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Cultura e Identidad uruguaya

Gardel, foto del uruguayo Silva

Carlos Gardel (VI)

Para "El Zorzal" imbatible "no habrá más penas ni olvido..."
Sin tiempo ni edad, a toda magia de pueblo
GURUYENSE (tomado de El País)

El rito invariable se mantiene sin fisuras: sencillamente Carlos Gardel, el único, el incomparable. Una
perdurabilidad a nivel universal como no encuentra réplica en ningún otro artista en el siglo que culmina.

Sesenta y cuatro años después de Medellín, la voz invicta le sigue ganando al paso irreversible del tiempo, a las mutaciones de las costumbres, al asombro de las transformaciones tecnológicas que no consiguen atenuar, ni por asomo, la vigencia del impar personaje.

Para Carlos Gardel, "El Invicto" genuino, sin implicancias de metáfora, el ayer es siempre hoy en una suerte de trasmisión generacional que pauta con más graficismo que cualquier otro aspecto la perdurabilidad admirable de su legado.

Ese territorio del imaginario y la memoria del Río de la Plata, con proyecciones universales, pautando indiscutiblemente la impronta del artista de mayor representatividad de la historia latinoamericana y, al mismo tiempo, la voz más emblemática, fecunda y de expresividad fuera de serie de todo el panorama de la música popular del siglo que llega a su fin.

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Como una presencia cotidiana, acompasada al propio tránsito de la existencia de todos y cada uno de nosotros, "El Mago" desgrana su canto por encima del tiempo y las distancias para reafirmar, con la solidez de lo indiscutible, los justos conceptos de Horacio Ferrer al afirmar que "la omisión de Carlos Gardel en cualquier retrato del siglo XX sería tan grave como haber tachado parte del alma de un continente y, con ella, una parte del propio siglo".

Canta "El Zorzal", o "El Mudo", como alguna vez se le llamó en el límite admirativo de la picaresca y el ingenio de barrio, y la comedia humana se hace acento y vuelo melódico para recordarnos, junto a la sapiencia del maestro imborrable, Lauro Ayestarán, que hay un tema de Carlitos para cada hora del día o de la noche y para cada estado de ánimo por la sencilla razón de que abordó con su acento privilegiado todos los resortes de la sensibilidad humana.

Una voz intemporal, a la que siempre se le redescubre un matiz distinto, que conjugó todos los factores imaginables a la manera de un genuino innovador.

Ese vanguardista genuino nacido en los pagos de Tacuarembó -que aprendió a cantar en su niñez y adolescencia
montevideanas- y cuya etapa de consagración tuvo indiscutiblemente como epicentro a Buenos Aires codificó para siempre el canto del tango, algunos años después que hiciera maravillas en el tratamiento vocal de los temas camperos.

Entre tantos testimonios de solidez irrebatible, el gran Edmundo Rivero -gran maestro de cantores y músicos- habla con acierto en su libro clave "Las voces, Gardel y el canto", de "la claridad, la limpieza, la riqueza y belleza de su fonética, de la pureza y brillantez de su sonido, de las consonantes perfectamente articuladas, de la base de la voz bien regulada por la intención de la palabra, del sentido interpretativo pleno, del temple, imaginación y memoria, del sentimiento en la melodía, de la fuerza y vigor en el ritmo".

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Con pleno conocimiento de causa, Rivero escribía en esa obra de tanta hondura y rigurosidad analítica, que "la cultura vocal de Gardel comprendía no sólo la técnica sino también el arte, la interpretación; la emoción, que como todo sentimiento es irracional, tenía en él la condición de parecer racionalizada y en los pasajes más dramáticos era capaz de controlar el desborde sentimental atenuando la voz en lugar de elevarla, lo que trasmite al oyente una suerte de reserva, de pudor en la expresión".

Hoy como ayer, ¡siempre!, la voz y la estampa que derrotan al olvido renuevan la certeza de una vigencia cuya razón de ser no debe buscarse en explicaciones sociológicas sino en la sencilla razón de que fue un precursor, un adelantado en todos los órdenes, abriendo rumbos en el mundo para el canto y la música popular rioplatense.

Un auténtico artesano de sí mismo que fue, y es, el mejor en lo suyo, a fuerza de estudio sin pausas, de disciplina de trabajo, de profesionalismo sin concesiones.

El cantor, el intérprete cabal, el actor, el creador de temas para siempre y, en el mismo orden, la imagen misma del hombre rioplatense con sus virtudes y sus defectos, sus logros y sus frustraciones, sus perfiles y sus utopías.

Por todo ello, Gardel es parte inquebrantable de ese imaginario de pueblo que atesora vivencias y capítulos sin postergación posible en un libro imaginario de incontables páginas.

Más allá de los a veces inevitables lugares comunes y frases de ocasión, sobrevolando las varias bibliotecas y archivos musicales sobre su vida y trayectoria artística, por encima, incluso, de realidades y mitos que genera toda leyenda de multitudes, perdura el artista pleno, incomparable, y la fraterna referencia de un viajero del tiempo sin edad.

Escucharlo con el corazón a flor de piel es el mejor tributo que podemos rendirle cada jornada, sin la rigurosidad del almanaque que hoy nos reencuentra con otro 24 de junio y un nuevo rito de San Juan.

¡Canta Carlitos!, y lo demás es entonces mera anécdota.

Por allí, mientras se desanda la montevideanísima y sureña (calle) Isla de Flores de sus "primeros principios", la reflexión del gran Juan Carlos Onetti cobra más palpitación que nunca: -"Gardel es parte inseparable de la geneología de los pueblos del Plata y el fenómeno artístico más importante que se ha dado en el Uruguay".

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