Serie: Conciencia (IV)

Nuestra conciencia: templo y atalaya

Mario Kamenetzky

Observar un hecho histórico o presente desde las estructuras de nuestra conciencia significa observarlo desde una perspectiva mucho más compleja que la simple racionalidad conciente. Las construcciones de nuestra conciencia se reflejan sobre todo por intermedio del operador conciente, pero incluyen también el inconciente y el subconciente.

El inconciente, usando todo el cuerpo como instrumento, nos liga con la naturaleza. El inconciente mantiene -y mantendrá en tanto sigamos siendo seres humanos- nuestra condición de criaturas de la naturaleza. El subconciente es en cambio una especie de registro de conocimientos, experiencias, observaciones. Es el disco duro de nuestra computadora mental, y es allí donde el proceso de culturización instala programas que nos convierten en miembros de una sociedad particular.

Evolución de la conciencia

El operador conciente, en su interacción con la realidad, constantemente necesita establecer compromisos entre nuestras necesidades como criaturas de la naturaleza y las demandas impuestas por nuestra condición de miembros de sociedades de nuestra propia creación. Las interacciones que así se establecen entre el conciente, el subconciente y el inconciente determinan estructuras particulares de conciencia que dependen del momento histórico que se considere en la evolución de la especie humana, de la sociedad en que las interacciones tienen lugar, y de la psicobiología y el historial de cada individuo.

El filósofo suizo alemán Jean Gebser (1905-1973)(1) distingue cuatro etapas en la evolución de las estructuras de nuestra conciencia. Gebser las llama, en orden histórico, estructuras arcaicas, mágicas, míticas y racionales; y sugiere que la humanidad está transitando hacia nuevas estructuras que el denomina integrales y "aperspectivales". La naturaleza fue única guía de nuestros homínidos antecesores durante el larguísimo período en que vivieron con estructuras arcaicas. Éramos entonces como los pájaros que instintivamente "saben" como reecontrar sus nidos en su ciclo anual de migraciones de Norte a Sur, o como los árboles que "saben" cuando despojarse de sus hojas para renacer la primavera siguiente.

Es solamente unos 100.000 años atrás que nos convertimos en seres creadores de procedimientos para hacer cosas y capaces de transmitir de unos a otros esos procedimientos. Entonces empezamos a trasladar en acciones concientes tanto el conocimiento recibido intuitivamente a través del inconciente, como el adquirido por la experiencia y la culturización. También comenzamos entonces a pensar cuál era nuestra relación con el resto de la naturaleza. Primero, durante la etapa mágica, creímos que podíamos manejar las fuerzas naturales por medio de encantamientos y conjuros. Pensábamos por ejemplo que pintando ciervos en las paredes de nuestras cavernosas viviendas los podríamos cazar más fácilmente. Después, durante el período mítico, creímos que la naturaleza estaba animada por espíritus diversos, seres sobrenaturales que interactuaban libremente con los mortales. Hasta que con las estructuras racionales nos separamos de la naturaleza y pasamos a ser seres que no solamente aprendemos lo que ella enseña, sino que somos capaces de desarrollar métodos para saber más acerca de ella.

El desarrollo de la racionalidad llevó lamentablemente a una alienante división entre humanidad y naturaleza. No solamente separamos la naturaleza humana del resto de la naturaleza y creímos que habíamos sido puestos sobre este planeta para explotarla a nuestro antojo, sino que nos fraccionamos nosotros mismos. Separamos nuestro cuerpo de nuestra mente y ambos de las energías espirituales que crearon el universo, guían su evolución, y están experimentando con nosotros, seres humanos, como asociados en la evolución de un minúsculo fragmento de ese universo, el planeta Tierra.

Cada individuo reproduce durante su desarrollo el proceso de evolución de estructuras de conciencia que siguió la especie, pero mientras que la especie requirió millones de años para pasar de las estructuras arcaicas a las racionales, un relativamente corto proceso de culturización lleva a cada individuo a insertarse en su sociedad con las estructuras de conciencia que ésta pueda haber alcanzado en el momento en que la culturización tiene lugar.

Condiciones de la evolución

Hay que tener en cuenta tres hechos fundamentales en relación con este proceso de formación de las estructuras de conciencia de cada individuo en una sociedad particular. Primero, en cada uno de nosotros coexisten todas las estructuras de conciencia que precedieron a la más reciente y predominante en nuestra sociedad. Todos nacemos con una conciencia arcaica, por lo que Gebser la llama nuestro siempre presente origen, y en la mayoría de nuestras sociedades actuales pasamos rápidamente por la magia y el mito para llegar a la racionalidad. Esta se convierte en predominante, pero no puede, aunque muchas veces lo desee, suprimir totalmente la magia y el mito.

El segundo hecho a observar incluye por un lado la intensidad con que cada sociedad particular trata de reprimir necesidades naturales que emergen de la conciencia arcaica, y, por el otro lado, el grado de libertad y extensión de tiempo que cada sociedad acuerda a los niños para expresar abiertamente sus fantasías mágicas y míticas.

El tercer aspecto a tener en cuenta es que la particular combinación de naturaleza, magia, mito y racionalidad que cada sociedad acepta es estructurada siguiendo diferentes paradigmas de pensamiento y acción. Muy a menudo, los paradigmas que se utiliza para culturizar a las masas, son diferentes de los paradigmas que se aplican a la culturización de los miembros de las elites.

Durante el proceso de evolución de nuestras estructuras de conciencia, dos paradigmas principales de culturización se fueron perfilando. Uno de los patrones de pensamiento y acción, tiende a desarrollar habilidades y motivaciones para controlar el poder, y para crear y acumular riqueza. Poder y riqueza se organizaron como campos importantes de la realidad desde el momento en que los seres humanos dejaron de ser hordas para agruparse en tribus, clanes, y sociedades de su propia invención. Para la otra línea de conducta, lo fundamental es captar las fuerzas del amor y gozar la vida, considerando el dolor y la muerte como partes de esta última. La palabra amor es usada aquí en un sentido amplio que incluye tanto la sensualidad y sexualidad del Eros, como la amistad entre los seres humanos y su comunión con el espíritu que creó y anima la naturaleza, características que se simbolizan en el Agape.

La tendencia que busca captar las fuerzas del amor, responde a lo que Rousseau llamaba amour de soi, amor de sí mismo. Esta es una cualidad intrínseca a la naturaleza humana. Está inscrita en el inconciente, esa memoria que, como el ROM de nuestras computadoras, nos fue dada y nosotros podemos solamente leerla. Nuestra supervivencia y nuestro bienestar requieren cultivar ese amor por nosotros mismos que a su vez necesita intercambiar amor con los otros seres de la especie y con la creación entera. La tendencia hacia el control del poder y la acumulación de riqueza es alimentada en cambio por el amor propio, l'amour propre de Rousseau. El amor propio es un producto de la culturización. Es un amor de nosotros mismos que constantemente necesita comparar lo que somos y lo que tenemos con lo que los otros son y tienen.(2)

Cada niño nace con la capacidad de cultivar el amor de sí mismo, pero la sociedad en que nace puede orientarlo en cambio hacia el desarrollo del amor propio. Su psicobiología decide en gran medida cuanto de uno y otro va finalmente a guiar su vida. El hecho de que siempre hubo, y siguen produciéndose, actos de altruismo; el hecho de que hubo y hay negocios honestos ejercidos con un espíritu de servicio que no excluye la racionalidad tecnológica y financiera; el hecho de que siempre hubo y se siguen formando grupos de mutuo apoyo; el hecho de que hay ejemplos históricos y presentes de pueblos que prefieren cooperar a guerrear, nos muestra que la culturización orientada hacia el desarrollo de amor propio no pudo y no puede destruir totalmente ni el instintivo amor de sí mismo, ni la corriente social que éste genera y que procura gozar la vida, captando las fuerzas del amor tanto de los seres como del universo.

Las estructuras de conciencia integrales que se están formando tratan de armonizar naturaleza, magia, mito, y racionalidad, restableciendo las conexiones entre las tres partes de la conciencia. Estas conexiones fueron mutiladas por una programación cultural que frecuentemente reprimió nuestra naturaleza, y utilizó la magia y el mito para narcotizar nuestra razón, permitiendo es esta última engendrar pesadillas en sus sueños. Esta culturización errónea no deja circular libremente la información entre el conciente y sus fuentes de conocimiento: el subconciente con su registro de datos, y el inconciente con sus mensajes instintivos e intuitivos. Cuando el libre flujo se restablece por un esfuerzo de intensificación y expansión de conciencia, los individuos escuchan mejor la voz de su cuerpo y del espíritu. Y cuando el número de esos individuos alcanza cifras significativas, sus sociedades comienzan a discernir los valores, creencias, y conductas que impiden que el potencial científico y tecnológico que hemos alcanzado se aplique a pacificar tanto la humanidad como la naturaleza, en lugar de dañarlas, o, peor aún, amenazar con destruirlas. Podemos entonces reemplazar los viejos programas mentales, nocivos para el desarrollo individual y social, y para el equilibrio ecológico, con programas mentales amistosos para los seres humanos y la naturaleza.

Cuando el proceso de culturización desarrolla estructuras interactivas, armonizantes, basadas sobre el amor de sí mismo, nuestra conciencia se convierte en templo y atalaya. Es templo desde cuyo interior espiritual profundo nos llegan intuiciones que pueden transformarse en conocimiento práctico, y mensajes instintivos que podemos armonizar con las necesidades sociales. Es atalaya desde cuyas estructuras podemos contemplar un panorama de la realidad tanto más vasto y profundo cuanto más permitimos que esas estructuras se expandan hasta lograr alturas que muchas veces ni siquiera sospechamos se pueden alcanzar.

Cuando estos conceptos sobre estructuras de conciencia y su evolución se aplican al estudio de acontecimientos o situaciones particulares, presentes o pasadas, comenzamos a observarlos desde una perspectiva diferente. De ello se tratará en un próximo artículo.

REFERENCIAS

1. Jean Gebser. The Ever-Present Origin. Ohio University Press, 1991.
2. Sobre esta distinción entre amor de sí mismo y amor propio, véase Jean Jacques Rousseau, Emile or On Education, trans. Allan Bloom, Basic Books, New York, 1979.


Conciencia

Artículos publicados en esta serie:
(I) El capitalismo de Adam Smith (Mario Kamenetzky, N° 142)
(II) El encuentro de Guayaquil (Mario Kamenetzky N° 143)
(III) Violencia en las calles, perturbaciones en los mercados (Mario Kamenetzky, N° 145)

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