Serie: Freudiana (XXI)

Edipo: mito, drama, complejo

Andrés Caro Berta El descubrimiento de las vinculaciones edípicas entre hijos y padres, se debió a la reunión de varias circunstancias personales en la vida de Freud. Una de ellas fue su profundo interés por la antropología, las religiones, los folklores, mitos, leyendas que lo llevaron a entrar en contacto con diversos textos de origen hebreo, griego, romano entre otros, desde muy joven.
A través de toda su obra podemos encontrar el afán por la búsqueda de información. Por ejemplo, en "El poeta y los sueños diurnos" señala: "(.) Ahora bien: todos los temas dados proceden del acervo popular, constituidos por los mitos, las leyendas y las fábulas. La investigación de estos productos de la psicología de los pueblos no es, desde luego, imposible; es muy probable que los mitos, por ejemplo, correspondan a residuos deformados de fantasías optativas de naciones enteras a los sueños seculares de la Humanidad joven. (.)"(1) Cuando habla de los simbolismos oníricos señala: "(.) dicho conocimiento lo extraemos de diversas fuentes, tales como fábulas, mitos, el folklore o estudio de las costumbres, usos, proverbios y cantos de los diferentes pueblos, y, por último, del lenguaje poético y del lenguaje común. En todos estos sectores encontramos el mismo simbolismo, que comprendemos a menudo sin la menor dificultad. "Examinando las fuentes, descubrimos en ellas tal paralelismo con el simbolismo onírico, que nuestras interpretaciones adquieren en este examen comparativo una gran certidumbre (.)"(2) Un episodio personal también lo aproxima al Edipo. El 26 de octubre de 1896 le escribe Fliess: "(.) El viejo murió la noche del 23, y ayer lo enterramos. Se mantuvo fuerte e íntegro hasta el fin, como hombre poco común que siempre fue. (.) El último acceso concluyó con edema de pulmón y con una muerte que en realidad fue fácil. Todo coincidió con mi período crítico; estoy totalmente deshecho."(3); a lo que agrega en una próxima carta del 2 de noviembre siguiente: "(.) A través de alguna de estas oscuras rutas que corren tras la conciencia `oficial', la muerte del viejo me ha afectado profundamente. Yo lo estimaba mucho y lo comprendía perfectamente; influyó a menudo en mi vida con esa peculiar mezcla suya de profunda sabiduría y fantástica ligereza de ánimo. Cuando murió hacía mucho que su vida había concluido; pero ante su muerte todo el pasado volvió a despertarse en mi intimidad. Ahora tengo la sensación de estar totalmente desarraigado. (.)"(4) Una tercera circunstancia comienza a explicitarse a partir del relato de una paciente, en una sesión de abril de 1897: "(.) Ayer comencé el tratamiento de un nuevo caso, una joven a la que por falta de tiempo preferiría disuadir de proseguirlo. (.) Y entonces se revela que su padre, un hombre tan noble y respetable en apariencia, solía acostarla regularmente en su cama, entre los ocho y los doce años, practicando con ella la eyaculación externa (`me mojaba'). Ya entonces la paciente sentía miedo cuando eso ocurría. Una hermana, seis años menor que ella, a la que se confió años después, le confesó haber tenido las mismas experiencias con el padre. Una prima le contó que a los quince años había tenido que resistirse contra los abrazos demasiados íntimos del abuelo."(5) Esto se complementa con un sueño que Freud tiene un mes después, que interpreta como un deseo sexual encubierto hacia su hija mayor, Mathilde. En una carta del 31 de mayo del mismo año le cuenta a Fliess: "(.) No hace mucho soñé que sentía un cariño desmesurado por Mathilde, pero su nombre era `Hella', y luego vi ante mí la palabra `Hella' impresa en gruesos caracteres. Solución: `Hella' es el nombre de una sobrina americana cuya fotografía nos enviaron hace poco. Mathilde podría llamarse `Hella' en el sueño porque hace poco se desesperó tanto por la derrota de los griegos. Tiene una verdadera pasión por la mitología de la antigua Hélade y, naturalmente, ve héroes en todos los helenos. El sueño cumple, por supuesto, mi deseo de sorprender a un padre como provocador de una neurosis, poniendo así punto final a mis dudas todavía persistentes".(6) Ello lleva a Freud a sentirse culpable frente a su hija, como culpar a su padre frente a él. Como observa Jones, "(.) cuatro meses más tarde, empero, Freud había descubierto la verdad del caso; que independientemente de los deseos incestuosos de los progenitores hacia sus hijos, e incluso de ocasionales actos de esa índole, de lo que se trataba en realidad era de la existencia, con carácter general, de deseos incestuosos de los niños hacia sus progenitores, y específicamente hacia el del sexo opuesto".(7) Uniendo todos estos aspectos y algunos otros, el factor aglutinante y esclarecedor será el inicio, en el mismo año de 1897, de un muy riguroso autoanálisis, a través del cual rastreará en su propio pasado viendo y trabajando sus deseos sexuales hacia su madre, con el recuerdo de haberla visto desnuda cuando muy pequeño. "(.) Unicamente puedo mencionarte que el viejo no desempeñó un papel activo en mi caso, si bien es cierto que proyecté sobre él una analogía de mí mismo; que mi `autora' (de mi neurosis) fue una mujer vieja y fea, pero sabia, que me contó muchas cosas de Dios y del infierno y me inculcó una alta opinión de mis propias capacidades; que más tarde (entre los dos y los dos y medio) despertóse mi libido hacia `matrem' en ocasión de viajar con ella de Leipzig a Viena, viaje en el cual debemos haber pasado una noche juntos, teniendo yo la ocasión de verla `nudam' (.)"(8) En febrero del 98 le dice a Fliess: "(.) he tenido un delicioso sueño (.) que por desgracia no es publicable, porque en su fondo, su segundo sentido, oscila entre mi nodriza (mi madre) y mi mujer. Bueno, ya sabes: `Aún lo mejor que logres saber, a los chiquillos no se lo puedes contar' (.)"(9) También ocuparán su autoanálisis el sentimiento ambivalente hacia un padre mucho mayor que su madre, hombre bueno pero débil; el deseo de ser hijo de su hermanastro Emanuel, quien vivía en Londres, por el que sentía una gran admiración, entre otras temáticas. "(.) También en mí comprobé el amor por la madre y los celos contra el padre, al punto que los considero ahora como un fenómeno general de la temprana infancia (.). Si es así, se comprende el apasionante hechizo del Edipo Rey, a pesar de todas las objeciones racionales contra la idea del destino inexorable que el asunto presupone, y entonces también podríamos comprender por qué todos los dramas posteriores de ese género estuvieron condenados a tan lamentable fracaso. Es que todos nuestros sentimientos se rebelan contra un destino individual arbitrariamente impuesto (.); pero el mito griego retoma una compulsión del destino que todos respetamos porque percibimos su existencia en nosotros mismos. Cada uno de los espectadores fue una vez, en germen y en su fantasía, un Edipo semejante, y ante la realización onírica trasladada aquí a la realidad todos retrocedemos horrorizados, dominados por el pleno impacto de toda la represión que separa nuestro estado infantil de nuestro estado actual. (.)"(10)

Los pilares del Edipo

De esta forma crecerá la formulación teórica del Complejo de Edipo. Para ello se apoya en tres pilares. El texto de Sófocles, rodeado de abundante bibliografía, sus propias vivencias personales y la verificación de sus hipótesis a través del trabajo terapéutico. "(.) Nada me has escrito -le dirá a Fliess en una carta del 5 de noviembre del 97- acerca de mi interpretación del Edipo Rey y Hamlet. Como no se lo he contado a nadie más, porque me imagino fácilmente la hostil recepción que tendrá el asunto, quisiera oír algún breve comentario tuyo al respecto".(11) Veintisiete años más tarde dirá: "El Complejo de Edipo, cuya ubicuidad he ido reconociendo poco a poco, me ha ofrecido toda una serie de sugestiones. La elección y creación del tema de la tragedia, enigmáticas siempre, y el efecto intensísimo de su exposición poética, así como la esencia misma de la tragedia, cuyo principal personaje es el Destino, se nos explican en cuanto nos damos cuenta de la vida psíquica con su plena significación afectiva. La fatalidad y el oráculo no eran sino materializaciones de la necesidad interior. El hecho de que el héroe peque sin saberlo y contra su intención, constituye la exacta expresión de la naturaleza inconciente de sus tendencias criminales".(12) Para conocer el porqué de la elección del mito, por parte de Freud, es interesante remitirse al texto de Alain Besan‡on: "Freud, Abraham, Layo".(13) Ahora bien, el origen del drama de Edipo podemos encontrarlo, junto a otros personajes hoy ya universalizados, en antiguas leyendas griegas basadas en hechos reales, que fueron sufriendo agregados a través de las generaciones. Durante varios siglos, en una Grecia ingresando a la Historia, fueron afincándose diversos pueblos en su territorio, lo que generó permanentes guerras entre quienes ya habitaban y aquellos que llegaban para invadir. Los personajes que alguna vez existieron, fueron deviniendo en leyenda, convirtiéndose en ejes de enseñanzas que mucho tenía de moral. Edipo se conoce a través de un poema muy antiguo de origen tebano, conocido como la Edipodia, "atribuida al lacedonio Cinetón, que refería en seis mil versos los destinos de Edipo y Layo".(14) Sufriría posteriormente agregados importantes, como el episodio del encuentro de Edipo con la Esfinge. Lamentablemente, de esos seis mil versos se conservan actualmente tan solo unos pocos fragmentos, al igual que la Tebaida, donde también aparece un Edipo dueño del carácter irascible, causante de tremendas tragedias en su vida: "Mas el rubio y heroico Polínices, descendiente de Júpiter, puso primeramente delante de Edipo una hermosa mesa de plata, que pertenecía al inteligentísimo Cadmo; y luego llenó de dulce vino la copa de oro. Mas tan pronto como Edipo advirtió que los magníficos dones de su padre estaban a su lado, sintió que una ira irreprimible le llenaba el corazón, y lanzó contra sus dos hijos estas graves maldiciones, que no pasaron inadvertidas a la diosa Erinis: `Que no dividan entre sí los bienes paternos en amor y compañía, sino que entre ambos haya peleas y discordias'."(15) Quien estructura el drama familiar de este personaje y de sus ascendientes y descendientes es Sófocles, autor que vivió en el siglo V a.C. Este hombre, que tuvo una vida muy intensa en relación al teatro, el Gobierno y los afectos, escribió entre otras obras: "Edipo Rey (o Tirano)"; "Edipo en Colono", donde narra los hechos posteriores cuando, ya ciego Edipo, permanece en una Tebas gobernada por sus hijos Polínices y Eteocles, quienes al ser maldecidos por su padre por nimiedades lo expulsan de su territorio. Entonces Edipo reconoce Grecia acompañado por su hija Antígona, hasta llegar a un bosque de Colono (lugar de nacimiento de Sófocles) donde muere. "Antígona", su tercera obra, es un canto a la voluntad frente a dos hermanos enfrentados por el Poder. La historia narrada por Sófocles, cronológicamente se inicia cuando Layo, Rey de Tebas y su esposa Yocasta reciben la prohibición de los dioses, debida a sus desarreglos morales, de tener descendencia. Si fuere desoída esa advertencia, el hijo nacido de ese matrimonio se encargaría de matar al padre para luego casarse con la reina, su madre. A pesar de la prohibición, Layo y Yocasta tienen un hijo. Ni bien nacido, el padre aterrado horada los tobillos del niño para que pueda ser llevado como animal de caza, y con su esposa entregan ese niño a un sirviente para que lo abandone a merced de las fieras, en el monte Citerón. Pero, este hombre se apiada y entrega al niño a un pastor de Corinto quien a su vez lo lleva a Polibio, Rey del lugar, quien junto a su esposa Mérope, lo crían como su hijo. Es él quien le pone el nombre Edipo, que en griego significa "pies hinchados", aludiendo a los tobillos horadados. Ya adulto escucha decir que él no es hijo de Polibio y Mérope, como creía, por lo que acude al Templo de Apolo, en Delfos, para conocer la verdad. Luego de mucho insistir el dios le cuenta la advertencia de los dioses sobre su persona, pero no aclara su nacimiento. Creyendo ser hijo legítimo del matrimonio que lo crió, huye de su casa para no cometer los crímenes anunciados. Así, se dirige a Tebas. En Fócida, en la confluencia del camino de Delfos con el de Daulia se cruza con Layo y su séquito, quienes lo empujan violentamente para poder pasar. Edipo, que se caracteriza por su carácter colérico, se traba en lucha con ellos y mata a todos, excepto a uno que huye y que luego se convertirá en pieza fundamental para conocer la verdad. Con este hecho se cumple la primera parte de la profecía: Edipo sin saberlo, comete parricidio. Una vez llegado a Tebas encuentra que la Esfinge está asolando la ciudad, matando a cuantos no pueden resolver el enigma que les propone, y que es el siguiente: "¨Cuál es el animal que por la mañana camina en cuatro patas, por la tarde en dos, y por la noche en tres?". Edipo le responde que es el hombre. Cuando niño anda a gatas; cuando es adulto camina sobre sus piernas, y cuando llega a anciano se apoya en su bastón. Así triunfa sobre la Esfinge, y el monstruo entonces se suicida, liberando así a Tebas. Posteriormente (está establecido por Ley que, ante la muerte de Layo, quien derrota a la Esfinge sería designado monarca, debiendo aceptar por su mujer a la reina), es proclamado Rey casándose con la viuda Yocasta, quien le es entregada por su padre, es decir, el abuelo de Edipo. De ese matrimonio nacerán dos hijos (Eteocles y Polínices) y dos hijas (Antígona e Ismena). De esta forma queda cumplido el oráculo.

Tragedia y neurosis

Observemos ahora, algunos pequeños fragmentos del texto de Sófocles, en los momentos culminantes de la tragedia. Edipo manda llamar al anciano adivino Tiresias para que este diga quién es el asesino de Layo, que con su crimen no castigado, mancha a toda Tebas, dejando estériles a las mujeres, los animales hembras y la tierra, muriendo en tanto, los hombres. Tiresias es contundente: "Digo que te has unido de la manera más vergonzosa, sin saberlo, a los que te son más caros y que no ves en medio de qué males estás(16) (.) Puesto que me has reprochado estar ciego, te digo que no ves con tus ojos en medio de qué males estás sumido, ni con quién vives, ni en qué moradas. ¨Conoces a aquellos de quienes naciste? No sabes que eres el enemigo de los tuyos, de los que están bajo la tierra y de los que están sobre ella. Las horribles execraciones maternas y paternas, cayendo a la vez sobre tí, te arrojarán un día de esta ciudad. Ahora vez, pero entonces estarás ciego. ¨Dónde no gemirás? ¨Qué parte del Citerón no resonará con tus lamentaciones, cuando conozcas tus nupcias consumadas y a qué puerto fatal has sido lanzado después de una navegación feliz?(17) Ese hombre que buscas, el amenazado por tus decretos a causa de la muerte de Layo, está aquí. (.) Será a la faz de todos el hermano de su propio hijo, el hijo y el esposo de aquella de quien parió, el que compartirá el lecho materno y habrá matado a su padre. Entra en tu morada, piensa en estas cosas, y si me agarras en mentira, di entonces que soy un mal adivinador".(18) Frente a esta andanada de mensajes claros, Edipo responde como lo hace el neurótico. La autoría del hecho es depositada fuera de sí, fuera de la conciencia y de sí mismo. Por tal razón Edipo, busca afanosamente al culpable fuera, para intentar llegar en definitiva a sus propios orígenes, pero no puede reconocerse como el sindicado como causante del parricidio y el incesto denunciados: "(.) Maldigo al matador desconocido, ya haya cometido solo el crimen o ya le hayan ayudado varios. ¡Que la desgracia consuma su vida! ¡Que sufra yo mismo los males que mis imprecaciones llaman sobre él, si le recibo voluntariamente en mis moradas! Os mando pues, obrar así, por el Dios, por este país herido de esterilidad y de abandono. Aún cuando el oráculo no lo hubiera ordenado, no convenía dejar inexpiada la muerte de aquel hombre tan valiente, de aquel difunto rey; sino que hubiese sido preciso preocuparse de ello. Ahora, puesto que yo poseo el poderío que él tenía antes de mí; puesto que yo he tomado por esposa a su propia mujer para procrear de ella, y que si él hubiera tenido hijos, ellos hubiesen llegado a ser míos; puesto que el mal destino nos dejó caer sobre su cabeza, yo obraré para él como si fuese descendiente de Polidoro, de Cadmo y del antiguo Agenor" (Edipo se siente totalmente ajeno a la autoría, a pesar de las señales claras que se le envían, en especial del adivino Tiresias y su cuñado (y tío) Creón). "¨No has comprendido ya?" -le dice el anciano Tiresias. "Me tientas para que diga más". Edipo insiste: "No comprendo bastante lo que has dicho. Repítelo". Tiresias: "Digo que el asesino que buscas eres tú! (.) Tú solo eres tu peor enemigo". Pero Edipo oyendo, no puede escuchar: "¡No la hay ninguna (fuerza de la verdad) para ti, ciego de las orejas, del espíritu y de los ojos! (.) No sabía que ibas a hablar como un insensato; porque de saberlo, no te hubiese instado a venir a mi morada (.) Eres un hábil hablador, pero yo soy un mal escuchador, porque sé que eres ingenioso y malévolo para mí".(19) Esto nos remite a lo transferencial del neurótico, depositado en la figura del terapeuta. En este panorama, como lo señalara Ferenczi, Yocasta asume el paradigma del principio del placer, frente al paradigma del principio de realidad, encarnado en Edipo: Aquella le dice a éste: "(.) Deja todo eso y lo que se ha dicho. Escucha mis palabras y sabe que la ciencia de la adivinación no puede prever nada de las cosas humanas. Yo te lo probaré brevemente. En otro tiempo fue revelado a Layo, un oráculo (.) el cual decía que su destino era ser muerto por un hijo que habría nacido de él y de mí. Sin embargo, unos ladrones extranjeros le mataron (a Layo) en la encrucijada de tres caminos. (¨Seguir el camino del padre, el de la madre o el propio? Esa sería la encrucijada) Habiendo nacido el niño, apenas hubo vivido tres días, encargó a manos extrañas exponerle con los pies atados, en una montaña desierta. De esa forma Apolo no hizo que el Hijo fuese el matador del padre, ni que Layo sufriese de su hijo, lo que él temía. He aquí cómo se realizaron las predicciones fatídicas. No tengas ningún cuidado".(20) Sin embargo, el discurso de Yocasta, a medida que se agregan nuevos elementos, se torna más ambiguo. ¨Sabe ella, o intuye lo que está ocurriendo y calla? Le dice a Edipo: "¨Qué puede temer el hombre cuando el destino conduce todas las cosas humanas y toda previsión es incierta? Lo mejor es vivir al azar, si se puede. No temas que te unas a tu madre, porque, en sus sueños, muchos hombres han soñado que se unían a su madre; pero el que sabe que esos sueños no significan nada, lleva una vida tranquila".(21) Cuando el mensajero se identifica como el pastor que recibió de otro al niño a sacrificar, Yocasta implora a Edipo: "¡Por los dioses! Si tienes algún cuidado por tu vida, no investigues eso. Bastante afligida estoy. (.) ¡Escúchame, te lo suplico! No hagas eso. (.) Es con un espíritu benévolo como yo te aconsejo para el mejor bien. (.) ¡Oh, desgraciado! ¡Plegue a los Dioses que no sepas jamás quién eres!".(22) Consumido por el deseo de conocer la verdad (como antes les ocurriera a Adán y Eva), Edipo clama por conocer sus orígenes: "¡Que salga lo que quiera! En cuanto a mí, quiero conocer mi origen, por oscuro que sea. (.)"(23) Por ello llama a quien había recibido la orden de eliminar al recién nacido: "Servidor: Se decía que era hijo de Layo. Pero tu mujer, que está en tu casa, te dirá mucho mejor cómo pasaron las cosas". Edipo: "¨Fue ella la misma quién te entregó al niño?" Servidor: "Sí, ¡Oh, Rey!". Edipo: "¡Ella! ¡Quién lo había parido! ¡Desgraciada!" Servidor: "Por miedo a lamentables oráculos". Edipo: "¨A cuáles?". Servidor: "Le había predicho que mataría a sus padres." Edipo: "¨A cuáles?" Servidor: "¡Por piedad, oh señor! Creí que él llevaría al niño a un país extranjero; pero lo salvó, para mayores distancias. Si eres tú el que él dice, sabe que eres un desgraciado". Edipo: "¡Ay! ¡Ay! Todo parece claramente. ¡Oh, luz, yo te veo por la última vez, yo que nací de aquellos de quienes no hacía falta nacer, que me he unido a quien no debía unirme, que he matado a quien no debía matar!"(24) Así se llega a la crisis final. Un mensajero cuenta al coro lo que acaba de ocurrir con Yocasta: "(.) luego de llorar sobre aquel lecho donde dos veces desgraciada, tuvo un marido de un marido, y de un hijo concibió hijos, (el Rey Edipo) iba y venía pidiendo una espada y buscando a su mujer que no era su mujer, y que era su propia madre y la de sus hijos (.). Entonces, con horribles gritos (.) se lanzó contra las dobles puertas, arrancando las hojas de los profundos goznes y se precipitó en la cámara, donde vimos a la mujer pendiente de la cuerda que la estrangulaba. Y al verla así, el mísero se estremeció de horror y desató la cuerda. Y habiendo caído al suelo la desgraciada, tuvo lugar una cosa horrible. Después de arrancar los broches de oro de los vestidos de Yocasta, se sacó con ellos los abiertos ojos, diciendo que estos no verían a los que no debía ver, y no reconocerían a los que él deseaba contemplar. Y haciendo estas imprecaciones seguía hiriendo una y otra vez sus ojos, levantados los párpados; y sus pupilas ensangrentadas corrían por sus mejillas, y no solo se escapaban de aquellas algunas gotas de sangre, sino que brotaba como una lluvia negra, como un granizo de sangre. La antigua Felicidad era así llamada con su verdadero nombre; pero, a partir de este día, nada falta de todos los males que tienen un nombre, los gemidos, el desastre, la muerte, el oprobio".(25) Como puede observarse, este texto es riquísimo en contenidos. Se concretiza el deseado y temido encuentro carnal entre madre e hijo; previo a poseer a su madre, Edipo dará muerte a su padre, colocándose en su lugar; deberá responsabilizarse de la conducta de sus padres; resuelve el enigma que aqueja a la región pero no sabe nada de sí; viviendo con la sensación amarga de lo que puede haber oculto, su meta final es buscar el origen de los males, y también sus propios orígenes a cualquier costo; concretiza la castración (la que impone la sociedad, y la realizada con sus manos) con un elemento que une en el mismo al padre y la madre: un broche de ésta con la forma de pene-falo paterno; era ciego pudiendo ver, y prefiere la ceguera para no ver en el rostro de los otros, el reflejo de su sentimiento culposo. La castración, entonces, consecuencia de los pecados cometidos, es la gran protagonista de este drama familiar. Son muchos los castrados, quizá todos. El pueblo que amaba a Edipo; su padre, que muere; su madre que se suicida; Edipo que rompe sus ojos; sus hijos. Así, la enseñanza queda patentizada ante el horror y la identificación del interlocutor. El tabú del incesto (que está ligado, para que se cumpla, al del parricidio) se institucionaliza. Pero no puede evitarse el deseo, reprimido pero existente, que generará neurosis en los humanos. "Es singular que la tragedia de Sófocles no provoque en el lector la menor indignación y que, en cambio, las inofensivas teorías psicoanalíticas sean objeto de tan enérgicas repulsas. El Edipo es, en el fondo, una obra inmoral, pues suprime la responsabilidad del hombre, atribuye a las potencias divinas la iniciativa del crimen y demuestra que las tendencias morales del individuo carecen de poder para resistir a las tendencias criminales (.) La voz del poeta parece decirle: `En vano te resisten contra tu responsabilidad y en vano invocas todo lo que has hecho para reprimir estas intenciones criminales. Tu falta no se borra con ello, pues tales impulsos perduran aún en tu inconciente, sin que hayas podido destruirlos'. Contienen estas palabras una indudable verdad psicológica. Aun cuando el individuo que ha conseguido reprimir estas tendencias en lo inconciente cree poder decir que no es responsable de las mismas, no por ello deja de experimentar esta responsabilidad como un sentimiento de culpa, cuyos motivos ignora. (.)"(26) "(.) El análisis nos presenta este complejo tal y como la leyenda nos lo expone, mostrándonos que cada neurótico ha sido por sí mismo una especie de Edipo, cosa que viene a ser igual, que se ha convertido por reacción, en un Hamlet(.) ".(27) Esta es entonces, la postura de Freud frente al Edipo, donde el peso está en lo sexual. Otros han puesto el acento en otros factores. Adler, por ejemplo, valorizó la intención de ejercer el poder frente al padre, apoyado en un complejo de inferioridad (Recuérdese que Edipo era disminuido físicamente, pero además era un hijo no deseado y temido). Para Jung habría, por encima de todo en el niño, el deseo de retornar simbólicamente a la madre, quien lo alimentara y le diera protección. Otto Rank, más que al Edipo, asignaba mayor importancia al trauma del nacimiento. Para los existencialistas, el drama de Edipo es la búsqueda de saber la verdad. Otros como Deleuze y Guattari, autores que hablan del Anti Edipo, desconocen su valor, generando una corriente que le quita validez universal. Lo que se torna evidente es que la temática resulta por demás apasionante y posibilitadora de distintas interpretaciones. Por encima de ellas, el aporte de Freud en relación a nuestros vínculos primarios y los dramas de Edipo y Hamlet, son de extrema importancia para el conocimiento de la conformación de nuestra personalidad. El propio Freud, en una nota de 1920 a sus "Tres Ensayos para una Teoría Sexual", señala: "Puede afirmarse que el complejo de Edipo es el complejo nodular de las neurosis y constituye el elemento esencial del contenido de estas enfermedades. Llega en él a su punto culminante la sexualidad infantil, que tan decisiva influencia habrá de ejercer sobre la sexualidad del adulto. Todo ser humano halla ante sí la labor de dominar el complejo de Edipo, y si no lo logra, sucumbirá a la neurosis. El psicoanálisis va fijando cada día más decisivamente esta importancia del complejo de Edipo, y su aceptación o repulsa es lo que más precisamente define a sus partidarios o adversarios".(28)

El Edipo cotidiano

El complejo de Edipo, complejo nuclear como decía Freud, más allá del contenido sexual implícito (en el neurótico, explícito en el propio Edipo), con la consiguiente censura castrante, no puede descontextualizarse de la historia familiar, ya que no es un hecho aislado ni aislable, sino por el contrario, forma parte de una red de comunicaciones afectivas que desde el nacimiento del niño, y aún antes, estará transformando las relaciones y condicionando a los integrantes de esa tríada familiar. Además, esa tríada no se halla aislada, forma parte de una sociedad, de sus normas, de sus presiones, de sus propuestas. Para ello, basta remitirse al texto de Sófocles, para ver lo que ocurre en nuestras vidas. Edipo, ya antes de nacer, transforma las vidas de Layo y Yocasta, ya antes de nacer está condicionado. Los temores por el desplazamiento de los afectos en la pareja, es una temática cotidiana, como así también el temor a la orfandad que ataca a Edipo; el número tres, tan caro al psicoanálisis, indicador de la tríada y símbolo de los genitales masculinos; la entrega de Yocasta por parte del padre de ésta, a su nieto Edipo; el peso del pueblo (sociedad) y la religión (el peso de la ley divina); los valores morales imperantes; las normas y por sobre todo, lo fantasmagórico, con un peso mayor que lo real, me afirman en la postura del valor universal del vínculo edípico. Pero además, de la importancia de las interrelaciones de los tres personajes de la tríada y el contexto familiar. Lo que cambia a través de lo edípico es la forma de relacionarse inter e intrapsíquicamente, dentro de la tríada familiar. En un principio, el vínculo tiene dos direcciones. Por un lado, entre madre e hijo o hija, y por otro, entre la pareja de esposos-padres, entre sí. Eso no equivale a decir que no haya relación entre padre e hijo, sino que el niño, en una etapa muy temprana no puede dimensionar la figura paterna, absorbido por la relación de necesidad y dependencia y flujo libidinal para con su madre. En ese período, la madre es percibida como alimento, pero también negador del mismo, y por tanto también de placer y displacer, que incluso el niño receptor interpreta como formando parte de su propio cuerpo. A medida que avanza la discriminación y la aceptación - traumática- de que ese pecho no le pertenece, a medida que avanza en la aceptación del No Yo, comienza una nueva forma de relacionarse con la madre, pudiendo ser captada ahora como objeto total y externo a él, y compartida por otro personaje, el padre. En todo lo señalado, la castración está presente. A ello deben unirse todos los otros integrantes del núcleo familiar, en especial los hermanos (si los hay) y los padres y hermanos de los padres, que habitualmente tienen un peso muy grande en relación a la socialización del recién llegado. Pero, toda esa primera etapa donde hay una figura dominante que es la madre, está construida en base a un vínculo de dos. Por tanto, nos preguntamos: ¨Qué es lo que cambia a través de lo edípico? Cambia la dirección de los afectos. La relación eminentemente diádica, se transformará en triádica. Se establecerá el triángulo con el tercer personaje que se convertirá en el limitante para el vínculo erotizado entre madre e hijo. Luego de transitar por este Edipo temprano, la vinculación con los excrementos, el incorporarse y caminar sostenido por las dos piernas, el descubrimiento de la diferenciación anatómica de los sexos, encaminará la relación triádica por distintos caminos, según sea el hijo, niña o varón. En la niña, en la etapa de reconocimiento genital, el descubrimiento de la falta de pene y por lo tanto, la sensación de creerse fallada, la conduce a un mal relacionado con su madre en cuanto supone, no la hizo completa. En ese convencimiento, la figura del padre, o quien haga de tal, es idealizada por ser él sí el poseedor de ese pene envidiado. La comprobación de que su deseo de poseerlo y luego de tener un hijo de él, se torna imposible de concretar en la realidad, le haría salir de la etapa edípica. Aquí cabe puntualizar que así como en la niña, en la etapa de reconocimiento de los genitales, se da el descubrimiento de la diferencia anatómica con los varones lo que lleva a la construcción de una serie de envidia al embarazo de la mujer. Un nuevo ejemplo de ello puede encontrarse en el castigo que sufre el lobo del cuento "Caperucita Roja", el que luego de ser vaciado (son liberadas de su interior Caperucita y su abuela) es rellenado con piedras por ese "padre social" que es el cazador, como pena por querer emular a la mujer en relación a los embarazos (En todo esto se debe tener en cuenta que el niño asocia el embarazo y posterior parto con el aparato digestivo). En relación a la etapa edípica, en el varón se da otro proceso. El objeto deseado, su madre, estará vedado por la figura paterna internalizada como el temido y potencial castrador. El temor a la pérdida de su pene, entonces, llevaría al niño a abandonar en lo previo, tortuosos caminos neuróticos difíciles de abandonar. Freud en 1937 indicaba que: "Todo lo esencial está conservado; incluso las cosas que parecen completamente olvidadas están presentes de alguna manera y en alguna parte y han quedado meramente enterradas y hechas inaccesibles al sujeto. Realmente, como sabemos, puede dudarse de si cualquier estructura psíquica puede ser víctima de una total destrucción. Solo depende de la técnica psicoanalítica el que tengamos éxito de llevar completamente a la luz lo que se halla oculto".(29) ¨Y qué es lo que permanece oculto y celosamente custodiado en el Inconciente, como un tesoro custodiado, evitando la destrucción? El deseo del cumplimiento del vínculo tanto sexual como de posesión de ese padre internalizado, y la violencia contenida por el rechazo y la interdicción del otro. El tránsito por la etapa edípica genera dos circunstancias importantes. Por un lado, la instalación de lo superyoico como heredero del Edipo, así como también, en la medida que perdure en el Inconciente la trama no resuelta, el teñido en mayor o menor medida, con mayor o menor control de nuestra parte, de nuestra personalidad. Coincidimos con Horstein cuando señala: "El complejo de Edipo no debe reducirse a una situación real, sino que su eficacia proviene de la intervención de una instancia interdictora que prohíbe el incesto y cierra la puerte a la satisfacción buscada. De tal manera se unen inseparablemente el deseo y la Ley".(30) Es decir, se instala la neurosis. El proceso terapéutico, justamente, tiende a conectar al paciente con sus orígenes (buscando hacer concientes las causas que permanecen en el Inconciente para curar y no castigar) para que, una vez abiertas las puertas a la información relativa a los deseos libidinales hacia uno de los padres pueda el paciente asumir la realidad, para así poder superarla. El proceso terapéutico permite que la conducta neurótica vaya perdiendo su prevalencia en la personalidad del paciente. El poder conectarse con lo angustiosamente olvidado permite llegar, a partir del síntoma, al origen del mismo. El tránsito de asumir nosotros los deseos de posesión y destrucción dirigidos a la pareja parental, nos permite entrar en contacto con la angustia por algo que se intuye pasó, pero no se sabe muy bien qué es. El camino no es sencillo, porque más allá de una aceptación intelectual, lo que importa es el conectarse afectivamente con el deseo, aceptando el rol jugado por nosotros en los primeros años de vida, en relación a nuestros padres, o quienes hicieron de tales. La dicha del presente no puede durar, en la medida que esté asentada en una circunstancia no resuelta.

Referencias

  1. FREUD, SIGMUND. Obras completas. Editorial Biblioteca Nueva. Madrid, 1975. "El poeta y los sueños diurnos". p. 1348.
  2. Idem (1). Lecciones introductorias. Lección X. "Simbolismo en el sueño". p. 2218.
  3. Idem (1). Carta a Fliess. 26.10.96. p. 3549.
  4. Idem (1). Carta a Fliess. 2.11.96. p. 3549.
  5. Idem (1). Carta a Fliess. 28.4.97. p. 3565.
  6. Idem (1). Carta a Fliess. 31.5.97. p. 3573.
  7. Jones, Ernest. "Freud". Tomo I. Biblioteca Salvat. Barcelona. p. 244.
  8. Idem (1). Carta a Fliess. 3.10.97. p. 3581.
  9. Idem (1). Carta a Fliess. 9.2.98. Cita de "Fausto" de Goethe. p. 3598.
  10. Idem (1). Carta a Fliess. 15.10.97. p. 3584.
  11. Idem (1). Carta a Fliess. 5.11.97. p. 3588.
  12. Idem (1) p. 2793.
  13. BESAÇON, ALAIN. "Freud, Abraham, Layo", incluido en "Los caminos del anti Edipo". Editorial Paidós. Bs. As. 1979. p. 21.
  14. HOMERO. "La Ilíada". Traducción, notas y apéndice de Juan B. Bergua. Ediciones Ibéricas. Madrid. p. 477.
  15. Idem (14). p. 482. SÓFOCLES. Tragedias. Tomo primero. Prometeo. Valencia. Sin fecha. p. 56.
  16. Idem (16). p. 58.
  17. Idem (16). pp. 59-60.
  18. Idem (16). pp. 62-63.
  19. Idem (16) p. 70.
  20. Idem (16). pp. 78-79.
  21. Idem (16). pp. 83-84.
  22. Idem (16). p. 84.
  23. Idem (16). p. 89.
  24. Idem (16). pp. 91-92.
  25. Idem (1). Lecciones introductorias. Lección XXI. p. 2329.
  26. Idem (1). Lecciones introductorias. Lección XXI. p. 2332.
  27. Idem (1). Tres ensayos. Nota de 1920. p. 1227.
  28. Idem (1). "Construcciones en psicoanálisis". p. 3367.
  29. HORNSTEIN, BERNARDO. "Teoría de las Ideologías y Psicoanálisis". Departamento de Publicaciones del CEUP. Montevideo, 1986.

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