En busca de antiguos naufragios

«El 28 de marzo entramos al Río, que tiene 70 millas de ancho. ¡No se puede creer que esto es un río! Si todas las fuentes, arroyos, lagos y ríos europeos confluyesen, seguramente no alcanzarían esta anchura. Pero se dice que el Amazonas en Brasil es mucho más ancho aun [...]

Al timonel le fue sumamente difícil encontrar la entrada. Por eso nuestra nave no avanzó a velas desplegadas sino que fue guiada muy digna y lentamente a través de todos los peligros que amenazan a los barcos en esta desembocadura.»

Antonio Sepp s. j.,  Viaje de España a Paracuaria.

 

Durante varias semanas J. Santos concurrió al Archivo General de la Nación y consultó bibliotecas y museos con la finalidad de cotejar y ampliar la lista de naufragios ocurridos en las inmediaciones del cabo Santa María. Desde el principio mismo cayó en la cuenta de que no le resultaría fácil identificar el navío cuyos restos fueron encontrados frente a las rocas de La Pedrera. Sería una tarea ardua, por cierto, si consideraba lo escaso y disperso del material existente. Cuanto más atrás en el tiempo se remontaba, más difícil se le hacía obtener o corroborar la información.

Como complicación adicional, desde la época colonial las citas de nombres y descripciones de lugares eran sumamente imprecisas. Ni por sombra coincidían con las actuales. No había siquiera preocupación al respecto. Las distancias podían resultar con diferencias de pocos kilómetros o de varias leguas, hacia un lado o hacia el otro. Cuando se referían «al este del cabo Santa María» podían llegar, incluso, a las costas del Albardón, en suelo brasileño.

Otro aspecto a considerar era que el departamento de Rocha, como circunscripción territorial, no nació hasta el año 1880, ya que antes formaba parte del departamento de Maldonado.

Por otra parte, no todos los naufragios quedaron registrados. Muchos de ellos, incluso algunos importantes, pasaron inadvertidos o cayeron en el olvido, ya fuera por razones administrativas o simple coincidencia de circunstancias.

El cabo Santa María siempre resultó una referencia obligada para los navegantes que pretendían entrar al estuario del Plata. Porque si bien el límite geográfico entre el ancho río y el océano se señala en los mapas y en el color de las aguas a la altura de Punta del Este, en realidad es frente al cabo Santa María donde los navíos deben acercarse a la costa en busca de la embocadura o desembocadura, según se mire.

Desde el Descubrimiento hasta nuestros días, pero con más razón en tiempos en que la luz del faro no existía, se produjeron centenares de naufragios en las inmediaciones de esta punta rocosa de apariencia inofensiva, pero provista de rocas afiladas que se prolongan mar adentro en forma de escollos o bajos peligrosos para la navegación, como el Falkland, el 18 de Julio, el Speedwell y otros sin nominar.

J. Santos comenzó por estudiar el tráfico marítimo desde las carabelas y los galeones portugueses y españoles hasta las goletas, balandras, fragatas, corbetas o sumacas de los últimos tiempos de la navegación a vela.

La primera referencia a un naufragio la encontró en la propia expedición de Juan Díaz de Solís, en 1516, cuando la nave a cargo de Francisco de Torres se fue a pique en el golfo de Santa Catalina.1

Hacia 1531 encontró una segunda referencia, esta vez a una nave portuguesa, la São Miguel, capitaneada por Martín Alfonso de Souza, la cual zozobró frente al arroyo Chuy después de soportar un terrible temporal del sur. Las restantes carabelas y en especial la São Vicente, totalmente desmanteladas, debieron buscar refugio detrás de la isla La Paloma, perdidas las anclas y amarras.

El siguiente naufragio en estas latitudes lo protagonizó la nave comandada por Gonzalo de Mendoza, hermano del primer adelantado del Río de la Plata. El soldado alemán Ulrico Schmidl, alistado en la expedición, se transformó a la postre en el primer cronista de aquellos tiempos y estos lugares. Según resulta de su diario de viaje, el 1º de noviembre de 1538, cuando la nave regresaba de la isla de Santa Catalina, naufragó en las inmediaciones de la boca del anchuroso río. El narrador, así como otros cuatro marineros, se salvaron prendidos de los mástiles de la embarcación.

Desde fines del siglo xvi hasta principios del xviii las costas de Rocha recibieron la visita de piratas, aventureros, exploradores y marinos de toda suerte y calaña, tanto ingleses como holandeses y franceses. Entre los primeros debemos señalar el pasaje de algunos tan ilustres como bravíos, tan piratas como caballeros de la Reina y tan famosos en la realidad como en la leyenda. Entre ellos nada más y nada menos que el ilustre Sir Francis Drake, la sombra negra de Felipe ii y el más acendrado enemigo del Imperio Español, y los no menos bravíos e isabelinos caballeros John Hawkins y Lord Cavendish, el segundo de los cuales podría haber dejado un tesoro escondido en los médanos de Maldonado, a juzgar por la referencia de un prestigioso historiador.2

Pero, claro, no todas las incursiones resultaron impunes. Alguna terminó en naufragio, como la Francis, pinaza comandada por John Drake, sobrino del legendario tío Francis, aunque sin su misma suerte. En 1582 este pirata en ciernes vio destrozado su navío en las inmediaciones de la isla de Lobos.3 El joven marino integraba una expedición rumbo a las islas Molucas, tierra de míticas y fabulosas riquezas, pero al pasar por la entrada al Río de la Plata prefirió probar fortuna en lugar ya conocido (había estado con su tío en 1577), para culminar su hazaña con el triste fin ya referido. A salvo del naufragio, fue tomado prisionero por los indios de la costa uruguaya, de los que logró escapar con algunos compañeros y cruzar en bote las aguas del Plata. Volvió a caer prisionero, esta vez de los españoles de Buenos Aires, quienes lo derivaron a la Asunción. De allí fue trasladado a Lima y sometido a juicio, aunque benévolo, por parte de la Inquisición.

En los comienzos del siglo xviii, poco antes de la fundación de Montevideo, las costas de Rocha recibieron dos visitas de gran interés.

La primera, en 1715, del médico inglés William Toller, cirujano con pretensiones de científico naturalista, quien venía a bordo del Warwick, barco fletado por la South Sea and Fishing Company, en viaje a Buenos Aires a fin de instalar el primer asiento para el tráfico de esclavos. Toller se detuvo varias semanas frente a la ensenada de Castillos, decidido a estudiar el lugar y hacer observaciones sobre la flora y la fauna.

La segunda, cinco años más tarde, fue la del corambrero francés Étienne (Esteban) Moreau, un «pirata» del cuero —como podríamos llamarlo hoy—, quien estableció una factoría clandestina en la bahía de Maldonado, que luego trasladó a las inmediaciones del cerro de la Buena Vista, en la barra del arroyo de las Valizas. Enteradas las autoridades españolas, enviaron una fuerza armada, al mando del capitán Antonio de Pando y Patiño, que logró sorprender al faenero durante las horas de la madrugada. El propio Moreau fue muerto y desbaratada su gente.

En estas expediciones no hubo siniestros que registrar.

Los naufragios volvieron a aparecer ya adelantado el siglo xviii. J. Santos encontró la mención de una fragata francesa, la Atlas, hundida en la ensenada de Castillos en 1709. Y luego dos naufragios que tuvieron lugar frente al cabo Polonio, muy cercanos en el espacio y el tiempo: la fragata Polonio, del registro de Cádiz, que naufragó en 1735, y la Nuestra Señora del Rosario, Señor de San José y las Ánimas, hundida en 1753, ambas el día 31 de enero, lo que lo llevó a suponer —junto con otros argumentos que se consideraron oportunamente— que se trataba del mismo navío y que la confusión se produjo cartógrafos españoles por medio.

Ya sobre finales del siglo encontró la referencia a otro naufragio ocurrido al este del cabo Santa María: el del Explorador, un bergantín español que se fue a pique el 28 de enero de 1793.

Los siguientes episodios no eran dignos de tomarse en cuenta, pero igualmente los registró con ánimo de archivo. En agosto de 1795, en la ensenada de Castillos naufragó el bergantín San Miguel, procedente de Santander, norte de España, y en diciembre de 1798 la sumaca portuguesa São Antonio fue atacada y hundida por una fragata francesa frente a la isla Encantada, en el Polonio. En octubre de 1801 la fragata Amelia, procedente de Hamburgo, se destrozó frente a una restinga de piedra en la ensenada de Castillos, y en diciembre del mismo año la sumaca portuguesa Botafogo zozobró contra una de las islas de Castillos Grandes.

Llegado a este punto, J. Santos se atrevió a pensar que los restos de La Pedrera podrían corresponder a los del San Ignacio de Loyola, la mítica tumba de Oyarvide. En realidad, nunca se supo a ciencia cierta el lugar de su naufragio. Pero desechó la idea porque carecía de fundamento.

Un nuevo naufragio se registró frente a las costas de Rocha en agosto de 1819. Se trataba de la goleta francesa Victoria, procedente de Saint Malo, cargada con un rico surtido de lanas y sedas, prueba de la apertura comercial que se había operado durante la dominación portuguesa.

A partir de 1830 la antigua Banda Oriental se transformó en país independiente con lo que comenzó una sostenida expansión comercial y crecimiento poblacional. El tráfico marítimo se multiplicó en número y banderas. El territorio casi desierto necesitaba de la inmigración, la que comenzó a venir principalmente de las provincias vascongadas, tanto de Francia como de España. No obstante, la importación de productos europeos y la extracción de frutos del país siguió cumpliéndose con neto predominio del pabellón inglés.

Consecuentemente, la lista de naufragios se multiplicó en la misma escala.

El profesor Santos vio facilitada su búsqueda a partir de entonces por la aparición de la prensa. El Constitucional, El Comercio del Plata y El Nacional, los principales diarios de la época, daban cabida a los avisos y noticias del mar, vertidos en lenguaje pintoresco, con un léxico especial. Los anuncios de la llegada y partida de los barcos, tanto de Buenos Aires como de Montevideo, destacaban en las páginas centrales. Y cuando se producía un siniestro (naufragio o varadura), los comentarios se vertían con toda la consternación producida por la pérdida de vidas humanas, pero tanto o más por la conmoción que planteaba la súbita ruina de algún comerciante de plaza o la pérdida irremediable de ricas mercaderías que eran aguardadas por la población.

Tiempo después hizo su aparición El Telégrafo Marítimo, una hoja con noticias portuarias que se transformaría en un periódico importante, no obstante lo cual siempre mantuvo una sección dedicada al tema de sus comienzos.

J. Santos, que había comenzado la tarea con entusiasmo, la continuó con verdadera pasión. De la simple anotación cronológica pasó a interesarse por los hechos en sí mismos y en el entorno en que se producían. La historia, entonces, cobró otros matices al par que se enriquecía con la calidez y variedad del testimonio periodístico.

Un hecho que lo impactó profundamente fue el naufragio del Prompt, un bergantín inglés que encalló en agosto de 1833, en las costas de Garzón, por los mismos días en que lo hiciera el Evergreen. Del barco se salvó un solo tripulante, que pudo ser rescatado tras ingentes esfuerzos.4

Otro episodio que le dejó un sentimiento de injusticia fue el doble naufragio o hundimiento simultáneo del Bordalesa y la Constante. Se trataba de dos embarcaciones de bandera sarda, un bergantín y una polacra.5 Partieron juntas de Río de Janeiro con destino a Montevideo, pero el Bordalesa llegó primero, justo antes de que se levantara un temporal. Como la Constante no llegaba, el capitán del Bordalesa decidió salir en su busca para ayudarla en la emergencia. Lazos de amistad e intereses comerciales deben de haber movido su voluntad, pero, lamentablemente, ambas naves se perdieron a la altura del cabo Santa María. 6

Un claro ejemplo para el estudio de la mentalidad de la población montevideana de aquellos tiempos lo dio el siniestro del Victoria, un bergantín español que se fue a pique el 18 de enero de 1842, el mismo año del Leopoldina Rosa, en las inmediaciones del cabo Santa María. Aunque la tripulación logró salvarse, el buque y el cargamento se perdieron en su totalidad. Los sobrevivientes llegaron a Montevideo en estado de indigencia, ya sin efectos personales —en aquellas épocas se viajaba con todo lo que se tenía—. La población montevideana se mostró solidaria con la gente, pese a las dificultades políticas y económicas del momento, y una comisión de damas se encargó de organizar una colecta para recabar fondos, al parecer con éxito. J. Santos sonrió al encontrar la nota de agradecimiento del capitán, destacando la generosidad del hecho:

«Demostración de gratitud de D. Antonio Peña y José Massera

El primero como Capitán del buque Victoria que naufragó en las costas de Maldonado y el segundo como invitador para recolectar algún socorro para dicho Peña se complacen en manifestar a los señores que, compadecidos de la deplorable situación a que quedó reducido el expresado capitán de la Victoria, su agradecimiento por la generosa oblación con que han contribuido a proporcionarle los medios de volver al seno de su familia, haciéndolo con el íntimo conocimiento de las filantrópicas ideas de los sujetos que le han protegido y dando esta leve prueba de su gratitud, que le acompañará eternamente.»7

 

Un nuevo siniestro que terminó con un desenlace tan misterioso como el de la Inocencia fue el que le ocurrió al Merced. Este bergantín español partió de Montevideo el 13 de abril de 1843 rumbo al puerto de Guayaquil. Las peripecias sufridas son reveladoras de las dificultades que entrañaba la navegación en aquellos tiempos. Resulta que la nave, ya sea por vientos adversos o por una serie de maniobras desacertadas, no pudo doblar el cabo de Hornos y, falta de víveres y con el velamen deshecho, tuvo que resignarse a regresar a Montevideo. Lejos estaban de suponer sus afligidos tripulantes que al pasar frente al cabo Santa María, en territorio rochense, la nave sufriría el trágico final que había logrado evitar en las aguas más peligrosas del mundo.

J. Santos leyó el episodio con sumo interés:

«Naufragio del bergantín español Merced (Rocha)

El bergantín español Merced, capitán Mateo Pages, que salió de este puerto el 13 de abril con destino a Guayaquil, no habiéndole sido posible doblar el cabo de Hornos, venía de arribada a este puerto, se ha perdido enteramente en el último temporal en el cabo de Santa María, salvándose la tripulación.» 8

 

Sin embargo, y para su gran sorpresa, quince días más tarde apareció un desmentido en la prensa. En una nota que publicaba la tripulación en pleno, aunque solo la firmaba uno en nombre de todos —seguramente por no saber hacerlo los demás—, se contradecía tajantemente la versión anterior.

«Solicitada

La tripulación del bergantín Merced que se perdió el día 1º de junio cerca de Maldonado, avisa a quien le interese que no fue perdido dicho buque por causa del tiempo, sino embestido por el mismo capitán y piloto, de lo cual están prontos a dar las pruebas y a hacer ver a quien quiera bajo juramento que lo embistieron, y por lo tanto no han firmado el papel que el capitán quería firmasen diciendo que se había perdido. Si hay firmas que digan lo contrario, no son válidas. Tampoco iba en el buque el capitán Mateo, como se puso en El Nacional, sino el capitán Antonio, su hijo.

Pedro Juan Llado, dispensero y cocinero. Tomás Rodríguez, marinero. Juan Rodríguez, íd. José Rodríguez, íd. José María Martínez, íd. Calisto Falcon, íd. Gerónimo Borrás, íd. Rafael Borrás, íd. Pedro Escofia, íd.

Firma por todos: Rafael Borrás.» 9

 

Llegado a esta altura de las averiguaciones, J. Santos no pudo evitar un sentimiento de desazón. Poco o nada podía ayudar a Arturo Cuduri para individualizar el barco portador de la misteriosa campana.

En realidad, el caso hubiera requerido una investigación a fondo, con el concurso de buzos especializados en arqueología submarina que se encargaran de reconocer el lugar y evaluar con criterio científico y técnica adecuada las piezas obtenidas. E incluso una exhaustiva indagación documental en los archivos de países vecinos y en especial de España, Portugal, Inglaterra, Francia e Italia.

Le escribió a Cuduri una carta afectuosa y explicativa, en la cual, para no desalentarlo del todo, mencionaba las hipótesis del Atlas, del Explorador y del Victoria, claro que sin poderlos confirmar.

Así terminaba la carta:

«También le cuento que continúo la búsqueda con mucho entusiasmo. Ya no sólo sobre los episodios que tienen que ver con La Pedrera, sino, en general, sobre todos los naufragios ocurridos en las inmediaciones del cabo Santa María.

He vuelto a quedar atrapado por la investigación. Cada nuevo episodio me lleva a profundizar en el siguiente y cada paso que doy me anima a continuar el camino.

Y esto se lo agradezco a usted.

Un gran abrazo y hasta pronto:

J. Santos»

 

Notas

1. Otros autores entienden que el naufragio ocurrió en las inmediaciones del cabo Polonio, frente a las islas desde entonces llamadas de Torres.
2. Orestes Araújo, Historia compendiada de la civilización uruguaya. Montevideo, Barreiro y Ramos, 1906, pp. 200 y ss.
3. Otros autores sitúan el episodio en las cercanías de la Punta del Este, en el lugar conocido como laja del Inglés.
4. «Estamos informados que el Jefe Político de Maldonado con fecha 25 del corriente avisó haber recibido un parte del Teniente Alcalde del Partido de Garzón (costa de aquel departamento) de haber naufragado un bergantín inglés en aquel punto, del cual parece que sólo se ha salvado un hombre. El parte no anuncia la procedencia ni el nombre del buque porque el marinero náufrago no había llegado aún a Maldonado.» (El Universal, 28 de agosto de 1833.)
«El buque cuyo naufragio hemos anunciado en la costa inmediata al arroyo Garzón es el bergantín inglés Prompt, procedente de Liverpool con destino a Buenos Aires, consignado a los señores M. Crackan y Mamieson con 200 barricas de harina, 100 fanegas de trigo y carga general de otros artículos.» (El Universal, 6 de setiembre de 1833.)
5. La isla de Cerdeña había logrado su independencia y buscaba expandirse comercialmente por tierras americanas.
6. «La polacra sarda Constante se perdió al norte del cabo de Santa María en la noche del 13, procedente del Janeiro, consignada a Gianello...» (El Nacional, Montevideo, 17 de enero de 1842.)
«El bergantín sardo Bordalesa, que salió en socorro de la polacra (también sarda) Constante, se perdió en el mismo lugar. El horroroso temporal que hemos sufrido con viento sudoeste desde la noche del 27 hasta ayer al mediodía ha causado pérdidas de consideración.» (El Nacional, Montevideo, 20 de enero de 1842.)
7. El Nacional, Montevideo, 5 de marzo de 1842.
8. El Nacional, Montevideo, 21 de junio de 1843.
9. El Constitucional, Montevideo, 5 de julio de 1843.

 

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Juan Antonio Varese
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