Serie: Memoranda (XIII)

Prácticas matrimoniales de una subcultura

Alfredo Alpini

En el Uruguay a fines de la década de los veinte se había constituido en ciertos sectores de la sociedad una subcultura popular, tal vez marginal, que hacía oídos sordos a las pr‡cticas matrimoniales y culturales que estaban en boga por aquellos aņos.




La historiografía nacional tiene como deuda pendiente un estudio cohesionado e integrado de la historia cultural del Uruguay, con espíritu antropológico. Es decir, la historia de la cultura con minúscula.

Específicamente los estudios acerca de la familia y de sus comportamientos culturales son fragmentarios(1). Los primeros en abordar el tema fueron José Pedro Barrán y Benjamín Nahum en el tomo I de "Batlle, los estancieros y el imperio brit‡nico" donde dedicaron algunos cap'tulos principalmente a las familias de sectores medios y altos. TambiŽn, JosŽ P. Barr‡n abordó el tema de la familia y de la mujer en "Historia de la sensibilidad en el Uruguay" y en los tres tomos de "Medicina y sociedad en el Uruguay del Novecientos".

Estos trabajos pautaron la formación de un consenso generalizado en la historiografía nacional, según el cual, en el Novecientos una nueva sensibilidad disciplinó a la sociedad. Esta cultura "civilizada" control- el cuerpo, implant- el puritanismo sexual, condenó el ocio, hizo la apología del trabajo, descubrió la vida privada y la intimidad para los sectores medios y altos. Pero esta nueva mentalidad se acompañó de un nuevo modelo económico y social que se instaló en el país entre 1870-1930.

La escuela, la policía, la fábrica, la Iglesia y, posteriormente, los médicos, fueron los encargados de llevar adelante la nueva sensibilidad. La sexualidad y lo lúdico fueron los dos objetivos principales que se propuso "disciplinar" esta nueva mentalidad. Esta nueva cultura se constituyó, según Barrán, en una especie de super-yo que dirigió las vidas de los miembros de la sociedad uruguaya del Novecientos. Los sectores más afectados por las inhibiciones de este nuevo super-yo fueron los jóvenes, las mujeres y las clases populares. La familia burguesa condenaba la sexualidad por considerarla un gasto. El padre era el patriarca de la familia monogámica e indisoluble, y él era quien controlaba los deseos de sus miembros. En el seno de esa familia, la mujer dominada asumió los valores de madre "abnegada" y esposa "casta".

Las historiadoras Silvia Rodríguez Villamil y Graciela Sapriza realizaron varios trabajos donde trataron el tema de las relaciones entre hombres y mujeres. Estas autoras entienden que a principios de siglo "existe una mentalidad y una concepción de la sociedad predominantemente patriarcal, con vertientes más o menos conservadoras, pero que en última instancia coinciden en privilegiar lo doméstico y la maternidad como la principal esfera de acci-n y el principal papel social de la mujer"(2). En este sentido, la mujer se encontraba dependiente y subordinada al ámbito doméstico.

En cuanto a la cultura popular -la cual conformaba un heterogéneo conglomerado que iba desde el peón rural hasta la adolescente lavandera de Montevideo- se sabe poco o nada. Las investigaciones que se han hecho sobre el tema son escasísimas y sobre todo se ha estudiado la cultura popular desde los discursos que provienen desde el Poder. En el presente trabajo hemos intentado estudiar c-mo la gente comœn entiende el mundo y c-mo expresa la realidad por medio de su conducta en base a discursos que provienen de ellos mismos.

FORMAS DE CONVIVENCIA: EL CONCUBINATO

En la presente investigación pretendimos acercarnos a la intimidad y a los secretos de hombres y mujeres de fines de 1920. Intentamos observar cuáles eran sus comportamientos frente al sexo, sus valores respecto a él y cómo concebían las relaciones entre hombre y mujer. En los sectores populares Àlas mujeres eran sumisas frente a ese supuesto poder patriarcal del hombre?, Àc-mo era la relaci-n entre hombre y mujer en el concubinato? ÀPor quŽ los hombres y mujeres de los sectores populares eran m‡s propensos al concubinato que al matrimonio con ceremonia nupcial? En esta determinación ¿incidía la familia, los bienes o la cultura?

A pesar de no poseer información de la cantidad de las uniones libres que existían -ya que ni el censo ni los anuarios estadísticos las registraban- podemos establecer el nœmero de concubinatos en base al nœmero de hijos naturales o ileg'timos que exist'an. Podemos sugerir que la misma proporción que existía de hijos legítimos e hijos ilegítimos se acercaba a la proporción de matrimonios y concubinatos existentes. Por supuesto que es una mera aproximación, ya que no todos los concubinos tenían hijos. Por ejemplo, en 1930 en la zona agrícola -Canelones, San José y Colonia- el 80% de los hijos eran legítimos frente al 19,4% de ilegítimos. En la zona agrícola-ganadera -Florida y Maldonado- el 76,5% de los hijos eran leg'timos frente a un 23% de ileg'timos. Y en la zona ganadera -Artigas, Cerro Largo, Durazno, Flores, Lavalleja, Paysandú, Rocha, Salto, Río Negro, Rivera, Soriano, Tacuarembó y Treinta y Tres- el 62,9% de los hijos eran legítimos frente al 37,1% de ilegítimos. En 1930, en Montevideo, existía un 80,5% de hijos legítimos y un 19,5% de ilegítimos. Para el total del país los hijos legítimos eran el 72,1% frente al 27,9% de hijos ilegítimos(3).

La palabra "concubina" proviene del lat'n concubina: "que se acuesta con". El concubinato moderno se constituye definitivamente como unión distinta al matrimonio al imponerse a este último la forma solemne de celebración, lo que sucedió en el siglo XVI por el Decreto "Tametsi" del Concilio de Trento, continuado por el Código Napoleón y por las legislaciones civiles latinoamericanas del siglo XIX. Aquí encontramos el primer elemento jurídico que diferencia el matrimonio legal del concubinato. El primero es celebrado de acuerdo a la ley, el segundo no. En el primero resulta esencial el acto de celebración, sin estas solemnidades no existe el matrimonio; en el segundo, resulta primordial el concúbito, sin éste no hay concubinato.

El concubinato constituye un matrimonio sin casamiento que se diferencia del matriomonio con ceremonia nupcial. Los criterios que pueden introducirse para definir el matrimonio son: "a) la `legitimidad' de la relación sexual, la cual b) se ha establecido con intención de perdurar"(4). Entendemos que el factor de la duraci-n junto con una testificaci-n -formal o informal- que dŽ relevancia a la uni-n de la pareja y que haga trascender a tal uni-n en el medio social es el mejor criterio para definir el matrimonio. En base a la duraci-n y a la pública notoriedad de la unión, los partners se reconocen mutuamente pertenecientes a un matrimonio. En esta definición está incluída cualquier clase de matrimonio informal, como lo es el concubinato.

En base a esta definición de matrimonio podemos distinguir dos tipos de concubinatos que percibimos a fines de 1920: 1) un concubinato ef'mero, de corta duraci-n, que no se podr'a incluir dentro de esta definici-n, y 2) un concubinato de m‡s larga duraci-n, mucha veces con hijos. Este tipo de unión libre constituía una verdadera familia y de él nos vamos a ocupar.

En este segundo tipo de concubinato existía una relación perdurable entre los miembros. En Montevideo, el pintor Luis Mazzetti, de 28 años, dijo "que hace dos años que vive matrimonialmente con Petrona Rodríguez (...) y era Žl quien pagaba toda la casa."(5) Salustiano Medardo Salces, de 45 años, empleado, dijo "que seis años hacía que vivía en concubinato con la Rodríguez"(6). Francisca Suárez, de 25 años, declaró que "ha vivido maritalmente (...) ininterrumpidamente, siendo debidamente atendida por Clemente"(7).

Podemos aventurar la hipótesis de que quizás el concubinato no sea un ensayo prematrimonial, sino que se constituía para los sectores populares en una relación que no desembocaba en el casamiento. Percibimos con claridad como el concubinato representaba una verdadera familia cuando los concubinos tenían hijos. En Montevideo, Elina Lamas, de 27 años, dijo que "hace 8 años que vivo en concubinato con Manuel Pérez con el que tuve dos hijos"(8). Pilar Sánchez, de 32 años, vive hace 4 años en concubinato con Servando Vassetti, de 27 años, quienes tienen dos hijos, de 3 y 7 años(9). Cirilo Larrosa, de 31 años, dijo que vive en concubinato con una "mujer con quien tengo dos hijitos y soy el sostén de ellos"(10). En el pueblo de Olimar (Treinta y Tres), Nemesio Mujica, guardiacivil, de 32 a-os, dijo que "hace m‡s o menos dos a-os que vive en concubinato con [Leonor Caniella], teniendo de esa uni-n una hijita de cinco meses de edad."

Este concubinato de larga duración que equiparamos a la familia, cumplía ciertas funciones sociales como la institución familiar legal. Básicamente eran dos: 1) una función sexual y 2) una función económica. Obviamente que la función sexual era esencial, pero explicar el concubinato meramente por esta funci-n lo reducir'a a una instituci-n cuasibiol-gica. Las relaci-nes er-tico-sexuales no eran el œnico ni el principal v'nculo que manten'a el concubinato. Este, creemos, era una instituci-n que cumpl'a una función económica más que sexual. Es evidente que cuando existían hijos, el concubinato desempeñaba la función de educar a los mismos y era cuando más se consolidaba este tipo de familia.

Como premisa de partida debemos distinguir los móviles que conducían tanto al hombre como a la mujer a unirse en concubinato. Consideramos que en las mujeres de los sectores populares, m‡s que los hombres, operaban fuertes razones econ-micas que las llevaban a entablar este tipo de unión. Esta protección económica que cumplía el concubinato se aprecia cuando éste llega a su fin, es decir, cuando uno de los miembros decidía marcar su término. En el mayor número de los casos, y casi por unanimidad, era la mujer quien decidía concluir con la relación. En Durazno, Celiar Medina, hornero de 19 años, dijo que su concubina Gregoria Presentado, de 17 a-os, "lo ech- diciŽndole que no quer'a vivir m‡s con [Žl] porque le faltaban las cosas que necesitaba y por esto se agarraron en discusión (...)" María Ybelina, hermana de Gregoria Presentado, dijo que "entre Medina y su hermana tenían riñas y discusiones". También sostuvo que esas disputas se producían porque "no le llevaba nada para comer y la hacía pasar hambre"

En Montevideo, Pilar Sánchez, de 32 años, envenenó a sus dos hijos de 3 y 7 años con arsénico, quien dijo que "estaba cansada de la vida (...) [y que] no estaba bien de la cabeza, por las dificultades porque atravesaba su hogar, pues su concubino Servando Vassetti hacía mucho tiempo que no tenía trabajo y por lo tanto, sufrían muchas necesidades."(13)

Bernarda Cáceres Segovia, exprostituta, de 52 años, vivía en concubinato con Romeo Castellani, pero deseaba volver con su antiguo concubino Teófilo García, y para dicho propósito le envió la siguiente carta, fechada el 26 de enero de 1932: "Querido -he ynolvidable- amor de mi alma con el amor mas puro y sincero que puede hesistir en un corazón enamorado escribo estas letras (...) para decirte una vez mas que es muy grande el amor que siento por ti (...) y que pienses que tengo hambre ase mucho que no como- pero pienso que pronto seré dichosa (...)"(14) [el destacado es nuestro]

¿Qué podemos destacar más de esta carta? ¿El amor hacia su antiguo concubino o las penurias económicas que padecía? El hacerle recordar que "tengo hambre ase mucho que no como", es significativo de que la relaci-n en la cual se encontraba no satisfac'a las necesidades económicas. En este sentido, era muy común que las mujeres cambiasen de hombre porque no estaban protegidas materialmente. En Tacuarembó, Bablina Ramírez, de 20 años, dijo que "se separó de [Juan Francisco Mareco] el día cinco no sólo porque la maltrataba sino porque él no trabajaba en nada". [El destacado es nuestro] Bablina Ramírez comenzó a hacer vida marital con Julio Mareco, tío de Juan Francisco, carpintero de 42 años. Este œltimo dijo que Bablina se separ- de su sobrino porque "no tenía que comer ni con que vestir, pues su sobrino no le daba nada ni la dejaba colocar; que desde entonces reanudó las relaciones maritales con el declarante porque estaba completamente decidida a separarse de Juan Francisco"(15). María Britos, de 23 años, dijo que "dejó a Gómez porque éste le pegaba continuamente, sin motivo alguno y no le daba de comer"(16). En Tacuarembó, Lázaro de Mora, encontrándose en la casa de unos vecinos, "invitó a su concubina para ir para su casa, contest‡ndole la mujer que no iba porque Žl, De Mora, la ten'a muerta de hambre y no trabajaba. De Mora insisti- en que deb'a ir, diciŽndole que hacía una macana en no hacerlo, y como la mujer se negaba, volviéndole a repetir que no iba y que no quería vivir más con él que la tenía muerta de hambre"(17).

Estos testimonios nos llevan a pensar que la inestabilidad del concubinato, por lo general, sucedía por motivos económicos. Consideramos que la estabilidad de las relaciones sexuales depend'an o se originaban en factores que no eran de 'ndole sexual, sino que se basaban en la función económica que podía cumplir el concubinato. Es de destacar, también, el importante papel aglutinador que poseían los hijos cuando existían, los cuales contribuían a la prolongación de la relación. Entendemos también que el concubinato al constituirse como una familia nuclear, desempeñaba determinadas funciones para con el sistema económico. En este sentido era funcional a la industrialización que el pa's estaba experimentando en la dŽcada de los veinte.

RELACIONES ENTRE CONCUBINOS

Como primer paso para estudiar la naturaleza de la relación entre hombres y mujeres dentro del concubinato nos preguntamos ¿por qué la unión libre y no el matrimonio con ceremonia civil o religiosa? ¿por qué esa predisposición de los sectores populares hacia el concubinato?

En aquellas sociedades, como la del Uruguay de los años veinte y treinta, en que el parentesco que proviene del matrimonio es uno de los factores m‡s determinantes de la situaci-n social y de la posibilidades de la vida, el matrimonio es el acontecimiento de mayor importancia. Por lo tanto, no nos debe sorprender que el matrimonio esté rodeado de ceremonias y festejos. Este es uno de los costos del matrimonio, pero no el único.(18)

Pero el matrimonio no es una relación que atañe únicamente a los esposos, sino que mediante él se traban relaciones entre las dos familias. En consecuencia, suelen intercambiarse regalos y obsequios entre las mismas. Este intercambio fue resumido en el siguiente principio de Evans-Pritchard: "`Los objetos materiales son las cadenas inherentes a las relaciones sociales.'"(19) Al hacerse regalos, las relaciones sociales entre las familias se estrechan. Entonces, los hombres y mujeres qué necesidad tienen de casarse cuando no existen bienes de importancia para intercambiar.

Podemos afirmar también que existe una vinculación entre la magnitud de las formalidades de la ceremonia y la importancia de la alianza que se va a celebrar. Muchas veces en los sectores populares donde no exist'a nada para intercambiar la ceremonia nupcial perdía significancia. La unión se reducía a vivir en común y a criar los hijos que sobrevenían. También el intercambio de bienes significativos influye a la hora de la disolución; el divorcio legal regula tales formalidades. Pero en los sectores populares cuando se disolvía el concubinato, los procedimientos no eran tan complicados. Al matrimonio informal, sin ceremonia, correspondía una disolución informal mediante la simple separaci-n.

Tampoco podemos generalizar y afirmar que en los sectores populares la ceremonia formal perdía relevancia, ya que no era así. Cabe destacar, que en ciertos sectores de las clases populares, la ceremonia formal tomaba cierto significado por la consolidación del vínculo y la legitimación que implicaba la boda. En Montevideo, Magdalena Gonzalez, de 15 años, calcetinera, dijo que: "mantuvo relaciones amorosas durante dos años con (...) [José Camarero]: que tuvo contacto carnal durante dos o tres veces con su novio quedando embarazada (...) Camarero siempre le decía que se iba a casar con ella, y hasta había pedido su mano a su mamá, y si la deponente accedió a ello, fué porque estaba segura que él cumpliría"(20). El hombre aceptaba la supuesta boda para acceder a los favores sexuales que la mujer le podía brindar, no precisamente porque quisiera casarse. Aunque en el hombre operasen tales motivos, la mujer concebía el casamiento como sancionador de la legitimidad del hijo.

Al tipo de uni-n libre y disoluci-n r‡pida, se contrapon'an los matrimonios -de sectores medios y altos- donde exist'a un previo cortejo y noviazgo formal, coronado con una boda pœblica donde las familias trababan relaciones econ-micas y afectivas. El car‡cter público de estos matrimonios era mucho mayor que en el de los sectores populares.

La trascendencia del matrimonio con casamiento, por el carácter de la magnitud de los bienes intercambiados, llevaba a que este tipo de unión se prolongase en el tiempo, o al menos, a otorgarle un car‡cter m‡s duradero. En cambio, el concubinato se disolv'a sin complicaciones jurídicas ni materiales porque los bienes intercambiados entre los concubinos eran de escaso valor. Esto sucedía así cuando no existían hijos ya que la existencia de los mismos tendía a consolidar la unión.

Creemos que los concubinos no poseían vivienda propia, en la mayoría de los casos vivían en piezas de conventillos. El mobiliario era exiguo y, por lo general, eran bienes muebles los que centraban las disputas cuando el concubinato se disolv'a. Veamos como resolvían los concubinos separar sus escasos bienes materiales.

Francisca Silva, cuando hacía vida en común, dijo que "dormía en el suelo, mientras [su concubino] dormía en la cama de la declarante de la cual se quería apropiar como de los demás muebles que la exponente llevó allí (...)" Luego, Rodríguez, de 24 años, obrero, dijo que vivió con Francisca Suarez durante cinco meses, y "la abandonó el día 24 de abril, retirándose de su casa y llevándose todos los efectos que ten'a en el cuarto y adem‡s diez y seis pesos que eran del deponente (...)"(21)

Teófilo García, al separarse de su concubina, le dijo que "iría hoy de mañana a esperarla próximo a su casa de la calle Médanos, para que le devolviera sus `cosas', que consistían en algunas cartas, un anillo y dinero que ella le había ido sacando (...)"(22)

En Flores, Medardo Rodríguez, de 22 años, carpintero, dijo que "terminado el almuerzo se retiró a su pieza a la que al rato también fue Clara Barreto con quien disputaron acerca de una cama."(23)

Con suerte, los bienes logrados y disputados en el concubinato alcanzaban alguna propiedad inmueble de exiguo valor. En Salto, Federico Funes, de 23 años, jornalero, dijo que "hace un tiempo que vivió en concubinato con la mujer llamada Margarita Flores, -de la que en la actualidad está casi retirado pués vive en concubinato con otra llamada Rosa López,- a la referida Margarita Flores le regaló un terreno, el cual está pagando por mensualidad (...)"(24)

Salustiano Medardo Salces dijo que "se llevaba muy bien [con Mar'a Rodr'guez] y tanto es as' que un terreno que compr- a plazo est‡ a nombre de su mujer aunque lo pagaba el deponente".(25)

De este modo vemos como las disputas entre los concubinos se referían a bienes de escaso valor y en el algunos casos a algún bien inmueble. Entre otros lazos del matrimonio, entendemos que los bienes atan, donde no existían propiedades de gran valor, la unión era más fácil de disolver.

Juan Rial sostiene que en el interior y en zonas suburbanas marginales, era donde se daba con mayor frecuencia el concubinato. Y esto era as', dice Rial, porque "la escasa presencia de funcionarios del Registro Civil y la inexistencia de organizaciones religiosas en zonas donde vivían dispersa una escasa población, acentuaba el mantenimiento de esta costumbre que la modernización ganadera y la trashumancia de la población rural había promocionado más".(26) En cambio, nosotros entendemos que la presencia o no de funcionarios del Registro Civil o religiosos no incid'a tanto en la uni-n libre como la escasez y poco valor de los bienes a intercambiar en la uni-n. La mayor'a de los concubinatos que estudiamos se radicaban en conventillos del Centro y de la Ciudad Vieja, donde se encontraban las instituciones civiles y religiosas. En consecuencia, ¿por qué los hombres y mujeres de los sectores populares no se casaban de acuerdo al Código Civil? En los casos que vimos, donde no había bienes para intercambiar y no hay trasmisión de propiedad, la ceremonia nupcial no ten'a gran relevancia. TambiŽn en la poca relevancia otorgada a la ceremonia formal no incid'a solamente los escasos bienes, tambiŽn exist'a toda una cultura popular que hacía más común la unión libre que el casamiento legal. Sin embargo, existía una porción importante de miembros de los sectores populares que percibían al matrimonio legal como algo importante. En este sentido, pesaba más una mentalidad social común que valorizaba al matrimonio por su legitimidad, y no tanto, la escasez de bienes.

Tampoco podemos descartar que en la uni-n libre incid'a una cultura popular distinta a la de los sectores medios y altos. El antrop-logo Oscar Lewis la ha definido como una "cultura de la pobreza" en el sentido de que tiene sus propias modalidades, y que rebasa los límites de lo regional, de lo rural y aún de lo nacional.(27)

TRANSGRESIONES FEMENINAS

Si comparamos los matrimonios de los sectores medios y altos con los de los sectores populares percibimos con claridad las distintas pautas culturales por las cuales se conduc'an sus miembros. Y estas diferencias se aprecian notoriamente cuando la mujer cometía adulterio.

En el matrimonio occidental, principalmente en los sectores medios y altos, se comparte la idea del "débito conyugal", el cual legitima la unión carnal de los esposos. Cada cónyuge se considera propiedad del otro y en base a ello se puede exigir el pago de su deuda. En los sectores medios y altos prevalece el "derecho de propiedad", que los hombres conciben que tienen sobre sus mujeres. Este concepto iba acompa-ado del principio de la separaci-n de esferas. En este sentido, veamos como se comportaban los distintos sectores sociales en cuanto a la infidelidad femenina.

En Pando, Luis Broch, comerciante, de 40 años, hirió a su esposa Maria Botta y a Fernando Hernández. El comerciante Broch dijo que "hace pocos días tuvo conocimiento que su esposa María Botta, cometía el delito de adulterio con Fernando Hernández, que ayer simuló una salida y luego se ocultó en una pieza para comprobar si en realidad era cierto lo que a Žl se le hab'a dicho, que al poco momento vi- cuando su esposa entraba en una pieza oscura de su domicilio, con Hern‡ndez que en vista de tal actitud, como se encontraba provisto de una linterna alumbró y vió a ambos que se encontraban juntos por lo que pudo comprobar que estaban haciendo escarnio de su honor (...)"(28)

En Tacuarembó, Nicanor Llanes, de 35 años, comerciante, asesinó a su esposa Carmen Modornel, de 27 años. Nicanor Llanes dijo que la asesinó "por haber encontrado a su esposa haciendo vida marital con otro hombre (...) hac'a ya mucho tiempo que desconfiaba que su esposa lo traicionaba con otra persona (...)"

Ahora bien, resulta sumamente interesante comparar el matrimonio y el comportamiento conyugal de los sectores medios con los de los sectores populares.

En Salto, Antonio Acosta Lemes, soldado, observó como su esposa, Matilde Ledesma, de 15 años, se fue de su casa con Eleazar Zacarías. Antonio Acosta dijo que "a la hora 14 y 45 más o menos, cruzaba por la calle Lavalleja y vi- en la ventana que d‡ a la calle en una pieza del inquilinato (...) a su esposa Matilde Ledesma (...) la cual lo había abandonado desde el 1o. del actual en que se ausentó de su hogar, que él la llamó y le fué respondido que él entrara á la pieza en la que ella estaba, que él así lo hizo, que allí le reprochó su proceder y ésta en vez de contestarle en forma categórica se burlaba de él (...) Que el declarante insistía en pedirle a su esposa que volviera con él y de lo contrario que accediera a presentar un escrito al Juzgado Letrado para pedir el divorcio de común acuerdo, la que en vez de contestar seriamente se burlaba de él diciendo si no tenía vergüenza, y que tenía una cara deslavada, -que era un defachatado-, un pollera, y que no era hombre para enfrentarse a su concubino Zacarías. (...) que como con esto lo encolerizaba salió de allí y fue hasta su pieza habitación que dista media cuadra (...) que armóse de un revólver y volvió hasta la esquina, que desde allí vió que su mujer le hizo como vulgarmente se dice, un corte de manga, que por ello (...) la tomó a tiros (...)"(30)

En Montevideo, Feliciano Tabares, soldado de 33 años, dijo que "siendo como las 8 de la noche el que habla se hallaba de visita en la pieza de su esposa, haciendo presente que ésta hace dos años se le escapó con otro hombre, después de haber vivido con el declarante por espacio de dos años que subsiguieron al matrimonio de ambos (...) Que el declarante estuvo separado de su esposa hasta hace un mes, en que María Julia fue a ver al exponente al cuartel y le pidi- que le alquilara una pieza para reanudar la vida matrimonial, lo que así hizo, mandando buscar los muebles de su esposa, pero esta le manifestó que había desistido de reanudar las relaciones conyugales con el declarante, pero que se iba a ir con otro hombre y que por tanto no mandaría los muebles a la pieza alquilada por el declarante. Que al mismo tiempo que María Julia le manifestó que no quería volver a la vida conyugal, le dijo al declarante que podía tener acceso carnal con ella en su pieza, contest‡ndole el que habla que ir'a a verla con ese objeto, pero que era mejor que ella se viniera con el deponente a la pieza que había alquilado para hacer vida marital y no andar con más hombres que el declarante (...) Que cuando el declarante iba a la pieza de María Julia, se encontraba allí con otros hombres que aquella le decía que eran sus amantes, significándole el declarante que eso estaba mal hecho y que pensara que era su esposa, -que mirara lo que estaba haciendo por que no pod'a proceder en esa forma delante del deponente. Que cuando el que habla iba a ver a María Julia, le cerraba la puerta cuando (...) quería entrar y hacía esto porque se iba a acostar con los hombres que iban a visitar (...) a su esposa; [esta] lo dejaba sólo en la pieza al declarante y ella se iba a divertirse algún baile con otros hombres y no volvía hasta el otro día".(31)

En Lavalleja, Teodoro Zeballos dijo que: "hace dos años que vivía con [Aída Díaz] y ayer de mañana se fue de mi casa en momentos en que yo estaba en el cuartel, sabiendo m‡s tarde que se hab'a ido con el soldado JosŽ Grujillo." Este y A'da D'az pasaban "por delante de mi casa [y] me hacían mugigangas de desprecio y que mis compañeros de cuartel me farreaban diciéndome que me quedaba mudo y que me habían quitado la mujer. Quiero dejar constancia que hace un año esa mujer se me había ido y yo la recogía de nuevo con el propósito de casarme con ella, esparando para esto la comportación de ella (...) Que el hecho de haberse ido con uno ten'a miedo que se emputeciera y habiendo ido otra vez el d'a en que la matŽ la iba a buscar para llevarla de nuevo a mi casa."(32)

A diferencia de lo que se conoce de los sectores medios, donde la mujer estaba supuestamente dominada por el hombre, en los sectores populares sucedía algo muy diferente. Los cónyuges, y aún la mujer, no renunciaban a sus cuerpos ni a explayar libremente su sexualidad. Es presumible pensar que el matrimonio, para los sectores populares, no implicaba ningún tipo de atadura social ni sexual; es m‡s, creemos que para cierto sector de las clases populares el matrimonio y el concubinato eran percibidos como formas similares en cuanto a la organización de la familia. La escasez de bienes a intercambiar no impedían que la relación se disolviese con facilidad.

También la estrategia utilizada por las mujeres para cometer adulterio era completamente distinta según los sectores sociales. En el caso de las mujeres esposas de los comerciantes, lo cometían a escondidas, cuando el marido se encontraba lejos del hogar. Cuando el hombre las descubría, disparaba a quemarropa contra su esposa. El agravio al honor y el "robo" de que era objeto el hombre eran demasiado injuriantes para ser tolerados. Luis Broch lo dijo: "estaban haciendo escarnio a su honor". En cambio, el adulterio que cometía la mujer en los sectores populares era público, no tenía ningún inconveniente en fugarse con otro hombre a pesar de estar casada. Y sus esposos nunca hacían referencia al honor o a cualquier otro sentimiento, sino que procuraban que sus mujeres volviesen con ellos a hacer vida marital.

En otro orden de cosas podemos decir que las mujeres de esta subcultura popular ostentaban sus potencialidades sexuales y no se conformaban con mantener relaciones sexuales con un solo hombre por el resto de sus vidas. Pero, ¿por qué oponer el goce y el sexo femenino al goce y al sexo masculino? Esto sería plantearlos en un mismo plano, es decir, en el universo de lo real, de la dominación falocrática. Al goce sexual indiscutido del hombre, las feministas contraponen el goce sexual que la mujer intenta buscar para equipararlo al del varón. Afirmar que la mujer es productora de goce y deseo al igual que el hombre es una interpretación válida, pero no totalmente satisfactoria. Esta concepción podría resumirse en sexo femenino vs. sexo masculino: este es el discurso de la modernidad y el de las feministas.

Cuando Antonio Acosta "insistía en pedirle a su esposa que volviera con él", ¿de qué modo le contestaba su mujer?. "En vez de contestar seriamente se burlaba de Žl diciendo sino ten'a vergŸenza y que ten'a una cara deslavada, -que era un defachatado-, un pollera (...)". En el caso de Feliciano Tabares, siempre que iba a la pieza de María Julia, "se encontraba allí con otros hombres que aquella le decía que eran sus amantes (...)" También su esposa "le cerraba la puerta cuando (...) quería entrar y hacía esto porque se iba a acostar con los hombres que la iban a visitar (...)". Por lo tanto, ¿cómo podemos interpretar estas conductas? ¿QuŽ significado cultural tienen? Dejando de lado el hecho de las relaciones sexuales en concreto, las mujeres en el plano simbólico, operaban mediante una verdadera estrategia, una estrategia de desafío al poder fálico, al sexo masculino, a la sociedad que las feministas juzgaban de machista. Ese poder femenino se oponía al monopolio del sexo y del placer que tenían los hombres.

Aquellas fugas de las mujeres, tanto en el concubinato como en el matrimonio, cómo interpretarlas sino como un poder que discurría por ‡mbitos propios, que los hombres no pod'an entender ni dominar. Matilde Ledesma "en vez de contestar seriamente se burlaba de él", es decir, no reconocía el plano del deber del sexo, real, tangible, sino que jugaba con el poder fálico, se burlaba de él. Y era esa conducta sarcástica e irónica hacia el poder falocrático lo que ocasionaba la furia del matador. El homicidio no era provocado por el hecho de que la mujer mantuviese relaciones sexuales con otro hombre, ya que el esposo estaba dispuesto a reanudar la vida en comœn, sino por la burla de que era objeto el poder del hombre.

"LA TIRANIA DEL BELLO SEXO"

En la subcultura popular que generaba el conventillo y, específicamente, el concubinato, ¿la mujer estaba sometida al poder falocrático del hombre? ¿Este era todopoderoso con respecto al destino del cuerpo y la sexualidad femenina? ¿Esta se contentaba a ser reducida al ámbito doméstico? No creemos que fuera así.

Graciela Sapriza sostiene que al modelo dominante de mujer se opusieron algunas féminas sindicalistas como Juana Buela y Mar'a Collazo, y tambiŽn, algunas de las mujeres intelectuales, como Delmira Agustini.(33) Pero estas "constestatarias" lo eran voluntariamente, y se "virilizaban" para poder combatir a la ideología dominante.(34) Esta era una marginalidad consciente y voluntaria, en cambio, la resistencia que ejercían las mujeres de los sectores populares, preferimos conceptualizarla como un contra-poder, como una contestación no voluntaria. El poder que ejercían estas mujeres era producto de la marginalidad que padec'an diariamente.

¿Qué interpretación podemos hacer de la burla que hacen las mujeres a sus maridos y de la intención de éstos por conciliarse con sus esposas? Podemos sugerir que estas conductas culturales constituían una crítica a la mentalidad dominante, un poder, pero de características distintas a la crítica que ejercían las feministas.

El poder que ejercían las mujeres en los sectores populares revestía un carácter doméstico, se instalaba en el seno mismo de las relaciones entre hombres y mujeres. La cr'tica de las feministas se dirig'a hacia el Estado y hacia el ‡mbito abstracto de lo público. Muchas feministas de las primeras décadas del siglo continuaban reivindicando el ámbito doméstico como lugar fundamental de la mujer en la sociedad.(35) Ironías de la modernidad, igualdad en el voto, pero dominación en el hogar.

Las mujeres de esa subcultura popular del conventillo y el concubinato quizás ni se preocupasen por votar, pero ejercían una resistencia local, allí donde se instalaban las relaciones de poder. Y este poder ten'a una intenci-n. Las mujeres ten'an el poder de mantener relaciones sexuales prematrimoniales y extramatrimoniales, tenían el poder de fugarse del hogar conyugal, tenían el poder de burlarse del poder de los maridos.

Estas reflexiones se refieren a las mujeres de los sectores populares, pero dejamos pendiente el probable poder que ejercían las mujeres en los sectores medios y altos con respecto a los hombres. J. P. Barrán en el tomo dos de la "Historia de la sensibilidad en el Uruguay" percibió ese poder, pero presentó a la mujer como dominada por el padre burgués el cual se encargó de controlarla. Algunas fuentes que utilizó Barrán se pueden interpretar de un modo similar a como él lo hizo, pero podemos aventurar otras hipótesis. Por ejemplo, Mateo Magariños Solsona decía acerca de las féminas: "saben adornarse en el acto de tender el lazo". Alejandro Magariños Cervantes decía: "`¡La tentación! (...) He aquí el origen de la insoportable tiranía del bello sexo (...) Conocen ellas el efecto que producen sus atractivos'". La mujer era como "`una planta venenosa que esconde en cada hoja una espina'", a la vez un ser "`idolatrado'" y "`aborrecido y siempre incomprensible'", "`un amuleto infernal, un ángel y un demonio'".(36)

Nosotros nos preguntamos, ¿por qué no tomar esa tentación femenina como un poder?, ¿por qué no tomarla como una seducción? ¿Acaso la seducción no es un poder simbólico? La seducción como un signo y un ritual, como una estrategia femenina, como un juego, como un desafío de relaciones duales y de estrategia de las apariencias: "amuleto infernal, un ángel y un demonio", lo dicen los testimonios de los hombres.(37)

Los comportamientos matrimoniales de gran parte de los sectores populares de la década de los veinte se desarrollaban al margen de la cultura que se pretendía implantar. El conventillo y el concubinato conformaban un espacio de marginalidad que revelaba la existencia de una resistencia cultural. En estos espacios y formas familiares se desarrollaba toda una cultura sexual que ten'a sus propios modos de ser. Distinta, por supuesto, a la cultura sexual de los restantes sectores de la sociedad. Ese poder que ejercían las mujeres se originaba en este medio socio-cultural.

Como hemos visto, el concubinato cumplía ciertas funciones económicas y sexuales. También dijimos que la estabilidad de las relaciones sexuales descansaba en que la función económica continuase; cuando el hombre ya no podía sustentar el hogar, las mujeres lo abandonaban y buscaban otro. En este sentido, creemos que el poder que ejerc'a la mujer se expresaba en el abandono del hombre, ya sea por causas econ-micas, sexuales o de cualquier otro tipo. Pero este poder no era voluntario, sino que estaba ligado a la estructura del concubinato. La mujer podía abandonar a su concubino o marido cuando el concubinato o matrimonio no cumplía las funciones que le correspondían.

Los hombres y mujeres de los sectores populares se conducían por medio de esquemas culturales que se originaban en su medio social, que difer'a de los esquemas culturales por los cuales se guiaban los sectores medios y altos. Esta cultura les otorgaba la posibilidad de ejercer un poder específico: mantener relaciones extramatrimoniales, burlarse del poder de los hombres y, principalmente, abandonar a éstos cuando en el concubinato no se colmaban las necesidades materiales.



Memoranda

Artículos publicados en esta serie:

(I) El centro y la periferia (Daniel Vidart, Nº122)

(II) Tres variaciones sobre el tema (Daniel Vidart, N¼ 123)

(III) Recuerdo para la cordura (Laura Bermúdez, Nº126)

(IV) Oralidad y mentalidades en el Montevideo colonial (J. G. Milán, M. Coll, Nº 127)

(V) La pedagogía lingüística en la Banda Oriental del siglo XVIII (Claudia Brovetto, Nº130)

(VI) La revolución patas arriba (Simon Schama, Nº 134)

(VII) 1600: La revolución intelectual (Thomas Munck, Nº 135)

(VIII) Sexualidad en la Banda Oriental (Alfredo Alpini, Nº 140/41)

(IX) 1794: el fin del drama Robespierre ¿culpable de qué? (François Furet, Nº 146)

(X) Los "hachepientos" del 68 (Alfredo Alpini, Nº 147)

(XI) Una generación sin dioses, los jóvenes under (Alfredo Alpini, Nº 150)

(XII) Historia: un nuevo territorio (Ramón Destal, Nº 155)

VOLVAMOS A LA NOTA


Portada
©relaciones
Revista al tema del hombre
relacion@chasque.apc.org