D A N I E L   E S C A R D Ó
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Escultura

Los árboles de la barbarie y torres torcidas   Texto por Daniel Escardó

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La fascinación que produce la sola idea de construir esculturas de gran tamaño es común a casi todos los escultores. Un formato que supere al humano, que soporte las inclemencias climáticas, que perdure en el tiempo. Sin embargo esta idea era algo que tenía descartado. Seguramente por tener muy claro los problemas de las grandes escalas.
En Objectum me había dedicado a perfeccionar el modelado para fundición y de allí surgieron pequeños seres mecánicos, móviles. Como en etapas anteriores, se trataba de un sistema de partes compatibles con el que construir. Un trabajo de paciencia, casi de laborterapia. En esa etapa transporté el taller a la cocina, usé el microondas para la cerámica, y trabajé mientras oía música y me preparaba algo de comer, en una suerte de minimalismo técnico.
Pero en febrero del 2005 me llamaron de Estados Unidos para proponerme proyectar una escultura terrena de cinco o seis metros de altura. Una pequeña ciudad del estado de Florida había decidido engalanarse con grandes esculturas, y pedía proyectos. Comencé a diseñar enseguida y surgieron ideas interesantes, pero los plazos eran muy cortos y no llegué a tiempo. A esa altura mis pinturas ya habían avanzado bastante y en las telas aparecían dibujos que pretendían claramente materializarse como esculturas, por lo que transferí esos dibujos a mis cuadernos y abrí una etapa de investigación paralela. La idea de construir ya me había “prendido”.

 

El primer diseño que surgió fue un gran obelisco con un cabezal eólico, una veleta, una enorme veleta de seis metros de altura, que marca los puntos cardinales y la dirección del viento. Una pieza gótica con dos brazos, una cola y un pararrayos con forma de estrella en su cima.
En toda esta primera etapa mantuve una dicotomía constructiva entre la base y el cabezal de la escultura. Intenté construir esta obra o al menos saber cómo hacerlo, para lo que intercambié ideas con ingenieros.
De alguna manera resolví casi todos los problemas técnicos y constructivos. Pero las dimensiones me superaron, sobre todo por el hecho que era muy poco lo que podía hacer por mis propios medios, y aún estaba acostumbrado a resolver mis obras por mi mismo.
A partir de aquí y durante muchos meses no hago más que pensar, camino por la playa y pienso. Si las ideas me parecen buenas, camino rápido. A veces me empantano en la arena y sé que eso no va andar o que me va a llevar mucho tiempo y complicaciones. Cuando llego a casa dibujo, lleno cuadernos con ideas, con posibles materiales, con posibilidades de posibilidades.

 

 

 

 

Finalmente elegí el camino difícil. Una unidad formada por pequeñas partes, un enorme rompecabezas. O mejor dicho una serie de grandes rompecabezas.
La cristalización, la fragmentación. Esto ya lo había revisado en el arte islámico, la multiplicación caleidoscópica. La perfecta geometría. La sucesión de partes que levantan un todo. Pero las ínfimas modificaciones que se producen al transportar una parte a la siguiente se multiplicaban, y lo que iba a ser una recta era de pronto una curva helicoidal. Nada era lo que se suponía.

 


El transporte de objetos del plano virtual al “real” (por llamarlo de alguna manera) ha sido una constante en mi forma de trabajo. Generar algo en la computadora, construirlo en el plano material para luego escanearlo y volver a introducirlo en la máquina. Esta forma de trabajo induce a errores controlados, y los resultados son muchas veces completamente inesperados. El ensamblaje de una maqueta por primera vez suele ser todo un acontecimiento, porque es muy difícil prever cómo se va a comportar.
Luego de haber construido más de diez maquetas con diferentes ideas, tomar una decisión sobre qué obra construir primero no fue nada fácil. El pasaje de las maquetas a una escala mayor implica idear un sistema aglutinante que se trepe o sostenga las partes, que genere la unidad. Luego de mucho cuestionarme me decidí por las torres torcidas, el proyecto que me pareció más manejable, el que finalmente construí primero. Una de las sorpresas más agradables que me dió esta obra, fue que una vez finalizado su armado pude corregir sus curvas usando una variación no planificada de los sistemas de sujeción. Con dos llaves mecánicas y una escalera pude forzar o suavizar las curvas preestablecidas. Otra vez un elemento inesperado e inexacto introducía un cambio en el proyecto.

Muchos de los movimientos y reflexiones que me llevaron a todo este desarrollo terminaron por completar la obra. Fue muy saludable tomar distancia y observar todo el proceso. En determinado momento sentí la necesidad de alejarme de lo construido y preguntarme qué fue exactamente lo que había pasado. Sobre todo por la cantidad de elementos casuales que dan la sensación de haber sido fríamente planificados.
En la última década se han desarrollado muchos programas de computación y periféricos de ejecución que permiten finos cálculos y transportes al plano material muy precisos. Una ayuda increíble en proyectos de gran formato.

 

Sin embargo la precisión aquí parecería ser la bandera de un aburrimiento seguro. El plotter dibuja el mismo archivo infinidad de veces y el círculo siempre es el mismo. ¿Pero qué sucede si sacudimos al plotter cuando está dibujando un círculo perfecto y lo volvemos a hacer círculo tras círculo? Esos círculos ya no son tan perfectos. ¿Qué sucede si escaneamos esos círculos imperfectos y los volvemos a introducir en la computadora? Lo que aparenta ser repetición ya no lo es, y lo que aparenta ser lo mismo es ahora diferente. Aquí es donde las tensiones comienzan a ser creadas por las discrepancias, y lo que debería ser recto es torcido y lo que debería ser perfecto ya no lo es.
Creo que ambos proyectos me llevaron a un mismo tema: al deterioro de las cosas, al reloj invertido que marca el nacimiento en la perfección y luego no encuentra otro camino que el de corromperse y deteriorarse. Tal vez para parecerse más a su entorno. Si las cosas son rectas debemos saber qué sucede cuando las torcemos, si las bases son sanas debemos saber qué sucede cuando las enfermamos.



Es complicado dar la vuelta y una vez que tomamos una dirección no podemos volver en el otro sentido. Construir, destruir y volver a reconstruir parece ser el falso sentimiento de evolución que nos acompaña. La idea de que todo se va a perfeccionar en un futuro, de que el conocimiento nos va a salvar, de que vamos camino a ser mejores nos lleva a gran velocidad hacia lo que nos parece ser un buen destino. Tal vez así lo sea, pero cuando el reloj complete su ciclo y todo vuelva a empezar de nuevo.