Serie: Del Encuentro (XVIII)

El cuerpo y la experiencia obsesiva

Andrea Lasagna

 

Todo hombre habita un mundo, pero habitar un mundo es habitarlo corporalmente y según un estilo particular. ¿Qué características encierra el mundo y el cuerpo del obsesivo?

Este, "respetuoso" de las normas y deberes sociales los cumple puntillosamente aferrándose con devoción a lo rutinario y a lo establecido por temor a lo desconocido. De este modo, en realidad, esconde el miedo a la muerte, a lo carente de forma, a lo que se deteriora, en una palabra a la putrefacción. Por eso se defiende con rituales, que constituyen murallas ante la contaminación y que alejan su cuerpo de toda impureza y suciedad.

Ahora bien, estos preceptos que tan fielmente acata son aquello mismo ante lo cual quisiera revelarse ya que lo acorralan y le niegan su libertad. Y así, todo pensamiento que pudiera plasmar estos deseos de eliminación del orden, solo lo hacen atarse aún más a sus comportamientos repetitivos, ya que teme que aquellos se vuelvan contra él atentando contra su propia existencia. De allí que su vida se desarrolle en esta constante ambigüedad de respeto a las normas y de deseo de transgresión.

El cuerpo como apertura del mundo

El hombre no es una monada, un ser aislado, no existe el hombre y el mundo como realidades separadas, sino que todo hombre habita un mundo.

Pero habitar un mundo es habitarlo corporalmente y según un estilo particular. De allí nuestro interés por las características que encierra el mundo y el cuerpo del obsesivo.

¿Pero de qué hablamos cuando nombramos el cuerpo?

Mi cuerpo es punto de partida de toda significación, él es "totalidad significante", "donación de sentido" (Callieri), pues los objetos del mundo se constituyen a través de la experiencia que mi cuerpo tiene con ellos.

El hombre cree percibir una naturaleza objetiva independiente de sí mismo y de los demás, cuando en realidad él y el mundo se van constituyendo mutuamente. "El carácter expresivo que algo revela no depende solo de sus cualidades de cosa y de la situación particular, depende además de la mirada que se posa sobre él".(1)

Cuando me acerco a un objeto, este adquiere un sentido en esa cercanía perceptual, que muchas veces no puede ser puesta en palabras y que solo mi cuerpo "conoce". Por lo tanto hay un lenguaje corporal que revela primariamente mi ser al mundo.

Merleau Ponty compara al cuerpo con una obra de arte, en tanto su expresión, sus movimientos son un despliegue de sonidos y colores, de creación, cuerpo que es apertura al mundo y me pone en situación con él.

Nos preguntamos ahora, ¿De qué modo el obsesivo se encuentra en el mundo?

El encontrarse (Befindlichkeit), es esa forma de disposición anímica que nos permite entender nuestra situación original de ser al mundo.

Los hombres no nos encontramos en el mundo de forma pasiva, sino que tenemos que realizar nuestra propia historia. "El hombre no se mueve en el Um-welt (mundo circundante) de los animales, donde los objetos son solo correlatos de sus intereses vitales. El hombre habiendo roto en cierto modo esa armonía, tiene que constituirse un mundo"(2)

El obsesivo constituye su mundo de modo empobrecido, ya que habita un "antimundo".

Se trata de un mundo mágico, cargado de contradicciones y teorías confusas, constituido por fuerzas anticonfigurativas (suciedad, veneno, putrefacción, muerte) que lo acorralan y persiguen, que le quitan su libertad.

El obsesivo habita un mundo polarizado, donde las cosas se clasifican en bueno o malo: Malo es todo aquello que no se puede ver y tocar, bueno es lo que sirve para contrarrestar la intranquilidad y angustia que todo lo malo le provoca.

De este modo el mundo se convierte en amenazador, los objetos que lo conforman lo asechan, y entonces tiene que hacer algo para alejarlos de sí o combatirlos. Así crea ceremoniales, repite infinidad de veces determinados actos que devienen conductas reguladoras frente a la inseguridad, el miedo y el desorden que su mundo conlleva.

El ritual adquiere la característica de mágico en correspondencia con el carácter mágico del mundo en que vive: "Golpear tres veces con el pie izquierdo el piso permite ahuyentar pensamientos en torno a la muerte", "cerrar los ojos frente a la presencia de un enfermo, permite ahuyentar la contaminación que el mismo trae aparejada".

Así, ocurre con infinidad de situaciones que tienen que ser excluidas de su vida, con objetos de los que hay que alejarse, con personas a las que hay que evitar. Es por esto que el obsesivo no vive en paz, lo natural e inofensivo desaparece, cada día se enfrenta a una continua batalla en la que nunca puede consagrarse triunfador.

El orden en el que el obsesivo se mueve, no puede ser modificado, las variaciones de la acción le están prohibidas y le son culposas, la espontaneidad de toda expresión, de todo actuar queda anulada, su vida deviene rutina.

En la corporalidad rutinaria, todo se presenta como previsible, eludiendo con ello lo misterioso que nos excede: "La rutina es la pérdida de la ideocorporalidad, del gesto o mímica únicos e inconfundible".(3)

En el obsesivo, la rutina es lo que preserva y le permite eludir aquello que lo desestructura, amenaza, e instaura el desorden en su vida.

Sus ceremoniales son un medio de defensa, un "mecanismo de seguridad adicional" (Lang). El obsesivo se ve obligado a realizarlos aunque, la mayor de las veces, la ejecución de los mismos no traiga aparejado ningún placer, esto demuestra el trastorno que experimenta en el dominio del hacer y del actuar.

El anancástico está lejos de todo accionar libre y voluntario, hay un profundo temor a sus deseos, a sus necesidades, por eso las reprime y aleja, teme pecar, cometer aquello que le está denegado. Sus pensamientos lo atormentan y no le dan tregua, se siente sucio, impuro, un pecador por excelencia.

Todo esto que vivencia en su interior es expresado por conceptos como asco, suciedad, impureza. Estas significaciones quedan adheridas a las acciones que normalmente nos son familiares, es decir aquellos hábitos que involucran nuestros sentidos y necesidades.

Así, los rituales obsesivos se dirigen continuamente a poder "limpiar", "purificar", este cuerpo que es vivido como sucio manchado, maloliente.

impureza, la mancha, lo impuro apunta a la contaminación de lo sagrado.

La acción ritual busca alejar la contaminación, no permitir la entrada de lo que "mancha", "ensucia", para poder preservar lo sagrado. Desde la religión se apunta a lo "todopoderoso", a la perfección total. Pero, la perfección es un anhelo que como hombres nos está denegado, la totalidad solo puede ser alcanzada desde lo provisorio. Todo intento de absoluta perfección en las acciones deviene finalmente en parálisis pues excluye siempre lo nuevo, lo imprevisible.

Ahora bien, la mancha, lo impuro, la suciedad guardan relación con todo aquello que carece de forma, aquello que atenta contra el anhelo de perfección y de totalidad, aquello que pertenece al campo de la muerte. Es la presencia de lo nuevo, de lo diferente en su carácter negativo.

Por eso la muerte a la que se enfrenta el obsesivo no es la muerte buena, la muerte que da sentido a la vida, sino que es la muerte que atenta contra la vida, que le pone fin y por eso produce repugnancia, terror. Es la figura de la muerte negativa, la del cadáver, la de la corrupción, la de la carroña (von Gebsattel).

Como para el obsesivo todo es del orden del tener, no trata de vivir sino de retener la vida, de retener el tiempo para no avanzar, negando de este modo la vida misma.

Una vida privada de posibilidades

Esta experiencia de muerte, esta inmovilizada relación con ella, trae como consecuencia una falta de apertura hacia el futuro; von Gebsattel la denomina "inhibición basal en el devenir", ya que si el obsesivo aparece como fijado al pasado es porque éste representa lo conocido, lo que lo resguarda de la muerte.

Todo esto no es sin costo, el neurótico obsesivo se mueve en un proyecto estático, continuamente su vida es un "evitar", ya que no puede pensar en el pasado como algo que le abre camino a un futuro, porque justamente la apertura al futuro implica una incógnita, representa lo inesperado, lo que está por fuera del esquema que se ha armado.

El no avanzar lo sumerge en un pasado que sin embargo no se presenta de modo alguno alentador. Así, lo impuro, lo sucio, la muerte invade diariamente su cotidianeidad, de modo que buscando "la salvación en el pasado", lo único que logra de esta forma es hundirse cada vez más, porque no puede entregarse a las fuerzas renovadoras del futuro. Y bien sabido es, que "agua estancada se pudre": la suciedad, la mancha son los representantes de una vida privada de posibilidades.

El "mañana" para el obsesivo es sinónimo de desorden ya que no puede ser predicho, ni calculado y atenta contra la exactitud que introducen sus rituales. Por eso el obsesivo siempre mira hacia atrás, lo cual lo sustrae de sus proyectos y de su realización personal.

De esta forma el cuerpo del obsesivo deviene un cuerpo objeto, un objeto móvil cuya trayectoria puede ser determinada por coordenadas espacio-temporales, sujeto a normas y leyes.

Sin embargo este cuerpo al que pretende inmovilizar, constantemente sufre las asechanzas de las fuerzas opresoras de la corrupción que lo contaminan y lo obligan, para librarse de ellas, a un movimiento estereotipado, repetitivo y carente de novedad.

De esta forma, el movimiento propio del cuerpo que abre y descubre el mundo, deviene en el obsesivo clausura de mundo y experiencia de cosificación.

Conclusión

La sociedad actual con todas sus técnicas y avances, lleva al hombre a depender de las máquinas, olvidando que él es su creador. Surge así, una dependencia de la que se hace difícil escapar, y en la cual nuestros cuerpos permanecen prisioneros y por tanto limitados para la acción.

Así, se van configurando hábitos, es decir comportamientos rituales que al igual que en lo obsesivo se transforman en necesidades. Nuestros cuerpos están atravesando por hábitos de limpieza, gimnasios, dietas, consumo masivo de perfumes, jabones y vitaminas que aseguran un rendimiento y una apariencia óptima.

La sociedad en la que vivimos se atiborra de rituales que apuntan a preservar el orden y lograr la perfección, alejando todo aquello que contamina por ser diferente o desconocido.

Los ideales que se nos impone como sinónimo de perfección son aquello que estamos haciendo es lo acertado, aunque de esta forma eludamos nuestro deseo y releguemos nuestra realización personal.

Nos mantenemos vigilantes de nuestro cuerpo y no dejamos escapar ningún detalle; de esta forma tenemos la certeza de que todo funciona. Pero, el cuerpo en el cual recae nuestra atención es un cuerpo debilitado, carente de libertad, imposibilitado de un encuentro auténtico con los otros, no es el cuerpo que da sentido y es apertura al mundo, sino que es un cuerpo utilizado como instrumento para el logro de un fin.

Podemos pensar así que pensamientos y acciones que generalmente atribuimos a desórdenes obsesivos se hallan en este cuerpo social, en el cual todo gira en torno a la perfección y a la totalidad.

De esta manera nos volvemos intolerantes con nosotros mismos y con los otros, todo es controlado y clasificado, nada puede ser gris, todo es blanco o negro.

"Ser santos, vivir limpios, evitar esa falta humillante en la que se cae al menor descuido, fortalecer el alma con esa oración intensa que mortifica, examinar nuestra conciencia, así vigilante de un modo continuo todo marcha, a veces por desgracia hacia el olvido del mundo y de los otros,"(4)

Así, los comportamientos repetitivos y ritos devienen producto de una sociedad que no está dispuesta a parar, aunque el precio que se pague por ello sea el conformismo y la consiguiente instauración de una "obsesión light", en la cual todo anhelo de perfección solo puede ser alcanzado a través de un cuerpo carente de singularidad, un cuerpo de sonidos estandarizados, un cuerpo al que se le atribuye una disponibilidad instrumental y no existencial.

Referencias

1. Srauss, E. Psicología Fenomenológica. Bs. As. Ed. Paidós, 1971, pp. 312.
2. Rovaletti, M.L. "La angustia o la palabra hecha síntoma", Revista de Filosofía. México, Nº 89, pp.
3. Flores, L. "Ensayo de una semiótica fenomenológica del cuerpo", en M.L. Rovaletti (ed.), Psicología y Psiquiatría fenomenológica. Bs. As. Cátedra de Psicología Fenomenológica y Existencial. Editorial Biblos, 1994, pp. 131-5.
4. Morano Domínguez, C. Creer después de Freud. Madrid, Ed. Paulinas, 1991.
Callieri, B. "Aspetti antropologici della religiosità anancastica", Archivo de Psicología, Neurología e Psiquiatria. Anno XX, Marzo-Giugno 1959, Fasc. II-III, pp. 205/212, Mar/Jun 1959.
Dörr Zegers, O. "Perspectiva fenomenológica de los trastornos de personalidad". Revista de Psiquiatría. Chile; 1986, vol. 3, pp. 117-27.
Flores, L. "Ensayo de una semiótica fenomenológica del cuerpo", en M.L. Rovaletti (ed.), Psicología y Psiquiatría fenomenológica, Bs.As., Cátedra de Psicología Fenomenológica y Existencia. Editorial Biblos, 1994, pp. 131-5.
Gebsattel, V.E. von. Imago hominis: contribuciones a una antropología de la personalidad. Madrid, Gredos, 1964.
Bebsattel, V.E. von. "El mundo de los compulsivos" en R. May, Existencia. Madrid, Gredos, 1964.
Lang, H. "Reflexiones antropológicas sobre el fenómeno de la obsesión". Revista Chilena de Neuro-psiquiatría, 1985, vol. 23, Nº 1, pp. 3-9.
Morano, Domínguez, C. Creer después de Freud. Madrid, Ed. Paulinas, 1991.
Rovaletti, M.L. "La angustia o la palabra hecha síntoma". Revista de Filosofía. México, Nº 89.
Strauss, E. "La patología de la compulsión", en Psicología Fenomenológica. Buenos Aires, Paidós, 1971.

 

Del Encuentro

Artículos publicados en esta serie:

(I) Del "caso" al encuentro (Bruno Callieri, Nº 123)
(II) La mirada diagnóstica (Jorge J. Saurí, Nº124)
(III) El campo de la escucha diagnóstica (Jorge J. Saurí, Nº126).
(IV) La condición corporal (Ma. Luisa Pfeiffer, Nº127)
(V) El encuentro con lo psicótico (Bruno Callieri, Nº 128/129)
(VI) Estar-en el-mundo del sueño (María Luisa Pfeiffer, Nº130)
(VII) Desafío y enigma: La corporalidad (María Luisa Pfeiffer, Nº 135)
(VIII) Para una historia del cuerpo ( María Lucrecia Rovaletti, Nº 136)
(IX) Para una historia del cuerpo (2) La metáfora mecanicista y el saber biomédico (María Lucrecia Rovaletti Nº 137)
(X) Para una historia del cuerpo (3) El cuerpo que somos (María Lucrecia Rovaletti, Nº 138)
(XI) Baudelaire, lo que fue (Federico Rivero Scarani, Nº 144)
(XII) ¿Qué hace un filósofo? (María Luisa Pfeiffer, Nº148)
(XIII) Cuerpo, Percepción, pensamiento (Saúl Paciuk, Nº 150)
(XIV) Corporeidad disimulante, interioridad disimulada (María Lucrecia Rovaletti, Nº 152/53)
(XV) El habitar como condición de felicidad (Jean Naudin, Nº 158)
(XVI) Alienación y libertad (María Lucrecia Rovaletti, Nº 161)
(XVII)
Discurso ético y discurso psicoterapéutico (Ricardo Maliandi, Nº 166)
(XVIII)
Esquizofrenia, sentido e insensatez (María Lucrecia Rovaletti, Nº 168)
(XIX) Perversiones (Medard Boss, Nº 169)

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