El urbanismo como pensamiento de Estado
Jordana Maisian
Las estrategias de Estado son variadas y adoptan diversas configuraciones. Sólo pretendemos detenernos aquí en aquellas que hacen del Ordenamiento Territorial su principal instrumento. En efecto, las prácticas que tienen que ver con la estructuración o el estriado del territorio mediante la imposición de un Orden, han sido altamente eficaces a los fines del Estado, quien se ha abocado a la tarea de hacer del urbanismo en el último siglo, una disciplina racional con pretensiones cientificistas -paradigma comtiano mediante. Los urbanistas a su vez, capturados por el pensamiento de Estado, han facilitado este proceso haciendo de la cientificidad un objetivo y una forma de legitimación: al decir de Françoise Choay, "el urbanismo científico es uno de los grandes mitos de la era industrial".
Lo que sigue no es un ejercicio dialéctico: es un diálogo con Gilles Deleuze. Es un intento de problematizar el debate urbanístico contemporáneo, de fisionarlo. De plantear nudos-problema, e ideas que estimulen otras ideas.
No es una puesta en contradicción, es una atomización.
El Estado occidental y moderno, que quisiéramos caracterizar como el más sofisticado aparato de creación y representación de estructuras estables tiene -indiscutiblemente- varios roles, siempre en relación con la construcción y preservación de órganos de poder, pero su rol principal es el de asegurar su propia conservación. Para ello, no ha cesado de perfeccionar sus estrategias, centradas ellas en la imposición de una mathesis a todos los niveles, es decir de una institucionalización de lo exacto a través del uso generalizado de la razón: "La acción del Estado es racional y universal", decía Hegel. Y porque "sólo el pensamiento puede inventar la ficción de un Estado universal en derecho, elevar el Estado al universal de Derecho", la acción del Estado a lo largo de la Modernidad ha consistido en apropiarse de las diversas modalidades de funcionamiento de las comunidades con el fin de imponerles sus propios códigos, de traducirlas a su forma de pensamiento, es decir de racionalizar, universalizar, modalizar, normalizar, abstraer y formar. Se ha creado así un pensamiento de Estado, es decir, "la posibilidad de subordinar el pensamiento a un modelo de Verdad, de Justicia o de Derecho: lo verdadero cartesiano, lo justo kantiano, el Derecho hegeliano"
El pensamiento de Estado
Para poder consolidar el pensamiento de Estado, se ha operado por selección, discriminación y descartes. Así, determinadas corrientes de pensamiento han sido sistemáticamente apartadas del escenario hegemónico. Queremos hacer especial alusión a las concepciones de Spinoza, para quien no existe en el mundo principio trascendente ni ley fundante que constituya causa alguna, sino un conjunto de transformaciones o efectos. Y puesto que no hay principio trascendente (Dios justiciero, Justicia moderna, Ley), no puede haber una distinción única y suprema entre el Bien y el Mal: sólo queda la decisión subjetiva entre qué es lo bueno y qué es lo malo para cada individuo, lo cual haría de la ética una cuestión política (de "toma de decisión") y no moral (de adscripción a un modelo), e inauguraría la posibilidad de una construcción subjetiva del individuo moderno.
El singular éxito de los procesos de modalización reside en el hecho de que el pensamiento de Estado no necesita, en la mayoría de los casos, ser impuesto por medios coercitivos: es espontáneamente internalizado por el individuo debido al proceso que Freud describió como "identificatorio" (el individuo apela voluntariamente al Poder para satisfacer una necesidad de identificación con una entidad que lo trascienda) y que Foucault ejemplificó a través del modelo del "Panóptico" (el individuo, sabiéndose permanentemente vigilado, asume una auto-vigilancia ininterrumpida). Así, ya no será necesario mantener una vigilancia real: la máquina se ha puesto en marcha y funciona sola; los urbanistas son parte de ella.
Foucault mostró, a través de su extensa obra, cómo la construcción de la subjetividad moderna se producirá en torno al disciplinamiento del individuo. El disciplinamiento ha tenido como objeto primero el cuerpo humano, quien será transformado por la adjunción de una prótesis que asegura su continuidad con el mundo: la máquina. Estos fenómenos han sido largamente comentados por numerosos autores en el caso de las nuevas instituciones de la Modernidad: la fábrica, la cárcel, la escuela, el asilo.
Pero lo que aquí interesa señalar es la irrupción de las estrategias de modalización en el espacio doméstico. La vivienda debe ser una "máquina de habitar", afirma Le Corbusier hacia 1922. El modelo de la máquina, paradigma de la Modernidad, es quien deberá inspirar la concepción del espacio arquitectónico, tanto desde el punto de vista del diseño -y de su metodología-, como del lenguaje formal y de su puesta en obra. La máquina constituye un sistema perfecto, donde cada elemento -estrictamente necesario- se ubica en el lugar exacto con el fin de cumplir un rol específico en función de un objetivo común.
Del mismo modo, el espacio de la vivienda deberá buscar la máxima eficacia con un mínimo de recursos, para lo cual cada desplazamiento en el interior de ésta, será calculado y por lo tanto cada movimiento, inducido. Para ello, se parte del supuesto de un patrón de comportamiento universal y arquetípico para todos aquellos humanos que hayan tenido el privilegio de nacer en la era moderna. Le Corbusier dirá que diseñar una cocina es resolver un problema de urbanismo.
Si pensamos en el Urbanismo Moderno como en aquella disciplina que se ocupa de modalizar los comportamientos relativos a la circulación y a la no-circulación de las personas -suponiendo que de allí se deducen los restantes- podríamos convenir en que, efectivamente, el célebre arquitecto suizo tenía razón: al diseñar una cocina, se estaba procediendo a la robotización de la entonces llamada "ama de casa", desde el momento en que todos los desplazamientos posibles (heladera-pileta, pileta-hornalla, hornalla-mesada) eran medidos, organizados, optimizados.
El mismo concepto regiría a todas las escalas, y no es de extrañar entonces que el único espacio de libertad, el espacio de tránsito "entre" las Instituciones (de la escuela a la fábrica, de la fábrica al asilo, del asilo a la cárcel), es decir: la calle, sea modalizado a su vez. No sería entonces exagerado atribuir al urbanismo de principios de siglo, el mérito de la culminación globalizadora del proyecto de modernización: disciplinamiento hasta las últimas consecuencias, invadiendo al individuo en su intimidad -el hogar- y en sus escasos intersticios de libertad -la calle.
Singular paradoja para un discurso que pretendió ser emancipatorio y cuyas repercusiones fueron contundentes. En nuestro país, algunos arquitectos cautivados por las virtudes de la modernidad concibieron un plan de alta carga utópica, que no pasó de ser un proyecto pero que marcó fuertemente la naciente disciplina urbanística. El Plan Regulador de 1930, pensado para una ciudad de tres millones de habitantes (como lo era la ciudad modélica ideada por Le Corbusier), proponía, para regular el caos generado por el desarrollo de la ciudad, zonificarla funcionalmente, crear un área de rascacielos en las quintas del Miguelete y relocalizar el Centro Cívico (en la zona de Tres Cruces). Este Plan pone en evidencia una voluntad rupturista donde ni la tradición histórica ni la identidad eran considerados factores de calificación de la vida urbana. Tampoco las relaciones de vecindad parecían valores a mantener.
La fundación ex-novo de la capital de Brasil da cuenta, bastantes años más tarde, de la aplicación de los principales axiomas del Urbanismo Moderno: separación de funciones, separación de la circulación, desaparición del tejido urbano tradicional en detrimento de bloques de gran escala insertos en el verde como paradigma de la vivienda colectiva, monumentalidad de los espacios públicos. Cambiarle al hombre la escala cotidiana es introducirlo en un espacio en el cual sus referencias pierden eficacia y sentido: juego doblemente peligroso desde el momento en que el hombre, como sabemos, es capaz de adaptación... no sin un alto costo emocional y sensible.
Las estrategias de Estado
Las estrategias de Estado son variadas y adoptan diversas configuraciones. Sólo pretendemos detenernos aquí en aquellas que hacen del Ordenamiento Territorial su principal instrumento. En efecto, las prácticas que tienen que ver con la estructuración o el estriado del territorio mediante la imposición de un Orden, han sido altamente eficaces a los fines del Estado, quien se ha abocado a la tarea de hacer del urbanismo en el último siglo, una disciplina racional con pretensiones cientificistas -paradigma comtiano mediante. Los urbanistas a su vez, capturados por el pensamiento de Estado, han facilitado este proceso haciendo de la cientificidad un objetivo y una forma de legitimación: al decir de Françoise Choay, "el urbanismo científico es uno de los grandes mitos de la era industrial".
Estriar el espacio, decíamos: ordenar, es decir amojonar, cuadricular, colonizar y dominar. Tal fue el designio del Estado en nuestro territorio desde la conquista: las Leyes de Indias, impuestas por la Corona Española eran la premisa necesaria para gobernar el continente a partir de la instauración de una red de fortificaciones que lo compartimentara, así como de una serie de tramas en damero que permitiera controlar toda acción dentro de las ciudades, rastrillado del territorio que genera igualdades y homogeneiza el espacio.
Geometrizar, pero según una concepción euclídea de la geometría que, al igual que la perspectiva renacentista, pretende dominar la totalidad del espacio, codificándolo desde un punto de vista fijo, único y centralizador. Aquí también la Modernidad ha descartado toda una serie de ciencias alternas que, basadas más en la intuición que en la deducción lógica, se han ocupado de fenómenos irregulares, fragmentarios, discontinuos, variables o ambulantes: hablamos de la geometría barroca de Leiniz, de los trabajos de Riemann, de la teoría de los fractales de Mandelbrot, de los espacios fibrados, de la Teoría de las Catástrofes de R. Thom, etc., es decir, de todas aquellas geometías interesadas por las relaciones entre los elementos más que por las distancias entre ellos, por las rupturas más que por la continuidad, por lo cualitativo más que por lo cuantitativo, por lo móvil más que por lo fijo.
Buscar el consenso como forma de convalidar el Estado de Derecho en tanto Razón realizada. El consenso sería la forma de nuclear grandes grupos en torno a aspiraciones que no son otras que las de los poderes establecidos, pretextando la integración del cuerpo social, y esto al precio de enajenar al individuo, de absorber la heterogeneidad dentro de los límites del sistema, de difuminar diferencias.
Racionalizar ha sido entonces la tarea de un Estado que ha configurado paso a paso -y a su antojo- las teorías y las prácticas urbanísticas. Y es rindiendo cuentas a la racionalidad que se han elaborado los principales paradigmas metodológicos que el Urbanismo Moderno ha ido adoptando sin excepción.
Paradigmas metodológicos
En primer lugar, el recurso de plantear pares de opuestos como premisa necesaria para establecer entre ellos una relación dialéctica, método de "reconciliación" de contrarios basado en la negación, que permitiría el análisis y la comprensión crítica del problema planteado. En la dialéctica -paradigma metodológico de la Modernidad raramente aplicado como lo hubieran sugerido sus principales teóricos-, cada término surge de la negación del que lo acompaña, y hace de ésta su propia esencia, con el fin de desarrollar la contradicción y suprimirla para pasar a un nuevo estado de cosas, la denominada síntesis. En el esquema hegeliano, para que la contradicción se produzca, los términos deben cumplir determinadas condiciones. Por un lado, cada uno debe extraer su fuerza de la negación de la esencia del otro, es decir que debe constituir su opuesto absoluto. Por otro lado, cada término debe ser estrictamente idéntico a sí mismo, es decir, inmutable: se debe operar con conceptos universales. Si bien Marx criticó estas características de la dialéctica hegeliana, alertando sobre el peligro de caer en la definición de entidades, y haciendo de sus categorías conceptos "vivos", estas condicionantes persistieron en las aplicaciones prácticas de dicho método.
Creemos que en un mundo en que la Historia única y lineal ha estallado en infinitas micrologías, desplegando pluralidades y tornando efímera cualquier aseveración, la identidad de los términos resulta impensable. Estos no pueden llegar a ser superados dialécticamente, puesto que sufren una transmutación continua, al tiempo que una mutua contaminación.
Se evitaría así caer en síntesis ficticias que van pautando el "desarrollo" de la ciudad con soluciones parciales: la ciudad no alcanza estadios sucesivos, no es sino lo que deviene, lo que está deviniendo, es decir, su constante devenir-otra. La ciudad va adoptando diversas configuraciones o dimensiones a través del tiempo, que convendría resguardar de la lógica binaria de las dicotomías. Estas dimensiones serían multiplicidades que se introducen unas en otras, metamorfoseándolas y metamorfoseándose, mutando, cambiando de naturaleza, constituyendo un complejo entramado de relaciones y no una relación bi-unívoca. El ritmo de una ciudad no sería precisamente el ritmo regular del vaivén dialéctico, sino un ritmo entrecortado e irregular, hecho de fulguraciones, retrocesos, desvíos y contorneos: ritmo de lo intempestivo, por lo cual convendría renunciar también a la idea de evolución o evolucionismo que tanto ha pautado los estudios de crecimiento en el urbanismo contemporáneo. Porque la ciudad no sigue una lógica de la identidad y la contradicción, sino lógicas de la diversidad irreductible.
En segundo lugar, la sistémica, es decir, la construcción sistemática de modelos llamados sistemas, como forma de abordar el análisis de la realidad. "La ciudad es un árbol", escribía Christopher Alexander allá por los años 60. El estructuralismo procedió a la asimilación de toda realidad a estructuras o sistemas que todo lo comprenden, asegurando así la tranquilidad del investigador puesto que ofrecen el punto de apoyo desde donde montar una totalidad capaz de absorber cualquier situación, desde donde explicarlo todo para así poder reconocer-se. Nada escapa al sistema, que transforma cada elemento de la realidad en una de sus partes, y le asigna por lo tanto un lugar y una función determinados en el conjunto de interrelaciones que lo componen. Todo está previsto, es previsible y por lo tanto aprehensible, programable, estipulable. Los sistemas se interconectan creando redes que colonizan el espacio en su totalidad. Nada queda fuera, nada es inalcanzable, la red absorbe, organiza y confiere posiciones: el determinismo asegura el éxito de cualquier futurología. Aquí se funda la validez de la planificación, tarea esencial de los urbanistas, donde el modelo constituye la herramienta de anticipación indispensable, marca la dirección a seguir, define el objetivo a alcanzar.
El Urbanismo "de los 80", también llamado Urbanismo Urbano, adoptó la convicción del sistema, y basándose en las teorías del arquitecto italiano Aldo Rossi, propuso leer la ciudad como un sistema de partes homogéneas interrelacionadas, lo cual habilitaba una intervención relativamente independiente en cada parte, puesto que la lógica propia del sistema se encargaría de restituir el "todo". Según este procedimiento fueron rehabilitados algunos centros históricos, como el de la ciudad de Bolonia, en Italia, y elaborados algunos planes, como el de la ciudad de Madrid ("Madrid-Proyecto-Madrid"), a partir de los años 80.
El Urbanismo de Redes, que invadió la cultura urbanística a partir de los años 90, adoptó también la concepción del sistema, receta milagrosa para englobar todas las situaciones en un esquema único. Como en la dialéctica hegeliana, todo conflicto se resuelve en una interioridad superior y absoluta, según un ideal de transparencia del individuo que se piensa a sí mismo: no hay afuera posible. Más allá del hecho de que, lejos de constituir -como se ha pretendido- un modelo de libre flujo en todas direcciones, las redes son circuitos de información intencionalmente direccionales y por lo tanto centralizados, jerarquizados y con claros objetivos de control, cabría preguntarse qué ocurre con aquellos elementos que se obstinan en desertar el "todo". ¿Cómo reacciona la estructura de redes cuando un elemento comienza a proliferar contra la lógica del sistema, cuando aparecen deformaciones anárquicas que se empecinan en escapar a las posiciones predestinadas, cuando aparecen raíces aéreas o ramas que se entierran, fugando de la estructura? En otras palabras ¿como reservar un lugar en el sistema para aquello que se metamorfosea, muta, se transmuta?
Por otro lado ¿cómo crear un afuera, un espacio exterior para la creación y la producción que escape a las normas, puesto que el sistema todo lo involucra? Sin embargo, la ciudad no cesa de generar situaciones marginales que fugan del sistema y escapan a las leyes conocidas que intentan explicar los asentamientos y las estrategias de sobrevivencia. No nos referimos exclusivamente a los llamados "asentamientos marginales", donde es difícil reconocer -y aún más, imponer lógicas de implantación, organización y distribución del espacio, sino también a las lógicas del capitalismo contemporáneo, bastidor de fondo de nuestras ciudades, que "no es territorial ya que no tiene por objeto la tierra sino la mercancía", mercancía cuya principal razón de ser es la de circular y cuya utilidad se define justamente como marginal. Podríamos también aludir a la tendencia a la deslocalización de las instituciones actuales, atravesadas por flujos que carecen de anclaje territorial y por lo tanto, de posición -por más efímera que sea- en una estructura. Lo que sobrevive de estas instituciones que han sufrido un proceso de descalce con respecto a la Ley, es el nombre -a menudo olvidado bajo una sigla- y ya no es necesario cuestionar la institución puesto que ésta ha quedado hueca, desertada por las instancias de toma de decisión y por una dispersión del ejercicio de la función pública.
Sin embargo, cabe aclarar que la apariencia nómade de las sociedades contemporáneas no es, justamente, más que una apariencia. A lo que asistimos en realidad es a nueva forma de sedentarización, puesto que las estrategias de control y dominación, lejos de desaparecer, han logrado mutar y adaptarse, lo cual constituye la mejor prueba de su permanencia. No existe desterritorialización sino reterritorialización de las diferentes instancias del poder, que elaboran sin cesar nuevas estrategias de captura y actualizan el pensamiento de Estado.
La ciudad: ¿sistema o rizoma?
Creemos poder afirmar que la ciudad no es un sistema. El sistema es un modelo, y la ciudad no es modelizable. La ciudad contiene sistemas, pero no es un sistema. Al modo del rizoma, la ciudad deviene en el tiempo, involucrando o rechazando los sistemas o estructuras que se le imponen, pero movilizando en torno a ellos una serie de fuerzas, tensiones y situaciones materiales que no responden a ninguna lógica preestablecida. En palabras de Deleuze, "habría una especie de rizoma rodeando las raíces", una suerte de proliferación rizomática inevitable en torno a las estructuras impuestas. La ciudad tiene la capacidad de florecer o de "irse en vicio", de generar crecimientos imprevistos que pueden surgir en cualquiera de sus puntos. Siempre algo huye o chorrea por entre las fisuras del sistema. La ciudad hace rizoma con el territorio.
Ejemplificando, la ciudad contiene sistemas que le han sido injertados, estructuras pensadas a priori y luego materializadas, como el damero, el parcelario, las redes viales, algunos edificios, plazas, etc. Pero en torno a ellos, y en un proceso de adaptación, asimilación o rechazo, se han ido superponiendo situaciones variables que escapan a toda definición y hacen al "estar viva" de la ciudad. Es a estas situaciones que llamamos rizomáticas.
El rizoma, noción introducida por G. Deleuze y F. Guattari, es lo que resulta del crecimiento propio de multiplicidades que no pueden ser contenidas en una estructura, ni referidas a una unidad totalizadora. No tiene principio ni fin, crece siempre por el medio, y su crecimiento no sigue una evolución sino que es una sucesión de rupturas, mutaciones y cambios de dirección. Es un agenciamiento que cambia necesariamente de naturaleza a medida que aumentan sus conexiones y dimensiones. Se extiende por un plano de consistencia, es decir que no se constituye en función de una dimensión trascendente que imponga jerarquías, objetivos y determinantes en las relaciones. El rizoma no crece hacia una finalidad preestablecida porque desconoce una lógica lineal del tiempo: crece por proliferación, fuera de toda intencionalidad universalizante. Al extenderse, puede apropiarse de situaciones exteriores, incorporándolas según procesos de subjetivación que implican una captura y una traducción de códigos.
Mientras que el sistema se compone de nudos y de lazos entre éstos, el rizoma resulta de una misma materia que se va configurando y donde no se reconocen partes diferenciables: el rizoma "no se separa en partes de partes, sino que se pliega al infinito en pliegues cada vez más pequeños".
Mientras que el sistema es un modelo que pretende, superponiéndose a la ciudad, explicarla, el rizoma da cuenta de la imposibilidad del dualismo modelo-realidad: el crecimiento de la ciudad no se articula en dos tiempos que hacen posible la anticipación, sino que se va haciendo sobre su propia marcha, al tiempo que traza sobre sí mismo el mapa de sus variaciones. A diferencia del sistema, el rizoma no reproduce ni representa algo que lo precede, simplemente, se produce y se presenta. Imprevisible es entonces la reacción del rizoma-ciudad con respecto a los sistemas duros que el hombre implanta entre sus flujos, reacción de la cual resulta la ciudad que conocemos.
¿Representación o expresión?
La concepción rizomática estaría eliminando así la dualidad implícita en toda representación. Cabría aquí volver a recordar a Spinoza: "La expresión en acto es todo lo contrario de una representación: Spinoza rechazó la concepción representativa de la idea que está en el corazón del pensamiento cartesiano. Sustituyendo por la expresión aquello que Foucault denominó redoblamiento de la representación, que presupone una relación reflexiva de lo representante y lo representado, Spinoza comprendió y explicó la expresión en términos de constitución y de producción. Según él, el conocimiento no es representación de la cosa en el espíritu, por intermedio de una imagen mental que puede a su vez ser relevada por un sistema de signos, sino que es expresión, es decir, producción y constitución de la cosa misma en el espíritu. Es así como Spinoza escapó a la banalidad representativa del racionalismo clásico para redescubrir un cierto espesor expresivo del mundo, en vistas a fundar una filosofía post-cartesiana."
Podríamos entonces hablar de una ciudad que se expresa en lugar de representar algo que la trasciende. Esto nos conduce a una revisión de la noción de imagen, noción clave para el urbanismo. Sin entrar en consideraciones de orden filosófico que hacen al concepto, diremos que en la dualidad ciudad modélica-ciudad real, la imagen es quien ha tenido el rol de anticipar figurativamente el modelo. En tiempos de la Modernidad, cuando la ciudad modélica recibía la sugestiva apelación de ciudad-ideal o utopía, la imagen pronosticaba la resultante formal de dicha utopía, y era claramente definida, cristalizada, acabada. Hoy, bajo la descreencia en aquellos modelos demasiado perfectos, ambiciosos y por ende inalcanzables, hablamos -en el marco del llamado Urbanismo Estratégico- de escenarios, que ya no son imposibles sino todo lo contrario, que están más cerca (en el corto o mediano plazo) y que han negociado sus virtudes con la cruda realidad. Pero los escenarios, tan distintos a sus antecesoras, también tienen una imagen, también anticipan una figuración, aunque se la piense sujeta a modificaciones. También modalizan el acto de planificar.
El concepto de escenario ha dado un vuelco decisivo en la cultura urbanística por haber incorporado la flexibilidad (o asumido la ausencia de determinismo) como su principal razón se ser. Sin embargo, a nivel metodológico, los viejos paradigmas (dicotomía modelo-realidad, ciencia positivista, dialéctica, rol fundante de la teleología, estructura, sistema) persisten en el Urbanismo Estratégico. El recurso de la planificación también.
¿Él -Platón- será la Verdad?
Parecería que la dicotomía modelo-realidad (que no es sino uno entre los tantos travestismos que ha ido adoptando en Occidente la dicotomía platónica "Mundo de las Ideas-mundo de la apariencia") estaría presidiendo indefectiblemente el quehacer del urbanismo, lo cual explicaría el éxito rotundo de las visiones sistémicas y la adopción del método científico, método platónico por excelencia desde el momento en que afirma la superioridad de lo inteligible (las conceptualizaciones abstractas o modelos teóricos) sobre lo sensible (la ciudad real, tal como la percibimos). No olvidemos que legitimar una disciplina en función de su búsqueda de la Verdad, alegando que ésta es preferible al error o a la mentira, no es una actitud científica sino moral.
Reconsiderando (y reivindicando el coraje de arriesgar críticas profundas sin disponer de soluciones alternativas), quizás sería interesante interpretar la ciudad no ya como aquello que reproduce un sistema o puede ser leído como tal, sino como el desplazamiento de un campo de fuerzas sin imagen preestablecida. O, dicho de otro modo, no interpretarla siguiendo un método arquetipal o legal (que busca identidades, clasifica y ordena), sino siguiendo un método deferencial o ambulante, como registro de sus variaciones. Porque tanto el punto de vista fijo como el modelo hacen al establecimiento de raíces y anclajes donde puede alojarse el Poder de Estado.
Algunos caminos parecen estarse trazando:
Registrar variaciones (movilidad y crecimiento) desde un abordaje fractal. Éste parte del descubrimiento de que algunas formas irregulares se constituyen como una suma infinita de motivos regulares, a todas las escalas. Es posible entonces analizar situaciones irregulares sin necesidad de reducirlas a un orden conocido, detectando en ellas las regularidades que según una lógica propia y singular van componiéndose hasta hacer reconocible una ciudad determinada.
Pensar la participación de los ciudadanos a partir de una responsabilización spinozista, es decir, eminentemente política. Esta responsabilización pone en práctica una toma de decisión cotidiana que no apele a un modelo de valoración moral o cultural trascendente. A su vez, hace a la expresión del ciudadano, excluyendo una representación que lleva a algunos grupos a hablar en nombre de otros, o a la creación de consensos hegemónicos (consensos de Estado) que no hacen sino perpetrar los poderes establecidos.
Sustituir el abordaje multidisciplinario por una acción a-disciplinaria. Porque un conocimiento más completo de la realidad urbana no pasa por multiplicar las perspectivas, es decir, por apelar a nuevas disciplinas que, como su nombre lo indica, tienen por cometido el disciplinar y que en tanto modalizan son incapaces de comprender. Se trata, al contrario, de llevar a cabo una profunda reflexión en el seno de cada disciplina instituida, en lo que tiene que ver con sus fundamentos, sus alcances y sus métodos. En otras palabras, transformar las disciplinas en miradas que permitan introyectarse en la realidad y acceder a sus lógicas propias para desde allí construir nuevas herramientas de acción que suplanten los actuales modelos de representación.
Se trataría quizás, al decir de Emil Cioran, de "eternizarse en un equilibrio inestable". Nuevas interpretaciones para pensar una práctica urbana de situaciones y no de principios, no ya como pensamiento de Estado -esencia institucionalizada-, sino como pensamiento libre sin imagen ni modelos, acontecimiento que deviene y se expresa.
Ser Urbano Artículos publicados en esta serie: (I) Los movimientos ciudadanos (Tomás R. Villasante,
Nº 103) |
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