
SEÑOR FERNÁNDEZ HUIDOBRO.-
Señor Presidente: en este acto pensaba rendir homenaje,
también, a un formidable sueco llamado Harald Edelstan,
conocido como Röda Nejlikan, "Clavel rojo", por su alias de
guerra en la resistencia contra los nazis en Noruega, en la
que Suecia fue neutral. El 11 de setiembre de 1973 era
Embajador de Suecia en Chile y salvó la vida de muchísima
gente, pero en especial de muchos uruguayos. Por eso el
Uruguay está debiendo a Harald Edelstan un gran homenaje, por
la cantidad de vidas uruguayas -de todos los partidos
políticos y de gente sin partido de este país- que salvó en
las trágicas horas del 11 de setiembre y posteriores.
GA - CIA TURNO 051
Resulta que también hoy
me entero de que asesinaron a otra socialista en Suecia: a su
Canciller, Anna Lindh.
Quiero decir además,
señor Presidente, que tomé conocimiento del golpe de Estado en
Chile -porque, como es público y notorio, yo estaba muy bien
guardado- en 1980 cuando la Cruz Roja Internacional permitió
que me dieran algunas revistas para leer. Cuando recuperé la
libertad, apasionado por ese notición, hablé con muchas
personas y escribí junto a Graciela Jorge un libro llamado
"Chile Roto", que fue publicado cuando el golpe de Estado en
Chile tenía veinte años de edad, es decir, el 11 de setiembre
de 1993.
Como visité Suecia,
averigüé todo en torno a ese balazo que, para mí, fue uno de
los más largos y de mejor puntería que se hayan disparado en
los últimos tiempos; me refiero al que mató en pleno centro de
Estocolmo a Olof Palme, ese otro gran socialista de relevancia
mundial y gran amigo de los uruguayos. Hoy, treinta años
después del golpe de Estado en Chile, cuando pensaba en mi
parte oratoria para hacer un homenaje a Harald Edelstam, me
entero de que, también en Suecia, una puñalada -que sospecho
también debe ser muy larga, muy bien pensada y de la mejor
puntería imaginable- mató a Anna Lindh. En Suecia se han
cruzado en los últimos años muchos nudos de la historia.
Bien, señor Presidente,
pensaba comenzar mi discurso en este homenaje en el Senado
diciendo así: "No sé por qué extraña razón te encontré
carillón de Santiago que está en La Merced". No me animo a
cantar, pero todos los señores senadores saben que ese es un
tangazo de Discépolo, un tango único, un tango exclusivo: el
único en el que Discépolo, no sólo pone la letra, sino también
el único en el que le pone la música. Esta es la única vez en
que Enrique Santos Discépolo le pone música a un tango, ese
tango que dice: "No sé por qué extraña razón te encontré
carillón de Santiago que está en La Merced".
Los miles de uruguayos
y uruguayas de todos los partidos políticos -estaban por
distintas circunstancias allí- que estaban en Chile cuando
esta tragedia se produjo y a quienes hoy también les quiero
rendir mi homenaje aquí, saben bien que lo que digo es verdad
y tienen grabado en el tímpano de sus oídos, porque vivieron
esas trágicas horas con mucho miedo, que este tango y sus
resonancias les traen a la memoria Santiago de Chile.
Discépolo, también peregrino una vez, estuvo en Santiago de
Chile en las mesas de los boliches y a pocas cuadras de La
Moneda en donde está la Parroquia de La Merced, a cada hora,
escuchó sonar el carillón de aquellas campanas; carillón que
cuando suena hoy mismo en Santiago -por eso está grabado en
los tímpanos de los miles de exiliados uruguayos en Chile y de
otros compatriotas que estaban allí por otros motivos- nos
recuerda el tango -que no voy a cantar, porque todos
seguramente lo tenemos, particularmente en la versión de
Edmundo Rivero- que dice: "Milagro peregrino que un llanto
combinó tu canto como yo se cansa de vivir y rueda sin tener
dónde morir". Así suena el carillón de La Merced hoy mismo y a
pocas cuadras de La Moneda, en pleno centro de Santiago y
estas campanadas son las que copió Discépolo y a las que le
puso letra para hacer un tango exclusivo; el Río de la Plata
le prestó al pueblo chileno el dos por cuatro, y nada menos
que a uno de sus mejores letristas, para hacer un tango que no
es porteño ni montevideano, sino que es chileno, porque habla
del pleno centro de Chile. Sé muy bien -me lo contaron los
exiliados, la gente que vivió esas horas allá- que nunca
pueden oír ese tango sin volver a recordar las horas que
precedieron al golpe de Estado, el golpe de Estado mismo y lo
que les pasó después.
También hoy voy a
rendir un homenaje a las misiones diplomáticas de aquel
entonces en Santiago de Chile, incluida la del Uruguay,
integrada inclusive por un señor Coronel, Agregado Militar,
que ayudó a salvar vidas de compatriotas que él estaba
persiguiendo aquí, en nuestro país. Lamentablemente, esto es
poco conocido en una historia del Uruguay, que también es
regional, de un Cono Sur en llamas, que ha sido poco escrita y
que hoy voy a tratar de que se conozca.
"Bajo mi palabra de
honor, el día 'D' será el 11 de setiembre y la hora 'H', la
hora 6. Si ustedes no pueden cumplir esta fase con el total de
las fuerzas que mandan en Santiago, explíquenlo al reverso.
El Almirante Huidobro" -vea
usted, señor Presidente, ¡qué apellido!- "está autorizado para
tratar y discutir cualquier tema con ustedes.
Les saluda con esperanza y
comprensión, Merino." Merino era el Jefe de la Armada que ideó
el golpe de Estado en Valparaíso, que decidió darlo y que en
esta esquela enviada en manos del tal Huidobro, le pedía a
Pinochet y a Leigh -Comandante en Jefe del Ejército y
Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea, respectivamente- que
firmaran al dorso si estaban de acuerdo con que el día "D"
sería el 11 de setiembre y la hora "H", la hora 6. Dicen las
crónicas históricas que lo pensaron mucho, tanto Gustavo
Leigh -que firmó así- como A. Pinochet -que firmó así para la
historia- antes de firmar, pero firmaron, firmaron la traición,
firmaron el golpe de Estado.
El golpe de Estado se dio
efectivamente ese día y a esa hora, aunque la noche anterior
se lo vio venir. Todos los señores senadores guardarán en sus
oídos la resonancia de ese poema, de ese verdadero poema que
es el último discurso de Salvador Allende, pronunciado a la
hora 9 de la mañana del 11 de setiembre por Radio Corporación
antes de que bombardearan sus antenas así como las de Radio
Portales, que eran las únicas que seguían respondiendo al
gobierno a esa hora; guardarán también la resonancia en la
conciencia y en el corazón de ese verdadero poema político que
es el discurso y a su vez un testamento y un responso de un
hombre que sabe que unas horas después va a morir, sí o sí,
allí, en La Moneda, en donde se encontraba cuando lo pronuncia,
porque la música de fondo son los roquetazos de la Fuerza
Aérea Chilena -en ese momento al servicio de los Estados
Unidos- sobre ese edificio. Allende va a morir a eso de las
dos de la tarde -minutos más, minutos menos-, luego de una
feroz resistencia en la que murieron muchos y en la que sólo
hubo a lo largo de esas horas, una tregua para que salieran de
allí las mujeres; resistencia de la que sobrevivieron algunos
que después pudieron contarnos a todos nosotros, en libros y
revistas especializadas que se han publicado, cuál fue la
circunstancia. Resistió hasta el último minuto, hasta cuando
las tropas invasoras subían por las escaleras hacia su
despacho dentro del Palacio de La Moneda.
TURNO061
SP/CC/CP
No importa; hasta el día de
hoy se duda si fue acribillado o si él mismo se mató con el
fusil que usó durante esas horas para defender a Chile, al
pueblo chileno y al Palacio de La Moneda.
Veamos ahora cómo se
enteró Pinochet de la muerte de Allende y qué dijo al respecto,
porque al lado de los poemas políticos que reivindican al
sistema político y a los hombres de traje y corbata -hay pocos
héroes de traje y corbata, pero los hay, y en mi país también
han sabido pegarse un tiro en defensa de la democracia o
hacerse matar por las dictaduras-, verdaderos testamentos y
responsos históricos que quedarán para siempre grabados en la
memoria de todos los pueblos del mundo -porque este discurso,
motivado por ese ataque, circuló por todos los pueblos del
mundo y hoy está siendo leído y escuchado con su música de
fondo atronadora, de bombardeos y cañonazos hasta con sus
imperfecciones-, reitero, junto a ellos, hay obscenidades como
las que me voy a permitir leer acá.
El Almirante Patricio
Carbajal, Jefe del Estado Mayor Conjunto, ubicado en el
Ministerio de Defensa, a pocos metros del Palacio de La Moneda,
se comunica entonces por radio, conversación que quedó grabada
-porque de todo esto, por suerte, hay audio- y expresa lo
siguiente: "Gustavo y Augusto:" -llama a Leigh, Comandante de
la Fuerza Aérea, ubicado en la Academia de Guerra de las
Fuerzas Armadas chilenas en Las Condes, Santiago, y a
Pinochet, Comandante del Ejército, ubicado en la Central de
Comunicaciones de Peñalolen, al oriente de Santiago- "de
Patricio. Hay una información del personal de la Escuela de
Infantería que está dentro de La Moneda. Por la posibilidad de
interferencia la voy a transmitir en inglés: 'They say that
Allende commited suicide and is died now." Disculpen los
señores senadores mi pronunciación del inglés, pero observen
qué genialidad la de estos militares chilenos que, por si
hubiera alguien escuchando, hablaban en inglés. Y la
conversación continúa: "Dígame si entiende" -por las dudas-, a
lo que Pinochet responde: "Entendido", y Leigh dice: "Entendido
perfectamente". ¡Dios me libre si un hombre de la Fuerza Aérea
no entiende inglés! Carbajal dice: "Augusto, respecto al
avión para la familia, no tendría urgencia entonces esa medida.
Entiendo que no tendrá urgencia sacar a la familia
inmediatamente." Pinochet responde: "Que lo metan en un cajón
y lo embarquen en un avión, viejo, junto con la familia. Que
el entierro lo hagan en Cuba, en otra parte, si no va a haber
más pelota para el entierro, si éste hasta para morir tiene
problema."
A continuación, esta
cadena militar grabada y captada por onda corta por cantidad
de gente revela lo siguiente: "Sería muy importante decir en
repetidas oportunidades por las radioemisoras que por cada
miembro de las Fuerzas Armadas que sean víctimas de atentados
a cualquier hora y en cualquier oportunidad, se fusilará de
inmediato a cinco de los prisioneros marxistas, repito, a
cinco de los prisioneros marxistas en poder de las Fuerzas
Armadas. Cambio."
Reitero que esto es
histórico, que hay audio de la conversación y que hubiera sido
bueno traerlo acá para escucharlo.
Luego comenzó el
calvario del pueblo chileno, las torturas y los fusilamientos
en masa, pero muy en especial también -no más ni menos, pero
muy en especial- el calvario de los extranjeros que vivían en
Chile. La red militar, ya por radioemisoras, decía: "Todo
aquel que dispare contra las Fuerzas Armadas, muere. Todo
aquel que dispare contra inocentes, muere. Todos los
extremistas extranjeros que han venido a Chile a matar
chilenos, si se les sorprende con las armas en la mano, mueren."
Hay otros partes emitidos por las radioemisoras ese 11 de
setiembre que les exigen a los vecinos chilenos de Santiago y
de todo Chile "denunciar a todo extranjero que viva en sus
inmediaciones, a todo extranjero a presentarse de inmediato en
comisarías y guarniciones militares", y advierte que todo
extranjero que no se haya presentado y que sea sorprendido en
la calle antes o después del toque de queda, de por sí es
sospechoso. Como siempre, uno de los grandes argumentos de la
Junta Militar fue que las desgracias de Chile, aparte de la
responsabilidad de Allende y de la izquierda chilena, de los
marxistas chilenos, era responsabilidad -porque los chilenos
son todos buenos- de los extranjeros que fueron a Chile a
ocasionarle a Chile la tragedia que ese país estaba viviendo.
Es decir que los culpables principales no eran ellos dando el
golpe de Estado, asesinando, fusilando, torturando y
encarcelando en masa, sino los extranjeros. Es un viejo
argumento de aquella época que culpaba a los foráneos, a los
extranjeros.
En los días
posteriores se comenzó a vivir en Chile una situación
histórica y por ello quiero rendir homenaje aquí a las
misiones diplomáticas que en ese entonces estaban en Chile, de
todos los países, incluso de los más insospechados de
simpatías de izquierda, que salvaron decenas de miles de vidas
a riesgo de su propio pellejo. Entre ellas -y con esto va
también mi caluroso homenaje a Belela Herrera-, la Embajada
uruguaya que estaba integrada, entre otros, por el Coronel
Aranco, como agregado militar, por César Charlone, como
embajador, Belela Herrera, como esposa de este último, e Irma
Saldía, como Cónsul. La persecución encarnizada de las hordas
lanzadas a la calle a la captura de conocidas figuras de la
izquierda chilena y de extranjeros no cortaba fino, cortaba
grueso. Bastaba no hablar como un chileno para que uno fuera
víctima de la represión, sino del fusilamiento inmediato. Un
compañero mío, veterano socialista -en realidad, no sé si hoy
seguirá siendo socialista-, ingeniero agrónomo recién recibido,
estaba en Chile en ese entonces estudiando y cuando se dio el
golpe de Estado se fue al cinturón de Vicuña Makenna a una
fábrica que tenía designada por la Unión Popular, en busca de
las armas para defenderse y resistir el golpe. Las armas no
aparecieron; aparecieron los milicos y se lo llevaron junto
con todos los trabajadores chilenos que le dijeron: "Escondé y
tirá tu cédula de identidad uruguaya porque sos boleta de
inmediato", porque estaban escuchando por radio lo que señalé
anteriormente respecto de los extranjeros. Llegado a la
comisaría en aquellos suburbios de Santiago, enfilado frente a
una mesa que hace acordar a las que hemos visto en los
documentales de campos de concentración nazi, donde dos
soldados iban pidiendo nombre y dirección, fueron llegando y
llegando; pero él nunca había podido imitar el modo de hablar
de los chilenos -como lo imita Acosta, el director técnico del
equipo de Bolivia-, por lo que pensó: "Si abro la boca, me
fusilan frente a la pared más cercana". Entonces, se declaró,
por señas, sordomudo. El oficial que estaba lejos mirando la
cola, dijo: "A ese sordomudo me lo cagan a palos hasta que
hable". Este uruguayo sordomudo, que no era sordomudo y que
era -y es- ingeniero agrónomo, tuvo la suerte de que justo en
ese momento se produjera un ataque de fuerzas de la
resistencia -porque había resistencia- contra la comisaría.
Cuerpo a tierra de prisioneros, militares y policías; rodaron
papeles y bolígrafos; los militares se dedicaron a largar
tiros para afuera y se olvidaron de estos presos y del
sordomudo inteligentísimo que, caído debajo de la mesa, agarró
un bolígrafo y puso al lado de su nombre: "sordomudo".
RR/AC/IL
Turno 071
Se olvidaron de todos esos presos,
porque se ocuparon de aquellos que estaban matando y
capturando en el tiroteo y los pusieron en un galpón. En esa "manu
militaris" del caos que se genera en esos golpes militares,
al otro día a todos los que estaban en dicho galpón con listas
incluidas los mandaron para el Estadio Chile, que es una
especie de Palacio Peñarol, que a veces se confunde con el
Estadio Nacional de Santiago, y entre ellos fue este ingeniero
agrónomo como sordomudo y chileno, oficialmente reconocido.
Para continuar con
este discurso, señor Presidente, necesitaría ahora otra música
de fondo, una muy conocida porque voy a referirme al Estadio
Nacional de Santiago. Por respeto a la mitad de este Senado
voy a omitir algunos nombres, pero todos tenemos también en la
memoria esta música. A continuación voy a leer algo extraído
de la crónica deportiva: "El 20 de mayo de 1966 el Estadio
Nacional de Santiago, que otras veces fue una tumba para las
aspiraciones de los uruguayos, asiste entre emocionado y
sorprendido a la tercera clasificación como campeón de América
de un legendario equipo y lo hace dentro de las circunstancias
más increíbles, más difíciles. Una vez más, una hazaña del
fútbol uruguayo golpea fuerte en todos los rincones del mundo
y esta vez Montevideo se viste con una euforia sin final,
adornándose con un grito ronco que no se apaga hasta las
primeras horas de la madrugada del día siguiente. Cincuenta
mil chilenos aplaudieron a rabiar la consagración. River
ganaba dos a cero en el primer tiempo y nadie daba un peso por
la 'chance del otro equipo'." No voy a mencionar a este otro
equipo. El final fue cuatro a dos y la música de fondo sería
la de Carlos Solé, a punto de terminar aquella transmisión,
diciendo que aquel partido había sido ganado "a lo macho".
He dicho esto, señor
Presidente, porque ese Estadio Nacional de Santiago fue
testigo en 1973 de una formidable proeza uruguaya muy poco
conocida, salvo en este libro que nosotros escribimos con
Graciela Jorge y que hoy está siendo reeditado en Chile. Los
únicos prisioneros políticos o no políticos que se escaparon
del Estadio Nacional de Santiago fueron 63 uruguayos y
uruguayas; los únicos. Esa fuga para mí fue una de las mejores
y más grandes que se hayan producido. Ocasionó el
fusilamiento por parte de Pinochet del Jefe militar del
Estadio Nacional de Santiago. Repito que eran uruguayos de
todos los partidos políticos porque ahí se encontraba hasta
gente que había llegado a Pudahuel, por desgracia, ese 11 de
setiembre portando contrabando y, en lugar de encontrar a la
Aduana y a la policía de todos los días, encontró a la Fuerza
Aérea chilena que, incautando el contrabando y sin saber qué
hacer con los contrabandistas, los mandó al Estadio Nacional
para que allí los otros militares solucionaran el problema. De
esa manera, al Estadio Nacional fueron a parar algunos
uruguayos y uruguayas muy buscados aquí y allá, pero también
otros que no tenían nada que ver con absolutamente nada. Pero
cómo le explicaban -una vez que se encontraban en el Estadio
Nacional de Santiago- al Servicio de Inteligencia que
torturaba debajo de las gradas y fusilaba cada noche a las
siete y media, a las ocho o a las nueve, que eran uruguayos
que no tenían nada que ver con nada. Por algo habían ido a
parar al Estadio Nacional de Santiago. A veces era por obra de
algún burócrata militar que, por sacarse un problema de encima
en medio de aquel caos, enviaba a los uruguayos al Estadio
Nacional de Santiago. Así fueron a parar en principio al
Estadio Chile que, reitero, es un estadio como el Palacio
Peñarol de acá, previsto por la Junta Militar golpista en
Chile, imitando a los uruguayos que habían inaugurado este
estilo en el Cilindro Municipal. Nosotros somos inauguradores
de este modo de guardar presos políticos. Eso se inventó acá y
los chilenos lo imitaron, pero el Estadio Chile les quedó
chico y tuvieron que llevar prisioneros políticos al Estadio
Nacional de Santiago.
En el Estadio Chile, muchos uruguayos
presenciaron la muerte, el asesinato de Víctor Jara,
requerido por el oficial a cargo del Estadio Chile, un
militar alto, rubio y al que llamaban "príncipe". Víctor
Jara fue trasladado a los camarines del recinto y, horas
después volvería a ser visto sangrando por la boca, con
muchos dientes de menos y lleno de quemaduras de cigarrillos.
Al día siguiente, su cadáver sería encontrado en una calle
cercana al local del Estadio con las manos destrozadas. Los
militares le habían destrozado las manos a golpes de culata,
porque Víctor Jara encendía el ánimo de los presos cantando
y batiendo palmas en el Estadio Chile. Lo tirotearon en las
piernas y lo dejaron desangrarse. "Canta ahora", le decían,
"A ver si cantas ahora". El último poema de Víctor Jara fue
escrito en ese Estadio en la víspera de su muerte. Dice lo
siguiente: "Somos cinco mil. Aquí en esta parte de la ciudad
somos cinco mil. ¿Cuántos seremos en total en las ciudades y
en todo el país? Somos aquí diez mil manos que siembran y
hacen andar las fábricas. ¡Cuánta humanidad con hambre, frío,
angustia, pánico, dolor, presión moral, temor y locura! Seis
de los nuestros se perdieron en el espacio de las estrellas.
Un muerto, un golpeado como jamás creí que se podría golpear
a un ser humano. Los otros cuatro quisieron quitarse todos
los temores saltando al vacío, otros golpeándose la cabeza
contra el muro, pero todos, todos, con la mirada fija en la
muerte."
Y bien, señor Presidente,
desde el Estadio Chile al Estadio Nacional de Santiago ahora
ya entre decenas de miles, los uruguayos se organizaron.
Repito que eran uruguayos procedentes de todos los partidos
políticos de este país. Por esa vocación que este pueblo tal
vez trae en la sangre de organizarse solidariamente, se
juntaron primero para sobrevivir y conseguir comida. Cuando
iban al lugar donde las visitas traían al Estadio los paquetes
de comida, sabiendo que ellos no tenían visitas, descubrieron
que había paquetes que no se llevaba nadie. Eran los paquetes
de los fusilados. Discutieron entre ellos si era moral
llevarse los paquetes de los muertos chilenos y comieron los
paquetitos que llevaban las familias de los chilenos fusilados
allí mismo, que todavía no sabían que sus hijos, sus hermanos,
sus esposos o sus padres estaban muertos. Comieron y
sobrevivieron.
SEÑOR PRESIDENTE.-
Ha llegado a la Mesa una moción para que se prorrogue la hora
de que dispone el señor senador Fernández Huidobro.
Se va a votar.
(Se vota:)
-17 en 18.
Afirmativa.
Puede continuar el señor
senador.
SEÑOR FERNÁNDEZ HUIDOBRO.-
Muchas gracias.
Como entre aquel montón de
uruguayos y uruguayas había algunos -no la mayoría, por
supuesto- que habían estado presos en cárceles de acá e,
incluso, se habían fugado y tenían una muy buena experiencia
de lo que se debe hacer adentro de las cárceles para
sobrevivir y para fugarse, esa experiencia cosechada les
sirvió para salvar a todo este conjunto de uruguayos de todos
los partidos políticos, algunos sin partido político y otros
de izquierda. Entre ellos, los más peligrosos y buscados eran
los que estaban más cómodos, porque tenían excelentes
documentos de identidad falsos. Es más, reclamaban ser
devueltos a Uruguay y lograron una entrevista con gente de la
Embajada uruguaya en el propio Estadio Nacional de Santiago.
El homenaje se debe a que, cuando los funcionarios de la
Embajada los vieron, sabían quiénes eran y, viendo lo que se
estaba cometiendo en ese Estadio Nacional de Santiago, no les
dijeron a los chilenos quiénes eran, porque sabían que si se
lo decían la muerte era inmediata.
RR/SP/CT
TURNO 081
Ahí la ayuda de este señor
Embajador sueco Harald Edelstan fue decisiva. Los chilenos
sólo estaban dispuestos a entregar a todos esos uruguayos con
la condición de que volvieran a Uruguay. Había uruguayos para
los que, por diversas circunstancias, era tan peligroso volver
a Uruguay como estar en el Estadio Nacional. Debo reconocer
que los uruguayos que luego vinieron al país -que lo hicieron
porque acá no tenían ningún problema, ya que no eran de
izquierda y a veces ni siquiera tenían militancia política- se
solidarizaron y dijeron: "Nos vamos todos o no se va nadie".
El Embajador sueco, que peleó por esta gente arriesgando su
vida, dijo: "Que los retire el Uruguay, afuera se los entrega
a Suecia, y ya están todos asilados". Debe haber sido el
primer grupo de uruguayos que llegó a Suecia.
Sin embargo, el
problema no termina ahí, porque los chilenos se negaron a
entregar a ocho de esas personas. Los funcionarios
diplomáticos uruguayos de aquel entonces, los suecos y los
funcionarios de la Cruz Roja le decían a los otros, que eran
más de cincuenta: "Ustedes están locos; quedarse aquí por ocho".
Y aquellos cincuenta y pico -entre los que, reitero, había
gente de este país que no pertenecía a ninguna organización
política, sino que algunos eran contrabandistas y estaban allí
por casualidad, y otros eran estudiantes-, dijeron: "Nos vamos
todos o no se va nadie". Entonces se hizo una lista como la de
Schlinder. Gracias a unos "dinerillos" en dólares que,
justamente, muchos de estos uruguayos que no tenían nada que
ver pero que habían salvado en el forro de su saco, y también
gracias a una cantidad de llaves de apartamentos y de
viviendas no allanados todavía, se comercializó con algunos
militares de baja cuantía del Estadio, con guardias del campo
de concentración, la inclusión en la lista burocrática de los
nombres prohibidos. Hasta el día de hoy quedamos debiendo U$S
15 -debo dejar constancia que los uruguayos quedaron debiendo
U$S 15- que iban dentro de una media y que no pudieron sacar,
porque se pagaban a último momento. Se entregaron esas llaves
a varios militares chilenos ya corruptos a cambio de que las
direcciones a las que correspondían dichas llaves se
entregarían en el momento en que la lista estuviera hecha y se
fuera tildando, a la salida misma del Estadio, delante de
representantes de la Cruz Roja, de los de la misión uruguaya y
de la sueca, así como de ojos avizores. Repito que esto se
hacía frente a uruguayos de la misión diplomática uruguaya
que sabían que cuando se pronunciaban nombres avanzaba el
torturado, que iba saliendo rumbo a los ómnibus. Eran tipos y
tipas muy buscados y ellos se callaron la boca, hicieron la
vista gorda y dejaron salir a toda esa gente, a esa enorme
cantidad de uruguayos, los únicos que lograron fugar del
Estadio Nacional de Santiago. Muchos de ellos andan por las
calles de Montevideo y del interior.
Estas sabias mujeres,
verdaderos héroes y heroínas recibieron, además, una enorme
solidaridad del pueblo chileno para salvar su vida, que nunca
podrá ser debidamente retribuida.
En homenaje a ellos, y
resonando en mis oídos el carillón de La Merced, así como al
pueblo chileno quiero recordar que también en esas mismas
horas, no un puñado, sino un montón de gente arriesgando su
vida, acompañó los restos mortales de Neruda al cementerio.
Entonces, permítaseme recitar un pequeño poema de Neruda, que
dice:
"Pueblo mío verdad que en
primavera
suena mi nombre en tus oídos
y tu me reconoces
como si fuera un río que pasa
por tu puerta.
¡ Soy un río!
Si escuchas pausadamente
bajo los salares de Antofagasta o
bien
al sur de Osorno
o hacia la cordillera en
Melipilla
o en Temuco en la noche de astros
mojados
y laurel sonoro
Pone sobre la tierra tus oídos
¡Escucharás que corro!
Sumergido Cantando
¡Octubre oh primavera!
¡Devuélveme a mi pueblo!"
Nada más. Muchas gracias.
|