Serie: Los Pliegues de la Lectura (XXVII)
Ortografía: una definición que cambia
Oscar Yáñez
En 1999, la Real Academia Española de la Lengua publicó su ortografía –con una reforma que aún descansa a la sombra- parcialmente actualizada aparentemente a la luz de un espíritu panhispánico, por lo que reza el prólogo del libro que la contiene.
Las modificaciones ortográficas son simples y, por eso, aún pasan inadvertidas. Por lo tanto, no provocan ningún cisma ni sismo en ámbitos culturales, educativos y jurídicos, como, según algunas informaciones de prensa, ocurrió con alguna lengua europea, fruto de la tal vez frágil coordinación entre los diversos sectores de la comunidad hablante. El entendimiento y el acuerdo en el mundo hispanohablante es uno de los factores más complejos en torno a una reforma ortográfica del español. Provocaría incisivos cambios en el modo de escribir, comprendido en su más amplio espectro, de unos cuantos millones de personas.
Sin embargo, a pesar de las tímidas, no por ello innecesarias, modificaciones que se desprenden de la vernácula ortografía, la Academia sí cambió profundamente su concepción acerca de la materia.
En tal sentido, corresponde observar las dos últimas definiciones académicas con treinta años de diferencia; nos referimos a la del texto de 1969 y a la que conocemos desde el año pasado.
El texto académico del 69
Ángel Rosenblat, en 1974, publicó el texto elaborado por la corporación hispánica en 1969, en el libro "Actuales normas ortográficas y prosódicas de la Academia Española", de la editorial OEI.
En el primer párrafo de la página 91, nos enfrentamos a la definición: "La ortografía enseña a escribir correctamente las palabras".
Como primera apreciación, impresiona el verbo elegido por los autores, en aquella época: "enseña". Aparentemente la ortografía tiene que ver con la didáctica o con una metodología de enseñanza. También, nos cuestionamos sobre el grado de adecuación de una definición que alude a lo definido por lo que sería su función y no por lo que realmente es.
Ante esto, y en primer lugar, destacamos que la médula del concepto de ortografía, muy usual en los últimos años, involucra la idea de conjunto de normas. Además, sabemos que los hablantes aprenden esas normas solos o porque alguien se las enseña, en el ámbito escolar o familiar. Esto nos hace sentir que el enseñar está en manos de alguien; no particularmente, en el nivel que es exclusividad de la escritura. En segundo lugar, las normas ortográficas más que enseñar, como tales, pretenden simplemente regular. Y la consecuencia de esa función es la uniformidad de la escritura entre los escribientes de idéntico idioma. En realidad, quien conoce esas normas opta o puede optar por aplicarlas o, de manera complementaria, enseñarlas para que otros las apliquen; con respecto a este último caso vemos la posibilidad de orientar hacia la selección y hacia la elección.
Por supuesto, podríamos tomar otro significado atribuible al verbo que nos ocupa: el de exhibir. Si así lo hiciéramos, estaríamos más cerca del concepto que anteriormente esgrimimos, en el entendido de que la ortografía "indica" o "muestra". A pesar de ello, nos parece que esta segunda acepción del vocablo "enseñar" no se conjuga con la intención que se desliza de la definición. Para comprobarlo, y sin necesidad de ser avezados analistas, alcanza con apreciar la estructura de la misma y su significado: "enseña a escribir"; la ortografía hace para que otros hagan. Se desvanece la posibilidad de que la ortografía muestre o exhiba algo. (Este algo sería el conjunto de normas antes aludido.)
Atentos a otro sentido de la definición, la ortografía aparece en estrecha y exclusiva relación con las palabras, y se ignora, en principio, que la ortografía compromete un verdadero abanico de aspectos que, además de las palabras, contiene los signos de puntuación, el tilde y el relieve que se le da al mensaje escrito. Hemos dicho "en principio", porque hacia el final del capítulo, la Academia se detiene en "los signos auxiliares". Más adelante, manifiesta la necesidad ocasional de "destaque" en el mensaje, que el escribiente del español aprovecha sabiamente. Por lo tanto, nos tienta ver una quizás inexcusable jerarquización: la ortografía aborda, por encima de todo, el uso de los grafemas; luego, lo concerniente a los otros aspectos fundamentales en la escritura que ya hemos enumerado.
Lengua y ortografía
Con estas reflexiones pretendemos manifestar que nos llama la atención la relación planteada entre ortografía y lengua, en los viejos preceptos académicos. En apariencia la ortografía, según aquel concepto, no es inherente a la lengua. Está fuera o por encima del idioma, como algo distante y artificial. Si bien es verdad que la ortografía es creación humana, lo es porque la lengua también fue creada por el hombre. Por lo tanto, la ortografía no está ajena a la lengua. Es parte de ella o, de otra manera, surge de ella. No se trata de una actividad paralela de creación de normas que coercitivamente se aplican a la hora de escribir. Ese conjunto de normas emerge del idioma, de acuerdo con determinadas informaciones: históricas, sintácticas, morfológicas, pragmáticas, fónicas. Si la ortografía es un problema, el problema es de la propia lengua.
No se nos ocurriría pensar en la sintaxis como materia ajena al sistema. Si en una oración no hay concordancia entre un sustantivo y un adjetivo o entre un sujeto y un verbo, no hemos respetado los principios que nos provee la lengua. Con la ortografía sucede lo mismo. Si escribimos una palabra con determinada letra, lo hacemos porque hay motivos etimológicos que nos llevan a ello; es decir, concurren razones lingüísticas, en virtud de una historia, o como respuesta a determinados orígenes. El común acuerdo entre los escribientes del español -cuidadosos de un número importante de informaciones, dispuestos a conservar la unidad lingüística solo factible a través de la escritura- impone el uso de los diferentes signos ortográficos.
En definitiva, nos aliamos a quien sienta la tentación de afirmar que todo esto es arbitrario. Es arbitrario porque la lengua es arbitraria. Más allá de los cambios en la definición de "ortografía", a pesar de las reformas hechas y por hacer -sean estas de carácter superficial o revolucionario-, mientras haya escritura habrá ortografía, tan arbitraria como en la actualidad; quizás más simple, pero siempre arbitraria y con un contenido normativo como la actual.
Evitamos extendernos en la discusión acerca de la necesidad, por ejemplo, de ciertas letras; si vale el sacrificio de respetar los principios etimológicos, si tiene sentido complicar lo que merecería una simplificación. Lo cierto es que las reglas ortográficas en su conjunto hoy nos fijan el uso de determinados signos, de los cuales muchos solo perciben su irrelevancia y molestia. Estas actitudes, fácilmente observables en los alumnos escolares y liceales, nos impulsan a pensar que, tal vez, son reacciones suscitadas por un concepto de ortografía que no se perfila hacia la reflexión, sino hacia la imposición. Si la ortografía "enseña a escribir", nosotros, los docentes, transformamos nuestra tarea en una imposición de normas, las cuales ofrecen preceptos definitivamente armados y con sentido indiscutible. Si bien las normas son así, los profesores enseñamos y los alumnos aprenden reflexionando y construyendo. Por eso, si, como escribientes, enseñamos a descubrir esas reglas mediante la reflexión lingüística, probablemente el resultado sea su aceptación o no, en virtud de las urgencias de proyección y de comprensión del mensaje.
La nueva perspectiva
Una de las virtudes de la ortografía de la Real Academia Española está en que ha aquilatado una nueva definición, difundida en el mundo hispánico en el libro "Ortografía de la Lengua Española", de 1999: "La ortografía es el conjunto de normas que regulan la escritura de una lengua". La distancia entre los contenidos de las definiciones -alejadas, como ya dijimos, en treinta años- es notable. En líneas generales, nos parece que recoge todo ese acervo de apreciaciones que, hasta no hace tanto tiempo, se nos obligaba a exponer, como hemos hecho aquí.
El concepto recoge la idea de "conjunto de normas" y la función que ellas cumplen: regular. Desapareció el verbo "enseñar" y aparece el verbo "ser", que consideramos más apropiado para esta clase de mensaje. En la actualidad, la Academia la define por lo que la constituye y no por lo que sería su pretensión: "enseñar". Nos aventuramos al uso del sustantivo "pretensión" y no "función", porque estamos convencidos de que la ortografía siempre estuvo muy lejos de esto último. La ortografía es; no hace. De esta manera, cualquier persona puede plantearse el desafío de descubrir lo que existe. Si estas personas son alumnos, sus descubrimientos van de la mano de la reflexión. Por lo tanto, se destaca un vínculo más estrecho entre la actual definición y ciertos principios metodológicos que se ponen en práctica en el aula, desde hace muchos años.
Además, la amplitud de la definición facilita el involucramiento de todos los aspectos ortográficos que ya mencionamos. Si las normas regulan la escritura y si admitimos que esta no se reduce únicamente a las palabras, consentimos que hay ortografía superior a la palabra: la de la frase y la del texto. Esto se encuentra en una más cercana relación con la definición de escritura presentada en el segundo párrafo del Capítulo I, cuando menciona "letras" y "otros signos gráficos". Para beneplácito de algunos ortografistas, esta vez, la Academia ha puesto en un primer plano lo referente al sistema puntuario, a veces tan vapuleado entre lo sintáctico y lo ortográfico.
Es verdad que posiblemente veamos implícitos en esta definición, una excesiva cantidad de conceptos. Aceptamos que podemos haber caído en nuestra propia trampa al estribar los fundamentos en una amplitud admitida. Sin embargo, por el momento, al menos, dado el carácter universal de esta ortografía y contrapuesta a apreciaciones locales de difícil generalización, nos sentimos satisfechos por el cambio, porque resulta un aporte renovador.
Treinta años han significado una transición sustancial de conceptos, de intención y de estilo de comunicación del saber, aunque, como dijimos en otra ocasión en estas mismas páginas, se conserva vigorosa una impronta académica a la cual nos hemos acostumbrado pero que todavía despierta resistencia. Así justificamos el perimetrado abordaje de una definición, concientes de que hemos eludido numerosas áreas afines al tema que, por la diversidad de puntos de vista, dificultan la unanimidad de criterios entre los estudiosos de la materia.
Los pliegues de la
lectura
Artículos publicados en esta serie: (I) Leer, buscar y encontrar (Rosa
Márquez, Nº 61) |
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