autogestión vecinal
el laberinto de SalsipuedeS Morin desnuda delirio y ceguera

de la racionalización

y la soberbia académica

© por Rodolfo Porley (*)

Mientras nuestros Charrúas y demás civilizaciones aborígenes inscribían al mundo humano en la naturaleza, “el Homo occidentalis permaneció, hasta mediados del siglo XX, absolutamente ignorante inconsciente de la identidad terrestre y cósmica que lleva en sí mismo” - señala Edgar Morín -Todavía hoy, la filosofía y la antropología dominantes rechazan enérgicamente cualquier toma de conciencia y cualquier consecuencia de la identidad animal y viviente del hombre, denunciando como “vitalismo irracional” o “bilogismo” perverso cualquier reconocimiento de nuestro arraigo terrestre, físico y biológico”.

Denuncia que la identidad del hombre, “es decir, su unidad/diversidad compleja, ha sido ocultada y traicionada, en el propio corazón de la era planetaria, por el desarrollo especializado/compartimentado de las ciencias. (. . . ) La noción del hombre se ha descompuesto en fragmentos desarticulados y el estructuralismo triunfante ha creído poder eliminar, definitivamente, ese irrisorio fantasma. La filolsofía encerrada en sus abstracciones superiores, sólo ha podido vincular con lo humano en experiencias y tensiones existenciales como las de Pascal, Kierkegaard, Heidegger, sin poder vincular nunca, sin embargo, la experiencia de la subjetividad a un saber antropológico. No es casual que no haya existido saber antropológico reunido. ”

La compartimentalización disciplinaria y las esclerosis universitarias han impedido esa reunión, y tanto más cuanto los datos que permtía las articulaciones no habían sido evidenciados todavía, prosigue E. Morin, recordando que fue recién en los años 1955-1960 que emergieron casi simultáneamente las primeras teorías de la auto-organización (Henz von Foerster), de la complejidad (J. Von Neumann), de los primeros enfoques de la dialéctica universal entre orden, desorden y organización. Ya con su plena participación desde entonces, a partir de las ideas de auto-eco-organización, y de la integración del desorden en la organización cerebral-mental, así como a partir de progresos de la neurociencias, “podemos considerar la fabulosa máquina de cien mil millones de neuronas y trillones de interacciones sinápticas que es el cerebro del Homo sapiens demens ” , sostiene Edgar Morin quien a comienzo de esa década de los 70 editó El Paradigma Perdido”. Es por fin posible, concluye, desde 1970, “poner las bases de una antropología fundamental”.

Entiende que no existe una antropología como “una ciencia multidimensional (articulando en su interior lo biológico, lo sociológico, lo económico, lo histórico, lo psicológico). Solo una ciencia antropológica tal podrá , a juicio de Edgar Morin, revelar “la unidad/diversidad compleja del hombre, sólo podrá edificarse realmente en correlación con la reunión de las disciplinas separadas, compartimentadas todavía. ”. Tarea todavía más desafiante, agrega, porque “esa reunión exige el paso del pensamiento reductor, mutilador, aislante, catalogante, abstractificante, al pensamiento complejo. ” (E. Morin 1993 p 71).

Llama con pasión no solo a recomponer el todo, sino a movilizar el todo. Entiende que el conocimiento del mundo como mundo “se hace necesario intelectual y vitalmente al mismo tiempo, ” so pena de imbecilidad cognoscitiva. Entiende que es “el problema universal para todo ciudadano: cómo abrirse al acceso a las informaciones sobre el mundo y como adquirir la posibilidad de articularlas y organizaras. Pero para articularlas y organizarlas y así reconocer y conocer los problemas del mundo, es necesaria una reforma del pensamiento. Esta reforma que comporta el desarrollo de la contextualización del conocimiento, recurre ipso facto a la compleficación del conocimiento”. Encontraste desnuda el pensamiento mutilado que se considera experto y la inteligencia ciega que se considera racional, las que siguen reinando, denuncia Morin. “La inteligencia parcelaria, compartimentada, mecanicista, desglosadora, reduccionista rompe el complejo del mundo en fragmento desglosados, fracciona los problemas, separa lo que está unido, unidimensionaliza lo multidimensional. Es una inteligencia miope, présbita, daltónica, tuerta a la vez; acaba a menudo por estar ciega. Destruye en la cuna todas las posibilidades de comprensión y de reflexión, eliminando también cualquier posibilidad de un juicio correctivo o de una visión a largo plazo”. Y para el, esa incapacidad de la “inteligencia ciega” la hace “inconsciente e irresponsable. Se vuelve mortífera”.

Insta asimismo a “restaurar la racionalidad, contra la racionalización”. El pensamiento mutilado y la inteligencia ciega , considera Edgar Morin, se afirman y se creen racionales. De hecho, el modelo racionalista al que obedecen es mecanicista, determinista, y excluye por absurda cualquier contradicción. No es racional sino racinalizador. (Oc p 197).

Pone un de sus énfasis principales en este enfoque. Morin insiste en sus obras en que debemos abandonar las racionalidades parciales y cerradas, denunciando a la vez las “racionalizaciones arbitrarias y delirantes que consideran irracional cualquier crítica racional que se las haga”. (Oc.p111) Punto en que es categórico. “Debemos liberarnos del paradigma pseudo-racional del Homo sapiens faber según el cual la ciencia y la técnica asumen y cumplen el desarrollo humano” (Diem). Advierte sobre la desenfrenada carrera de la tecnociencia, la ceguera que produce el pensamiento parcelario y reductor que nos ha arrojado a una descontrolada aventura. Pero a la vez que estamos ante peligros mortales para el conjunto de la humanidad, (arma nuclear, amenaza contra la biosfera) al mismo tiempo se abre la oportunidad de salvara la humanidad “a partir de la propia conciencia del peligro”. Empero es una disyuntiva muy difícil dada no solo esa ceguera sino la soberbia impuesta por un “delirio lógico de la racionalización”.

La verdadera racionalidad, insiste Morin “está abierta y dialoga con una realidad que se le resiste. Efectúa un incesante vaivén entre la lógica y lo empírico; es el fruto del debate argumentado de las ideas , y no es propiedad de un sistema de ideas. La razón que ignora a los seres, la subjetividad, la afectividad, la vida, es irracional”.

Llama a tener en cuenta “el mito, el afecto el amor, el arrepentimiento, que deben ser considerados racionalmente. La verdadera racionalidad conoce los límites d la lógica, del determinismo, del mecanicismo; sabe que el espíritu humano no puede ser omnisciente, que la realidad comporta misterio, negocia con lo irracionalizado, lo oscuro, lo irrazonable. Debe luchar contra la racionalización que bebe en las mismas fuentes que ella y que, sin embargo, sólo incluye en su sistema coherente, que se afirma exhaustivo, algunos fragmentos de la realidad. No solo es crítica sino también autocrítica. La verdadera racionalidad se reconoce por su capacidad de reconocer sus insuficiencias”.

En este sentido, el director emérito del centro de investigación mas importante de Francia y de relieve mundial, el C. N. R. S. no deja a lugar a dudas sobre ese manejo delirante y elitista de los pretendidos “sacerdotes del saber”. :

“La racionalidad no es una propiedad (en los dos sentidos del término: 1ro. La cualidad de la que están dotados algunos espíritus -científicos, técnicos- y de la que carecen los demás, 2do. el bien del que son propietarios los técnicos y los científicos).

“Al hacernos conscientes, nos invita a romper con la ilusión, propiamente occidental, de creernos propietarios de la racionalidad, y con la costumbre de juzgar cualquier cultura por el rasero de sus logros tecnológicos. En cualquier sociedad, por arcaica que sea, al mismo tiempo que mitos, magia y religión, hay presencia de racionalidad en la confección de útiles, las tácticas e caza, el conocimiento de las plantas, de los animales, del terreno. ”. Y por si alguien se hace el distraído, agrega Morin que “en nuestras sociedades modernas hay también presencia de mitos, de magia, de religión, incluido el mito providencialista que se camufla bajo la palabra razón, incluida una religión del progreso. La plena racionalidad, por su parte, rompe con la razón provincialista y con la idea racionalizadora del progreso garantizado. Nos lleva a considerar en su complejidad la identidad terrena del ser humano”.

Y de la mano, agregamos, a reconsiderar y revalorizar, re-ligar, todas las sabidurías milenarias y en particular esa que queremos rearmar con los pedazos de memorias, valores, piedras arregladas, trabajadas, encimadas, ordenadas, amontonadas, grabadas, pintadas, en definitiva amadas como parte de la belleza de esta Tierra Charrúa.

Este extenso glosario de Edgar Morin obedece a que es uno de los pocos intelectuales del mundo, el único al menos que conocemos, que ha elaborado un pensamiento crítico-autocrítico generalizador enfrentando en su médula algunas reservas de nuevas barbaries que se escudan en ámbitos académicos.

En materia de educación, por ejemplo, Morin señala que “el modernismo cree que es necesario adaptar la universidad a las necesidades sociales presentes del mercado y de la economía, cuando la misión de la universidad es también, integrar en el presente los valores transeculares que lleva en su seno”. Opina que, “pese a las resistencias académicas, desde el presente debe prepararse la reforma del pensamiento, la única que permite responder a los desafíos de la complejidad que nos plantea lo real. Semejante reforma sería mucho más que aggiornamento y modernización: respondería a las propias necesidades de prosecución de la hominización” (oc p 183).

Y no vacila tampoco Edgar Morin en identificar y acusar a estos “popes”: “Hay, sobre todo, una resistencia del establishment mandarín/universitario al pensamiento transdisciplinario, tan formidable como lo fue la de la Sorbona del siglo XVII al desarrollo de las ciencias. La posibilidad de pensar y el derecho al pensamiento son rechazados por el propio principio de organización disciplinaria de los conocimientos científicos y por el hecho de que la filosofía se encierre en sí misma (. .. ) Los científicos niegan a los no científicos la aptitud, el derecho, la capacidad de pensar sus descubrimientos y sus teorías. . . ” Y, agregamos, criticarlas, rebatirlas, denunciar sus omisiones y sus tendenciosidades.

Asistimos a formidables trastornos aportados por los descubrimientos científicos de finales del siglo XX, señala Edgar Morin, que al compararlos con la revolución en las concepciones del mundo, de la Tierra, del hombre, que se llevó a cabo en el siglo XV occidental, entiende que esta “fue sólo una pequeña crísis ministerial”.

En estas ultimas décadas, “hemos tenido que abandonar un universo ordenado, perfecto, eterno, cambiándolo por un unidos en dispersión, naciendo de la irradiación, donde operan dialógicamente, es decir de un modo complementario, concurrente y antagonista al mismo tiempo, orden, desorden y organización. Hemos tenido que abandonar la idea de una substancia viva específica, animada por un aliento propio, para descubrir la complejidad de una organización viva que emerge de procesos físico-químicos terrestres. Hemos tenido que abandonar a idea de un hombre sobrenatural procedente de una creación separada, para hacerle emerger de un proceso en el que se desprende de la naturaleza sin disociare, sin embargo, de ella. ”

Estamos a millones de años luz de una centralidad humana en el cosmos, subraya, y al mismo tiempo “no podemos ya considerar como entidades separadas, impermeables unas a otras, al hombre, la naturaleza, la vida, el cosmos ( ob. cit. P 72). Morin analiza la tragedia del “desarrollo”, el gran paradigma occidental del progreso. Indica que la idea desarrollista, verdadero mito global, concepción reductora donde el crecimiento económico es el motor necesario y suficiente de todos los desarrollos sociales, psíquicos y orales “Esta concepción tecnoeconómica ignora los problemas humanos de la identidad, la comunidad, la solidaridad, la cultura. (...) Vinculada a la fe ciega en la irresistible marcha hacia adelante del progreso, la fe ciega en el desarrollo ha permitido, por una parte, eliminar las dudas, y por la otra, ocultar las barbaries puestas en marcha por el desarrollo del desarrollo. El mito del desarrollo determinó la creencia de que era preciso sacrificarlo todo por el” . Morin denuncia que tal concepción inspiro el proceso genocida y etnocida de sociedades arcaicas, sino las empujó al interior de los bosques y desiertos, “donde los exploradores y prospectores de la era planetaria (cuyo origen Morin sitúa hace cinco siglos) las descubren para aniquilarlas muy pronto. Hoy, salvo rarísimas excepciones, han sido definitivamente asesinadas, sin que sus asesinos haya asimilado la parte mas importante de sus milenarios saberes. La historia, implacable con las civilizaciones históricas vencidas, ha sido irremisiblemente atroz para todo lo prehistórico.

La prehistoria no se extinguió, ha sido exterminada. Los fundadores de la cultura y la sociedad Homo sapiens han sido hoy definitivamente genocidiados por la propia humanidad que ha progresado así en el parricidio (o. c. p10).

Acusa Morin que tras treinta años consagrados a la actual concepción del desarrollo se han agravado las desigualdades, el 25 % de la población del globo que vive en los países ricos consume el 75 % de la energía, La grandes potencias conservan el monopolio de la alta tecnología y se apropian incluso del poder cognoscitivo y manipulador sobre el capital genético de las especies vivas, incluida la humana (. . ) El tercer mundo sigue sufriendo la explotación económica, pero sufre también la ceguera, el pensamiento de corto alcance, el subdesarrollo moral e intelectual del mundo subdesarrollado. ”

El mercado mundial “substituye el policultivo que satisfacía necesidades familiares y locales (. . . ) El éxodo rural llena los barrrios de chabolas de los sin trabajo. La monetización y la mercantilización de todas las cosas destruye la vida comunitaria de convivencia y de servicios prestados. Lo mejor de las culturas indígenas desaparece en beneficio de lo peor de la civilización occidental. La idea desarrollista fue y es ciega alas riquezas culturales de las sociedades arcaicas o tradicionales que solo han sido contempladas a través de gafas economicistas y cuantitativas. Sólo se ha advertido en sus culturas ideas falsas, ignorancia, supersticiones, sin imaginar que contenían profundas intuiciones, conocimientos milenariamente acumulados, sabidurías de vida y valores éticos atrofiados entre nosotros. . . ” (Morin 1993 p 94).

“En su propia fuente europea, el desarrollo de la modernidad urbana e industrial ha acarreado la destrucción de culturas rurales milenarias, y comienza a atacar el tejido de las distintas culturas regionales, que resisten con desigual fortuna (. . . ) El desarrollo tiende a completar la desintegración de las culturas arcaicas iniciada desde tiempos históricos y proseguida masivamente por la colonización. El mundo de las culturas indígenas, reducido hoy a 300 millones de personas, está condenado a muerte. Estamos asistiendo a la ultima fase de la aniquilación de las culturas cazadoras-recolectoras que subsistían todavía en las selvas tropicales, las montañas salvajes, las extensiones desérticas. Los progresos de la medicina producen higiene y curación, pero hacen que se pierdan los remedios y prácticas de curanderos o brujos; la alfabetización aporta la cultura escrita, pero destruye las culturas orales portadoras de conocimientos y sabiduría milenarios (. . . ) En todos los casos, incluso en Europa, pero con mayor gravedad fuera de Europa, el desarrollo destruye con mayor o menor rapidez las solidaridades locales, los rasgos originales adaptados a las condiciones ecológicas singulares. ”

Desde el seno de una de las mecas otrora colonialista e imperialista, Edgar Morin erige toda esta reflexión crudamente autocrítica. “El desarrollo de los desarrollados es un subdesarrollo moral, psíquico e intelectual. Hay, ciertamente, una carestía afectiva y síquica, más o menso grande, en todas las civilizaciones; pero hay que ver la miseria mental de las sociedades ricas, la carestía de amor en las sociedad ahítas, la maldad y agresividad miserable de los intelectuales y universitarios, la proliferación de ideas generales hueras y puntos de vista mutilados, la pérdida de lo global, de lo fundamental, de la responsabilidad (. . ) Hay un desarrollo específico del subdesarrollo mental, bajo la primacía de la racionalización, de la especialización, de la cuantificación, de la abstracción, de la irrresponsabilización, y todo ello suscita el desarrollo del subdesarrollo ético”.

Exhorta a repensar críticamente la idea, igualmente subdesarrollada , recalca Morin, de “subdesarrollo”. Recuerda que esa idea “ignora las eventuales virtudes y riquezas de las culturas milenarias de las que son/eran portadores los pueblos llamados subdesarrollados. Esta noción contribuye poderosamente a condenar a muerte estas culturas, vistas como un montón de supersticiones”. No cae precisamente en la idealización genérica de cada cultura distinta ni en la noción de que cada cultura es, en si misma, satisfactoria. Entiende que hay que respetar las culturas, pero que esas son en si mismas imperfectas, “como también nosotros somos imperfectos. Todas las culturas, como la nuestra, constituyeron una mezcla de supersticiones, ficciones, fijaciones, saberes acumulados y no criticados, errores groseros, verdades profundas. Pero al no ser discernible esta mezcla a primera vista, debemos estar atentos y no clasificar como supersticiones los saberes milenarios, como por ejemplo, los modos de preparar el maíz en México que los antropólogos atribuyeron durante largo tiempo a creencias mágicas hasta descubrir que permitían asimilar la lisina, substancia nutritiva de lo que fue, durante mucho tiempo su único alimento. . Así, lo que parecía “irracional” correspondía de hecho a una racionalidad vital”.

¡Cuántas nuevas miserias se habrán creado luchando contra la miseria, aunque sólo sea al destruir economías de subsistencias, al introducir la moneda donde existían intercambios y ayuda mutuos!, reflexiona Edgar Morin (oc p 130). Cita propuestas como las de Jean Gimpel para la invención de técnicas intermedias, que establezcan una invención entre las técnicas arcaicas y las técnicas mas evolucionadas. Esfuerzos notables ha conocido en el altiplano boliviano el investigador Gonzalo Abella.

Edgar Morin llega a la conclusión que “mientras seamos mentalmente subdesarrollados, aumentaremos el subdesarrollo de los subdesarrollados. La disminución de la miseria mental de los desarrollados permitirá rápidamente, en nuestra era científica, resolver el problema dela miseria material de los subdesarrollados. Pero carecemos precisamente, de toda conciencia de este subdesarrollo mental del que no conseguimos salir”. Con lo que Edgar Morin arriba a su reflexión principal, en el sentido de que “un problema clave de la hominización” es precisamente ese subdesarrollo mental, psíquico, afectivo, humano, incluido el de los desarrollados. Esboza un concepto de “metadesarrollo”, donde las finalidad de vivir realmente y vivir mejor quieren decir “vivir con comprensión, solidaridad, compasión, Vivir sin ser explotado, insultado, despreciado. ” (Oc p 130).

Y no por otra cosa defendieron esta su tierra nuestros Charrúas.

(*) Rodolfo Porley: 1946, Durazno, Uruguay.- Inició a los 17 años su oficio de comunicador, pasando por varios medios periodisticos del Uruguay y extranjeros. La investigación y difusión sobre los charrúas fue publicada en varios fascículos del Laberinto de Salsipuedes por el diario La República de Montevideo.

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