Serie: Conciencia (III)

Violencia en las calles, perturbaciones en los mercados

Mario Kamenetzky Las calles son a las sociedades, lo que los mercados son a las economías. Es en las calles y mercados de grandes ciudades y pequeñas poblaciones que aprendemos a satisfacer nuestras necesidades y a desarrollar nuestra creatividad y productividad. Si limitásemos la vida social y económica a actividades realizadas dentro de los hogares, nuestra capacidad de producir y distribuir bienes y servicios, y nuestros intercambios intelectuales, emocionales, físicos y espirituales, se verían restringidos.
Para un desarrollo completo y armónico necesitamos calles seguras y mercados abiertos donde sea posible entrar y salir con facilidad y donde nada impida la circulación. La salud de una economía se resiente cuando los mercados son controlados por gobiernos, carteles, o mafias. Análogamente, la salud de una sociedad sufre cuando la vida en sus calles está, por un lado, amenazada por pandillas de pistoleros o francotiradores y, por el otro, sobrecontrolada en nombre de moralidades obsoletas que nos asfixian porque, como diría Jefferson, nos obligan a seguir usando ropa que nos quedaba bien cuando éramos infantes.(1) Cuando los mercados están dominados por intereses muy poderosos, resulta muy difícil para empresarios jóvenes aportar su creatividad y talento a la formación de los flujos económicos. Cuando las calles se convierten en lugares peligrosos y represivos, el intercambio abierto de satisfactores de necesidades físicas, mentales y emocionales entre gente honesta y sana resulta igualmente dificultoso. Cuando las manos manejan armas e intercambian drogas no pueden extenderse en gestos de amistad y amor. Cuando las mentes están agarrotadas por miedos de agresiones y represiones no pueden reconocer los mensajes de amor externos, ni interpretar debidamente los mensajes de amor de las voces espirituales internas. Hace más de 200 años, Rousseau, reflexionando sobre educación, dijo: "cuando el hogar es solamente una triste realidad, uno está forzado a buscar la alegría en otro lado."(2) ¿Dónde podemos buscar alegría en nuestro tiempo? La mayoría de los hogares siguen siendo tristes soledades; las calles se han vuelto inseguras; los mercados se han tornado impersonales e insensibles; la alegría de la lectura meditativa o recreativa se está amortiguando debido a presiones divergentes sobre nuestro limitado tiempo libre; al ágape, la común unión en el amor del espíritu creador del Universo, se practica en la mayor parte de los casos en ceremonias pasivas y desganadas; Eros, el espíritu de la comunicación física y emocional entre los seres humanos, es descubierto por caminos que anulan su carácter juguetón porque se enmarañan en iniciaciones mecánicas, un desprecio por todo lo que sea ternura, calidez y romance, sentimientos de culpa y vergüenza, y más recientemente miedo de la enfermedad y la muerte. ¿Cuáles son entonces esos otros lados donde podemos hoy ir a buscar alegría? ¿Los espectáculos de cine, teatro y televisión con su ostentación de violencia? ¿Las discotecas oscuras y ensordecedoras? ¿Los estadios donde por cada jugador sobreexigido por la monetaria competitividad del juego hay miles de gritones pasivos? ¿Podemos asombrarnos frente a este panorama que haya tanta frustración y enojo entre la juventud? ¿Podemos asombrarnos de que tantos jóvenes sean tentados a ingresar en el tráfico y consumo de drogas, o se conviertan en las fuerzas de choque de dictaduras y fanatismos embusteros? La renovación de calles y mercados necesita de seguridad, pero ésta no se consigue aumentando la intensidad y la duración de los castigos que se imponen a los que alteran la tranquilidad pública. La violencia es generada por una conducta empresaria que descuida los aspectos humanos y ecológicos de los negocios. La violencia nace de hogares donde la satisfacción de las necesidades físicas, emocionales y espirituales de sus miembros es mutuamente negada. La violencia estalla en sociedades que, por un lado, no se preocupan por corregir imperfecciones del mercado que generan pobreza y desesperación y, por el otro, ansiosamente regulan la conducta en calles y hogares en nombre de una moralidad anticientífica que crea tristeza y confusión. Por supuesto, la violencia también es un producto de mentes y cuerpos perturbados, a los cuales el cuidado amoroso de familias, escuelas, y profesionales especiales puede llevar a la curación más fácilmente y a menor costo que si son sometidos a crueles disciplinas. Para superar la violencia necesitamos desarrollar nueva maneras de pensar y:
  • hacer negocios;
  • organizar nuestros hogares;
  • utilizar la naturaleza;
  • relacionarnos con nuestros cuerpos. Las nuevas estructuras integrativas de conciencia están lentamente armonizando intereses y conductas diferentes, trascendiendo viejos racionalismos divisivos, pero respetando la saludable racionalidad que exigen tanto la producción económica como la creación científica. Bajo estas nuevas estructuras de conciencia, algunos empresarios y administradores de empresa están reemplazando una relación de rivalidad por una relación de cooperación en el mercado de su producción. Esos empresarios y administradores de empresa están también introduciendo la búsqueda de alegría e intereses ecológicos y humanos en la pura racionalidad técnica y financiera de la empresa. Los empresarios que han optado por autorregular sus prácticas empresarias están probando que los cambios producidos por una reestructuración paradigmática desde el nivel profundo de la conciencia individual pueden alcanzar resultar sorprendentes, mucho más allá de lo que las intervenciones estatales pueden lograr. Estos empresarios con una conciencia expandida e intensificada están consiguiendo, dentro de las comunidades en que actúan, entre otras cosas: conservar recursos naturales; reducir pobreza y desesperación; disminuir las imágenes y textos violentos de los medios de comunicación; hacer más saludables y alegres los lugares de trabajo; y proteger tanto los intereses de los consumidores como los de los accionistas. Todavía no son tantos como desearíamos y como el deterioro de la situación mundial lo requiere, pero al menos están iniciando una tendencia que podría propagarse y alcanzar no solamente un mayor número de empresarios, sino también aquellos más grandes y por lo tanto de mayor influencia en la evolución de mercados y sociedades. Esta tendencia podría, por ejemplo, llevar las grandes empresas, a las que les es difícil participar en el bullicio de los mercados locales, a establecer mejores relaciones con los pequeños productores, artesanos y comerciantes, quienes dan colorido a esos mercados. Mientras en el campo económico podemos ver al menos un puñado de gente de empresa plantando banderas de avanzada en el campo de la organización empresarial y de los mercados, en lo social no percibimos esfuerzos concertados para llevar alegría a los hogares y las calles, permitiendo que la juventud redescubra en ellos las saludables fuerzas de eros y ágape. Para que ello ocurra, será necesario levantar las restricciones que nos hemos impuesto sobre nuestras expresiones vitales. Estas restricciones están dificultando la integración y armonización de nuestras necesidades como criaturas de la naturaleza con nuestra condición de miembros de sociedades que nosotros mismos hemos creado. El empresario honesto y ecológicamente sensitivo y la juventud decente y espiritualmente sensible, están ambos tratando de recuperar la alegría de vivir. Algunos empresarios han avanzado más que muchos jóvenes en el camino hacia esa recuperación. Ellos están diciendo: "Negocios y alegría tienen que ir juntos. La falta de alegría deja a la gente vistiendo impermeables emocionales durante la mayor parte de su vida de trabajo. El traer alegría a los negocios es vital; es traer vida a nuestra existencia cotidiana. La alegría es un potente motor en la mayor parte de nuestras actividades y debe ser una parte directa de nuestra subsistencia. No debemos relegarla a algo que compramos después del trabajo con el dinero que ganamos."(3) Para que esa alegría pueda trasmitirse e impregnar los mercados y las calles, los empresarios que la están recuperando deberían promover reformas en los sistemas educativos de sus comunidades y países. Ellos pueden persuadir a las escuelas y universidades que es necesario reorientar el proceso de culturización: en lugar de reforzar los viejos patrones de pensamiento y conducta que llevan a dividir y oponer, ese proceso debe ayudar a crear las nuevas estructuras integrativas, armonizantes de conciencia. Escuelas y universidades deberían introducir alegría en la educación. Es el aburrimiento, y la percepción por los estudiantes de que les es negado conocimiento científico sobre vastas áreas de la realidad, tales como su propia sexualidad y su erotismo, lo que los lleva a quebrar la lúgubre solemnidad de una disciplina cuestionable. Alegría, honestidad, apertura y participación llevarían en cambio, como ya está ocurriendo en el mundo de los negocios, a un orden festivo que aumenta la efectividad del proceso educativo de la misma manera que aumenta la eficiencia de los procesos de producción y distribución de bienes y servicios. En ambos casos, los costos asociados con la resolución de conflictos, la investigación de actos deshonestos o provocativos, y la satisfacción de quejas se reducen, mientras que la productividad aumenta. Los empresarios y administradores de empresa, -que han descubierto las tremendas posibilidades de progreso y bienestar personal, económico, y social que las nuevas estructuras de conciencia encierran- deberían también utilizar su influencia para cambiar los objetivos y limitar los alcances de las intervenciones estatales. Los gobiernos deberían intervenir solamente para protegernos de la opresión de los poderosos, de la voracidad de los codiciosos y de la violencia de los fanáticos. Cuando los opresores y los voraces llegan al poder agarrotan la mano invisible del mercado y la usan en su propio beneficio, generando masas de pobres desesperanzados. Calles y mercados se convierten entonces en lugares tristes y abatidos porque, como dice Adam Smith: "Ninguna sociedad puede florecer y sentirse feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y miserables. Por otra parte es una cuestión de equidad que aquellos que producen el alimento, los vestidos y las habitaciones para toda la sociedad se beneficien con una parte de lo que su trabajo produce que les alcance para comer, vestirse y alojarse con dignidad."(4) Adam Smith también reflexionó sobre la facilidad conque los pobres y desamparados caen víctimas de los fanatismos y alimentan la violencia que los fanáticos ejercen muchas veces en connivencia con los poderosos y los codiciosos.(5) La combinación de estas fuerzas, además de agarrotar la mano invisible de los mercados, paraliza las manos de la gente que quisieran extenderse hacia otra gente en las calles. El bullicio sano, y por momentos caótico, de calles y mercados -que está hablando de vida, creación, producción, y amor- es reemplazado entonces con un ordenado silencio que sólo pueblan los miedos, la desesperanza, los presentimientos de muerte y destrucción, un silencio que de tanto en tanto es interrumpido por el estruendo de armas en acción y el agresivo y organizado vociferar de los fanatizados.

    Referencias

    1. Paráfrasis de una expresión de Jefferson en carta a Samuel Kercheval, incluida en Merril D. Peterson, ed., The Portable Thomas Jefferson, Penguin Books, New York, 1987, p. 559.
    2. JEAN JACQUES ROUSSEAU, Emile or On Education, Basic Books, New York, 1979, p. 46. Traducción del autor.
    3. MICHAEL PHILIPS and SALLI RASBERRY, Honest Business, Random House, New York, 1981, p. 123. Traducción del autor.
    4. ADAM SMITH, The Wealth Of Nations, The University of Chicago Press, 1976, Vol. 1, p. 88.
    5. Ibid., pp. 313 y sig.

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