
PALABRAS DE HOMENAJE AL COMPAÑERO ARTURO DUBRA
Él era para
mucha gente -no es el único; sé que hay muchas personas así-
alguien que no tenía nunca el más mínimo derecho a no estar
donde tenía que estar. Quienes fuimos sus compañeros y amigos
e integrábamos su mismo grupo político, quedamos sorprendidos
y desamparados por la velocidad de los acontecimientos.
Por Dubra y
por Díaz, Arturo traía raíces que calan hondo en la historia
de este país. Fue nieto de revolucionarios pertenecientes a
los partidos tradicionales. Como es lógico, si estamos
hablando de abuelos con apellidos que calan hondo en la
historia de este país, probablemente estemos siempre aludiendo
a un blanco o a un colorado. Esto, demasiadas veces se pierde
de vista por parte de todos, en el sentido de que en varias
oportunidades, refiriéndose a algún integrante del Frente
Amplio, se nos dice: “vos sos medio blanco o medio colorado” -sucede
lo mismo dentro de nuestras filas- como si eso fuera algo
insólito en un país como el nuestro.
Pero además de nieto de revolucionarios pertenecientes a la
historia de los partidos tradicionales y del país, fue hijo
de Arturo Dubra, forjador del hierro y templador del acero del
viejo Partido Socialista que todos hemos heredado, todos. Cabe
destacar aquí que uno, cuando era joven, pensaba que don
Arturo Dubra padre no era un hombre tan veterano; pero cuando
a esta edad que hoy tenemos miramos para atrás, fijando la luz
de la atención en el viejo Partido Socialista, y recordamos,
obviamente, a don Emilio Frugoni y después a estos otros
hombres de la generación de la que formaba parte Arturo Dubra,
nos damos cuenta de que uno también está viejo y de que esta
gente hoy forma parte de la historia del país, que parece más
lejana y remota que cuando éramos jóvenes y convivíamos con
ellos aprendiendo de esos maestros muchas cosas. Y a menudo -por
lo menos a mí me pasa- escucho a militantes actuales del
Partido Colorado o del Partido Nacional, especialmente si son
jóvenes, emitir sin darse cuenta ideas y hasta palabras que
en realidad provienen de Emilio Frugoni, de Arturo Dubra y de
gente por el estilo que perteneció a filas de la izquierda
tradicional uruguaya.
Militante socialista -yo creo que desde que nació- Arturo
Dubra Díaz fue, como es lógico, conocedor de esta Casa.
Conocía a los padres de muchos de quienes están acá y a
figuras importantes de ambos partidos tradicionales que se han
ido yendo; y él sintió su ida, porque a pesar de las
controversias, a veces muy duras en esta Sala y en la Cámara
de Representantes, esos viejos hombres seguían discutiendo
fuera de Sala en ámbitos más hospitalarios hasta largas horas,
y entonces, además de adversarios respetados, se habían
transformado en amigos. Fue así que el joven Arturo Dubra Díaz
en muchas oportunidades tuvo que llevarlos uno por uno a sus
respectivos domicilios cuando ellos ya eran veteranos y él
todavía un muchacho. De modo tal que cuando a consecuencia de
las elecciones de 1999, vino a esta Casa como suplente, en
realidad volvía, porque la conocía prácticamente de toda la
vida.
Arturo Dubra Díaz fue personalmente convocado por Raúl Sendic
para los emprendimientos que él inició en el país en horas en
que, más allá de la opinión que se tenga acerca de éstas, las
convocatorias eran muy selectas y no cualquiera era llamado
para esas cosas.
Cayó en las fauces de la cárcel bien pronto y también se fue
de ella por un túnel que hizo él. Esa hazaña pertenece a uno
de los pocos récords uruguayos que figuran en la guía Guinnes,
y ella hubiera sido imposible sin Arturo y sin muy poquitos
más que fueron decisivos. Lo recapturaron muy pronto, como
correspondía para un hombre como él, y en el más aciago y
pleno año de 1972, siendo uno de los hombres más torturados
de este planeta; he medido bien mis palabras: más torturado de
este planeta. Este es un país pequeño, y a pesar de ello,
tiene muchos récords deportivos, culturales, políticos y de
toda naturaleza, y éste que acabamos de enterrar el sábado es
uno de ellos. Unico caso conocido, por lo menos para mí, que
sé bastante de los cuarteles de aquella época, en el que los
mandos de todo un señor batallón de infantería torturándolo
reconocieron: “nos derrotó”. También presos, lo encontramos un
día en esas rodadas por los poblados calabozos del Batallón
Florida, y estaba descalabrado. Su cara era irreconocible; su
nariz -los colegas y el señor Presidente saben que era muy
grande- estaba recién mal cosida después de que se la habían
abierto de par en par, en todo su largo, como quien abre un
pan de Viena para poner adentro un frankfurter. Para que
pudiera respirar, lo tenían acostado con las piernas hacia
arriba permanentemente en los pocos descansos que le daban.
Había un corpulento soldado raso, proveniente del interior,
que cada día que entraba de guardia en aquel antro de
moribundos y sobrevivientes, le cebaba mate y le daba de comer
en la boca con delicadeza propia de una señorita, y decía:
“Nunca vi a tanta gente pegarle tanto a un cristiano y nunca
vi un hombre tan guapo”. Pero el colmo fue que cuando por una
información lo volvieron a llevar a la sala de torturas, antes
le ofrecieron, para no seguir masacrando carne ya tan
masacrada, que de una buena vez por todas les dijera lo que,
según ellos y comparado con todo lo anterior que le habían
preguntado, era una pavada. Arturo les propuso, casi muerto,
un trato: que lo volvieran a torturar, pero que esta vez, si
él perdía, cantaba, pero si ellos perdían porque él no
cantaba, le pagaran del bolsillo de ellos una grapa doble de
la cantina de oficiales. Era la primera vez que en ese terreno
iban a correr el riesgo de tener que pagar $ 14, actualizados,
descontándole el valor que puede tener la grapa en la cantina
de oficiales. Contra su vida, apostada en el otro naipe. Hasta
ese momento, y mucho después, con tanta gente, en ese terreno
no corrieron el riesgo de $14. Se hizo un largo silencio ante
aquella piltrafa humana desafiante. Según los propios
oficiales que nos contaron el episodio después a muchos,
Arturo ganó esa batalla. No se sabe hasta ahora por qué -fue
un verdadero milagro- pero luego de un gran silencio, el de
mayor rango ordenó traer la grapa doble de la que Arturo dio
debida cuenta, como es lógico. Y ordenaron que a ese hombre,
en ese cuartel, de allí en adelante, no lo molestara ni lo
tocara absolutamente nadie más.
Pasó por su
larga cárcel como tantos, inclaudicable, indoblegable y
fraternal con todos, fueran del pelo y del partido que fueran.
Muchos años
después de salir, participó activamente en la refundación del
Frente Amplio y en la del Movimiento de Liberación Nacional,
en la fundación del Movimiento de Participación Popular y en
la del Encuentro Progresista. En suma, fue cimiento de cosas
nuevas; fue un fundador, de los fogoneros imprescindibles, de
los que nunca quieren figurar en las grandes cartelerías.
Era un quijote
al revés; tan física y moralmente parecido y, sin embargo, era
la contracara. No podía vivir sin buscar resolver algún
problema difícil. Los buscaba. Así le fue a lo largo de la
vida. Tal vez su único premio era contar, por ejemplo, que
había ido a sacar el coche de un amigo lejanamente conocido,
que estaba en una horrible cuneta en el kilómetro quién sabe
cuánto de qué carretera; que había ayudado a un hombre que
colgaba de no sé qué piso a las 3 de la mañana; que había que
sacar a alguien de no sé que profundo pozo, en el que él se
había metido. Después nos comentaba los detalles técnicos, a
veces complejísimos, de sus insólitos problemas, y nos dejaba
extenuados con solo escuchar el trabajo que aquello le había
dado. Se trataba de problemas que no se le venían sino que él
buscaba, como una necesidad de gastar la vida haciendo algo
solidario y útil, como si gastarla en otra cosa fuera perderla
inútilmente.
Una
tarde reciente -no recuerdo por cual de las tantas luchas en
las que nos metimos- el entonces Diputado Mujica, a quien
habían negado todos los recursos materiales, me anunció que se
largaba solo de toda soledad, o mejor dicho, con Arturo, único
ser humano del país que se había mostrado dispuesto a seguir
aquella loca aventura. En una esquina vi irse, rumbo a 18 de
Julio, repecho arriba por Tristán Narvaja, al Diputado y a
Arturo, empujando un carrito de feria con un altoparlante
chiquito a bordo, medio abollado, junto con una pequeña
cantidad de jóvenes inconscientes que Arturo había juntado
para la temible empresa. La vergüenza y la burla estaban
agazapadas, taimadas en cada esquina del centro. Cervantes
relata cómo, después de su primera salida, volvió derrotado
don Quijote, malamente estibado en un carro, con los huesos
rotos entreverados con la adarga, con la lanza también rota,
con el escudo, la bacinica y demás utensilios bélicos
totalmente abollados, para escarnio y disfrute del pequeño
pueblo que lo veía regresar así de maltrecho y de fracasado.
En eso Arturo se parece, pero al revés: en vez de regresar, ya
salía rumbo al combate maltrecho y destrozado de antemano,
arriba del carro, destartalado pero desafiante, con este
fundamental agregado: si ganaba, las pocas veces que lo hacía,
se iba chiflando bajito para que nadie se diera cuenta de su
presencia y protagonismo, mientras que los que antes eran
críticos, indiferentes y burlones, se subían, forcejeando
entre ellos rabiosamente, al pobre carro de los desprecios,
transformado, gracias a él y a muy pocos más, en carroza
triunfal. Esto lo vimos muchas veces con nuestros propios ojos
y nos sirvió de lección.
El
sábado se fue una inmensa parte de la historia de la izquierda
uruguaya. Era nuestro suplente y vino acá porque lo trajo la
gente. Los dos Senadores del Movimiento de Participación
Popular difícilmente podamos tener alguna vez un respaldo más
seguro. Trabajó intensamente en esta bancada y ocupó el cargo
cada vez que fue necesario.
(Ocupa la
Presidencia el señor Senador Wilson Sanabria)
Además de tener
convicciones firmes, era de una amplitud generosa y nos hará
falta a todos. Tiene amigos en cualquier lugar del país y del
mundo, por ser de los que nunca fallan. Un viejo compañero
decía, a la perfección, lo siguiente: “Es un tipo de esos que
si un avión lo tira al azar en algún lado y cae sano, caiga
donde caiga y sea por lo que sea, siempre tendrá un montón de
amigos alrededor. No sé cómo hace”. Realmente, era así.
Además, respetaba a los adversarios. Ya dije que los soldados
decían que era un hombre guapo y el mejor reconocimiento que
puede haber es el del adversario, que en este caso eran
enemigos. Era generoso, no tenía rencor, respetaba a sus
adversarios y hasta los quería.
Señor Presidente: busqué un epitafio para tener en mi
conciencia -cada cual elegirá el que quiera, para poner en una
piedra o sobre una tumba- para lo cual acudí a un libro que
me regalaron hace poco, titulado “El canto del búho”, que
relata la historia de los últimos guerrilleros antifranquistas
españoles, el último de los cuales fue detenido hace pocos
años, porque al igual que aquellos japoneses que no se habían
dado cuenta de que la Segunda Guerra Mundial había terminado,
seguía peleando. Fue así que la Guardia Civil lo tuvo que
capturar para obligarlo a vivir en libertad, porque ya hacía
años que había amnistía y se había reinstaurado la democracia
en España, pero el hombre aquel no se fiaba, y lo decía: “yo
no me fío”. Uno de los guerrilleros antifranquistas más
antiguos -hubo varios; este que mencioné fue un récord- cayó
en Cáceres el 31 de julio de 1946, y fue enterrado por sus
enemigos donde la suerte quiso; recién el 13 de noviembre de
2001, sus antiguos compañeros sobrevivientes, ya viejitos,
pudieron ponerle una tumba decente, un nombre, una fecha y el
epitafio. Aquel viejo guerrillero español se llamaba Pedro
José Marquino Monje y tenía 33 años en la hora de su muerte.
El epitafio de ese gran hermano nuestro y de Arturo dice así:
“Mañana, cuando yo muera, no me vayáis a llorar ni me busquéis
bajo tierra; soy viento de libertad”. Creo, señor Presidente,
que Arturo Dubra Díaz era eso y mucho más; y hoy es aliento,
alma y vida derrotando a la muerte.
Solicito que la versión taquigráfica de mis palabras sea
enviada a su familia, en especial a su compañera de toda la
vida, Rosario Moyano -Yayo- a la Dirección del Encuentro
Progresista - Frente Amplio, del Movimiento de Participación
Popular y del Movimiento de Liberación Nacional.
Nada
más. Muchas gracias.
SEÑOR GARGANO.-
Pido la palabra.
SEÑOR
PRESIDENTE (Don Wilson Sanabria) .-
Tiene la palabra el señor Senador.
SEÑOR GARGANO.-
Señor
Presidente: Arturo Dubra Díaz se ha ido a una edad
relativamente temprana, víctima de esa cruel enfermedad que
todavía no ha podido ser dominada. Personalmente, me resulta
imposible no hablar de él. Fue un militante socialista desde
su adolescencia; compartimos con él los años de trabajo en la
Juventud Socialista y en el Partido Socialista.
Arturo Dubra
pertenecía a una familia de gente rebelde. Su padre, que era
abogado, tenía una condición esencial: siempre estaba en las
trincheras de la justicia, rebelándose contra la injusticia.
Yo
quiero contar algunas cosas relacionadas con su familia.
Arturo Dubra Díaz era nieto de un general, porque su padre,
Arturo Dubra, el que fue Diputado, era hijo de un general del
Ejército. También era nieto de Pedro Díaz, que junto con
Emilio Frugoni fueron los primeros Diputados, en 1910, de la
Alianza Liberal Socialista. Siendo Presidente del Partido
Liberal -partido laico progresista- se alió con el Partido
Socialista, y juntos eligieron dos Diputados que fueron Emilio
Frugoni y Pedro Díaz, el abuelo de Arturo. A su vez, por la
vía de los Díaz, Arturo era sobrino de Spencer y de Wallace
Díaz. Para conocer un poco la historia de este país hay que
rastrear algunos datos. En mi casa, tengo un trabajo de
Wallace, un dibujo a lápiz. Era alguien muy ligado a la
familia, un mártir del batllismo que formaba parte de esos
núcleos muy especiales y vinculados humanamente a todos
nosotros.
Esta
familia perdió al padre, a Arturo, hace unos años, y luego a
Pedro, que también fue perseguido y estuvo preso. Pedro se
había transformado en un formidable ebanista y así lo
reencontramos tiempo después. También falleció muy joven.
Deseo trasladar a la hermana, a Elsa Dubra Díaz, a sus primos
-uno de ellos es Daniel Díaz Maynard, Diputado del Encuentro
Progresista - Frente Amplio- y al resto de su familia, el
abrazo fraterno de los socialistas.
SEÑORA
ARISMENDI.-
Pido la palabra.
SEÑOR
PRESIDENTE (Don Wilson Sanabria).-
Tiene la palabra
la señora Senadora.
SEÑORA
ARISMENDI.-
Señor Presidente: para nosotros, los comunistas, durante mucho
tiempo Arturo Dubra fue compañero de sufrimientos y compañero
de cárcel, donde -como decía el señor Senador Fernández
Huidobro- del mismo modo que la tortura y la persecución no
hacían diferencias ni matices, él no distinguía en la mano
solidaria ni en la ayuda, aunque hubiera tenido antes de
entrar allí o pudiera tener luego alguna discusión o
diferencia.
Comparto todos los hermosos y sentidos conceptos expresados
por el señor Senador Fernández Huidobro y no me siento capaz
de expresarme tal como él lo hizo. De todos modos, sí quiero
decir que mi acercamiento o el trato que mantuve en los
últimos años con Arturo, se hizo a partir del pueblo a pueblo,
a partir de andar por el país, de conversar con la gente y
escucharla, pasando además por todos esos paisajes uruguayos.
Me refiero a los distintos cielos y panoramas que en pequeñas
superficies van cambiando. Él disfrutaba de todo eso y en una
madrugada era capaz de señalar el cambio de un cielo, de sus
tonos, o mostrar un detalle que aparecía en un camino. Además,
debo señalar una sensación que, por lo menos para mí, es muy
recordada y sentida. Me refiero a lo que se siente cuando se
tiene un compañero a nuestro lado; compañero del Frente
Amplio, sí, compañero del Encuentro Progresista y compañero de
tareas, pero que va más allá de un sector dentro del partido.
En todas esas vueltas y recorridos por las carreteras y
pueblos de nuestro país sentía que lo tenía al lado, de una
manera que no podía comprender, porque nunca lo veía llegar;
pero ahí estaba.
Era
un muy buen compañero a nivel del trabajo parlamentario y así
lo recordaban con dolor en mi Secretaría. También lo
manifestaban así otros compañeros de mi partido en la reunión
del Comité Central, donde se le rindió homenaje el fin de
semana pasado.
(Ocupa la
Presidencia el señor Luis Hierro López)
Deseo agregar solamente una cosa más. Cuando había
movilizaciones frente al Palacio Legislativo, en las que a
veces participaban muchachos y surgía alguna complicación,
circunstancias en las que tengo la costumbre de salir a ver
qué sucede, con intención de ayudar, de alguna manera casi
mágica, porque no lo sentía llegar, cuando miraba para el
costado, Arturo estaba a mi lado. Se trata de ese sentir de
que hay compañeras y compañeros que, pase lo que pase, y más
allá de aquello en lo que uno se embarque por propia
responsabilidad, los tenemos a nuestro lado. Creo que esto es
parte de lo que señalaba el señor Senador Fernández Huidobro y
es algo que lo caracterizaba.
También quiero decir aquí que nuestro Comité Central le rindió
homenaje el fin de semana, pero lo hizo de manera íntima
porque la intención no era que otros lo supieran, más allá de
la nota que enviamos a nuestros compañeros del MLN. De todos
modos, fue un homenaje que la dirección de los comunistas
sintió que tenía que hacer porque todos lo necesitábamos en
ese momento.
SEÑOR PEREYRA.-
Pido la palabra.
SEÑOR
PRESIDENTE.-
Tiene la palabra el señor Senador.
SEÑOR PEREYRA.-
Señor Presidente: en nombre de la bancada del Partido
Nacional, quiero adherir al homenaje que en este momento se le
tributa a Arturo Dubra Díaz. En forma temporal integró esta
Cámara y nos acompañó en nuestras tareas; fue un duro luchador
por ideales de justicia social. Más allá de que podamos no
compartir los métodos utilizados en alguna época de su vida,
sentimos admiración por todos los hombres que entregan su vida
a la lucha por ideales que creen sirven a su pueblo, a su
gente y a su país.
Como aquí se ha
señalado, fue un hombre de singular coraje, ya sea en las
circunstancias difíciles que le tocó vivir, como también en
esta última etapa, donde ya con una grave enfermedad,
conociendo el próximo fin de su vida, venía a esta Casa a
ofrecer su esfuerzo a sus compañeros políticos y al país desde
una banca de Legislador.
La
vocación política de este hombre, además de sus propias
convicciones, provenía de una herencia familiar muy singular.
Conocí
a su padre, el doctor Arturo Dubra, en su acción
parlamentaria. Naturalmente, yo no era Legislador, pero solía
venir a la Barra y seguía de cerca la acción de los luchadores
de entonces. Entre los hombres que admiraba, en una legión de
Legisladores distinguidos, recuerdo a Arturo Dubra junto a
Dardo Regules, José Pedro Cardoso, Lorenzo y Luis Batlle,
Javier Barrios Amorín, así como también a tantos otros hombres
de aquella época que aprendí a valorar por la forma en que
exponían sus pensamientos, por su espíritu de reivindicación
para los hombres del Uruguay y por la justicia que querían que
rigiera en el país.
Señor Presidente: con una actitud muy sincera, en nombre del
Partido Nacional, que ha sido un partido de grandes forjadores
en la lucha por un Uruguay mejor, queremos adherir al homenaje
que hoy se le tributa a este ciudadano.
SEÑOR
MICHELINI.-
Pido la palabra.
SEÑOR
PRESIDENTE.-
Tiene la palabra
el señor Senador.
SEÑOR
MICHELINI.-
Señor
Presidente: Dubra era un rebelde, de familia de rebeldes, que
hizo honor a su apellido y fue orgullo de su familia. Fue un
hombre de sacrificio, un hombre de izquierda que acompañó a
Sendic en las difíciles; no era partidario de las fáciles. No
festejaba las ganadas ni se quejaba de las perdidas y ¡vaya
que las tuvo, señor Presidente! Fue de esos hombres que uno
añora en este mundo moderno donde todo tiene precio, donde
prevalece el consumismo fácil, donde prevalece el “tomo y
tiro”. Dubra era un hombre de sacrificio, persona que
cualquier fuerza política, pero sobre todo cualquier país,
necesita.
Arturo Dubra persiguió un sueño hasta los últimos meses, días,
minutos y segundos de su vida. Persiguió el sueño de que este
país viviera mejor, de que las desigualdades se eliminaran, de
que los hombres se diferenciaran, en todo caso, por sus
talentos y virtudes, y no por el patrimonio de su cuna. Desde
muy pequeño se rebeló contra las desigualdades de nuestra
sociedad.
Es muy justo el
homenaje que le tributa el Senado de la República a este
rebelde y a este hombre de sacrificio que, repito, es de los
que hacen posible los sueños; sin duda, vendrán otros
homenajes, porque su imagen y su impronta no se olvida.
Quizás, señor Presidente, se le deba el mejor y el más grande
homenaje: que algunas de las cosas que él tuvo que sufrir
nunca más vuelvan a ocurrir en nuestro país.
SEÑOR CORREA
FREITAS.-
Pido la
palabra.
SEÑOR
PRESIDENTE.-
Tiene la
palabra el señor Senador.
SEÑOR CORREA
FREITAS.-
Señor
Presidente: en nombre de la bancada del Partido Colorado,
adherimos al justo homenaje que se le hace al ex Senador
Arturo Dubra, a quien no tuvimos el honor de conocer en
profundidad, pero a quien supimos valorar en su actuación en
el Senado de la República. Era un hombre sencillo, afable,
callado y profundamente bondadoso. Las veces que tuve el
gusto de conversar con él, tanto en Sala como en los pasillos
del Palacio Legislativo, encontré en el señor Dubra a una
persona sumamente preocupada por los problemas del país, con
un notable grado de información. Una cosa que siempre admiré
en él fue su gran sencillez, cualidad poco común en la
sociedad actual. Por su propia forma de vestir y también por
su forma de presentarse era, justamente, de ese tipo de
persona que a uno lo atrapa. Una enorme sencillez y el
silencio permanente eran su característica. No era una
persona de mucho hablar; por el contrario, el señor Dubra era,
fundamentalmente, un hombre de silencio. Creo que eso
demostraba su enorme sabiduría, porque sin ninguna duda no son
los que hablan los que aprenden, sino los que saben guardar
silencio.
Según me relatan mis compañeros de bancada, el señor Senador
Dubra intervino con mucha capacidad e inteligencia en las
diferentes Comisiones en las que le tocó actuar. No fui
compañero de Comisiones del señor Senador Dubra, pero así lo
aseguran los Legisladores de mi partido. Como consecuencia del
trato y del conocimiento que tuvimos de él, aprendimos a
respetar a un adversario que demostró dignidad en los momentos
difíciles. Sin ninguna duda, el Senado hoy hace muy bien en
recordar a quien luchó y trabajó en función de sus ideales,
los que podemos compartir o no. Hoy, muchos de sus compañeros,
colegas de ruta en el avatar político, están sufriendo su
pérdida.
Nos
adherimos a ese dolor que hoy sufren sus compañeros de bancada
y de partido. El Partido Colorado arría sus banderas para
saludar y despedir a un luchador que se ha ido de este país.
Muchas gracias.
SEÑOR RUBIO.-
Pido
la palabra.
SEÑOR
PRESIDENTE.-
Tiene la
palabra el señor Senador.
SEÑOR RUBIO.-
Señor Presidente: en honor a la brevedad, quisiera decir que
pocas veces he visto una parquedad más austera y elocuente que
la actitud y la vida de Arturo Dubra. Hay silencios que son
restallantes y creo que en el caso de Arturo Dubra esto es de
una evidencia palmaria. Se trata de la pérdida de un político
no político en el sentido tradicional de la expresión, aunque
sí lo fue en el sentido más clásico del término. Hay vidas que
son la sustancia de la ética y, en lo personal, me parece que
Arturo Dubra fue una expresión muy nítida de eso.
Dolidos por esta pérdida, queremos adherir a este homenaje.
Hay casos en los cuales aquello de la amplitud de los valores
de los uruguayos resulta de una evidencia y de una fuerza muy
importante; este es uno de ellos.
La convicción y
la bonhomía de Arturo Dubra, así como esa especie de calidez
humanizada, hacían que uno sintiera, cuando atravesaba
circunstancias duras, que él se encontraba siempre dispuesto a
dar una mano; ese es un valor muy importante. Además, tenía
esa cosa de luchador inclaudicable por determinadas
convicciones y principios y creo que esto debemos rescatarlo,
porque los casos de los utopistas esperanzados silenciosos
-por decirlo de alguna manera- no son los más frecuentes.
En
consecuencia, creo que hemos tenido una pérdida muy importante
y queremos hacer llegar la versión taquigráfica de estas
palabras a las personas afectadas.
SEÑOR ASTORI.-
Pido la palabra.
SEÑOR
PRESIDENTE.-
Tiene la palabra el señor Senador.
SEÑOR ASTORI.-
Señor Presidente: nuestro sector y, si se me permite, quien
habla, queremos adherir al testimonio de homenaje que este
Senado viene rindiendo al señor Arturo Dubra, en el que han
participado todos los sectores con representación en este
Cuerpo y, naturalmente, todos quienes integramos el Frente
Amplio, es decir, la fuerza a la que él perteneció en vida.
Me
tocó conocerlo personalmente después de que salió de la
cárcel; antes no había tenido ningún contacto con él, aunque
pude seguir sus peripecias -que narró el señor Senador
Fernández Huidobro- a través de lo que podríamos llamar un
testigo privilegiado: su esposa, Rosario Moyano, querida amiga
que colaboraba con nosotros como funcionaria de la Facultad de
Ciencias Económicas y Administración.
Mientras oía al señor Senador Fernández Huidobro, repasaba
aquellas historias que, precisamente, en forma simultánea a
como las vivía Arturo Dubra, me eran relatadas por Rosario.
Señor Presidente: tal como fue dicho, queremos adherir a este
homenaje que con justicia le tributa el Senado. Asimismo,
deseamos tener una recordación especial para sus familiares y,
si se me permite, en particular para su compañera de toda la
vida, la señora Rosario Moyano.
SEÑOR
PRESIDENTE.-
Ha llegado a la Mesa una moción del señor Senador Fernández
Huidobro para que el Senado se ponga de pie, guarde un minuto
de silencio y envíe la versión taquigráfica de las palabras
pronunciadas en Sala a los familiares del señor Arturo Dubra y
a los partidos políticos correspondientes.
Se
va a votar.
(Se vota:)
26 en 26.
Afirmativa. UNANIMIDAD.
La Mesa invita a
los señores Senadores y a la Barra a ponerse de pie y a
guardar un minuto de silencio en homenaje a la memoria de
Arturo Dubra.
(Así se hace)
|