Documento Doctrinario del Partido Demócrata Cristiano
1. Introducción.

Los próximos años marcan en el calendario el fín de un siglo y el comienzo de otro junto a un nuevo milenio, el tercero en la Era Cristiana. Lo que no expresa el Calendario es el particular marco socio político en el que ocurren esas vueltas de hojas en el almanaque.

Ya nadie duda que los cambios se están operando a una velocidad inusitada en la historia de la humanidad. Lo que parecía la construcción de un modo de produción llamado a un largo recorrido desde la revolución bolchevique de 1917, dando origen al comunismo, llegaría a un inesperado fin, simbolizado en la caída del muro de Berlín en el año 1989. Por otro lado, el capitalismo ha sufrido en pocos decenios la aplicación de diferentes modelos, entre los cuáles el del Estado Liberal primero, de Bienestar luego, para llegar al actual modelo neoliberal, causante de los principales males vivenciados por la humanidad en el plano socioeconómico.

Estos hechos tienen particular importancia para la discusión ideológica y doctrinaria de los demócratacristianos. Particularmente movidos e inspirados por el llamado a construir una sociedad diferente tanto al capitalismo como al comunismo, la sucesión de éstos acontecimientos históricos, son una llamada para la revisión, -y porqué no- reafirmación de nuestra doctrina, de suerte que la Democracia Cristiana resulta también interpelada por estas hondas mudanzas.

En tal sentido, el quehacer político a desarrollar por el Partido en el nuevo entorno emergente, conlleva un fundamental perfil doctrinario. A estas circunstancias, debemos agregar la posibilidad cada día más cercana de poder compartir junto a otras organizaciones políticas amigas, la conducción política de nuestra Nación.

Una primer constatación que hacemos en este marco, es la reafirmación de nuestra matriz doctrinaria en momentos que desde los voceros neoliberales, se señala el fin de la historia y de las ideologías, la caída de la modernidad caracterizada por la construcción de metarelatos, que han dado paso a sociedades pragmáticas y postmodernas, donde parecería ser que toda discusión doctrinaria y todo planteo utópico resulta, por un lado estéril y por otra parte iluso.

Sin embargo, los demócratacristianos reafirmamos una vez más nuestra discrepancia con el modelo de desarrollo hegemónico en nuestros países, causante de los mayores números de pobres jamás contabilizado, de la mayor diferencia de niveles de vida jamás vista, de la mayor destrucción del planeta jamás imaginada, y de un paulatino deterioro de valores sociales fundamentales para una correcta convivencia. Tal afirmación debe conducir indudablemente a la necesidad de pensar hacia qué tipo de sociedad debemos marchar, hacia qué modelo apuntar nuestras miras y hacia qué Utopía dirigir todos nuestros esfuerzos. Para ello, la construcción de un Programa debe obedecer a la necesariamente previa reafirmación de nuestra matriz doctrinaria.

2.- El Partido, el Humanismo Cristiano y la Utopía.

El Partido Demócrata Cristiano (PDC) es el instrumento que pretende reunir a las personas que adhieren al Humanismo Cristiano. Como tal, aspira por medio de la acción política, a progresar hacia la utopía, modificando los aspectos de la realidad que no sirven a la causa, potenciando aquellos que la conforman, y creando los medios para los aspectos que siendo hoy inexistentes, son fundamentales para su realización.

Cuando hablamos de Humanismo, nos estamos refiriendo a un enfoque filosófico que pone su acento en la persona humana, buscando el desarrollo de sus potencialidades en el marco del respeto a la dignidad de la naturaleza humana.

Nuestro particular enfoque, sin embargo, es el Humanista Cristiano, esto es, añadimos un adjetivo que nos identifica con los valores y principios del cristianismo, con raíces en el testimonio de Jesús, y más actualmente a la luz de la doctrina social de la Iglesia, y de las contribuciones realizadas por numerosos autores a lo largo de nuestra era, más allá de toda consideración de tipo confesionalista.

Somos demócratacristianos, más allá de si hemos sido o no agraciados con el don de la fe religiosa, porque nuestra visión del mundo, de los seres humanos, de la vida, es la que emana del Evangelio de Cristo. Profesamos los valores del bien, verdad, justicia, libertad, fraternidad humana y paz, que se desprenden de ese Evangelio. En suma, somos demócratacristianos porque somos cristianos, o al menos tratamos de serlo.

Esos valores y principios se traducen en un sistema de ideas o doctrinas que constituyen el humanismo cristiano, que es la fuente teórica de inspiración de nuestra conducta práctica.

¿Para qué somos demócratacristianos?. Para procurar cumplir el mandato evangélico, de buscar primero el reino de Dios y su justicia, tratar de conseguir que la vida de nuestra sociedad, del mundo en que vivimos, sea lo más acorde posible con esos valores cristianos.

Patricio Aylwin, 1993.

En cuanto a la utopía, para los demócratacristianos, ésta no se trata de un modelo definitivo y acabado, sino fundamentalmente de un anhelo que a diferencia de lo mítico, no supone un sueño imposible, sino un proyecto final al que se puede llegar, y que en forma embrionaria podemos ir realizando y viviendo.

Yo me experimento como un ser incompleto y desde mi indigencia veo mi ser como un vivir tendiendo hacia lo utópico, denunciando y anunciando. Por eso me es imposible exigir sin comprometerme. Yo camino hacia la paz, porque me reconozco falto de paz. En esto consiste un pensar utópico: no en el compromiso con lo invisible, sino concretar los sueños que están a mi alcance. Por eso un pensar utópico se opone a un pensar resignado.

Paulo Freire, s/f.

3.- La esencia del Humanismo Cristiano: la persona humana.

Como señalábamos, es natural a todos los humanismos, la centralidad que adquiere la persona humana. Para los humanistas cristianos, sin embargo, hay una mirada muy particular sobre esta centralidad. En la búsqueda de un desarrollo de todos los hombres y de todo el hombre, se encuentran dos valores de indudable importancia:

  1. el respeto absoluto a la persona humana

  2. la promoción y defensa de la vida.

Es poniendo en práctica estos dos valores que en la vida política los demócratacristianos encontramos luz en nuestras búsquedas. Siguiendo estos valores, resultará claro el reto político: la movilización y lucha contra toda forma deshumanizadora que atente la dignidad de la persona. Ejemplos de situaciones deshumanizadoras en nuestro tiempo son: el consumismo materialista, la competencia mercantil desenfrenada, la violación de los derechos humanos, el deterioro de la naturaleza, la pobreza, la violencia en todas sus expresiones, las nuevas formas de criminalidad, etc.

Para el humanismo cristiano, además, esa persona humana es concebida como subsistente, esto es, que existe en si misma y para sí misma, siendo ella misma y no otra cosa. Esta entidad autónoma es también un ser en relación y por tanto abierto a una relación vertical y otra horizontal. Por la primera, la persona está abierta a la trascendencia. Por la segunda, está abierta a sus hermanos.

Para los demócratacristianos, esa persona en comunidad es tan importante como lo es su dimensión trascendental; separándonos por esta vía de la versión liberal que entiende a la persona como individuo aislado, sólo abierto a la socialización en tanto satisfaga sus inquietudes egoístas; como a la versión marxista, donde el hombre en definitiva importa como resultante de las meras relaciones sociales. Nuestro especial concepto de persona, entonces, la identifica presentando cuatro dimensiones fundamentales en torno a dos ejes: un eje que implica la dimensión espiritual junto a la material; y otro que integra una dimensión comunitaria junto a otra individual. 

Una civilización personalista es una civilización cuyas estructuras y espíritu está orientadas a la realización como persona de cada uno de los individuos que la componen. Las colectividades naturales son reconocidas en ella en su realidad y en su finalidad propia, distinta de la simple suma de los intereses individuales y superior a los intereses del individuo considerado materialmente. Sin embargo, tienen como fin último el poner a cada persona en estado de poder vivir como persona, es decir, de poder acceder al máximo de iniciativa, de responsabilidad, de vida espiritual.

E. Mounier, 1936.

A esta particular mirada de la persona que reúne las dimensiones citadas, los demócratacristianos la hemos llamado Personalismo Comunitario.

Entendemos por comunidad al conjunto de las personas que viven relacionadas en función de un destino en común. Desde nuestro punto de vista la sociedad no es una simple suma de individualidades, sino una comunidad de hombres cuyo destino es vivir con los demás de forma participativa y solidaria.

Esta sociedad, para los demócratacristianos, debe orientarse al logro del bien común. Este se concibe como la armónica concurrencia de elementos sociales en un orden legítimo, cuyo funcionamiento permite la generación de las condiciones óptimas para que las personas, las familias y las asociaciones logren su más pleno desarrollo.

4.- Los principios

En la búsqueda de nuestras utopías, los demócratacristianos nos vemos acompañados por una serie de principios que en esencia no cambian con el paso del tiempo, y que en definitiva derivan de nuestra concepción personalista comunitaria definida anteriormente. Estos principios son:

  • Una sociedad comunitaria.

A diferencia de las formas más contractualistas de las sociedades a secas, los demócratacristianos aspiramos a un grado superior: la construcción de una comunidad, donde la persona y las familias se vinculen de forma más integral y participativa, de tal manera que se refuercen los naturales lazos solidarios que han distinguido a numerosas culturas humanas a lo largo de la historia.

Cuando la DC afirma y propone construir una sociedad comunitaria está centrando el problema en la cualidad de la relación asociativa que pretende lograr: lo central es lograr la relación comunitaria, la cual se caracteriza sobre el modelo de los lazos en una comunidad por una unión fraternal, de cooperación leal y solidaridad verdadera, en busca del Bien Común. Ahora bien, esto no se da porque nosotros lo deseemos. Hay que construirlo. Y hay que construirlo a partir de situaciones en que estamos, situaciones donde hay comunidades, pero en las que predominan lazos entre los hombres que están mucho más sobre el modelo del "doy para que me den", de la lucha y la confrontación, que no sobre el modelo de entregarse al servicio de los otros y de lograr hacer prevalecer el compartir sobre el competir.

E. Pérez Olivares, s/f.

  • Una sociedad pluralista y participativa:

El deber que la sociedad tiene de procurar de modo primordial la realización del ser humano como persona, le impone la obligación de respetar las plurales formas en que esta persona se plasme. De ahí dinama, pues, el pluralismo que en materia religiosa, educacional, política, sindical, etc., la sociedad debe asegurarle.

Junto a estas variadas formas de expresión, la persona para su realización debe tener una activa participación en el quehacer de la sociedad que integra, desde sus hechos más cotidianos en el ámbito local, hasta en las decisiones más importantes en el ámbito nacional.

Por ello, los demócratacristianos creemos en la necesidad de potenciar todas las formas posibles que permitan una mayor expresión de las personas, poniendo especial hincapié en los mecanismos de participación en el ámbito local.

Derivan de este principio, otros fundamentales para preservar el pluralismo y la participación: el fortalecimiento de la sociedad civil, el derecho a la libre búsqueda de la verdad, el derecho a difundir lealmente la propia opinión, el respeto a la opinión ajena, la pluralidad y confrontación de ideas y opiniones orientadas a la búsqueda de consensos por medio del diálogo, el derecho a una información veraz y objetiva, etc.

La formulación debe empezar por el reconocimiento claro y abierto, de la existencia de diferentes familias culturales, religiosas e ideológicas dentro de la misma sociedad y del reconocimiento de su derecho a organizarse socialmente y a cultivar colectivamente su acerbo cultural, religioso o ideológico.

Juan P. Terra, 1969.

Un Estado social y de derecho, solidario y subsidiario.

La función del Estado es servir a todos los habitantes. En base a ello, propugnamos un estado social y democrático de derecho. El Estado está sometido a derecho, que tanto gobernantes como gobernados deben acatar actuando dentro del marco de la Constitución y las leyes, las cuáles se han de generar como expresión auténtica de la voluntad popular.

Para los demócratacristianos el Estado tiene que sujetarse en su labor, a dos principios complementarios:

  1. El principio de la solidaridad que obliga al Estado a concurrir en ayuda de aquellas personas que transitoriamente o permanentemente se encuentran impedidos de satisfacer las necesidades que la sociedad toda ha entendido como vitales.

  2. El principio de la subsidiaridad, que obliga al Estado a intervenir en los diversos planos toda vez que sea necesario porque la sociedad civil, a través de sus numerosos componentes, se resta a tal acción.

Este último principio, ha sido mal utilizado por quienes entienden que el Estado debe deshacerse de sus roles tradicionales, razón por la cuál bregaron por la privatización. Los demócratacristianos vemos con preocupación en tal sentido, el avance que ha tenido el sector privado-capitalista, asumiendo funciones antes reservadas a la lógica regulada-estatal. Ante este fenómeno, y amparados en el fortalecimiento de la sociedad civil, sostenemos la necesidad de potenciar el tercer sector de la economía compuesto por las diversas organizaciones comunitarias, las que debieran asumir mayores roles y actividades, de forma de avanzar sobre las que realiza el Estado y el Capital privado.

Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la "subjetividad" de la sociedad mediante la creación de estructuras participativas y de corresponsabilidad.

Juan Pablo II, 1991

  • La vocación democrática

La Democracia Cristiana reconoce al sistema democrático como el único capaz de crear las condiciones de respeto a la dignidad de la persona humana y sus derechos fundamentales.

Por otra parte, ello no quita que los demócratacristianos consideremos el proyecto democrático como inacabado e incompleto, de suerte que su perfeccionamiento y profundización es uno de los fines permanentes de nuestra acción.

Valoramos como componentes de este sistema, el ejercicio del poder legítimamente otorgado por la voluntad popular libre y periódicamente expresada, por el respeto a las minorías, por las garantías al ejercicio de los derechos políticos, civiles, económicos y sociales, la separación de Poderes, el pluralismo, y la participación del pueblo en los diferentes niveles, desde el local hasta el nacional, para lo cuál se postula un Estado descentralizado y preocupado por el desarrollo local. 

Estamos convencidos de que una auténtica sociedad comunitaria no se realiza sin democracia y que una verdadera democracia no se realiza si no se orienta hacia una sociedad comunitaria. En efecto, sólo la experiencia de la vida democrática crea las mejores condiciones para alcanzar un consenso en el respeto del pluralismo y promover los derechos políticos, culturales y socioeconómicos del hombre.

Manifiesto político mundial de los demócratacristianos, 1981.

  • La defensa y respeto por todos los derechos humanos

Nuestra inspiración cristiana nos lleva a proclamar los Derechos Humanos, como un criterio ético y jurídico de la humanidad. En este sentido, pensamos que las sociedades deben generar una cultura de los Derechos Humanos, en la que cada ciudadano se sienta reconocido como un legítimo otro en la convivencia social.

Los Derechos Humanos, según nuestra visión, son superiores y anteriores al Estado y emanan de la naturaleza propia del hombre. Por ello el Estado debe reconocerlos, ampararlos y establecer medios eficaces para garantizar su pleno ejercicio.

Entendemos además, que junto al reconocimiento de los derechos políticos se impone una profundización de los derechos sociales y económicos. Por otra parte, también aspiramos a una profundización de los derechos de las familias y las comunidades, además de la consagración de los derechos de los pueblos, que incluye entre otros, el derecho al desarrollo, a la paz, y al medio ambiente.

Nuestra región está marcada profundamente por grandes injusticias que atentan contra la calidad de vida de sus habitantes. Hay un desprecio generalizado de la dignidad de la persona y de sus derechos fundamentales. Vemos crecer con angustia una cultura de la muerte generadora de violencia, y de graves problemas de contracepción y aborto, que destruyen los tejidos sociales y ambientales, reduciendo nuestros pueblos a situaciones extremas de sobrevivencia.

Conclusiones del XIII Congreso Latinoamericano y del Caribe de Cáritas, 1994.

  • Una política ética

La política, según nuestra visión, debe ser regida por la ética. Su objeto es realizar los valores fundamentales de libertad, tolerancia, igualdad, solidaridad, justicia social y paz. No es posible alcanzar el cumplimiento de dichos valores si, al mismo tiempo, se emplean en su logro métodos discordantes con ellos. Los fines y medios, en política, deben ser coherentes entre sí.

De tal forma lo anterior, que los métodos de la no-violencia, de ejercicio y aplicación del Derecho y la justicia, el diálogo y comprensión, la serenidad y perseverancia para introducir los cambios que nos conduzcan a nuestra utopía, son los procedimientos adecuados en el marco democrático.

La tentación del pragmatismo, que es olvido de los valores fundamentales y sustitución de éstos por el egoismo, el clientelismo, la avaricia, la corrupción y el ansia de poder, es nuestro principal enemigo, y sabemos que su más profunda raíz se encuentra en el centro del corazón humano.

Proyecto de Plataforma para el Congreso Ideológico de la IDC, 1993.

  • Una economía humana y de la solidaridad.

Los demócratacristianos tenemos por motivación, a la luz de nuestros valores, orientar la economía en la perspectiva de una sociedad solidaria, de la cuál los aspectos económicos son solo una parte. De acuerdo a ello, sostenemos que las formas económicas predominantes son en definitiva fruto de los valores que imperan en el ámbito social. Bastaría cambiar los valores hoy hegemónicos para lograr una economía más humana y de la solidaridad.

Son componentes de una economía de la solidaridad, las formas alternativas de producción, distribución, consumo y acumulación, que logren superar la visión, valores, factores y relaciones económicas predominantes en las formas privado-capitalistas, y estatal-regulada.

Sostenemos en tal sentido, que hay un especial desafío para los demócratacristianos en potenciar ese sector de la economía que se basa en los valores y formas alternativas: la economía social, el sistema cooperativo y autogestionario, la economía ecológica, las formas solidarias, el fortalecimiento del tercer sector, etc., son especialmente considerados en el proyecto por una economía más humana que conduzca a un desarrollo de todo el hombre y todos los hombres.

Definimos a la economía humana como la disciplina –disciplina del saber y disciplina de la acción- del paso, para una población determinada, de una fase menos humanas a una fase más humana, al ritmo más rápido posible, al costo financiero y humano lo menos elevado posible, teniendo en cuenta la solidaridad entre todas las poblaciones.

L.J.Lebret, 1962.

  • La primacía del trabajo sobre los otros factores

Una economía humana y solidaria, si bien cuenta con una pluralidad de factores económicos, ve en el trabajo el factor central de producción, el cuál, transformándose en categoría económica subsumiendo al resto de los factores productivos, contribuirá a una mayor humanización de la economía. Además de esta dimensión objetiva, los demócratacristianos, entendemos al trabajo también desde el punto de vista subjetivo, afirmando que detrás de tal factor existe un trabajador, esto es, una persona.

En momentos en que los impactos de las nuevas tecnologías y la reorganización económica mundial en el marco de la globalización, muestran la mayor crisis de empleo en todo el mundo, se hace más necesario que nunca plantear la centralidad del trabajo como la clave esencial de toda cuestión social.

Esta centralidad tiene una especial trascendencia económica, al colocar al trabajo por encima del capital, elemento que si bien es necesario de ninguna manera puede entenderse como privilegiado ante el trabajo, como se puede desprender de muchas prácticas y políticas contemporáneas. Colocar al trabajo por encima de los factores materiales de producción, no solo impacta directamente en el plano de los empleos, sino que conduciría además, a una humanización mayor del mismo, en la medida que los hombres, por medio de su trabajo, puedan organizar para provecho propio y de su medio, al resto de los factores de producción. Las empresas basadas en el trabajo, y especialmente en el trabajo comunitario, reúnen ambos desafíos, parapetándose como referente de nuestro modelo económico.

Ante la realidad actual, en cuya estructura se encuentran profundamente insertos tantos conflictos, causados por el hombre, y en la que los medios técnicos -fruto del trabajo humano- juegan un papel primordial... se debe ante todo recordar un principio enseñado siempre por la Iglesia. Es el principio de la prioridad del trabajo sobre el capital. Este principio se refiere directamente al proceso mismo de producción, respecto al cuál el trabajo es siempre una causa eficiente primaria, mientras el capital, siendo el conjunto de los medios de producción, es sólo un instrumento o la causa instrumental.

S.S. Juan Pablo II, 1981.

  • Una economía participativa y autogestionaria.

Fieles a la búsqueda de la realización de la persona, y en el marco del fortalecimiento del trabajo como categoría subjetiva organizadora de los procesos económicos, creemos que la posibilidad de decidir, y gestar comunitariamente, es un componente fundamental en nuestro proyecto.

Tal sistema autogestionario, que se prevé exitoso en la medida que comparta el mercado en igualdad de condiciones con los otros sistemas posibles (dando origen al pluralismo de formas de propiedad, y a un verdadero mercado democrático), estará fundado en una reformulación del poder, como asimismo de una cultura humanista, participativa y solidaria.

Entraña también una concepción del Estado, que primordialmente tienda a la descentralización de su aparato y que conceda una nueva dimensión de autonomía a los distintos organismos de la sociedad.

En un sentido amplio, la Autogestión significa un sistema basado en la toma de decisiones democráticas en todas las áreas de la actividad humana, basado en los derechos personales de los seres humanos, en contraste con el capitalismo, que es un sistema basado en los derechos de la propiedad de los poseedores. En un sentido más concreto, la autogestión en la empresa significa la aplicación de los principios democráticos al control y gestión de la firma, por supuesto, con delegaciones de poderes a una administración elegida democráticamente.

J. Vanek, 1992.

  • La pluralidad de propiedades y la opción preferencial por la propiedad comunitaria

La propiedad es un derecho legítimo fruto de la puesta en juego de los diferentes factores en el proceso económico, o cuando ello no es posible, de lo que legítimamente deba recibir la persona de su comunidad.

La propiedad, sin embargo, no es para los demócratacristianos un fin en sí mismo, sino que debe entenderse fundamentalmente como medio que permita la realización de todas las personas en sociedad. De tal manera lo anterior, que la posesión privada se encuentra subordinada a una norma de superior jerarquía, cual es el derecho al uso común de los bienes, basado en su destino universal. Por lo tanto, el derecho de propiedad se encuentra limitado y regulado por el bien común.

Conforme al principio según el cuál se asigna la propiedad de la obra a quien la hace, el producto generado en una empresa, corresponde a todos los sujetos que la integran, en proporción a los aportes que hayan realizado, para lo cuál es necesario fomentar la participación en la toma de decisiones y en las ganancias de las empresas, por parte de todos sus integrantes. En un plano más general, las personas recibirán de acuerdo a su aporte en la sociedad, y cuando la remuneración no sea justa, o cuando la persona no pueda aportar, el Estado y la sociedad a través de sus organizaciones deben distribuir de acuerdo a las necesidades de cada uno. De esta manera, el proceso de distribución para los demócratacristianos no debe ser dejado en manos de la mera lógica de intercambios, sino que debiera fortalecer también las lógicas de redistribución y reciprocidad, de un trasfondo mucho más humanista y socializador.

Un mercado democrático, para nosotros, es aquel que logra colocar en pié de igualdad, la propiedad estatal, con la propiedad privada y la propiedad comunitaria. Todas ellas deben ser defendidas en el marco de los principios generales, aunque la propiedad comunitaria, cooperativa y asociativa, con sus diferentes formas y niveles, se acerque más al proyecto demócratacristiano.

La economía que proponemos fundamenta una democracia de trabajadores, que exige por lo tanto, la reformulación y redistribución de la propiedad, multiplicando las formas de agrupación colectiva a nivel de grupos, empresas y comunas –cooperativas y otras empresas de trabajadores-, junto con distintas formas de participación en los frutos de la propiedad y en la gestión de las empresas.

Programa de Principios del Partido Demócrata Cristiano, 1970.

  • La defensa y respeto por los derechos de la naturaleza

Una verdadera economía humana, además, es la que preserva los recursos naturales y valora en sí mismos los frutos de la naturaleza. En el estado actual de la evolución del mundo, la crisis ambiental ha puesto en tela de juicio el modelo de desarrollo imperante, que está íntimamente relacionado con el caos ambiental. Para los demócratacristianos el hombre está llamado a utilizar su medio en beneficio de su bienestar y el de las futuras generaciones. En ese sentido, se vuelve imperioso el principio de defensa de la naturaleza agredida desde las particulares formas económicas vigentes en nuestros mercados.

Por lo demás, los seres de la creación tienen valor en sí mismos y por lo tanto derecho a ser respetados. El desarrollo, como la economía, no pueden desvincularse de los valores ecologistas. Los demócratacristianos, nos oponemos de esta manera, a la expansión que el neoliberalismo ha tenido también en este campo, con la generación de nuevas contabilidades que implican pornerle precio a la vida, de suerte que la discusión ética termina siendo meramente técnica.

Distinta a la ética antropocéntrica, puede pensarse otra ética alternativa en la que la naturaleza no se redujera al hombre como referencia preponderante, sino que se concibiera la naturaleza como un todo, siendo el hombre una parte de ella, no necesariamente la más privilegiada, sino la más responsable, en cuanto el hombre es por su racionalidad el jardinero del mundo.

Rafael Carías, S.J., 1997.

  • El Desarrollo no es de cosas materiales sino de personas.

El desarrollo de las personas y del medio en que viven tiene implicancias económicas, sociales, culturales y políticas. La integración armónica de todos estos elementos se denomina "desarrollo integral". Por medio de éste, no se debe promover un "más tener" o un "más hacer", sino lograr un "más ser" o un "más vivir" en cada hombre, en todas sus dimensiones como hombre y en todos los hombres.

Ello supone nuestra defensa por un "desarrollo a escala humana", cuyo postulado básico es que el desarrollo se refiere a las personas y no a los objetos. La calidad de vida, que dependerá de la forma en que la persona satisfaga sus múltiples necesidades, en este sentido, debería tener más peso que la medición parcializada de cosas que muestra la reina de las categorías estadísticas en nuestros países consumistas y materialistas: el PBI.

En condiciones donde priman visiones materialistas del desarrollo, los demócratacristianos afirmamos que el objetivo de este proceso es la felicidad de los hombres y de los pueblos. En esa dirección, y en íntima conexión con el principio anterior, propugnamos un modelo de austeridad solidaria, donde todos puedan tener acceso a bienes y servicios fundamentales, en un marco de creciente igualdad de condiciones. Este modelo precisa en tal sentido, de un consumo alternativo de las personas, que supere la cultua consumista predominante y la cambie por formas más críticas y responsables, así como solidarias, de esta fase que es a la vez fin y finalidad de la economía.

El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre.

S.S. Pablo VI, 1967.