Los calzones de Freud

Saúl Paciuk

Las aguas están agitadas también en lo que al psicoanálisis respecta, por aquellos pagos de los Estados Unidos: ante presiones, la prestigiosa Biblioteca del Congreso de Washington no encontró nada mejor que hacer que dar marcha atrás en su proyecto de homenajear a Freud en el centenario de la creación del psicoanálisis. Ahora parece que resolvió apenas postergarlo… por dos años.

Una evidencia de ese agite la tuvieron los lectores de relaciones a través de la nota de Mario Trajtenberg (Sucedió aquella noche... ¿o no?, No. 144) que narraba lo que acontecía en torno a la plétora de juicios entablados por los hijos a los padres, basados en acusaciones retrospectivas de haber cometido, insinuado, planeado o quizá solo imaginado una relación incestuosa con sus hijos. De acuerdo con las acusaciones, una relación así habría tenido o habría podido tener lugar, según los casos, treinta, o cuarenta, o cincuenta años atrás, cuando estos pleiteantes de ahora eran unos tiernos y, por lo que ellos suponen, apetitosos niños capaces de despertar deseos de los que es mejor no hablar en sus -ahora viene a saberse- antes respetables pero en realidad desenfrenados y lujuriosos papás y mamás.

Pero no solo los padres están en cuestión sino que por razones del todo análogas, también lo está Sigmund Freud. Bueno, no cabría poner ninguna cara de extrañeza ya que según las mentas, sería el padre del psicoanálisis.

A gusto del consumidor

La augusta Biblioteca del Congreso de Washington es la depositaria de un número importante de documentos relacionados con la vida y obra de Freud, a los que accedió en tiempos del hitlerismo y en momentos en que Freud dejaba Viena y también dejaba poco después este valle de lágrimas. Esos documentos constituyen el Archivo Freud y fueron entregados a la Biblioteca en reconocimiento a su importancia y seriedad, y como alternativa ante el riesgo de que cayeran en poder de los nazis y fueran destruidos por ellos.

Para 1995, como homenaje al centenario de la publicación de los "Estudios sobre la histeria", la obra que marca el nacimiento del psicoanálisis, la Biblioteca había anunciado una exhibición al públicoe de ese archivo bajo el prometedor título: "Freud, conflicto y cultura". De improviso anunció que quedaba suspendida la exhibición sin fijar fecha para su eventual realización. Pocos meses después cede a la fuerte presión que recibió y fija para 1998 su realización.

La decisión de suspender o postergar también fue tomada debido a presiones, en este caso de un grupo de 42 (si, cuarenta y dos) intelectuales que protestaban porque según ellos, en la exposición no sería suficientemente tomada en cuenta lo que ellos llaman la "corriente revisionista". De los 42 poderosos intelectuales autores de tamaña censura, la mitad eran norteamericanos, incluyendo nombres como los de Oliver Sachs, Mikkel Borch-Jacobsen, Peter Swales, Sophie Freud (nieta de Sigmund dedicada a terapias breves y menos preguntonas), y Paul Roazen (el autor de Freud y sus discípulos).

La corriente revisionista que parecería representar está empeñada en descubrir y hacer valer detalles de la vida de Freud para impugnar su teoría. Lo acusan de haber sido una especie de sátiro que abusó y hasta embarazó a la hermana de su mujer y también de que abusó sexualmente de su hija. El parentesco con ese mar de fondo de hijos que denuncian a sus padres, del que hablamos al comienzo es muy claro, pero es todavía más claro que hay una gran ventaja para los hijos reales de padres reales, porque ellos al menos habrán llegado a tener algún tipo de conocimiento íntimo de sus padres, mientras que los que revistan en esta corriente revisionista -cuestión de gustos- deben conformarse con gozar a partir de las sospechas propias y de los chismes recibidos de terceros.

Flujo y reflujo

Las razones de las autoridades de la Biblioteca para desistir se centraron en la necesidad de "corregir" la perspectiva acerca de Freud según la cual se planificó la exposición, pero para Maud Mannoni "se acusa a Freud de haber abusado sexualmente de su cuñada, de ser un charlatán que se aprovechaba de su prestigio ante las mujeres y los niños. Nada de eso tiene que ver con un trabajo histórico".

Mientras esas autoridades desistían, otras autoridades resistían. Unos meses después se inició en Europa la firma de una carta reclamando contra la Biblioteca. En esa carta se dice que "Estamos inquietos por el giro de los acontecimientos. No podemos aceptar que una institución estatal tan prestigiosa como la Library of Congress pueda dejarse manipular por la opinión pública e impresionarse por la dictadura de ciertos intelectuales convertidos en inquisidores. Exigimos que la exposición tenga lugar en condiciones que no sean un chantaje al miedo y que se ponga en marcha una verdadera apertura a los archivos Freud a todos los investigadores de todas las tendencias y todos los países".

Entre quienes manifestaron esta protesta figuran casi doscientas cincuenta firmas, contando con nombres como los de Julia Kristeva, François Wahl, Claude Lanzman, Maud Mannoni, Elizabeth Roudinesco (promotora de la declaración y autora de un texto personal que reproducimos en recuadro), Phillipe Sollers y los argentinos Mauricio Abadi, Juan David Nasio y Roberto Harari. Muchos de ellos se manifestaron en el sentido de defender el derecho de la Biblioteca a establecer su propia política cultural, al margen de las censuras.

Mucha gente se pregunta porqué las autoridades de la Biblioteca consideraron que tiene tanto peso esta corriente, y se pregunta si la celeridad con que decidieron la cancelación primera, o la postergación posterior, no debe ser considerada un síntoma de los tiempos que corren. Tiempos que amenazan poner fuera del cuadrilátero a toda corriente cuestionadora y dejar la cancha libre a otras, conformistas, más acordes con el espíritu del "querer es poder" que satura buena parte del campo de lo mental en buena parte de las parcelas que al Este tanto como al Oeste y al Norte más que al Sur, componen este mundo moderno. O posmo, como decía Gustavo Escanlar.

Hay sin embargo lugar para pensar que el quid del asunto puede estar en otro lugar, en el propio lema de la exposición, la relación que a partir de Freud puede establecerse entre conflicto y cultura. Seguramente que las conclusiones a que puede arribarse no serían (nunca lo fueron) del agrado de quienes pasan por ser los depositarios de los valores consagrados que informan las -dicen que asépticas- culturas oficiales uncidas a los carros de los gobernantes y políticos de cualquier pelo y color. Por lo tanto se hace necesario invalidar un pensamiento que amenaza conceptos y que al hacerlo también amenaza posiciones. Como intentar hacerlo en el terreno de la discusión científica da mucho trabajo (y requiere seso), se opta por el corto circuito de la invalidación de la persona. Se confía en que si esto resulta, entonces irán juntos al tacho la persona y de paso también su obra.

Oficio de fisgón

Lo dicho podría ser una buena respuesta a la pregunta acerca de cuál es el interés real que mueve con tanta fuerza a conocer los detalles de la vida personal de los autores, o los creadores, o los políticos, o los artistas, o etc. ¿Es que puede establecerse sin más la hipótesis de una correlación entre producción intelectual o artística y valores o vida personal? A juicio de quien esto escribe, si se respondiera que sí, habría que entronizar a la biografía como la única ciencia justificable y desalojar a las demás por ser aproximaciones parciales, y que se sepa, nadie ha osado proponer algo así, todavía.

Algunos justifican ese interés diciendo que esos detalles íntimos enriquecen la comprensión de la obra, porque habría una relación de determinación entre persona y obra.

En algunas oportunidades los resultados les dan cierta razón, pero en muchas otras esta intrusión en la vida personal solo sirve para alimentar chismes, y muchas veces es evidente que la búsqueda en la intimidad obedece a un mero ánimo chismoso de quienes cultivan esta línea de investigación, ánimo que queda disimulado y santificado por el manto de la condición de intelectual (Bueno, espiar por el ojo de la cerradura para ver qué hacen papá y mamá tampoco deja de ser una actividad intelectual, en todo caso da lugar a una calurosa producción de teorías, claro, las teorías sexuales infantiles de que habló... ¡!).

En todo caso, vale el aplicar la receta a los propios revisionistas y preguntarse qué detalle de su vida íntima los ha empujado a oficiar de fisgones…(Además, y dicho sea esto entre paréntesis, varios de los que firman la nota de protesta, la buena claro, han sido cuestiondores de una presunta "historia oficial" y paladines en esto de sabedores de qué camisa usó Freud en la mañana del 11 de agosto de 1923, cuando lleno de ojeras se levantaba de la cama en que había dormido con...., bueno, ellos sabrán con quién).

Pese a todos, la obra es la obra y está allí, una vez hecha pública tiene su independencia respecto de las minucias de la vida de su creador y está desprendida de esa vida para formar parte de un patrimonio común.

Entonces ya no importa ni qué dijo el autor ni porqué ni cuándo, sino que importa qué es lo que su obra nos está diciendo, qué es lo que somos capaces de oír que ella dice. Por supuesto que esto da mucho más trabajo que ser experto en el color de sus paños menores, pero también da muchas más satisfacciones.

Bueno, algo así ya había sido señalado con buen humor por el tan maltratado Jorge Guillermo Federico Hegel, cuando decía que el sirviente solo puede ver a su amo en calzones. Claro que este "solo" puede ser tenido como un privilegio, pero tal privilegio no se debe a las exclusivas posibilidades de intimidad que le da su oficio, sino a que por ser criado no puede apreciar en su amo ninguna cosa que esté mas allá de los calzones.


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