autogestión vecinal

A r t i g a s
el resplandor desconocido
(ensayo histórico)
© GONZALO ABELLA

Capítulo VII

El cielo de la gauchería

              "y allí estaba el olvidado
              cielo de la gauchería"
                   (Osiris Rodríguez Castillos, "Canción para mi guitarra")

     La Banda Oriental del Plata no tenía ni oro ni plata. Para los conquistadores era sólo un territorio de tránsito, aún muy próximo al océano; un remanso de playa y pradera para abastecerse de agua potable y carne fresca y después internarse por los grandes ríos sudamericanos.

     Si los portugueses y españoles ocuparon tardíamente estas fértiles tierras, los prófugos del poder colonial se apresuraron a elegirlas como enclave privilegiado.

     El ganado había sido introducido en estas praderas por los jesuitas y por el Gobernador de Asunción. Los charrúas habían desarrollado a partir de entonces una verdadera cultura del cuero en este suelo que pasó a llamarse "La Vaquería del Mar".

     Es por entonces que nace el gaucho oriental, de raíz multicultural: criolla, indígena y afroamericana. Hombres y mujeres gauchos se dedicaron durante los siglos XVII y XVIII a extraer cueros y grasa de ganado vacuno. Estos productos eran sacados ilegalmente por las playas oceánicas orientales gracias a los barcos piratas-comerciantes, especialmente franceses, que impulsaron así la alianza comercial (y cultural) gaucho-charrúa.

     En un libro escrito en 1952 (18) un investigador francés relata los siguientes episodios, que transcribo y luego me tomo la libertad de traducir:

     "En 1714 un informateur du Governeur de Rio de Janeiro aprend que plusieurs bateaux Français ancrés dans la baie de Montévidéo troquent des peaux et du suif" (...) "En 1717 un certain Jean David apparait dans le site montevidéen. Son navire, venu encore de Saint Malö est armé de trente canons et monté par cent hommes d'équipage" (...) "construirent un depôt et se mettant à faire des peaux, du suif et de la graisse avec l'aide del indiens du voisinage" (...) "Ce commerce illicite, couvert par des canons, n'est pas du goût des autorités espagnoles de Buenos Aires..."

     La traducción sería más o menos así:

     "En 1714 un informante del Gobernador de Río de Janeiro tuvo conocimiento de que numerosos barcos franceses, anclados en la bahía de Montevideo..." (recuérdese que la ciudad recién va a ser fundadad en 1725, G.A.) "...intercambiaban cueros y sebo..." (..) "En 1717 un cierto Jean David aparece en la zona de Montevideo. Su navío, llegado de Saint Malö, tenía treinta cañones y cien hombres..." (...) "Construyeron un depósito y se dedicaron a producir cueros, sebo y grasa con la ayuda de los indios de las cercanías" (...) "Este comercio ilícito, protegido por los cañones, no era del agrado de las autoridades españolas de Buenos Aires..."

     Fíjense que estamos hablando de los siglos XVII y XVIII; el extermino de los charrúas como cultura aconteció recién en el siglo XIX.

     O sea que la cultura criolla rural del Uruguay fue una de las más directamente influidas por pautas indígenas en cuanto a tecnologías, costumbres, tradiciones, medicina, religiosidad y ética. Conviviendo en alianza fraterna con el mundo charrúa los gauchos aprendieron los secretos del ecosistema en una relación de amor con él. Indígenas y gauchos vivieron de a caballo la nueva época, pero su sentimiento común y su cosmovisión seguían siendo básicamente las de los pueblos originarios de la pradera.

Hasta el mensaje cristiano (influencia guaraní misionera) era leído con matices diferentes en la pradera, matices que no aparecían en la selva.

     Antón en su ya mencionado libro "Urguay Pirí" habla de una "ideología de la pradera", fruto de la fusión de etnias y tradiciones que convivían sin conflictos internos en esta tierra fuera de la Ley (colonial). Yo prefiero hablar de "Cosmovisión desde la pradera" porque la propuesta que nace de este suelo es más que una ideología como sistema de ideas y conceptos organizados; es un encuentro multicultural hacia una Utopía común que abarca también sentimientos, intuiciones y sueños.

     Hombres y mujeres gauchos, de a caballo, vivían en una solidaria comunidad extensa, sin más fronteras que el horizonte, vinculados a un ecositema pródigo que les daba sustento y la posibilidad de vincularse al mercado mundial transgrediendo el monopolio español.

     Hombres y mujeres gauchos eran lo suficientemente indígenas como para menospreciar la acumulación capitalista y vivir plenamente aquello que después dijera el poeta argentino Atahualpa Yupanqui:

     "porque en mi pago un asado
     es de naides y es de todos"

   Este espíritu tan especial asombró a Félix de Azara, un naturalista español que pasa por estas playas a comienzos del siglo XIX y a quien el pensamiento positivista europeocentrista le atribuye una exagerada influencia en Artigas.

     La anécdota es conocida. Azara le pregunta a un gaucho si quiere ser su sirviente y cargar su equipaje, asegurándole que le pagará bien. El gaucho ("que está sin hacer nada" a los ojos del colonialista) le responde que precisamente está buscando un sirviente y pregunta a su vez a Azara si quiere servirle, aunque no puede pagarle.

     "L'alma gaucha" rioplatense es heredera de la mejor tradición de resistencia americana, que fue expresada con anterioridad, entre otros, por los pueblos originarios, desde los heroicos mapuches a las primeras naciones norteamericanas; por afroamericanos, por criollos rebeldes, por inmigrantes de inmensa dignidad y en su momento por Tupac Amaru II y el heroico Zumbí dos Palmares.

     Los gauchos rodearon a Artigas en el Sur y el Litoral y a GÜemes en el Norte, como después a Felipe Varela. Siempre desconfiaron de Buenos Aires y de Montevideo, tanto como de las clases acomodadas de las ciudades provincianas; los gauchos seguirán siendo rebeldes después del nacimiento de los estados platenses, primero como caudillos de alzamientos rurales y luego como matreros perseguidos, denunciadores de la injusticia, ídolos justicieros y prófugos del pobrerío rural.

     Pero los gauchos orientales, y esta fue una peculiaridad, estaban muy cerca del puerto, a la orilla misma del océano. El puerto y sus novedades llegaban a ellos, además, en las carretas truequeras de los mercachifles. De este modo las ideas de la revolución norteamericana, de la haitiana y de la francesa llegaron en su momento como una señal de que en los más remotos confines se hablaba de libertad y que las monarquías e imperios se tambaleaban.

     Hay que estar lleno de prejuicios contra el mundo rural para pensar (como muchos historiadores uruguayos pensaron) que las nuevas ideas sólo llegaban a los intelectuales de la ciudad. Hay sobrada documentación de que los esclavos, por ejemplo, las entendieron perfectamente. Los versos de Ansina las saludan.

     Artigas fue encarnación de esa alma gaucha multicultural, enamorada de sus tradiciones pero a la vez sensible y abierta a lo nuevo.

     De esto casi no se habla.

     Tampoco se habla de la religiosidad de ese mundo tan vasto, tan rico y diverso.

     Fue una religiosidad mágica, vinculada a los antiguos espíritus del monte y el río, a la certeza de la presencia de los abuelos muertos aconsejando y guiando. Fue una religiosidad diversa en el ritual pero común en el sentimiento de pertenencia a una misma causa, simbolizada por un panteón con elementos cristianos, indígenas y africanos, como lo demuestra la gaucha devoción por el "Negrito del Pastoreo".

     Las instituciones religiosas chocaban a veces con un mundo desbordante de fantasía y pujante de juventud. Pero hubo curas allí, representantes de la Iglesia-institución en ese templo de religiosidades naturales y de transgresiones irreverentes. Alguna vez, a medida que el escenario real iba reconstruyéndose ante mis ojos, esbocé las líneas siguientes.

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