
SEÑOR FERNÁNDEZ HUIDOBRO.-
Señor Presidente: vuelvo a pedir permiso al Senado,
lamentablemente otra vez, para hacer un homenaje a una persona
recientemente fallecida. Me refiero a nuestro compañero Andrés
Cultelli, fallecido en esta ciudad el 14 de agosto pasado. No
pudimos hacer antes este homenaje porque no fue posible
incluir el tema en una sesión ordinaria anterior, por lo que
agradecemos enormemente los esfuerzos del señor Presidente del
Senado para que el mismo se pudiera llevar a cabo en el día de
hoy.
SEÑOR FERNÁNDEZ HUIDOBRO.-
Señor Presidente: don Andrés
Cultelli nació en Rocha en el año 1921. Recalco esta fecha
porque, como sabemos, hay fechas que a veces son asombrosas
por lo que de ellas se desprende. En este homenaje a don
Andrés Cultelli yo diría "yunque y martillo". ¿Por qué, señor
Presidente? Porque podemos decir que en Rocha nació un niño
pobre y esa afirmación puede no tener relato en horas en que
la pobreza tiene cara de niño. Como decía Sartre, el relato
comienza después de decir: "Estábamos en un bar tomando una
copa y estalló la Tercera Guerra Mundial." Entonces, estar en
un bar tomando una copa -lo que es trivial-, pasa a tener
significado y relato.Y el relato comienza cuando, además de
decir que en 1921 nació en Rocha un niño pobre, señalamos que
era un niño pobre desventajado -por así decirlo- para competir
en la vida en las peores condiciones imaginables, llegando a
ser casi abogado. Más concretamente, fue procurador, edil,
diputado, fundador y asesor de sindicatos, en fin, fue un
protagonista de primera línea de una monumental y gigantesca
época histórica. Fue peón arrocero, canillita, lechero,
autodidacta y hasta venció su propia tartamudez con ímprobos
esfuerzos para poder hablar en épocas en las que no había
televisión, ni tantas radios y medios de prensa, y ser orador
o dedicarse a la oratoria era sólo para los dirigentes
políticos o sociales, porque era su instrumento fundamental.
Señor Presidente: don
Andrés Cultelli, nació en 1921, lo que quiere decir que cuando
estalló la Guerra Civil en España tenía 15 años. Eso me
permite explicar por qué fue secretario de don Emilio Frugoni
durante la Segunda Guerra Mundial, antes de que éste fuera
Embajador uruguayo en la Unión Soviética. Siguió siendo
secretario de don Emilio Frugoni como militante activo del
Partido Socialista del Uruguay, después de que éste regresó de
Moscú; inclusive, ayudó a pasar a máquina los originales del
famoso libro de don Emilio Frugoni "La esfinge roja",
condenando al stalinismo en aquellas tempranas épocas.
En 1948 ya era
periodista en el semanario "El Sol" del Partido Socialista,
donde hacía grandes denuncias sobre los problemas de los
trabajadores en el Uruguay.
Estudió psicología y,
además, escribió un libro sobre la infancia, que fue editado
en 1962.
Fue un formidable
polemista en materias teóricas, dentro de su viejo Partido, el
Partido Socialista, del cual se separó mucho más adelante.
Escribió en ese y otros medios una enorme cantidad de
artículos sobre distintas cuestiones teóricas.
Fue secretario de
organización del Partido Socialista y, por ello, tuvo
folclóricas controversias con don Emilio Frugoni, quien le
reprochaba ciertas reuniones plenarias que se inauguraban por
aquella época en dicho Partido, tal como me relataron viejos
militantes del Partido Socialista.
En 1952, después de
una Asamblea del Sindicato de ANCAP, estuvo preso y escribió
varios artículos sobre esa prisión, que fuera aplicada por las
medidas prontas de seguridad de aquel entonces. A posteriori,
fue orador en muchos actos.
También fue Director
del órgano de prensa "El Sol" del Partido Socialista.
Ya entrada la década del '60, fue
administrador del diario "Época" y debió enfrentar la censura
cuando clausuraron dicho diario en el Uruguay.
Fue asesor de los sindicatos
de Artes Gráficas, de FUNSA, Arrocero y Cañero; fue edil del
Partido Socialista desde 1958 a 1966 junto a Hugo Prato,
Jaurena, Gualberto Damonte y al actual diputado Guillermo
Chifflet.
Organizó a los pescadores de
la costa de Rocha, en especial en La Coronilla, de donde él
era oriundo. Su actuación en aquella primitiva y vieja
organización sindical de la que conocemos miles de anécdotas,
tuvo consecuencias que hasta hoy resuenan en sindicatos que
llevan otro nombre.
En épocas muy duras,
fue detenido en el marco de una negociación por la paz cuando
se encontraba en una iglesia ubicada cerca de El Ombú de Ramón
Anador, junto al pastor Castro y al padre Asiaín. Luego de
estar detenido y preso, fue liberado y haciendo uso de la
opción que permite la aplicación de las medidas prontas de
seguridad, optó por irse a Chile. Desterrado, presenció y
vivió los acontecimientos cuyos treinta años vamos a
conmemorar dentro de pocos días en este mismo Senado. Huyó
luego a Argentina: Allí fue perseguido y capturado. Salvó la
vida gracias a Zelmar Michelini; digo esto porque no quedó en
la categoría de "desaparecido", sino que integró la de preso y
cumplió su condena en Rawson, el penal de Sierra Chica.
Mencionar hoy estos nombres cuando ya conocemos la historia de
esos años en Argentina, realmente, pone los pelos de punta. En
ese cautiverio -que compartió con una enorme cantidad de otros
presos argentinos, muchos de los cuales integran actualmente
el Gobierno de ese país- ganó gran prestigio por su
verticalidad, su solidaridad y bonhomía.
Terminados esos
tiempos tan aciagos en el Río de la Plata y, en general, en el
cono sur, participó en la reconstrucción del Frente Amplio,
del Movimiento de Liberación Nacional, al que pertenecía, e
incluso fue fundador del Movimiento de Participación Popular,
al que nosotros pertenecemos hoy. Por lo tanto, también fue
fundador de organizaciones políticas de este país.
En el año 1992
participó -ya muy veterano- de la gesta que protagonizaron los
jubilados uruguayos, cuando se exigió por primera vez el
cumplimiento de la Constitución de 1967 que disponía que los
jubilados y los pensionistas tuvieran un representante en el
Banco de Previsión Social. Apoyando la Lista 2 que postulaba a
don Colotuzzo, una miríada de pequeñísimas organizaciones de
jubilados y pensionistas de todo el país, gracias al trabajo
de don Andrés Cultelli y de otros veteranos que con sus
bicicletas y ya viejos recorrían, en este caso, la zona de
Lezica y Colón -donde Cultelli participaba de una organización
de jubilados-, se unió con otras formando la ONAJPU, o sea, la
única organización nacional que actualmente agrupa a todos los
jubilados y pensionistas del Uruguay. De esa manera, en
aquella elección de 1992 colocaron por primera vez en el
Directorio del Banco de Previsión Social a un delegado de los
suyos, tal como ordenaba la Constitución de 1967.
Fue diputado suplente
y ejerció dicho cargo en representación del MPP entre los años
1990 y 1995, especializándose en todas las cuestiones
relacionadas con la previsión social del Uruguay.
Por otra parte,
realizó frecuentes visitas al Movimiento de los Sin Tierra en
Brasil y quien lo veía se preguntaba cómo un hombre tan
veterano continuaba con tantas fuerzas como para estar en
tantos lados, campamentos y congresos, en los que la vida no
era fácil, sólo con la intención de estar y de llegar a esas
personas.
Señor Presidente: al
comienzo de mi exposición dije que el año 1921 para mí tenía
una especial relevancia. El homenaje que brindo hoy a don
Andrés Cultelli, en nombre de todos sus compañeros, también es
un homenaje a una generación que envidio. Confieso que tengo
dos legítimas envidias, al menos, creo que lo son. Por un
lado, envidio a los jóvenes porque hoy en día hay nuevos
deportes que antes no existían y que me habría gustado
practicar, pero que ahora ya no puedo. Por ejemplo, sé que si
me subo a un ala delta o a una tabla de "windsurf" me va a ir
bastante mal debido a mi peso actual. Además, los envidio por
el futuro que, con mi optimismo -creo que también con el de
todos-, pienso que les espera. Por otro lado, envidio a una
generación de veteranos a la cual no pertenezco, a esta
generación extraña de los nacidos en esa época, fuesen del
partido que fuesen.
Cuando uno mira hacia
atrás, señor Presidente, comprende que el siglo XX fue corto,
al decir de prestigiosos historiadores; quizás se inició en
1914 y terminó, por poner una fecha, el día en que cayó el
Muro de Berlín. Por lo tanto, en ochenta años, en setenta años,
y tal vez menos, en nuestro planeta se produjeron todas las
cosas imaginables. Hubo revoluciones sociales que reunían los
sueños y las utopías ancestrales de la humanidad, que luego
fracasaron; hubo carnicerías no superadas -¡por suerte!- hasta
la fecha y que ojalá nunca lo sean. Se produjeron dos
terribles Guerras Mundiales; tuvo lugar el macabro
florecimiento de esa cosa llamada nazi fascismo que amenazó a
todo el mundo. Cuando yo estaba naciendo, los hombres de esa
generación ya estaban peleando contra esa amenaza que no era
retórica, como puede serlo hoy, sino que era algo concreto y
palpable que se sentía en la piel y en el interior de cada
familia, en una época en la que sólo se recibían las noticias
de la prensa o se las escuchaba en aquellas viejas radios que
trasmitían las novedades provenientes de Europa o del Pacífico.
Don Andrés Cultelli
participó, vio y opinó en todas las revoluciones que buscaban
la liberación del colonialismo producto de la pos guerra o que
precedieron a la guerra, así como en todos los movimientos de
liberación nacional que uno se pueda imaginar. Por supuesto,
podemos pensar en el siglo XIX y referirnos a nuestra propia
Revolución, la artiguista, pero también debemos reconocer que
en el siglo XX se produjo este fenómeno gigantesco y
monumental.
También vio y opinó
sobre las revoluciones tecnológicas, que protagonizó
sufriéndolas o disfrutándolas. Esto también ocurrió en la zona
y ni qué decir, en nuestro país a lo largo de esos años.
Cuando uno mira hacia atrás piensa que pasó todo lo que tenía
que pasar o que era posible que ocurriera en algún país. Por
supuesto que me estoy refiriendo no sólo a un hombre, sino a
toda una generación de personas de esa edad, con canas en el
pelo, que participó de esos hechos y de las que hay unas
cuantas ocupando bancas en el Senado y en la Cámara de
Representantes.
El escritor Jorge Luis
Borges decía en uno de sus textos que en Buenos Aires había
una esquina que existía sólo porque él la recordaba, en la que
incluso estaba aquel tipo pidiendo limosna y tocando el
acordeón, y que si algún día él la llegaba a olvidar, la
esquina desaparecería.
El otro día, cuando enterramos
a este veterano, yo recordaba a Borges; pensaba que
enterrábamos con él un pedazo grande de la historia del
Uruguay, de la historia de la humanidad, una concentración de
cosas envidiables que uno no pudo vivir porque perteneció a
una generación posterior y que tal vez enterrábamos un
fenómeno como el que Borges describía. Hay hombres de estos,
de todos los partidos, de todas las convicciones filosóficas
que pertenecieron a esta generación y que soñaron todos los
sueños imaginables -basta mirar ese pedazo, ese siglo corto
que fue el siglo XX para ver que soñaron todo lo imaginable-,
a los que tal vez alguien les diría, de algún modo recordando
lo que dijo Borges: "Mirá viejo: mejor pará, mejor andate,
porque si ustedes siguen recordando cosas, imaginando cosas y
soñando cosas, este mundo va a seguir siendo poblado de una
tan grande cantidad de sueños y de utopías."
Hablo de sueños y de utopías,
y prueba de ello es la ley por la que se creó el Instituto
Nacional de Colonización en el año 1948, votada por unanimidad
en ambas ramas del Parlamento, única ley que al leerla hace
que a uno le salgan lágrimas de los ojos. ¡Hay que leer una
ley y que su texto emocione como para imaginarse el sueño de
los hombres de aquel entonces! En realidad, eso fue lo que el
otro día enterramos.
Muchas gracias.
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