cuentario

La pequeña Tai

María Luisa Blengio

Fue la última de los veinticuatro hijos que tuvieron Garta y Jordi. Como todos sus hermanos, Tai pasó los diez años iniciales de su vida en la Tierra, cumpliendo el primer aprendizaje. Siendo muy pequeña, Garta y Jordi la habían dejado bajo el cuidado de la tierna Mona, quien también se había ocupado de los otros veintidós hijos, en su pasaje por el planeta.

texto Para Tai fueron años felices junto a su hermano Ian, cinco años mayor que ella. Cada chico, al cumplir los quince años, había sido seleccionado para pasar a Arix y comenzar así la primera especialización.

En el año del que voy a hablar, ocurrieron hechos decisivos en la vida de Tai. La dulce Mona, que los había criado con mimos de abuela, pues su edad era ya avanzada murió sin sufrimientos sosteniendo la mano de Ian y la mano de Tai.

La tristeza de la niña fue absoluta; sólo el consuelo de Ian lograba sacarla del silencio que había invadido su vida.

Garta, la madre, apenas enterada de la muerte de la vieja niñera, delegó apresuradamente sus funciones en el laboratorio interespacial que dirigía y fue a la Tierra a hacerse cargo de la situación. Jordi, el padre, ya había desaparecido hacía tiempo en el anillo planetario correspondiente y pronto le tocaría a ella, lo que la inquietaba mucho.

Una mañana de otoño, exactamente veintitrés días después de la muerte de la anciana, la niña despertó en los brazos de su madre.

-Tai, chiquita mía- repetía sin dejar de acariciarla.

Tai comprobó con asombro que Garta ya no era joven, pero conservaba la voz musical de antes. Pasó varios días cobijada en su ternura, pero sabía que Garta buscaba una reemplazante de Mona, porque ella no podía quedarse.

Por supuesto consiguió una joven, que si bien no había sido seleccionada para acceder a una especialización, estaba bien calificada y tenía porvenir en la Tierra.

El último día de su estadía, Garta confió a Tai algo que acontecería en breve y sería inevitable: el brillante Ian había sido elegido entre los cinco mejores adolescentes de la Tierra y debía partir para acceder directamente a los estudios superiores, situación que ni sus inteligentes hermanos habían logrado.

"¡Sin Mona y sin Ian! Y sin mamá, por supuesto…"

-Tai, chiquita, los destinos deben cumplirse; también tu viajarás dentro de pocos años, estoy segura. Volverás a ver a Ian, conocerás a tus otros hermanos… ¡Es tanto y tan hermoso lo que te falta por vivir! No llores, mi pequeña Tai. Mi amor por ti es infinito, pero tampoco yo puedo quedarme, a pesar de tus lágrimas, a pesar de mis lágrimas.

Al día siguiente Garta se marchó, llevando en sus ojos y en el corazón la imagen de sus jóvenes hijos tomados fuertemente de la mano.

Sentada en una roca alta frente al mar, la desconsolada Tai recordaba las palabras de su madre "es tanto y tan hermoso lo que te queda por vivir", pero ¿qué podía ser más hermoso que este mundo, con animales y playas y rincones conocidos y explorados en todos sus detalles? Tai y sus amigos sabían servirse de todos los elementos de la Tierra y lo hacían libre y alegremente; ¿qué podría aprender de nuevo dentro de cinco años, si la seleccionaban como a su hermano, si ya sabía hasta construir por sí misma los aparatos que le conectaban con los otros mundos, las naves que podían llevarlos a todas partes? Claro que sólo podían utilizar esas máquinas los autorizados y en las naves viajaban los seleccionados, ¿pero por qué?

Negándose a razonar, llegaba solamente a una conclusión: "No quiero que Ian se vaya".

Y ya de noche abandonaba el rumor de la playa tan querida y atravesaba el perfume de los montes para regresar a la casa, porque se sentía sola y desprotegida.

Ian, por el contrario, se sentía feliz. Estaba orgulloso de la distinción que le habían otorgado y además -oh, maravilla- entre cinco privilegiados se contaba Mira, la más armoniosa, la más inteligente, la más hermosa de las hermosas que el joven había conocido.

Y ella también estaba contenta de tenerlo como compañero.

Ambos chicos vivían sus últimos días en la Tierra con alegría explosiva. Las horas que debían pasar en clase les resultaban una tortura; las consideraban inútiles porque ya creían haberlo aprendido todo; ¡por algo los habían elegido!

Apenas salían, huían de la ciudad plana y llegaban a las afueras. Elegían el sitio más sombreado y perfumado; se asombraban de las formas de las nubes, del canto de los pájaros.

Esa noche volvieron a casa y encontraron a Tai con expresión sombría.

-Chiquita, ¿qué pasa? -preguntó Ian con voz cariñosa mientras le acariciaba la cabeza."

¿Qué pasa contigo?", pensó Tai, en tanto Mira le lanzó un "Hola" despreocupado y ambos muchachos penetraron en la habitación de Ian.

Tai oyó la risa alegre de Mira y se dio cuenta de que la odiaba.

Al otro día volvieron a encontrarse los tres y Tai comprobó, con cierta sorpresa, que su hermano la miraba preocupado.

-Tai, ven con nosotros a tomar un helado, ¿si?, de los que te gustan, Tai…

-No, no, me duele la cabeza, quiero ir a casa y acostarme -respondió Tai.

-No estás bien, Tai. Tendremos que llevarte al médico.

-No debe ser nada, Ian -intervino Mira- que coma poco y se duerma temprano, vas a ver que mañana estará bien.

Pero Ian no parecía convencido.

-No, quiero que la vea el médico. Voy a llevarla.

-No Ian, voy a hacer lo que dijo Mira, creo que tiene razón.

Acababa de comprender que podía manipular a su hermano. Añadió:

-Si estuvieran Mona o Mamá…

-Vamos Ian, luego volveremos a ver cómo está -dijo Mira, casi empujando a Ian.

La vida siguió su curso; los cinco Elegidos ultimaban los detalles de su partida; pero Ian trataba de prepararse furtivamente para que Tai no se entristeciera.

La niña casi no hablaba del tema. Sólo una vez le preguntó:

-¿Por qué te vas, Ian? ¿Y adónde? ¿Y te vas contento?

-Tai, me eligieron, soy de los mejores. No sé adónde voy, pero será mejor para mí, para todos. Tú sabes que tengo que irme.

Pero Tai no estaba de acuerdo. ¿Quién elegiría a los Elegidos? ¿Por qué tenían que irse si no querían y marchar a un destino desconocido porque Ellos lo decidían? Resolvió que nunca se iría así, aunque la eligieran; sería ella quien elegiría su destino.

-Ian, no te vayas, quédate conmigo.

-No puedo Tai, me eligieron. Mamá ya te lo dijo, tengo que irme.

Era cierto; también Mamá los había dejado, también había obedecido. ¿A quién?

-Nos escaparemos Ian; nos iremos lejos, sabremos vivir solos.

En los ojos de Ian apareció una duda. Pero se repuso y escapó sin volver a mirarla.

Mira estaba sobreexitada. Buscaba a Ian permanentemente y aunque éste la seguía, ya no se sentía tan feliz ni tan segura.

De todos modos, continuaban preparando la ropa espacial, las diminutas computadoras, las memorias automáticas.

La nave resplandecía. Gran cantidad de gente rodeaba a los jóvenes que partían. A pesar de la separación, tanto ellos como sus familiares se sentían orgullosos. ¡Elegidos!

Sólo Ian no comprendía qué le pasaba. Había perdido aquella alegría desmesurada que lo había invadido cuando se enteró de la gran noticia. Ni siquiera lo animaba la presencia de Mira, que estaba más bella que nunca, más comunicativa, ansiosa de iniciar la aventura que le habían asignado vivir.

Había música, cantos, vivas. Un tanto mareados, los muchachos comenzaban a abordar la nave metálica. Ian no se apuró; aquella atmósfera de regocijo lo ahogaba.

-Vamos Ian- gritó Mira, y le extendió la mano.

Tai observaba todo en silencio, junto a su nueva niñera. Apenas había besado a su hermano y no le dijo una sola palabra de despedida.

Ian avanzaba de la mano de Mira, un poco atrás de los otros muchachos.

-Adiós, adiós, suerte, no nos olviden, comuníquense pronto.

Ian trató de acompasar su paso al grupo y de saludar sonriente a la multitud que lo despedía. Volvió a sentirse alegre de nuevo. ¡Era un héroe, un Elegido!

Oprimió la mano de Mira, que le respondió radiante.

Su paso se hizo firme, parecía más alto, digno del Destino asignado.

De la mano de Mira ya entraba en la nave, un instante y la puerta se cerraría definitivamente. Se volvió para echar una última mirada a su planeta natal y sus ojos chocaron con la figura menuda de su hermana. Tai, en puntas de pie, había levantado su mano derecha y la movía suavemente en triste saludo, mientras que con la otra se aferraba a la niñera.

Entonces el muchacho se liberó bruscamente de la mano de su compañera, que casi estaba adentro.

Y el inteligente, el brillante, el débil Ian, naufragó en el mar verde oscuro de los ojos de Tai.


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