Cuando intervenimos en Violencia Familiar es imprescindible hacerlo desde esta perspectiva de género, lo que hará posible que las personas asistidas puedan crear las condiciones para vivir en libertad, establecer relaciones equitativas, simétricas, elegir a sus parejas -y no sólo ser elegidas- ejercer libre y plenamente su sexualidad y lograr armonía en todas las áreas de sus vidas.
La mujer queda entonces circunscripta al ámbito doméstico y privado y el hombre al ámbito público, dando lugar estas diferencias al dese- quilibrio de poder y a la relación de subordinación e inferioridad en que se encuentra la mujer con respecto al hombre.
Estas tareas realizadas tradicionalmente por las mujeres están destina- das a asegurar el mantenimiento y la reproducción de la fuerza laboral actual (su compañero) y la futura fuerza de trabajo (infantes y niños en edad escolar). Se trata de un trabajo no remunerado, ni reconocido so- cialmente. Es un trabajo invisible, que solamente se percibe cuando está mal realizado o cuando se lo realiza en forma insuficiente, como señala M. Burin (op.cit. p.81). Los varones, en cambio, son los encarga- dos de la producción de bienes y servicios, y de proveer económica- mente a la familia.
Aunque las mujeres tengan un trabajo remunerado fuera de su hogar, realizan igualmente el trabajo doméstico; y en ca- so de tener una persona que realice el trabajo doméstico por ellas, continúan siendo responsables por lo que ocu- rre en su hogar. El desempeño de los roles de género tradicio- nales -madre, esposa y ama de casa- genera sensaciones de tensión y agotamiento, produc- toras de estrés, como afirma Mabel Burín (Género y Familia, Ed. Paidós, Bs. As., 1999, p.85).
Meler, Irene: "Género y Familia". Paidós, 1999, p.83)