Serie: Los Pliegues de la Lectura (XXIII)
La traducción como puente entre culturas
Hugo Rocha
Si la mejor traducción es la que no se nota, y si el mejor traductor es, como la mujer honesta, aquel que no da lugar a que se hable de él (o de ella), la prueba más concluyente la ofrece el poco reconocimiento que desde siempre se ha concedido al trabajo de traducción y a quienes lo ejercen.
Y eso en el mejor de los casos, porque más frecuente que la indiferencia han sido la burla, cuando no el abierto menosprecio, manifiesto en el dicho, infaltable latiguillo, que iguala traductor con traidor.
No se debe esto, ciertamente, a la falta de altísimos ejemplos de la importancia que en su momento han tenido las traducciones: baste citar las dos más celebradas versiones de la Biblia: la Vulgata latina, piadosamente compuesta por San Jerónimo durante largos años en una gruta de Belén, y la Biblia del Rey Jaime, bello monumento literario producido por un grupo de eruditos en el siglo XVII, que contribuyó, junto con Shakespeare, a la forja del idioma inglés.
Aun mayor fue la relevancia del colegio de traductores de Toledo, creado por los reyes católicos tras la reconquista de la antigua capital visigoda, que a partir de mediados del siglo XII recuperó para Europa medioeval, a través del árabe y el latín, los olvidados textos de la sabiduría griega, abriendo paso al Renacimiento.(1)
Por otra parte, es bien conocido el papel desempeñado por los intérpretes, o lenguaraces, al servicio de los europeos que vinieron a conquistar y colonizar el Nuevo Mundo, entre quienes se destacan las figuras históricas pero con estatura legendaria de la Malinche en México y Pocahontas en Norteamérica, antecesoras del fueguino Jimmy Button cuyas andanzas narra Darwin en su relación de la expedición del Beagle.
¿Y acaso el único triunfo real de Napoleón en Egipto no fue el hallazgo de la piedra de Rosetta cuya inscripción trilingüe dio la clave al joven sabio Champollion para descifrar los jeroglíficos milenarios de las tumbas faraónicas? En el mundo contemporáneo, el funcionamiento de los organismos internacionales como las Naciones Unidas y la Comunidad Europea sería inconcebible sin las legiones de traductores e intérpretes cuya labor anónima solo es percibida por los diplomáticos en aquellos raros casos en que detectan una infidelidad a sus inmortales palabras.
La importancia de la traducción, pero ahora con signo negativo, ha sido advertida muchas veces a lo largo de la historia. La prohibición de traducir los Evangelios a los idiomas autóctonos en los primeros años de la Conquista -hecho señalado por la doctora Lydia Hunt, del Instituto de Idiomas de Monterrey, California- reflejaba el temor de la Inquisición ante los efectos que podría ejercer el mensaje subversivo de Jesús en las masas de esclavos indios, que oficialmente carecían de almas humanas. La demora en traducir las obras de Marx y Freud al francés a principios del siglo XX, y la tardía introducción del psicoanálisis en Francia han sido atribuidas, respectivamente, a repercusiones del affaire Dreyfuss y a celos profesionales.(2)
Una antología de traducciones
El escaso reconocimiento y los problemas específicos de la traducción en esta era de la globalización suscitaron la inquietud de un joven profesor del Amherst College de Nueva York, el mexicano Ilan Stavans (1961), novelista y ensayista bilingüe y traductor de poesía latinoamericana, por lo que decidió hacer algo al respecto.
El año pasado invitó a un grupo de distinguidos traductores de literatura latinoamericana, a colaborar en una antología de traducciones, para la cual ellos mismos deberían escoger los autores y textos que les parecieran más merecedores de la atención al público anglosajón. Les pidió, además, que respondieran a las siguientes preguntas: ¿Cómo y por qué Ud. se hizo traductor? ¿Cómo encara su trabajo: por ejemplo, lee primero el texto varias veces antes de iniciar la traducción? ¿Qué clase de relación necesita tener con el autor o el texto para producir una versión satisfactoria? ¿Por qué escogió este cuento?
Dado que el libro proyectado no prometía ser un "best seller", Stavans requirió la cooperación de la editorial Curbstone Press, empresa sin fin de lucro que se dedica a difundir la literatura producida en la América hispana y portuguesa y la que cada vez con más fuerza surge de las comunidades hispánicas de Estados Unidos: un grupo étnico de 30 millones que en las regiones de Florida, California y el Sudoeste ha hecho del español (a veces muy corrompido) la segunda lengua nacional.
El resultado es un volumen titulado Prósperos Mirror, ("El espejo de Próspero", no el "mirador" de Rodó), que reúne dieciséis cuentos latinoamericanos, cuyos textos aparecen, página a página, confrontados con la versión inglesa. El material se complementa con una introducción del editor, que es un serio ensayo sobre el significado histórico y cultural de la traducción en la formación (o deformación) de la identidad latinoamericana, breves fichas biográficas de los traductores, con apuntes sobre sus métodos y estilos de trabajo, y un comentario final.
La selección está fuertemente sesgada hacia Sudamérica, especialmente la región rioplatense, a la que pertenecen la mitad de los autores escogidos: los argentinos Marco Denevi, Jorge Lanata, Silvina Ocampo, Ana María Shua y Luisa Valenzuela, y los uruguayos José Carmona Blanco, Felisberto Hernández y Rubén Loza Aguerrebere. Hay dos mexicanos: Alfonso Reyes y el editor; los demás; Antonio Benítez-Rojo, cubano; Augusto Monterroso, guatemalteco; Jorge Medina García, hondureño; Jorge Turner, panameño; Alfredo Bryce Echenique, peruano, y el solitario brasileño Dalton Trevisan.
América perdida en la traducción
El editor explica así el énfasis en el proceso de traducción antes que en la creación original:
"Estaba agradablemente inmerso en la obra de Daniel G. Brinton, el primer norteamericano que tradujo del náhuatl al inglés, cuando me impresionó algo obvio: la dificultad de hacer accesibles los pueblos precolombinos a los lectores modernos. Sus poemas, que expresan su visión del mundo, sus sueños y anhelos, han cambiado incontables veces ante nuestros ojos; son lo que nosotros queremos que sean; y lo que un comentarista cree que son está a años luz de lo que cree otro. A pesar de los notables descubrimientos científicos hechos desde principios del siglo pasado en Tenochtitlán, Macchu Picchu y otros centros urbanos en ruinas, los precolombinos no son sino nuestra propia imagen reflejada en un espejo distorsionante: el observador observándose a sí mismo en otros. Desde el momento de su choque con la cultura europea hasta nuestro fin de siglo, la civilización náhuatl fue traicionada y mal representada, luego reinventada por innumerables intérpretes. A más de quinientos años de su trágica subyugación, el mundo náhuatl sigue siendo un enigma -ajeno, exótico, poco claro, producto de aventurados eruditos (mayormente mexicanos) que interpretan un hecho determinado contradiciendo a sus antecesores, siempre en procura de nuevas fuentes. Todo esto apunta hacia la insuperable impotencia de la traducción, el acto de tender puentes por medio del lenguaje. ( ) De las antiguas civilizaciones mexicanas solo nos resta una porción minúscula. Para comprender las implicaciones de la conquista en México, imaginemos dónde estaríamos hoy si apenas algunos fragmentos de la Divina Comedia fuera todo lo que nos quedara de la Europa medioeval, y no en italiano sino en un idioma totalmente prohibido para nosotros. América es lo que se perdió en la traducción."(3)
Establecida la premisa inicial de su alegato, -la dificultad intrínseca de toda traducción- Stavans propone otra, más discutible, cuando sostiene que los latinoamericanos actuales, aunque posean el español y el portugués como medios de expresión propios, utilizan lenguas ajenas, impuestas desde afuera, lo que ha dado lugar a la formación de una identidad cultural y lingüística híbrida. (Según este razonamiento, lo mismo ocurriría en Canadá, Estados Unidos y el Caribe, dado que el inglés y el francés tampoco son lenguas autóctonas.)
Es cierto que algunos escritores, como el guatemalteco Miguel Angel Asturias (especialmente en "Hombres de maíz") y el peruano José María Arguedas han tratado de reflejar en idioma castellano el habla y el pensamiento de sus compatriotas no europeos, pero no parece lícito ver allí una continuidad cultural sino únicamente un recurso estilístico, legítimamente utilizado en su debido contexto. No otra cosa hace Borges, cuando redacta frases que suenan como pensadas (y seguramente lo fueron) en el idioma de Coleridge y Stevenson, o Hudson cuando traslada al inglés el lenguaje de los criollos de la provincia de Buenos Aires o la Banda Oriental.
Salvo artificios literarios como el "Tabaré" de Zorrilla de San Martín (que Daniel Vidart califica de disparate antropológico) los escritores latinoamericanos no reflejan en su empleo de los idiomas español y portugués otras influencias que las de la cultura occidental; pueden o no ser reconocidos, pero ese es otro cantar. Aún en los países de fuerte presencia india, como Perú (con la excepción, ya citada, de Arguedas), Alegría, Vargas Llosa y Scorza escriben sobre los "serranos" con profundo conocimiento y empatía, pero sin mimetizarse con ellos; César Vallejo comunica el dolor del indio en lenguaje universal. Bryce Echenique, por otra parte, es completamente cosmopolita. La prosa austera, rayana en el laconismo, de los mexicanos Mariano Azuela ("Los de abajo") y Juan Rulfo ("Pedro Páramo", "El llano en llamas") reproduce el lenguaje popular elevándolo a un refinado nivel estético.
Por lo demás, el propio Arguedas, que se crió en comunidades andinas y hablaba corrientemente el quechua, nose propuso nunca reproducir exactamente el lenguaje de los indios, según explicó a un amigo uruguayo:
"¿Cómo describir las aldeas y pueblos de los Andes? El hombre de estos parajes se siente extraño ante el castellano heredado, pero se ve en la necesidad de tomarlo como un elemento primario, al que debe adaptar para convertirlo en algo propio. En ese sentido tuve que trabajar tenazmente. Esa posibilidad, ya ha sido utilizada muchas veces en la literatura, lo que habla de las virtudes reales de las lenguas evolucionadas. En mi experiencia personal, la búsqueda del estilo fue larga y angustiosa. No se trata de una búsqueda superficial de la forma, sino de un problema esencial de la cultura y el espíritu. Y no admito que alguien diga que eso es indigenismo. Para el bilingüe, para el que aprendió a hablar quechua, parece imposible hacerlos hablar en castellano. Yo resolví la situación creándoles un lenguaje castellano especial. Pero los indios no hablan en ese lenguaje ni con los habitantes de español ni entre ellos. Se trata de una ficción que contempla el fundamento de las palabras castellanos incorporadas al quechua, y el elemental castellano que ellos hablan en sus propias aldeas."(4)
Los nuevos exploradores
Queda en pie, sin discusión, lo fundamental de la tesis de Ilan Stavans: la importancia de la traducción como puente entre culturas y de los traductores como adelantados en la empresa de explorar nuevos espacios culturales y liberar del provincialismo lingüístico la obra de escritores que merecen una más amplia difusión.
Tal es la actitud de Rabassa, sin duda el más activo y prestigioso de los traductores antologizados, maestro insuperable en el manejo de tres idiomas, quien, pudiendo florearse con sus magníficas versiones de los mayores estilistas en lengua española, prefirió un cuento cortísimo de un oscuro autor brasileño, "Tres tiros na tarde" ("Three shots in the afternoon"), de Dalton Trevisan. Aduce dos razones: conseguir un mayor reconocimiento de Brasil en el contexto latinoamericano y llamar la atención sobre Trevisan, de quien tradujo una colección de cuentos ("The Vampire of Curitiba and Other Stories") en 1972. Trevisan es un minimalista; escribe cuentos muy breves sobre un tema único: peleas conyugales que a menudo conducen a la violencia. "Termina por desenmascarar la imagen burguesa de la pareja feliz", dice Rabassa, "y por lo tanto, la falsedad de las relaciones convencionales."
Rabassa se inició como traductor de escritores latinoamericanos cuando era editor asociado de la revista literaria Odissey. Su trabajo llamó la atención de Pantheon Books, que preparaba la edición en inglés de "Rayuela" ("Hopscotch") y lo invitó a hacer la traducción. Cortázar, traductor profesional en la UNESCO y la UN, colaboró estrechamente con su colega y le sugirió muchos cambios. "Desarrollamos una relación muy cordial; a los dos nos gustaba el jazz (yo había conocido a Charlie Parker) y teníamos en común una especie de espíritu travieso. Mi mayor premio es haber sido declarado cronopio por Julio." García Márquez, en cambio, le dio plena libertad; aceptaba y aplaudía todas sus interpretaciones del texto de "Cien años de soledad". "La traducción Rabassa mejora el original", dijo una vez. Rabassa no cree en la deconstrucción ni en otras pomposas teorías; a su juicio, la traducción es poco más que la lectura atenta de un texto. Ha traducido más de 30 libros del español y el portugués; entre muchos otros premios, ha recibido el National Book Award y el Translation Prize del PEN Club; es Distinguished Professor del Queens College, City University of New York.
Toby Talbot, después de traducir "Preso sin nombre, celda sin número", de Jacobo Timerman, estaba sensibilizada con el tema de los desaparecidos, y cuando leyó el cuento "Los camalotes" ("The Water-Hyacinths"), de Carmona Blanco, lo tradujo inmediatamente, sin pensar donde podría publicarlo. Para que un texto le atraiga, debe satisfacer tres condiciones: que su lectura sea interesante, que constituya un desafío y que trate un tema de importancia. La traducción es un proceso de simbiosis literaria, ya sea con el autor o con el texto. La relación con el autor puede ser útil para aclarar puntos en duda, pero a veces resulta conflictiva. Su mayor preocupación: ser fiel a los autores muertos, que "parecen estarme mirando por encima del hombro." Toby Talbot es autora de un libro de memorias y de varios libros de cuentos para niños; enseña español en la New York University.
Alfred J. MacAdam, traductor de "El cocodrilo" ("The Crocodile"), descubrió a Felisberto Hernández por consejo de Cortázar, cuando escribía a su tesis doctoral sobre éste. Combina la labor de traductor con la docencia en Barnard College, Nueva York. Ha traducido a Onetti, Carlos Fuentes, Osvaldo Soriano y Fernando Pessoa. La computadora es su gran auxiliar. "Me siento a escribir mientras voy leyendo el texto y después reviso." Es todo lo que tiene que decir sobre su técnica.
También Donald A. Yates, traductor de "Coto de caza" ("Game of shadows") siguió una vía indirecta para llegar a Ruben Loza Aguerrebere. Es autor y traductor de cuentos policiales y de misterio, y está constantemente en busca de material latinoamericano. En 1954 descubrió a Borges y fue el primero de sus traductores en Estados Unidos. Naturalmente, se interesó por el cuento de Loza titulado "El hombre que robó a Borges", lo tradujo y lo publicó en Ellery Queens Mystery Magazine. Yates edita la revista Latin Blood, enteramente dedicada a la producción latinoamericana de "thrillers". Ha traducido también obras de Cortázar, Denevi y Manuel Peyrou. Una lectura, dice, le basta para saber si un cuento es o no apto para ser traducido y publicado. Lamentablemente, el estilo de este profesional tiende a la verbosidad; casi todas sus frases son más largas que las del original, lo que realmente no se justifica tratándose de la prosa tersa y clara del escritor minuano. Contrasta notablemente con la versión de "La cena" ("The Dinner"), de Alfonso Reyes, hecha por Rick Francis, que se ajusta como un guante a un texto de composición más compleja.
Una profesión con porvenir seguro
Alberto Manguel, novelista y editor de antologías, argentino de nacimiento, traductor de "Carta a Gianfranco", de Marco Denevi, es quien se explaya más detenidamente sobre su oficio. "La traducción es el método más atento de lectura que conozco; obliga a descifrar el texto a medida que uno lo va leyendo. El traductor ve todas las imperfecciones, todas las faltas de lógica, todos los errores y los pasajes mal resueltos. El ojo del traductor es implacable. Creo que da más trabajo pulir el texto traducido que leer el original. Cuando los astros son favorables, el texto traducido debe leerse como si hubiera sido escrito por un alma gemela del autor, en otro idioma."
Para Margaret Sayers Pedens, los traductores son los últimos generalistas; lingüistas, críticos, eruditos, criptógrafos, sociólogos, historiadores, y, también, escritores creativos. Además, "performers" como los actores que encarnan un personaje. (Esto se advierte claramente en los intérpretes simultáneos, quienes, a diferencia de los traductores, que hacen su trabajo por escrito, con tiempo y en el silencio de sus oficinas, deben expresarse de viva voz desde sus cabinas, siguiendo a los oradores sin perder palabra, ante audiencias que no los ven pero los oyen con más atención y en actitud más crítica que los públicos en el teatro.)
Stavans rinde homenaje a los primeros traductores norteamericanos, descubridores de que el sur también existe. Concede el lugar de honor a Harriet de Onis, quien en 1935 publicó su traducción de "Don Segundo Sombra", de Ricardo Güiraldes, y siguió con "El mundo es ancho y ajeno", de Ciro Alegría, las primeras novelas de Jorge Amado y los ensayos de Germán Arciniegas. La chilena María Luisa Bombal tomó el camino más directo, haciendo ella misma las traducciones de sus novelas "La amortajada" ("The Shrouded Woman") y "La última niebla" ("The House of Mist"), en la década de los 40. El ejemplo de esta precursora del realismo mágico fue seguido, años después, por Borges, Fuentes y Manuel Puig. Con todo, no se registró ningún real interés por la literatura al sur del Río Grande hasta los años 60, cuando Borges obtuvo el Premio Formentor (compartido con Samuel Beckett) y Asturias el Nobel, y casi simultáneamente estalló el "boom" que lanzó al mercado internacional a Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar, Cabrera Infante, Carpentier, Donoso, Fuentes y otros, gracias, en parte, a las traducciones de Gregory Rabassa y Helen Lane, quienes por cierto nunca percibieron más que sus modestos honorarios de poco centavos por palabra.
Por lo menos, los traductores pueden contar con que siempre habrá necesidad de sus servicios. Las obras originales, una vez escritas, no pueden ser tocadas, pero las traducciones a menudo resultan obsoletas, en virtud de los cambios en el lenguaje, y se hace preciso actualizarlas para nuevas generaciones de lectores.(6) (En nuestro país, Idea Vilariño, que además de poeta insigne y exégeta del tango es brillante traductora, ha dado la mejor prueba de ese aserto con sus nuevas versiones de Shakespeare y W.H. Hudson. Su traducción de "The Purple Land")(7) es un prodigio de comprensión y fidelidad al peculiar estilo del angloargentino Hudson, y como premio adicional, hace de los poemas en inglés poemas en español, proeza inalcanzable para el común de los traductores.)
"Sin duda", concluye Stavans "La región vive hoy en menor aislamiento y más comunicación que un siglo atrás. El silencio ha sido reemplazado por las palabras, y las palabras han viajado de un lenguaje a otro. En ese sentido, Harriet de Onís y sus sucesores constituyen una nueva estirpe de valerosos exploradores en la tradición de Sir Walter Raleigh y, por qué no, Alvar Núñez Cabeza de Vaca: se internan en la geografía de la imaginación, penetran latitudes veladas a la mayoría de la gente, interpretan, hacen accesible lo inaccesible, y nos ayudan a extender nuestro horizonte ( ) Irónicamente, lo que una vez se perdió en la traducción durante la conquista de las Américas, ahora puede recuperarse por el mismo medio."
Referencias 1. Para un excelente
tratamiento general del tema, véase Elogio de la
traducción, de Roberto Puig en Relaciones,
Nº 170, julio 1998. |
Los pliegues de la lectura Artículos publicados en esta serie: (I) Leer, buscar y encontrar (Rosa Márquez, Nº 61). |
![]() Portada |
© relaciones Revista al tema del hombre relacion@chasque.apc.org |