(II) Deleuze en Vincennes

René Schérer Este pensamiento soberano, tan nuevo, tan inclasificable, jamás ha complacido a los cuadros ni a los intercambios universitarios. Está plegado a las formas, pero por politesse.
Sin embargo Deleuze pertenece a la universidad. Fue maestro con escrúpulo y pasión. Pero está, de alguna suerte, fuera de la universidad; de su medio que, aunque internacional y mundial, está siempre limitado y cerrado. El fue del afuera, trajo el aliento, la fuerza del afuera. Y su excepcionalidad -evidentemente irresumible en una sola palabra- es el haber mantenido, en el seno de una universalidad y a partir de ella, este aliento, esta fuerza, este movimiento. Desde antes de 1968, aquella sesión de la Société fran‡aise de philosophie -esta venerable institución donde llegó a agudizar su politesse- oscilaba, atónita de asistir a la irrupción de una imagen nueva del pensamiento, una estupefacción -sidération- una fulguración: "la fulguración llamada Deleuze", dijo de él más tarde Michel Foucault. Sesenta y ocho le ofreció, con Vincennes, una universidad en resonancia con su pensamiento del afuera, del movimiento, de la vida; sobre todo, con una posibilidad de invención, de libre disposición del pensamiento; siempre de alguna manera, con la brida de las estructuras universitarias clásicas. No hagamos de Vincennes el territorio exclusivo de Deleuze. Ese lugar lo fue, en filosofía y en otros, ¡en tantos otros! Pero hay ciertamente una afinidad particular entre Vincennes y Deleuze, entre el aire de Vincennes, su forma de vida y de estudios y lo que el pensamiento de Deleuze ha expresado en conceptos: esos conceptos alados, poéticos, al mismo tiempo los más rigurosos de la vida inmanente y de la variedad de sus formas. Sesenta y ocho y Vincennes preparaban, esperaban la venida de Deleuze. Y hoy, es a través de él que uno y otro llegan a pensarse. No se trata de reforzar un mythe vincennois de Deleuze, lo cual, por otra parte, no es rechazable del todo. Mito de la muchedumbre mezclada y cosmopolita, del trance deleuziano casi sagrado. Deleuze supo encontrar, por extra¤o que ello pueda parecer -si se tiene en cuenta la dificultad real de sus escritos- la palabra directa, persuasiva, colmando la espera de una juventud ávida de orientarse. Es por Deleuze, o en gran parte gracias a él, que la filosofía en lengua francesa ha llegado hasta el fin del mundo y continúa manteniéndose viva. Pero es preciso ver también otra cosa y mucho más que el mito. La especificidad de Deleuze en Vincennes -la singularidad-Deleuze- que debe situarse en el funcionamiento mismo de su actividad filosófica, en la muy alta y muy pura concepción que él siempre tuvo de la filosofía en sí misma. Pues es él quien, en el momento en que todos, inclinándose hacia la absorción de la filosofía en lo político, cuando no hacia su desaparición pura y simple, él tuvo la incongruencia de sostener la filosofía y, una filosofía no referencial a un nombre o a un sistema cualquiera sin ser el suyo. Una filosofía original, en perpetua creación, extrayendo su justificación sólo de esta creación, de su propia potencia no sometida. No fue el único, creo, sino el principal en pensar esto: la actividad filosófica para ella misma. Entiendo, el pensamiento no reactivo, pues entonces hubo mucho del recurso a la filosofía histórica, por reacción. Fue el principal, en pensarla en el contexto del movimiento más afirmativo, en la vanguardia donde se arriesgaba su disolución en su otro, política o ciencia. El principal en pensarla: afirmativamente. Y esta punta deleuziana, pues Deleuze no es ahí una persona sino una cualidad, una intensidad, impregnó el departamento de filosofía de Vincennes, lo ayudó a contornear los escollos, a remontar el hueco de la ola, a re-alojarse en el seno de una universidad, de la cual durante un tiempo había sido proscripto. Para emplear una de las fórmulas sorprendentes del último libro que Félix Guattari y él escribieron en común, Deleuze fue el "personaje conceptual" de la filosofía que animó Vincennes, desde el traslado de Vincennes a Saint-Denis (París 8), hasta nosotros. Es él quien, en el seno de la universidad le dio este aspecto de ocupar siempre los márgenes, los límites, los confines. Un aspecto o un tono del que ha trazado su vía, del lado de la inventiva, de la apertura al exterior. Paradoja de Deleuze, tan poco hecho para la universidad, aborreciéndola en todas sus mezquindades, sus exclusiones y, sin embargo, profundamente ligado a una universidad que se encontró asociada a sus producciones recientes, que estuvo en su origen. Es precisamente en sus cursos que él descubrió las ideas de sus libros, que los experimentó. Y fueron puestos a prueba ya sea por el departamento de filosofía o por el de cine. Es ahí que se ejerció el charme de su palabra; que -dominando la demarcación de los conocimientos y de las culturas- la limpidez encandilante de sus demostraciones habladas en una improvisación continua ha sabido fascinar y convencer. De ahí que, para todos -permitiéndonos reconocernos en él- hasta el límite extremo de sus fuerzas, hasta el agotamiento del cuerpo, pero jamás del espíritu, Deleuze se hizo educador y que la filosofía devino una sociedad de amigos.

(Traducción de Ma. Noel Lapoujade)


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