autogestión vecinal

La Leyenda de Soledad Cruz - Gonzalo Abella (*)

Capítulo I I I

La hijita era la felicidad de Soledad. Creo que los años que vivieron ambas en Purificación fueron los más felices.

Después todos los que vivieron allí, en la Purificación de 1815, descubrieron que habían sido felices. Pero en aquellos años turbulentos no se permitían a si mismos admitirlo, porque estaban muy ocupados: había todo un continente para soñar, una diversidad maravillosa de pueblos y culturas que se reconocían como iguales y fraternas, y todo ocurría en una humilde toldería gigantesca que era la capital de una quinta parte de la América del Sur. Toda felicidad y toda belleza son efímeras. Cuanto más perfectas más frágiles son. Pero dejan un agridulce sabor de paz espiritual y bañan de fortaleza al ser humano. Todo esto le había enseñado a Soledad la ausencia de Lucio y se lo reafirmaba la vida nueva y tierna de su hijita.

El universo de la hijita, alimentado por Soledad, se enriquecía con los secretos que sólo los africanos sabían; pero también con las vivencias de la Patria Gaucha en nacimiento, que eran vivencias cristianas y mestizas; y con viejísimos conocimientos que el finado bisabuelo Pascual soplaba a la nieta desde los montes. El viento traía las palabras del bisabuelo colla y la niña quedaba inmóvil escuchando, mientras Kuarahy-paíKuará, el Sol, pasaba a llamarse, sólo para ella, Inti-Viracojcha.

Dirás que es imposible, que es ridículo, pero la niña oía al bisabuelo muerto, y le contestaba al viento, no en quechua, sino en la dulce lengua aymara.

Nuestra formación europeizada atribuye a las otras culturas cosas absurdas, después las ridiculiza y entonces se siente superior.

"Las supersticiones van desapareciendo. El hombre en la Luna es una prueba de que la luna no es una diosa: es una piedra"; eso argumentaban los científicos, blancos cultos, hasta hace unas décadas. "Bien, la Luna es una piedra. ¿Y el espíritu de la piedra no existe?" replicaría cualquier representante de un pueblo originario, con estupor; "¿Cómo amar entonces las piedras de tu lugar natal? ¿Por qué amarlas?"

Rezarle al Inti-Viracojcha, como todavía hacen en la lejana tierra de Pascual Chena, no es rezarle a la fusión nuclear, al helio incandescente en el centro del Sistema Solar; es rezarle a los espíritus de nuestros padres campesinos, partículas invisibles que se agrupan en dirección al Sol, porque el Sol fue el ponchito de los pobres que les dio energía y fue el Sol precisamente el que permitió que la madre tierra diera sus frutos. Rezarle a la Luna es llamar a las mujeres ya finadas, novias de la noche y del mes lunar, cuyas ánimas son convocadas por la plateada luz Ñasaindy. Y es también rezar a muchos antiguos guerreros y cazadores que amaron bajo la luna y contaron las lunas para ver parir a sus compañeras, que era como parir ellos mismos.

Esos espíritus de nuestros difuntos siguen junto a nosotros, no van a ningún cielo mientras los recordemos. El olvido los disuelve, porque entonces la energía deja de tener razón para conservar una memoria propia ya sin contraparte en la vida.

Eso dicen los charrúas y por eso entierran a sus muertos queridos cerca del campamento.

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-Las cuatro estrellitas, mamá. Y la otra más pequeña. Como las vemos en nuestra casa...

-Las cuatro estrellitas, hija. La Cruz del Sur, las estrellitas que hablan. En Africa las estrellas nos hablan de una manera, en suelo americano hablan en otra lengua igualmente dulce. Los charrúas explicaron su significado a nuestros primeros abuelos africanos que se fugaron de Montevideo. Las cuatro estrellas en Cruz son una huella. Forman la Pyporé Ñandú Guasú, la Huella de la Pata del Ñandú, el anuncio que está en el firmamento desde el comienzo de los tiempos. La señal del destino errante y perseguido de nuestra patria gaucha. Es una de las profecías. Tú sos la otra.

-¿Soy una profecía, mamá?

-Sí. Sos el retorno. María de Zumbí: Inaê es tu verdadero nombre, el que nunca debes olvidar, porque es anuncio de profecía. Pero falta mucho. Deberemos andar, deberemos llorar, deberemos sufrir y ser felices, es la vida. El retorno se va a demorar. Y después será el fin de mi camino. -¿El fin de tu camino?

-En el final voy a encontrar a Lucio. A tu padre. Pero no pienses en eso, hijita. Tenemos mucho para vivir juntas y vamos a estar solas pero con muchos hermanos. ¿Qué hiciste hoy? -Jugué con los indiecitos de la aldea, que volvían de estudiar en la Escuela de la Patria. Aquí también hay Escuela de la Patria. ¿Sabés lo que me dijo el más grande? Me dijo: iporâ la mitâkuñá cambá. Me dijo que era una negrita linda. ¿Cuándo volvemos a Purificación, mamita?

-Mañana, hijita. El Gobernador de Corrientes hablará conmigo esta noche. No te vas a aburrir, estará Melchora y te dará golosinas.

-¿Melchora? ¿La amiga de Artigas?

-Es otra Melchora. La que nos recibió la otra vez, cuando llegamos, y nos albergó. Esta Melchora es la esposa de Andrés Guacurarí, el gobernador de Corrientes.

Soledad y su hijita María de Zumbí se sentían felices en Corrientes, junto al majestuoso Paraná. Allí había negros que tocaban el tambor como sus hermanos afroorientales, pero sobre todo había indios guaraníes y paisanos aindiados, diestros jinetes en "montados" escarceadores, y mujeres a caballo que enarbolaban banderas tricolores federales. Los ranchos no tenían mayor diferencia, las costumbres tampoco; pero la proximidad de tierras tropicales se anunciaba en la diversidad de frutos y en la exuberancia vegetal.

El rancho de Andresito sólo se distinguía de los demás por el indio tape que montaba guardia en la puerta: chiripá entre las piernas desnudas, chaqueta de puños colorados y una lanza con curiosa moharra en estrella.

Pero aquellos indios y gauchos correntinos, había advertido María de Zumbí, no usaban boleadoras tan frecuentemente ni con tanta destreza como los orientales; eran por compensación, mucho mejores canoeros y conocedores de las artes de pesca. La niña había observado con curiosidad que tomaban mate con agua fría en algunas oportunidades.

El tape de la puerta, celoso de su función, presentó la lanza como saludo a Soledad, y ante los ojos curiosos de la niña volvió luego a su posición inicial, como una estatua sin vida. Pero cuando las dos entraron abandonó el protocolo y se sentó sobre sus talones.

Andrés Guacurarí, al verlas entrar, alzó la vista de los pepeles que examinaba.

-¡Ave María Purísima! ...Veo que trajiste a la niña, Soledad. A ver... ¡Melchora! ¿Qué tenemos para la gurisita? ¡Melchora! ¿Dónde se metió esta mujer?

-Pero no te preocupes, Andrés. No es necesario. María de Zumbí está cansada, se va a dormir en esta manta; insisto en que Melchora no se preocupe. Te manda saludos el tío Lencina.

-¿Ansina? Algo más que saludos me debe mandar el Viejo Aguará. ¿Nadie le ha podido vencer en una payada todavía? ¡Pero mirá tu niña, chamiga! Nde memby mita'i cambá se va a dormir paradita ¡Melchoraaaa!

-¿Me llamabas, Andrés? Ah, es Soledad con la niña. ¡Soledad querida! Supe que habías llegado. Perdoname, no pude ocuparme hasta ahora de ustedes por todo el trabajo acumulado. Y en cuanto a este hombre que es mi marido... puede ser gobernador de Corrientes, pero nunca sabrá qué hacer con lo mita'í. Torpe es con los gurises, y eso lo saben todas las madres de Corrientes. Soledad... Dejame mirar a tu hijita. No habrás venido tan lejos solo para visitarnos, querida cambá. Seguro traés mensaje. ¿Mensaje de Artigas o de la Hermandad?

-Mi amor, mi mujer hermosa, deberías haberte dado cuenta por tí misma. Al llegar Soledad nos dijo: "saludos de Ansina". O sea que es un mensaje de la Hermandad. Es un mensaje de los Hijos de Zumbí. Además Artigas manda chasques hombres, ya no envía mujeres bonitas. A su mejor lancera, que es guaraní, ya no la envía con mensajes, la quiere junto a él... ¿Sabés cuál? La del nombre bonito... Tocaya de alguien que está aquí... A ver, adiviná.

-Disculpalo, Soledad. Andrés a veces parece una mujer criolla, por lo chismoso; pero cuando se vuelve autoritario, entonces es un perfecto ejemplo de los hombres que tenemos por aquí. En este caso, para hablar contigo, me necesita; porque en asuntos de la Hermandad siempre termino yo aconsejándolo.

-Queridos hermanos Andrés y Melchora: el mensaje del tío Lencina es que los tiempos se acaban. Es el momento de actuar juntos. La Hermandad de los Hijos de Zumbí piensa que es necesario impulsar un levantamiento de los esclavos de Sâo Paulo, para que los portugueses sean atacados en su misma retaguardia. Así no podrán apoyar a los malos americanos del Río de la Plata.

-¿Por qué tanta prisa? No estaba previsto así. Pasar a una ofensiva continental en estos momentos...

- La Liga Federal está en peligro, y para nuestra Hermandad la Liga Federal es una conquista muy importante: ella garantiza el derecho a la libertad civil y religiosa para todos enfrentando a los proyectos de un Estado unitario exclusivo para criollos. Hoy la Liga Federal es la esperanza del continente para todo lo pynandí, para toda la gente de piel oscura. Para apoyarla, la Hermandad está de acuerdo en impulsar un alzamiento esclavo ahora mismo en Sâo Paulo de Piratininga y está enviando armas desde Haití. Dos chamanes poderosos, dos pa'i de santo, vienen hacia la bahía paulista. ¡Pero el apoyo guaraní es lo esencial! Ustedes, los guaraníes que abandonaron las Misiones, tienen una red secreta desde el Río de la Plata hasta el Río de Janeiro.

-Y la emplearemos a su debido tiempo, Soledad. Pero la Hermandad de ustedes no puede obligarnos a acelerar las cosas. Tenemos nuestros tiempos, y sabés que nuestros hermanos no cristianos, que son la mayoría entre nosotros los Guaraní, son muy celosos en respetar las señales y los ritmos de la naturaleza. Nunca entendieron nuestra posición en las Misiones, el acuerdo secreto que hicieron nuestros padres con algunos compañeros jesuitas, y piensan que hemos traicionado las tradiciones guerreras que sí mantuvieron ellos, los monteses. ¡Y vaya si tienen razones históricas para desconfiar, y cuentas históricas para cobrar! Nuestra nueva alianza con los Guaraní monteses se construye cuidadosamente cada día: grupo a grupo, tekohá a tekohá.

-Pero no podemos seguir pensando y obrando por separado. El legado de Tupac Amaru es para ustedes, los pueblos originarios, el mismo que el legado de Zumbí para nosotros, los afroamericanos: estar juntos, muy juntos, con los gauchos y los pynandí, para ser una fuerza; ¡que los patricios de la Independencia no puedan ignorarnos más! Por ahora sólo Artigas nos escucha, pero forzaremos el oído de los otros patriotas...

-Soledad, ¿qué estás diciendo? Hacernos escuchar por las buenas, ¿eh? ¡Abrir los oídos de los independentistas! ¿De cuáles? ¿De los porteños? ¿De los españoles de Montevideo? ¿De los masones adinerados? ¿De los monárquicos? No, Soledad; o esto último es una interpretación tuya, errónea, de las palabras de Ansina o tu Hermandad se equivoca. Esos señoritos independentistas de las ciudades, militares de carrera, teólogos de Universidad, hijos de acaudalados comerciantes y hacendados ...Ellos tienen su propio plan de independencia, y nosotros sólo entramos allí como peones. Soledad, has venido reí, has venido de balde. Definitivamente, para nosotros no son los tiempos todavía. Apenas tenemos fuerza para defender las fronteras actuales de la Liga Federal, y ya es bastante.

-Ansina dice que no avanzar ahora será retroceder. Sólo se consolidará la Liga Federal extendiéndola, impulsando el renacimiento de los quilombos de libertad y la soberanía particular de los pueblos en todo el Continente. Vacilar sería dar tiempo a la alianza de Portugal y España con los independentistas urbanos y su patrón, Inglaterra, pues somos una amenaza para todos ellos.

-No es el momento todavía. La situación en Paraguay está confusa y en la propia Liga Federal hay diferentes opiniones ¿Debemos anexar el Paraguay como provincia federada? ¿O hay que aliarse con su junta separatista contra los porteños y los godos? Hay paraguayos que nos piden lo primero, pero creo que la inmensa mayoría de ese pueblo quiere la independencia. Deberemos aliarnos, pero algunos criollos federales todavía quieren directamente invadir allá. ¡Demasiados problemas internos tenemos en la Liga, aunque de afuera no se vean! Lo siento, Soledad... Pero no fue totalmente en vano tu viaje. Nos trajiste a tu hijita, para que conozcamos el rostro de la profecía, para fortalecer nuestra fe. ¿Viste qué linda está esta criatura, Melchora? ¿Viste qué ojazos?

-No se debe hablar de la profecía, Andrés; no se puede hablar ligeramente del misterio. Soledad no habla de eso. Las mujeres tenemos más instinto. Hablar es como tentar al destino. Nadie debe saber lo que esta niñita significa, lo que esta mitâkuñá representa. Yo no quiero saberlo; prefiero acariciar sus trencitas, mirar sus grandes ojazos negros con profundidades de sombra, con belleza de laguna y de... Lobizón.

-Mi mujer tiene razón, Soledad. Ayer, viniendo a tu encuentro, sabiendo que debía responder que no a tu pedido, soñé que volverías por aquí en pocos años y tus ojos estarían más tristes; que repasarías el Paraná sabe Dios en qué destinos, y lo desandarías mucho, pero mucho tiempo más tarde, con el gris y el blanco en tus motas hoy jóvenes... Para entonces, la red secreta guaraní y la Hermandad estarían trabajando juntas. Pero no es el tiempo todavía, Soledad, no confundas, ¡que el viejo Ansina no se confunda, no equivoque el preanuncio con el momento debido!

-Ojalá tengas razón, Andrés Guacurarí.

-¿Artigas sabe de esto?

-Artigas guarda silencio. Espera la reunión de jefes militares y espirituales de las diferentes culturas de la Liga. Después dará su opinión. En cambio, Melchora Cuenca sabe de mi visita y piensa como yo, a pesar de ser guaraní.

-Melchora Cuenca está demasiado en Purificación, oye más al viejo Ansina que a sus hermanos de sangre. Pero su trabajo allí es admirable. En fin... Cada cual cumple su deber, cada uno está en su puesto. Yo hablo por los ancianos y las viejas rezadoras de mi pueblo; ellos han dado el consejo. El Padre Azevedo, mi mayor apoyo, me da la razón. Los jóvenes están de acuerdo, por supuesto, en rara unanimidad. Hay que esperar.

-Que los antiguos espíritus nos iluminen, Andrés. ¿Viste? María de Zumbí se durmió. Quién pudiera dormir confiada como ella...

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-¿Por qué cantás, hijita?

-Porque volvemos a Purificación, mamá. El tío Lencina tocará sus melodías más bellas en el arpa-miní que descansa en nuestra Escuela de la Patria, y Melchora Cuenca seguirá enseñando las letras. Ya sé como cuatro o cinco letras: O-g-u-n.

<------ La Leyenda de Soledad Cruz

    de Gonzalo Abella (*)

CAP. I V

(*) Maestro e investigador de las raíces multiculturales de nuestra región, ha sido docente en seis países latinoamericanos. Ha escrito numerosos trabajos sobre temas educativos, sociales, históricos y novelas.
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