Serie: Visualizaciones (XVII)

 

Plazas del Centro

 

Jordana Maisián

 

Se ha dicho que Montevideo, la "ciudad verde", es también la ciudad de las plazas. Es cierto que las hay, amplias y numerosas. El caminante que recorre la avenida 18 de Julio, sabe que si bien la estrechez que ésta ha adquirido con el tiempo debido a la altura de la edificación, resulta agobiante, tendrá, cada no muchas cuadras, el respiro de un ensanchamiento importante del espacio urbano.

 

Así funcionan la mayoría de las veces nuestras plazas para el usuario habitual del Centro de la ciudad, usuario "de paso", consumidor de vitrinas o trabajador apresurado: como aperturas visuales -y sobre todo ambientales- más que como lugares de estancia o reposo. Podría decirse que las plazas resultan, por la fuerza de los hechos, vistas desde el exterior -por lo general, desde 18 de Julio-, más que vividas desde el interior.

Si bien las plazas adyacentes a la Avenida poseen características similares que nos llevan a integrarlas imaginariamente a la misma familia -dimensiones, altimetría, proporciones, forma- detrás de cada una existe un proyecto distinto de ciudad. Esto significa que, en cada época, las plazas fueron utilizadas como elementos ejemplificadores privilegiados, como modelos de una concepción de ciudad que, a partir de ellas, debía ser irradiada al resto del entorno urbano.

 

Las plazas y su uso

 

Para comprender esta tendencia de carácter decisivo que subyace a la consolidación física de la ciudad, es importante tener en cuenta que el urbanismo -y en particular el nuestro, subsidiario de las teorías y experiencias de los países "centrales"- se ha movido siempre en torno a dos variables. Por un lado, la construcción "real" de la ciudad; por otro, la existencia de un modelo llamado "ideal" o "utopía" -"parto de la inteligencia" asegura Angel Rama1- que suele guiar la acción y la toma de decisiones en la "ciudad real", de forma más o menos implícita, más o menos rígida, más o menos lineal.

La plaza -por oposición a la calle, espacio longitudinal de pasaje, de flujo- se caracteriza por ser un espacio estático, organizado a partir de un centro, que suele invitar a la permanencia y al reposo. Sin embargo, no siempre cumple -ni debe cumplir- exclusivamente esta función. Su papel y su impacto en el tejido urbano va mucho más allá del de un ámbito para la recreación. En algunos casos puede ser simbólico, rememorativo o consagratorio (Plaza 1º de Mayo); puede pensarse como estrategia para la articulación del tejido o de espacios urbanos desconectados por sus características morfológicas (Plaza Independencia); puede constituir un necesario aireamiento en una trama densificada (Plaza de Cagancha).

Lo que aquí nos interesa no es analizar las plazas únicamente como realidades urbanas materiales, sino indagar en la forma en que el ciudadano "hace uso" de ellas, cómo se posiciona frente a estos espacios singulares, desde dónde los percibe, para qué los usa. En otras palabras, penetrar en lo que Fernando Acevedo ha llamado "reflexiones" de la ciudad, reflexiones en su pleno sentido etimológico, ya que "la ciudad irradia sus múltiples rayos - luminosos, cromáticos, caloríficos, sonoros- y nosotros los absorbemos, reflejamos o refractamos desde nuestros múltiples prismas sensibles -ojos, piel, oídos, tripas, pasos-."2 Con este fin, debemos abordar el espacio-plaza en sus múltiples dimensiones, alcanzarlo desde las intenciones de sus diseñadores, entender el impacto que produce en su lugar de inserción, el "modelo" que lo subyace, los imaginarios que trae consigo, las facetas que adquiere con el tiempo, el diálogo que establece con su entorno, las posibilidades de apropiación que ofrece, las conductas urbanas que induce. Muchos de estos aspectos pueden ser sondeados en la memoria de aquel lector que, conocedor y amante de la ciudad, es conciente de haber acumulando sus experiencias personales sobre este bastidor de calles y espacios que constituye nuestro escenario cotidiano. Cabe a él completar esta lectura.

Para desentrañar la compleja relación entre entorno urbano y vivencias individuales, un recorrido por la ciudad se hace necesario; un recorrido por la historia, imprescindible. Elegimos circular -desde el oeste hacia el este- por el eje estructurador de la Ciudad Vieja y de la Ciudad Nueva: 18 de Julio. La necesidad de recurrir inevitablemente a este eje en el texto, revela su carácter de conformador, organizador y tensionador de la trama urbana de Montevideo.

 

El "sueño de un Orden"

 

Retomamos esta expresión acuñada por Angel Rama3 para referirnos a la actitud que caracterizó la empresa conquistadora en la América hispana. El proyecto colonizador de una España aún renacentista, regida por las leyes del absolutismo monárquico, requería la imposición de un orden que abarcara todas las esferas del poder, desde la política a la economía, la organización social y la cultura. El vastísimo territorio americano ofrecía la tentadora posibilidad de realizar por fin el sueño de la concreción generalizada de ese orden, la constitución del sistema institucional por él requerido. La Corona procedería entonces, como primer medida, a la unificación político-institucional, religiosa e idiomática de un continente que nada sabía de unidad. En efecto, desde el punto de vista étnico, y por lo tanto desde todos los demás, la América precolombina era un territorio predominantemente rural, fragmentado, regionalizado, en el que incluso la mayoría de los grupos humanos ignoraba la existencia de los otros.

En estas circunstancias, el dominio efectivo del territorio habría de asegurarse a partir de la fundación de una red vastísima de centros de poder: las ciudades. Es el comienzo de la América urbana. La ciudad entonces, sustento estratégico fundamental de la conquista, debía estar regida por el concepto de Orden a todos los niveles, en todas las escalas. A nivel morfológico, las Leyes de Indias, aunque algo flexibles en cuanto a su adaptación a condicionantes geográficas particulares, eran -estatutariamente- concisas.

El elemento generador de la ciudad era la Plaza Mayor, único espacio rectangular, en cuyo entorno se organizaban los edificios representativos del poder civil (Cabildo) y religioso (Catedral). El trazado de la ciudad debía corresponder a un damero estricto, conformado por manzanas cuadradas e idénticas entre sí, que determinaran calles rectilíneas y equidistantes. Se trataba por lo tanto de una trama sin otra jerarquización que la del núcleo central y, en el caso de Montevideo, la de un eje adyacente a la plaza, que asegurara la conexión de ésta con el acceso principal a la ciudad (la Puerta de la Ciudadela).

Estructurador de un orden riguroso, dicho eje fue acentuándose a lo largo de la historia, por su uso, por la importancia de algunos de los edificios que allí se implantaron, pero sobre todo por los acontecimientos singulares que conforman sus extremos: extramuros, la conexión con el eje estructurador de la ciudad nueva (18 de Julio), e intramuros, su prolongación en la Escollera, acontecimientos éstos que refuerzan su carácter longitudinal y por lo tanto axial. Acontecimientos que enfatizan su razón de ser: eje soporte de un orden.

Sin embargo, en esta configuración precisa, modélica, arquetípica, existe algo que podríamos llamar -junto con Francisco Brugnoli- un des-calce: aquello que queda fuera del arquetipo. En este caso, "la huella de algo que no sucedió, y que abre entonces un espacio: el espacio de la posibilidad".4 Nos referimos al acontecimiento particular de la Plaza Zabala, en cuyo oscuro origen y singular inserción intentaremos adentrarnos como punto de partida de este viaje de re-conocimiento.

 

"Historia de un error"

 

De fundación tardía, baluarte defensivo dentro de la compleja trama de ciudades y fortificaciones decretadas por el sistema colonial, Montevideo fue pensada con un objetivo puramente militar: detener las progresiones de la política expansionista de Portugal. Al mismo tiempo, el sistema de "puertos únicos" impuesto por la corona española, acordaba el monopolio del comercio marítimo al puerto de Buenos Aires, todo lo cual llevó a concebir Montevideo como "ciudad mediterránea", a pesar de sus excelentes condiciones de puerto natural. En las Leyes de Indias para la fundación de ciudades y poblados, esto significaba la adscripción a un trazado claramente predeterminado.

Mientras que en el caso de la ciudad-puerto la rígida cuadrícula en damero estaba orientada a "rumbo entero", es decir, según los ejes cardinales, en la ciudad mediterránea, se disponía a "medios rumbos", lo cual implicaba, respecto al caso anterior, un giro de 45 grados. Sin embargo, por alguna misteriosa razón, aquellos que implantaron el fuerte de Montevideo antes de que el trazado de la ciudad fuera aplicado en toda su contundente indiferencia a la topografía y otras cualidades naturales del sitio, lo hicieron respetando las orientaciones de ciudad-puerto.

¿Error, intuición, o voluntaria desobediencia? Nunca lo sabremos a ciencia cierta, a pesar de las muchas interpretaciones esgrimidas por la historiografía nacional. El caso es que, superadas las condiciones político-estratégicas del período fundacional, Montevideo tuvo la ocasión de hacer gala de sus dotes portuarias, y su fuerte, devenido obsoleto, fue demolido. El espacio así generado, se destinó al diseño de una plaza -solución indudablemente más feliz- consagrada al honor de quien, habiendo fundado la "ciudad mediterránea", veló por el respeto de un trazado que contradecía estrictamente el de ese enclave inserto en la trama urbana ya consolidada (hablamos por supuesto de Bruno Mauricio de Zabala).

Es así como hoy podemos los montevideanos, enorgullecernos del indudable encanto que irradia esta plaza girada en medio de una cuadrícula ortogonal, caso único entre las ciudades de fundación hispana en América. Enorgullecernos entonces, de poder construir nuestra diferencia a partir de la gracia creativa de un error.

De este modo inserta en la trama, la Plaza Zabala adquirirá una especial relevancia a nivel de las esquinas, puntos singulares de contacto con el marco urbano circundante. Es en torno a la esquina que se evidencia con más notoriedad la imbricación perfecta entre la plaza y la concavidad de las fachadas, así como la sensación de giro, confirmada por la centralidad que le confiere el monumento. Y su forma más frecuente de acceso (desde el Centro de la ciudad), será justamente por una esquina. Remontando las calles Rincón o Sarandí, de estrechas dimensiones, el fenómeno de ensanchamiento repentino que se produce al alcanzar la plaza es distinto a los habituales, en primer lugar por el hecho de que ésta no puede ser vislumbrada desde lo lejos. Aparece imprevistamente, más como un vaciado de la trama, que como una pre-existencia.

Es a partir de las dimensiones de "calce" y "descalce", y su correspondencia con las de "orden" y "desorden", que la ciudad va a ir configurándose. Si la voluntad de planificadores, diseñadores y normativas, es la de ordenar, articular, posicionar, estabilizar, una fuerza subyace a esta intención, trabajándola desde dentro, desvirtuando, descolocando, re-componiendo de forma diversa, desordenando, no según una relación dialéctica, sino a través de la erosión que constantemente llevan a cabo tensiones implícitas en la lógica. Se trata de la fuerza productora de "errores", dentro de los cuales podríamos hablar de la Plaza Zabala como del error fundacional, origen, primera materialización de un espíritu de infracción.

Si bien el eje Sarandí-18 de Julio avanza contundente desde la Escollera, es a partir de la Plaza Zabala que alcanza su real magnitud, su verdadera razón de ser. Como si en su pasaje por allí, la Circunvalación Durango vertiera su caudal, su capacidad de tensionar, su gracia distorsionante, en un eje que -así nutrido- ya no volverá a ser el mismo. Podría decirse que a partir de entonces, el eje es propulsado con una fuerza nueva; cargado de tal manera que ya no podrá impedir el modificar todo cuanto halle a su paso, y en particular, las plazas. De estos encuentros eje-plaza nos ocuparemos en las líneas que siguen.

Inútil deviene, a partir de ahora, el consultar fríamente un plano que parece anterior a muchas huellas que nos importan. Poco distingue el gráfico, en esa cuadrícula "ordenada" y sin jerarquización, lugares que sabemos singularmente caracterizados. Convendrá entonces apelar a la imaginación, al recuerdo, a la práctica siempre renovada de la ciudad.

 

El Calce Mayor

 

Obviamente, en el caso de la Plaza Matriz, podemos hablar de un calce. Si bien esta plaza no es paradigmática, es decir que ni su trazado, ni sus dimensiones, ni su tratamiento, se ajustan con exactitud al modelo indiano (no es el elemento generador de la trama sino que surge del vaciamiento de una manzana en la trama preexistente; no es rectangular sino cuadrada; sus dimensiones son menores a las reglamentarias; no posee pórtico alguno que la rodee; las calles no parten del medio de sus lados, sino de sus extremos; la Catedral no se sitúa a distancia sino directamente sobre la plaza), su inserción se adecua sin embargo a la trama que la contiene, sin negar los principios básicos del arquetipo.

Por su carácter compacto, por su fuerte centralidad, por la importante tensión del espacio-plaza (resultado del diálogo entre edificios singulares como la Catedral, el Cabildo y el Club Uruguay), por la altura de los edificios que la rodean, por el peso del arbolado, la Plaza Matriz se cierra sobre sí misma, es lo suficientemente autárquica para no dejarse marcar demasiado por el pasaje del eje. En efecto, éste no cambia sustancialmente su configuración, es relegado a la periferia de un espacio que no necesita de calles exteriores a él para definir sus propios límites. Éstos están implícitos, consecuencia natural de la armonía de proporciones que, desde el punto central, se verifica en todos los niveles de la plaza, sugiriendo el borde. Espacio centralizado entonces, de carácter estático, auto-aislado de las corrientes del entorno, esta plaza invita más que otras al recogimiento, al reposo, al sedentarismo que en la Plaza Zabala se veía perturbado.

 

Cambio de imaginarios

 

Importantes cambios van a producirse a nivel urbano a partir de la Independencia, cambios que no son sólo producto de decisiones políticas o económicas, sino de una mutación drástica de imaginarios. En efecto, en 1829 es promulgado el decreto de demolición de las murallas. Esta voluntad, ligada a los valores de modernización de la naciente República -ideal Moderno mediante- revela, más allá de necesidades de orden práctico (la necesaria expansión de una ciudad cuyo crecimiento era ya incontenible), una voluntad de ruptura con toda filiación a la metrópoli, sin concesión alguna a todo aquello que pudiera ser considerado hispanizante.

La mirada de la burguesía local se vuelve hacia París, ciudad de las Luces, origen de la "cultura Moderna", conformando nuevos imaginarios, imaginarios colectivos puesto que serán compartidos consensualmente por la sociedad en su conjunto. Así es como, cuando J.M. Reyes procede al fraccionamiento de la Ciudad Nueva (hasta el Ejido), surge la idea de articular las dos tramas (articulación que se hace extremadamente necesaria por el desarreglo creado al torcer el eje 18 de Julio con respecto a la calle Sarandí, abandonando la rigidez de la ordenanza para seguir -inteligentemente-, la dirección de la Cuchilla Grande) mediante el diseño de una plaza, según los dictámenes del muy en boga clasisismo francés, lo cual dimana, por otra parte, de la iniciativa de un arquitecto procedente del tan venerado país, C. Zucchi.

La Plaza Independencia, claramente inspirada en ejemplos como la "Place Vendôme" o la "Place des Vosges", es un espacio urbano de grandes dimensiones, que, para poseer un carácter cerrado, debía estar rodeado de una fachada homogénea y continua -lo cual no logró consolidarse jamás, a pesar de la rígida normativa que obliga a la creación de una pasiva acompañando los pisos bajos de los edificios. De conformación estrictamente octogonal, la plaza se organiza en torno a un punto central que la tensiona, destinado a ubicar la estatua del emperador en su país de origen, del prócer en la nación recientemente independizada.

Por su forma de inserción, interrumpiendo categóricamente la continuidad del eje director del trazado, la plaza se transformará rápidamente en un espacio atravesable, en el sentido longitudinal. De este modo, las huellas de los peatones, no tardarán en dibujar sobre la plaza, el tramo sustraído al eje, donde la interrupción debida al monumento central deviene prácticamente imperceptible, no modifica el comportamiento del caminante. Este "sendero" día a día renovado, segmentará la plaza en dos sectores simétricos, de escala más compatible con la percepción humana.

Sin embargo, su posición, centralizada con respecto al eje no hace sino reforzar el carácter ordenador de éste. El peso del eje, en el lugar clave que conecta las dos ciudades, es indiscutiblemente más fuerte que cualquier obstáculo que a él se anteponga. Su pasaje por debajo de la Puerta de la Ciudadela refuerza la condición de umbral, sugiere la separación de un interior y un exterior, la presencia de un muro hoy inexistente. La extensión de la plaza amortigua el efecto producido por la altura de los edificios circundantes, asegurando definitivamente su aspecto de llanura que no puede sino recordar su condición anterior. La discontinuidad del tejido en torno a la antigua muralla evidencia, en planta y en alzado, la distinción entre las dos ciudades.

Es así como, a pesar de la intervención, de carácter indiscutiblemente moderno, la situación anterior del sitio prevalece, se deja leer, impregna aún el locus. Poco importa quizás, en este caso, que las dimensiones, la falta de caracterización espacial, la implantación (encima de un acceso), la inevitable compartimentación por atravesamiento, distorsionen el carácter de "plaza", no inviten a la estancia: la potencialidad de re-crear un ambiente del pasado es, en este lugar cargado de historia, más importante que cualquier otra. Y es en este mismo sentido, que nos parece plenamente acertada la peatonalización de los primeros tramos de la calle Sarandí.

 

Eje y plaza enfrentados.

 

A medida que se adentra en la Ciudad Nueva, el eje va adquiriendo más peso, en parte por la categoría de los edificios que lo bordean, pero sobre todo reforzado por una nueva función: la comercial, que se hace, en este lugar, exhaustiva. Es así como al llegar a la altura de la Plaza Fabini, su impacto urbano es neto. Sin embargo, el de la plaza -por sus amplias dimensiones, su rigidez volumétrica (en la que poco pesan los intentos de un diseño orgánico que sólo se evidencia en planta), el marcado ahuecamiento que opera en esta parte tan compacta de la ciudad- también lo es.

El eje y la plaza compiten en este lugar. No dialogan, no se mezclan, no intercambian. Si se ven obligados a tocarse, no por ello establecen comunicación alguna. No en vano, la vivencia más frecuente de esta plaza es "una vista desde 18 de Julio", cuya jerarquía con respecto a las demás calles es aquí notoria. "Vista" que no invita, no seduce, no sugiere.

Adentrarse en la plaza produce un cambio de ambientación, un dejar el eje atrás, muy atrás; la distancia a él se acrecienta, la separación se cava como un surco. Es penetrar otro mundo, otro lugar, del cual no pueden negarse, por cierto, algunas cualidades estéticas. Pero la originalidad del trazado interno, que busca ser sinuoso, fluctuante, libre, no tiene la suficiente fuerza para anteponerse a la rigidez del damero en que está enclavado, seguramente -como ya observamos- por su propia falta de continuidad espacial.

Si pensamos que el emplazamiento de la Plaza Fabini, plantea el difícil desafío de articular la partida -¿o la llegada?- de la Avenida del Libertador con el eje 18 de Julio, nos extrañará aún más esta solución que disgrega en lugar de unir, corta en lugar de atar. En todo caso, el curso del eje prosigue, bastante indiferente a un espacio que apenas lo marca por la desaparición momentánea de un tramo de fachadas.

 

Repercusiones del des-calce original.

 

La Plaza de Cagancha se inserta en el tejido según el principio de las llamadas "plazas cuatro esquinas": no suplanta una manzana, sino que -singular des-calce- horada las esquinas de cuatro manzanas adyacentes, provocando una distorsión formal y volumétrica de gran impacto en el entorno. Recogiendo el importante flujo de calles perpendiculares a 18 de Julio, actúa como una llave en medio de la trama, punto central que concentra tensiones y las redistribuye. Opera así una suerte de giro que anticipa la gran bifurcación de la calle Constituyente, y la proa de "El Gaucho".

En tanto se posiciona claramente sobre la trayectoria del eje, la Plaza de Cagancha constituye un hito fundamental en su recorrido, hito a partir del cual las características de la Avenida habrán de cambiar sustancialmente. Y si bien la plaza se instala sobre el eje, el eje a su vez atraviesa la plaza con la misma fuerza, creando de ese modo un remanso, una suerte de embalse o de isla. La ubicación de la columna-monumento, centro de ambos espacios, es un claro signo de esta superposición, acto de fusión que opera la reconciliación del eje con la plaza. El ritmo de la ciudad se transforma; las tensiones se disparan en torno al eje, adoptando múltiples direcciones; el caminante enlentece su paso.

Este espacio segmentado juega a recomponer su unidad perdida: la compartimentación que le es impuesta por el tramo lineal de calle es rotunda, y sin embargo, algunas sutilezas de diseño aseguran una lectura de conjunto, una reconstrucción virtual del espacio-plaza. Hablamos en primer lugar de su conformación (en negativo con respecto a las manzanas que la contienen), de su fuerte centralidad. Hablamos de la simetría, no estricta pero sí equilibrada, que sugiere la pertenencia de ambas partes a un elemento único, y que no se verifica solamente en el trazado de la propia plaza, sino también en el empalme con las calles que de ella parten. Hablamos asimismo de la complementariedad de formas, que induce a un calce entre ellas. De un similar tratamiento de fachadas -hoy, de alguna manera perdido- que reconstituye una única envolvente, e imprime al espacio fuertes características de recinto.

Pero por otro lado, la división de la plaza por el eje no deja de constituir dos espacios netamente diferenciados y con rasgos propios. Cualquier conocedor de Montevideo recordará la variación de asoleamiento e iluminación natural de una parte a otra. El desnivel, hacia la calle Rondeau, confiere a la parte norte de la plaza una espacialidad muy particular. También el equipamiento difiere, aunque algunos gestos en el tratamiento de materiales y terminaciones revelen un mismo criterio de diseño.

En suma, la Plaza de Cagancha constituye un gran centro-nexo-articulador de la trama, suerte de baricentro de la zona, lugar de confluencia de muchas actividades ciudadanas. Quizás por ello, pero también por la calidad de su diseño y la pertinencia de su propuesta -enclave de intimidad en zona de gran agitación-, ofrece un verdadero lugar urbano, en tanto invita a la estadía o al encuentro, y propone una complejidad de percepciones que enriquecen la experiencia.

La Plaza de Cagancha carga de sentido el entorno en que se instala: espacio para el encuentro surgido del encuentro, encuentro entre la plaza y el eje, convivencia entre orden e infracción, des-calce inserto en el calce. Lección infinita a retener a la hora de reflexionar en torno a nuestra propia construcción como individuos constructores de ciudad. No cualquier ciudad: aquella que "a través de los años y las mutaciones, sigue dando forma a los deseos".5

Y como ciudad y arquitectura no son sino escalas distintas de un mismo fenómeno, según una continuidad que hace a la conformación de nuestro entorno cotidiano, nos parece interesante profundizar en algunos ejemplos edilicios que marcan de manera notoria los espacios urbanos aquí recorridos. Emprenderemos esta tarea en un próximo artículo.

 

Referencias

1 A. Rama, "La ciudad letrada", Montevideo.

2 F. Acevedo, "El espacio urbano como encrucijada", Ponencia presentada en el VI Encuentro Latinoamericano de Estudiantes de Arquitectura, Montevideo, 1996.

3 A. Rama, "La ciudad letrada", Montevideo.

4 ver J. Maisian, entrevista a Francisco Brugnoli, in "Trazo" Nº 28 , revista del Centro de Estudiantes de Arquitectura.

5 Italo Calvino, "Las ciudades invisibles", Ed. Siruela, Barcelona.


Visualizaciones

Artículos publicados en esta serie:
(I) (I) ¿Universalidad del arte? (Gerardo Mosquera, Nº116/117)

(II) Continuidad y video clip (Jorge J. Saurí, Nº120)

(III) Una antropología del color (Mario Cosens, Nº 123)

(IV) Una teoría del espectáculo (L. Calamaro, R. Mandressi, Nº 124)

(V) El arte, de la estética a la historia (Gianni Vattimo, Nº 125)

(VI) La estética desde una ontología de lo humano (María Noel Lapoujade, Nº 127)

(VII) Por una definición de lo espectacular. Etnoescenología: una nueva disciplina (Lucía Calamaro- Rafael Mandressi, Nº 138)

(VIII) Vanguardias del siglo XX, Del Cubismo al Surrealismo (María Noel Lapoujade, Nº 142)

(IX) De Kant a Magritte Vanguardias del siglo XX (María Noel Lapoujade, Nº 144)

(X) Montevideo… ¿barroco? (Jordana Maisián, Nº 145)

(XI) Estética del umbral (Eleonora M. Traficante, Nº 148)

(XII) En qué sentido hay sentidos aún, Nº 149)

(XIII) El arte, ¿forma de conocimiento? (María Elena Ramos, Nº 151)

(XIV) Jorge Damiani, Ars Metafísica (Angel Kalenberg, Nº 154)

(XV) Cuerpo, imagen (William A. Ewing, Nº 155)

(XVI) Eisenstein, sinopsis de un maestro (Rafael Mendressi, Nº 156)

 

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