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La sociedad del espectáculo

Gabriel Eira

Allá por los años 30 Orson Wells protagonizó una versión radial de "La Guerra de los Mundos" de H. G. Wells. Adaptando la novela al formato de una cobertura informativa, el enorme niño maldito del cine norteamericano logró un producto de verosimilitud tal que sus efectos en la audiencia (absolutamente convencida de la realidad concreta del relato) pasaron a formar parte ineludible del anecdotario norteamericano.

Si de algo pecaba el auditorio de entonces, era de ingenuidad. Para él, la función del informativo era informar. Era obvio: el informativo no hacía otra cosa que informar, intercalando lapsos de "realidad" entre la ficción del radioteatro y el espectáculo musical. No es de extrañar, entonces, que los patrióticos WASP de los años '30 cargaran sus escopetas de doble caño para proteger la patria de los malignos marcianos que parecían amenazarla.

En las puertas del tercer milenio las cosas se han modificado. El mundo de lo "real" ha sido capturado por la lógica del espectáculo. La tragedia humana es sometida a un montaje de varieté. Con la dinámica de un video-clip, la noticia se secuencia entre las 19 y las 20:30, para ser repetida después de las 23 como el estribillo de una tonada de moda. El genocidio de hoy, las miserias de ayer, y los desastres de mañana se descartan con la veleidad con que se descarta un kleenex, acorde a las necesidades del ranting y a las de los perversos estetas que cada noche se sientan frente a la TV.

En la Sociedad del Espectáculo el Amo juega al Esclavo y, como era de esperar, la muerte hace buena letra.

En definitiva, la vida misma ha devenido en producto espectacular.

Mucho se ha hablado (y luego olvidado) sobre las transformaciones que ha sufrido la política nacional desde las elecciones en las que la izquierda accedió por primera vez al comando de la IMM. Lo más espectacular, sin embargo, no ha sido el triunfo del FA, sino el escenario en donde el mismo fue representado: la emergencia del orden del espectáculo, el Political Show Business. Fue entonces que se destaparon los Asesores de Imagen, los cosmetólogos de las ideas, los estetas especializados en Opinión Pública. Desde allí, da la impresión de que los electores no eligen candidatos, ni Partidos, ni -mucho menos- programas. No se vota por proyectos políticos sino más bien por agencias publicitarias.

La campaña se montó como espectáculo, en el que cada candidato era premiado (o castigado) con un mayor o menor caudal electoral, a modo de aplauso y/o recaudación en la boletería.

Y entre los spots del show hubo quienes festejaron la llegada de la Mujer a la actividad pública. Pero sucede que ocurrió precisamente lo contrario. No fue la Mujer que abandonó el espacio de lo privado para acceder a la dimensión pública, fue lo público que invadió lo privado capturando, en su arremetida, a la Mujer. La nueva dinámica de las tecnologías del espectáculo así comenzaron a exigirlo.

Porque los nuevos paradigmas del show cada vez se relacionan menos con el espacio público del ágora. La TV y el PC (vía INTERNET) introducen en la privacidad de cada casa todas las exterioridades posibles. Los candidatos ya no hablan a la multitud en la plaza, sino a cada uno -via pantalla o monitor- en su propio living, mientras fuma un cigarro y se rasca el ombligo. En este orden, la Mujer abandona (como el Hombre también) un espacio de lo privado para introducirse en un nuevo orden en el que lo público y lo privado comienzan a cobrar nuevos sentidos. En este show se montan nuevos personajes femeninos, activos y protagonistas, que continúan -pese a todo- subordinados a la tibia calidez del patriarca. Basta recordar el lugar que ocuparon las esposas de los candidatos a la hora de capturar preferencias.

La buena política se relaciona hoy con la capacidad de localizar adecuadamente los spotlights, como se lo hace con las cámaras a la hora de mostrar la sangre en los Conflictos De Baja Intensidad del Pentágono.

Hace unos días asistimos a otro montaje. Parece que ya estamos diagramados de tal modo por la espectacularidad que nadie pudo percibirlo.

El punto clave, el hecho que modificó el sentido de los acontecimientos en el conflicto de los estudiantes con el ministro Rama no fue una movilización masiva, ni una negociación, ni un re-acomodo en la interna de los aparatos partidarios, ni -mucho menos- una insurrección. El conflicto cambió de dirección a partir de un espectáculo: la polémica coordinada por Traverso en Canal 10, un juego de imagen y sonido en el que participaron todos menos los estudiantes.

Pero los muchachos no son tontos. Se saben en la Sociedad del Espectáculo y en el lapso histórico de la fragmentación. No acuden a los macro-aparatos, ni siquiera les interesa producir uno. Su mayor logro consiste precisamente en ello: en haber accedido a la espectacularidad a partir de la radio pirata, y el haber comprendido la dimensión del mundo fragmentado al que refiere Castoriadis. Claro, no conocen al filósofo greco-francés ni de oídas, pero eso no importa. Navegan en la normalidad fragmentaria, ensayando estrategias locales que abandonan tan pronto éstas han sido percibidas por el adversario. ¿Máquinas de Guerra deleuzianas? Tal vez no tanto, pero sin embargo...

Esto preocupa a los Servicios de Inteligencia. Y los estudiantres lo saben.


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