Serie: Pensamiento (VI)

 

Vico y Joyce

 

José Guilherme Merquior

 

Permítanme empezar definiendo lo que estas páginas no pretenden ser. Ellas no ofrecen ninguna nueva contribución al análisis de la relación Vico-Joyce. Lejos de ello: válgome abiertamente de las doctas descripciones e interpretaciones del uso que hizo Joyce de Vico, especialmente aquellas presentadas por el crítico literario A. Walton Litz, cuyo libro The Art of James Joyce (1961), aún atesoro en mi biblioteca joyceana, y por el ampliamente conocido filósofo de Oxford, sir Stuart Hampshire.

 

Como ustedes saben, los ilustrativos ensayos de ambos sobre el tema se presentaron en simposios anteriores organizados por Giorgio Tagliacozzo y el Instituto de Estudios sobre Vico.(1) Al dedicarme a la ideología del alto modernismo y, de manera más específica, a su actitud hacia la historia, tengo la esperanza de contribuir a poner en tela de juicio algunas de las tendencias predominantes en la imagen actual de Vico. Por otra parte, mis puntos de vista (ampliamente implícitos) sobre Joyce, son enteramente convencionales.

Por último, debo agregar que el tenor de la imagen disidente de Vico que aquí se describe apareció con mayor amplitud en mi contribución a Vico and Marx: Affinities and Contrasts (1983), bajo el título de "Defensa de Vico en contra de algunos de sus admiradores".(2)

 

La falta de sentido de nuestra era

 

En respuesta a una sugerencia de Samuel Beckett, difundida por el propio Joyce, los "cartógrafos" pioneros del Finnegans Wake –Campbell y Robinson (1944), James Atherton (1959) y William York Tindall (1959)–(3) definieron la vigorosa presencia de Vico en la estructura misma del libro de Joyce. John Baptiste Vickar es no solo el "productor" de la mímica cósmica, el theatrum mundi representado en el noveno capítulo de la segunda parte del Wake, sino que dirige su división y subdivisión en un ritmo cuaternario cíclico extraído directamente de la secuencia viquiana de tres eras y remembranzas (ricorsi).

Sin embargo, como observa Litz, con base en Clive Hart,(4) Joyce amplía el ricorso usado por Vico con el propósito de convertirlo en el momento clave de la historia, acentuando la resurrección después de la destrucción. Este énfasis apocalíptico guarda similitud con la teosofía de Yeats; asimismo, es probable que Joyce haya pensado en el precepto de Mallarmé, "la historia ostentosamente era una ‘pesadilla’," de tal manera que escapar de la historia a través de una inmersión en lo primitivo, una disolución de la cultura en lo elemental, solo podía ser un acto purificatorio y redentor.

Beckett y Stuart Gilbert, los primeros en escribir acerca del pensamiento de Vico como componente importante del Wake, subrayan esta voluntad de primitivismo. La joyceanología postrera tiende a estar en desacuerdo. Por ejemplo, Patrick Parrinder cita a Lacan y Derrida para refutar el punto de vista en que, en el Wake, Joyce había adoptado un ideal de expresión directa que emulaba el lenguaje natural de las abominables bestias humanas de Vico, los grossi bestioni. Según Parrinder, esto no es verdad: la juerga polisémica de Joyce, lejos de estar al servicio de la expresión primitiva, constituye una desintegración engranada en la gloria de la indeterminación, la libre manifestación de la "semiosis ilimitada".(5)

La teoría posestructuralista difícilmente eludiría la anexión del último Joyce al panteón posmoderno del "significante flotante". Sin embargo, la literatura posmoderna admite más de una definición. Christopher Butler, en After the Wake, discierne dos familias estilísticas principales en la sucesión del modernismo: la primera persigue la sobredeterminación, y la segunda retoza en el desorden deliberado y aleatorio. Butler propicia un enfrentamiento entre los sacristanes posmodernos de la forma –herederos, según su opinión del Finnegans Wake–, en contra de los descendientes de los Cantos de Pound, que escribió en pos del caos creativo.(6) Empero, si Butler está en lo cierto, la posestructuralización que Parrinder (y Collin MacCabe) hace de Joyce resulta muy difícil de asimilar. En consecuencia, es posible regresar de buena fe al relato tradicional del uso que Joyce hace de Vico. En ese caso, se seguiría subrayando la exaltación del papel de los ricorsi en la sombría visión joyceana de la historia –la percepción de la falta de sentido de nuestra era, que ya está subyacente en el célebre ensayo de T.S. Eliot sobre Ulises.

Eliot, Joyce y la animadversión hacia la historia: según parece, estamos penetrando en el núcleo de la perspectiva histórica del modernismo en plenitud. Y, al igual que en otros aspectos del canon moderno en arte y literatura, esto obtiene la mayor parte de su significado de la negación de principios victorianos. Stuart Hampshire lo sintetizó al describir a Joyce apartándose del molde del pensamiento histórico e historicista del siglo XIX. Para los victorianos, la historia sin duda constituía un sueño liberal y nacionalista que los modernos vieron transformarse en pesadilla horripilante. Ahora bien, en Vico, Joyce obtuvo la inspiración para "un nuevo humanismo independiente de la historia social, e independiente de cualquier clase de historia", un humanismo "que rechaza la historia en aras de la antropología", con lenguaje y familia, en lugar de razón y sociedad, como los rasgos distintivos del hombre.(7)

 

Modernismo y modernidad

 

Familia y lenguaje –Freud y Saussure– en lugar de sociedad y razón –Marx y la Ilustración–: todo esto aparece como un reconocimiento del saber estructuralista. Sin duda, el escrito de Hampshire se inclina en esa dirección. Sin embargo, el estructuralismo, en su punto de vista global y en particular en su taedium historiae, comparte una gran dosis de perspectiva modernista. Por encima de todo, participa del ánimo modernista en contra la modernidad; es decir, el fuerte carácter antinómico del arte moderno, ya sea verbal o de otra índole, frente a la cultura social de la sociedad industrial-burguesa.(8)

En general, el modernismo se opuso amargamente al espíritu secular, científico y democrático del advenimiento de la modernidad, y ésa es la razón por la que manifestó la tendencia a ver a nuestro siglo, incluso antes de sus dos masacres mundiales, como una "tierra devastada" humana, una patética podredumbre cultural. No obstante, la verdad es que la era moderna nunca obtuvo un juicio justo ante el tribunal modernista. Todo un conjunto de impresionantes conquistas, sin duda invariables, y de logros en el progreso científico y social no consiguió emocionar a los líderes modernistas; su concepto negativo del progreso se limita a considerarlo todo un vehículo de enajenación y catástrofe.

Los modernistas como Eliot y Joyce, Lawrence o Huxley prefirieron cultivar lo que Ciryl Connolly, en su libro Enemies of Promise (1938), denominó futilitarianism: la convicción de que la vida moderna era intrínsecamente yerma, vana, carente de significado. Inicialmente, quienes expresaron dicha convicción con vehemencia fueron "jóvenes varones, que eran los primeros en advertir la ineficacia de la guerra, y aquélla, incluso mayor, de la paz", según palabras de Connolly; sin embargo, eso de alguna manera se convirtió en un tipo de dogma para la mentalidad humanista, mucho después de la década de los veinte. El modernismo logró condenar la modernidad.

Por otra parte, esta repugnancia modernista por la modernidad engendró entre los literatos "progresistas" un verdadero prejuicio hacia la historia. Este prejuicio, desde luego, surgió disfrazado de sana reacción contra el culto victoriano de la historia. Más aún, la mayoría de las escuelas de pensamiento con capacidad de influencia a partir de la Gran Guerra se ufanó de sus métodos anti-históricos. La fenomenología se especializó en "descripciones puras" desviadas de los contenidos históricos. Los existencialismo celebraron "éxtasis" intrínsecamente ajenos a las acumulaciones del tiempo histórico. Heidegger trazó una profunda división entre la encumbrada historicidad de las manifestaciones del Ser y las contingencias banales de la mera historia empírica. Y en cuanto al "viraje lingüístico" de Wittgenstein, tampoco tiene que ver con perspectivas históricas.

Tanto los epistemólogos como los historiadores de la religión denunciaron todos los historicismos, liberales o socialistas. Eliade, apegado al pensamiento arquetípico de Jung, alabó la prudencia de la religión antigua, que, al cultivar el terror de la historia, permaneció libre de esa trayectoria moderna: la historia como Terror. Karl Löwit analizó el historicismo de Hegel a Marx como una caricatura barata de la creencia sobre la divina Providencia. Los estructuralismos, sin duda, desplegaron una cronofobia muy depurada, hostil tanto hacia el historismo (el énfasis de los contextos históricos) como hacia el historicismo (la creencia en los grandes patrones históricos, o en la lógica de la historia).

No puede sorprender si en la actualidad el promedio del intelecto humanista común muestra un tipo de desconfianza espontánea frente a la historia como dimensión del conocimiento. La anti-historicidad parece estar fuertemente legitimizada; el anti-historicismo se convirtió en todo un clima de opinión erudita. Si la intención de Joyce en realidad era (como Eliot lo pensó) establecer un método mítico en lugar del realismo histórico, entonces su espíritu debe estar sonriendo a los rituales cliocidas del discurso humanista humanista en nuestro establishment cultural.

 

El historismo de Vico

 

Sin embargo, el problema reside en determinar si es cierto todo esto en lo que se refiere a Vico, incluso por simple implicación. ¡Qué diablo, se trata de un hombre que fue ante todo y sobre todo un filósofo de la historia! Aquéllos a través de los cuales Joyce tuvo su primer encuentro con él –Croce, Michelet, Quinet– amaban la Scienza Nuova porque había rescatado la historia del desprecio cartesiano. Entonces, ¿cómo es posible que Joyce se haya vuelto hacia Vico en busca de un humanismo "independiente de la historia de cualquier tipo"?

Los teóricos como Foucault o Hayden White lograron ser en extremo persuasivos con respecto al vínculo esencial entre los discursos de la historia, el mito y la retórica.(9) Al describir esa atmósfera tan intelectual, nuestro reciente joyceano, Patrick Parrinder, no encuentra dificultad en afirmar que, sea cual fuere el tipo de sentido histórico que Joyce haya alcanzado, "no fue" sino "una forma de mitología". Parrinder felicita a sir Isaiah Berlin por considerar a Joyce "un irracionalista moderno" seguidor de Vico, cuya obra "destruiría …toda diferenciación entre la historia como disciplina racional y pensamiento mítico". Pero, por desgracia, lo que Berlin en realidad escribió fue ligeramente distinto. He aquí su texto: "Vico, a diferencia de algunos pensadores irracionalistas modernos (como Schelling, Nietzsche, y en una nota de pie de página Joyce y Norman Brown), no se pronuncia en este sentido, por ejemplo, se abstiene de esfumar la línea que divide la historia del mito".(10)

El historicismo alemán, en su nivel más reflexivo, nos dio dos fórmulas principales. La primera, establecida originalmente por Ernst Troelsch, comparó al historismo como el sentido de cambio y desarrollo en lo social. La segunda fórmula, debida a Friedrich Meinecke, identificó el historismo con la preocupación por la individualidad y la originalidad históricas. Este doble enfoque tiene cierta relación con nuestro tema –la naturaleza del concepto viquiano de historia– simplemente por dos razones. La primera es que Vico, invariablemente y con fundamento, ha estado asociado con el historismo "de desarrollo", y no con el historismo de la "individualidad". Así, por cierto, lo consideró el mismo Meinecke. En la tradición de la historia individualizante, la tradición de Herder, Ranke y Dilthey, Vico es una ausencia visible. En cuanto a la segunda razón, el historismo de desarrollo, hay que reconocer que es distinto, pero no del todo incompatible con el historicismo, es decir, con el sentido de patrón o dirección en la historia. El providencialismo de Vico –su exposición de las leyes históricas en una storia ideale eterna– lo coloca claramente en el terreno común entre historismo e historicismo.

Sin duda, el cristiano Vico no parecía suficientemente historicista a aquellos de sus recuperadores románticos que buscaban una plena "teodicea de la historia". Como lo demostró Alain Pons en una acertada encuesta sobre la reflexión de Vico en Francia, de Jouffroy y Cousin a Sorel, en los dos románticos francesas que en realidad llevaron a cabo un minucioso estudio de Vico –Ballanche y Michelet– la doctrina de los corsi e ricorsi sufrió una enmienda considerable.(11)

Michelet intentó conciliar la historia cíclica de Vico con el ideal de progreso, a través de la imagen de la "espiral". En cuanto a Pierre Simon Ballanche (1776-1847) de Lyon, autor de la amplia y fantástica Palingénésie sociale (1827-1835), aprendió en la Scienza Nuova a equipar la historia con un palimpsesto y a buscar su arcaico Urtext (el tema viquiano de los orígenes). Asimismo, elogió la devoción de Vico contra el escepticismo de Voltaire. Sobre todo, se sintió fascinado por el pattern romano, en Vico, de la benéfica lucha de clases.

Sin embargo, la versión ballancheana del historicismo dramatizó el providencialismo de Vico en una escatología ternaria, con la historia occidental que emerge de la decadencia a través de la expiación (la Revolución Francesa) hacia la rehabilitación. Monárquico liberal que soñó con sintetizar el progreso y la tradición, Ballanche se resistió a la teoría conservadora de la Restauración (cf. Joseph de Maistre y su condenación de la revolución "satánica"). La obra de De Maistre, una mezcla bizarra de papismo e Ilustración, unía el más rígido tradicionalismo con las visiones proféticas más indómitas. Ballanche esquivó esa fórmula teocrática y, como renuente joaquimita (según la aguda frase de Lubac),(12) reemplazó el reaccionarismo profético por la aceptación de la historia moderna. Consideró la muerte de Luis XVI como un misterio sacrificial de la Providencia. Hizo la lectura de la ejecución del rey como un símbolo de cambio histórico, según la esencia del cristianismo en cuanto religión de libertad plebeya.

Curiosamente, la extrapolación del ricorso en Joyce puede interpretarse como la imagen en el espejo de la leyenda ballancheana de salvación a través de la historia. Joyce se deja leer como una Ballanche pagano, que insiste en el ciclo porque es un nihilista histórico y se regocija en lo primitivo porque, al igual que el cripto-pagano Herder, pero a diferencia del cristiano Vico, éste era un primitivista en desacuerdo con el caudal cultural de su época.

La diferencia crucial reside en el hecho de que Ballanche aceptó, contrariamente a Joyce, la dirección de la cultura social moderna. Aunque su creencia en la palingenesia ("tout est destruction et renaissance") pueda hacer pensar, superficialmente, en el resurreccionismo orgiástico de Joyce, a fin de cuentas Ballanche pertenece a la casta de Hegel, y en consecuencia comparte un punto de vista profundamente positivo respecto de la historia moderna –exactamente lo que repudió la cosmovisión modernista. Cuando la amiga de Ballanche, Juliette de Récamier, envió sus obras al célebre hegeliano berlinés (y editor de la Rechtsphilosophie de Hegel) Eduard Gans (más tarde maestro de Marx), recibió una carta de agradecimiento extremadamente cortés. Gans reconoció en Ballanche un pensador religioso que, al igual que Hegel, elogiaba el progreso de la libertad, declarándose, por ende, a favor de la sociedad moderna.(13)

 

Vico y Joyce

 

Ahora bien: en cierta forma, cuanto más cerca de Hegel más lejos de Vico, dado que, en Hegel, la marcha del tiempo histórico definitivamente rompe el ciclo. Por lo tanto, si Ballanche y Hegel tenían almas gemelas, existe poca duda de que, como filósofo de la historia, Ballanche no estaba con Vico. Por el contrario, Joyce, que no poseía ningún rastro de hegelianismo, y como buen artista de vanguardia confinaba la idea historicista del progreso estrictamente al dominio de forma y técnica, aparentemente sería, en mayor medida, acreedor al título de seguidor de Vico. ¿No ocurre que su Wake, después de todo (entre muchas otras cosas), dedicó un réquiem a lo que Vico llamó "la barbarie de la reflexión", el suicidio de las culturas hipersofisticadas?

De cualquier manera, es evidente que Joyce nos ofrece algo por demás ajeno tanto al espíritu como a la letra de Vico: un "sense of an ending" (si se me permite tomar el título de Frank Kermode),(14) una insinuación –a pesar de toda la "degradación cómica", del mal y de la lucha–, de un apocalipsis sin ninguna revelación. La interminable parodia de los datos históricos del Wake con frecuencia deja al lector con un sentimiento de indecorosa e interminable fatalidad. Es como si Joyce también se burlara de su propio mensaje oficial de regeneración a través de la aniquilación.

Como notó John Gross, "la máquina de la resurrección parece decrépita y poco convincente".(15) Por lo tanto, la estructura propia de Vico se derrumba. Pero, al hacerlo, muestra que el desvío de Joyce como seguidor de Vico es exactamente opuesto a la esperanza escatológica de Ballanche. Con todo, no es solamente que sus denuncias de los fenómenos cíclicos parezcan simétricas, con Joyce desechando al progreso, mientras Ballanche no daba cabida al retorno de la barbarie. Su tono moral es también antitético. El de Ballanche proclama salvación, contrariamente al de Joyce. No existe posibilidad de elevación espiritual en el mundo del Wake. Posiblemente ésta sea la razón por la que su Kunstwollen farsesco suena con frecuencia un poquito falso, como si Joyce fuera un tipo de Rabelais manqué.

 

Referencias

 

1. Cf. A. Litz. "Vico and Joyce", en G. Tabliacozzo, ed., Giambattista Vico: An International Symposium. Baltimore, John Hopkins, 1969 (en adelante GVIS), pp. 245-258 y Stuart Hampshire, "Joyce and Vico: The Middle Way", en G. Tagliacozzo y Donald Philip Verenne, eds., Giambattista Vico’s Science of Humanity. Baltimore, John Hopkins, 1976 (en adelante GVSH, pp. 321-332.

2. J.G. Merquior, "Defense of Vico Against Some of His Admirers" en G. Tagliacozzo, ed., Vico and Marx Affinities and Contrasts. Atlantic Highlands. Humanities Press y Londres, Macmillan, 1983 (en adelante VM), pp. 401-426.

3. Samuel Beckett et al. Our Examination Round His Factification For Incamination of Work in Progress. Londres, Faber 1972 (1ª ed. 1929); Joseph Campbell y Henry Morton Robinson. A Skeleton Key to Finnegans Wake. Londres, Faber 1947; James Atherton, The Books at the Wake. Nueva York, Paul P. Apple, 1971 (1ª ed., 1959); William York Tindall, A Reader’s Guide to James Joyce. Londres, Thames and Hudson, 1959.

4. A. Litz, loc. cit. (GVIS, p. 251).

5. Patrick Parrinder. James Joyce. Cambridge University Press, 1984, pp. 211-212.

6. Christopher Butler, After the Wake. Oxford, Clarendon, 1980, p. 5.

7. Stuart Hampshire, loc. cit. (GVSH, pp. 322, 324, 325 y 327).

8. Para un análisis de este tema, véase J.G.Merquior, From Prague to París: a Critique of Structuralist and Poststructuraslist Thought. Londres, Verso, 1986. Fondo de Cultura Económica, México, 1990.

9. Para una exposición crítica de estos planteamientos realistas de Nietzsche, de objetividad histórica, véase J.G. Merquior, Foucault. Londres, Fontana, 1985.

10. Parrinder, op. cit., p. 211 e Isaiah Berlin, Vico and Herder, Londres, Hogarth, 1976, p. 112 (itálica mía).

11. Alain Pons, "Vico and French Thought", en GVIS, pp. 175-183.

12. Henri de Lubac, La postérité spirituelle de Joachim de Fiore, París, Lethielleux, 1979, vol. I, p. 322. Sobre Ballanche, véase también el excelente análisis de Paul Bénichou, Le Temps des Prophètes; Doctrines de l’âge romantique, París, Gallimard, 1977, pp. 74-104. Fondo de Cultura Económica, México, 1984.

13. Relato de Edouard Herriot, Madame de Récamier et ses amis, París, Plon, 1905, vol. 2; cf. Lubac, op. cit., 324-325.

14. Frank Kermode, The Sense of an Ending: Studies in Theory of Fiction. Oxford University, 1967.

15. John Gross, Joyce, Londres, Fontana, 1971, p. 90.

 

Fuente: Cuadernos Americanos

 

 

 


Pensamiento

Artículos publicados en esta serie:
(I) Supratemporalidad de las Humanidades (María Noel Lapoujade, Nº 148)

(II) La idea de problema (Mario Silva García, Nº 149)

(III) Filosofía, camino y experiencia (Mario A. Silva García, Nº 150)

(IV) ¿Crisis de la racionalidad científica? (Ezra Heymann, Nº 151)

(V) Lo natural y lo artificial (Roald Hoffmann, Nº 154)

(VI) Herder y el origen de la lengua (Mario A. SIlva García, Nº 156)

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