colocaba así los cimientos fundamentales de la transferencia, que se constituiría en palanca terapéutica, instrumento explorador y fundamento axiomático de su teoría, verificable a diario en la práctica analítica.(7) Esencia ambigua la de la transferencia, hecha de amor, de odio, y también de resistencia a saber de sí. Las palabras no son suficientes para cubrir las complejidades del odio, con la necesaria inclusión de la indiferencia o el desprecio. Lo mismo vale para el amor, cuando detrás de su máscara puede ocultarse el hechizo, la locura o la persecución. Pero ese amor y ese odio entrelazadamente ceñidos forman el núcleo de la transferencia. Que no se encontraba solo en el ámbito del análisis, sino también en el dominio de la psiquiatría, aunque reducida a una aleación menos noble, a un amago de transferencia, a un remedo de la misma como efecto de sugestión(7)

También se podía encontrar la sustancia transferencial en el mundo de la familia o en la vida social de una comunidad, en la persona de líderes deportivos, políticos o religiosos. Se revelará también la transferencia en dichos ámbitos, con subsiguientes manifestaciones de sugestión e identificación,(8) y last but not least, en las comunidades psicoanalíticas, con inextrincables redes y zonas de cruce, quedando unidas doctrina de la afectividad (affektivitatlehre) e identidad, con el sello real de un contenido transferencial.(8)

B) Los requerimientos o demandas de las primeras pacientes de Freud, -incluida la acepción de exigencia y querella que el vocablo "demanda" conlleva-, tenían que ver con el Amor, con el sentirse relegadas, con la dependencia, con el temor a que afloraran en ellas deseos hacia la persona del analista.

Según el mito, Amor tiene origen humilde. Pobreza fue su madre, pero se enriquece con las artimañas de Recurso, su padre, parafraseando el relato que Diótima hiciera a Sócrates en el Banquete(13)

El requerimiento erótico de una paciente era una acción resultante de una perspectiva errónea, de un enlace falaz que tenía y no tenía que ver con el médico, pero la tela era la misma de cualquier relación amorosa, como Freud comprobara en su práctica y teorizara a propósito de ello en Puntualizaciones sobre el amor de transferencia(10). De falso enlace, también de compulsión a asociar o mésalliance, denominó Freud esta asociación desacertada, centrada en la vida y persona del médico como resto. Y esta errónea asociación iba a demostrar enseguida su alcance.

Eros, ciego y pobre, se hacía presente entonces; cuestión que al tratar de la transferencia no podía faltar y Freud iba a teorizar la transferencia psicoanalítica en el enclave de la "vida amorosa".

En la hoguera transferencial el amor se hace presente apareado al odio, sin mentar aún a Tanatos, puesto que Amor se basta por sí solo como vehículo del odio, noción de ambivalencia, concerniente a los sentimientos, que Freud tomó del psiquiatra suizo Eugen Bleuler, pero también de… Platón. En el historial de Ernst Lanzer, conocido como "el Hombre de las Ratas",(6) Freud trae la siguiente cita de Platón:

- Alcibíades: Sí, a menudo tengo el deseo de no verlo más entre los vivos. Y, sin embargo, si ese deseo se realizara alguna vez, yo se que me volvería mucho más desdichado aún: tan inerme, tan totalmente inerme estoy frente a él.(23, 6)

En Dora, las transferencias festonean con su par amor-odio el laberinto transferencial del cual Freud no pudo escapar, ya que fuera debido al Minotauro de la contratransferencia, como sostienen algunos(15), ya a una vislumbre tardía de la transferencia a secas. De estas ricas vertientes habían brotado suficientes elementos que Dora había esparcido a lo largo de su análisis, pero que Freud no pudo ver en su momento: el incendio, el alhajero, la contemplación por Dora de la Madonna, la estación del tren, el cementerio, y los síntomas de tos y afonía.

La transferencia no fue examinada en el curso del breve tratamiento, dice Freud, en las Palabras preliminares del Caso, y en el epílogo abunda sobre el no haber podido evidenciar mociones transferenciales tanto eróticas como hostiles de Dora hacia él. Pero el personaje x, objeto sustentador del fantasma y del deseo oral de Dora, era la señora K con la blancura adorable de su piel, según las propias palabras de la joven, fantasma y deseo que Freud discernió tardíamente, cuando ya la joven había decidido dejar el tratamiento.

Ese error en el médico terapéutico demostró ser fecundo -como ocurre a menudo en análisis donde se aprende más de los fracasos que de las validaciones-, para afrontar el núcleo enigma de aquella adolescente en su singular universalidad, en el núcleo síntoma de su ser de mujer.(9)

C) La transferencia con un hombre mostraría ser distinta. El trabajo analítico deberá cumplirse presentificado la ausencia, le dirá Freud al "hombre de las Ratas", en el comienzo del tratamiento(6)

Dicho historial es un hito relevante en ilustrar de otro modo cómo manejaba Freud la técnica analítica y la Transferencia. Se podrá argüir que mucha agua ha corrido bajo los puentes desde entonces, pero el sostén transferencial, que tan inútil le fue a Freud en el tratamiento del joven universitario, contaba con transferencias y con la Transferencia pero Freud no trabajó, (ni al parecer trabajaba) forzosa (y forzadamente) al pie de ella. Aunque las diatribas del joven paciente eran crueles, groseras y repulsivas, para el mismo Freud, su madre y su hija Matilde, él supo tomar distancia de ese grumus merdae y abrirlo como si estuviera ante un juego de cajas chinas. Ese distanciamiento profesional se pudiera equiparar, y él lo hizo, a la tarea (y actitud) de un cirujano, imperturbable y "frío", que se inclina sobre su material y no ceja en el tratamiento del mismo, hasta arribar, imitando los movimientos del caballo en el juego de ajedrez(4), al núcleo patógeno, a los puntos nodales.

Más tarde, en "Sobre la dinámica de la transferencia"(7) Freud se refirió a la distinción de transferencia desdoblada en positiva y negativa, estado de cosas que contribuyó a que Freud tuviera muy en cuenta que la solución del enigma estribaba en que la transferencia solo resultaba apropiada como resistencia dentro de la cura. La operatividad de la misma estaría mediada por una transferencia negativa o una positiva de mociones eróticas reprimidas. De allí deriva el aprovechamiento, no exento de riesgos, de la transferencia positiva, pues acechan en la misma desvíos eróticos que podrían tornarse en amor de transferencia y aún en pasión de transferencia (Piera Aulagnier), y desde allí a la transferencia negativa, hostil, e incluso paranoica, no había sino un paso. De ambos signos transferenciales es ocioso resaltar su utilidad, como también de las señas de angustia, indicadores de la proximidad el núcleo de recuerdos, de vivencias, de ilaciones de pensamiento, como señalara Freud en el capítulo sobre Psicoterapia de "Estudios sobre la histeria"(4).

Tampoco le importó a Freud confesarle a un paciente norteamericano, Abram Kardiner, psiquiatra y antropólogo que se analizó con él en 1921 -y a quien Freud le confesó sus pensamientos más íntimos-, su opinión acerca de las cuestiones atinentes a la idea de cura, transferencia y teoría. Kardiner le preguntó qué pensaba de su práctica y de sí mismo. Y esto fue lo que Freud contestó:

- Estoy contento de que me haga esta pregunta, porque, para decirlo francamente, los problemas más terapéuticos no me interesan demasiado. Me pongo demasiado impaciente. Tengo ciertos handicaps que me impiden ser un gran analista. Entre otros soy demasiado padre. En segundo lugar me ocupo todo el tiempo de teoría, me ocupo demasiado de ella, de tal forma que las ocasiones que se me presentan me sirven más bien para trabajar mi propia teoría que para dedicarme a cuestiones de terapia. En tercer lugar no tengo paciencia para conservar mucho tiempo a la gente. Me canso de ellos y prefiero extender mi influencia.(14)

Freud mostraba así, además, su talón de Aquiles en lo que respecta al manejo de Transferencia y contratransferencia. Precisamente, esta complejización del tema amerita volver sobre ella en una próxima oportunidad.

Referencias

1. Assoun, P.L. Introducción a la metapsicología freudiana. 1993. Paidós, Buenos Aires 1994.
2. Borges, J.L. Ficciones. 1994. Alianza Emecé. Barcelona 1985.
3. Eco, U. La búsqueda de la lengua perfecta. 1990-93. Crítica. Grupo Grijalbo-Mondadori. Barcelona 1994.
4. Freud, S. et Ferenczi, S. (1908-1914). Correspondance. I. Calman-Levy. París 1992.
5. Freud, S. La interpretación de los sueños (1900). Obras completas. (Tomo IV). Amorrortu Editores. Buenos Aires 1979.
6. Freud, S. A propósito de un caso de neurosis obsesiva. (1909) Obras completas. Tomo X. Amorrortu Editores. Buenos Aires 1980.
7. Freud, S. Sobre la dinámica de la transferencia. 1912. Obras completas. Tomo XII. Amorrortu Editores. Buenos Aires 1980.
8. Freud, S. Psicopatología de las masas y análisis del yo. 1920. Amorrortu Editores. Tomo XII. Buenos Aires 1980.

9. Freud, S. Fragmento de análisis de un caso de histeria. 1901. Obras completas.Tomo XII. Amorrortu Editores. Buenos Aires 1980.
10. Freud, S. Puntualizaciones sobre el amor de transferencia. 1914. Obras completas. Tomo XII. Amorrortu Editores. Buenos Aires 1979.
11. Gay, P. Freud. Una vida de nuestro tiempo. 1988. Paidós. Barcelona 1990.
12. Mannoni, O. La otra escena. Claves de lo imaginario. Amorrortu Editores. Buenos Aires 1973.
13. Platón. Simposio (Banquete) o de la Erótica. Editorial Porrúa. México 1989.
14. Roudinesco, E. La batalla de los cien años. Historia del Psicoanálisis en Francia. 1. (1885-1939). 1986. Editorial Fundamentos España 1988.
15. Urtubey, L. de. Le travail de contre-trasfert. 1994. Rev. Franç Psychanal. Nº 31. 1994, pp. 1-187.


Freudiana

Artículos publicados en esta serie:
(I) La transferencia sublimada (Carlos Sopena, Nº 131).
(II) ¿Cuánto de judío? (Alan A. Miller, N° 131).
(III) La mirada psicoanalítica. Literatura y autores. (Mónica Buscarons, N°131).
(IV) Génesis del "Moisés" (Josef H. Yerushalmi, N° 132)
(V) Sobre "Las márgenes de la alegría" de Guimaraes Rosa (J. C. Capo,M. Labraga, B. De León, N° 132)
(VI) Un vacío en el diván (Héctor Balsas, N°132)
(VII) Génensis del "Moisés" (N° 132). Arte y ciencia en el "Moisés" (Josef H. Yerushalmi, N° l33)
(VIII) Freud después de Charcot y Breuer (Saúl Paciuk, N° 133)
(IX) El inconciente filosófico del psicoanálisis (Kostas Axelos, N° 133)
(X) Nosotros y la muerte (Bernardo Nitschke, N° 134)
(XI) Freud: su identidad judía (Alan Miller, N° 134)
(XII) El campo de los "Estudios sobre la histeria" (Carlos Sopena, N°135)
(XIII) Los Freud y la Biblia ( Mortimer Ostov, N° 135)
(XIV) Volver a los "Estudios" (Saul Paciuk, N° 136)
(XV) Psicoanálisis hoy: problemáticas (Jorge I. Rosa, N° 136)
(XVI) Freud y la evolución (Eduardo Gudynas, N° 137)
(XVII) Los aportes de Breuer (T. Bedó, I. Maggi, N° 138)
(XVIII) Breuer y Anna O.(Tomás Bedó-Irene Maggi N° 139)
(XIX) "Soy solo un iniciador" (Georde Sylvester Viereck, N° 140/41)
(XX) El concepto de placer (Ezra Heymann, N° 143)
(XXI) Edipo: mito, drama, complejo (Andrés Caro Berta, N° 145)
(XXII) Identificaciones de Freud (Moisés Kijak, N° 147)
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