Serie: Del Encuentro (XXII)

La idea de subjetividad como temporalidad

Saúl Paciuk

La vida cotidiana no ofrece pruebas contundentes de la esperada intimidad entre sujeto y tiempo. En el día a día parecen coexistir un saber del tiempo como un curso que recorre un único sentido, y una vida de hecho que parece transcurrir en una especie de eternidad para la cual, el tiempo es una especie de intruso: supone una irrupción que desacomoda e inquieta.

Tomo prestada de Maurice Merleau Ponty la frase que sirve de título a este trabajo. Ella pertenece a La temporalidad, el capítulo de la Fenomenología de la percepción que en buena medida se despliega en torno al propósito de aplicar "a los problemas con los que hemos empezado, la idea de subjetividad como temporalidad" (438) (Cito según la traducción de Jem Cabanes publicada por Planeta-Agostini, Barcelona, 1985).

Esta tesis puede ser considerada a la luz de algunos aportes que vienen del psicoanálisis, los que se refieren al proceso por el cual subjetividad y temporalidad se edifican ambas a una y se comprenden mutuamente. Desplegar esa consideración es lo que intentaré en lo que sigue, confiando en que el resultado justifique el intento.

EL TIEMPO, ESE AUSENTE

En el capítulo mencionado, Merleau Ponty (Fen. Perc., 449) dice que "encontramos al tiempo en el camino que nos lleva a la subjetividad". Este encuentro habla de lo que él llamó en el inicio del capítulo, una "relación íntima" entre tiempo y subjetividad, punto en el que también sostiene que el sujeto "es temporal, pero no por un azar de la constitución humana sino en virtud de una necesidad interior". La conclusión no se hace esperar, ya que a continuación agrega que "estamos invitados a hacernos del sujeto y del tiempo una concepción tal que comuniquen desde adentro."

Pero las aceptaciones de esa invitación no parecen ser muchas, y son menos aún las evidencias en lo inmediato de un acceso tan despejado desde una hacia la otra.

En cuanto a la invitación, las aceptaciones tanto en la filosofía como en la cultura en general, son escasas. Y más escasas aún en la psicología, al punto que André Green ("Le temps morte" en Nouvelle Revue de Psychanalyse, 1975) llega a decir que "una concepción específicamente analítica del tiempo no ha sido aún elaborada." Las concepciones centradas en el tiempo han conocido una recepción por la comunidad pensante que no las ubica entre las más afortunadas. Lo probaría la marginalidad de Heráclito, la situación sospechosa de la filosofía de Hegel con su insistencia en el devenir y el relegamiento de la fenomenología y la reflexión existencial precipitado por los estructuralismos. Ciertamente, parecen tener mejor acogida las obras que privilegian el ser o la sustancia, lo eternitario o lo que se salva de los estragos que trae consigo el tiempo.

¿Cómo entender esto que parece dar la espalda a aquella comunicación desde dentro de que habló Merleau Ponty? Podría valer como razón lo que manifestó San Agustín en sus Confesiones frente a la dificultad de definir su pensamiento acerca del tiempo: "cuando no me lo preguntan, lo sé; cuando me lo preguntan, no lo sé". Pero quizá no sea la única y en el curso de esta reflexión podamos acercarnos a alguna otra.

Cambiemos de escenario, bajemos al terreno de la vida cotidiana. En el campo de la experiencia anónima y general, la del se, no faltan indicaciones de familiaridad entre sujeto y tiempo. El tiempo es tema de todos y Merleau Ponty señala que "Se dice que el tiempo pasa o transcurre. Se habla del curso del tiempo." Se habla y además se considera que de manera irrenunciable, todos vivimos en la atmósfera del tiempo, que en nuestra actividad y en nuestro descanso estamos pautados por él, que de cabo a rabo estamos entretejidos con el tiempo y que estamos marcados por las épocas en que nos toca vivir. Y todavía y con frecuencia, se dice "mi tiempo", "tengo tiempo", se invierte tiempo y por lo tanto se lo pierde o se lo gana, aludiendo siempre a una especie de relación de posesión que sería otro índice de intimidad.

Sin embargo, y siempre en lo cotidiano, ciertas ocurrencias que podemos considerar como espontáneas argumentan fuertemente contra esta hipótesis. Estas ocurrencias se presentan a partir de intrusos tales como los relojes o los hechos que tienen como protagonistas a los socios con quienes compartimos nuestra vida (de pronto, ¡tan crecidos! o ¡ tan viejos!). Sus inesperadas e inquietantes irrupciones crean una discontinuidad en el curso sereno de nuestra vida y nos mueven a expresiones del tipo "¿ya!" o bien "¿todavía no!" Otro tanto ocurre con el tiempo biológico, con las pautas que marcan los ritmos internos que también suelen aparecer como desacompasadas con lo que vivimos.

Habría que concluir que en lo que decimos, el tiempo es nuestro compañero indeclinable, pero que en cambio, de hecho vivimos un desencuentro en relación al tiempo y que estas "irrupciones" esporádicas suyas nos obligan a "correcciones". Entonces nos preguntamos por nosotros y de golpe nos encogemos, envejecemos, asumimos un espesor de vida que, acaba de verse, no habíamos tenido en cuenta. Entonces -y antes de volver a esa rutina de cierta intemporalidad- acompasamos nuestra actividad o nuestros propósitos con los calendarios o con los relojes, a los que claramente tenemos por prevalentes (quizá por algunas notas que marcan su "objetividad": dicen que los tiempos pueden ser fragmentados en unidades iguales y medidos, y que esta medida vale para todos).

Parece claro que nuestra familiaridad con el tiempo no es tan extensa como se esperaría que fuera. La sorpresa y la inquietud que despiertan al toparnos con el tiempo, harían pensar en una especie de desdoblamiento interior a nosotros entre lo objetivo y lo subjetivo; por este desdoblamiento, por un lado "sabemos" del tiempo y por otro, actuamos como desconociendo ese "saber¨, de modo que ese tiempo queda radicado en aquello que viene a dar testimonio de él, en las cosas o en los otros. Al igual que la muerte, vale solo para ellos. Parafraseando a Merleau Ponty, se podría decir que el sujeto es temporal en virtud de una exigencia exterior, por la vía de los otros.

No deja de ser curiosa esta mezcla de una vida que cotidianamente parece vivirse al margen del tiempo o en el seno de un tiempo invisible, en una especie de eternidad de hecho que no osa decir su nombre, con un tiempo que no por ello deja de saturarla sin piedad pero que parece existir solo de derecho, recluido en nuestro ocasional saber acerca de él.

Resumiendo, vinimos a lo cotidiano en busca de evidencias acerca de cómo se presenta de ordinario nuestra familiaridad con el tiempo y el resultado de esta búsqueda más bien llevaría a decir que de ordinario vivimos en el seno de una cierta (¿y edénica?) eternidad y que de tanto en tanto los otros nos arrancan de ella para lanzarnos a (¿al infierno?) de los tiempos que corren y corroen, inundando con los cambios que traen.

TIEMPOS Y ACONTECIMIENTOS

Pero no siempre el tiempo cronológico irrumpe y sorprende, también y cotidianamente requerimos sus servicios. Por ejemplo, cuando referimos una ocurrencia o describimos un suceso o aún cuando nos presentamos contando nuestra historia, historia que la psicología y psiquiatría actuales consideran especialmente significativa en el caso de los así llamados "enfermos mentales".

Cada vez que queremos tematizar, objetivar nuestra vida, volverla espectáculo, el tiempo recobra su protagonismo, representa un fondo común a todos contra el cual se recortan las peripecias de nuestro relato, se vuelve condición para la comunicación.

La narración no deja de ser una operación compleja.

Ella implica establecer un origen, un cero, y un término, así como un contenido en el que se ponen en relación lo que se establece como los sucesos, las partes de la narración. Se constituye un conjunto en la medida en que se muestra una cierta legalidad interna capaz de dar cuenta de la necesidad de cada suceso, de su pertinencia a los fines del relato; esta legalidad conforma uno de los contenidos del sentido del relato.

En la construcción de la narración se rompe entonces el "continuo de vida", se le fragmenta y se aísla un fragmento. Así se van definiendo ciertas elementos singulares y delimitados, tan discretos como lo son las unidades de tiempo señaladas por el reloj, elementos a los que podemos llamar acontecimientos. El relator los ordena o lo hace el destinatario del relato, de modo que a cada tiempo se adscribe un contenido.

Gracias a esta condición de poder ser presentados como discretos y exteriores unos a otros, los acontecimientos pueden ser ordenados de modo diverso, como lo hace de ordinario el cine cuando se vale del montaje, y a veces también la literatura, lo cual hace patente que el sentido de la historia radica en… el curso del relato, en hacia dónde es que apunta y no en una visión que pueda considerarse "objetiva".

Acerca de los acontecimientos, señala Merleau Ponty que "Los ‘acontecimientos’ son fraccionados por un observador finito en la totalidad espacio temporal del mundo objetivo". Para la reflexión resulta además que tales acontecimientos son "hechos", son factura de un sujeto, y de varios modos. El sujeto es autor de un cierto fraccionamiento y además de aislar, elige, conforma los acontecimientos y los ordena en una serie, les impone "su" sentido. Esto significa que elabora la narración y lo hace en función del sentido que tiene para él la situación en que la narración ocurre: toda historia, aún tratando del pasado, es argumento, muestra, ejemplifica o apunta a algo de la perspectiva actual del sujeto acerca de su situación.

Tiene razón Merleau Ponty cuando muestra que "No hay acontecimientos sin un alguien al que ocurren y cuya perspectiva finita funda la individualidad de los mismos". (Fen de la Perc., 419) Y esta misma "perspectiva finita", aunque de otra manera, funda el relato. Por ello habría que decir que los acontecimientos hablan tanto del mundo o del tema de la narración, como del narrador y de su circunstancia, lo cual permite revertir la perspectiva y tomar el modo de facturar los acontecimientos por parte de un sujeto, como índice de la situación actual de ese mismo sujeto, de su presente y no tanto como exposición acerca de su vida.

LA HISTORIA, UNA CONSTRUCCION

Seguramente nadie objetará que se diga que el relato es una construcción desde que define y ordena los acontecimientos, establece relaciones entre los acontecimientos tales como antecedencias y consecuencias, lo que apunta a una relación causal, ya que lo posterior resultaría de ser causado por lo anterior que a su vez es invocado por el relator como determinante.

Es decir, lo presente sería el desenlace, a la vez que la justificación, de lo que ese mismo presente convoca como su pasado pertinente, aun cuando este pasado en el momento en que era presente quizá no podía ni sospechar esta derivación futura (nadie sabe si vive un momento social que tendrá importancia histórica, por ejemplo).

Por ser una factura, el acontecimiento y la narración hablan de facticidad y de lo no-necesario, de lo contingente. Porque no hay otro acceso a ese pasado, por ser versión no puede ser válida para siempre, pero además no puede sino ser abierto, porque pudo haber sido de otro modo y puede y podrá ser presentado bajo otra luz, ser otro el relato.

En consecuencia, caben diversos modos de recuperación del pasado y la diferencia entre ellos puede establecerse por el grado de coagulación que marca al relato. Pero también, al narrar pueden volver a la vida las incertidumbres que tenía este pasado cuando fue presente, sus oscuridades y sus aperturas (yo no sabía que aquél día sería importante, el billete de lotería que desdeñé era el que saldría premiado) y las posibilidades que abría y que no fueron realizadas. Al narrar este pasado muchas de sus posibilidades pueden quedar recortadas y la narración puede consagrar una versión coagulada de lo que fue y de lo que pudo ser.

Precisamente, el contar una historia coagulada que se repite como un estereotipo, es propio de la historia que el enfermo cuenta y exhibe como su tarjeta de identidad. Esa historia "explica" su presente de sufrimiento, es la historia de su padecer. Como en este estilo y finalidad de historia se apunta a "explicar", la antecedencia se convierte en señalamiento de causalidades y por esa vía se apunta hacia la adjudicación de responsabilidades por la situación del enfermo, invitando a que se conviertan en condena. Y no son pocos los técnicos que aceptan esta invitación (Psicosis y transferencia, de S. Paciuk, Ed. Roca Viva. Montevideo).

De modo que la narración habla del presente, del ahora, toma y realiza su perspectiva. Pero el "ahora" nombra a la vez un punto del tiempo y de mi vida y de la de todos. De modo que conviene precisar qué decimos cuando decimos "ahora".

PRIVILEGIOS DEL PRESENTE

Así como el relato expone una sucesión de acontecimientos y privilegia a estas unidades discretas, así también el tiempo es generalmente entendido como una sucesión de ahoras, y es de la sucesión que se desprenden pasado y futuro. Diría que no deja de hacerlo Husserl cuando propone representar con una gráfica el curso del tiempo (Fen. Perc.,425). No le faltan razones a este privilegio del ahora. Del pasado siempre podemos dudar, ya que es una construcción y no sabemos qué confiables son nuestros recuerdos; y más aún podemos dudar del futuro, que es básicamente el territorio de la incertidumbre.

En cambio no podemos dudar del ahora vivido. Cuando Descartes halla en el pensar un fundamento para una certidumbre de existir, de hecho y simultáneamente está afirmando como indudable el "ahora" en que tiene lugar su ejercicio de pensar. Merleau Ponty aclara más el porqué de este privilegio: el presente es la zona en que el ser y la conciencia coinciden. El ser está por el lado de que el "quién" de lo que pasa o el "quién" que hace, soy yo, me pasa a mí; la conciencia está por el lado de que yo lo sé, y lo sé a partir de que lo hago. De ambos lados hay implicada una experiencia de mí. Porque coincidimos en una experiencia que es del mundo, del objeto y de mí mismo, hay un campo de presencia y el saber de ellas se hace inequívoco: yo soy el que hace esto y por ello es tan cierto lo que hago como que yo lo hago (Fen. Perc.,432).

Somos en presente, de modo que tenemos tanta certidumbre acerca del ahora como de que vivimos. Bien, pero ¿qué dice esto que nombro "ahora"? ¿Qué digo cuando digo "ahora"? Las definiciones que le caben a mi ahora de ahora, son múltiples y quizá no tengan fin y si alguna se perfila como más representativa de este ahora, esta condición la alcanza porque la privilegio, y puedo hacerlo sobre la base de que esta definición que elijo destaca una diferencia con otros ahora (pasados o futuros), y además esta definición ilustra mi situación vital actual, la intención, lo que motiva mi decir. Además, definir y decir en qué consiste mi ahora no es realizar una constatación o un inventario, sino que es más bien un hecho comunicativo.

Si digo que ahora escribo, separo este ahora de un antes sobre la base de su diferencia con lo que haré luego o con lo que hacía hace un cierto tiempo, minutos (miraba por la ventana) u horas (viajaba hacia aquí) o años (era estudiante y soñaba con llegar a escribir). Privilegio el que escribo como pertinente a mi definición de este ahora porque a hablar del tema acerca del cual escribo apunta mi proyecto. El inventario de este ahora sería inacabable, ya que no podría dar cuenta de cuánto me pasa ahora, desde estar con los pies cruzados, apretado contra una silla, con la luz que de modo oblicuo ilumina la mesa y calienta mi cara, respirando, ejerciendo cierta presión con mis dedos sobe el cuerpo de la lapicera que se me resiste y sintiendo el peso del canto de mi puño sobre la mesa y el radio de mi brazo que barre el papel apoyado en ese centro que es el codo y así hasta el infinito, incluyendo todos los variados pensamientos que se me agolpan y me tientan a que los siga mientras elijo alguno para garabatearlo sobre el paciente papel…

Entonces el ahora, tal como la historia, resulta ser factura del sujeto. Comenzando porque definir un ahora fragmenta un curso de vida, lo coagula y lo simplifica, seleccionando algunos de sus temas. En un sentido, todas esas operaciones están marcadas por la arbitrariedad. Pero no son arbitrarias si se considera que el ahora, así como el relato, se conforman en función de un fin, apuntan a un final. Por ejemplo, a evidenciar una relación entre ese pasado convocado (implícito en el ahora, explicitado en el relato) y la perspectiva del relator acerca del presente. Habitualmente se pasa por alto que es desde este presente que es convocado tal pasado y no otro, y que este presente que lo convoca es el que lo valida y lo libera de la sospecha de arbitrario.

El presente llama a un cierto pasado que es construido por la narración, una forma de evocación voluntaria que se puede ubicar entre las que Merleau Ponty llama "modos derivados de la conciencia del pasado" (Fen Perc., 425). Pero hay que ver que el mismo carácter de construcción, de perspectiva realizada, lo tiene la definición del ahora. Tanto el relato como el ahora tematizan nuestro "continuo de vida", sobre el cual tenemos un dominio apenas sumario y al cual solo podemos referirnos tomando alguna perspectiva acerca de él; pero solo una de las posibles es convocada, aquella que resulta hábil para fundamentar una cierta apertura hacia algún futuro (y bien puede ser que afirme que no hay posibilidad de cambio, por lo tanto, tampoco futuro alguno).

Del pasado al presente, del presente al futuro, tiempo supone curso, algo que pasa. Lo esencial es el paso, pero ¿cómo se produce el paso? Vivimos presentes, ¿qué nos dice que un presente, un ahora, acabó y que comienza otro? Otra vez se trata de una factura, tengo este ahora por otro ahora en la medida en que privilegio lo que puede traer de nuevo, es decir, digo que es un nuevo ahora en la medida que puedo decir que algo cambió. Lo cual estaría dando razón a Merleau Ponty cuando señala que "El paso del presente a otro presente no lo pienso, no soy su espectador, lo efectúo" (Fen. Perc., 429), estoy en aquello que cambia porque lo realizo y porque tomo nota de este cambio.

Considerar el paso, el curso, nos hace ver que tanto los acontecimientos del relato como los ahora del tiempo llevan consigo el matiz que distingue a los elementos, entidades últimas que constituyen la realidad, sean ellos átomos, nociones o principios simples. La condición de elemento nace de ser indivisible y de encontrarse o bien separado, aislado, o bien relacionado pero de un modo del todo exterior.

El concepto de elemento se opone al de momento, un término dialéctico abundantemente usado por Hegel. Si bien momento se usa para designar una no precisada fracción de tiempo, más propiamente habla de una realidad que está en relación con otra hacia la que, aún oponiéndose, se mueve y con la que debe, necesariamente, formar una totalidad.

Es que momento deriva de movimiento y precisamente, remite al devenir y el devenir se refiere a un cierto cambio y al consiguiente curso que es característica fundamental del tiempo. Esta característica lo relaciona con el proceso, el siendo, por lo que el problema del devenir se plantea enlazado con la cuestión del ser, tomado este término como un sustantivo.

Ello abre el camino hacia un debate que ocupa a la filosofía desde siempre. Buena parte de la filosofía está centrada en el ser, en lo que muestra condiciones de estabilidad y permanencia; para ella los cambios son solo modificaciones superficiales, apariencias o accidentes que no afectan la integridad de las sustancias que soportan esos cambios, las que están definidas para la eternidad. Para otra filosofía, menos frecuentada, el devenir es considerado una dimensión fundamental de lo real y lo que existe integra lo contradictorio. Mientras una suele privilegiar el elemento, la otra hace lo propio con el momento.

Eternidad y temporalidad, momento y elemento, en buena medida estos conceptos parecen excluirse mutuamente. En esa misma medida, resulta curioso que en el campo del psicoanálisis podamos hallar un pensamiento que no surge del cuerpo de la filosofía pero que ofrece las bases para una reflexión que los articularía.

ENTRE SUJETO Y OBJETO

Es en la obra de la psicoanalista Melanie Klein que podemos hallar una contribución singular a la comprensión de la idea de subjetividad como temporalidad. Aporte que, a juicio de quien esto escribe, presenta significativos puntos de contacto -seguramente impensados por la autora- con la comprensión que hace Merleau Ponty. Para volver visible este aporte, será necesario acercarnos a algunos temas del pensamiento de Melanie Klein.

Esta autora propone una perspectiva acerca de la situación humana que toma como base el que la vida se cumple siempre en un marco relacional. Se aparta de Freud en cuanto éste sostiene la existencia de un narcisismo al que postula como primario; Klein en cambio afirma el carácter primario de la socialidad y subraya que el sujeto se define a sí mismo en relación a alguna forma de alteridad. Es decir, sostiene que ser es ser en relación; que no hay un sujeto anterior a la relación que luego se vincula, sino que lo que es ese sujeto, lo es en el marco de alguna forma concreta de estar comprometido con un "otro" (M. Klein, Algunas conclusiones sobre la vida emocional del lactante, 1950).

Klein ha descripto dos grandes modelos de articulación de la relación con el otro, a las que llamó "posiciones", enfatizando así lo que cada uno de esos modelos tiene de postura que el sujeto toma ante el otro. Concepto éste que se aproxima a lo que Merleau Ponty señala comentando la obra de Proust: allí habla de la "estructura de existencia que sería la persona de Swan". Fen. Perc., 433).

Según Klein, estas posiciones reconocen como eje, una la escisión y la otra, la integración. A la vez, ella describió la articulación entre ambas posiciones, entendiéndola como un proceso con fuertes implicaciones dialécticas que pauta un camino, una ex-peri-encia presente en el paso de una posición a otra.

Para ejemplificar su pensamiento, tomemos una situación cotidiana: buscamos un libro e, inesperadamente, no lo encontramos donde creíamos que debía estar. Tan reiterada como lo es esta situación, lo es su desarrollo, al que podemos considerar como una forma típica de la espontaneidad. En términos generales puede decirse que ante esa u otra situación nueva o inesperada, la posición del sujeto se define por su expectativa (que busca confirmarse o ya es certeza) de estar siendo blanco de un acto de hostilidad o daño por la acción o la omisión de parte de otro (a quien denominaremos objeto por las razones que daremos enseguida). De modo que una situaciones que debiera ser familiar para el sujeto, por la ocurrencia de un inconveniente se ha transformado y es inicialmente una evidencia de que es atacado (inicialmente al menos, ya que por lo general más tarde esta prueba queda invalidada).

En consonancia con esa convicción que anima esta primera respuesta, está el que el afecto del sujeto no es un toque de atención que le lleva a solucionar el problema (buscando con calma, por ejemplo, o evitando que el hecho se repita), sino que el sujeto es ganado por su certeza, la que lo lleva a insistir en su denuncia y en postularse como víctima. La certeza acerca de cómo es el objeto es concomitante a la certeza del sujeto acerca de sí y ambas derivan del "cómo me hace sentir en su presencia" que Merleau Ponty señaló como ámbito de la percepción.

Podemos ver entonces que al darle este giro a la situación, el sujeto realiza, hace efectiva, de una sola vez, una definición de sí mismo (perjudicado) y del otro (responsable o malevolente), y esta definición a su vez funda su conducta (denunciar, atacar) como la pertinente. Tal conducta del sujeto, a su turno, pide (o al menos tienta) al otro a definirse respondiendo de una cierta manera (defendiéndose, atacando). Que esto ocurra, no hace sino confirmar al sujeto la justeza de la convicción de trato hostil que tuvo en el punto de partida.

Digamos desde ya que para Klein no se trata de situaciones propias de la patología, sino que en todo caso podría considerarse que se trata de la patología propia de la normalidad pues, como veremos, esta posición es un momento necesario de lo que en términos de su sistema, puede entenderse por normalidad.

Tomando alguna distancia de esta situación, Klein observó que contemporáneamente, el sujeto mantiene varios relacionamientos, algunos con objetos a los que considera sumamente benefactores o valiosos. Encontró también que ambos relacionamientos, persecutorio y benefactor, tienen como base una misma operación: la escisión.

En un caso, la escisión retiene las excelencias del objeto y descarta sus otras posibilidades, en el otro caso retiene las que hablan de su peligrosidad. De este modo convierte a cada objeto en prototipo, representante ideal de una clase. De acuerdo a Klein, la articulación entre ambos objetos sería muy íntima, ya que puede observarse que integran un sistema en el cual el objeto benefactor además de ser un aliado en la lucha contra el que perjudica, viene a ser el poseedor de las cualidades de que carece (porque ha sido despojado de ellas) el objeto hostil.

Mientras el otro queda reducido a tener un solo rasgo, en el sujeto prevalece un cierto afecto, el pertinente al carácter de ese objeto. Precisamente, se habla de "objetos" por esta especie de manipulación despersonalizadora que releva en el otro, apenas aquello que por razones internas requiere el sujeto y que motiva -le da motivos- al primero para actuar en consonancia con esta solicitud. La atmósfera de esta relación de objeto será, concomitantemente, la mecánica y el determinismo. La escisión funda la convicción, ya que aventa toda ambigüedad o incertidumbre o contradicción -lo que hace que la escisión pueda ser vista como una exigencia crispada de coherencia, aun cuando sus bases son emocionales y no cognitivas. A la vez el sujeto trata al objeto como si tratara con su esencia y el objeto es tenido como que será eternamente tal como ahora se le revela al sujeto. De modo que la convicción se refiere al ahora y al siempre.

El sujeto encarna la convicción (resistente a toda posibilidad de desmentido) acerca de cómo es el objeto y de cómo es él mismo, y esta convicción es tan plena porque nace de conocer como nadie el ser del objeto, lo cual no deja de tener razón ya que este ser es factura del sujeto, él lo ha constituido. Cuanto la contradiga es solamente mera apariencia, disfraz o mentira. Como el sujeto vive en un mundo del cual la incertidumbre o la falibilidad están ausentes, su convicción no puede ser sino obtener o forzar confirmaciones, por lo que esta posición asegura su eternidad.

Si ocurren cambios, es en el sentido de sustituir una visión del otro por alguna que puede ser la opuesta, pero que a su turno es sostenida como verdad eterna del objeto. Este cambio tiene lugar por negación y derogación de un ahora que instala otro ahora que pasa a ser tenido como una revelación final. El ahora solo es confirmatorio o derogatorio; no existe propiamente experiencia, ni siquiera en el marco del ensayo y el error, porque el cambio no habla de un fallo o rectificación del sujeto acerca de sí, sino de que cambia el objeto cuyo engaño ha desenmascarado.

En tanto el sujeto solo recoge confirmaciones, el tiempo aparece clausurado: no hay futuro, solo hay reiteración de un presente que se vuelve un instante eterno. El tiempo objetivo puede "pasar", pero no pasa nada en la relación y lo que ahora es, es el ahora y es lo que será siempre. La eternidad satura esta relación, por cuanto el sujeto vive en sucesivas pero poco diferentes versiones de lo mismo y no hay cambio.

De modo que podemos decir que la escisión también está en la base de la reducción del tiempo a ahoras que se niegan y se sustituyen y que han roto su conexión con el continuo de vida; cada ahora puede ser tratado como aislado y por ello puede volverse eternidad, sin pasado (lo anterior solo reitera y confirma el ahora) y sin futuro (ya que nada puede cambiar) porque el sujeto trata con la esencia del objeto.

De esta manera pueden unirse una radical movilidad (los cambios bruscos y aparentemente inmotivados que son propios de ciertas formas de personalidad y de padecimiento) y la eternización (es una movilidad sin cambio). El sujeto podrá aparecer como tratando con numerosas personas y también cambiar continuamente de trato con una persona, pero en términos de su relación no cambia su posición ni el objeto de su relación.

ENTRE SUJETO Y OTRO

La escisión es todavía más compleja, porque ella ocurre también dentro del propio sujeto, el que puede ser comprendido como una especie de haz de relaciones que pueden no guardar ninguna coherencia entre sí. De modo que en un corte sincrónico, algunas de sus relaciones lo presentan en una posición en la cual está movido hacia una escisión extrema mientras que en otras que no dejan de ser contemporáneas, su posición supone la coexistencia de lo favorecedor y de lo peligroso en un mismo objeto.

En la medida en que puede tener lugar cierta coexistencia más o menos estable de cualidades aceptadas y rechazadas -malas y buenas, dirá el sujeto- en un objeto, puede comenzar un proceso que llevaría a la evidencia de que el sujeto, en algún momento pudo recibir de parte del sujeto un trato inadecuado (que lo trató como si únicamente fuera malo) y que ese trato pudo dañar a ambos. Así, en tanto el sujeto lo tenía como peligroso, se defendía del objeto, lo atacaba y se privaba de cosas buenas o necesarias que podía proporcionarle. También la coexistencia le presenta al objeto como complejo, que puede tener apetencias propias que el sujeto había desconocido.

Es decir, el sujeto encontraría en sí mismo, condiciones que lo perfilan como peligro para el objeto y para sí mismo y debería entonces cuidar al objeto en vez de tener que cuidarse del objeto. Este es el momento en que puede ocurrir un cambio trascendental, a partir de que los supuestos que estaban informando la posición del sujeto se muestran como inadecuados y necesitados de rectificación y en este marco el objeto se revela como un otro, con otras posibilidades.

A la luz de esta nueva posición y en relación con nuestro tema, tanto el pasado como el futuro se presentan como factura del sujeto, el sujeto los ha constituido. En el caso del pasado, se hace visible que ha tomado en cuenta solo aquello que confirmaba la tesis que sostenía su posición; en el caso del futuro, en la medida en que el sujeto puede efectuarlo (Fen Perc., 438), con su trato hacia el objeto, el trato condiciona qué tipo de futuro podía caber a la relación, ya que el futuro resultaba estar preparado desde el presente que solo le permite desplegarse en una cierta dirección (de proporcionar confirmaciones) y no en otras. Este carácter de factura por parte del sujeto otorga justificación a esta drástica afirmación de Merleau Ponty: "El sentimiento de eternidad es hipócrita" (Fen Perc., 431).

Al ser posible la rectificación, se disuelve la convicción y se establece algo como una verdad (con lo que ella tiene de provisorio y de modificación de una afirmación anterior y de apertura a los desmentidos). El sujeto ya no trata con la esencia del objeto ni es el determinismo el marco de su relacionamiento, su lugar lo toma una cierta angustia nutrida de falibilidad (pudo cometer daño a sí y al objeto), facticidad (el sujeto es de una manera y no de cualquier otra), contingencia (no hay necesidad alguna de que él sea y lo que es, lo es con condición) y finitud (presencia del tiempo y la nada en su ser). Cambia entonces el modo de verse a sí mismo del sujeto al tiempo que cambia su modo de ver al otro.

A la vez se define un pasado como lo antecedente y que como "ahora" que ha cambiado, es la condición que da sentido a este nuevo presente; también se inaugura un futuro, diferente de este presente y que toma sentido a partir de él: es una espera(nza) de reparación. Y así como en lo pasado des-encubre posibilidades que en su momento había descartado y des-encubre su complicidad con cuanto le aconteció y que por lo tanto esto que le aconteció no estaba determinado, así también toma lo por-venir como abierto, como no determinado de antemano y como que su curso depende del sujeto aunque no únicamente de él; por ser futuro es abierto, es el lugar al que apunta el proyecto y nada asegura que se cumpla y, por lo tanto, es fuente de angustia.

Se establece así una continuidad de vida que tiene otra legalidad que la entrañada en la mera sucesión, por la cual los ahora actuales, pasados y futuros, se implican mutuamente. El pasado no queda borrado, ni es retenido apenas como eslabón de una cadena, es más bien el asiento del espesor y la riqueza personal manifestadas como experiencia. En un movimiento que podemos llamar de superación en el sentido dialéctico del término, el pasado integra el presente, le da su sentido, y funda el futuro que se presenta como realización de posibilidades que el pasado revela ahora que tuvo en su momento y que la posición del sujeto dejó de lado. Ni presente ni futuro tendrían sentido alguno si ese pasado a la vez que es negado, no fuera conservado, y el futuro puede ser diferente en la misma medida en que se asume que el pasado pudo serlo.

Entre otras cosas, se des-encubre la tesis del sujeto (que algunas posturas teóricas por alguna razón hacen suyas) que dice que actúa por una causa, que está determinado; si así fuera no correspondería hablar de toma de posición. Pero en esa tesis más bien llega a escucharse que el sujeto dice que tiene una causa en pos de la cual se mueve, la que le ofrece motivos para hacerlo, motivos que toma por propios al punto que aparece identificado con esa causa. La superación de esa tesis le permite acceder a un espacio de cierta libertad desde el que se hace visible que mientras el sujeto tomó una posición, también disponía de otras, como por ejemplo de éstas que ahora llegan a ser el núcleo de su relación con el otro y de su proyecto. De modo que lo nuevo no aparece como habiendo nacido de la nada, sino que cobra sentido mostrándose como una retoma de posibilidades desechadas antes, lo nuevo tiene raíces en lo pasado, es un des-encubrimiento.

SUBJETIVIDAD Y TEMPORALIDAD

Vimos al comienzo que el toparse con el tiempo supone para el sujeto un sobresalto pues lo arranca de su cotidianeidad, de los instantes que coagulan el tiempo y eternizan un presente absoluto. El abrirse a la temporalidad supone un salto que hace pasar al devenir.

A pesar de confrontarse, no sería posible derogar una de estas dos visiones o decretar que se trata del mero error; tampoco hay mérito para afirmar sin más que ambas coexisten. Habría más bien que decir que uno de los destinos posibles de la concepción eternitaria es la integración de los ahoras que se ignoran entre sí, que en este proceso de integración ocurre tanto el crecimiento del sujeto (experiencia de sí y del objeto, redefinicióm de ambos, arranque de la subjetividad y la intersubjetividad) como su correlativa apertura a la temporalidad. De tal modo que la temporalidad resulta nutrirse de la eternidad, nace de la superación o de la integración de éstas.

Por su lado, la integración no es un estado, no se la alcanza para estar en ella, no es una entrada en otra forma de la eternidad que esta vez podría ser la "correcta". La integración a su vez se mostrará como una posición y un momento de un proceso, no el fin del proceso. Porque en otro momento, esta integración de hoy habrá de revelarse como preñada de escisiones y por lo tanto, es a cuenta de nuevas integraciones. Por lo cual la vida ha de ser entendida como cumpliéndose en ambas posiciones y que ellas son concomitantes al despliegue de la temporalidad.

ES SUBJETIVIDAD AL SALIR DE SI

En un pasaje de la Fenomenología de la percepción, Merleau Ponty señala que "La subjetividad no es identidad inmóvil consigo mismo: como al tiempo, le es esencial, para ser subjetividad, que se abra a un otro y que salga de sí." (pág. 434)

Ahora podemos agregar que ambas, subjetividad y temporalidad, están soldadas a la intersubjetividad y el acceso a cada una está mediado por la otra. El tiempo nos llega por los demás, nuestro acceso a los demás y a nosotros mismos está mediado por el tiempo, es un despliegue. El otro está en el origen del tiempo y de mí mismo y lo importante es la revelación de esta mediación por la que esta presencia del otro se hace condición de la presencia de nosotros a nosotros mismos. La temporalidad no es un fondo contra el cual el sujeto inscribe los acontecimientos de su vida sino que es originaria, en cuanto se la descubre al mismo tiempo que el sujeto se descubre a si mismo, momento en que hace experiencia de sí y también del otro. Este es el corazón de lo que enseña Melanie Klein.

La misma enseñanza puede ejemplificar el pensamiento de Merleau Ponty, especialmente cuando señala que "entre el tiempo y la subjetividad hay una relación mucho mas íntima" (Fen Perc., 449), que el sujeto no se comprende como una serie de acontecimientos, que es temporal "en virtud de una necesidad interior" de tal magnitud (pág 449), que sujeto y temporalidad se constituyen a la vez y uno nace apoyado en el otro, comunicando ambos "desde adentro".

La idea de subjetividad como temporalidad hacia la que apuntamos en nuestro punto de partida, nos dice además que el ser (el propio, el del otro) no se capta de una vez, en una única e instantánea operación, ni se capta para siempre. Se pretende sí que se puede captar el ser de un objeto o una sustancia; sin embargo aún en este caso la aprehensión sólo tiene una posibilidad de ejercerse, que es realizando un recorrido, un curso en el que caben apuestas, anticipaciones, rectificaciones, reacomodamientos, un recorrido que no tiene un fin preestablecido ni una meta que se alcanza alguna vez y que a partir de entonces es eterna. Y ocurre que en este recorrido por la cosa, no puede haber sino un des-encubrimiento simultáneo de ella y de mí, sin ir más lejos, porque la razón de mis errores remite a condiciones que son mías.

La subjetividad, lo que Merleau Ponty llama "la vivencia de mí mismo por mí mismo", es de la que dice que "solo tiene sobre sí misma como sobre el mundo un dominio evanescente" (Fen Perc., 442). Es que el acceso de la subjetividad a sí misma supone igualmente temporalidad y mediación, hay un trabajo que hace posible una experiencia de sí que pasa a través de relaciones cumplidas con objetos y sujetos. Esto es también decir que nunca nos poseemos completamente, que es una posesión abierta y que es facturada en función de cada momento.

La subjetividad no se nos entrega de una sola vez, pero tampoco se guarda algo o nos lo escatima. Porque decir que la subjetividad es temporalidad, es decir que está fundada en la alteridad y esta es abierta, inconclusa por definición. Por lo tanto incluye una esencial incertidumbre acerca de lo que todavía no ha sido, y también acerca de lo que ya fue. La historia cambia, cada vez que la llamamos puede ofrecernos una diferente versión del pasado y cada versión, como vimos, llega en ancas de un cierto presente y apunta a un posible futuro: los tiempos nos iluminan y se iluminan mutuamente.

De allí que una dirección del pensamiento contemporáneo entienda que la temporalidad es la esencia misma del ser que tenemos conciencia de ser.

Dos grandes obras han marcado particularmente al pensamiento de este siglo. La primera hablaba de ser y tiempo; la segunda del ser y la nada. Como si el tránsito de una a otra consistiera en una vuelta de tuerca a la toma de conciencia de que el tiempo nadifica. Es que trae consigo dos formas de la angustia, la facticidad y la contingencia. No debería extrañar entonces que se prefiera pensar al tiempo como un flujo uniforme que ofrece un fondo vacío contra el cual se definen los acontecimientos, haciendo a un lado la reflexión acerca de la comunicación desde dentro entre subjetividad y temporalidad a la que invitaba Merleau Ponty.

 

Del Encuentro

Artículos publicados en esta serie:

(I) Del "caso" al encuentro (Bruno Callieri, Nº 123)
(II) La mirada diagnóstica (Jorge J. Saurí, Nº124)
(III) El campo de la escucha diagnóstica (Jorge J. Saurí, Nº126).
(IV) La condición corporal (Ma. Luisa Pfeiffer, Nº127)
(V) El encuentro con lo psicótico (Bruno Callieri, Nº 128/129)
(VI) Estar-en el-mundo del sueño (María Luisa Pfeiffer, Nº130)
(VII) Desafío y enigma: La corporalidad (María Luisa Pfeiffer, Nº 135)
(VIII) Para una historia del cuerpo ( María Lucrecia Rovaletti, Nº 136)
(IX) Para una historia del cuerpo (2) La metáfora mecanicista y el saber biomédico (María Lucrecia Rovaletti Nº 137)
(X) Para una historia del cuerpo (3) El cuerpo que somos (María Lucrecia Rovaletti, Nº 138)
(XI) Baudelaire, lo que fue (Federico Rivero Scarani, Nº 144)
(XII) ¿Qué hace un filósofo? (María Luisa Pfeiffer, Nº148)
(XIII) Cuerpo, Percepción, pensamiento (Saúl Paciuk, Nº 150)
(XIV) Corporeidad disimulante, interioridad disimulada (María Lucrecia Rovaletti, Nº 152/53)
(XV) El habitar como condición de felicidad (Jean Naudin, Nº 158)
(XVI) Alienación y libertad (María Lucrecia Rovaletti, Nº 161)
(XVII) Discurso ético y discurso psicoterapéutico (Ricardo Maliandi, Nº 166)
(XVIII) Esquizofrenia, sentido e insensatez (María Lucrecia Rovaletti, Nº 168)
(XIX) Perversiones (Medard Boss, Nº 169)
(XX) El cuerpo y la experiencia obsesiva. (Andrea Lasagna, Nº 171)
(XXI) El cuerpo en la anorexia nerviosa (Susana Squarzon, Nº 174)

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